viernes, 20 de agosto de 2021

Sangre y Fuego

Vale, sí, lo reconozco. Quizás me pasé de la ralla, pero en mi defensa diré, que me cuesta mucho controlarme en ciertos momentos. Ya era bastante impetuosa cuando era una simple humana, y ahora que soy una vampiresa, me cuesta mucho más. Así que, pido perdón al hombre del aparcamiento al que dejé seco, pero es que me quitó el aparcamiento y llevaba media hora dando vueltas sin éxito.

¡Uy! Pero mira que soy tonta, siento no haberme presentado. Creo que lo justo sería empezar desde el principio de los tiempos, cuando nací en aquella cueva, el mismo día en que se inventó el fuego.

¿Qué si soy tan vieja? Eso no se pregunta, es de mala educación preguntarle la edad a una señorita. ¿Me conservo bien, eh? En realidad no tengo ni idea de cómo ni por qué viene a este mundo; bueno, el cómo lo intuyo, pero lo único que sé a ciencia cierta, es que llevo aquí demasiado tiempo y ya he perdido la cuenta.

Viví la prehistoria, la edad de bronce, las guerras santas, la era medieval, incluso sobreviví a los 80 con el pelo cardado y las chaquetas vaqueras. Tranquilos, me suelo alimentar de gente mala, pero mala de verdad; lo que se puede considerar un despojo social. Además, no suelo matar a menos que sea necesario, procuro comer lo suficiente y después borrarles las heridas y la mente; pero a veces el ansia me puede.

En cuanto al sol os diré, que no me hace arder, aunque tampoco es que sea inmune como el tío ese de la película, Blade; y no, lo de brillar como si estuviese hecha de cristales Svarowski, olvidaos; tan solo me pongo roja como un tomate, al igual que un guiri en una playa de Almería en pleno verano. Quizás sea el tener tantos siglos a mis espaldas, lo que me haya hecho tolerar los rayos solares, no lo sé, el caso es que prefiero alejarme de los climas cálidos, porque odio el verano. Puede que ese sea el motivo, por el que los humanos piensan que los vampiros no somos compatibles, aunque no seré yo quien les abra los ojos.

El agua bendita es algo que ni me va ni me viene y los crucifijos en realidad, son dos palos cruzados, vamos que no me afecta nada de eso. Lo que no soporto es que me digan lo que puedo y no puedo hacer, se piensan que por tener cara de ángel soy manipulable, pero ni mucho menos.

Eso de morir, es complicado. Me han quemado, apuñalado, tiroteado, tirado por un acantilado y… siento deciros que, nada ha funcionado, ni un solo rasguño en esta piel de porcelana que tengo; aunque si os sirve de consuelo, no seré muy sociable, pero tampoco me quedo mucho tiempo en el mismo lugar, para evitar conflictos innecesarios.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Se me olvidó lo más importante, me llamo Zoe, aunque como os habréis imaginado, no es mi verdadero nombre; digamos que, me lo he ido cambiando a lo largo de los años. En la prehistoria era algo así, como un sonido gutural, que sonaba extraño según iba avanzando la historia; por ello me he tenido que ir adaptando a los tiempos. He recorrido el mundo más de mil veces, y hasta hace poco, pensaba que ya nada podría sorprenderme, pero me equivocaba. Aunque eso es harina de otro costal y más adelante os lo contaré, pero por ahora os diré, que intento pasar desapercibida en la medida de lo posible. ¿Cómo? Pues yendo a la facultad, cómo no. Lo sé, he cursado todas las carreras habidas y por haber, pero las letras son mi fuerte; aunque claro está, siendo un vampiro debes mantener el anonimato; por lo que, eso de hacerme famosa en redes sociales para promocionarme, está descartado. Tendré que quemar este diario al terminarlo, como hice con todos los demás el verano pasado.

Mira que la cosa estaba complicada antes, cuando las mujeres nos teníamos que poner un seudónimo masculino, para poder publicar algo decente; pero… ahora hay miles de escritores y no todos son buenos que digamos, pero para poder vender algún que otro libro, debes petarlo en las redes sociales con bailecitos tontos y otras tantas cosas de las que mejor no hablo.

Pero es lo que hay, la verdad es que no necesito trabajar, tengo dinero de sobra para vivir 500 vidas en los Hamptons, pero me cansé de fingir ser quien no soy; sobre todo para pasar la vida con alguien a mi lado… ¿Cuánto? ¿Cuarenta años? Y eso con suerte.  No, antiguamente la cosa estaba bien, pero actualmente, el mundo se va a la mierda y yo tengo una butaca en primera fila; aunque, no tengo ni pizca de ganas de sentar mi culo en esa silla.

Por cierto, desmontando algunos mitos más, no me convierto en murciélago, aunque algunos de los míos sí lo hagan, yo soy más de lobos y esas cosas. Y no, que yo sepa no he creado a más vampiros, de eso se encargó un tal Vlad, que lo único que ha hecho es darnos mala fama a los demás. Creo que soy la más antigua de mi especie, aunque no sé muy bien cómo surge el tema del vampirismo. Pasé muchos años investigando sobe el tema, pero es difícil encontrar hermanos que se presten a que les saquen sangre, suelen ser ellos los que lo hacen de forma habitual y cuesta cambiar roles. Y en cuanto al ajo, no es que me mate, ni nada de eso, pero se me repite demasiado.

Y diréis, vaya monólogo que se acaba de marcar, pues agarraos los machos, porque esto solo acaba de empezar; aunque, me voy a centrar en la historia que nos interesa, el resto lo iréis descubriendo entre líneas. ¿Lo pilláis?  

He vivido tantas cosas, que me cuesta escoger una sola historia para manteneros enganchados a mi relato, pero creo que hubo una que me marcó más que las demás, pues desde entonces mi corazón no se ha recuperado.

Corría el año 1700 d.C. y me encontraba en la isla de Vancouver, en Canadá. Había llegado allí convertida en Orca, pero de eso os hablaré otro día, el caso es que fue la primera vez que visitaba aquel hermoso paraje. Ya me había recorrido Europa y Asia un par de veces, y África también lo había visitado recientemente, pero como os dije, no soporto el calor, ni a los mosquitos; que por cierto, son hermanos míos, ya os dije que algunos se convertían en murciélagos y otros animales.

Después de tan larga travesía, surcando las olas y evitando algún que otro depredador, necesitaba conseguir algo de ropa y procurarme un buen almuerzo; por suerte para mí, había una pequeña cabaña junto a la playa a la que llegué, donde una joven e ingenua muchacha, lavaba la ropa, mientras andaba distraída con sus pensamientos. Creedme, le hice un favor, el hombre que amaba se había marchado con otra muchacha más bonita que ella y la había dejado embarazada y repudiada. Vale, no supe que estaba embarazada hasta que la mordí, pero no la maté, me alimenté, la curé y le borré la memoria. A cambio le hice una visita al idiota de su ex y a su nueva amiguita, menudo empacho pillé. Cuando hice fortuna en las Américas, le mandé dinero para que cuidase de la pequeña, de forma anónima, por supuesto. Había ido a la aventura, dejé todas mis pertenencias en Europa y quise empezar de cero, es bueno tener saldo en todas partes y antes no era como ahora, que la cosa con los bancos estaba más complicada.

Pero bueno, a lo que íbamos que me disperso y al final este diario va a salir más largo que la Ilíada de Homero. Si yo os contara las juergas que me pegué con ese pillastre, estábamos aquí hasta el día del juicio final, no os digo más. Me instalé en una casita muy mona a las afueras de Vancouver, sí, la misma que le quité a ese mal nacido que dejó en cinta a la pobrecilla con la que me topé a mi llegada, pero él ya no la iba a necesitar.

Me encantaba salir al porche, respirar aquel aire tan puro y a media noche, cuando todo el mundo dormía, yo me transformaba en una loba negra y recorría aquellos parajes mientras la luna lucía en todo su esplendor. ¡Qué tiempos aquellos! De vez en cuando me topaba con algún licántropo y teníamos un pequeño rifi rafe, vampiros y hombres lobo, nunca nos hemos llevado bien. Es lo que hay. Creo que la rivalidad comenzó por una presa, un licántropo atacó a una pareja, pero sin saber que la mujer era una vampiresa y estaba intentando procurarse la cena. El caso es que se pelearon por aquel hombre y desde entonces andamos a la gresca. No, sé lo que estáis pensando y la vampiresa esa no era yo. Que sea la más vieja de mi especie, no quiere decir que esté metida en todos los conflictos, suelo ser bastante sociable, a veces.

Una noche, mientras regresaba a casa tras haberme bañado en el Lago Pitt, noté un olor extraño en el ambiente que procedía de mi hogar. ¿Quién había osado entrar en mis dominios?

Corrí como nunca, a través del frondoso bosque y en busca de aquel olor a canela tan embriagador. Cuando llegué, recobré mi forma humana, estaba desnuda, pero daba igual; pues aquel hombre herido que había sobre mi lecho estaba inconsciente. Me acerqué a él y puse mi mano sobre su frente, estaba ardiendo, por lo que me puse un camisón encima, la bata y preparé paños de agua fría para bajarle la temperatura. Le despojé de sus ropas ensangrentadas y pude ver que su escultural cuerpo estaba cubierto de zarpazos por el pecho y la espalda. ¿Se había peleado con un oso en el bosque? Seguro que estaba vivo de milagro. Entonces limpié las heridas lo mejor que pude y clavé los colmillos en mi muñeca derecha. La sangre salía lentamente y caía sobre las heridas que, poco a poco, se cerraban y desaparecían. Le cambié el paño, que se había calentado rápidamente y permanecí junto a él toda la noche, mientras mi sangre se mezclaba con la suya y mi poder regenerador reparaba los desgarros que tenía.

Observé su rostro, estaba cubierto de barro y con el pelo alborotado, pero aun así parecía tan hermoso que me había quedado dormida a su lado, pero al despertarme noté que la fiebre había remitido y se estaba recuperando. He de deciros que mi sangre puede curar, pero mientras que no la ingieras y mueras, en vampiro no te convertirás, así que aquel hombre seguía siendo un humano del montón, pero qué montón. Fui a vestirme, para estar presentable cuando se despertase y preparé algo de sopa para darle. Ya, los vampiros no solemos comer, pero de vez en cuando lo hacemos para guardar las apariencias, así que solemos tener algo almacenado en nuestras despensas; y os recuerdo que la casa que ocupé, había tenido dueños humanos antes que yo y ellos sí comían.  

Cuando abrió los ojos y me vio, por poco le da un infarto. ¿Acaso me había pasado con el perfume? Me lo había fabricado yo misma y olía de maravilla, pero no, no fue eso. No se esperaba que aquella cabaña en la que entró de una patada, estuviese ocupada por une hermosa señorita.

— ¿Estás bien? Mi nombre es Leah y he curado tus heridas. — Me presenté, pues Leah era el nombre que usé durante mi estancia en Canadá por aquel entonces.

— ¿Quién eres tú? ¿De dónde has salido? ¿Y cómo? ¡Mis heridas no están! 

—Eran solo unos rasguños, te los curé sin problemas con un remedio que me enseñó mi abuela. Y estás en mi casa. Anoche salí un momento y al regresar te encontré aquí tirado e inconsciente. 

—Menudo remedio milagroso. ¿Eres una bruja? 

— ¿Yo? No, no soy esa clase de criatura. — Y era verdad, era una vampiresa, no una bruja, aunque he conocido muchas a lo largo de mi vida, y de todo se aprende.

—Gracias por curarme, mi nombre es Malakai. — Respondió, mientras me tendía la mano y me regalaba la mejor de sus sonrisas.

 

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Pasaron los días y Malakai y yo hicimos buenas migas, compartimos momentos realmente mágicos, mientras se reponía de sus heridas. Lo sé, era una excusa barata para pasar más tiempo conmigo, se le notaba a la legua, pues mi sangre le había curado al momento; pero no seré yo quien se queje por ello. 

Una noche, mientras mi invitado dormía a pierna suelta en el salón, me escabullí a corretear desnuda por el bosque; lo echaba de menos. Hacía frío, o eso supuse, pues ya sabéis que los vampiros no tenemos problemas con el tiempo, ya que supuestamente estamos muertos; pero estaba nevando y hasta de las ramas de los árboles colgaban témpanos de hielo. Bueno, el caso es que disfruté de aquella experiencia maravillosa, como no os hacéis una idea. Me recordó a mi andadura con las brujas y el aquelarre de mi vieja amiga Morgana, cuando celebrábamos la festividad de Beltane, cerca de la frontera con Finlandia. ¡Qué tiempos aquellos! Pero es lo malo de vivir eternamente, que todos aquellos con los que te cruzas en tu camino, terminan desapareciendo, aunque su recuerdo siga viviendo eternamente contigo.

Lo siento, pero a veces me da por ponerme a recordar y se me echa el tiempo encima. ¿Por dónde iba? Cuando llegué al lago, entré en él lentamente, disfrutando del roce del agua sobre mi piel. Mi pelo largo y castaño, acabó empapado y enmarañado, pero me daba igual, estaba yo sola en medio de la noche y me sentía libre de verdad por primera vez en mucho tiempo. (Hacer una pausa, cerrar los ojos y respirar hondo antes de continuar).

De repente escuché un ruido, provenía de detrás de unos matorrales y cuando pregunté quién andaba por aquellos lares, no me sorprendió ver a Malakai aparecer avergonzado y mirando para otro lado. Sabía que era él, el olor de los pinos se mezclaba con la canela de su piel y con el compás de su corazón, sonido que conocía a la perfección. ¿Por qué se le había acelerado el pulso? Quizás verme desnuda en aquel lago tuvo algo que ver.

Comencé a salir lentamente del agua y él se puso de espaldas para darme algo de intimidad.

—No es menester que retires la mirada, sé que llevas un tiempo espiándome, desde que salí de la cabaña. 

—Yo, no… Siento la indiscreción, no tengo perdón. — Se disculpó, pero no pudo evitar volver a posar sus ojos en mis pechos, al darse la vuelta de nuevo. —Debes estar helada, toma. — Y me cedió su capa.

—No la necesito, prefiero tu calor. 

Y entonces me acerqué a él y le besé. Malakai me rodeó con sus fuertes brazos y sentí palpitar todo su cuerpo. Me abrazó con fuerza, sentí el deseo en cada beso, en cada caricia, que recorría todo mi cuerpo con auténtico deseo. Estaba helado, tenía los labios cortados y no dejaba de tiritar, por lo que cogí su mano, y puse rumbo a la cabaña. Lo recuerdo como si fuese ayer, el fuego seguía encendido, y el crepitar de las llamas nos acompaño hasta el alba. El pobre no comprendía por qué yo no sudaba nada, cuando él estaba rojo por culpa de la pasión del momento y de las brasas de aquel fuego.

 

—Ni que estuvieses hecha de porcelana. Eres perfecta. — Fue lo que me repitió a diario durante veinte largos años, pero tarde o temprano aquello tendría que llegar a su fin. Él era mortal y yo no, algo que hasta la fecha no he podido cambiar.

 

Cuando le confesé la verdad, que era una vampiresa, todo cambió. Le daba igual que fuese extranjera en su tierra, que no pudiese tener hijos o que nunca me pusiera enferma, cosa que le traía de cabeza; incluso le daba igual hacerse mayor a mi lado, mientras yo parecía anclada en el pasado; pero saber que era un vampiro, le mató, literalmente.

De repente, llevo mi mano derecha sobre el rostro, pues noto cómo una lágrima color escarlata, se desliza por mi mejilla, embadurnándome la cara.

No hay amor perfecto, ¿verdad? Aquel hombre, al que le regalé los 20 mejores años de mi vida inmortal, quiso acabar conmigo, por miedo a que le robase su energía vital. ¿En serio? Veinte años y me sale con eso. Si hubiese querido hacerlo, se la habría robado desde el primer momento, pero no lo hice porque le amaba de verdad. ¡Qué estúpido fue! Intentó ahuyentarme con ajos y una cruz, pero cuando usó la estaca y quiso atravesarme con ella el pecho, me destrozó por dentro. No me hirió físicamente, ya os dije que soy prácticamente indestructible, pero me rompió el corazón, pues tropezó con la alfombra que tenía en casa y se desnucó en el acto.

Intenté salvarlo, pero fue en vano. Puedo sanar cualquier herida, mientras el sujeto siga con vida; pero la muerte es algo que se me escapa, pues jamás se me acerca lo suficiente para hacerme su aliada. Y creedme cuando os digo, que lo he intentado todo, desde saltar por la borda de un barco a la inanición, hasta pasar por bruja y ser quemada en la hoguera o intentar que me cortasen la cabeza. Doler duele, para qué nos vamos a engañar, pero en pocos minutos todo vuelve a la normalidad; pues no dura lo suficiente, como para que Caronte me acompañe al otro lado, del que ya nunca se ha de regresar.

Me detengo un instante para ver lo que llevo escrito, y no es mucho, pero sí muy sentido. ¿Qué experiencia puedo contar ahora? ¿El hundimiento del Titanic? ¿Las pirámides de Egipto? ¿O quizás mi relación con la Venus de Milo?

¿Qué? Sí, soy yo. Por aquel entonces me llamaba Venus y me convertí, sin saber muy bien cómo, en su modelo. Alejandro era muy tierno, en ciertos momentos, me decía que yo era la representación misma de Afrodita; quizás de ahí, que los estudiosos se hiciesen un lío. He de decir, que me esculpió con los dos brazos, pero el muchacho era un poco intensito, y cuando le dejé, se cabreó bastante y se los rompió a la pobre estatua en un arrebato de ira. Esos artistas son demasiado emocionales para mi gusto y debía alejarme de allí, pues ya llevaba mucho tiempo por la zona, demasiado; os recuerdo que la esperanza de vida en la actualidad es mucho mayor que la de antaño. Eso sí, aquel hombre tenía unas manos mágicas, ya me entendéis.

Mi vida en la antigua Grecia, fue bastante… hedonista. Por aquel entonces vivía en la Isla de Melos o Milo, como se la conoce. Solía intentar pasar desapercibida, pero me resultaba prácticamente imposible mantener la boca cerrada, cosa que no ayudaba.

Si hubiese vuelto a esa época, sabiendo lo que sé en la actualidad, mi situación hubiese sido muy distinta; pero el pasado no se puede cambiar. Cuando la lava lo arrasó todo, huí de la ciudad. Fui de las pocas que sobrevivió a aquel desastre, como os podéis imaginar; creo que aquello ocurrió alrededor del año 140 a.C. No lo sé, demasiadas vidas, me hago un lío con las fechas. El caso es que me vino de lujo aquel cataclismo, pues me libré del pesado de Alejandro, que se obsesionó conmigo.

Si os digo la verdad, no recuerdo bien lo que hice los años siguientes, los tengo un poco borrosos, pero creo que acabé en Asia.

Lo sé, he dado más vueltas que una peonza, pero llevo aquí desde el principio de los tiempos, y no es de extrañar, que sea un culo inquieto.

—Ups. — Dije al notar el ruido de mis tripas, estaba hambrienta. Siempre que me ponía a escribir, se me iba el santo al cielo y perdía la noción del tiempo, aunque para una vampiresa como yo, eso no es nada extraño.

Me dispuse a salir de caza, llevaba días sin comer y debía procurarme un suculento bocado. ¿Qué tal una visita a los barrios bajos? Ya era de noche y seguro que algún depredador sexual, estaría esperando a alguna joven a la que atacar. Me gustaba verme como una heroína, salvaría a la chica y a ese mal nacido le cambiaría la vida, vamos, que se la quitaría; los accidentes ocurren. (Hacer como que me quito un poco de sangre de la comisura de los labios).

Mientras caminaba por las calles de la gran ciudad, sentí que alguien me seguía desde la distancia. ¿Sería mi bocado de media noche o un galán que me hiciese pasar un buen rato antes del desayuno? Cerca de mi posición había un callejón famoso por los atracos, en el cual se habían gestado varios asaltos y decidí acelerar el paso, como haría cualquier damisela en peligro, aunque no fuese mi caso.  

— ¡Oh, no, no hay salida! — Dije, sobreactuando.

— ¡Dame todo lo que lleves encima, guapa! — Me ordenó un hombre con una navaja.

— ¿En serio? ¿Ya está? No sé, cúrratelo un poquito más. 

— ¿Qué dices? 

—Que te lo curres un poco, tío. No sé, méteme un poco de miedo, esa navaja da risa. ¿Te la regalaban con la cocinita de la Barbie? Hasta yo tengo las uñas más largas. 

— ¿Estás loca? ¡Te he dicho que me des todo lo que llevas encima! 

— ¿Ves? Eso está mejor, pero aún tienes que ponerle más intención. — Añadí, dejando a mi asaltante pasmado.

 

Entonces aquel hombre me intentó apuñalar y yo, con mi súper velocidad, le hice la cobra y me puse detrás de él, le sujeté el brazo con fuerza y clavé mis colmillos en su garganta. He de decir que sabía a vino barato, calimocho, qué asco; pero cuando el hambre aprieta, cualquier cosa es buena. Cuando acabé, eché el cadáver al contenedor de basuras que había justo al lado y entonces alguien aplaudió desde lo alto.

—Sigues siendo tan hermosa y tan graciosa como siempre. Me encantas. 

— ¿Se puede saber quién eres? — Pregunté, al ver un hombre corpulento con el pelo oscuro y los ojos claros, observarme asomado a una ventana.

—No nos conocemos formalmente, pero tenemos muchas cosas en común. — Añadió, mientras me mostraba sus colmillos y bajaba de un salto hasta mi posición.

 

¿Quién ese vampiro? ¿De qué me conoce? ¿Y por qué yo no le conozco a él? ¿Qué querrá de mí?

 

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Cuando pude mirar directamente a los ojos de aquel vampiro, quedé extasiada. Eran grandes, de color gris perla y con un brillo especial; ni que yo fuese la heroína del momento. Aquel hombre alto y corpulento, poseía un porte elegante y atemporal, digno de un hombre que almacena muchos recuerdos; los míos darían para llenar Fort Knox y algún que otro camión por lo menos.

 

¿Me vas a decir de qué me conoces y qué hacías ahí arriba? 

Para ser una vampiresa tan vieja, tienes poca paciencia. 

Nunca ha sido mi fuerte, pero no esquives mis preguntas. 

Te responderé a su debido tiempo. 

Si pretendes jugar conmigo, no te lo recomiendo. Puedo arrancarte la garganta de un bocado en menos de lo que te imaginas, así que no me provoques. 

Está bien, sigues siendo igual de peleona. 

 

Aquello me estaba irritando en demasía. ¿Por qué me conocía tan bien y yo no sabía ni quién era?

 

Podemos dar un paseo por la Gran Vía, mientras te respondo a todo cuanto gustes. 

Está bien, pero empieza ya y no te dejes nada. Tengo todo el tiempo del mundo. Le apremié, mientras comenzábamos a caminar por las calles de Madrid, que resultaba ser mi último asentamiento.

 

Dejamos atrás la Plaza Mayor y la Puerta del Sol, mientras aquel vampiro me contaba sus batallitas, aunque seguía sin responder a mis preguntas. Poco después, la cosa cambió, supongo que se dio cuenta de la cara de pocos amigos que había puesto, por lo que tragó saliva y se hizo el silencio.

 

Está bien, te responderé. Me llamo Alec, soy inglés y estaba procurándome una cena cuando escuché ruido en el callejón y me asomé para ver lo que ocurría. Cuando te vi, me quedé en shock, no podía creer que fueras tú, así que hoy soy todo tuyo, ya me desharé del cadáver de aquella joven mañana. Dijo, tras un largo silencio.

¿Y de qué me conoces? 

¿Recuerdas cierto barco que se hundió por chocar con un iceberg? 

¿Ibas en el barco? No te vi. 

Por aquel entonces, yo era un vampiro algo alocado y pasaba más tiempo jugando a las cartas con los sirvientes o yendo de cama en cama, en lugar de socializar con la alta sociedad. 

Quizás fuese por eso que no nos cruzamos. Me resulta extraño. ¿Te subiste a uno de los botes salvavidas? 

Pues no, me fui nadando hasta que me topé con un barco furtivo y me rescató. 

¿En serio? 

No, era una broma. Dijo entre carcajadas.

Ja, ja, ja. Muy gracioso. 

Lo siento. En realidad sí me subí a uno de los botes y fue cuando te vi; estabas en un bote cercano, cediendo tu manta a una niña pequeña y ayudando a subir al bote a la gente que seguía con vida en el agua, me dejaste impresionado. 

Gracias, supongo. 

Los días siguientes en el RMS Carpathia, permanecí en las sombras, observándote. Se te veía tan bien ayudando a los demás, que no quería incomodarte. Sabía que eras una vampiresa, esos movimientos lentos y elegantes te delataban, pero cuando quise acercarme a ti, no me atreví. ¿Te lo puedes creer? Estaba tan nervioso como lo estoy ahora, que te tengo tan cerca. 

Pues no muerdo, bueno, a veces sí. Y sonreí.

El caso es que cuando por fin me iba a animar a hablarte, desapareciste, fue como si se te tragase la tierra y he intentado dar contigo desde entonces; pero siempre voy dos pasos por detrás. Alguna vez nos hemos cruzado en el camino, pero me ha resultado imposible decirte todo esto, hasta hoy. 

Soy un culo inquieto, no lo puedo remediar. 

Lo sé, me di cuenta. 

¿Y quién te creó? Porque no eres muy antiguo. ¿Verdad? Pregunté, pues la curiosidad me estaba matando lentamente. Bueno, eso sabéis que es una burda falacia, pues que yo sepa, nada me mata.

 

Sin darnos cuenta, habíamos pasado por delante del Edificio España y habíamos terminado en el templo de Debod. Nos sentamos junto al agua y aquellos recuerdos captaron mi atención, cosa que no pasó desapercibida para mi acompañante.

 

¿Estuviste en el antiguo Egipto? 

Sí. Respondí tajante, pues aquella época fue una de las más hermosas de toda mi existencia.

¿Me lo contarás alguna vez? Tengo tantas preguntas que hacerte, que no sé ni por dónde empezar. 

Solo, si tú me respondes a la pregunta que te hice antes. ¿Quién te creó? 

No estoy muy seguro. Sé que fue una hermosa mujer la que lo hizo. Supuestamente, recordamos todo acerca de nuestro hacedor, pero aquella vampiresa me robó algo más que la vida, también se llevó mis recuerdos de quién fui como mortal. 

Seguro que fue Altea. Menuda pájara está hecha. 

¿Cómo lo sabes? 

En otra época fue hechicera y hacía que los hombres perdiesen la cabeza. Todo apunta a que fue ella. 

¿Me ayudarías a encontrarla? Necesito saber quién era, solo recuerdo mi primer día como vampiro en solitario, allá por el año 1066 DC., si no recuerdo mal; de hecho, los normandos estaban conquistando Inglaterra por ese entonces. 

Pues en esa época, creo que yo estaba en la India. No lo recuerdo muy bien, soy malísima para las fechas y el opio causa estragos. 

Menuda vida has tenido. ¿Desde cuándo estás en este mundo? 

Desde que todo comenzó, más o menos. Cuando nada te mata, dejas de llevar la cuenta del tiempo. 

¿Nada? Ni las estacas, el ajo, el agua bendita, la luz solar. ¿Nada? 

En realidad a ti tampoco te mata nada de eso. ¿Por qué me lo preguntas? 

A mí sí, el sol no es que me haga cosquillas, más bien hace que se me caiga la piel a tiras, si paso mucho tiempo expuesto a él y de forma directa. La estaca en el corazón, no la he probado, pero he visto que es efectiva en cierta medida, pues debe clavarse en un punto concreto, porque un milímetro desviado y no causará el efecto deseado. En cuanto al ajo, no soporto el olor, pero no me mata y el agua bendita es como bañarse en pis de rata, asqueroso, pero inofensiva. Durante siglos hemos fingido que todo eso nos dañaba para que los humanos se acercasen confiados a nosotros y así pillarles con la guardia baja. ¡Qué estúpidos! 

¿En serio? Te recuerdo que fuiste humano antes que vampiro y además, pensaba que todos los vampiros eran más o menos como yo, inmunes a todo. 

Ya quisiéramos, pero no. La sangre de muerto es nuestro talón de Aquiles. 

Pues yo bebí sangre de muerto cuando luché junto a los Sármatas y sigo aquí. Es extraño, pero cierto. 

Me da miedo preguntar. ¿Fue para algún ritual?

No, cuando has vivido tanto como yo, en alguna ocasión, se te pasa por la cabeza que ya ha sido suficiente. Lo he probado todo y no hay manera. 

Dices que esa tal Altea fue hechicera antes que vampiresa, quizás pueda darnos algunas respuestas. 

Quizás. 

No entiendo cómo sabes tan poco de los de tu especie, si de las nuestras eres la más antigua que conozco. 

Nunca me he sentido muy cómoda entre iguales. Procuro ir por libre y no mezclarme mucho con la gente a menos que sea estrictamente necesario, estoy cansada de perder a todos aquellos que me importan. 

Lo sé, esa es la peor parte de vivir eternamente. 

Tenemos que dar con Altea, por lo que sé de ella, suele estar por la zona mediterránea. El lugar en el que la conocí le resultaba muy mágico, por ello tenía su asentamiento cerca de Atenas. Por probar, no perdemos nada. 

De acuerdo, jefa, yo te sigo. 

 

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Señores pasajeros, les habla el Capitán Rodríguez, por favor, permanezcan en sus asientos, porque nos disponemos a aterrizar. Espero que hayan tenido un buen vuelo. Bienvenidos a Atenas. Dijo el piloto a través de los altavoces.

Se me hizo muy corto el trayecto. Comentó Alec, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

No hay nada como viajar en jet privado con todas las comodidades y llegar de noche a tu destino. Añadió la vampiresa, tras abrir la persiana y observar la ciudad completamente iluminada por los últimos rayos de sol. Me encanta el atardecer, aunque la noche me hace sentir más libre y viva que nunca. 

Normal, a ninguno nos gusta abrasarnos, aunque ya sé que tú eres capaz de soportar eso y más. Por cierto, no sé cómo quieres que te llame ahora. ¿Por qué cambias tanto de nombre? 

¿Y por qué no? Lo bueno de vivir eternamente es que puedes ser quien tú elijas en cada momento. Si algo no te gusta, lo cambias y listo. Creo que ahora me llamaré Atenea, por un tiempo. 

Me gusta, es muy apropiado para la zona en la que nos encontramos. 

Y suele ser una buena forma de romper el hielo con los lugareños. Cuando aterricemos iremos a visitar a un viejo amigo mío y él se encargará de cambiar nuestras identidades. Antiguamente era más sencillo, ahora que todo está informatizado resulta más caro y lleva más tiempo hacerse pasar por otro. 

Y que lo digas, echo de menos aquellos tiempos en los que la palabra de un hombre se consideraba un contrato tan válido como la actual firma ante notario. 

Ahora cualquiera se fía. 

¿Crees que tu amigo sabrá algo de la mujer que buscamos? 

Seguramente, es el mejor de por aquí y si Altea lleva tanto tiempo asentada en esta zona, debe ser clienta habitual. 

¿Cómo no la descubren? 

Seguramente tenga lacayos y a cambio de protección y una generosa compensación económica, la gente es capaz de hacer la vista gorda. Residirá a las afueras de la ciudad para mantenerse en un segundo plano, es lo más sensato. 

¿Y dónde nos alojaremos? 

Ya me encargué de eso, reservé una villa para nosotros solos, así no tendremos problemas con el servicio de habitaciones, odio que me despierten tan temprano en los hoteles cuando viajo. 

Me parece bien, porque opino igual que tú; odio los hoteles, hay demasiada gente. 

 

Cuando bajaron del avión en el aeropuerto Elefthérios Venizélos, un Lexus LS 500h AWD Luxury L-White híbrido y de color negro, les estaba esperando para llevarles a la hermosa villa que sería su residencia habitual, el tiempo que permaneciesen en Atenas.

La Villa Domus Riviera, consta de 400 m2, piscina, jardín, barbacoa e incluso centro de fitness. Aquellas cuatro plantas con vistas a todo Atenas y en especial al mar, consta de ascensor y un porche donde poder disfrutar de una suculenta comida y la cálida brisa.

 

Vaya, viajar contigo es toda una experiencia. 

Cuando tienes dinero, lo difícil es quedarse quieto en un mismo sitio. Me encanta el lujo, no lo puedo negar, aunque si te soy sincera, prefiero una cabaña en el bosque apartada del mundo antes que algo tan céntrico, pero si queremos dar con Altea, tendremos que patearnos medio Atenas. 

 

Atenea era una vampiresa muy lista y había alquilado todo el recinto, por lo que le dio un sobre a los dueños y estos le entregaron las llaves sin reparos, pues la suma de dinero que les había otorgado a cambio, cubriría de sobra con todos los posibles gastos.

Dejaron las maletas en las habitaciones que escogieron y cuando la vampiresa descendió aquella escalera blanca de mármol hasta llegar al salón, donde Alec la esperaba asomado al balcón, tuvo un pequeño deja vu. Juraría que aquello ya lo había vivido o al menos, algo muy parecido. La brisa entró en la sala, impregnándolo todo de un olor salado con toques de manzana, canela, madera y geranio, pues Alec solía usar una colonia que a la vampiresa solía enloquecer. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

 

¿Usas la colonia Boss Bottled? Preguntó ella, aunque ya conocía la respuesta.

Sí. ¿Te gusta? Eres buena reconociendo olores. Respondió él, haciéndose el sorprendido.

 

Unos años atrás, en uno de esos encuentros fortuitos de los que él no podía olvidarse y ella ni cuenta se había dado, la escuchó comentar su predilección por aquel aroma con un apuesto caballero con el que estaba coqueteando; pero, como solía ser habitual, Alec no se había atrevido a decirle nada y ella de repente se esfumaba.

 

No sé qué tiene ese aroma que me vuelve loca. Le dijo Atenea, mientras se acercaba a él con los ojos cerrados, atraída por su sentido del olfato.

 

De repente, abrió los ojos y se encontró con los de Alec de frente, a unos escasos centímetros se encontraban sus labios cuando por fin tuvo el valor de agarrarla de la cintura y soltar todo aquello que había reprimido durante tantos años. La besó con fuerza, con pasión, le dio un largo beso de esos que corta la respiración. Su corazón volvía a latir con fuerza, como si hubiese recuperado las ganas de vivir. Entonces se dio cuenta que se había precipitado y se separó de ella pidiendo disculpas con la mirada, estaba avergonzado por no haber logrado reprimir sus impulsos. ¿Y si a ella aquello no le gustaba? ¿Y si se marchaba y le dejaba en la estacada? ¿Podría perdonarle tal atrevimiento?

Pero entonces pasó algo que no se esperaba, fue ella quien le agarró por la cintura y le devolvió el beso, estaba vez fue más pausado e intenso, con un cierto regusto picante y travieso. Su sangre era fuego líquido, pese a que su piel estaba fría y pálida, aunque seguía siendo tan suave como la seda más cara. Entonces Alec se dejó llevar y la cogió por las axilas, alzándola un poco, lo justo para que ella le rodeara con los brazos el cuello y con las piernas la cintura. Y allí, desnudos bajo la luz de la luna, se entregaron el uno al otro hasta que los primeros rayos de sol les obligaron a buscar abrigo en el interior del salón.

 

Menudo espectáculo le dimos a los vecinos. Se lamentó ella, mientras cerraba las puertas de cristal y Alec bajaba las persianas.

Déjales, seguro que les dimos unas cuantas ideas nuevas. No sabía que eras tan flexible. 

Ya te dije que pasé una larga temporada en la India. ¿Quién te crees que les dio todas aquellas ideas? 

Es un farol. 

¿Tú crees? Respondió ella con una media sonrisa, mientras subía los escalones de aquella nívea escalera curvada hasta la habitación más próxima que encontrara.

 

 Pasaron todo el día sin salir de la villa, no necesitaban alimentarse y tampoco es que la actividad física les agotase, por lo que tuvieron tiempo de probar cada rincón al menos un par de veces, antes de la puesta del sol.

 

Si llego a saber esto, me hubiese presentado en cuanto te vi; el desembarco en Nueva York hubiese sido mucho más interesante. 

¿Más interesante que sobrevivir al hundimiento más famoso de todos los tiempos y pasar a formar parte de la historia? 

Ya formamos parte de la historia, porque nosotros somos la historia en sí, y además, contigo todo resulta mejor. 

Pelota. Dijo la vampiresa y ambos se echaron a reír, mientras permanecían abrazados en aquella cama enorme junto a la terraza del último piso.

Podría pasarme la eternidad así y no tendría queja alguna. 

Pues no podemos, tenemos una vampiresa que localizar y unos pasaportes que actualizar. 

Eres única, sabes cómo encender y apagar un fuego en menos de un segundo. 

Tenemos todo el tiempo del mundo, pero lo primero es lo primero. Vístete, salimos en 5 minutos. 

¡A sus órdenes, mi capitán! Dijo Alec, llevándose la mano derecha a la frente en señal de saludo militar.

 

Kifissia era una de las zonas más ricas de Atenas y el lugar idóneo por dónde empezar a buscar a su contacto. <<Si quieres encontrar a Lucca, sigue al dinero. >> Es lo que había dicho Atenea cuando Alec le había preguntado por qué no llamaba a su amigo en lugar de patearse media ciudad buscándole.

 

Este no es un vampiro, pero nos conoce muy bien. Su familia se lleva encargando de nuestros asuntos durante mucho tiempo y por lo que sé, no tienen queja. Es muy celoso de su intimidad, por eso no suele dar su número ni nada que nos pueda llevar hasta su residencia habitual, pero siempre se le puede encontrar en la misma zona en fin de semana. Es un animal de costumbres. 

¿Acaso se piensa que si no nos invita a entrar a su casa está a salvo? 

Me da que más bien es al revés, sabe bien que eso no funciona y prefiere ahorrarse las visitas de clientes insatisfechos. 

¿No decías que era el mejor? 

Y lo es, pero siempre hay una primera vez y es mejor guardarse las espaldas. 

Cierto. ¿Por dónde empezamos? 

 Comencemos por el Museo de Historia Natural de Goulandris, la última vez que le vi, colaboraba con ellos y quizás lo siga haciendo. 

 

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Disculpe, me preguntaba si ese cuadro está en venta. 

¿Pandora? Preguntó aquel hombre canoso con gafas de pasta y pantalones de pinzas.

En realidad ahora me llamo Atenea, lo decidí en el avión, antes de aterrizar. ¿Podrías echarme una mano con el pasaporte? 

Me gusta el nombre, bienvenida, ya se te echaba de menos. 

Gracias, Lucca, eres un amor. Te presento a mi amigo Alec, que por cierto, también requiere de tus servicios. 

Bienvenido, señor. ¿Usted también es…? 

Sí, pero tranquilo, no tiene que preocuparse por saciar mi apetito. Bromeó Alec.

Me alegra saberlo. 

Necesitamos un favor, además de los pasaportes. ¿Sabes por dónde para Altea, últimamente? Quiso saber la vampiresa.

Vive en la Acrópolis, bajo el Partenón. Puedo llevaros hasta a ella si queréis, somos amigos. 

Me alegra escuchar eso. 

¿Para qué la buscáis? 

Necesitamos su ayuda. Sé que fue bruja antes que vampiresa y Alec necesita que le ayuden a descubrir qué le pasó antes de convertirse en vampiro. 

¿Y lo tuyo? 

Lo mío, es que no puedo morir y no sé por qué. 

¿Por qué eres una vampiresa? 

Ya, eso lo sé, créeme, pero nada me mata: ni las estacas, ni el sol, nada. 

Curioso, creo que en eso puedo ayudarte yo. 

¿Cómo? Preguntó Alec intrigado.

Tanto mi padre como mi abuelo, me contaban historias de pequeño, pero hubo una que me marcó. Habla de una mujer que no puede morir nunca, pues a ella está atada la vida misma. De belleza sin igual y con una fuerza descomunal, se alimenta del néctar de la vida, para mantener la apariencia de aquellos a quienes les absorbe la vida. Surgió del Big Bang y por donde pasa crece la vida, pues es pura energía. Un día aterrizó en estas tierras y decidió asentarse, borrando sus recuerdos para que aquella información no se filtrase. Ahora vaga por el mundo en solitario, manteniendo el equilibrio de todo lo que encuentra a su paso. Relató Lucca.

No puede ser. ¿Equilibrio? Que yo sepa, por donde paso no crecen las flores de repente ni nada por el estilo y he estado en demasiados desastres naturales y accidentes, como para saber que no soy infalible, ya que la gente a mi alrededor muere. 

Quizás no sea como tú piensas. Has estado en muchas catástrofes, pero sí es cierto que la gente que está a tu alrededor consigue salvarse. Dijo un hombre a su espalda.

 

Al girarse, Atenea no era capaz de emitir palabra alguna, estaba en shock.

 

¡Malakai! Gritó la vampiresa al darse cuenta que aquel hombre con el que había compartido unos veinte años de su vida en Canadá, seguía con vida. No puede ser, estabas muerto. Te golpeaste la cabeza y después te quemaste en aquel incendio. 

Como puedes ver, sigo de una pieza. Me golpeé la cabeza, pero aquello no me mató y el incendio acabó con la cabaña, pero conmigo no. 

¿Y este quién es? Preguntó Alec un tanto celoso.

Soy su marido. Respondió Malakai.

¿Cómo estás vivo? Preguntó ella, mientras observaba desde la distancia, aquellos ojos que tan buenos momentos le recordaban.

Sobreviví al gran terremoto de 1700 en Canadá, antes que tú llegaste y sobreviví al accidente de la cabaña. En el primero tuvo que ver que no me encontrase en Canadá por aquellas fechas, sino luchando en la guerra, pero lo de la cabaña… Creo que fuiste tú, el haber pasado los veinte mejores años de mi vida contigo, hizo algo en mí, me cambió. No soy un vampiro, pero tampoco sé por qué sigo vivo. 

No has envejecido nada, estás como el día en que te abandoné. Dijo ella lamentándose.

No me abandonaste, me porté como un monstruo contigo y creías que estaba muerto, me lo merecía. Pero en cuanto descubrí que seguía de una pieza, empecé a buscarte y hasta ahora. Llevo siglos intentando alcanzarte, pero tú no paras de moverte. 

Me da que tú también vas a visitar a la bruja. ¿Me equivoco? Preguntó Lucca.

Así es, quería respuestas y una de ellas era saber tu paradero. Hace poco me topé con un vampiro que me habló de Altea y el modo de localizarla, y por eso estoy aquí. 

Bueno, pues me presento. Me llamo Alec y estoy con Atenea. 

¿Atenea? Para mí siempre seguirás siendo Leah, mi Leah. 

Bueno, creo que sería bueno que nos pusiéramos en marcha, acabo de hablar por teléfono con Altea y nos espera. Añadió Lucca, para romper la tensión del momento.

Sí, será lo mejor. Respondió Atenea, Leah, Venus, he tenido tantos nombres que no me identifico con ninguno de ellos y ya no recuerdo ni el original.

 

Los cuatro llegaron a los pies del Partenón y se quedaron maravillados con aquel esplendor. Fue construido alrededor del año 449 a.C. y dedicado a Atenea, la diosa de la sabiduría. Columnas de estilo dórico y más de 10 metros de altura, con estatuas en piedra como un lápita y un centauro y unas maravillosas vistas de toda la ciudad, aquella era una visión digna de admirar.

Cerca de allí, encontraron una entrada bajo tierra, oculta en la arena. Cuando Lucca entró primero y encendió la linterna, tanto Alec como Malakai, se disputaron quién iría delante de Atenea para protegerla, pero la vampiresa podía defenderse sola y siguió a Lucca sin que se diesen cuenta. Poco después, estaban los cuatro en una sala amplia y llena de antorchas, donde una mujer de cabello color plata y ojos verdes, los esperaba sentada en un trono hecho de piedra y oro.

 

No me lo puedo creer, eres tú. Dijo Altea emocionada, levantándose del trono y acercándose a Atenea.

Cuánto tiempo. Respondió la vampiresa.

Cierto, te estoy muy agradecida. Aquel día me salvaste la vida. 

No fue nada, me alegra que todo terminase bien, después de todo. 

Si no llega a ser por ti, me hubiesen quemado en la hoguera, tanto a mí como a mis hijas. Tú nos diste la oportunidad de elegir y convertirnos en vampiresas, escapando de allí y rehaciendo nuestras vidas. Te debo tanto. 

¿Cómo se encuentran tus hijas? 

La mayor falleció hace un par de siglos, se metió en muchos líos, pero las demás están muy bien, gracias. 

Lo siento mucho, Altea. 

Tranquila, no es culpa tuya. Melina siempre fue una cabeza loca, incluso antes de convertirse en vampiresa. Y ahora sentaos, por favor, y decidme en qué puedo ayudaros; aunque Lucca ya me hizo un resumen. 

¿Por qué no puedo morir? 

Ya te contó él la historia, ¿verdad? Estás unida a toda vida de este universo y como tal, tu poder es infinito. No solo puedes crear vida, también viajar al lugar que desees, a cualquier confín de la tierra y más allá. 

¿Por qué me borré la memoria a mí misma? ¿Y cómo sabes todo esto? 

Mi abuela me contó la misma historia que te ha contado Lucca y que a él le contaba su padre. Cuando me diste tu sangre para convertirme en vampiresa, no funcionó, pero sí pude ver todo lo que había en tu mente y me dejó en shock. No te dije nada, porque habías elegido olvidarlo por voluntad propia y supuse que sería mejor así. Días más tarde, me presentaste a un vampiro que me ayudó a convertirme y él me presentó al antepasado de Lucca, a quien yo le conté esa historia que ha pasado de generación en generación. 

¡Alucino! Dijo Alec, que no perdía detalle.

Tú debes ser Alec y creo que te mereces saber la verdad. Yo te creé. 

¿Y por qué me borraste la memoria? 

Porque tú me lo pediste. 

¿Y eso cómo es posible? 

Cuando te encontré, estabas moribundo. Te habías caído desde un acantilado y por un milagro, seguías respirando. Me pediste que te ayudase a vivir y creíste que yo era un ángel, pero cuando bebí tu sangre, puede ver tus recuerdos.

¡Sigue, por favor! ¿Qué viste? 

Que eras la pieza que le faltaba a ella. Confesó Altea, señalando hacia Atenea.

¿Perdona? Explícanos eso. Exigió la vampiresa.

Tú surgiste del Big Bang y viajaste por el universo hasta asentarte aquí, pero escogiste este lugar por un motivo, él. Por aquel entonces no era ni una idea en la cabeza de sus padres, ni si quiera había surgido su linaje, pero tú le sentiste, sabías que llegaría algún día y decidiste esperarle. Si le borré la memoria fue porque no hubieses soportado los recuerdos de Atenea que volqué en ti, te hubiesen matado.

¿Y a ti por qué no te mataron? Preguntó Alec.

Siempre supe que había algo más grande que nosotros y tuve tiempo de asimilarlo cuando me encontré con ella, pero tú… La inmensidad de su amor te hubiese vuelto loco, pues eras tú a quien iba dirigido. 

¿Y qué pasa conmigo? Preguntó Malakai.

Tú fuiste un gran amor, el primero en su vida y uno de los más importantes, por eso ella te cedió parte de sí misma, para no perderte jamás, pero al no ser consciente de su poder, creyó que habías muerto. Puedo sentir una mínima parte de su poder en tu interior, tan mínima, que solo es capaz de mantenerte con vida hasta que ella misma decida recuperar esa parte que te entregó.

No puede ser. Se quejó Atenea. A un lado tenía a su primer amor con vida y junto a ella, pero al otro tenía a su alma gemela. ¿Qué debía hacer?

Creo que nuestro tiempo ya pasó. Llevo toda mi vida prácticamente queriendo encontrarte para decirte que no te odio, que siempre te quise y siempre te querré, pero ahora que te he encontrado, sé que no puedo competir con él. Se lamentó Malakai.

No digas eso, tú fuiste mi primer amor de verdad, por ti hubiese renunciado a mi poder y lo sabes.

Lo sé, pero me porté muy mal contigo y me lo tengo merecido. Esto que tengo en mi interior no me pertenece, es tuyo y debes tomarlo. 

¡Quédatelo! Rehaz tu vida y sé feliz. 

Ya he vivido más de mil vidas distintas, no necesito ninguna más. Leah, por favor, es lo que debes hacer. Añadió, acariciando la mejilla de la vampiresa con dulzura. Me diste los mejores veinte años de mi vida y eso es lo que me llevaré conmigo a la tumba. 

Él tiene razón, Atenea, ese poder no le pertenece y tú con él puedes hacer mucho bien. Apuntilló Altea, que después se mantuvo en un segundo plano, junto a Lucca.

Creo que yo he de decir algo en todo esto. Siento mucho lo que has tenido que pasar, pero puedes estar tranquilo, la amo y cuidaré bien de ella. Dijo Alec, mientras se retiraba junto a Altea y Lucca, para dejar al matrimonio intimidad en sus últimos momentos a solas.

Lo sé, muchas gracias. 

No puedo hacerlo, en el fondo te sigo queriendo y nunca dejé de hacerlo. Os quiero a los dos. Y una lágrima carmesí, rodó por la mejilla de Atenea.

Es mi hora, ya llevo demasiado tiempo en este mundo y yo solo no puedo hacerlo. Necesito tu ayuda. Añadió mientras le cogía las manos a la vampiresa y la besaba en los labios por última vez.

 

Atenea posó sus labios sobre el cuello de Malakai y clavó sus afilados dientes en él. Comenzó a beber su sangre, mientras los ojos se le empañaban de lágrimas y aquel poder la invadía. Al principio lo sintió extraño, pero enseguida reconoció su calor y se asentó en su interior; mientras, la vida de Malakai se apagaba poco a poco, hasta que con el último suspiro, sonrió.

Atenea se echó de rodillas al suelo junto al cadáver del que siglos atrás fue su marido, se sentía sola y perdida, pero pronto unos fuertes brazos la reconfortaron y se sintió a salvo, en su hogar. Alec había sentido su desesperación y había acudido a su llamada, estaba arrodillado junto a ella y la arropaba.

 

Lo siento, debe de ser muy duro para ti. Le querías mucho. Dijo el vampiro, mientras ayudaba a que Atenea se levantase del suelo.

Ha sido duro, pero tenía razón, no puedo amaros a los dos, aunque él siempre ocupará un pedacito de mi corazón. 

Tranquila, podré vivir con ello. El primer amor nunca se olvida. 

¿Algún día me contarás quién fue tu primer amor? 

No es un secreto. Mi primer y único amor fuiste tú. Y ambos se besaron, mientras Altea y Lucca los miraban desde lo alto de la escalera con ternura.

 

FIN