martes, 28 de abril de 2020

Cuento en Cuarentena 6

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 1)

 

Melinda estaba sentada en aquel café, que tanto había echado de menos durante el confinamiento. Llevaba un vestido de lino blanco escotado y sus sandalias rojas de 7 centímetros con tacón cuadrado y cogidas al tobillo con una tira ancha y hebilla del mismo color, combinaban a la perfección con el cinturón que ajustaba su cintura de avispa. Llevaba unas gafas de sol que ocultaban sus hermosos ojos verde esmeralda y su coleta alta y castaña, bailaba con la brisa del mar que olor a sal transportaba. Hacía más de un año que no se arreglaba tanto para salir, pero por fin la vacuna había llegado y a la normalidad todo había regresado. Bueno, ahora había más conciencia por la naturaleza y los problemas de la sanidad, ya que al estar confinados nos dimos cuenta que la vida se abre paso y por nada ni nadie va a esperar.

Pero ahora, sentada en aquella silla frente al mar, aquel café le sabía a gloria y lo quiso disfrutar. Estaba nerviosa, era la primera cita que tenía en más de un año y no sabía cómo actuar. Aquel chico le gustaba, habían hablado tanto a distancia, que no le quería defraudar. Pero espera un momento. ¿Y si no era como ella esperaba? Aquello era una moneda de doble cara. ¿Y si se marchaba? No estaba preparada, quizás fuese mejor que quedarse plantada.

— ¿Melinda? — Preguntó un apuesto joven a su espalda.

La joven se giró lentamente con una sonrisa, que ocultaba lo nerviosa que estaba, y se quedó sin palabras.

—Sí, soy yo. Hola. ¿Eres Jorge? — Quiso saber la temblorosa joven.

—Sí, menos mal, pensé que me dejarías plantado. — Respondió el chico y se sentó a su lado. Ni si quiera se dieron la mano, estaban acostumbrados al distanciamiento social y poco a poco lo tendrían que superar.

—Jamás haría algo así, no hagas nunca lo que no quisieras para ti. — Le dijo ella, pensando que si llega a tardar dos minutos más, le hubiese dejado tirado.

Escrutó a través de las gafas a ese joven tan apuesto, mientras se las quitaba por cortesía, ya que era de mala educación ocultarle la mirada. Tenía el pelo negro como el carbón y los ojos rasgados de color miel, aquello le daba una apariencia de lo más exótica que invitaba a desentrañar los secretos que esos ojos podían guardar. Se notaba que era bastante alto y que había sacado provecho a la bici estática que durante la cuarentena se había comprado, pues aquellas piernas estaban de lo más musculadas. Llevaba un pantalón vaquero ajustado y una sudadera negra de los Rolling Stones, pese al calor del verano, cosa que a Melinda sorprendió.

—Esto… ¿Encontraste bien el lugar? — Le preguntó ella.

—Sí, se me da bien usar Google Maps Eso sí, me sacas de ahí y tengo menos sentido de orientación que una peonza. Jajaja. — Contestó él y ambos se rieron. —Estás muy guapa. —

—Gracias, tú también. — Respondió con las mejillas coloradas.  —Por cierto… ¿Dónde te estás quedando? —

—En un hotel cerca de la estación, no recuerdo bien el nombre. — Respondió, e hizo una leve pausa. ¿Pero qué le pasaba? Aquella chica era muy guapa y él estaba tan nervioso que no quería cagarla. Lo tengo apuntado en el teléfono.

—Ah, bien. — Se quedó callada antes de continuar. — Mira, esto es muy raro. No sé si te pasa a ti lo mismo. —Le dijo la joven echándose a reír. Me siento torpe en estos momentos.

—Pensaba que solo me pasaba a mí. Estoy de los nervios, siento si parezco muy parado, pero no suelo ser así. — Añadió él.

— ¿Te apetece que demos un paseo junto al mar? Quizás eso nos ayude a despejarnos y soltarnos un poco. — Preguntó ella.

—Me parece una estupenda idea. — Aceptó y se marcharon tranquilamente por el paseo, mientras el sol del final del verano, alumbraba desde lo más alto.

Se habían conocido por internet durante la cuarentena y habían hablado tanto, que ahora no tenían ningún tema en el que no hubiesen profundizado.  La vida, los sueños, sus gustos, incluso sus peores miedos habían aflorado estando lejos. Se conocían tan bien, como si hubiesen vivido juntos durante todo ese periodo, pero por suerte todo eso ya se había terminado y podrían conocerse de verdad sin tenerse que conectar. Él era un joven arquitecto al que le gustaba mucho jugar a videojuegos y ella era una decoradora de interiores con un gran secreto.

Se compenetrarían muy bien en su relación profesional, ya que para eso habían comenzado a chatear. Montarían una empresa juntos, él diseñaría casas y ella las adornaría con su magia. Y no, no me refiero a magia como tal, sino a un gusto increíble a la hora de decorar. Pero después de tantos meses, se dieron cuenta que algo más los había conectado, los dos habían terminado con sus respectivas relaciones y mutuamente se consolaron.

—Bueno, me dijiste que cuando nos viésemos en persona, me confesarías algo. Estoy esperando. — Dijo él, mientras iban caminando.

—A ver, no es nada del otro mundo, solo que soy huérfana. No conocí a mi familia, por eso esquivaba las preguntas que me hacías. — Confesó la chica.

— ¿Eso era? Lo siento, pero para haberte criado sola lo has hecho muy bien. —

—No me crié sola, sino con varias familias de acogida. Al principio me costó adaptarme un poco, pero después di con una familia muy buena y me resultó fácil formar parte de ella. — Añadió la joven.

— ¿Y no sabes nada de tu origen? —  Preguntó él.

—Nada. No hay registros, se quemaron en el incendio que hubo en el orfanato en el que dejaron siendo un bebé y nadie me buscó, por lo que aquella historia se zanjó hace mucho tiempo. —

— ¿Y no te pica la curiosidad? — Quiso saber Jorge, realmente intrigado.

—A veces sí, cuando siento que no me parezco a las personas que me adoptaron. Me hubiese gustado saber los motivos por los que me abandonaron, si no me querían o no podían hacerse cargo, pero ya no puedo cambiar nada de lo que pasó, así que… — Contestó ella apenada.

—Bueno, como dices tú, tampoco tienes ninguna pista para empezar a buscarlos y aunque la tuvieses, a lo mejor no te gustaba lo que pudieses encontrar. — Intentó animarla.

—Cierto, así que da igual. Aunque en realidad sí tengo algo, un medallón o mejor dicho, la mitad de un medallón, porque creo que está roto o le falta una pieza. Me lo dejaron en el canasto cuando me abandonaron, pero bueno, tampoco es algo con lo que poder empezar, he buscado el símbolo y no existe nada parecido. —  Añadió la joven, llevándose la mano al pecho, donde guardaba el colgante bajo su vestido de lino.

Habían caminado tanto que se habían metido por el monte, dejando el mar a varios cientos de metros por detrás, pero estaban tan a gusto compartiendo sus vidas, que ni cuentas se dieron hasta que la noche encima se les fue a echar.

—Es curioso. — Dijo él y entonces se calló.

— ¿El qué? — Preguntó ella intrigada.

—Yo también llevo un colgante conmigo a todas partes, cosa de mis padres, pero… — De pronto, cuando Jorge estaba a punto de sacar el colgante del bolsillo de su pantalón, el cielo se volvió negro completamente y una tromba de agua los sorprendió. Estaba despejado hacía unos instantes. ¿Cómo le había dado tiempo a esa tormenta a formarse?

—Será mejor que nos resguardemos. Por aquí cerca hay un sitio en el que podremos esperar a que pase la tormenta. — Dijo ella, calada hasta las cejas.

—Me parece bien, te sigo. —

Se cogieron de la mano y al parecer eso al cielo no le gustó demasiado, ya que la oscuridad se vio mitigada en un momento, por una sucesión de truenos, rayos y relámpagos de lo más virulentos.  Poco después llegaron a esa pequeña caseta que Melinda encontró un día que por el monte fue de excursión. Jorge dio una patada a la puerta y se metieron dentro de ella. De pronto la puerta se cerró y la luz de aquel sitio se encendió.

—Uy, qué moderno. Pensaba que sería una simple caseta sin iluminación y llena de moho. — Comentó la joven al ver el interior tan pulcro de aquella habitación de 2x2 metros.

De pronto se miró y vio que tenía el vestido pegado al cuerpo completamente e intentó taparse un poco por decoro, pero pronto se le olvidó todo, al escuchar lo que Jorge añadió a continuación.

—La puerta no se abre. — Dijo él, intentando abrir la entrada por la que acababan de pasar y se había cerrado de golpe.

— ¿Es una broma? — Preguntó ella.

—No, lo digo en serio. No se abre. —Confirmó él, tirando del picaporte de la puerta con todas sus fuerzas.

—Pues otra mala noticia, mi teléfono no tiene red. No hay cobertura aquí dentro, ni ventanas. — Dijo ella, que empezó a ponerse nerviosa. ¿Cómo saldrían de allí?

—Tranquila, esto debe ser cosa de la tormenta, cuando pase, la cobertura volverá. Suele pasar. — Le dijo para tranquilizarla, aunque no las tenías todas consigo. — ¿Tienes frío?  —

—Un poco, pero no te preocupes, estoy bien, solo que aquí hay mucha humedad, nada más. — Respondió ella, mientras le chirriaban los dientes.

—Ven aquí. — Le pidió él y entonces la estrecho entre sus fuertes brazos.

—Gracias. Es extraño, nunca suelo tener frío, ni si quiera en pleno invierno. — Confesó ella.

—A mí me pasa lo contrario, odio el calor, siempre estoy helado, pero me encanta. — Le dijo y notó un gran calor que provenía de la joven. — Aunque ahora estoy asfixiado. ¿No tendrás fiebre? Te noto muy caliente. —

—Pues tú estás helado, así que no te lo discuto que pueda tener fiebre, pero es extraño, no me siento enferma, solo tengo mucho frío. — Dijo la joven, separándose de él y sintiendo así algo de alivio.

Ambos se quedaron extrañados. ¿Qué les estaba pasando? Entonces escucharon un ruido mecánico, que provenía del suelo.

— ¿Escuchas eso? — Preguntó Jorge.

—Sí, es como el sonido de un elevador. — Respondió ella, agachándose y pegando la oreja al suelo. —Parece que viene de…. ¡AHHHH!— Gritó, al caer por una grieta que en el suelo se abrió.

Jorge alargó el brazo y le enganchó la mano antes que por el agujero desapareciera, mientras intentaba sujetarse para no caer detrás de ella.

— ¡Sujétate fuerte! — Le gritó él, mientras intentaba sujetarla aunque le sudaban las manos.

— ¡No puedo, me resbalo y se me están congelando los dedos! —  Gritó ella. — ¡Me caigo! —

— ¡NOOO! — Gritó él desesperado, al ver cómo sus manos resbalaban y la joven caía dentro de la grieta, sin que él pudiese hacer nada para remediarlo.

De pronto, cuando pensaba que Melinda se había despeñado por el agujero, un elevador subió a ras del suelo con Melinda agazapada en un rincón y una mujer bajita con una melena oscura y gafas de pasta color limón. Aquella mujer llevaba las manos ocultas en los bolsillos de su bata blanca de laboratorio de última generación y le miraba con una sonrisa, como si fuese un amigo con el que tras mucho tiempo se reencontró.

—Por fin. Os estábamos esperando. — Dijo aquella mujer menuda con cara de intelectual.

 ¿Esperando? ¿Quiénes? ¿Para qué? ¿Dónde estaban realmente? 

 

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 2)

 

Jorge subió a la plataforma y Melinda se echó en sus brazos, pero en lugar de sentirse reconfortada, se estaba congelando. En cambio él comenzó a sudar de una manera que no era normal. ¿Por qué pasaba eso cuando sus pieles se llegaban a rozar?

¿Quién es usted? ¿Qué quiere de nosotros? ¿Y qué lugar es este? Preguntó Jorge, mientras las gotas de sudor resbalaban por su frente.

Soy vuestra madre, bueno, vuestra creadora. Soy la doctora Rodríguez y este es el lugar donde fuisteis creados. Respondió aquella mujer.

Perdone. ¿Qué? No puede ser, yo tengo una familia. Replicó Jorge indignado.

En realidad son tus padres adoptivos, te acogieron desde muy pequeñito y hemos conseguido tenerte vigilado hasta ahora. ¿Pensasteis que vuestro encuentro ha sido casual? La doctora hizo una pausa dramática y después continuó. Veréis, os creamos en este laboratorio, pero antes que vuestras capacidades especiales fuesen activadas, una traidora a la que no pienso mencionar, os secuestró y os llevó con ella. Poco después fue atrapada, como es lógico, pero pensamos que podíamos ver cómo os desenvolvíais en un ambiente corriente, para mejorar vuestra capacidad de camuflaje entre la gente. A ti Jorge, te enviamos con una familia de confianza desde el principio, en cambio contigo, Melinda, tuvimos más problemas para localizarte, porque andaban siempre cambiándote de familia. Añadió la mujer, mientras el elevador seguía descendiendo a las profundidades de la tierra.

¿A qué se refiere con capacidades especiales?  Preguntó la joven asustada.

Buena pregunta, chica lista. Como podéis ver, cuando estáis juntos vuestra temperatura corporal cambia drásticamente, y eso que aún no tenéis activadas dichas capacidades. Pero siguen estando latentes en vuestro interior, por lo que siguen atrayéndose y repeliéndose al mismo tiempo. Cuando os activemos, vuestros poderes serán mucho más intensos y deberéis aprender a controlarlos. Sueltos sois un peligro, pero en buenas manos como las nuestras, podéis llegar a ser los primeros súper héroes reales del mundo. ¿Os imagináis las posibilidades? Explicó la doctora.

No me lo creo. No puede ser cierto. Se negó a creer Jorge.

Será mejor que os soltéis, al menos de momento, no queremos que te derritas ni que ella se convierta en un cubito de hielo. Os haremos pruebas y varias mejoras. Os llevamos estudiando mucho tiempo en la distancia, ya es hora de una actualización en vuestro software. Les dijo y las puertas del elevador se abrieron, dejando entrar a un grupo de soldados armados hasta los dientes.

¡No puede hacernos esto! Gritó Melinda.

En realidad sí, sois propiedad del gobierno.   Dijo la mujer, antes de dar la orden con la cabeza para que los detuvieran.

Cada uno fue llevado a un lado del complejo, ya que las instalaciones estaban divididas, y específicamente aisladas, para soportar en cada zona el poder de uno de sus huéspedes. Melinda fue llevada a la derecha, donde había una sala que era capaz de soportar temperaturas tan altas como, las que se pueden producir en una cápsula espacial cuando atraviese la barrera del planeta al estrellarse contra la tierra. Jorge en cambio, fue llevado hacia la izquierda, donde sus instalaciones se habían construido con un tipo de titanio capaz de soportar, congelaciones como las que solía haber en la base de Barneo cerca del Polo Norte. Aquel lugar era una increíble fortaleza bajo tierra, capaz de retener a cualquier criatura que cruzase esas puertas.

Bienvenida, Melinda. Soy el doctor Ayala y me encargaré de hacer tu reconocimiento médico e incluirte algunas mejoras, antes de activar tu programa, quiero saber cómo te encuentras. Se presentó aquel extraño doctor que llevaba un traje, como los que usaban en los quirófanos y unos guantes ignífugos para evitar quemarse.

— ¡No me ponga una mano encima! Dijo la joven encendida, a través del cristal de la sala de contención de aquella habitación donde la retenían.

Cálmate, por favor. No sentirás nada. Haz memoria. ¿Alguna vez te han puesto una inyección o has sentido algún dolor? No puedes, eres indestructible, al menos mientras estés consciente. Pero tienes un punto débil, como todos los súper héroes, para evitar que te descontroles y ese es él. Dijo, señalando a la puerta por la que entraban cuatro soldados, empujando una jaula hecha de alúmina y dióxido de silicio, que parecía de cristal, pero ni una bomba la podría destrozar. Dentro de la jaula estaba Jorge, golpeando con todas sus fuerzas aquel cristal y gritando hasta el punto, que en el cuello se marcaban las venas a punto de estallar.

¿Qué hace? ¡Suéltele! Le ordenó Melinda enfurecida y la temperatura de la habitación, pese a que estaba aislada, quince grados subió.

Perfecto, no te preocupes. Le soltaremos y os dejaremos a solas, tenéis mucho que asimilar. Esto solo es una medida de seguridad para nosotros, a vosotros nos os hará ningún daño. Dijo el doctor, haciendo que todos saliesen de la habitación, antes de apretar un botón en un mando que llevaba y dejarles solos en aquella habitación tan extraña.

Mientras la puerta de aquella habitación se cerraba, se abrían la de la jaula y la sala de contención, donde Jorge se lanzó dentro a la mínima ocasión. Melinda y él se abrazaron con fuerza, pese al cambio de temperatura tan brusco que les provocaba estar cerca.

¿Estás bien? Preguntó él, mientras atrapaba en sus manos su preciosa cara de porcelana.

No, no lo estoy. ¿Por qué nos hacen esto? Tenemos que salir de aquí. ¿Tú estás bien? Quiso saber ella, mientras las lágrimas empañaban las fuertes manos, que el agua de sus mejillas limpiaban.

Ahora que te veo sí. Saldremos, estoy en ello, pero aún no entiendo lo que nos están haciendo. ¿Están locos o en verdad todo lo que nos han contado es cierto? ¿Por qué estás helada y yo ardiendo? Alguna explicación tiene que haber. Respondió él.

¿De verdad nos crearon en un laboratorio? Bueno, eso no es tan raro. Me refiero al in vitro y todo eso, pero… ¿Capacidades especiales? ¿De qué están hablando? Preguntó la joven horrorizada.

No lo sé, quizás tú produzcas calor y yo frío. Dijo Jorge, aunque sus palabras parecían no tener sentido.

Sí, a esa conclusión llegué yo también. ¿Pero cómo? ¿Y por qué si antes nos dijeron que era mejor que estuviésemos separados, ahora nos han encerrado aquí juntos? No tiene sentido alguno. Intentó descifrar la joven, pero estaba demasiado asustada para darle vueltas a nada.

¡Mierda! Dijo él, siendo consciente de lo que la joven acababa de decir, por lo que comenzó a aporrear la puerta de la habitación de Melinda y que no se podía abrir. Nos han encerrado.

 Nos lo han dicho y no nos hemos dado cuenta. Somos indestructibles, excepto cuando estamos juntos. Como en esa peli de Will Smith y Charlize Theron. Añadió Melinda con cara de sorpresa.

Sí, exacto. La doctora que os secuestró vendió la historia para subvencionar su vida de prófuga, pero de poco le sirvió. Dimos con ella igualmente.   Dijo el doctor por los altavoces.

Pero esa película la vi yo en el cine y según dijo esa doctora bajita, la atraparon al poco de escaparse con nosotros. Dijo Jorge perplejo, ya que no le cuadraban las fechas.

Sí, bueno. ¿Qué es lo que recordáis de vuestra infancia? Digamos que habéis crecido en unos pocos años lo que crecería un ser humano normal en varias décadas. Pero no lo recordáis, ha pasado todo tan deprisa, que no os habéis dado ni cuenta. Eso sí, tranquilos, que ya no envejeceréis más. Como dije, sois indestructibles y además, inmortales, al llegar a vuestro estado óptimo os quedáis en él. Ahora sed buenos y debilitaos el uno al otro, así podremos operaros. Cambio y corto. Dijo el doctor a través de los altavoces, antes de cerrar las comunicaciones.

¿Y ahora qué? Preguntó la joven tiritando.

Quizás debamos dejar que nos hagan más fuertes. Ahora mismo no podemos luchar contra nada ni nadie. Respondió él, sentándose en el suelo.

Podemos morir. Dijo ella.

Según ese doctor, no lo cree posible, pero yo no pondría una mano en el fuego por él. Se quejó Jorge, cabizbajo.

¿Y si ese fuego fuese yo? Le preguntó ella, y después se acercó a él, se arrodillo enfrente  y delicadamente le dio un beso en los labios. Estaban helados y al mezclarse con los suyos tan cálidos, sintió como si le clavasen miles de agujas por el cuerpo, pero con gusto volvería a hacerlo.

¿Qué haces? Esto puede matarnos, ya oíste lo que dijo. Preguntó él sorprendido.

¿Acaso no te ha gustado?

Claro que sí, pero no quiero hacerte daño. Respondió él.

Vamos a morir de todas formas, al menos podemos elegir la forma. Y en ese mismo instante, los labios heladores de aquel apuesto hombre la silenciaron.

Las luces de la sala parpadearon y el termostato terminó explotando, porque lo que pasó en aquella habitación, ningún cuerpo humano lo hubiese soportado.

Doctor, señor… Dijo uno de los ayudantes, mientras observaba los monitores. Las cámaras se han fundido.

Es increíble, realmente increíble. Tanto poder concentrado en una misma habitación. Añadió el doctor.

¿Les envío el gas para separarlos, ahora que son vulnerables? Preguntó otro de los ayudantes.

No, déjelos. Apunte la hora y veamos a ver qué sucede. Esta noche entraremos y les operaremos allí mismo, debemos mantenerlos juntos para poder intervenirlos. Ordenó el doctor, mientas seguía visualizando la niebla de los monitores, donde antes pudo observar, como esos dos cuerpos absolutamente perfectos, se fundían en un solo elemento. Hielo y fuego. ¿A qué me recuerda eso?

 

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 3)

 

Aquel joven ayudante de laboratorio, preparado con un traje ignífugo y manos temblorosas, abrió la puerta de la habitación de aislamiento a petición del doctor Ayala, que a través de los monitores le vigilaba.

¡Vamos, diga algo! Ordenó el doctor a través de los altavoces.

Están desnudos, señor. Hace un calor horrible y la mitad de la habitación está calcinada. Ellos parecen estar bien, agotados, pero aún respiran. Añadió el ayudante, desde una distancia prudencial.

Perfecto, equipos 1 y 2, ya pueden entrar. ¡Salga de ahí señor Gómez, le espero en el quirófano de inmediato! Mandó el doctor y salió de la sala de observación rumbo a donde había indicado.

El equipo 1 consistía en dos hombres con trajes ignífugos, que recogieron a la joven Melinda del suelo y la pusieron sobre una camilla. Al principio les costó despegarla un poco de Jorge, ya que sus pieles se habían fundido y aun estaban unidas en algunas partes. Mientras tanto, el equipo 2 estaba formado por tres hombres corpulentos que cargaron con Jorge y lo pusieron sobre otra camilla, también llevaban trajes especiales y un par de guantes. Transportaron a los dos jóvenes por un largo pasillo hasta un quirófano, donde los pusieron el uno junto al otro, para evitar que recuperasen la conciencia enseguida y la operación resultase fallida.

Será mejor que nos aseguremos. Dijo el doctor Ayala, entrelazando las manos de los jóvenes, para evitar que se despertaran. Rápido, anestesia para ambos.

Señor, creo que es una dosis excesiva. Objetó el ayudante.

Son invencibles, cuanto más tiempo tarde en clavarles la aguja, más difícil le resultará. Su cuerpo quemará la sustancia mucho más rápido que una persona normal. ¡Clávesela ya! Ordenó y su ayudante obedeció.

El doctor se encargaría de operar a Melinda, mientras la doctora Rodríguez operaba a Jorge. Aquello fue una masacre, ya que les cortaron por todas partes.

¿Qué tal va, doctora? Preguntó el doctor Ayala.

Me está costando mucho, las heridas cicatrizan muy rápido. Se quejó ella.

Lo sé, me ocurre lo mismo, aunque ya está todo casi listo. Lo bueno es que no tenemos que cerrarles, se cierran ellos solos. Dijo el doctor, mientras terminaba y se quitaba los guantes.

Listo, recoged y llevadlos a sus respectivas habitaciones, deben recuperarse antes de las pruebas de mañana. Dijo la doctora y salió de la sala detrás de su compañero.

Ha sido increíble. Buen trabajo, doctora. Dijo él, mientras observaba a través de un cristal como sacaban las camillas y las llevaban en distintas direcciones.

Creo que hemos aprendido una barbaridad y si antes eran invencibles, ahora con los nuevos ajustes lo serán mucho más. Comentó la doctora, orgullosa del trabajo que habían realizado.

¿No le preocupa que les hayamos mejorado demasiado? Preguntó Ayala preocupado.

Hemos conseguido que surja una química entre ellos muy especial. Son invencibles por separado, pero no sabrán vivir alejados el uno del otro, y eso se lo debemos a la doctora que los secuestró. Si hubiesen crecido aislados en este laboratorio, no hubiésemos conseguido esa conexión especial y ahora serían máquinas sin sentimientos, imposibles de controlar. Todo pasa por algo, mi querido amigo. Respondió la doctora y se marchó hasta sus aposentos, para asearse y descansar un rato antes de analizar los resultados de lo que habían hecho.

Ayala en cambio fue directo a la sala de monitores, para observar a esa hermosa mujer que en sus manos hacía un momento había logrado tener. El calor que había emanado de su cuerpo había sido embriagador. Era como saber que la muerte te espera en medio de un incendio y gustoso ir a meterse dentro.

Puede irse a descansar, ya me quedo yo vigilando un rato. Le dijo el doctor al vigilante, que controlaba los monitores en la sala de vigilancia con demasiada felicidad.

Cuando el guarda se marchó enfadado, por haberle alejado de lo que estaba observando, el doctor se sentó en aquella silla a vigilar a Melinda. Tenía un haz de luz que la cubría mientras dormía, una luz intensa y rojiza la cubría. Eran como cientos de llamas pequeñas y oscilantes, que formaban una película sobre su cuerpo sin provocarle ningún sufrimiento.

La ropa se convertía en cenizas al contacto con su piel, por lo que la sábana que llevaba, quedó calcinada en cuanto entró en la sal. Por ello tanto el doctor, como anteriormente el vigilante, la observaban a través de los monitores expectantes. Le estaban preparando un traje especial para que pudiese llevar, porque al aumenta sus poderes cualquier tejido podría desintegrar.

Señor. Dijo su ayudante entrenado por la puerta sin avisar.

¡¿Qué quieres ahora?! Preguntó molesto por la intromisión, no le dejaban tranquilo ni un momento.

Disculpe, pero ya hemos conseguido terminar el traje del sujeto 1. Dijo el joven ayudante.

Perfecto, habrá que ponérselo. ¿Algún problema con el traje del sujeto 2? Quiso saber el doctor.

Sí, hemos tenido problemas al intentar colocarle el traje, ya que se quedaba rígido por congelación, pero una vez puesto se ha adaptado muy bien. Esos trajes inteligentes cuesta ponerlos, pero después cumplen bien su función. Lo malo es que hemos tenido que cortarles los dedos a los dos soldados que se lo han puesto. No se los hemos podido salvar. Respondió.

Vamos a ver si el sujeto 1 es más receptivo al traje. Dijo, levantándose y siguiendo a su ayudante, que llevaba entre las manos aquella obra de arte.  

Al llegar a la habitación de Melinda, el doctor quiso ser el único en tocar a la joven, por lo que intentaría su colocación sin la ayuda de nadie. Su ayudante no puso objeciones, se había dado cuenta de la obsesión que el doctor tenía por la joven, y no quiso entrometerse y perder su trabajo. Además, habiendo visto cómo le habían quedado a esos soldados las manos, prefería mantenerse a un lado y ni siquiera intentarlo. El doctor se acercó con su traje ignífugo puesto e intentó vestir a Melinda con el que su ayudante le había entregado, pero emanaba tanto calor de su cuerpo, que le resulta imposible acercarse a menos de un metro. Estaba claro que tendría que dejar a esos dos soldados la tarea, que muy posiblemente, la jubilación anticipada les iba a otorgar, si no los mataba la chica al despertar. Lástima, pensó. Si hubiese estado cerca del sujeto número 2, podría haber cumplido esta misión.

Que pasen. Dijo, y dos soldados entraron para vestir a la joven lo más rápido que pudieron, ya que sus manos terminaron con quemaduras de primer grado, pese a la protección que les habían dado. Y de primer grado es decir poco, para lo mal que acabaron.

No podía juntar a los dos sujetos hasta que todas sus heridas hubiesen sanado, no quería que por culpa de su lujuria, se estropease algo. Aquel experimento había requerido muchos años de trabajo y miles de millones que el gobierno les había otorgado, pero jamás imaginó llegar a arrepentirse de hacer tan bien su trabajo.

Mientras tanto, al otro lado del complejo, Jorge comenzó a despertarse al sentirse raro con el traje que le habían puesto. ¿Quién era, Peter Pan? ¿Por qué le habían puesto mallas? Parecía uno de los cuatro fantásticos en versión ecológica. Extrañamente, aquel traje le sentaba muy bien, aunque él hubiese preferido un tono azul o blanco, que iban más con él. Parecían como miles de escamas que recorrían todo su cuerpo, excepto el cuello, las manos y la cabeza, que era lo único que no habían cubierto. ¿De qué estaba hecho ese traje? ¿Y por qué se sentía tan raro? ¿Dónde estaría Melinda?

Entonces algo sucedió. Su visión se volvió borrosa y de pronto, tumbada en una cama, vio a la mujer que tanto deseaba. Era como si estuviese allí mismo junto a él, pero al caminar hacia ella se chocó con algo y su visión a la normalidad regresó. Se acababa de chocar con la pared de su habitación y había caído al suelo. ¿Qué había pasado? ¿Había preguntado por Melinda y su vista hacia ella había viajado? ¿Cómo era eso posible? ¿Qué otras mejoras le habían hecho?

Cuando Melinda despertó, se dio cuenta que su cuerpo tenía una especia de campo protector hecho de llamas diminutas. Eran de un color rojo fuego y oscilaban de un lado para el otro como la llama de una vela empujada por el viento. Aquel traje verde, que parecía la piel de una serpiente, se pegaba a ella como si estuviese pintado sobre su piel. ¿Verde? ¿En serio? El rojo era su color, pero…

¡¿Pero, qué demonios?! Dijo al observar su reflejo en el espejo, y ver su pelo rojo como el fuego. ¿Eso eran llamaradas? Se parecía a Medusa, pero cambiando las serpientes por llamas.

Su hermoso pelo. ¿Qué le habían hecho?

Entonces se quedó paralizada y de su cuerpo salió una luz que atravesó la pared de la habitación y fue volando hasta la sala donde los doctores repasaban la operación de esa mañana. La joven quedó horrorizada y de golpe su astral volvió al lugar en el que su cuerpo se encontraba. Abrió los ojos de par en par, desde el suelo, y sin saber cómo se dio cuenta que había viajado a través del espacio sin salir de su habitación. ¿Qué le habían hecho? ¿Y a Jorge, estaría bien? Si por poco lo mata cuando estuvieron juntos antes de la intervención… ¿Qué le haría ahora con la nueva actualización?

Quiso echarse agua sobre la cara, por lo que acercó las manos al grifo de su habitación y ni si quiera tuvo tiempo de tocarlo, porque este se fundió. Vaya, los cerebritos habían preparado toda la habitación para soportar altas temperaturas menos eso. ¿Acaso no podría salir nunca de aquella sala de torturas? Era un peligro para todo el mundo, en especial para él, y entonces se dio cuenta que la vida que conocía, no la volvería a tener. No sabía cómo ni por qué había pasado todo aquello, pero lo que sentía por Jorge, aliviaba lo que estaba sufriendo. Al menos pasarían por lo mismo juntos, en aquel rincón oculto del mundo.

Recordó a sus padres adoptivos, a sus nuevos amigos. Espera un momento. ¿Cómo los había conocido?

De pronto su astral volvió a viajar y repasó en cuestión de segundos la historia que había vivido años atrás. Todo lo que les habían contado era cierto, habían vivido sus veinte años en mucho menos de la mitad el tiempo, por eso no tenían a penas recuerdos de amigos de la infancia o celebraciones como la gente normal. Siempre había estudiado en casa y apenas salía a jugar, por ello se había tenido que meter en internet para conocer gente, porque sus padres adoptivos con nadie la permitían quedar.

Claro, ahora entiendo por qué cuando les hablé de Jorge, se mostraron tan contentos. Estaba todo preparado para nuestro encuentro. Dijo para sí misma, totalmente enfurecida y la temperatura de aquella sala comenzó a calentarse tan deprisa, que hasta la camilla se cubrió de llamas y quedó ennegrecida.   

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 4)

 

Sus poderes cada vez se hacían más fuertes y los intentos de los científicos por controlarlos, resultaban en vano. Sobre todo los de Melinda, cuyas hormonas se habían descontrolado desde el cambio de estado.

Debes aprender a controla tu poder, si quieres salir de aquí en algún momento. Le dijo el doctor por los altavoces.

No es tan sencillo, lo intento, pero estoy cabreada por estar aquí encerrada. Y no ver a Jorge más que en la sala de pruebas, hace que mi poder se descontrole. Se quejó la joven en llamas.

Está bien, probaremos algo. Lleven al sujeto 2 a la sala del sujeto 1. — Ordenó el doctor Ayala.

¿Va a traer aquí a Jorge? Preguntó. No quiero hacerle daño. Le dijo Melinda, temerosa por no poder controlar su poder ante él.

Lo sé. Así te esmerarás más.

Dos soldados entraron a la habitación de Melinda, llevando a Jorge en una jaula de contención. Le pusieron frente a la ventana de la sala donde se encontraba la chica, que en el cristal se apoyó. Entonces los soldados salieron de la habitación, cerrando tras de sí la puerta y abriendo mediante control remoto, la jaula y la sala donde Melinda se encontraba. Los dos chicos volvieron a reunirse, pero no se podían acerca, puesto que Melinda comenzó a congelarse los pies y a Jorge ampollas en las manos le empezaron a brotar.

De repente algo pasó, del vientre de Melinda una bola de energía surgió, envolviendo a los dos jóvenes en un campo de protección. Aquello era como un campo de energía que se había creado a su alrededor, donde él no se quemaba, ni ella ni ella quedaba petrificada por congelación.

Espera un momento. ¿Puedo tocarte sin quemarme? Preguntó él, acercándose a ella y colocando su mano en el rostro de la joven.

Entonces ella sintió un vuelco en su interior. Sus ojos descendieron hasta su abdomen  y halló la solución.

Creo que… estoy embarazada.

¡¿Qué?! Preguntó Jorge muy impresionado.

Este campo de fuerza no lo provoco yo, sino ella. Respondió la joven sin saber muy bien por qué estaba tan segura de lo que acababa de decir.

Eso es maravilloso. Dijo Jorge, y entonces la besó con toda la intensidad que albergaba en su interior. La estrechó entre sus musculosos brazos con tanta fuerza, que el escudo que los resguardaba no soportó la tensión, y tuvieron que apartarse debido al dolor. ¿Qué ha pasado?  

Entonces fue como aquella primera vez tras las mejoras, como si viajase al interior de Melinda, donde encontró una pequeña bolita que crecía en su interior. Aquella criatura le dijo por telepatía, que aún no era lo suficientemente fuerte para aguantar más de un minuto controlando su poder y después Jorge regresó a su cuerpo, pálido por la emoción del momento.

¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? Preguntó la joven, hasta que una voz en su cabeza le habló a ella también.

Mamá, no te preocupes, pronto seré más fuerte y podré protegeros.

 Melinda se quedó sin palabras. Su hija a penas tendría unos meses, ¿y ya podía hablar con la mente? ¿Era telépata y creaba escudos protectores? ¿Qué habían hecho? ¿Había sido producto de su único encuentro o le habían implantado el embrión en la operación?

No digas nada. Le dijo Jorge, llevándose un dedo a los labios y otro señalando la cámara que, sobre sus cabezas giraba.

Melinda asintió. Nadie podía saber que estaba embarazada, podrían quitarle a la niña para estudiarla. Comenzó a ponerse nerviosa, estaba rabiosa de imaginar la situación, por ello Jorge levantó un muro de hielo entre ellos como protección. Melinda comenzó a soltar ráfagas de fuego y una de ellas en el bloque de hielo impactó, haciendo que se derritiera de inmediato y salvando a Jorge de morir abrasado.

Lo siento, yo… Dijo ella, lamentándose por haber perdido el control.

Tranquila, ahora sabemos cómo funcionan nuestros poderes. Los tuyos se activan cuando estás enfadada y los míos cuando estoy en peligro. Procuraré no pelearme nunca contigo por el mando de la televisión. Le dijo con una sonrisa que a Melinda relajó.

Perfecto. Dijo el doctor a través de los altavoces. Una cosa chicos. Hubo un problema con los micrófonos, al parecer no me estabais escuchando cuando os pregunté, cómo podíais estar tan cerca el uno del otro sin sufrir daños.

Creo que fue la emoción de vernos, pero enseguida el dolor nos hizo separarnos. Dijo Jorge con su mejor cara de póker.

Cierto, él sigue teniendo algún rastro de las ampollas que las quemaduras le provocaron. Añadió Melinda, señalando las manos de Jorge.

Puede ser. Os dejaré un rato a solas, después irán a buscar a Jorge para llevarle a su habitación. Debéis estar descansados para la prueba de mañana. Dijo el doctor y después cerró la comunicación. Tú, no les quites los ojos de encima en ningún momento. Le ordenó al vigilante que observaba los monitores.

¿Pasa algo, doctor? Preguntó el ayudante que se encontraba a su espalda esperando indicaciones.

Creo que sí. Es muy extraño que, por unos instantes, hayan desaparecido de la pantalla y no les hayamos podido ver ni escuchar. Ese poder debe ser nuevo y quiero saber a cuál de los dos pertenece y por qué no se ha manifestado hasta ahora. Añadió, y después se marchó a almorzar porque tenía varios asuntos que arreglar.

Mientras tanto, en la sala de contención…

Tenemos que salir de aquí, es la única solución. Mañana, cuando vayamos a la sala de pruebas, nos escaparemos. Dijo Jorge de espaldas a la cámara y solo moviendo los labios para evitar que les escucharan.

¿Cómo? Preguntó ella desesperada.

No lo sé, improvisaremos. Respondió él.

Sabía que al día siguiente tendrían que superar las pruebas que les imponían cada semana. Allí los enfrentarían juntos a un montón de problemas creados por ordenador, como fenómenos atmosféricos, desastres naturales o un grupo de élite armados hasta los dientes. Ahora ya sabían cómo se activaban sus poderes, por lo que les pondrían a prueba con situaciones nuevas y más peligrosas, esa sería la mejor oportunidad que tendrían de escapar, porque la sala era lo más cerca que del elevador de entrada podían estar.  

¿Hacia dónde irían? ¿Cómo sobrevivirían? ¿Conseguirían dar esquinazo al gobierno? ¿Y cómo sería su hija? ¿Lograrían que estuviese a salvo?

Aquellas preguntas les bombardeaban continuamente en la soledad de sus módulos de aislamiento, aquel encuentro que habían tenido lugar, había sido el detonante que necesitaban para animarse a escapar. Que si una muestra de tejido por aquí, una biopsia por allá, una muestra de sangre y orina, incluso miles de golpes y cortes por todas partes, ya estaban hartos de torturas y dejaciones. Si hubiesen podido controlar sus poderes cuando los actualizaron, hubiesen podido escapar hace meses de aquel calvario. 

 

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 5)

 

Aquella mañana Melinda y Jorge estaban más nerviosos de lo normal, pero improvisar una fuga de un laboratorio súper secreto del gobierno, no era fácil de realizar. Dos guardas a las puertas de un elevador que necesitaba huella dactilar y ocular, a parte de un reconocimiento de voz que no se podía falsear. Vamos, que hubiese sido más fácil entrar al Palacio de la Moncloa y darle una colleja al presidente. Servicio secreto, no es algo que esté planeando hacer, por lo que si están leyendo estos, somos "amiguis". ¿Eh?

Bueno, como iba diciendo, si conseguían acceder al dicho elevador, les esperaba un trayecto de unos 5 o 10 minutos de ascensión, una puerta blindada, cerrada a cal y canto, en medio d y un trayecto de varios kilómetros cuesta abajo, por una montaña resbaladiza. ¿Cómo sabían que estaba lloviendo? Ellos no, pero yo sí, que para eso es mi cuento y me invento lo que quiero. Pues eso, estaba lloviendo como el día en que llegaron a enfrentarse con sus falsos recuerdos y descubrieron que sus vidas habían sido solo un sueño. Tendrían que buscarse la vida por sus propios medios y esconderse en algún lugar donde no los pudiesen encontrar. ¿Un paraíso fiscal? ¿Para qué? No juntaban un euro entre los dos. Quizás algo más tranquilo en la montaña, como dos ermitaños enamorados criando de una hermosa renacuaja. Eso sería lo mejor, nada de redes sociales ni bailes en Tik Tok. Tendrían que llevar un perfil bajo para no ser localizados, y eso con suerte de no llevar un rastreador implantado.

De pronto la puerta de la habitación de Jorge se abrió y la doctora Rodríguez entró, se aproximó al cristal que los separaba y se quitó las gafas para limpiarlas.

Está embarazada. ¿Verdad? Dijo la doctora, dejando sorprendido a Jorge.

¿Quién? ¿Usted? Enhorabuena, supongo. Respondió con su típica cara de póker.

He dicho “está”, no “estoy” y sé que me has escuchado perfectamente. Conozco todas tus caras y sé cuándo me mientes. Dijo esa mujer, mientras volvía a ponerse las gafas y sonreía como si nada. La cámara está apagada, quiero ayudaros a escapar.

¿Y eso a qué se debe? Preguntó él, reticente.

Llevo años siguiendo vuestros movimientos, os he visto crecer, incluso os cree y mejoré genéticamente. No seré vuestra madre biológica, pero llevo velando por vosotros toda vuestra vida, y sé que si intentáis escapar os mataran. Añadió la mujer con lástima en la mirada.

¿No se supone que somos invencibles? Si nos matan es porque no hizo tan bien su trabajo. Se burló Jorge, que no entendía a dónde quería llegar la doctora.

Sois invencibles por separado, juntos no. Y quiero darle la oportunidad a vuestro hijo de crecer sano y fuerte, como lo hicieron sus padres antes que él. Deberás confiar en mí. Hizo una pausa. Cuando entréis en la sala de pruebas, deberéis resolver las dos primeras, me he encargado de tener que entrar con vosotros en la tercera para daros esa ventaja. Me cogeréis de rehén y lo demás es cosa vuestra, procurad no hacer daño a nadie si es posible, que para eso me estoy ofreciendo para ayudaros a escapar.

¿Cómo sé que puedo fiarme de usted?

No lo sabes, pero no te queda otra opción. Necesitáis a alguien de alto nivel en seguridad para abrir las puertas del elevador, y puedo daros algo de dinero para empezar, no mucho, para no levantar sospechas. Llevo quinientos euros en el bolsillo del pantalón para comprarme un bolso de Gucci que he visto, y por un descuido se me ha olvidado meterlos en mi bolso, intencionadamente, claro. Dijo aquella menuda mujer, parecida a Edna Moda de los Increíbles, que a Jorge resultaba sospechosa. ¿Pero qué otra opción tenían?

Al llegar a la sala de pruebas, Jorge le enseñó a Melinda lo que había estado practicando, si creaba constantemente una película de hielo alrededor de su cuerpo, podía tocar a Melinda sin salir ardiendo. Pero eso no era todo, porque ella también había estado jugando con sus dones un buen rato, si pensaba en cosas alegres, como un paseo por la playa mientras se comía un helado, el fuego se volvía algo más manso. Aquello les daba la oportunidad de estar juntos, por lo que probaron su teoría y por fin se abrazaron. Mientras, Jorge aprovechaba para contarle al oído lo que había planeado con la doctora. Melinda se sorprendió, tampoco se fiaba de aquella extraña mujer, pero si les proporcionaba una oportunidad para escapar, no la podrían desaprovechar aprovechar.

Bien chicos, la primera prueba la habéis pasado, ya que habéis demostrado que habéis practicado con las habilidades que os hemos otorgado. Ahora viene la segunda, destrozar al enemigo que os pongamos en frente. Dijo el doctor Ayala a través de los altavoces.

Ante ellos se abrió una compuerta de metal y entraron varios soldados de élite armados hasta los dientes. Esos boinas verdes se lo pondrían muy difícil a nuestros héroes, que aún no controlaban muy bien sus poderes. Entonces la pareja se separó todo lo que les fue posible, ya que sabían que la distancia en esta ocasión sería su mayor aliada. Diez hombres para cada uno, estaba la cosa igualada, aunque realmente no les duró mucho aquella batalla. Cuando Jorge dio la señal, levantó un muro de hielo tan grueso, que a los soldados de su parte les fue imposible realizar el avance. Pero eso no fue todo, también levantó un iglú a su alrededor, para evitar que Melinda le abrasara al calentarse.

Los soldados de los que se ocupaba la joven, comenzaron a dispararla con sus fusiles de asalto de 5,56 G-36K, pero las balas se derretían antes de alcanzarla, incluso llegándose a desintegrar. El calor se hizo tan insoportable, como el de una cámara de combustión en plena ignición. Después de apenas unos segundos, no quedó de los soldados ni el arma con la que la habían amenazado.

Suerte habéis tenido al haberos enfrentado a mí y no a ella, chicos. Les dijo Jorge a los supervivientes de aquel ejercicio al terminar con el mismo.

Bien, y ahora tenéis la tercera prueba, la lealtad. La doctora Rodríguez se ha ofrecido voluntaria para esta tarea, porque confía mucho en vosotros. Permaneceréis con ella en la sala y veremos si aguantáis sin matarla. Doctora, ¿está lista? Preguntó el doctor Ayala.

Sí, adelante. Dijo la doctora, mientras entraba en la sala y buscaba la silla que le habían preparado para que se sentara.

Justo antes de que la puerta se cerrase, Jorge empujó la silla hasta la puerta para evitar que se cerrase, después cogió a la doctora por el cuello y la amenazó con el punzón de hielo que en su mano apareció. Era como una estalactita pequeña y escurridiza, afilada y fría.

No queremos hacerla daño, pero lo haremos si es necesario. Apártense de nuestro camino y nadie será lastimado. Pidió Jorge y la alarma saltó.

La sirena comenzó a sonar y una luz roja a parpadear. Se notaba que habían vuelto los boinas verdes supervivientes y se habían apostado en el pasillo.

Háganle caso, por favor. Suplicó la doctora y la puerta de la sala se abrió por completo.

Salieron los tres al pasillo y fueron avanzando de espaldas hasta el elevador, mientras los soldados les apuntaban armas, cuando el miedo les dejaba. Habían visto lo que Melinda era capaz de hacer, y sabían que con el armamento que tenían, ni cosquillas le lograrían hacer. Al llegar al elevador la doctora puso su huella dactilar, mientras acercaba la cara para el reconocimiento de retina, y decía una frase que a Melinda jamás se le olvidaría.

Crea un Dios y en Dios te convertirás. Dijo aquella mujer y el elevador poco después se abrió.

¿En serio se creían dioses? ¿Cómo podían jugar así con la vida de la gente? Y todo en nombre de la ciencia. Seguramente aquel proyecto comenzó para salvar vidas, pero por el miedo a que otros países hiciesen lo mismo o simplemente por avaricia, lo había intervenido el gobierno para encabezar la carrera armamentística.

Gracias a aquella mujer que llevaba una llave colgada al cuello, fueron libres como el viento. Pero ya sabemos lo variable que es este elemento. Mientras los jóvenes desaparecían ladera abajo, para vivir ocultos con su hija en algún lugar apartado, el doctor Ayala ascendía en el elevador, para comprobar que el plan había salido a la perfección.

Al fin llegas. Dijo la doctora.

¿Todo bien? Preguntó él.

Sí. ¿Los satélites están en posición?

Sí, todo listo, les tendremos vigilados en todo momento. Añadió el doctor Ayala.

Perfecto, dejaremos que vivan su vida creyéndose a salvo y cuando la criatura nazca, les atraparemos. La criaremos desde el principio en el laboratorio, para comparar con sus padres varias variables. No sabemos si resulta más efectivo a la hora de desarrollar sus poderes el crecer libres y relacionarse con la gente o aislarles del mundo y negarles toda emoción. Dijo la doctora.

¿No será demasiado peligroso? Preguntó el doctor.

Sin riesgo no hay gloria y como científicos que somos, el límite lo ponemos nosotros. Respondió la doctora, volviendo a meterse en el elevador.

 

De momento esa pareja disfrutaría de su falsa libertad, hasta que llegado el día, se la pudiesen ganar. 


FIN


<<Gracias por haberme acompañado cada día de esta cuarentena en esta aventura llamada “Cuentos en Cuarentena”. Espero que os haya gustado y que no dejéis de seguir mi blog, donde podréis seguir leyendo los cuentos que vaya creando a un ritmo algo más relajado, mientras termino mi tercera novela que será un bombazo. Que os sea leve, cuidaros y seguiremos en contacto.>>

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