Rumanía a 24 de febrero de 2022
—
Señor, es oficial. Rusia acaba de atacar
Ucrania —dijo el secretario al
entrar en el despacho del presidente Rumano.
—
Convoca una reunión urgente con el
consejo. Debo hablar con los principales líderes políticos de la Unión, para
ver qué medidas debemos tomar al respecto.
—
Señor —interrumpió el general entrando en la
sala —. ¿Se ha enterado?
Tenemos a los Rusos aquí al lado y sabe que Putin no se contentará con Ucrania,
nos tiene en su punto de mira.
—
Lo sé. Si decide atacar Europa, seremos
de los primeros en caer. Puedes retirarte, Ion —le dijo a su secretario y éste se marchó,
cerrando la puerta tras de sí.
—
Ya sabía que nos iba a traer problemas
la petición de Ucrania. Le dije a Zelenski que era una pésima idea y no me hizo
caso.
—
Señor, le recuerdo que tenemos varios
experimentos en marcha y uno de ellos es la vacuna contra el Covid. ¿Paramos
todo?
—
Ya, el dichoso virus y su antídoto.
Ahora que me acuerdo. ¿Qué fue de esa mutación de la que me hablaste hace unos
días?
—
¿El virus 666?
—
Sí, el mismo.
—
Tenemos a los especímenes recluidos en
un laboratorio de máxima seguridad.
—
Quizás nos Sriva contra la avanzadilla
rusa. ¿Cree que podríamos usarlo como arma?
—
Para eso lo estábamos estudiando, señor.
El problema es que no hemos encontrado una cura para esa nueva mutación y,
tampoco lo hemos probado en humanos. Bueno…
—
¿Y bien?
—
Hubo un incidente hará unos días.
—
Habla. ¿De qué se trata? ¿Por qué no he
sido informado al respecto?
—
Verá, una de las ratas en las que probamos
el antídoto para la última variante del Covid, que estamos fabricando, mutó.
—
Eso lo sé y por eso ha surgido ese nuevo
virus.
—
Sí, lo que usted no sabe es que la rata
se escapó hará unos días.
—
¿La habéis encontrado?
—
Sí, por suerte no salió del recinto,
pero lo malo es que infectó a una niña durante su fuga.
—
¿Qué hacía una niña en el recinto?
—
Había una visita escolar y la rata
mordió a una de las niñas. En seguida fue puesta en cuarentena, pero ha
desarrollado el virus.
—
¿Y no habéis encontrado un antídoto?
¿Qué pasa con la familia de la niña? ¿Y los testigos?
—
Hemos controlado la filtración. A la
familia de la niña le dijimos que la estamos tratando porque la rata tenía la
rabia. Y en cuanto al antídoto, no hay ninguno como tal que pueda funcionar.
—
¿Cómo que no? Pues encontradlo. No
podemos soltar un virus sin tener el antídoto.
—
Este virus no se comporta como los
demás. Según las pruebas realizadas, convierte al sujeto de experimento en un
recipiente perfecto para una entidad sobrenatural.
—
¿Cómo dices?
—
Para un demonio real, señor. De ahí el
nombre que le han puesto.
—
¿Qué pruebas tienen al respecto?
—
La conducta del sujeto se vuelve más
violenta y despiadada. Su sed de sangre es insaciable y no obedece órdenes de
ningún tipo. El infectado se convierte en una perfecta máquina de matar, señor.
Además, por mucho que se le dispare, sigue en pie, incluso al dispararle en la
cabeza.
—
Pero eso parece más un zombi o incluso un
vampiro. ¿Cómo saben que los sujetos de experimento están poseídos? Quizás sea un
síntoma del virus.
—
Pues verá, le sonará extraño, pero entre
los científicos que desarrollaron el virus había un antiguo monaguillo. Cuando
la rata mordió a la niña, la pequeña sufrió un cambio a los pocos minutos de
entrar en contacto con el virus y atacó a los soldados que la escoltaban hasta
el laboratorio. Pero no los mató, como parecía en un primer momento a través de
las cámaras de seguridad, los hizo mutar también. Los refuerzos consiguieron
apresarlos y retenerlos a todos bajo estrictos niveles de seguridad, hasta que
volvieron a escaparse y atacaron a los científicos que los estaban estudiando —hizo una pausa para
tragar saliva y el presidente Klaus Iohannis le recriminó con la mirada la
tardanza —.
El hombre del que le hablé, el antiguo monaguillo, se puso a rezar por miedo a
terminar como los demás científicos y logró hacer que, tras varios minutos
retorciéndose, algunos de los sujetos infectados volviesen a su estado normal.
Justo antes de hacerlo, expulsaron por los ojos y la boca un líquido negro tan
denso como el alquitrán, al que el científico se refirió como el mismísimo
diablo. Todos los supervivientes (aquellos cuyos cuerpos no estaban demasiado
dañados), han sido puestos en cuarentena, excepto la niña, que sigue recluida
bajo los efectos del virus en las instalaciones de máxima seguridad.
—
Parece sacado de una película de ciencia
ficción.
—
Lo sé, señor. Cuesta creerlo, pero
hablando con los afectados que sobrevivieron y ya se encuentran fuera de
peligro, todos y cada uno de ellos mencionaron haberse sentido prisionero en su
propio cuerpo, compartiendo conciencia con un ser oscuro para el que ninguno
logra hallar una explicación razonable.
—
¿Y cómo se me ha ocultado tal suceso?
—
Todo sucedió muy rápido, señor. Tuvimos
que tomar decisiones difíciles en un corto periodo de tiempo. Me disponía a
comunicárselo cuando comenzó la amenaza de Rusia a Ucrania y con todo este lío,
lo fui postergando.
—
Quiero ver a la niña.
—
Señor…
—
Quiero verla, prepárelo todo para esta
tarde y ahora, váyase, tengo muchas llamadas que hacer y una rueda de prensa
que dar en unas horas. Ah, y pasamos a DEFCON 3, de la orden.
—
Sí, señor presidente.
Mientras tanto, a las afueras de
Rumanía y en la frontera con Moldavia, un sacerdote ortodoxo preparaba la misa en
un pequeño rincón llamado Bereşti. Su pequeña iglesia era todo lo que tenía y
solía cuidarla con mimo. De repente, se dio cuenta que uno de sus vecinos —al que no solía ver en
la iglesia —estaba
sentado en primera fila y rezando, por lo que decidió acercarse a él para ver
si podía servirle de ayuda.
—
¿Puedo ayudarte? —Preguntó, tras sentarse
junto al hombre misterioso.
—
Nadie puede, padre.
—
No te he visto nunca por mi iglesia.
—
Hace mucho que perdí la fe y dejé de
venir al templo de Dios.
—
Pero lo importante es que ahora estás
aquí, quizás hayas encontrado aquello que creías perdido.
—
No lo sé, padre. ¿Sabe? Hace unos años,
yo era como usted. Vivía en Roma y era uno de los exorcistas más venerados en
el Vaticano.
—
¿Y qué pasó, hermano? ¿Por qué te
alejaste de la fe?
—
Vi demasiadas cosas, padre. Todo aquello
me superó.
—
¿Y a qué te dedicas ahora?
—
No se lo va a creer, soy mercenario.
—
¿Y cómo un hombre de paz da un cambio
tan repentino en su vida?
—
Cuando ves a los demonios apoderarse de
todas esas almas buenas, te acabas dando cuenta que luchas en el bando
perdedor.
—
Solo se pierde cuando se deja de luchar.
—
Amén a eso, padre.
—
¿Por qué no te quedas a la misa de hoy?
Puede que te ayude a encontrar las respuestas que estás buscando.
—
Será mejor que no, volveré a casa y me
encerraré allí hasta que me salga un nuevo encargo. No soy buena compañía para
nadie, pero se lo agradezco.
—
La casa del señor tiene las puertas
abiertas para todo el mundo, siempre que lo necesiten.
—
Mis puertas también están abiertas para
usted. Vivo en la casa más apartada del pueblo, no tiene pérdida.
—
Ve con Dios, hermano.
—
Lo mismo digo, padre.
Y el hombre desapareció entre la
multitud que comenzaba a entrar a la iglesia, pues la misa estaba a punto de
comenzar y él ya no soportaba las aglomeraciones.
¿Por qué un antiguo exorcista lo
dejaría todo y se convertiría en mercenario? ¿Por qué se mudó a ese pequeño
pueblo a las afueras de Rumanía? ¿Qué fue lo que le pasó realmente?
Tras salir de allí, cogió su Ducati
Streetfighter V4 negra y se perdió por el horizonte, bajo la atenta mirada del sacerdote
que saludaba desde la entrada, a los feligreses que acudían a su llamada.
De vuelta a la capital, el
presidente de Rumanía se dirigió al laboratorio, tras haber mantenido
negociaciones con los líderes europeos y tras dar una rueda de prensa debido al
conflicto de Rusia con Ucrania. El pueblo estaba en alerta y mientras la
población comenzaba a entrar en pánico —vaciando los supermercados —la sexta ola del virus
que mantuvo en jaque a la población en 2020, siguió golpeando discretamente.
—
¿Cómo se llama la niña? — Preguntó el presidente
rumano, Karl Iohannis, antes de entrar en el laboratorio.
—
Viorica Popescu.
—
¿Edad?
—
Nueve años, señor presidente.
—
De acuerdo, veamos a la niña. ¿Es
seguro?
—
Sí, mi señor. El cristal está reforzado
y es un espacio aislado, por lo que no hay posibilidad de contagio.
—
¿Se contagia por el aire?
—
No, tan solo a través de la sangre o la
saliva.
—
De acuerdo.
De repente, una
alarma comenzó a sonar y los guardaespaldas se pusieron en alerta. Las puertas del
complejo se sellaron y una llamada de teléfono puso en jaque al general.
—
¿Qué sucede? ¿Cuándo? De acuerdo.
—
¿Qué ocurre? — Preguntó el
presidente.
—
La niña se ha escapado, hay que ponerle
a salvo. ¡Llevad al presidente de vuelta al Palacio de Cotroceni!
¡Inmediatamente!
………………………………………………….
Mientras el caos cundía en aquel
laboratorio secreto, y los hombres del presidente rumano luchaban por ponerle a
salvo, el virus 666 salía de las instalaciones de máxima seguridad, en el
interior de una niña de nueve años.
La pequeña había
saltado —sin mucho esfuerzo —la alambrada que rodeaba el recinto, pese a estar
electrificada y con un alambre de espino en la parte más alta. Aquel virus era
capaz de introducir en el huésped infectado una entidad oscura, bajo astral o
demonio —como lo queramos llamar —otorgándole, no solo la agilidad necesaria
para saltar la valla, sino también, una fuerza descomunal capaz de partir el
cuello del científico, que le extraía una muestra de sangre en aquella celda de
contención; robándole así la tarjeta de acceso con la que se fugó.
—
Lo siento, señor. No hay noticias de la
niña. No está en las instalaciones —dijo el general.
—
¡Encontradla! Si no teníamos ya bastante
con el dichoso Covid y la rabieta de Putin, ahora vamos nosotros y dejamos un
demonio suelto.
—
Sí, señor. Estamos intentando contener a
los infectados, que la niña ha ido creando a su paso. Enseguida mandaré un
equipo a buscarla.
—
Pero que sea lo más discreto posible, no
podemos arriesgarnos con un escándalo de tal magnitud en estos momentos.
— Así
se hará, señor.
Dos científicos y cinco militares
habían resultado infectados por la niña, pero por suerte, el científico que
resolvió el incidente anterior, seguía estando en las instalaciones en ese
preciso momento. Los afectados fueron conducidos hasta su presencia, de uno en
uno, esposados, encadenados, amordazados y escoltados por cuatro militares cada
uno.
Poco a poco, fueron retomando su
estado normal y llevados a la enfermería, donde se repondrían de las mordeduras
recibidas; todos menos el científico al que la pequeña partió el cuello, pues
ese no pudo salvarse tras abandonar el demonio su cuerpo.
Con los ojos inyectados en sangre y
el bajo del vestido rasgado, Viorica Popescu —o más bien, su recipiente —se
adentró en una zona frondosa en dirección al norte, cerca de donde cierto
mercenario leía un libro plácidamente, junto a un buen fuego y una pipa de espuma
de mar.
A Pietro le gustaba fumar, mientras
se deleitaba con aquellos clásicos de la literatura universal, que devoraba prácticamente
a diario. Aquel gesto, le había salvado la vida durante su estancia en el
Vaticano. Siempre de un lado para el otro, realizando aquel trabajo tan esclavo
y que, poco a poco, le había ido matando. Los demonios te absorben la energía
vital, de ahí que sus víctimas resulten tan fáciles de manipular.
Esos pequeños momentos a solas con sus
libros, eran lo más cercano a tocar el cielo que había vivido. Estaba cansado
de todo el mal que había visto en su vida, pero, aunque solo necesitaba
descansar, jamás dejaría de luchar contra el mal; solo que había cambiado la
forma de hacerlo, ahora apresaba a los malhechores en lugar de mandarles de
vuelta al infierno.
De repente, el vello se le erizó y
un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Algo iba mal, aquello era una
vieja señal que no olvidaría jamás. Cuando pasas tantos años como él, luchando
contra Satanás, te resulta más sencillo identificar las señales que anuncian la
llegada del juicio final.
Dejó el libro de “Los Viajes de Gulliver” sobre la mesita
redonda de tres patas, que había junto al sillón orejero en el que se sentaba,
y se levantó para acercarse más a la ventana. El cielo estaba gris, anunciaba
tormenta; aunque no era nada extraño en esa época, pues llevaba toda la semana
lloviendo a cántaros y no tenía pinta de concederles una tregua. Pero hubo algo
que llamó la atención de Pietro, los pájaros. Una bandada de Phalacrocorax
carbo o Cormoranes grandes, como se les conoce comúnmente, sobrevolaban la zona
a la carrera, huyendo de un mal peor que la guerra.
Aquí me detengo un momento, para
hacer un aporte a nuestros queridos lectores: Si alguna vez sentís que estáis
en peligro, seguid a los animales del entorno, pues ellos os pondrán a salvo
gracias a su instinto de supervivencia y a su increíble sentido de la
orientación. La experiencia del pasado, si no cae en el olvido, servirá de guía
para el futuro.
—
Mal augurio. Esto no me gusta nada —dijo
antes de coger su teléfono móvil y llamar a su antiguo jefe en Roma, para
contarle lo que estaba pasando.
—
Buongiorno. Cossa posso aiutare? —
respondió su antiguo superior al otro lado de la línea.
—
Rafael, hermano, soy Pietro. ¿Me
recuerdas?
—
Cómo olvidarte, hermano. Justamente
estaba pensando en llamarte.
—
¿Y eso?
—
Eras el mejor exorcista que hemos tenido
hasta la fecha y, en estos momentos, requerimos tus servicios de nuevo.
—
Sabes que me retiré.
—
Lo sé, pero un mal muy grande nos
acecha. Las energías están muy revueltas y hasta su santidad se ha dado cuenta.
—
Lo sé, por eso te llamaba. Algo va mal.
—
¿Lo sabes?
—
¿El qué?
—
Lo de los demonios de Rumanía.
—
¿Demonios?
—
Pensé que me llamabas por eso.
—
Vuelvo a tener esa sensación, la misma
que sentí durante los años que permanecí bajo tu mando.
—
No me extraña nada, hermano. Sabes que
no puedo irme de la lengua, ahora que ya no formas parte de la congregación,
estás fuera, pero estamos desesperados.
—
¿Qué sucede?
—
Un antiguo miembro que reside en
Rumanía, al igual que tú, nos ha llamado para notificarnos un caso sin
precedentes.
—
¿Cómo sabes dónde vivo?
—
Siempre hemos cuidado de ti en las
sombras, con la esperanza de que algún día regreses con nosotros. Tu puesto
sigue aquí, esperándote.
—
No lo sé, hermano, ya no soy el mismo de
antes. Las fuerzas me fallan, me duelen todos los huesos y apenas logro
conciliar el sueño. Llevar a cabo tantos exorcismos como hice en su día, pasa
factura.
—
Lo sé, pero tienes un don divino y la
providencia es caprichosa.
—
¿Qué es lo que ha sucedido en esta zona?
—
Sí, disculpa. Los científicos han estado
experimentando con una cura para el Covid, pero se han topado con algo mucho
más peligroso.
—
¿Otro virus?
—
Podría llamarse así. Le llaman el Virus
666, porque se transmite como un virus normal, pero en realidad es algo mucho
peor. Convierte al huésped en un perfecto recipiente para una entidad
demoniaca, como si el virus invocase a los demonios y los invitase a poseer el
cuerpo del sujeto.
—
Eso no puede ser. Debe haber un error.
Los demonios no son un virus, son el mal de este mundo.
—
No hay ningún error. Mi fuente está
estrechamente relacionada con el caso y nos ha solicitado ayuda para realizar los
exorcismos él mismo. Ya ha llevado a cabo unos cuantos y necesita refuerzos.
—
¿Me estás pidiendo que me encargue del
asunto? Ya te he dicho que estoy retirado.
—
Te contratarán para localizar al
paciente cero y te pagarán por ello. ¿No es eso lo que hace un mercenario? Además,
eres tú el que me ha llamado por esa sensación tuya. ¿Recuerdas? Por mucho que
pase el tiempo, no puedes negar lo que eres en realidad.
—
Soy un mercenario.
—
Sí, pero un mercenario de Dios y él te
ha hecho el mayor encargo de todos, limpiar la tierra del verdadero mal que la
asola, los demonios.
—
¿Quién es el paciente cero?
—
Si aceptas el trabajo, te pondré en
contacto con el científico en cuestión y podrás hablar con él directamente. ¿Lo
aceptas?
—
¿Tengo elección? Me vine hasta aquí huyendo
de todo eso y al final me ha terminando encontrando.
—
Eres el hombre más fuerte que conozco,
sé que podrás resolver este inconveniente lo antes posible y con la mayor
discreción.
—
No estoy en mi mejor forma.
—
Ni yo, nos hacemos viejos, pero sé que podrás
compensar la energía que te falta con esa mente tan brillante que tienes. Aún
tengo el reloj de arena que me regalaste hace años por mi cumpleaños.
—
¿Lo conservas?
—
Por supuesto.
—
Ese fue mi mayor fracaso y, tenerlo
cerca, me lo recordaba constantemente.
—
Tú piensas que fue un fracaso, yo pienso
que fue todo un logro.
—
¿Logro? Aquella niña de Sri Lanka murió
en mis manos, no pude salvarla.
—
Y sus padres te regalaron ese reloj de
arena que habían encontrado enterrado en la ciudadela de Sigiriya, como agradecimiento
por salvar el alma de su hija. No salvaste su cuerpo, pero sí lo realmente
importante.
—
Unos dos mil años de antigüedad tiene
ese reloj y sigue intacto.
—
Al igual que esta pieza de colección, no
podemos detener el paso del tiempo, pero sí podemos disponer de él como mejor
nos convenga. Esa fue la frase que me dijiste al regalármelo, junto con tu
carta de dimisión.
—
Está bien, pásame el teléfono de tu
contacto. Lo haré.
— Sabia
decisión, hermano. Estaremos en contacto —y la conversación se cortó.
Poco después, Pietro recibió un
mensaje en su teléfono móvil. Sabía que aquella llamada le cambiaría la vida, y
por ello, echó un vistazo a su alrededor: el libro a medio terminar, el fuego
crepitando en la chimenea, el olor a café recién hecho; esa paz que había
conseguido, se esfumaría tan rápido como el humo de su vieja pipa.
Mientras tanto, la pequeña Viorica
Popescu y el demonio que llevaba dentro, salieron del Parque Nacional Munţii
Măcinului (MUNTI MACHINULUI) en dirección a Bereşti; pero antes de llegar a su
destino, harían varias paradas en el camino. Luncaviţa es un pequeño pueblo
dentro de una comuna con el mismo nombre, en el condado de Tulcea.
Una maestra de escuela salía de
casa en el preciso momento en que, junto a su puerta, pasaba la pequeña. Cuando
la vio, toda manchada de sangre y con el vestido rasgado por culpa del follaje
—que horas antes había atravesado en ese parque —se acercó a ella sin
pensárselo dos veces para socorrerla.
— Hola.
Me llamo Nicoleta. ¿Estás bien? ¿Te has perdido?
Pero la niña no pronunció ni una
sola palabra, tan solo alzó la vista hacia su presa y, como si se tratase de un
león a punto de cazar a una gacela, se lanzó a por la maestra y le clavó los
dientes en una pierna. Le desgarró un pedazo del gemelo izquierdo, mientras la
mujer caía al suelo pidiendo auxilio, pero nadie acudió en su ayuda.
De repente, un humo negro ascendió serpenteantemente desde
el suelo, hasta colarse por sus orificios nasales y metérsele dentro. Nicoleta,
sintió cómo aquel demonio se apoderaba de todo su ser, relegándola a un segundo
plano, como si viese la función desde el palco más alto del teatro.
No sentía nada, ni frío, ni calor,
ni siquiera el dolor de aquel pedazo de pierna que la niña le arrancó. Luchaba
desesperadamente por echar a ese intruso de su cuerpo y de su mente; pero fue
en vano, pues su fuerza de voluntad se vio ensombrecida por el temor a quedarse
atrapada allí de por vida.
………………………………………………….
Viorica continuó vagando por las
calles de Luncaviţa, seguida de la maestra a la que acababa de infectar. Poco a
poco, las dos fueron demonizando a cada habitante que se cruzaba en su camino,
y éstos, a su vez, seguían esparciendo el virus. En pocos minutos, la mayor
parte de Luncaviţa estuvo dominada por los demonios.
La poca gente que logró escapar,
huyó a los pueblos cercanos para dar la voz de alarma. Al principio nadie les
creyó, pero no tuvieron que esperar demasiado para confirmar lo que los
supervivientes les relataron, pues la infección llegó a Galaţi antes de la
puesta del sol.
Tras esto, las noticias de la
infección corrieron como la pólvora por toda Rumanía y, poco después, las redes
sociales se hicieron eco de la noticia, llegando a oídos de los mandatarios de
las Naciones Unidas y de Rusia; lo que provocó un alto en el camino en plena
Tercera Guerra Mundial e hizo que las miradas se desviasen hasta el país que,
Klaus Iohannis intentaba gobernar.
El teléfono no dejaba de sonar, el
gabinete de crisis quiso quitarle hierro al asunto, pero fue en vano; se les
había ido de las manos.
—
¿Qué hacemos, señor presidente? —
Preguntó el general.
—
No queda otra que dar un comunicado.
Destruye todo lo del laboratorio. Diremos que no sabemos lo que está ocurriendo,
pero que estamos intentando ponerle remedio.
—
¿Prendo fuego al laboratorio?
—
¡No seas bruto! Solo destruye lo que
tenga que ver con la investigación. ¿Sabes cuánto cuestan unas instalaciones
como esas?
— De
acuerdo, señor. Así se hará.
Pocos minutos después, el presidente
se dirigió al mundo desde el Palacio de Cotroceni, respaldado por sus asesores
y el discurso que éstos le habían preparado. Pese a ser una reunión de
urgencia, la sala estaba abarrotada por la prensa. No solo había periodistas
locales, también decenas de corresponsales de otros países, que residían en
Rumanía habitualmente.
El murmullo de todas aquellas voces
de fondo, se silenció automáticamente al ver al presidente subir al escenario y
colocarse tras el atril. La bandera rumana con los colores azul, amarillo y
rojo, se alzaba a un lado de una gran pantalla, justo a su espalda; mientras
que al otro lado de la pantalla, en la que el logo de Rumanía ocupaba todo el
fondo, se alzaba la bandera de la Unión Europea (ya que Rumanía entró a formar
parte del grupo en 2007, al igual que Bulgaria).
—
Estimados ciudadanos. A las siete de la
tarde del día de hoy, hemos recibido una alerta sobre un ataque a uno de
nuestros territorios. Luncaviţa ha sido prácticamente arrasado por un nuevo
virus de origen desconocido. Los supervivientes han sido puestos a salvo en
campamentos de refugiados y las localidades entre Luncaviţa, Galaţi y Brăila, han
sido puestas en cuarentena —el presidente hizo una pausa, bebió un poco de agua
y continuó con su discurso frente a la atenta mirada de los presentes —.
Nuestros mejores científicos están trabajando en ello y esperamos obtener
respuestas lo antes posible. Y ahora, si tienen alguna pregunta…
—
¡Señor presidente! —Dijo una periodista,
levantando la mano.
—
¡Dígame!
—
¿Por qué no han avisado del incidente
hasta ahora? Han pasado varias horas desde que el primer vídeo comenzó a circular
por la red.
—
Debíamos cerciorarnos de la veracidad
del vídeo antes de dar la voz de alarma. Además, he tenido que informar,
personalmente, a todos los mandatarios de los países vecinos y movilizar tanto
al ejército como a los científicos disponibles. Queremos que éste asunto se
resuelva lo antes posible y con el menor impacto.
—
¿Qué síntomas se manifiestan en los
infectados? —Preguntó otro periodista.
—
Al
parecer, los infectados demuestran tener una conducta violenta y un aumento de
la condición física. Se vuelven más fuertes y resistentes a los ataques.
—
¿Son zombis?
—
No, solo se ve alterado su estado
temporalmente. Hemos logrado rescatar a un infectado que se ha curado,
milagrosamente, y estamos haciendo pruebas para hallar una cura gracias a su
sangre. Procuren no matar a nadie, les recuerdo que no son zombis, están
infectados con un virus que puede ser reversible,
—
¿Es un virus creado en laboratorio?
—
No lo sabemos, al menos lo que sí
estamos seguros es que no hemos sido nosotros. También he hablado con los
mandatarios cercanos, incluido Putin, y tampoco tiene nada que ver con el
virus, por lo que se puede descartar un ataque intencional.
—
¿No estarán creando una distracción para
desviar la atención de los avances de las tropas rusas hacia el resto de Europa?
— Para
eso no nos hace falta crear un virus, tenemos el fútbol —el presidente se rió,
al igual que todos los allí presentes —. Y ahora, si me disculpan, debemos
seguir trabajando para controlar este brote lo antes posible. Se les mantendrá
informados mediante comunicados de prensa de forma periódica. Gracias por su
atención.
Cuando el presidente bajó del
escenario, fue felicitado por todo su equipo de asesores. Mientras se dirigía a
su despacho, los periodistas abandonaban la sala de prensa, haciendo
comentarios entre ellos y llamando a sus sedes por teléfono, pues había datos
que no salían por televisión, como los asistentes al evento o lo que se cocía
tras el telón.
Teorías y más teorías, nadie podía
imaginarse la magnitud del virus que les venía encima. ¿Por qué no dijeron la
verdad? ¿Por qué ocultaron las posesiones? La explicación tiene más lógica de
lo que nos gustaría aceptar. La gente teme aquello contra lo que no puede
luchar, pues no es lo mismo pelear contra un virus —cuando una simple vacuna lo
puede erradicar — que contra un millar de demonios, casi imposibles de manejar.
¿Qué dos versiones te creerías antes? ¿La posesión o la infección? Es como la
recomendación de gritar fuego para desalojar un edificio, si gritas otra cosa,
la gente hará caso omiso.
En Beresţi, Pietro esperaba a su
contacto en el porche de su casa. La cafetera estaba casi lista y justo cuando
iba a retirarla del fuego, un coche aparcó en su puerta y un hombre menudo con
gafas de pasta y pelo canoso, se bajó de él con cierto recelo. Se notaba que
aquel hombre tenía miedo, pero… ¿De qué exactamente?
—
¿Pietro?
—
Soy yo —respondió el antiguo exorcista,
tendiéndole la mano a modo de saludo.
—
Gracias por ayudarme, no sabía a quién recurrir
y llamé al Vaticano.
—
Lo sé, mi antiguo jefe me puso al tanto.
—
¿Antiguo?
—
Sí, digamos que estoy retirado, aunque
quieren que vuelva a incorporarme al servicio. Me lo estoy pensando.
—
Siento molestarle, pero esto es serio.
No doy abasto. Hay varias localidades infectadas y cientos, miles de personas
poseídas. ¿Qué haremos?
— Lo
primero es entrar dentro de la casa, tengo el café listo.
Pietro le hizo pasar, le pidió que
se sentara junto a la chimenea y le Srivió una taza de café recién hecho.
Después, se sentó frente a él, cogió su pipa de espuma de mar y la encendió,
tomándose su tiempo.
—
Debemos pensar en conjunto —por fin
habló, pues su visita se estaba impacientando —. Si logramos reunir al mayor
número de infectados en una zona, en un punto acotado y aislado, podremos
realizar el exorcismo a través de un altavoz. Lo del agua bendita es fácil,
pueden descargarla con helicópteros antiincendios.
—
No lo había pensado de ese modo.
—
Al menos esa parte está cubierta, lo que
verdaderamente me preocupa es el paciente cero. ¿De quién se trata?
—
¿No se lo han dicho?
—
No.
—
Es una niña de nueve años. Nada de lo
que he probado con los demás infectados, funciona con ella.
—
Lo primero es disponer de todo lo
necesario para que se lleve a cabo la limpieza general. Encárguese usted de eso
y yo me encargaré de la niña. ¿Tiene una foto?
—
Sí, extraída de las cámaras de
seguridad. Además, creo que no le hará falta ir muy lejos para localizarla, según
las zonas infectadas, se dirige hacia aquí.
—
¿Cómo?
—
Sí. Los demás tienen una conducta
errática, pero ella está siguiendo un camino concreto. Si no fuese imposible,
diría que le busca a usted.
—
¿A mí? ¿Por qué?
— No
lo sé, pero ese demonio no es como el resto.
De repente, Pietro tuvo una
sensación extraña y un pensamiento fugaz le invadió la mente por completo y le
hizo perder la concentración por un momento. Aquel reloj de arena que —su amigo
y antiguo jefe —guardaba a buen recaudo en Roma, se apareció ante él como una
visión, recordándole aquel hecho tan doloroso que ocurrió; sobre todo le
recordó a aquella pequeña niña que murió en sus brazos, presa de las garras del
mismo diablo.
¿Por qué pensaba en eso
precisamente ahora? Quizás… ¿Porque había otra niña de la misma edad implicada en
el caso o porque sentía cierta conexión con el demonio que iba a llamar a su
puerta, tarde o temprano?
Fuera como fuera, no le volverían a
pillar desprevenido. Llevaba años preparándose para el segundo asalto, y esta
vez, lograría su cometido; devolver a los demonios al lugar del que habían
salido.
………………………………………………….
Mientras
el científico y Pietro ultimaban los detalles de la limpieza demoniaca, el
presidente de Rumanía intentaba calmar a las masas, Viorica continuaba su
avance —infectando a todo aquel que en su camino se cruzase —y Putin continuaba
en guerra con medio mundo, tras invadir Ucrania… Un viejo reloj de arena
permanecía a buen recaudo en el interior del Vaticano, con más de dos mil años
de antigüedad y una increíble historia por contar.
SIGLO
Ⅴ D.C.
La
ciudadela de Sigiriya fue fundada por Kaspaya Ⅰ en la India y se planteó como
una fortaleza contra su hermano, con el que estaba desde hace tiempo en guerra.
La terraza de la ciudadela tenía forma de león, lo que nos recuerda vagamente a
la Esfinge de Giza, ubicada en la ribera occidental del río Nilo en Egipto.
Según
contaba la leyenda, en el embalse de Kalawewa, y muy cerca de la ciudadela,
había un gran tesoro escondido dentro de una cueva; pero, ya sabemos lo que
sucede con los tesoros y sus incesantes búsquedas, que muchos de ellos están
malditos o son espejismos creados para hacer más jugosos ciertos acertijos.
Cuando
los padres de Nayana viajaron a la ciudadela para estudiar las ruinas, pues
eran arqueólogos, descubrieron que bajo el antiguo embalse de Kalawewa, había
una cámara secreta. ¿Cómo se les había pasado a los descubridores británicos
que ascendieron hasta ese lugar allá por el año 1853? ¿Y a todos los que
vinieron después?
Tras
mucho esfuerzo lograron acceder a la cámara secreta, gracias a unas cuerdas y a
mucha paciencia. Allí, encontraron un viejo reloj de arena, que parecía estar
intacto pese a tener más de dos mil años.
Aquella
pieza, digna de un museo, fue puesta a buen recaudo y llevada con ellos de
vuelta a Colombo, la capital legislativa y judicial de la República Democrática
Socialista de Sri Lanka.
Mientras
que aquel matrimonio estudiaba la pieza en casa, su hija Nayana jugaba en un
cuarto próximo a donde sus padres y el objeto se encontraban. Cuando el
matrimonio salió de la habitación un momento —dejando la puerta abierta —para
consultar unos antiguos libros que tenían en el desván, la pequeña Nayana se
acercó a curiosear.
Los
arqueólogos estaban fascinados, no se conocía ningún reloj de arena anterior a
la representación de 1338 del fresco Alegoría
del Buen Gobierno por Ambrogio Lorenzetti; aunque se cree que pudo
haber sido introducido en Europa por un monje del siglo octavo llamado
Liutprando, que sirvió en la catedral de Chartres en Francia. Aquel reloj
era mucho más antiguo, pues tenía por lo menos dos mil años de antigüedad y eso,
no era normal. Por aquella época tan sólo se conocía el reloj de agua, que fue
el antecesor al reloj de arena.
—
No es lógico. ¿Por qué tenían ese reloj
encerrado en aquella cámara? —Preguntó la mujer.
— No
lo sé. ¿Ese es el tesoro al que se referían en las antiguas escrituras? —Preguntó
el marido.
— El
mayor tesoro que existe es el tiempo, quizás se referían a eso.
— ¿Y
por qué estaba oculto? ¿Ves los símbolos que había grabados en la cámara?
— Sí,
existe una maldición, según he traducido.
— Es
algo más que eso, es una advertencia, como si el que estuviese maldito fuese
ese reloj.
— Es
muy extraño. ¿Quién inventó ese reloj? ¿Fue Dhatusena, el padre de Kasyapa y
Moggallana?
— No,
las pruebas que le hemos hecho al reloj, indican que es anterior al calendario
moderno, por lo menos procede del siglo uno antes de Cristo y, Dhatusena, vivió
en el siglo Ⅴ después de Cristo.
—
Por eso le dijo a su hijo que allí,
debajo del embalse Kalawewa, había un tesoro escondido; pero en ningún momento
le dijo que él lo había puesto allí.
De
repente, se escuchó un estruendo proveniente del despacho y los arqueólogos salieron
corriendo para ver de dónde procedía aquel ruido tan truculento. Al llegar,
descubrieron a su hija tendida en el suelo y muy cerca del reloj de arena —que
seguía intacto sobre la mesa —convulsionando y cubierta de una sustancia
pegajosa y negra, que se colaba lentamente por los ojos de la pequeña.
Sus
padres corrieron hasta ella e intentaron despertarla, pero fue en vano, pues la
pequeña parecía estar inconsciente y con la mirada ausente. Llamaron al médico
y no supo dar un diagnóstico claro.
Durante
varios meses Nayana permaneció en coma, pasando de hospital en hospital, sin
encontrar un remedio válido que la pudiese despertar. Al quinto mes la niña
abrió los ojos de golpe, mientras su madre dormía junto a ella en una silla de
hospital. Nayana se desconectó de las máquinas, se levantó de la cama descalza y
echó a andar. Tanto su madre como las enfermeras, intentaron detenerla, pero
todo aquel que se interponía en su camino, acababa tirado en el suelo y
malherido.
¿De
dónde había sacado esa fuerza aquella endeble niña, que llevaba meses postrada
en una cama? Sus ojos color avellana se habían tornado negros como el alquitrán
y, la alegría que la caracterizaba antes del accidente, se había tornado la más
profunda oscuridad.
Varios
celadores hicieron falta para atraparla y hasta en un manicomio tuvieron que
encerrarla. Sus padres no comprendían lo que le pasaba, hasta que una noche en
casa, su madre pasó junto al despacho —que llevaba tiempo sin ser utilizado —y escuchó
la voz de su hija, que provenía de aquel reloj de arena que tenían sobre la
repisa.
La
mujer comenzó a sollozar desconsolada, mientras le relataba a su marido lo que
había experimentado antes que éste llegase a casa. Rápidamente, él volvió a
sacar los papeles sobre la investigación de la ciudadela, que había guardado
tras el incidente de su hija en un archivador, y tradujo en una sola noche los
textos sagrados que revelaban lo que aquella trágica noche ocurrió.
<<De
los infiernos surgirá un regalo envenenado que se apoderará,
Poco
a poco, del ser humano.
Intangible
como el aire e igual de insondable,
El
mal se oculta dentro de los arenales.
Cenizas
en una urna de cristal, cuyos demonios darán vueltas sin cesar;
A menos
que un ser puro los devuelva a tiempo al infierno del que lograron escapar.
Todo
aquel que toque la urna quedará maldito,
Hasta
que el demonio que gobierna en los infiernos,
Sea
derrocado por un ser divino. >>
—
No puede ser cierto. ¡Estamos malditos!
—Se lamentó la mujer, al escuchar a su marido leer en voz alta aquel texto
traducido.
— ¿Qué
hemos hecho? No debimos traer ese objeto a casa.
— ¿Qué
haremos ahora?
— Necesitamos
ayuda, debemos salvar el alma de nuestra hija.
— ¿Quién
podrá ayudarnos?
— Debemos
hablar con alguien en el Vaticano, es nuestra única opción.
— ¿Crees
que nos harán caso?
—
Les llevaremos pruebas, vayamos a ver a
nuestra pequeña.
Los
días sucesivos recopilaron todos los datos que pudieron, acerca de la conducta
agresiva de su hija: testimonios, informes médicos, vídeos de las cámaras de
seguridad y toda la documentación sobre la ciudadela que pudieron encontrar.
Tres
días después, cogieron un vuelo a Roma y pidieron audiencia en el Vaticano. Dos
semanas tuvieron que esperar para que un sacerdote les recibiese en la Basílica
de San Pedro, pero cuando pusieron un pie en suelo sagrado, ambos sufrieron un
tormento parecido al que deben sufrir los condenados en el mismo infierno; fue como
si diez mil agujas afiladas, se les clavasen por todo el cuerpo al ser
disparadas.
Los
sacerdotes que había en la Basílica los socorrieron de inmediato, y tras ver lo
que había ocurrido a las puertas de su templo, llamaron al padre Pietro para
que les realizase un exorcismo de urgencia a esos dos pobre sujetos. No estaban
poseídos en ese momento, pero unos días más y hubiesen sido esclavos en sus
propios cuerpos.
Tras
pasar unos días reponiéndose, pudieron hablar con el sacerdote que les había
salvado y le contaron el motivo de su visita al Vaticano. El padre, al escuchar
aquel relato, llamó a su superior y ambos acordaron ayudarlos, tras dar parte
al Papa, que pareció dar su bendición para aquel trabajo.
Unos
días después, Pietro y los dos arqueólogos se encontraban en el hospital
psiquiátrico en Colombo, Sri Lanka, para exorcizar a Nayana con el permiso especial
de los médicos que la trataban; pese a que no quedó constancia en ningún
informe de lo que aconteció en aquella estancia.
Pietro
luchó con uñas y dientes por salvar a la pequeña de aquel demonio que la tenía
presa, pero fue en vano, pues lo único que logró fue devolver a ese ser
infernal al lugar del que se había escapado.
Los
padres de la pequeña lloraron desconsolados, pero al menos Nayana descansaría
en paz lejos de aquel bajo astral que la había estado torturando. Por ello, le
entregaron aquel reloj al sacerdote, para ponerlo a buen recaudo en el
Vaticano, lástima que la traducción fuese errónea y Pietro creyese que aquello
era un regalo.
EN
LA ACTUALIDAD, AL NORTE DE BEREŞTI
—
¿En qué piensa? —Preguntó el científico,
mientras bebía un sorbo de café y observaba a su anfitrión que tenía la mirada
perdida en la lejanía.
— Más
bien recuerdo una época oscura en la que me vi inmerso hace tiempo.
— ¿Algún
caso que le dejó marcado?
— Sí,
y últimamente me viene a la mente con más fuerza que de costumbre.
— Quizás
tenga relación con lo que estamos viviendo en estos momentos.
— Eso
me temo.
— ¿Tan
malo fue?
— Dejé
los hábitos por ello.
— Espero
que vuelva a tomarlos pronto, pues le necesitamos. La batalla está próxima y me
temo que tendrá que librarla usted solo.
— Lo
sé, usted deberá librar también su propia batalla, contra las hordas de
demonios que se dispersan por estas tierras.
— ¿Cree
que lo lograremos?
— Si
sigue al pie de la letra mis indicaciones, creo que podrá salir victorioso.
— ¿Y
usted?
—
Todo depende del adversario que me toque
en frente y de la fe que en el cuerpo me quede.
Ambos
hombres bebieron un sorbo de café y se recostaron en sus respectivos sillones,
mientras el crepitar de la chimenea pedía a gritos más madera, y las hordas de
demonios estaban a un paso de llamar a su puerta.
………………………………………………….
Cuando Pietro vio marcharse al
científico y antiguo monaguillo, rumbo al laboratorio para llevar a cabo la
limpieza masiva de demonios que le había propuesto, se sentó en los escalones del
porche, hasta que le vio perderse por el horizonte.
Miró la foto de aquella niña, que
tenía entre las manos, y sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. No sabía
cómo ni por qué, pero tenía claro que el demonio que había tomado el control de
aquel cuerpo, era el mismo al que se enfrentó hace años en aquel antiguo templo.
Aquella niña seguía apareciéndose
en sus sueños, sus ojos se tornaban al negro y después de una caída en picado
de varios cientos de metros, aterrizaba en la arena de aquel viejo reloj en el
que, poco después, acababa siendo sepultado por un espeso líquido negro. Cada
noche se repetía el mismo sueño, y ahora, también lo asaltaba cuando estaba
despierto. ¿Cómo enfrentarse a un demonio de ese calibre?
Volvió a entrar en casa y cerró la
puerta. Fue hasta la habitación más alejada en la que guardaba los trastos que
menos utilizaba, y allí, entre a un viejo cortacésped y una maleta desvencijada,
había un baúl cerrado con llave y cubierto con una tela blanca.
Apartó aquella sábana que lo cubría
y sacó del interior de su jersey, la llave que colgaba con una cadena de plata
de su cuello. La contempló unos segundos, antes de quitársela del cuello y
arrodillarse para abrir el baúl.
En su interior había cirios de
varios tamaños, crucifijos de madera vieja, varias botellitas de agua bendita,
cadenas gruesas, una biblia y varios libros antiguos de un valor incalculable,
escritos en latín; además del uniforme negro que solía llevar puesto para los
exorcismos y una estola de color púrpura para el cuello.
Sacó aquella especie de bufanda y
besó la cruz dorada que tenía bordada, después se la puso, cogió una botella de
agua bendita, un crucifijo, la biblia, las pesadas cadenas y tras esto, volvió
a cerrar con llave y se marchó de la habitación rumbo al salón.
Mientras daba vueltas por la estancia,
esperando a que la presencia demoniaca se dignase a llamar a su puerta, revisó
aquellas páginas que había leído miles de veces y comprobó que, aún, se conocía
aquellos textos al pie de la letra.
De repente escuchó unos gritos
procedentes del exterior. Se asomó a la ventana que tenía más cerca y pudo ver cómo
la gente corría por la calle, huyendo de los ataques. Entonces, escuchó un
sonido que le resultaba familiar, alguien llamaba a su puerta con mucha
tranquilidad.
Al abrir, se topó de frente con la
pequeña niña de ojos negros y sonrisa desafiante, y un tumulto de gente
ensangrentada rodeando su casa. Aquellos seres habían formando un círculo
impenetrable, para evitar que Pietro se escapara, aunque no pensaba hacerlo.
—
Te estaba esperando —le dijo al demonio,
que no esperó una invitación para entrar en la casa.
—
Lo sé. Volvemos a encontrarnos después
de tanto tiempo —respondió una voz de ultratumba, que salía del cuerpo de la
pequeña Viorica.
—
¿Por qué yo?
—
Fuiste el único que logró echarme de
vuelta al infierno, y gracias a eso, te convertiste en todo un reto para mí.
—
¿De qué Srive que te eche? Has vuelto
otra vez.
—
Siempre vuelvo, aunque no resulta
sencillo hacerlo. Se requiere cierta energía negativa en el ambiente para poder
crear un digno recipiente. Pero… entre los virus que asolan la tierra, la
guerra y otros acontecimientos que se dan en la actualidad, no me ha resultado
muy difícil retornar. No hay nadie que me lo impida. Además, gracias a ese
virus que han inventado los humanos, me ha resultado todo mucho más fácil de lo
esperado.
—
Ya no me dedico a esto.
—
¿Estás seguro? Sigues atrapando a
demonios, de un modo u otro, y eso que llevas al cuello contradice tus palabras.
—
Si he vuelto es por tu culpa, tú me has
obligado a tomar de nuevo el puesto que dejé en su día.
—
Lo dejaste por mí, qué tierno. ¿Tanto
daño te hice? Pues no será nada en comparación con lo que te haré esta vez.
—
No tengo nada que me puedas arrebatar.
—
Crees que nada te importa, pero no es
verdad. Me he llevado a miles de personas en unos días, y ahora… Me presento
ante ti con esta niña, tiene un cierto parecido a la que me llevé en Sri Lanka.
Si supieras lo que he disfrutado torturándola.
—
Esa niña era un alma pura, no debería
estar en el infierno.
—
Lo sé, si hubieses hecho bien tu
trabajo, la niña estaría disfrutando de la pomposidad que se gastan los de ahí
arriba, pero en cambio, arderá para el resto de la eternidad entre las llamas de
mi hogar.
—
No, si yo puedo impedírtelo.
De repente, Pietro abre su Biblia y
comienza a recitar un exorcismo en voz alta.
— Exorcizámus te, omnis immúnde spíritus,
omnis satánica potéstas, omnis incúrsio infernális adversárii…
— ¿Crees que con eso lograrás algo? —Pregunta el demonio, que empieza a estar molesto por las palabras del cura.
— Omnis légio, omnis congregátio et secta
diabólica, in nómini et virtúte Dómini nostri Jesu Christi, eradicáre et
effugáre a Dei Ecclésia, ab animábus ad imáginem…
— Con eso solo me haces cosquillas —añadió el demonio, mientras Pietro seguía relatando sin cesar.
— Ergo, draco maledicte et omnis légio
diabólica adjurámus te per Deum vivum, per Deum verum, per Deum sanctum, per
Deum…
— ¡PARA! —Gritó el demonio después de un buen rato lanzando improperios, para interrumpir a Pietro constantemente. Y de repente, alzó las manos de forma violenta, haciendo que el cura saliese disparado hacia atrás y pegase su cuerpo a la pared, sin poderse apartar.
— Da locum Christo, in quo nihil invenísti de
opéribus tuis; da locum Ecclesiæ unae, sanctæ, cathólicæ, et Apostólicae, quam
Christus ipse acquisívit sánguine suo…
— ¡Te he dicho que pares! —Y el demonio hizo que a Pietro se le cayese la Biblia de las manos y le obligó a poner los brazos en cruz, mientras se elevaba hasta casi rozar el techo con la cabeza y el cuerpo pegado a la pared.
— Humiliáre sub potenti manu Dei; contremísce
et éffuge, invocato a nobis sancto et terríbili Nómini Jesu, quem ínferi
tremunt, cui Virtútes cælórum et Potestátes et Dominatiónes subjéctæ sunt…
— ¿Quieres morir? —Le preguntó el demonio y de repente, en las manos de Pietro aparecieron dos agujeros en el centro de sus palmas, de los que comenzó a brotar un reguero de sangre. Los pies se le entrecruzan bruscamente y de ellos también brotó sangre.
— Quem Chérubim et Séraphim indeféssis
vócibus laudant, dicéntes: Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth.
Pietro comenzó a expulsar sangre por la boca, mientras el demonio se retorcía dentro de su huésped. La pequeña Viorica lloraba desconsolada en aquella jaula de carne y hueso en la que, desde hacía unos días, vivía atrapada.
El demonio la dejó salir por un breve instante, para ablandar el corazón del exorcista, cuya vida pendía de un hilo muy fino. Una herida igual a la de la lanzada de Cristo, se había abierto paso en uno de sus costados y la sangre se derramaba lentamente por su cuerpo, hasta formar un charco rojizo en el suelo.
— Por favor, señor, ayúdeme —se escuchó decir a Viorica con lágrimas en los ojos.
— Yo te expulso, demonio. Por el poder que Dios me ha encomendado, yo te expulso.
— Si me voy, tú vendrás conmigo —añadió el demonio.
— Lo sé, estoy preparado para dejar este mundo, pero esta vez lograré salvar a esa niña de tus garras.
— ¿Cómo? Si me mandas al infierno, me la llevaré arrastras, como hice con esa otra de Sri Lanka.
— Me quieres a mí, déjala libre y yo iré contigo.
— ¿Te sacrificarías por un pedazo de carne?
— Si son los designios de mi señor, Dios, cumpliré con mi destino.
— Insensato, Dios te ha abandonado, aquí solo estoy yo.
— Pues si he de sacrificarme para salvar a esa niña, que así sea.
De repente, el demonio salió del cuerpo de Viorica, convertido en un líquido negro tan espeso como el alquitrán, que ascendió rápidamente por la pared y el cuerpo del cura, hasta metérsele por la nariz y arrebatarle su último aliento.
La pequeña lloraba desconsolada, viendo cómo aquel hombre al que no conocía de nada, había dado su vida por salvarla. Viorica abrió la puerta de la casa en la que se encontraba y vio a toda aquella gente rodeando la casa, de la que una serpenteante columna de líquido negro, salía de sus cuerpos y desaparecía al llegar al suelo.
La niña echó a correr rumbo a su casa, por temor a que el demonio volviese a atraparla si se quedaba parada. Todos los infectados, que ya se habían ido recuperando de la posesión, parecían estar perdidos y desorientados. Muchos de ellos estaban heridos y eran socorridos por los mismos individuos que, momentos antes, les habían mordido.
Los muertos fueron apilados en las calles y, poco a poco, las cosas volvieron a la normalidad. Apenas se sabe nada en la actualidad de aquel virus que arrasó con tantas vidas en tan poco tiempo y que desapareció al igual que llegó. La guerra siguió adelante, al igual que otras variantes del Covid, pese a que la gente mirase hacia otra parte. ¿Qué sucedió en Rumanía aquel invierno trágico? Es lo que se seguirán preguntando los teóricos de la conspiración durante muchos años, pues al resto del mundo ya se le olvidó.
Pero… ¿Qué fue de Pietro? Os preguntaréis. Sigue peleando contra los demonios sin descanso, esta vez, en su territorio. Miles de seres oscuros intentan salir a la superficie y apoderarse de algún alma pura y buena a la que torturar en la Tierra, pero él les pone freno antes de poder hacerlo; jamás se apartará de la puerta del inframundo que da paso a nuestro mundo.
Pero no está solo, una pequeña niña a la que protege con todas sus fuerzas, está con él bloqueando la puerta. Ambos seguirán velando por la humanidad, hasta que aquel viejo reloj de arena que permanece oculto en el Vaticano, regrese al lugar del que un día fue arrancado.
FIN