lunes, 2 de enero de 2023

Cuento para Stream 1: La calle de la sobredosis porrera.

    <<Vale, aunque parezca un título extraño, no es cosa mía. Este cuento lo hemos hecho en uno de mis directos de Twitch, entre mi comunidad y yo. Ellos me piden por el chat lo que les gustaría leer en el cuento y yo, como buenamente puedo, lo introduzco en la historia y le doy forma hasta convertirlo en algo, medianamente coherente. ¿Quieres pasar un rato divertido? Pues sigue leyendo y disfruta del contenido. >>

    La casa estaba vacía, pero el aroma a pan recién hecho inundaba cada estancia de la planta baja. Por ello, cuando los agentes de policía accedieron al interior de la vivienda —gracias a Gladis, la vecina que tenía una copia de la llave —se quedaron atónitos con lo que observaron en aquel momento.

    Las paredes estaban cubiertas de sangre y las moscas revoloteaban alrededor de los pequeños trozos de carne reseca, que había esparcida por toda la cocina; incluso algunos pedacitos colgaban del techo, cual carámbanos de hielo.

    ¿Qué demonios había sucedido? ¿Dónde estaban los Gómez? ¿Habían cometido ellos un asesinato o habían sido despedazados?

    Uno de los agentes sintió náuseas y tuvo que salir al porche a vomitar. Otro sintió un escalofrío y prefirió mantenerse al margen, cuidando del cordón policial. Solo el más joven, el cadete que aún no se había ganado los galones en la comisaría del distrito catorce, demostró la suficiente sangre fría como para llevar a cabo la investigación.

    De repente llegó un mensaje de texto para el astuto policía. En dicho mensaje, los compañeros de la comisaría se quejaban de unos cuantos vagos, que no hacían su trabajo en el departamento de administración.

    En ese preciso momento llegó la policía científica, para darle el parte al joven inspector.

    — Inspector López, ya tengo los resultados de las muestras —dijo la inspectora jefe de la científica, la agente Gadcheta.

    — ¿Ya? Qué rapidez. Y yo que me tiro semanas esperando el resultado de una analítica —respondió López.

    — La carne de las paredes es de cordero. La olla explotó y el contenido se esparció por la habitación.

    — ¿Y la sangre?

    — Es de tipo humano. Aquí se ha cometido un asesinato o más de uno, porque hay demasiada sangre para un solo cuerpo.

    — Cuando tenga más información, avíseme.

    — Así lo haré —dijo Gadcheta, antes de marcharse con su equipo de la escena del crimen.

    El inspector López se paseaba por la habitación, mientras observaba detenidamente la escena. No solo había carne por todas partes, garbanzos, longaniza y morcilla de Burgos, sino que, además, había un cuchillo manchado con un líquido verdoso y un CD de los grandes éxitos de Mari Trini junto a los fogones. ¿Dónde estaban los cuerpos de los Gómez?

    De repente, Alfonso o Alfons para los amigos, descubrió que en el suelo había una prueba fundamental: la huella de una bota en la sangre seca, oculta tras la papelera; por eso había pasado desapercibida para los de CSI.

    El joven inspector volvió a llamar a Kiara, la científica. La muchacha al darse cuenta de su descuido, se sonrojó y pidió disculpas de inmediato. Enseguida se puso con la tarea y, mientras que la llevaba a cabo, Alfons se percató de algo extraño en el techo.

    — ¡Traedme una escalera! —Pidió de repente, dejando a todos anonadados.

    Tras colocarla al lado de Kiara, se subió a la escalera y palpó el techo o, mejor dicho, el falso techo hecho de espejos. Los policías se arremolinaron alrededor del inspector para comprobar lo que había descubierto, llenos de curiosidad.

    López palpó la superficie y descubrió una pequeña muesca entre los paneles de aquella superficie reflectante que, al tirar de ella, hizo que una compuerta se abriera, revelando los secretos que los Gómez llevaban almacenando durante años: varios tarros de cristal llenos de partes humanas y una sierra mecánica con restos de sangre seca en la hoja.

    La joven científica tuvo que volver a llamar a su equipo, que recogió las nuevas muestras y se las llevó al laboratorio de inmediato. ¿De quienes eran aquellos restos humanos? ¿Serían de la familia Gómez o de sus víctimas? López pensaba que más bien lo segundo, pues parecían llevar allí escondidos varios años.

    Alfons decidió salir al jardín para respirar aire puro, pues el olor a pan recién hecho ya no lograba disimular el olor ferroso de la sangre, que cubría por completo las paredes de la cocina de aquella casa.

    Se sentó en un banco, mientras intentaba unir todas las piezas que tenía frente a él; pero, entonces… se percató de una gran seta pocha típica de la zona, una Merúsculus Eternus, que había muy cerca de donde estaba sentado. Aquel tubérculo de color morado estaba manchado de pequeñas gotas color carmesí. ¿El asesino había pasado por allí? ¿Sería el mismo que había dejado la huella de sangre tras la papelera?

    — ¡Eh, tú! —Le dijo el inspector a un joven pizzero que esperaba en la puerta de la casa.

    — ¿Yo? ¿Qué ha pasado aquí? —Respondió el repartidor.

    — Se ha producido un crimen. ¿Qué haces tú aquí?

    — Tenía un pedido para esta dirección.

    — ¿Cuándo hicieron el pedido?

    — Hará una media hora. ¿Por qué? ¿Quién me va a pagar la pizza?

    — ¿Quién hizo el encargo?

    — No lo sé, yo solo soy el repartidor.

    — Déjame ver la orden del pedido.

    Al ver el papel que el muchacho le entregó, pudo comprobar que el nombre al que iba el encargo era el suyo, el del inspector López. ¿Cómo era eso posible? ¿El asesino les estaba observando? ¿Acaso era un truco?



    Mientras tanto, en la casa de enfrente, un hombre observaba por la ventana con cierto recelo. El famoso asesino, al que la Interpol tenía entre los más buscados, permanecía expectante y sudoroso, intentando discernir cómo se había visto envuelto en aquel desaguisado.

    “El PinWuino”, apodado así por ir siempre en frac a la hora de perpetrar sus crímenes, permanecía agazapado tras las cortinas del salón de aquella casa, pues la policía había acordonado la calle y a él le habían pillado en medio de un encargo. ¿Cómo se habían enterado tan rápido? Ni siquiera había terminado de torturar a ese desgraciado.

    ¿Dónde estarán los Gómez? ¿Quién está siendo torturado por “El PinWuino”? ¿De quiénes serán los pedazos encontrados en el falso techo? ¿Y la sangre? ¿Quién mandaba la pizza a nombre del inspector que llevaba el caso?

    El PinWuino se alejó de la ventana, algo preocupado. Aquella calle estaba repleta de policías y, muy pronto, llamarían al timbre para preguntar a los testigos por si habían visto algo extraño. ¿Cómo saldría ileso de todo eso?

    Se acercó a una habitación de la que provenía un murmullo extraño y, al abrir la puerta, varios palomos intentaron escaparse del cuarto; pero, el PinWuino logró entrar antes que se fugasen aquellos pajarracos endemoniados.

    Había dejado un bocadillo de lomo con pimientos en un rincón para comérselo más tarde, pero, ahora... estaba lleno del excrementos de ave; pues la habitación estaba llena de esos animales.

    Entre las decenas de palomos y palomas que había, se pudo escuchar una leve explosión. Algunas de las aves explotaban tras hacer un picado, pues tenían una bolsa de palomitas en su interior que, tras inflarse, hacía que reventasen. ¿Cómo es posible? No tengo ni idea, pero si quieres, puedes preguntarle al PinWuino para que te explique su técnica; eso sí, si es que no acaba al final del día entre rejas.

    De repente, se escuchó el gemido de un pobre hombre, proveniente del medio de la sala. Estaba amordazado y atado a una silla en medio de aquella escena tan pintoresca, lleno de vísceras, guano y sangre reseca. Ahora supongo que os preguntaréis por qué aquel hombre estaba siendo torturado con un montón de palomos convertidos en copos de maíz, pues bien, yo os lo explicaré: el pequeño Nicolás, que era aquel hombrecillo asustado, tenía fobia solo a dos cosas: las palomitas y las palomas.



    Mientras todo esto sucedía a un palmo de la escena del crimen, Gladis, la dulce vecina de avanzada edad, observaba por la venta de su casa —la contigua a la de los Gómez— a los policías que poblaban su jardín, con una siniestra sonrisa dibujada en su arrugada cara. Ella había sido la encargada de deshacerse de sus vecinos y, había entregado las llaves de repuesto de la casa a los agentes, para evitar sospechas indeseadas.

    Estaba haciendo el equipaje para huir de la Tierra, pues no era lo que se dice de este planeta. Bajo su entrañable apariencia se escondía una paloma gigantesca hecha de verduras, que hacía deposiciones con forma de lechuga.

    Gladis era una habitante del planeta Orion y había venido a la Tierra de vacaciones, gracias a la recomendación de su vecino, MendiOrion. Él había visitado nuestro planeta en más de una ocasión y, como amaba tanto a los gatos, adoptaba a uno nuevo cada vez que se dejaba caer por este mundo tan extraño.

    El inspector López decidió visitar a los vecinos, cosa que deberían haber hecho ya sus compañeros, para comprobar si había algún testigo de los hechos.

    — ¿Por dónde empezamos? —Preguntó su subalterno.

    — ¿Quién dio la voz de alarma?

    — La vecina. Creo que se llamaba… Gladis.

    — Pues empezaremos por ella. Mientras tanto, léeme la transcripción de la llamada que hizo a emergencias.

    — <<Creo que a mis vecinos les ha pasado algo. Escuché un grito y, al asomarme por la ventana, lo vi todo manchado de sangre y me asusté. >>

    — ¿Eso es lo que dijo?

    — Así es, señor.

    — ¿Cómo sabe que estaba todo manchado de sangre? Las cortinas estaban echadas.

    — Es cierto, ¿cómo pudo saberlo?

    — Será mejor que le preguntemos directamente a ella.

    Y los dos hombres llamaron a la puerta. Cuando Gladis abrió, se topó con dos investigadores que le dieron los buenos días; pero… al escuchar un fuerte golpe en el interior de la casa, decidieron entrar a la fuerza, pese a las reticencias de la “extraña” anciana.

    López abrió la puerta de la habitación de la que provenían aquellos ruidos y, para su sorpresa, descubrió a la familia Gómez convertida en zombi; pero no eran unos simples zombis, como los que estamos acostumbrados a ver en las películas. Cuando se dio cuenta que estaban disfrazados de hippies, no supo cómo reaccionar; si echarse a reír o a llorar.

    El olor que desprendían era nauseabundo y, de su boca y cortes por todas partes, les brotaba un líquido verdoso, parecido al moco Flubber. Cuando el inspector comprobó que estaban muertos —pues tuvo que dispararles a la cabeza en varias ocasiones—, fue a interrogar a la anciana sobre lo que había sucedido, pero ésta ya no estaba.

    Gladis se había dado a la fuga, mientras los agentes luchaban por no convertirse en la merienda de aquellos engendros. El agente subalterno no daba crédito a lo que estaba viendo y, cuando el inspector López le pidió que siguiese a la mujer que se había escapado, tan solo se topó con un traje de carne tirado en el suelo, un par de calles más abajo.

    Llamaron a la policía científica de nuevo, para que se llevase los cadáveres al depósito y los estudiasen a fondo. Para recogerlos, ya que Kiara estaba liada con las pruebas que había recogido en la escena del crimen, llegó un forense nuevo de lo más buenorro y muy parecido a Chris Hemsworth; aunque el buen mozo
 tenía un pronunciado acento gallego.



    Al otro lado de la calle, Gladis, la extraterrestre con forma de paloma hecha de verduras y con un problema de incontinencia transformado en lechugas, se ocultó en la casa de la que el PinWuino se había apoderado y en la que estaba siendo torturando al pequeño Nicolás.

    Al entrar a la casa escuchó aquel ruido que le resultaba tan familiar y, cuando entró en la habitación de las palomas, todas ellas revolotearon a su alrededor. El asesino se quedó paralizado al ver a un extraterrestre de aquella guisa frente a él. El pequeño Nicolás, aprovechando la distracción, rompió la silla de madera en la que estaba sentado y se escapó, mientras aquellos dos seres se debatían entre entrar en una pelea o firmar una tregua, que les llevase a salir ilesos de aquella situación en la que se habían visto envueltos.

    — ¿Qué eres? —Preguntó el PinWuino.

    — Soy Gladis, del planeta Orion y he venido a la Tierra a matar a los Gómez, porque eran desertores de mi planeta. Se dieron a la fuga en mitad de una guerra civil y tuve que darles caza. ¿Tú quién eres?

    — Soy un asesino a sueldo de la mafia y tenía que torturar a este insensato que… ¡se me ha escapado!

    — Creo que estamos en un aprieto. Tengo que salir de la urbanización e ir a campo abierto, donde me espera mi nave espacial.

    — Yo puedo ayudarte, siempre y cuando me lleves contigo.

    — ¿A ti? ¿Un humano?

    — ¿Por qué no?

    — Ahí fuera hay mucha basura espacial: tozos de meteoritos y varios satélites que tenemos que atravesar. Los humanos sois unos guarros y no quiero que hagáis lo mismo en mi planeta –dijo Gladis, de forma muy seria.

    — ¿Y si te digo que yo reciclo?

    — Bueno, me puede valer, además, tengo que salir de aquí y tú eres el único que me puede ayudar en dicha tarea.

    De repente, Gladis sacó un plátano y disparó al PinWuino; era un arma de rayos láser. El asesino se retorció en suelo, mientras se iban desprendiendo los músculos de su pellejo.

    La extraterrestre recogió la piel del asesino y se la puso como disfraz y, al salir de la habitación de las palomas, descubrió al pequeño Nicolás escondido tras el sofá. Como necesitaba alguien que la llevase en coche hasta el lugar en el que tenía aparcada su nave, decidió tomarle como rehén y llevárselo con ella a su planeta de viaje.



    La nave estaba hecha de barro y parecía la caca del Whatsapp, pero de color morado. Mientras que Gladis y el pequeño Nicolás surcaban los cielos y atravesaban la basura espacial, el amor comenzaba a surgir entre ellos. Al mismo momento, el pizzero, que seguía en la escena del crimen entreteniendo al policía, quedó paralizado y se apagó de repente; pues era un robot que había mandado la extraterrestre.

    El inspector, al ver que el repartidor se había quedado petrificado, intentó darle con un dedo en la frente y, al hacer esto, la cabeza del pizzero se cayó al suelo, dando a relucir que era un androide de última generación, fabricado en Orion.

    ¿Por qué los Gómez se instalaron en la Tierra? ¿Qué será del pequeño Nicolás en ese otro planeta? ¿Tendrá que pagar a un terapeuta el inspector después de este caso? ¿Y los zombis? Todo esto lo sabremos en la próxima entrega de… “La calle de la sobredosis porrera”.



    Continuará…