martes, 28 de abril de 2020

Cuento en Cuarentena 6

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 1)

 

Melinda estaba sentada en aquel café, que tanto había echado de menos durante el confinamiento. Llevaba un vestido de lino blanco escotado y sus sandalias rojas de 7 centímetros con tacón cuadrado y cogidas al tobillo con una tira ancha y hebilla del mismo color, combinaban a la perfección con el cinturón que ajustaba su cintura de avispa. Llevaba unas gafas de sol que ocultaban sus hermosos ojos verde esmeralda y su coleta alta y castaña, bailaba con la brisa del mar que olor a sal transportaba. Hacía más de un año que no se arreglaba tanto para salir, pero por fin la vacuna había llegado y a la normalidad todo había regresado. Bueno, ahora había más conciencia por la naturaleza y los problemas de la sanidad, ya que al estar confinados nos dimos cuenta que la vida se abre paso y por nada ni nadie va a esperar.

Pero ahora, sentada en aquella silla frente al mar, aquel café le sabía a gloria y lo quiso disfrutar. Estaba nerviosa, era la primera cita que tenía en más de un año y no sabía cómo actuar. Aquel chico le gustaba, habían hablado tanto a distancia, que no le quería defraudar. Pero espera un momento. ¿Y si no era como ella esperaba? Aquello era una moneda de doble cara. ¿Y si se marchaba? No estaba preparada, quizás fuese mejor que quedarse plantada.

— ¿Melinda? — Preguntó un apuesto joven a su espalda.

La joven se giró lentamente con una sonrisa, que ocultaba lo nerviosa que estaba, y se quedó sin palabras.

—Sí, soy yo. Hola. ¿Eres Jorge? — Quiso saber la temblorosa joven.

—Sí, menos mal, pensé que me dejarías plantado. — Respondió el chico y se sentó a su lado. Ni si quiera se dieron la mano, estaban acostumbrados al distanciamiento social y poco a poco lo tendrían que superar.

—Jamás haría algo así, no hagas nunca lo que no quisieras para ti. — Le dijo ella, pensando que si llega a tardar dos minutos más, le hubiese dejado tirado.

Escrutó a través de las gafas a ese joven tan apuesto, mientras se las quitaba por cortesía, ya que era de mala educación ocultarle la mirada. Tenía el pelo negro como el carbón y los ojos rasgados de color miel, aquello le daba una apariencia de lo más exótica que invitaba a desentrañar los secretos que esos ojos podían guardar. Se notaba que era bastante alto y que había sacado provecho a la bici estática que durante la cuarentena se había comprado, pues aquellas piernas estaban de lo más musculadas. Llevaba un pantalón vaquero ajustado y una sudadera negra de los Rolling Stones, pese al calor del verano, cosa que a Melinda sorprendió.

—Esto… ¿Encontraste bien el lugar? — Le preguntó ella.

—Sí, se me da bien usar Google Maps Eso sí, me sacas de ahí y tengo menos sentido de orientación que una peonza. Jajaja. — Contestó él y ambos se rieron. —Estás muy guapa. —

—Gracias, tú también. — Respondió con las mejillas coloradas.  —Por cierto… ¿Dónde te estás quedando? —

—En un hotel cerca de la estación, no recuerdo bien el nombre. — Respondió, e hizo una leve pausa. ¿Pero qué le pasaba? Aquella chica era muy guapa y él estaba tan nervioso que no quería cagarla. Lo tengo apuntado en el teléfono.

—Ah, bien. — Se quedó callada antes de continuar. — Mira, esto es muy raro. No sé si te pasa a ti lo mismo. —Le dijo la joven echándose a reír. Me siento torpe en estos momentos.

—Pensaba que solo me pasaba a mí. Estoy de los nervios, siento si parezco muy parado, pero no suelo ser así. — Añadió él.

— ¿Te apetece que demos un paseo junto al mar? Quizás eso nos ayude a despejarnos y soltarnos un poco. — Preguntó ella.

—Me parece una estupenda idea. — Aceptó y se marcharon tranquilamente por el paseo, mientras el sol del final del verano, alumbraba desde lo más alto.

Se habían conocido por internet durante la cuarentena y habían hablado tanto, que ahora no tenían ningún tema en el que no hubiesen profundizado.  La vida, los sueños, sus gustos, incluso sus peores miedos habían aflorado estando lejos. Se conocían tan bien, como si hubiesen vivido juntos durante todo ese periodo, pero por suerte todo eso ya se había terminado y podrían conocerse de verdad sin tenerse que conectar. Él era un joven arquitecto al que le gustaba mucho jugar a videojuegos y ella era una decoradora de interiores con un gran secreto.

Se compenetrarían muy bien en su relación profesional, ya que para eso habían comenzado a chatear. Montarían una empresa juntos, él diseñaría casas y ella las adornaría con su magia. Y no, no me refiero a magia como tal, sino a un gusto increíble a la hora de decorar. Pero después de tantos meses, se dieron cuenta que algo más los había conectado, los dos habían terminado con sus respectivas relaciones y mutuamente se consolaron.

—Bueno, me dijiste que cuando nos viésemos en persona, me confesarías algo. Estoy esperando. — Dijo él, mientras iban caminando.

—A ver, no es nada del otro mundo, solo que soy huérfana. No conocí a mi familia, por eso esquivaba las preguntas que me hacías. — Confesó la chica.

— ¿Eso era? Lo siento, pero para haberte criado sola lo has hecho muy bien. —

—No me crié sola, sino con varias familias de acogida. Al principio me costó adaptarme un poco, pero después di con una familia muy buena y me resultó fácil formar parte de ella. — Añadió la joven.

— ¿Y no sabes nada de tu origen? —  Preguntó él.

—Nada. No hay registros, se quemaron en el incendio que hubo en el orfanato en el que dejaron siendo un bebé y nadie me buscó, por lo que aquella historia se zanjó hace mucho tiempo. —

— ¿Y no te pica la curiosidad? — Quiso saber Jorge, realmente intrigado.

—A veces sí, cuando siento que no me parezco a las personas que me adoptaron. Me hubiese gustado saber los motivos por los que me abandonaron, si no me querían o no podían hacerse cargo, pero ya no puedo cambiar nada de lo que pasó, así que… — Contestó ella apenada.

—Bueno, como dices tú, tampoco tienes ninguna pista para empezar a buscarlos y aunque la tuvieses, a lo mejor no te gustaba lo que pudieses encontrar. — Intentó animarla.

—Cierto, así que da igual. Aunque en realidad sí tengo algo, un medallón o mejor dicho, la mitad de un medallón, porque creo que está roto o le falta una pieza. Me lo dejaron en el canasto cuando me abandonaron, pero bueno, tampoco es algo con lo que poder empezar, he buscado el símbolo y no existe nada parecido. —  Añadió la joven, llevándose la mano al pecho, donde guardaba el colgante bajo su vestido de lino.

Habían caminado tanto que se habían metido por el monte, dejando el mar a varios cientos de metros por detrás, pero estaban tan a gusto compartiendo sus vidas, que ni cuentas se dieron hasta que la noche encima se les fue a echar.

—Es curioso. — Dijo él y entonces se calló.

— ¿El qué? — Preguntó ella intrigada.

—Yo también llevo un colgante conmigo a todas partes, cosa de mis padres, pero… — De pronto, cuando Jorge estaba a punto de sacar el colgante del bolsillo de su pantalón, el cielo se volvió negro completamente y una tromba de agua los sorprendió. Estaba despejado hacía unos instantes. ¿Cómo le había dado tiempo a esa tormenta a formarse?

—Será mejor que nos resguardemos. Por aquí cerca hay un sitio en el que podremos esperar a que pase la tormenta. — Dijo ella, calada hasta las cejas.

—Me parece bien, te sigo. —

Se cogieron de la mano y al parecer eso al cielo no le gustó demasiado, ya que la oscuridad se vio mitigada en un momento, por una sucesión de truenos, rayos y relámpagos de lo más virulentos.  Poco después llegaron a esa pequeña caseta que Melinda encontró un día que por el monte fue de excursión. Jorge dio una patada a la puerta y se metieron dentro de ella. De pronto la puerta se cerró y la luz de aquel sitio se encendió.

—Uy, qué moderno. Pensaba que sería una simple caseta sin iluminación y llena de moho. — Comentó la joven al ver el interior tan pulcro de aquella habitación de 2x2 metros.

De pronto se miró y vio que tenía el vestido pegado al cuerpo completamente e intentó taparse un poco por decoro, pero pronto se le olvidó todo, al escuchar lo que Jorge añadió a continuación.

—La puerta no se abre. — Dijo él, intentando abrir la entrada por la que acababan de pasar y se había cerrado de golpe.

— ¿Es una broma? — Preguntó ella.

—No, lo digo en serio. No se abre. —Confirmó él, tirando del picaporte de la puerta con todas sus fuerzas.

—Pues otra mala noticia, mi teléfono no tiene red. No hay cobertura aquí dentro, ni ventanas. — Dijo ella, que empezó a ponerse nerviosa. ¿Cómo saldrían de allí?

—Tranquila, esto debe ser cosa de la tormenta, cuando pase, la cobertura volverá. Suele pasar. — Le dijo para tranquilizarla, aunque no las tenías todas consigo. — ¿Tienes frío?  —

—Un poco, pero no te preocupes, estoy bien, solo que aquí hay mucha humedad, nada más. — Respondió ella, mientras le chirriaban los dientes.

—Ven aquí. — Le pidió él y entonces la estrecho entre sus fuertes brazos.

—Gracias. Es extraño, nunca suelo tener frío, ni si quiera en pleno invierno. — Confesó ella.

—A mí me pasa lo contrario, odio el calor, siempre estoy helado, pero me encanta. — Le dijo y notó un gran calor que provenía de la joven. — Aunque ahora estoy asfixiado. ¿No tendrás fiebre? Te noto muy caliente. —

—Pues tú estás helado, así que no te lo discuto que pueda tener fiebre, pero es extraño, no me siento enferma, solo tengo mucho frío. — Dijo la joven, separándose de él y sintiendo así algo de alivio.

Ambos se quedaron extrañados. ¿Qué les estaba pasando? Entonces escucharon un ruido mecánico, que provenía del suelo.

— ¿Escuchas eso? — Preguntó Jorge.

—Sí, es como el sonido de un elevador. — Respondió ella, agachándose y pegando la oreja al suelo. —Parece que viene de…. ¡AHHHH!— Gritó, al caer por una grieta que en el suelo se abrió.

Jorge alargó el brazo y le enganchó la mano antes que por el agujero desapareciera, mientras intentaba sujetarse para no caer detrás de ella.

— ¡Sujétate fuerte! — Le gritó él, mientras intentaba sujetarla aunque le sudaban las manos.

— ¡No puedo, me resbalo y se me están congelando los dedos! —  Gritó ella. — ¡Me caigo! —

— ¡NOOO! — Gritó él desesperado, al ver cómo sus manos resbalaban y la joven caía dentro de la grieta, sin que él pudiese hacer nada para remediarlo.

De pronto, cuando pensaba que Melinda se había despeñado por el agujero, un elevador subió a ras del suelo con Melinda agazapada en un rincón y una mujer bajita con una melena oscura y gafas de pasta color limón. Aquella mujer llevaba las manos ocultas en los bolsillos de su bata blanca de laboratorio de última generación y le miraba con una sonrisa, como si fuese un amigo con el que tras mucho tiempo se reencontró.

—Por fin. Os estábamos esperando. — Dijo aquella mujer menuda con cara de intelectual.

 ¿Esperando? ¿Quiénes? ¿Para qué? ¿Dónde estaban realmente? 

 

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 2)

 

Jorge subió a la plataforma y Melinda se echó en sus brazos, pero en lugar de sentirse reconfortada, se estaba congelando. En cambio él comenzó a sudar de una manera que no era normal. ¿Por qué pasaba eso cuando sus pieles se llegaban a rozar?

¿Quién es usted? ¿Qué quiere de nosotros? ¿Y qué lugar es este? Preguntó Jorge, mientras las gotas de sudor resbalaban por su frente.

Soy vuestra madre, bueno, vuestra creadora. Soy la doctora Rodríguez y este es el lugar donde fuisteis creados. Respondió aquella mujer.

Perdone. ¿Qué? No puede ser, yo tengo una familia. Replicó Jorge indignado.

En realidad son tus padres adoptivos, te acogieron desde muy pequeñito y hemos conseguido tenerte vigilado hasta ahora. ¿Pensasteis que vuestro encuentro ha sido casual? La doctora hizo una pausa dramática y después continuó. Veréis, os creamos en este laboratorio, pero antes que vuestras capacidades especiales fuesen activadas, una traidora a la que no pienso mencionar, os secuestró y os llevó con ella. Poco después fue atrapada, como es lógico, pero pensamos que podíamos ver cómo os desenvolvíais en un ambiente corriente, para mejorar vuestra capacidad de camuflaje entre la gente. A ti Jorge, te enviamos con una familia de confianza desde el principio, en cambio contigo, Melinda, tuvimos más problemas para localizarte, porque andaban siempre cambiándote de familia. Añadió la mujer, mientras el elevador seguía descendiendo a las profundidades de la tierra.

¿A qué se refiere con capacidades especiales?  Preguntó la joven asustada.

Buena pregunta, chica lista. Como podéis ver, cuando estáis juntos vuestra temperatura corporal cambia drásticamente, y eso que aún no tenéis activadas dichas capacidades. Pero siguen estando latentes en vuestro interior, por lo que siguen atrayéndose y repeliéndose al mismo tiempo. Cuando os activemos, vuestros poderes serán mucho más intensos y deberéis aprender a controlarlos. Sueltos sois un peligro, pero en buenas manos como las nuestras, podéis llegar a ser los primeros súper héroes reales del mundo. ¿Os imagináis las posibilidades? Explicó la doctora.

No me lo creo. No puede ser cierto. Se negó a creer Jorge.

Será mejor que os soltéis, al menos de momento, no queremos que te derritas ni que ella se convierta en un cubito de hielo. Os haremos pruebas y varias mejoras. Os llevamos estudiando mucho tiempo en la distancia, ya es hora de una actualización en vuestro software. Les dijo y las puertas del elevador se abrieron, dejando entrar a un grupo de soldados armados hasta los dientes.

¡No puede hacernos esto! Gritó Melinda.

En realidad sí, sois propiedad del gobierno.   Dijo la mujer, antes de dar la orden con la cabeza para que los detuvieran.

Cada uno fue llevado a un lado del complejo, ya que las instalaciones estaban divididas, y específicamente aisladas, para soportar en cada zona el poder de uno de sus huéspedes. Melinda fue llevada a la derecha, donde había una sala que era capaz de soportar temperaturas tan altas como, las que se pueden producir en una cápsula espacial cuando atraviese la barrera del planeta al estrellarse contra la tierra. Jorge en cambio, fue llevado hacia la izquierda, donde sus instalaciones se habían construido con un tipo de titanio capaz de soportar, congelaciones como las que solía haber en la base de Barneo cerca del Polo Norte. Aquel lugar era una increíble fortaleza bajo tierra, capaz de retener a cualquier criatura que cruzase esas puertas.

Bienvenida, Melinda. Soy el doctor Ayala y me encargaré de hacer tu reconocimiento médico e incluirte algunas mejoras, antes de activar tu programa, quiero saber cómo te encuentras. Se presentó aquel extraño doctor que llevaba un traje, como los que usaban en los quirófanos y unos guantes ignífugos para evitar quemarse.

— ¡No me ponga una mano encima! Dijo la joven encendida, a través del cristal de la sala de contención de aquella habitación donde la retenían.

Cálmate, por favor. No sentirás nada. Haz memoria. ¿Alguna vez te han puesto una inyección o has sentido algún dolor? No puedes, eres indestructible, al menos mientras estés consciente. Pero tienes un punto débil, como todos los súper héroes, para evitar que te descontroles y ese es él. Dijo, señalando a la puerta por la que entraban cuatro soldados, empujando una jaula hecha de alúmina y dióxido de silicio, que parecía de cristal, pero ni una bomba la podría destrozar. Dentro de la jaula estaba Jorge, golpeando con todas sus fuerzas aquel cristal y gritando hasta el punto, que en el cuello se marcaban las venas a punto de estallar.

¿Qué hace? ¡Suéltele! Le ordenó Melinda enfurecida y la temperatura de la habitación, pese a que estaba aislada, quince grados subió.

Perfecto, no te preocupes. Le soltaremos y os dejaremos a solas, tenéis mucho que asimilar. Esto solo es una medida de seguridad para nosotros, a vosotros nos os hará ningún daño. Dijo el doctor, haciendo que todos saliesen de la habitación, antes de apretar un botón en un mando que llevaba y dejarles solos en aquella habitación tan extraña.

Mientras la puerta de aquella habitación se cerraba, se abrían la de la jaula y la sala de contención, donde Jorge se lanzó dentro a la mínima ocasión. Melinda y él se abrazaron con fuerza, pese al cambio de temperatura tan brusco que les provocaba estar cerca.

¿Estás bien? Preguntó él, mientras atrapaba en sus manos su preciosa cara de porcelana.

No, no lo estoy. ¿Por qué nos hacen esto? Tenemos que salir de aquí. ¿Tú estás bien? Quiso saber ella, mientras las lágrimas empañaban las fuertes manos, que el agua de sus mejillas limpiaban.

Ahora que te veo sí. Saldremos, estoy en ello, pero aún no entiendo lo que nos están haciendo. ¿Están locos o en verdad todo lo que nos han contado es cierto? ¿Por qué estás helada y yo ardiendo? Alguna explicación tiene que haber. Respondió él.

¿De verdad nos crearon en un laboratorio? Bueno, eso no es tan raro. Me refiero al in vitro y todo eso, pero… ¿Capacidades especiales? ¿De qué están hablando? Preguntó la joven horrorizada.

No lo sé, quizás tú produzcas calor y yo frío. Dijo Jorge, aunque sus palabras parecían no tener sentido.

Sí, a esa conclusión llegué yo también. ¿Pero cómo? ¿Y por qué si antes nos dijeron que era mejor que estuviésemos separados, ahora nos han encerrado aquí juntos? No tiene sentido alguno. Intentó descifrar la joven, pero estaba demasiado asustada para darle vueltas a nada.

¡Mierda! Dijo él, siendo consciente de lo que la joven acababa de decir, por lo que comenzó a aporrear la puerta de la habitación de Melinda y que no se podía abrir. Nos han encerrado.

 Nos lo han dicho y no nos hemos dado cuenta. Somos indestructibles, excepto cuando estamos juntos. Como en esa peli de Will Smith y Charlize Theron. Añadió Melinda con cara de sorpresa.

Sí, exacto. La doctora que os secuestró vendió la historia para subvencionar su vida de prófuga, pero de poco le sirvió. Dimos con ella igualmente.   Dijo el doctor por los altavoces.

Pero esa película la vi yo en el cine y según dijo esa doctora bajita, la atraparon al poco de escaparse con nosotros. Dijo Jorge perplejo, ya que no le cuadraban las fechas.

Sí, bueno. ¿Qué es lo que recordáis de vuestra infancia? Digamos que habéis crecido en unos pocos años lo que crecería un ser humano normal en varias décadas. Pero no lo recordáis, ha pasado todo tan deprisa, que no os habéis dado ni cuenta. Eso sí, tranquilos, que ya no envejeceréis más. Como dije, sois indestructibles y además, inmortales, al llegar a vuestro estado óptimo os quedáis en él. Ahora sed buenos y debilitaos el uno al otro, así podremos operaros. Cambio y corto. Dijo el doctor a través de los altavoces, antes de cerrar las comunicaciones.

¿Y ahora qué? Preguntó la joven tiritando.

Quizás debamos dejar que nos hagan más fuertes. Ahora mismo no podemos luchar contra nada ni nadie. Respondió él, sentándose en el suelo.

Podemos morir. Dijo ella.

Según ese doctor, no lo cree posible, pero yo no pondría una mano en el fuego por él. Se quejó Jorge, cabizbajo.

¿Y si ese fuego fuese yo? Le preguntó ella, y después se acercó a él, se arrodillo enfrente  y delicadamente le dio un beso en los labios. Estaban helados y al mezclarse con los suyos tan cálidos, sintió como si le clavasen miles de agujas por el cuerpo, pero con gusto volvería a hacerlo.

¿Qué haces? Esto puede matarnos, ya oíste lo que dijo. Preguntó él sorprendido.

¿Acaso no te ha gustado?

Claro que sí, pero no quiero hacerte daño. Respondió él.

Vamos a morir de todas formas, al menos podemos elegir la forma. Y en ese mismo instante, los labios heladores de aquel apuesto hombre la silenciaron.

Las luces de la sala parpadearon y el termostato terminó explotando, porque lo que pasó en aquella habitación, ningún cuerpo humano lo hubiese soportado.

Doctor, señor… Dijo uno de los ayudantes, mientras observaba los monitores. Las cámaras se han fundido.

Es increíble, realmente increíble. Tanto poder concentrado en una misma habitación. Añadió el doctor.

¿Les envío el gas para separarlos, ahora que son vulnerables? Preguntó otro de los ayudantes.

No, déjelos. Apunte la hora y veamos a ver qué sucede. Esta noche entraremos y les operaremos allí mismo, debemos mantenerlos juntos para poder intervenirlos. Ordenó el doctor, mientas seguía visualizando la niebla de los monitores, donde antes pudo observar, como esos dos cuerpos absolutamente perfectos, se fundían en un solo elemento. Hielo y fuego. ¿A qué me recuerda eso?

 

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 3)

 

Aquel joven ayudante de laboratorio, preparado con un traje ignífugo y manos temblorosas, abrió la puerta de la habitación de aislamiento a petición del doctor Ayala, que a través de los monitores le vigilaba.

¡Vamos, diga algo! Ordenó el doctor a través de los altavoces.

Están desnudos, señor. Hace un calor horrible y la mitad de la habitación está calcinada. Ellos parecen estar bien, agotados, pero aún respiran. Añadió el ayudante, desde una distancia prudencial.

Perfecto, equipos 1 y 2, ya pueden entrar. ¡Salga de ahí señor Gómez, le espero en el quirófano de inmediato! Mandó el doctor y salió de la sala de observación rumbo a donde había indicado.

El equipo 1 consistía en dos hombres con trajes ignífugos, que recogieron a la joven Melinda del suelo y la pusieron sobre una camilla. Al principio les costó despegarla un poco de Jorge, ya que sus pieles se habían fundido y aun estaban unidas en algunas partes. Mientras tanto, el equipo 2 estaba formado por tres hombres corpulentos que cargaron con Jorge y lo pusieron sobre otra camilla, también llevaban trajes especiales y un par de guantes. Transportaron a los dos jóvenes por un largo pasillo hasta un quirófano, donde los pusieron el uno junto al otro, para evitar que recuperasen la conciencia enseguida y la operación resultase fallida.

Será mejor que nos aseguremos. Dijo el doctor Ayala, entrelazando las manos de los jóvenes, para evitar que se despertaran. Rápido, anestesia para ambos.

Señor, creo que es una dosis excesiva. Objetó el ayudante.

Son invencibles, cuanto más tiempo tarde en clavarles la aguja, más difícil le resultará. Su cuerpo quemará la sustancia mucho más rápido que una persona normal. ¡Clávesela ya! Ordenó y su ayudante obedeció.

El doctor se encargaría de operar a Melinda, mientras la doctora Rodríguez operaba a Jorge. Aquello fue una masacre, ya que les cortaron por todas partes.

¿Qué tal va, doctora? Preguntó el doctor Ayala.

Me está costando mucho, las heridas cicatrizan muy rápido. Se quejó ella.

Lo sé, me ocurre lo mismo, aunque ya está todo casi listo. Lo bueno es que no tenemos que cerrarles, se cierran ellos solos. Dijo el doctor, mientras terminaba y se quitaba los guantes.

Listo, recoged y llevadlos a sus respectivas habitaciones, deben recuperarse antes de las pruebas de mañana. Dijo la doctora y salió de la sala detrás de su compañero.

Ha sido increíble. Buen trabajo, doctora. Dijo él, mientras observaba a través de un cristal como sacaban las camillas y las llevaban en distintas direcciones.

Creo que hemos aprendido una barbaridad y si antes eran invencibles, ahora con los nuevos ajustes lo serán mucho más. Comentó la doctora, orgullosa del trabajo que habían realizado.

¿No le preocupa que les hayamos mejorado demasiado? Preguntó Ayala preocupado.

Hemos conseguido que surja una química entre ellos muy especial. Son invencibles por separado, pero no sabrán vivir alejados el uno del otro, y eso se lo debemos a la doctora que los secuestró. Si hubiesen crecido aislados en este laboratorio, no hubiésemos conseguido esa conexión especial y ahora serían máquinas sin sentimientos, imposibles de controlar. Todo pasa por algo, mi querido amigo. Respondió la doctora y se marchó hasta sus aposentos, para asearse y descansar un rato antes de analizar los resultados de lo que habían hecho.

Ayala en cambio fue directo a la sala de monitores, para observar a esa hermosa mujer que en sus manos hacía un momento había logrado tener. El calor que había emanado de su cuerpo había sido embriagador. Era como saber que la muerte te espera en medio de un incendio y gustoso ir a meterse dentro.

Puede irse a descansar, ya me quedo yo vigilando un rato. Le dijo el doctor al vigilante, que controlaba los monitores en la sala de vigilancia con demasiada felicidad.

Cuando el guarda se marchó enfadado, por haberle alejado de lo que estaba observando, el doctor se sentó en aquella silla a vigilar a Melinda. Tenía un haz de luz que la cubría mientras dormía, una luz intensa y rojiza la cubría. Eran como cientos de llamas pequeñas y oscilantes, que formaban una película sobre su cuerpo sin provocarle ningún sufrimiento.

La ropa se convertía en cenizas al contacto con su piel, por lo que la sábana que llevaba, quedó calcinada en cuanto entró en la sal. Por ello tanto el doctor, como anteriormente el vigilante, la observaban a través de los monitores expectantes. Le estaban preparando un traje especial para que pudiese llevar, porque al aumenta sus poderes cualquier tejido podría desintegrar.

Señor. Dijo su ayudante entrenado por la puerta sin avisar.

¡¿Qué quieres ahora?! Preguntó molesto por la intromisión, no le dejaban tranquilo ni un momento.

Disculpe, pero ya hemos conseguido terminar el traje del sujeto 1. Dijo el joven ayudante.

Perfecto, habrá que ponérselo. ¿Algún problema con el traje del sujeto 2? Quiso saber el doctor.

Sí, hemos tenido problemas al intentar colocarle el traje, ya que se quedaba rígido por congelación, pero una vez puesto se ha adaptado muy bien. Esos trajes inteligentes cuesta ponerlos, pero después cumplen bien su función. Lo malo es que hemos tenido que cortarles los dedos a los dos soldados que se lo han puesto. No se los hemos podido salvar. Respondió.

Vamos a ver si el sujeto 1 es más receptivo al traje. Dijo, levantándose y siguiendo a su ayudante, que llevaba entre las manos aquella obra de arte.  

Al llegar a la habitación de Melinda, el doctor quiso ser el único en tocar a la joven, por lo que intentaría su colocación sin la ayuda de nadie. Su ayudante no puso objeciones, se había dado cuenta de la obsesión que el doctor tenía por la joven, y no quiso entrometerse y perder su trabajo. Además, habiendo visto cómo le habían quedado a esos soldados las manos, prefería mantenerse a un lado y ni siquiera intentarlo. El doctor se acercó con su traje ignífugo puesto e intentó vestir a Melinda con el que su ayudante le había entregado, pero emanaba tanto calor de su cuerpo, que le resulta imposible acercarse a menos de un metro. Estaba claro que tendría que dejar a esos dos soldados la tarea, que muy posiblemente, la jubilación anticipada les iba a otorgar, si no los mataba la chica al despertar. Lástima, pensó. Si hubiese estado cerca del sujeto número 2, podría haber cumplido esta misión.

Que pasen. Dijo, y dos soldados entraron para vestir a la joven lo más rápido que pudieron, ya que sus manos terminaron con quemaduras de primer grado, pese a la protección que les habían dado. Y de primer grado es decir poco, para lo mal que acabaron.

No podía juntar a los dos sujetos hasta que todas sus heridas hubiesen sanado, no quería que por culpa de su lujuria, se estropease algo. Aquel experimento había requerido muchos años de trabajo y miles de millones que el gobierno les había otorgado, pero jamás imaginó llegar a arrepentirse de hacer tan bien su trabajo.

Mientras tanto, al otro lado del complejo, Jorge comenzó a despertarse al sentirse raro con el traje que le habían puesto. ¿Quién era, Peter Pan? ¿Por qué le habían puesto mallas? Parecía uno de los cuatro fantásticos en versión ecológica. Extrañamente, aquel traje le sentaba muy bien, aunque él hubiese preferido un tono azul o blanco, que iban más con él. Parecían como miles de escamas que recorrían todo su cuerpo, excepto el cuello, las manos y la cabeza, que era lo único que no habían cubierto. ¿De qué estaba hecho ese traje? ¿Y por qué se sentía tan raro? ¿Dónde estaría Melinda?

Entonces algo sucedió. Su visión se volvió borrosa y de pronto, tumbada en una cama, vio a la mujer que tanto deseaba. Era como si estuviese allí mismo junto a él, pero al caminar hacia ella se chocó con algo y su visión a la normalidad regresó. Se acababa de chocar con la pared de su habitación y había caído al suelo. ¿Qué había pasado? ¿Había preguntado por Melinda y su vista hacia ella había viajado? ¿Cómo era eso posible? ¿Qué otras mejoras le habían hecho?

Cuando Melinda despertó, se dio cuenta que su cuerpo tenía una especia de campo protector hecho de llamas diminutas. Eran de un color rojo fuego y oscilaban de un lado para el otro como la llama de una vela empujada por el viento. Aquel traje verde, que parecía la piel de una serpiente, se pegaba a ella como si estuviese pintado sobre su piel. ¿Verde? ¿En serio? El rojo era su color, pero…

¡¿Pero, qué demonios?! Dijo al observar su reflejo en el espejo, y ver su pelo rojo como el fuego. ¿Eso eran llamaradas? Se parecía a Medusa, pero cambiando las serpientes por llamas.

Su hermoso pelo. ¿Qué le habían hecho?

Entonces se quedó paralizada y de su cuerpo salió una luz que atravesó la pared de la habitación y fue volando hasta la sala donde los doctores repasaban la operación de esa mañana. La joven quedó horrorizada y de golpe su astral volvió al lugar en el que su cuerpo se encontraba. Abrió los ojos de par en par, desde el suelo, y sin saber cómo se dio cuenta que había viajado a través del espacio sin salir de su habitación. ¿Qué le habían hecho? ¿Y a Jorge, estaría bien? Si por poco lo mata cuando estuvieron juntos antes de la intervención… ¿Qué le haría ahora con la nueva actualización?

Quiso echarse agua sobre la cara, por lo que acercó las manos al grifo de su habitación y ni si quiera tuvo tiempo de tocarlo, porque este se fundió. Vaya, los cerebritos habían preparado toda la habitación para soportar altas temperaturas menos eso. ¿Acaso no podría salir nunca de aquella sala de torturas? Era un peligro para todo el mundo, en especial para él, y entonces se dio cuenta que la vida que conocía, no la volvería a tener. No sabía cómo ni por qué había pasado todo aquello, pero lo que sentía por Jorge, aliviaba lo que estaba sufriendo. Al menos pasarían por lo mismo juntos, en aquel rincón oculto del mundo.

Recordó a sus padres adoptivos, a sus nuevos amigos. Espera un momento. ¿Cómo los había conocido?

De pronto su astral volvió a viajar y repasó en cuestión de segundos la historia que había vivido años atrás. Todo lo que les habían contado era cierto, habían vivido sus veinte años en mucho menos de la mitad el tiempo, por eso no tenían a penas recuerdos de amigos de la infancia o celebraciones como la gente normal. Siempre había estudiado en casa y apenas salía a jugar, por ello se había tenido que meter en internet para conocer gente, porque sus padres adoptivos con nadie la permitían quedar.

Claro, ahora entiendo por qué cuando les hablé de Jorge, se mostraron tan contentos. Estaba todo preparado para nuestro encuentro. Dijo para sí misma, totalmente enfurecida y la temperatura de aquella sala comenzó a calentarse tan deprisa, que hasta la camilla se cubrió de llamas y quedó ennegrecida.   

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 4)

 

Sus poderes cada vez se hacían más fuertes y los intentos de los científicos por controlarlos, resultaban en vano. Sobre todo los de Melinda, cuyas hormonas se habían descontrolado desde el cambio de estado.

Debes aprender a controla tu poder, si quieres salir de aquí en algún momento. Le dijo el doctor por los altavoces.

No es tan sencillo, lo intento, pero estoy cabreada por estar aquí encerrada. Y no ver a Jorge más que en la sala de pruebas, hace que mi poder se descontrole. Se quejó la joven en llamas.

Está bien, probaremos algo. Lleven al sujeto 2 a la sala del sujeto 1. — Ordenó el doctor Ayala.

¿Va a traer aquí a Jorge? Preguntó. No quiero hacerle daño. Le dijo Melinda, temerosa por no poder controlar su poder ante él.

Lo sé. Así te esmerarás más.

Dos soldados entraron a la habitación de Melinda, llevando a Jorge en una jaula de contención. Le pusieron frente a la ventana de la sala donde se encontraba la chica, que en el cristal se apoyó. Entonces los soldados salieron de la habitación, cerrando tras de sí la puerta y abriendo mediante control remoto, la jaula y la sala donde Melinda se encontraba. Los dos chicos volvieron a reunirse, pero no se podían acerca, puesto que Melinda comenzó a congelarse los pies y a Jorge ampollas en las manos le empezaron a brotar.

De repente algo pasó, del vientre de Melinda una bola de energía surgió, envolviendo a los dos jóvenes en un campo de protección. Aquello era como un campo de energía que se había creado a su alrededor, donde él no se quemaba, ni ella ni ella quedaba petrificada por congelación.

Espera un momento. ¿Puedo tocarte sin quemarme? Preguntó él, acercándose a ella y colocando su mano en el rostro de la joven.

Entonces ella sintió un vuelco en su interior. Sus ojos descendieron hasta su abdomen  y halló la solución.

Creo que… estoy embarazada.

¡¿Qué?! Preguntó Jorge muy impresionado.

Este campo de fuerza no lo provoco yo, sino ella. Respondió la joven sin saber muy bien por qué estaba tan segura de lo que acababa de decir.

Eso es maravilloso. Dijo Jorge, y entonces la besó con toda la intensidad que albergaba en su interior. La estrechó entre sus musculosos brazos con tanta fuerza, que el escudo que los resguardaba no soportó la tensión, y tuvieron que apartarse debido al dolor. ¿Qué ha pasado?  

Entonces fue como aquella primera vez tras las mejoras, como si viajase al interior de Melinda, donde encontró una pequeña bolita que crecía en su interior. Aquella criatura le dijo por telepatía, que aún no era lo suficientemente fuerte para aguantar más de un minuto controlando su poder y después Jorge regresó a su cuerpo, pálido por la emoción del momento.

¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? Preguntó la joven, hasta que una voz en su cabeza le habló a ella también.

Mamá, no te preocupes, pronto seré más fuerte y podré protegeros.

 Melinda se quedó sin palabras. Su hija a penas tendría unos meses, ¿y ya podía hablar con la mente? ¿Era telépata y creaba escudos protectores? ¿Qué habían hecho? ¿Había sido producto de su único encuentro o le habían implantado el embrión en la operación?

No digas nada. Le dijo Jorge, llevándose un dedo a los labios y otro señalando la cámara que, sobre sus cabezas giraba.

Melinda asintió. Nadie podía saber que estaba embarazada, podrían quitarle a la niña para estudiarla. Comenzó a ponerse nerviosa, estaba rabiosa de imaginar la situación, por ello Jorge levantó un muro de hielo entre ellos como protección. Melinda comenzó a soltar ráfagas de fuego y una de ellas en el bloque de hielo impactó, haciendo que se derritiera de inmediato y salvando a Jorge de morir abrasado.

Lo siento, yo… Dijo ella, lamentándose por haber perdido el control.

Tranquila, ahora sabemos cómo funcionan nuestros poderes. Los tuyos se activan cuando estás enfadada y los míos cuando estoy en peligro. Procuraré no pelearme nunca contigo por el mando de la televisión. Le dijo con una sonrisa que a Melinda relajó.

Perfecto. Dijo el doctor a través de los altavoces. Una cosa chicos. Hubo un problema con los micrófonos, al parecer no me estabais escuchando cuando os pregunté, cómo podíais estar tan cerca el uno del otro sin sufrir daños.

Creo que fue la emoción de vernos, pero enseguida el dolor nos hizo separarnos. Dijo Jorge con su mejor cara de póker.

Cierto, él sigue teniendo algún rastro de las ampollas que las quemaduras le provocaron. Añadió Melinda, señalando las manos de Jorge.

Puede ser. Os dejaré un rato a solas, después irán a buscar a Jorge para llevarle a su habitación. Debéis estar descansados para la prueba de mañana. Dijo el doctor y después cerró la comunicación. Tú, no les quites los ojos de encima en ningún momento. Le ordenó al vigilante que observaba los monitores.

¿Pasa algo, doctor? Preguntó el ayudante que se encontraba a su espalda esperando indicaciones.

Creo que sí. Es muy extraño que, por unos instantes, hayan desaparecido de la pantalla y no les hayamos podido ver ni escuchar. Ese poder debe ser nuevo y quiero saber a cuál de los dos pertenece y por qué no se ha manifestado hasta ahora. Añadió, y después se marchó a almorzar porque tenía varios asuntos que arreglar.

Mientras tanto, en la sala de contención…

Tenemos que salir de aquí, es la única solución. Mañana, cuando vayamos a la sala de pruebas, nos escaparemos. Dijo Jorge de espaldas a la cámara y solo moviendo los labios para evitar que les escucharan.

¿Cómo? Preguntó ella desesperada.

No lo sé, improvisaremos. Respondió él.

Sabía que al día siguiente tendrían que superar las pruebas que les imponían cada semana. Allí los enfrentarían juntos a un montón de problemas creados por ordenador, como fenómenos atmosféricos, desastres naturales o un grupo de élite armados hasta los dientes. Ahora ya sabían cómo se activaban sus poderes, por lo que les pondrían a prueba con situaciones nuevas y más peligrosas, esa sería la mejor oportunidad que tendrían de escapar, porque la sala era lo más cerca que del elevador de entrada podían estar.  

¿Hacia dónde irían? ¿Cómo sobrevivirían? ¿Conseguirían dar esquinazo al gobierno? ¿Y cómo sería su hija? ¿Lograrían que estuviese a salvo?

Aquellas preguntas les bombardeaban continuamente en la soledad de sus módulos de aislamiento, aquel encuentro que habían tenido lugar, había sido el detonante que necesitaban para animarse a escapar. Que si una muestra de tejido por aquí, una biopsia por allá, una muestra de sangre y orina, incluso miles de golpes y cortes por todas partes, ya estaban hartos de torturas y dejaciones. Si hubiesen podido controlar sus poderes cuando los actualizaron, hubiesen podido escapar hace meses de aquel calvario. 

 

Cuento en Cuarentena 6 (Parte 5)

 

Aquella mañana Melinda y Jorge estaban más nerviosos de lo normal, pero improvisar una fuga de un laboratorio súper secreto del gobierno, no era fácil de realizar. Dos guardas a las puertas de un elevador que necesitaba huella dactilar y ocular, a parte de un reconocimiento de voz que no se podía falsear. Vamos, que hubiese sido más fácil entrar al Palacio de la Moncloa y darle una colleja al presidente. Servicio secreto, no es algo que esté planeando hacer, por lo que si están leyendo estos, somos "amiguis". ¿Eh?

Bueno, como iba diciendo, si conseguían acceder al dicho elevador, les esperaba un trayecto de unos 5 o 10 minutos de ascensión, una puerta blindada, cerrada a cal y canto, en medio d y un trayecto de varios kilómetros cuesta abajo, por una montaña resbaladiza. ¿Cómo sabían que estaba lloviendo? Ellos no, pero yo sí, que para eso es mi cuento y me invento lo que quiero. Pues eso, estaba lloviendo como el día en que llegaron a enfrentarse con sus falsos recuerdos y descubrieron que sus vidas habían sido solo un sueño. Tendrían que buscarse la vida por sus propios medios y esconderse en algún lugar donde no los pudiesen encontrar. ¿Un paraíso fiscal? ¿Para qué? No juntaban un euro entre los dos. Quizás algo más tranquilo en la montaña, como dos ermitaños enamorados criando de una hermosa renacuaja. Eso sería lo mejor, nada de redes sociales ni bailes en Tik Tok. Tendrían que llevar un perfil bajo para no ser localizados, y eso con suerte de no llevar un rastreador implantado.

De pronto la puerta de la habitación de Jorge se abrió y la doctora Rodríguez entró, se aproximó al cristal que los separaba y se quitó las gafas para limpiarlas.

Está embarazada. ¿Verdad? Dijo la doctora, dejando sorprendido a Jorge.

¿Quién? ¿Usted? Enhorabuena, supongo. Respondió con su típica cara de póker.

He dicho “está”, no “estoy” y sé que me has escuchado perfectamente. Conozco todas tus caras y sé cuándo me mientes. Dijo esa mujer, mientras volvía a ponerse las gafas y sonreía como si nada. La cámara está apagada, quiero ayudaros a escapar.

¿Y eso a qué se debe? Preguntó él, reticente.

Llevo años siguiendo vuestros movimientos, os he visto crecer, incluso os cree y mejoré genéticamente. No seré vuestra madre biológica, pero llevo velando por vosotros toda vuestra vida, y sé que si intentáis escapar os mataran. Añadió la mujer con lástima en la mirada.

¿No se supone que somos invencibles? Si nos matan es porque no hizo tan bien su trabajo. Se burló Jorge, que no entendía a dónde quería llegar la doctora.

Sois invencibles por separado, juntos no. Y quiero darle la oportunidad a vuestro hijo de crecer sano y fuerte, como lo hicieron sus padres antes que él. Deberás confiar en mí. Hizo una pausa. Cuando entréis en la sala de pruebas, deberéis resolver las dos primeras, me he encargado de tener que entrar con vosotros en la tercera para daros esa ventaja. Me cogeréis de rehén y lo demás es cosa vuestra, procurad no hacer daño a nadie si es posible, que para eso me estoy ofreciendo para ayudaros a escapar.

¿Cómo sé que puedo fiarme de usted?

No lo sabes, pero no te queda otra opción. Necesitáis a alguien de alto nivel en seguridad para abrir las puertas del elevador, y puedo daros algo de dinero para empezar, no mucho, para no levantar sospechas. Llevo quinientos euros en el bolsillo del pantalón para comprarme un bolso de Gucci que he visto, y por un descuido se me ha olvidado meterlos en mi bolso, intencionadamente, claro. Dijo aquella menuda mujer, parecida a Edna Moda de los Increíbles, que a Jorge resultaba sospechosa. ¿Pero qué otra opción tenían?

Al llegar a la sala de pruebas, Jorge le enseñó a Melinda lo que había estado practicando, si creaba constantemente una película de hielo alrededor de su cuerpo, podía tocar a Melinda sin salir ardiendo. Pero eso no era todo, porque ella también había estado jugando con sus dones un buen rato, si pensaba en cosas alegres, como un paseo por la playa mientras se comía un helado, el fuego se volvía algo más manso. Aquello les daba la oportunidad de estar juntos, por lo que probaron su teoría y por fin se abrazaron. Mientras, Jorge aprovechaba para contarle al oído lo que había planeado con la doctora. Melinda se sorprendió, tampoco se fiaba de aquella extraña mujer, pero si les proporcionaba una oportunidad para escapar, no la podrían desaprovechar aprovechar.

Bien chicos, la primera prueba la habéis pasado, ya que habéis demostrado que habéis practicado con las habilidades que os hemos otorgado. Ahora viene la segunda, destrozar al enemigo que os pongamos en frente. Dijo el doctor Ayala a través de los altavoces.

Ante ellos se abrió una compuerta de metal y entraron varios soldados de élite armados hasta los dientes. Esos boinas verdes se lo pondrían muy difícil a nuestros héroes, que aún no controlaban muy bien sus poderes. Entonces la pareja se separó todo lo que les fue posible, ya que sabían que la distancia en esta ocasión sería su mayor aliada. Diez hombres para cada uno, estaba la cosa igualada, aunque realmente no les duró mucho aquella batalla. Cuando Jorge dio la señal, levantó un muro de hielo tan grueso, que a los soldados de su parte les fue imposible realizar el avance. Pero eso no fue todo, también levantó un iglú a su alrededor, para evitar que Melinda le abrasara al calentarse.

Los soldados de los que se ocupaba la joven, comenzaron a dispararla con sus fusiles de asalto de 5,56 G-36K, pero las balas se derretían antes de alcanzarla, incluso llegándose a desintegrar. El calor se hizo tan insoportable, como el de una cámara de combustión en plena ignición. Después de apenas unos segundos, no quedó de los soldados ni el arma con la que la habían amenazado.

Suerte habéis tenido al haberos enfrentado a mí y no a ella, chicos. Les dijo Jorge a los supervivientes de aquel ejercicio al terminar con el mismo.

Bien, y ahora tenéis la tercera prueba, la lealtad. La doctora Rodríguez se ha ofrecido voluntaria para esta tarea, porque confía mucho en vosotros. Permaneceréis con ella en la sala y veremos si aguantáis sin matarla. Doctora, ¿está lista? Preguntó el doctor Ayala.

Sí, adelante. Dijo la doctora, mientras entraba en la sala y buscaba la silla que le habían preparado para que se sentara.

Justo antes de que la puerta se cerrase, Jorge empujó la silla hasta la puerta para evitar que se cerrase, después cogió a la doctora por el cuello y la amenazó con el punzón de hielo que en su mano apareció. Era como una estalactita pequeña y escurridiza, afilada y fría.

No queremos hacerla daño, pero lo haremos si es necesario. Apártense de nuestro camino y nadie será lastimado. Pidió Jorge y la alarma saltó.

La sirena comenzó a sonar y una luz roja a parpadear. Se notaba que habían vuelto los boinas verdes supervivientes y se habían apostado en el pasillo.

Háganle caso, por favor. Suplicó la doctora y la puerta de la sala se abrió por completo.

Salieron los tres al pasillo y fueron avanzando de espaldas hasta el elevador, mientras los soldados les apuntaban armas, cuando el miedo les dejaba. Habían visto lo que Melinda era capaz de hacer, y sabían que con el armamento que tenían, ni cosquillas le lograrían hacer. Al llegar al elevador la doctora puso su huella dactilar, mientras acercaba la cara para el reconocimiento de retina, y decía una frase que a Melinda jamás se le olvidaría.

Crea un Dios y en Dios te convertirás. Dijo aquella mujer y el elevador poco después se abrió.

¿En serio se creían dioses? ¿Cómo podían jugar así con la vida de la gente? Y todo en nombre de la ciencia. Seguramente aquel proyecto comenzó para salvar vidas, pero por el miedo a que otros países hiciesen lo mismo o simplemente por avaricia, lo había intervenido el gobierno para encabezar la carrera armamentística.

Gracias a aquella mujer que llevaba una llave colgada al cuello, fueron libres como el viento. Pero ya sabemos lo variable que es este elemento. Mientras los jóvenes desaparecían ladera abajo, para vivir ocultos con su hija en algún lugar apartado, el doctor Ayala ascendía en el elevador, para comprobar que el plan había salido a la perfección.

Al fin llegas. Dijo la doctora.

¿Todo bien? Preguntó él.

Sí. ¿Los satélites están en posición?

Sí, todo listo, les tendremos vigilados en todo momento. Añadió el doctor Ayala.

Perfecto, dejaremos que vivan su vida creyéndose a salvo y cuando la criatura nazca, les atraparemos. La criaremos desde el principio en el laboratorio, para comparar con sus padres varias variables. No sabemos si resulta más efectivo a la hora de desarrollar sus poderes el crecer libres y relacionarse con la gente o aislarles del mundo y negarles toda emoción. Dijo la doctora.

¿No será demasiado peligroso? Preguntó el doctor.

Sin riesgo no hay gloria y como científicos que somos, el límite lo ponemos nosotros. Respondió la doctora, volviendo a meterse en el elevador.

 

De momento esa pareja disfrutaría de su falsa libertad, hasta que llegado el día, se la pudiesen ganar. 


FIN


<<Gracias por haberme acompañado cada día de esta cuarentena en esta aventura llamada “Cuentos en Cuarentena”. Espero que os haya gustado y que no dejéis de seguir mi blog, donde podréis seguir leyendo los cuentos que vaya creando a un ritmo algo más relajado, mientras termino mi tercera novela que será un bombazo. Que os sea leve, cuidaros y seguiremos en contacto.>>

viernes, 24 de abril de 2020

Cuento en Cuarentena 5

Cuento en cuarentena 5 (Parte 1):

<<Spin off, comedia, misterio, fantasía, terror y aventuras.

Esos son los géneros que me pedisteis para el cuento, por lo que… ¿Qué spin off puedo hacer que los incluya a todos? Fácil. >>

 

Lebanon, Kansas. Bunker de los Winchester.

Dean se despertó como cada mañana y se estiró hasta chocar contra el cabecero de la cama. Tenía tanto sueño, que por él se habría quedado durmiendo hasta el día del juicio final, pero conociéndoles a él y a su hermano, eso no tardaría en llegar. Se levantó y fue directamente al baño, se echó agua por la cara y se miró en el espejo empapado. Los años no habían pasado en balde, pero aun así, seguía teniendo un sex appeal imparable. Seguramente la gente se fijaría más en su hermano, con su gran altura y ese pelo de locura, pero él tenía los ojos verdes y una boca perfecta, que te hacían caer en sus garras sin desear una tregua.

Fue a la cocina con el torso desnudo y un pantalón fino de pijama, ya que así dormía cuando refrescaba. Saludó a su hermano que estaba desayunando, mientras arrasaba con los cereales que habían quedado.

Sammy, buenos días. ¿No quedan más? Preguntó.

No, Dean, te los has terminado todos. Deberíamos salir a comprar y de paso pasarnos por Crescent Cove, creo que tenemos un caso. Dijo Sam, mientras recogía la cocina.

¿Un caso de qué? Preguntó él.

No lo sé, la gente está desapareciendo de repente, solo saben que ha llegado un circo a la ciudad. Explicó Sam un poco molesto.

¿Qué te pasa? Ahhh, espera. Un circo igual a payasos. Se mofó Dean, a sabiendas que a su hermano le aterrorizaban los payasos.

Sí Dean, payasos. Pero un caso es un caso. Dijo aquel grandullón con toda la entereza que le fue posible.

Vamos Sammy, pensé que ya lo habías superado. ¿Cuántas veces nos hemos enfrentado a esos entrañables personajes? Preguntó su hermano.

¿Entrañables? Varias veces, pero no me gustan, al igual que a ti no te gusta montar en avión y por eso tenemos que ir siempre en el Impala. Reprochó el melenudo con cara de disgusto.

Vamos en baby porque no pienso dejarlo aquí abandonado y porque es de la familia. Se quejó Dean, que siempre tenía que llevar la razón.

Buenos días chicos. Dijo Castiel, al aparecer en la cocina con su característica gabardina.

Buenos días, Cas. ¿Te apetece venir de cacería con Sammy y conmigo? Le preguntó Dean, bastante ilusionado con la idea de volver a reunir al Team Free Will.

Por supuesto, iré. Respondió el ángel caído, que con el tiempo en un cazador más se había convertido.

Bueno chicos, preparad las maletas que en cinco minutos salimos. Crescent Cove, allá vamos. Dijo Dean, dando un saltito en el aire y saliendo por la puerta muy contento. Estaba claro que, ver sufrir a su hermano por culpa de un payaso, le provocaba un placer sin igual. Con la vida que llevaban, debían aprovechar cualquier momento de tranquilidad para rozar por un instante, lo que sería una vida normal. Algo que jamás tendrán y que siempre desearían.

¡Dean! Gritó su hermano en balde, pues se había dejado el bol del desayuno sin fregar y le iba a tocar a él recogerlo antes de marchar.

Está muy contento. ¿Es por la misión? Quiso saber el ángel.

Hay payasos en ella, y ya sabes lo mal que me llevo con… los payasos. Dijo Sam con pesar.

No lo entiendo. Se quejó Castiel.

Me está tomando el pelo. Confesó Sammy.

Ahora lo entiendo.

Poco después, Dean apareció en el hall con un macuto a su espalda y una nariz de payaso puesta. La cara de Sammy indicaba que se arrepentiría de esta.

Los tres hombres abandonaron el bunker de los hombres de letras en su querido Impala del 67 negro, más conocido como baby con Carry On My Wayward Son sonando en la radio que Dean siempre llevaba puesta. Estaba contento y se le veía a la legua, hacía tiempo que no sabían nada de Chuck y los tres habían vuelto juntos a cazar, como cuando no sabían nada de dioses  farsantes ni de su plan mágico. Wendigos, brujas, vampiros, hombres lobo y fantasmas por doquier, eso era lo que mejor sabían hacer. Seguramente aquellos payasos fuesen cosa de algún que otro hechizo u objeto mágico, o incluso algún fantasma gracioso que se quisiera vengar de algún desalmado, pero jamás imaginarían lo que estaban a punto de encontrar en aquel pequeño pueblo cerca de su hogar.

Estaban a unas seis horas de camino en coche, por lo que pararon a comer en un restaurante en McDonald que les pillaba de camino, Dean pensaba que allí habría hamburguesas de las que anunciaban constantemente en la televisión y podrían interrogar a ese payaso sobre sus colegas de Crescent Cove. Pero al ver que era un pueblo más bien pequeño, de paso y en el que solo había dos restaurantes de tipo cafetería que estaban más bien aislados, se sintió desilusionado, aunque terminó igualmente, la hamburguesa más grande del menú que tenía enfrente.

Te dije que no era un McDonal’s, pero nunca me haces caso. Le reprochó Sam.

Vale, no me puedo pedir ni una Grand McExtreme ni un McFlurry, pero al menos le hincaré el diente a esta mini hamburguesa, estoy hambriento. Dijo Dean, mientras le daba un gran bocado a su comida.

Tú siempre estás hambriento, no es ninguna novedad. Se quejó Sam, mientras repasaba en su portátil las noticias sobre el caso.

¿Quieres? Lleva bacon. Le ofreció.

¿Lo haces adrede? Sabes que no como carne. Objetó Sam.

Pues donde esté un buen cochino, que se quite cualquier pimiento rancio. Añadió el comilón y volvió a darle otro gran bocado a su hamburguesa de imitación. ¡Camarera, otra más! Pidió, levantando la mano llena de kétchup.

¿Alguna novedad sobre el caso? Preguntó Castiel.

Es raro, la última noticia es de hace un par de horas y según pone, medio pueblo había desaparecido. Dudo que sea cosa de un fantasma, al menos no solo de uno. Comentó Sam, que estaba perplejo.

Quizás sean los extraterrestres, Dana Scully. Bromeó Dean con la boca llena, haciendo alusión a la serie de Expediente X. Ahora que lo pienso, creo que vais al mismo peluquero.

Sam miró a su hermano molesto, de verdad que estaba disfrutando con todo eso, en cambio Sam tenía un miedo irracional a los payasos que no podía controlar, y su hermano en lugar de ayudarle, no se paraba de mofar. Cas en cambio era más callado y a Sam le gustaba trabajar con él, porque le dejaba mandar a él, no como su hermano. Dean al ser el mayor, se pensaba que siempre llevaba la razón.

Será mejor que continuemos nuestro camino, hay algo que me huele mal en todo esto. Dijo Sam y después de pagar la cuenta y de que Dean se comiese su última hamburguesa, pusieron rumbo de nuevo, al pueblo donde la gente estaba desapareciendo.

Como siempre Dean conducía a baby y Sam iba investigando en su portátil, hasta que encontró algo extraño e hizo que Dean en el arcén el coche parase.

Mirad, hay un vídeo en YouTube de un chico de Crescent Cove. Dijo Sam y se lo mostró.

En el vídeo aparecía un chico grabando desde su ventana y al enfocar a la calle se veía un payaso con un globo gigante, en cuyo interior había algo que no paraba de moverse, y otro con una furgoneta colorida, que iba recogiendo algodones de azúcar gigantes tirados por toda la avenida. ¿Qué estaba pasando? De pronto apareció uno de los payasos en la ventana del chico y le disparó con una pistola de juguete, entonces el teléfono cayó al suelo, justo después de que el muchacho le diese a subir el vídeo que estaba haciendo.

¿Estás bien, Sammy? Le dijo Dean, al ver la cara de susto que se le había quedado a su hermano.

Sí, pero no entiendo lo que está pasando. ¿Qué ha sido eso? Dijo el melenudo, revisando el vídeo por segunda vez.

Eso no parece un payaso normal, las medidas de su cabeza son desproporcionadas. Comentó Castiel, que estaba igual de perplejo que Sammy.

Puede ser maquillaje. ¿No has visto la película de It? Preguntó Dean, mientras volvía a arrancar el motor.

¿La que me pusiste con un payaso y un globo que Sam no quería ver? Preguntó.

La misma. Pues ese cabezón se consigue con un poco de maquillaje. Le explicó Dean y al parecer el ángel se conformó.

Continuaron su trayecto en silencio, estaba claro que los tres se habían quedado pensando en el vídeo que Sam les había mostrado. Castiel intentaba comprender los paralelismos entre aquella película y el caso, mientras Dean conducía preocupado por lo que les estaría esperando y Sammy luchaba contra sus propios demonios, al tener que enfrentarse a un grupo de payasos de lo más raro. ¿Por qué siempre tenían que ser payasos?

Cuento en cuarentena 5 (Parte 2):

Al llegar a Crescent Cove, los chicos no vieron a nadie por las calles. Espera un momento. ¿Volvían a estar en cuarentena y no se habían dado cuenta? ¿Qué estaba pasando en aquel pueblo?

Aparcaron en la puerta de la comisaría de policía y salieron con su traje de gala y sus placas del FBI falsas. ¿Cómo se habían cambiado de ropa? Pues en el coche, mejor no preguntes tonterías y sigamos con la historia, que es lo que nos interesa. El caso es que salieron con ese aire de divos que tienen, cuando se meten en el papel de agentes y entraron a la comisaria, como queriendo comerse el mundo, pero no, lo único que se comieron fue un gran disgusto. ¿Dónde estaba la gente de aquel maldito pueblo?

Sam se acercó al mostrador y tocó el timbre. Nadie apareció.

Resulta extraño, no hay nadie. ¿Qué es eso? Preguntó Sam, al ver una mancha rosa sobre el ordenador.

Parece algodón de azúcar. Dijo Dean.

Es algodón de azúcar. Confirmó su hermano.

Vaya, me está entrando antojo de azúcar. Se relamió Dean, mientras echaba un vistazo por la zona.

Los hombres no pueden quedarse embarazados, Dean. No puedes tener un antojo, solo lo tienen las embarazadas. Lo sé bien, cuando Jack… Comentó Castiel, hasta que fue interrumpido.

Bajad la voz. Dijo una pequeña niña tras el mostrador.

Sam se asomó por encima del mostrador para verla mejor, y se topó con una niña de unos cuatro años y dos coletas, que tenía entre sus manos la cabeza de una muñeca desmembrada. Aquella niña de ojos azules y cabellos castaños, estaba llena de barro y con el vestido rasgado. Tenía los ojos empañados en lágrimas y por culpa del frío estaba tiritando.

¿Estás bien, pequeña? Le dijo Sam con su dulce voz melosa.

Dean dio la vuelta al mostrador y en cuanto entró dentro de aquel habitáculo, la niña se abalanzó sobre su pierna y se enganchó a ella llorando.

¡Oh! Más despacio fiera. Dijo el rudo cazador, cuya pierna estaba atrapada entre las garras de aquella pequeña desolada.

Tengo mucho miedo de los payasos, señor. Se han llevado a mis papas. Dijo la pequeña entre lágrimas.

Dean no sabía qué hacer, no le dejaba moverse, así que la cogió en brazos y la niña se echó a llorar mientras se aferraba a su cuello, como si fuese el héroe de ese sueño del que no podía despertar.

Vamos a ver, pequeña, afloja un poco que no puedo respirar. Dijo Dean a punto de asfixiarse y la niña le soltó solo un poco, lo justo para no ahogarle. ¿Qué ha pasado? Somos del FBI, vamos a ayudarte, pero necesitamos saber lo que está sucediendo.

Iba en el coche con mis papás, veníamos de ver a mis primas, había pasado la tarde jugando con ellas. Entonces papá tuvo que parar el coche, porque había un payaso en medio del camino y no nos dejaba pasar. Se bajó para decirle que queríamos ir a casa, porque yo estaba cansada y el payaso lo metió en un globo grande y se lo llevó. Mi mamá se bajó para ayudarle, me dijo que echase a correr por el bosque y que ella vendría a buscarme, pero no vino. Se detuvo un momento para sorberse la nariz, mientras Dean hacía una mueca al darse cuenta, que tendría los mocos de la pequeña pegados en la chaqueta. Vine andando hasta aquí a buscar al hermano de papá, que es policía, pero no había nadie. Me quedé esperando a que alguien viniese a buscarme.

Chica lista. Dijo Sam.

Ahora estás con nosotros y nadie te hará daño. ¿Me entiendes?  Dijo Dean y la niña se volvió a abrazar a él.

¿Cómo te llamas, cielo? Preguntó Sam, mientras Castiel hacia un reconocimiento del terreno.

Me llamo Mary. Dijo la pequeña.

¿Sabes? Te llamas como nuestra madre. Yo soy Dean, este es mi hermano Sam y ese señor de la gabardina tan raro, es nuestro amigo Castiel. Dijo Dean y en ese momento, pese a que los niños no eran su fuerte y no se imaginaba siendo padre realmente, sintió una conexión especial con aquella pequeña niña, que le recordó la época en la que Jack llegó a sus vidas.

¿Puedes llevarnos al lugar donde desaparecieron tus padres? Preguntó Sam y la niña asintió.

Creo que será mejor pasar primero por su casa, para descubrir si alguno de los padres logró escapar, quizás haya vuelto a buscarla. Comentó Castiel, al aparecer nuevamente en la entrada, después de la ronda de reconocimiento que había hecho sin encontrar nada.

Cierto. ¿Dónde vives, Mary? Preguntó Dean.

La pequeña les llevó hasta una pequeña casa cerca del parque Drifwood y al entrar, se dieron cuenta que la puerta de la casa estaba abierta y no  había nadie en ella. Dean llevaba a la pequeña aún en los brazos, ya que la niña se negaba a soltarlo, por lo que Sam sacó su medidor de EMF y se puso a buscar fantasmas mientras Castiel recorría el lugar, pero nada, la aguja no se movía, porque allí no había nada que la hiciese saltar.

No hay rastros de energías, pero tampoco parece que los payasos hayan pasado por aquí. Dijo el melenudo.

¿Estos son tus padres? Le preguntó Dean a la pequeña, al ver una foto de ella con una pareja en el parque, que había sobre la mesita de la entrada.

Sí. Dijo la niña.

Bueno, será mejor que vayamos al lugar donde los padres de Mary desaparecieron. Tenemos que encontrar a esos payasos. ¿Dónde se habrán metido? Preguntó Dean.

En el circo. Dijo la niña.

¿Has visto el circo? Preguntó Sam intrigado y bastante asustado. Una cosa era encontrarse con un payaso, pero el circo estaría plagado.

¿Estás bien, hermanito? Preguntó Dean, con una media sonrisa. ¿Sabes Mary? No eres la única a la que le dan miedo los payasos, a mi hermano también, pero no le digas que te lo he contado. Le dijo a la niña al oído, lo suficientemente alto como para que su hermano se hubiese enterado.

Sam puso cara de pocos amigos, guardó el medidor de EMF y salió por la puerta seguido de Castiel, que últimamente parecía estar con la mente en otra cosa. Dean salió de la casa cargando con la pequeña, a la que intentó soltar en alguna ocasión, pero le fue imposible, ya que la niña se negó.

Dean tuvo que cederle las llaves a su hermano, ya que Mary no le dejaba conducir, por lo que se sentó en el asiento del copiloto con la pequeña en sus rodillas, para que les fuese indicando el camino que seguir. Castiel iba en el asiento de atrás, analizando la situación y pensando quién podría estar detrás de todo aquello. Si esos payasos no eran fantasmas, ni tampoco habían sido provocados por algún hechizo, ya que la casa había revisado y ninguna bolsita de brujas había encontrado, seguramente serían cosa del escritor malhumorado de Chuck, su padre se había pasado. ¿Pero cómo acabar con ellos sin saber lo que eran?

Seguro que Chuck está detrás de todo esto. Dijo el ángel con el ceño fruncido.

¿Lo dudabas? Ese maldito se lo debe estar pasando como un enano jugando con nosotros al ratón y al gato. Preguntó Dean. Tú no digas palabrotas, solo las dicen los mayores cuando están muy enfadados. ¿Entendido, señorita?

La niña afirmó con la cabeza y siguió señalando hacia un lado u otro de la carretera, según se iba acordando. Se sabía de memoria el camino a casa de sus primas, ya que lo recorrían casi todos los días. Sus padres habían comenzado un negocio familiar y sus tíos se habían incorporado hace prácticamente poco. Tras la pandemia llegó la crisis y tuvieron que improvisar. Ella pasaba los días jugando con sus primas, mientras los padres trabajan fabricando mascarillas. Era el negocio del siglo, ya no solo se veía a los chinos con esas telas tapando sus caras en los noticiarios, desde la pandemia, el mundo entero las estaba usando.

De pronto divisaron una hilera de coches en mitad de la carretera, tenían las puertas abiertas y las luces puestas. Al parecer, los padres de Mary no habían sido los únicos que habían caído en la trampa de aquellos payasos, diez coches más se habían quedado abandonados en aquel lugar. Sam empezaba a ponerse nervioso, los payasos le daban pánico y saber que tendría que enfrentarse a un número considerable de ellos, le estaba matando. ¿Cuántos payasos habría? Tendrían que ser muchos, ya que un par de payasos no son capaces de llevarse a todos los habitantes de aquel pueblo, se hubiesen resistido.

Dejaron el Impala a un lado aparcado y salieron del coche con cuidado. Sam abrió el maletero de baby y se quedó mirando las armas que allí habían almacenado a lo largo de los años. ¿Qué demonios cogerían para atacar a esos seres? ¿Eran hombres de carne y hueso o algo que no habían visto hasta el momento? Se decantó por llevar un poco de todo, por lo que cogió balas de plata, agua bendita, una estaca mata dioses y el puñal que le quitó a la diablilla. Dean en cambio cogió el machete mata vampiros y un par de balas atrapa brujas, mientras Castiel con su espada angelical y sus poderes, estaba más que preparado para la lucha.

Dean se fijó que su hermano estaba temblando y como no quería estar pegado a la niña, ni preocupado por el desmelenado, decidió que los dos se quedarían fuera del peligro, cuidando el Impala para que estuviese a salvo.

A ver, Mary, te voy a pedir un favor. Necesito que te quedes en el coche con mi hermano protegiéndole. Tú eres muy fuerte y él tiene mucho miedo de los payasos. ¿Le cuidarás por mí? Prometo que buscaré a tus padres. Le dijo Dean, mientras Sam protestaba.

No puedes pedirme que me quede haciendo de niñera. Se quejó.

Alguien tiene que quedarse con la niña y tú puedes bloquearte con tanto payaso a tu alrededor. Además, necesitamos alguien que nos cubra la retaguardia, por si tenemos que salir pitando de esa carpa. Añadió el mayor de los Winchester.

Sam se lo pensó un poco, pero Dean tenía razón. Él se había enfrentado a un par de payasos a la vez, no a un circo entero. Podía peligrar la misión de reconocimiento, si se quedaba parado allí en medio, por lo que le pasó las armas a su hermano y cogió a Mary en brazos.

Mientras la pequeña se quedaba con Sam en el Impala, Dean y Castiel se adentraron en la maleza hasta llegar a la carpa que se veía en medio de la nada. Sam se quedó mirando la cúspide que sobresalía entre la arboleda y se podía ver desde la carretera. Entonces tuvo un mal presentimiento, de esos que te ponen los pelos de punta y el corazón en riesgo. ¿Conseguirían rescatar a los habitantes de aquel pueblo? ¿Qué pasaría con la pequeña Mary si a sus padres no lograban salvar? ¿Superaría alguna vez ese miedo que sin saberlo le atormentaba desde niño?

Cuento en cuarentena 5 (Parte 3):

¡No! Dijo la niña, señalando fuera del coche.

Al parecer, un payaso con un globo con forma de perro atado a una correa, saludaba a Sam y a la pequeña desde la carretera.

¡Quédate en el coche! Gritó Sam, y salió nervioso a encarar a ese payaso que le hacía temblar. Solo es un payaso, solo un payaso. Se repetía sin cesar.

Parecía que aquel perro de helio tenía vida propia y cuando el payaso soltó la correa, aquel globo se abalanzo sobre Sam, y mientras éste intentaba deshacerse de esa cosa, el payaso le disparó con su pistola. Empezó a cubrirse de algodón de azúcar y a girar sobre sí mismo, recordaba a los rollos de carne que giraban en los restaurantes de kebab. No podía moverse y apenas podía respirar. Escuchó los gritos de la pequeña al ser atrapada, ya que fue metida en un gran globo de colores que no dejaba de girar. ¿Cómo se pondría en contacto con su hermano? ¿Cómo escaparía de aquella situación? Al próximo que le preguntase por qué odiaba a los payasos, de plomo le iba a llenar.

Mientras Sam y Mary eran secuestrados por esos extraños seres, Dean y Castiel llegaron a la carpa en mitad del bosque. Aquel lugar no estaba hecho de lona, como los típicos circos nómadas que vienen y van, aquella estructura llena de luces, estaba hecha de un duro metal.

Dean, esto me parece muy extraño. Esta estructura no puede haberse levantado en un solo día y tampoco haber sido transportada hasta aquí. ¿La trajeron volando? Pesa demasiado. Apreció Castiel, al ver tan monstruosa edificación.

Seguramente sea cosa de Chuck, con un chasquido puede hacer lo que se proponga, por lo que no le daría muchas vueltas al tema. Añadió Dean, y después le hizo una señal a Cas con la mano, para que le siguiese hasta el interior de la carpa. Bowls! Dijo al darse cuenta, que aquello no era una carpa de circo corriente, sino más bien un laboratorio de última generación.

Había un ascensor con seis botones rojos y grandes, como la nariz de un payaso, tres de ellos a cada lado. Al tocarlos, producían el sonido de una bocina con diferentes tonos, por lo que Dean se podría haber tirado todo el día tocándolos. Pero Cas le detuvo, le recordó que aquello era una misión de reconocimiento, y si había suerte, también de rescate. Cuando la puerta del ascensor se abrió, la fuerza de atracción los engulló y pocos segundos después, acabaron en una sala donde una gran bola de electricidad con rayos les atacó. Ambos se metieron corriendo nuevamente al ascensor y al sitio por el que entraron les llevó. Escucharon unos pasos que se acercaban, y por otro ascensor se metieron hasta dar con una sala, donde un montón de capullos de algodón de azúcar de unos ganchos colgaban. A Dean le recordó a una fábrica de jamones, aquel lugar sería donde los dejaban sacar antes de poderlos degustar. Aquello le estaba dando hambre, y tuvo la tentación de arrancar un pedazo de uno de los capullos colgantes, pero al hacerlo, del susto casi se cae al suelo.

¿Eso un tío? Preguntó Dean. Cas, dime que no estoy viendo visiones.

Es real Dean, es una persona real. Añadió Cas.

Entonces aquel hombre abrió los ojos e intentó hablar, pero no podía casi ni respirar. Intentaron sacarle de aquel capullo a toda costa, pero se le había pegado bien aquella cosa. Castiel fue a utilizar su magia, pero alguien se aproximaba. Se ocultaron tras uno de esos capullos de algodón, y permanecieron en silencio, observando desde la distancia lo que estaba ocurriendo. Un payaso gordinflón y con pintas de una larga trasnochada, llegó a la sala como quien llega a casa después de una fiesta de lo más sonada. De repente sacó una pajita, de esas con curvas que a Dean tanto le gustaban y la clavó en uno de los capullos que en la sala colgaban. Comenzó a absorber un líquido rojizo igual a la sangre y entonces sin venir a cuento, el cazador no pudo permanecer callado y salió a enfrentarse a ese payaso desgarbado.

¡Eh, tú! Deja de zamparte a la gente o te borraré esa maldita sonrisa falsa que tienes pintada en la cara. Le dijo, y entonces le disparó con su escopeta de cañones recortada Baikal, que de tantos engorros le había salvado.

El impacto le dio en el pecho al payaso, pero eso solo empeoró su carácter. Aquella bola de grasa llena de maquillaje, se fue directamente a una máquina de palomitas que tenía justo al lado y cargó una pistola que parecía de juguete, mientras Dean le descargaba su escopeta sin detenerse. De pronto Cas lo cogió de la chaqueta  y tiró de él hasta el ascensor, allí volvieron a la planta por la que habían llegado y se toparon con otro payaso que llevaba un perro hecho con globos, un enorme globo de colores y un capullo de algodón, como los que habían visto en la sala anterior. Entonces Dean le disparó por intuición a la nariz y el payaso comenzó a girar como una peonza, hasta que explotó convertido en una nube de purpurina. El perro, que terminó suelto al haberse quedado sin dueño, se abalanzó sobre Dean como si fuese un suculento hueso. Cas lo atrapó y lanzó dentro del ascensor, para acto seguido salir corriendo hacia el exterior, pero reconocieron la voz de Mary que les llamó y se dieron cuenta que el payaso los atrapó.

¡Socorro! Dijo la pequeña desde el interior del globo.

¿Mary? No me digas que esta cosa gigante y dulce es mi hermano. ¿Sammy? Preguntó Dean exaltado.

¡Sí, sacadme de aquí! Dijo la pequeña, por lo que Dean disparó al globo y la niña cayó al suelo, mientras, Castiel cargaba con aquel pesado bulto y los tres salieron de allí corriendo. El payaso llegó hasta allí para dispararles con su pistola de palomitas, pero por suerte habían escapado a toda prisa.

Al llegar al coche, echaron al dulce y esponjoso Sammy en el asiento de atrás, mientras Cas se sentaba con Mary en sus rodillas en el asiento del copiloto y Dean pisaba el acelerador a fondo. Regresaron a la comisaría, allí cogerían las armas que estaban en la armería y liberarían a Sam de ese capullo de azúcar, antes que se pudiera asfixiar.

Cierra las puertas, asegúrate que esas cosas no nos han seguido y tú, Mary, quédate detrás del mostrador. ¿Vale guapa? Dijo Dean, mientras se colaba en la sala de armas y reventaba la cerradura con la culata de la escopeta que llevaba.

Había cinco rifles y varias cajas de cartuchos, por lo que cogió tres para llevar y toda la munición que pudo encontrar. Regresó al hall donde estaba la recepción y descubrió a su hermano al que Cas había liberado. Sin decir una sola palabra se abrazaron, y por poco con tanta azúcar se quedan pegados. 

¿Cómo lo has liberado? Le preguntó a Cas.

Tuve que usar mi poder angelical, pero cada vez me cuesta más que funcione. Contestó el hombre de la gabardina.

Gracias, Cas.  Le dijo, y después le entregó uno de los rifles a su hermano.

¿Y ahora qué? Preguntó Sam, que aún estaba nervioso por la experiencia que acababa de pasar.

Disparad a la nariz. Contestó el mayor de los Winchester, mientras amartillaba su arma y le pasaba el otro rifle al ángel que su espada angelical en la gabardina guardaba.

Esperaron, esperaron y desesperaron. ¿Acaso esos seres se habían marchado? De pronto y al caer la noche, un escarabajo muy colorido de cuatro ruedas y tres puertas, aparcó frente a la comisaría, mientras los chicos se sorprendían. Las dos puertas de aquella lata se abrieron y los payasos poco a poco salieron. ¿Cuántos cogían en ese escarabajo? Al menos había doce en ese coche apilados. Los chicos se pusieron en guardia, esperando que las puertas atravesaran y cayeran en su trampa. El cuello de botella que les habían preparado, les haría entrar de dos en dos para no quedar atascados. Habían puesto los escritorios, sillas, incluso la máquina de comida que Dean previamente había vaciado, impidiéndoles el paso. Tanto él como Mary se habían dado un atracón de azúcar, mientras Sammy había optado por no mirar, después de lo que había pasado no quería potar. No dejaría que esos payasos volviesen a echarle el guante, no quería que se lo merendasen.

Todo estaba preparado, los chicos, la trampa, las armas, incluidos los payasos. ¿Por qué no seguían avanzando? ¿Acaso se olían algo? Si esperaban que ellos saliesen, lo llevaban claro.

Entonces hubo una sacudida y el suelo bajo sus pies comenzó a temblar. ¿Acaso era eso lo que los payasos esperaban para atacar? Parecían los pasos del Tiranosaurio de Jurassic Park, lástima no tener un meteorito cerca que les pudiese librar. 

Cuento en cuarentena 5 (Parte 4):

 Seguramente, aquella imagen atormentaría a Sam durante décadas. Un payaso de siete metros de altura y gran envergadura, se alzaba ante la puerta de la comisaría, por lo que solo las piernas se le veían.

Esto debe ser una broma. Dijo Sam, que había comenzado a sudar.

Tranquilo Sammy, no te pongas nervioso y recuerda, apunta a la nariz. Le dijo Dean a su hermano. ¿Cas estás listo? Preguntó y el ángel afirmó.

La pequeña Mary estaba muy asustada, escondida debajo del mostrador. Dean sabía que sus padres ya se habrían convertido en la cena de aquellos seres, y eso ocupaba su mente.

Céntrate Dean. Pensó, ahora tenía algo de lo que ocuparse que requería toda su atención.

Aquel payaso gigante dio una patada y destrozó la puerta de cristal de la comisaria. No lo entendían. ¿Cómo ponen una puerta de cristal en un edificio en el que guardan armas y presos que se pueden escapar? El tipo al que se le ocurrió esa brillante idea, seguro que debió estar borracho mientras hacía los planos. Los payasos más pequeños comenzaron a entrar de dos en dos, Dean estaba enfrente y oculto tras un archivador, Sam tras el mostrador y Castiel a la izquierda de la puerta, detrás de una mesa de ordenador. Dean disparó a uno de los payasos que entró en la nariz e hizo que girase como una peonza, antes de explotar en una nube de purpurina que cubrió toda la zona. Castiel hizo lo mismo que Dean, disparando al siguiente que vio venir, pero Sam… Sam se había quedado petrificado.

¡Sam, reacciona! Le gritó Dean a su hermano y éste, como si le hubiesen reseteado, apuntó a otro de los payasos y lo mandó al otro barrio. En pocos minutos lograron deshacerse de ellos sin mayor complicación, ya que se iban turnando para disparar, cuando se quedaban sin munición. Pero de pronto, el techo de la comisaría se derrumbó y debajo los atrapó.

Aquel enorme payaso lo había destrozado de un puñetazo, atrapando a Castiel y a Dean bajo los escombros de aquel desaguisado. Mary estaba bien, Sam se había lanzado sobre ella para protegerla con su enorme cuerpo, y en aquella zona el derrumbe no fue tan extenso.

¿Dean? ¿Cas? Preguntó Sam desde el suelo. ¡Quédate aquí y no te muevas! Le ordenó a la pequeña, que confirmó con un movimiento de cabeza.

 Sam salió de detrás del mostrador, saltando por los restos que había en el suelo y llegó hasta su hermano el primero. Tenía la pierna atrapada y no podía salir, por lo que fue a pedir ayuda a Cas para que tirase de su hermano, mientras él levantaba aquel cascote que le estaba aplastando. Cas estaba bien, se levantó con dificultad pero no tenía nada que lamentar, por lo que fue a socorrer a Dean, mientras Sam se enfrentaba al payaso gigante que los quería devorar.

Yo lo distraeré, encárgate de él. Le ordenó al ángel, que inmediatamente liberó al mayor de los Winchester y posó su mano en la pierna para curarla con su magia, y que el mayor de los Winchester volviese a la batalla.

Sam recogió su rifle, lo cargó con cartuchos nuevos y salió a encararse con aquel payaso que, seguramente, aparecería por mucho tiempo en sus sueños. Cuando el melenudo levantó la vista hasta el cielo, vio un viejo y demacrado payaso que le recordó a Krusty en sus peores tiempos. El sudor le resbalaba por su frente y de pronto… un pie enorme intentó aplastarle, por lo que tuvo que rodar por el suelo para esquivarle.

Sam echó a correr con el rifle en la mano, para alejar de la comisaría al payaso. Subió calle arriba mientras aquella criatura le pisaba los talones, quizás si se adentraba en el bosque le resultaría más sencillo ocultarse. Y eso hizo, salió corriendo rumbo a la espesura, para perderse entre los árboles. Aquella mole le seguía de cerca y por donde pasaban, los árboles de cuajo arrancaban.

Mientras tanto, Dean se había recuperado por completo y ordenó a Castiel que se quedase cuidando a la pequeña. Él salió corriendo tras las huellas de destrucción, que su hermano pequeño iba dejando a su paso por culpa del payaso enorme que le siguió.

No me lo puedo creer. Se dijo a sí mismo, al darse cuenta que las huellas le llevaban de nuevo hasta la carpa del circo.

¿Acaso su hermano había pensado un plan tan malo o era el payaso quien el camino le estaba marcando? Debía darse prisa, no quería perder a quien más quería. Corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a la carpa del circo, que de forma extraña se movía y sin pensárselo ni un momento, se metió dentro.

Escuchó varios tiros y siguió aquel ruido hasta llegar a la sala donde estaban los capullos de algodón de azúcar colgando. Allí Sam intentaba disparar en la nariz al payaso gigante, mientras esquivaba sus golpes que pretendían aplastarle.

¡Sam! Le gritó Dean, y el payaso al girarse, se encontró cara a cara con su final, ya que Dean disparó un tiro certero y su nariz hizo explotar. Terminaron ambos hermanos cubiertos de purpurina, parecía como si hubiesen tenido con las hadas una orgía.

¡Dean! Gritó su hermano, y al encontrarse ambos se abrazaron. ¿Qué está pasando? Preguntó, al darse cuenta que aquello se movía demasiado.

No lo sé, será mejor que nos vayamos cagando leches. Dijo su hermano.

¿Y estás personas? Quiso saber Sam, no quería dejar abandonados a todos esos pobres desalmados.

Creo que es demasiado tarde para ellas, casi te ahogas ahí dentro y eso que te acababan de atrapar. Dudo mucho que quede alguno con vida. Dijo Dean, cogiendo a su hermano de la chaqueta y tirando de él hacia la puerta del ascensor.

Al llegar a la salida, se toparon con varios metros de caída. Al parecer, aquella carpa de circo era una nave espacial y los Winchester si no saltaban, al espacio iban a viajar.

Espera un momento, es mucha altura. Dijo Sam.

¿Prefieres ir al espacio y que experimenten contigo antes de servirles de almuerzo? Preguntó Dean y acto seguido los dos hermanos saltaron, cayendo por suerte en la rama de un árbol, que frenó su caída contra el suelo.

Aquello les provocó un par de costillas rotas y una fractura que Castiel curó, por suerte llevaban el móvil lleno de batería y activo el GPS de localización.

¿Extraterrestres? Preguntó Castiel extrañado.

Sí Cas, malditos extraterrestres. Ya tuvimos una experiencia a lo Expediente X hace mucho tiempo y no me gustó nada. Se quejó Dean, haciendo memoria.

¿Qué vamos a hacer con Mary? Preguntó Sam, ya que la niña estaba durmiendo con la cabeza sobre las rodillas de Castiel, en el asiento trasero.

¿Encontraste algo de ella en el ordenador? ¿Te ha dicho algo la policía? Preguntó Dean, preocupado.

Nada, al parecer han muerto sus padres y sus tíos. Eran la única familia que tenía. Podemos llevarla a los servicios sociales, es lo que me han recomendado. Dijo Sam con pesar.

Ni hablar, no pienso dejarla en un sitio así. Se quejó Dean.

¿No pretenderás quedártela, no? Quiso saber Sam.

¿Por qué no? Podemos criarla, como hicimos con Jack. Añadió él.

Dean, Sam tiene razón. Jack es un adolescente, pero también es un ángel, y te recuerdo que ha muerto y ha resucitado, cosa que ella no puede hacer. Nuestra vida ya es bastante complicada, como para criar a una niña pequeña. Explicó Castiel asustado.

¿Te piensas que esto es como la película de tres solteros y un biberón? Nosotros siempre estamos salvando el mundo, no tenemos tiempo para estas cosas. Además, es una niña, Jack es un adolescente y sabemos cosas porque nosotros mismos las hemos vivido, pero con una niña es distinto. ¿Qué pasará cuando tenga la menstruación o quiera salir con chicos? ¿Piensas convertirla en cazadora? Preguntó Sam exaltado.

No pienso abandonarla. Podemos cuidarla hasta que le encuentren un hogar, pero no pienso dejarla tirada. No me importa lo que digáis, se viene a casa con nosotros. Sentenció Dean y puso rumbo a Kansas, porque ya lo decía Dorita, se está mejor en casa que en ningún sitio. 

<<Mañana subiré el último capítulo de este cuento, que espero os esté gustando. Luego me tomaré un par de días de descanso, para dedicárselo a mi libro y después regresaré con otra historia que espero os haga disfrutar. No os olvidéis que hasta que termine la cuarentena, esto seguirá igual. Un abrazo a todos y al Team Free Will, mucha sal. >>

Cuento en cuarentena 5 (Parte 5):

 Está bien salir del búnker de vez en cuando. Le dijo Sam a su hermano.

¿Has comprado bacon? Preguntó Dean.

Nada de grasas, te las prohibido el médico. Añadió Sam.

¿Qué sabrán los médicos? Somos los Winchester, hemos salvado al mundo del apocalipsis muchas veces. Se quejó el mayor de los hermanos. Quiero mi bacon.

Dean,  eran otros tiempos y nosotros éramos más jóvenes. Le dijo Sam, mientras abría la puerta del búnker.

Seguimos siendo jóvenes, todavía podemos cazar. Yo estoy hecho un chaval. Se justificó Dean, mientras cerraba la puerta tras de sí y se restregaba los riñones que le habían comenzado a molestar por culpa de la estantería que quiso trasladar el día anterior. ¡Estamos en casa! Gritó.

¿Qué es esa música? Preguntó Sam, mientras descendía por las escaleras y dejaba las bolsas de comida en la mesa de la entrada.

Esta niña sí que sabe. Dijo Dean y se puso a tararear la canción de Metálica que sonaba.

Cuando fueron a decirle a Mary que habían vuelto, llamaron a la puerta pero la música estaba demasiado alta, por lo que abrieron la puerta de su habitación y a Dean se le quedó la misma cara que puso cuando la enfermedad del miedo le infectó. Allí dentro no había un lindo minino, como en aquella ocasión, pero si había algo mucho peor. Se encontraron a Jack y a Mary juntos, pegándose un revolcón.

— ¡¿Se puede saber qué hacéis?! Preguntó Dean enfurecido.

Se llama hacer el amor, Dean. Dijo Jack, mientras se levantaba y se colocaba una camiseta.

Dean, te recuerdo que ya soy mayor de edad, hoy hago dieciocho años y Jack y yo nos queremos. Se quejó Mary molesta, mientras se vestía bajo las sábanas, enrojecida por haber sido pillada.

¡Jack es mayor que tú y es un ángel! Le gritó Dean alterado.

En realidad ella es mayor que yo, aunque yo nací y tomé la forma de un adolescente nada más venir al mundo. Explicó Jack.

Tú… ¡Al salón, jovencitos! Les ordenó un Dean de lo más ensaltado.

Habían pasado muchos años desde que encontraron a esa pequeña niña y la adoptaron. Vivían como una gran familia junto a Jack y Cas, en aquel búnker apartado de todo, al que consideraban su hogar, pero Dean sabía que había algo que le faltaba y que no lograba encontrar.

No seas muy duro con ellos, Dean. Recuerda que nosotros también fuimos jóvenes. Le pidió Sam, que estaba apoyado sobre la mesa de la biblioteca junto a su hermano.

Sam, es como si fuesen hermanos, los hemos criado como tal. Se quejó Dean, mientras hacía una mueca de desagrado.

Pero no lo son. Jack es adulto y Mary ahora también, tendremos que aceptarlo. Le explicó Sam a su hermano para calmarlo, antes que los chicos llegasen y se le fuese de las manos.

Pero le habíamos comprado una tarta, rosa. Y unos gorritos de cumpleaños. Se lamentó el mayor de los hermanos.

Ya no es una niña, Dean. Por mucho que nos duela, ya es una mujer. Añadió Sam, colocando una mano sobre el hombro de su hermano.

Entonces los chicos aparecieron cogidos de la mano y Sam hizo presión sobre el hombro de Dean, al darse cuenta que éste se había tensado.

Dean, lo siento, pero como ha dicho Mary, estamos enamorado. Dijo Jack con tono firme.

Debías cuidarla, eras como su hermano mayor y encima eres un ángel. Le reprochó Dean.

No pensé que fueses racista. Humanos y ángeles pueden estar perfectamente juntos. Le recriminó Mary furiosa.

No me opongo a que ángeles y humanos retocen como conejos, pero vosotros… sois como nuestros hijos, como hermanos. Es como si Sam y yo…. Se quejó Dean, llevándose las manos a la cabeza. Prefiero no pensarlo.

Pero no lo somos. Dijo Mary con voz suave y dulce, acercándose a Dean con los mismos ojitos que ponía Sam cuando quería salirse con la suya y extendiendo los brazos hacia él. La había enseñado bien el desgraciado.

Aquel hombre rudo y con el pelo medio canoso, comenzó a relajar el rostro bajo la atenta mirada de la joven, a la que ya no sería capaz de controlar más. Aquella pequeña niña a la que salvó de las garras de aquellos payasos extraterrestres, se había convertido en una extraordinaria mujer, cazadora y mejor hija postiza que habían soñado tener. No podía reprocharle nada. Y por otro lado estaba Jack, que era como su hijo, un chico bueno, fuerte y poderoso, capaz de protegerla de cualquier peligro que pudiese correr, por lo que Mary había escogido muy bien.

Vale, no me opongo a esto, pero… Al menos cortaros un poco chicos. Les pidió Dean, bajando la mirada al sentirse vencido por una jovencita y su increíble sonrisa.

— ¡Gracias papi Dean, te quiero! Dijo la joven y le abrazó con todas sus fuerzas.

— ¡Gracias papi Dean, yo también te quiero! Repitió Jack y se unió al abrazo.

Menos pitorreo que me cabreo. Les dijo con tono serio, pero pese a eso les devolvió el abrazo al que Sam se unió.

¿Podemos salir a celebrar mi cumpleaños? Pidió la cumpleañera.

Está bien, pero solo después de hincarle el diente a la tarta, tengo hambre. Les ordenó él.

Dean, nada de dulces. Ya sabes lo que te dijo el médico. Le rogó Sam.

A la mierda la dieta. Un día es un día. Le respondió a su hermano y se llevó la tarta a la cocina para servirla.

Aquella tarde la pasaron en familia, incluso Cas llegó a tiempo de su última cacería, pero a la noche, cuando Mary y Jack se fueron a celebrarlo, Dean se dio cuenta de lo que le faltaba realmente y salió a buscarlo. Mientras Sam y Cas se quedaron viendo aquel programa que les dejaba embelesados, Dean cogió el Impala y se marchó a rodar por la carretera como cuando el bacon no le hacía daño y la cadera no le estaba matando. Después de varios minutos rodando, la vejiga le empezó a dar un toque de atención, por lo que paró en un bar de carretera que siempre le gustó, pero en el que jamás entró. Se imaginó siendo el dueño de aquel antro con olor a cerveza, como le ofreció un día su amigo al que empaló con un taco de billar, le hubiese gustado manejar uno como hizo cuando Miguel se coló en su mente y le aisló de la gente.

Al entrar se sintió como en casa, una casa que jamás había pisado, pero que le llamaba desde la distancia. Y entonces la vio. Al otro lado de la barra había una mujer de aproximadamente su edad, con los ojos marrones más dulces que había visto jamás y el pelo castaño lleno de canas, que no se preocupaba en ocultar. Cuando sus miradas se cruzaron, una chispa saltó en su interior. ¿Acaso se habían visto en otra vida? Porque su alma la reconoció.

Hola, me llamo Dean y quiero una cerveza. Le dijo sentándose a la barra sin apartar de sus ojos castaños la mirada.

Bienvenido al “Carry on “, espero que te sientas como en casa. Le dijo aquella misteriosa mujer, como si le hubiese leído el pensamiento, mientras que sonaba la misma canción que el nombre al bar le dio y le servía la cerveza que pidió. Me llamo Arizona, aunque soy de aquí de Kansas.

Me gusta esta canción y el bar está genial. Dijo Dean, sin apartar la mirada de ella.

Gracias, es mi favorita, la escucharás mucho por aquí y el bar era de mi esposo, que en paz descanse, pero como ves, ahora me quedó a mí. Añadió Arizona.

Lo siento.

Fue hace mucho tiempo, mi marido levantó esto antes que el cáncer se lo llevase, pero no tuvo tiempo de verlo florecer, así que me propuse hacerlo por él. ¿Eres cazador, verdad? Preguntó ella.

¿Tú también? No tienes pinta de serlo. Preguntó Dean intrigado.

Mi marido lo era, yo soy una bruja, pero tranquilo que no soy de las que va dejando saquitos como regalo de bienvenida. Así que, puedes dejar tu Colt M1911A1 en su funda, aquí todos somos amigos. Le dijo ella. ¿Cómo sabía que tenía esa misma arma escondida?

¿Cómo…? Preguntó él.

Veo cosas, por desgracia la muerte de mi marido la vi cuando estaba muy lejos, demasiado para avisarle. Se lamentó ella a sabiendas que sería la pregunta que le rondaría por la mente, pasaba siempre.

¿Un cazador y una bruja? Dean no daba crédito.

¿Y por qué no? Dijo ella, entonces Dean comenzó a darse cuenta que, la relación de Mary y Jack no parecía nada fuera de lugar. Aquella mujer era bruja y despertaba en él sentimientos que creía perdidos después de lo de Lisa y Ben. ¿Sería cosa del destino o aquella bruja le estaba haciendo un maleficio? Él odiaba a las brujas, la única que había tolerado era a Rowena, porque después de todo aprecio le había tomado. Pero ahora…

Entonces entró un cazador, se notaba que estaba apurado porque ni si quiera saludó.

Ari, necesito tu ayuda. Estaba cazando con Jimmy y algo nos ha atacado. Cuando me he despertado en el bosque, estaba solo, se lo habían llevado. Necesito que uses tu magia con el péndulo ese y lo localices. Le suplicó aquel hombre, que parecía haber corrido una maratón, porque estaba agotado.

Enseguida. Dean, te presento a… Dijo Arizona, antes de ser interrumpida por el Winchester.

Morgan, cuánto tiempo. Le dijo al recordar su cara.

¿Dean Winchester? Vaya, es mi noche de suerte. ¿Qué haces por aquí? Pensé que ya no cazabas y siento no haberte reconocido al entrar. Preguntó Morgan realmente sorprendido.

No tanto como antes, ya sabes, mi hermano y yo llevamos demasiado trote encima, pero de vez en cuando nos unimos a alguna cacería. ¿Necesitas ayuda? Le dijo como si nada, aunque estaba deseando que alguien le necesitara.

¿Estás de broma? ¿Un Winchester? Claro, siempre. Añadió aquel hombre tan contento al ver que Dean Winchester sería su refuerzo.

Están a unos cinco kilómetros al este. Dijo Arizona en cuanto regresó a la barra, de la que momentos antes se había ausentado para realizar lo que Morgan le había solicitado.

Gracias, eres un sol. Le dijo Morgan y salió pitando.

Espero verte pronto, Dean Winchester. Le dijo aquella bruja con una pícara sonrisa en el rostro.

Dalo por hecho, si es que salgo de esta. Respondió él con su inconfundible y arrebatadora mirada, que pese a los años seguía causando estragos. Se tomó la cerveza casi de un trago y después salió por la puerta tras el otro cazador, listo para cumplir otra misión y deseando terminar pronto, para volver a ese bar donde aquella bruja le acababa de hechizar con su forma de mirar.

FIN

<<Espero que os haya gustado esta historia, que se la dedico a todos mis amigos y fans de la serie Sobrenatural. Así es como yo me imagino el final de nuestra querida serie que pronto llegará. Quince años, quince temporadas y un montón de aventuras que recordar, pues gracias a los Winchester conocí una gente espectacular. >>