viernes, 24 de abril de 2020

Cuento en Cuarentena 1

<<Muy bien, os explicaré de qué va la cosa. Durante la cuarentena por culpa de la pandemia del Coronavirus o Covid 19, he creado unos cuentos de los que subiré a diario un capítulo en mi Facebook. Esto lo haré mientras dure el confinamiento y aquí los subiré cuando vayan estando completos. En muchos de ellos han participado mis amigos, proponiéndome cosas para incluir en dichas historias, por lo que si han quedado muy locas, no he podido hacer otra cosa. Jajaja. Y ahora y sin más dilación, os dejo con el primer cuento que os pongo a continuación. >>


CUENTO EN CUARENTENA. 1ª PARTE:

Tras haberme librado de uno de los virus más contagiosos que se conocen hasta la fecha, de una cuarentena que por poco desquicia a medio planeta y de un arduo trabajo por el que me duele hasta el alma, conseguí mis ansiadas vacaciones en una playa paradisiaca. Quién me iba a decir a mí, una leonesa amante de mi tierra, que terminaría en la otra punta del mundo en Indonesia. Pero necesitaba despejar mi mente de todo aquello. El dichoso coronavirus caló muy dentro, no solo en mí, sino en todos mis compañeros del sistema de salud que luchamos sin descanso contra esa pandemia endemoniada.

Pero aquí estoy, en un barco con destino a la Isla de Komodo, donde disfrutaré de sus preciosas playas de arenas rosáceas y su rico mundo submarino. ¿Os lo imagináis? Debo de estar loca para hacer un viaje así yo sola, pero después de lo que hemos vivido estos largos meses, lo necesitaba.

El viento cálido me tuesta la piel, qué buen colorcito voy a coger. Podré competir con mi amiga Alba que siempre me está diciendo el buen clima que hace en Canarias. Les pienso mandar una foto a ella y a Johanna, para que vean que ahora yo también tengo playa de la que presumir.

—Señorita Cristina, estamos llegando a la isla. Su contacto se llama Javier, también es español y nos estará esperando en el muelle. — Dijo el capitán del barco a su única pasajera.

La gente aún estaba reacia a viajar a esas zonas después de lo ocurrido, pero Cristina no,  gracias al virus se había dado cuenta de la entereza y gran valentía que tenía. Por ello, al bajarse del barco y encontrarse sola en aquel muelle, no se echó a temblar de miedo, al revés, se sentó sobre su maleta con ruedas y esperó un par de minutos hasta que ese tal Javier se dignase a aparecer.

Pocos minutos después, un Jeep Wrangler Rubicon Convertible rojo del 2012, aparcó junto a ella y de él se bajó un joven, era el hombre que estaba esperando.

—Siento la tardanza, me llamo Javier y soy el dueño del club deportivo Isla de Komodo. Bienvenida, espere que le ayude con la maleta. ¿Qué tal el viaje? Preguntó el joven muy amablemente.

—Pesado, pero por suerte ya he llegado. Esto es precioso. ¿Hace mucho que vive aquí? — Quiso saber la joven doctora.

—Hace unos años trabajaba en Madrid como entrenador de boxeo para gente con discapacidad. Como puede ver, yo también sufro una discapacidad, aunque apenas se me note. El caso es que conocí a un chico que había nacido aquí y hablaba maravillas de todo esto, pero cuando le pregunté por qué lo dejó, me dijo que fue por cumplir un sueño, ser campeón de peso pluma. Con mi ayuda lo consiguió y cuando vino a darme las gracias, me dio que pensar. Quería regresar a su lugar de origen y montar un gimnasio, por lo que le propuse aliarnos y poco a poco hemos ido prosperando. — Dijo el joven muy orgulloso de lo que había conseguido con su esfuerzo. — Ahora no solo tenemos un gimnasio, sino también ofertamos cursos de buceo, como el que usted contrató. De hecho, le voy a presentar a un gran amigo que se encarga de impartirlo, se llama Óscar y es un gran profesional. —

Al llegar al “centro de mandos”, como Javier solía llamar a su humilde pero próspero negocio, Cristina se quedó muy impresionada con el joven que salió a recibirlos. Llevaba un par de aletas y gafas de buceo en las manos y tenía una mirada tan atrayente, que la joven doctora se perdió en la inmensidad de su azul y profunda mirada.

— ¿Cristina? ¿Estás bien? — Preguntó Javier. Al parecer le había estado hablando un buen rato, pero ella no se había percatado.

—Sí, perdón. Será el cansancio. — Respondió la joven sonrojada por el bochorno.

—No se preocupe, le estábamos diciendo que puede dejar su maleta aquí. ¿Por qué no la dejó en el hotel? —Preguntó Óscar intrigado.

—Tengo el equipo de buceo aquí y como llegaba tarde, solo me registré en el hotel y salí corriendo, no quería perder el barco y quedar mal con ustedes por no presentarme. — Se disculpó la joven.

—No se preocupe, puede dejarla en mi oficina. — Le dijo Javier, mientras ella se marchaba con aquel muchacho que sin saber por qué, la ponía algo nerviosa. Si hubiese tenido una carpeta en ese momento, creo que la habría forrado con las fotos de Óscar por completo.

—Qué tonterías piensas. — Se dijo a sí misma la joven, y en sus labios asomó una sonrisa que sorprendió a Óscar.

— ¿Está nerviosa? No se preocupe, prometo que yo cuidaré de usted. — Le dijo el joven, mientras le abría la puerta del Jeep y la ayudaba a subir.

— ¿Y cómo terminaste en este rincón paradisiaco? — Preguntó la joven. —Perdón, no sé si quiere que le tutee o no. —

—Claro que sí, será más cómodo para los dos. Pues… — Hizo una pausa dramática mientras subía al coche y arrancaba. — ¿Sabes lo que es levantarte un día y no reconocerte en el espejo? Tenía un buen trabajo, era arquitecto, como mi padre, mi abuelo y una lista de familiares tan larga que de la mitad ni me acuerdo. Un día me di cuenta que no estaba hecho para eso, sobre todo cuando le dije a mi padre que tenía dudas, no sabía si seguir sus pasos como él quería me haría feliz. No lo comprendió, tuvimos una fuerte discusión y se marchó. Estaba tan enfadado cuando cogió el coche, que no se percató que se metió por dirección contraria y se mató, llevándose a mi madre con él. Menudo viejo loco. — Dijo el joven con lágrimas en los ojos. —

—Lo siento mucho, soy una bocazas, no debería haberme metido donde no me llaman. — Se disculpó la doctora por haber sido tan entrometida.

—No te preocupes, Cristina. Está todo bien. Yo quería mucho a mis padres y sé que ellos me querían también. Los accidentes suceden, y si, se me hubiese ocurrido pensar que ellos se mataron por mi culpa, nunca habría logrado superarlo. Por suerte me crucé con ese testarudo de Javi y me convenció para que le ayudase a cambiar de vida, pero lo que no sabe es que él me dio a mí la mía. Me hizo volver a sonreír después de lo que pasó. Ahora estoy muy bien aquí, esto es un paraíso. ¿O me dirás que no? — Preguntó Óscar con una sonrisa irresistible que a Cristina hizo sonrojar aún más.

—Por supuesto. Por eso vine. —Contestó la joven doctora que empezaba a sentir el calor recorrer todo su cuerpo, y no era precisamente por el sol abrasador que alumbraba en todo su esplendor.

Al llegar al lugar donde la barca estaba anclada, Óscar le pidió a Cristina que se pusiera el traje de buceo, mientras él cargaba la barca. La joven entonces cayó en la cuenta que sus cosas estaban dentro de la maleta, la cual se había quedado Javier guardando en su oficina, y por ello se llevó las manos a la cabeza. ¿En qué demonios estaba pensando? Desde que había llegado a esa isla no daba una, parecía que algo la había atontado demasiado. ¿Sería aquel calor al que aún no se había acostumbrado? Pero no, en cuanto escuchó la voz de Óscar supo que aquel bribón la había engatusado.

— ¿Por qué no te pones el traje? — Preguntó el joven al ver salir a Cristina de detrás de la roca igual que se había marchado.

—Esto… Sin rodeos, me dejé todo el equipo en la maleta y la tiene Javier. Con las prisas olvidé cogerlas. — Dijo ella y tras eso, agachó la cabeza por la vergüenza.

— ¡Jajaja! Me caes bien, eres auténtica, algo que no solemos ver muy de seguido por esta isla. Toma, creo que te valdrá. — Le respondió él, mientras le lanzaba un traje de neopreno que guardaba a su espalda. —Siempre llevo un par porque ningún turista viene preparado, has tenido suerte. He de decir que me sorprendiste cuando dijiste que tú lo traías todo, cuando regresemos tendrás que demostrármelo, no creas que te vas a librar, sino seguiré pensando que eres una turista como las demás. — Se rió el joven sin parar, mientras los colores de Cristina aumentaban cada vez más.

Varios minutos después, estaban en aquella barca destartalada, surcando las cristalinas aguas turquesa de aquel mar, en el mismísimo Cinturón de Fuego del Pacífico. Cristina estaba nerviosa, pero no sabía si era por su primera incursión marina en un arrecife de coral o por el muchacho de ojos azules y cuerpo escultural, que tenía frente a ella haciéndola sudar.

—No te preocupes, en cuanto estemos dentro del agua, agradecerás llevar eso puesto. — Le dijo Óscar, haciendo referencias al neopreno que “tantos calores la provocaba.”

Al llegar a la zona de inmersión, Óscar ayudó a Cristina a colocarse la botella de oxígeno y le explicó lo que debía saber sobre cómo controlar el aire con el medidor y cómo debía comportarse allí abajo, para que después no le entrase ningún ataque de pánico. Y entonces y sin saber cómo, se encontraban ya en el lecho marino buceando y sacando fotos. Cristina estaba tan emocionada que Óscar tuvo que recordarle que respirara, ella le hizo caso y le siguió de cerca para evitar rasparse con un coral o toparse con alguna fiera que la quisiera devorar.

Aquello era otro mundo, una estampa sin igual. Peces de todas las clases y colores se arremolinaban ante ellos, y después se apartaban a su paso, cual cortina de cuentas, de las que se colocan en las puertas. Se sentía tan pequeña en una pecera tan grande, que no tuvo reparos en gritar de la emoción.

— ¡Auch! Te recuerdo que estamos comunicados por las máscaras de buceo, menudo susto me has dado, casi me dejas tieso. — Le dijo entre risas el muchacho y después siguieron investigando.

Tras media hora bajo el mar, Óscar decidió que para ser la primera incursión de aquella joven aprendiz, no había estado nada mal y le dijo que ya era hora de regresar, pero cuál fue su sorpresa, que al subir a flote en el lugar donde habían dejado anclada la barca, solo vieron trozos de madera flotando y algún que otro objeto que por suerte se había salvado. ¿Quién había destrozado la barca? Y lo peor de todo... ¿Cómo iban a regresar a tierra firme? Estaban solos en medio del Pacífico y la noche se les echaba encima. Si querían salir de aquella pesadilla, deberían permanecer unidos. ¿Lo lograrían?

CUENTO EN CUARENTENA. 2ª PARTE:

Vale, recapitulemos. Nuestra querida protagonista ha decidido pasar unas vacaciones de relax, después de luchar durante meses con un virus mortal. Se ha marchado a Indonesia para hacer submarinismo y allí ha conocido al típico hombre de película, el que inundaría los sueños de cualquier chica, y para colmo, se ha quedado tirada en medio del Pacífico con él. ¿Me dejo algo? Creo que no, por lo que podemos continuar.
De pronto una gran ola los embistió e hizo que se sumergieran nuevamente en las profundidades por culpa de las corrientes. ¿Cómo era posible que se hubiese formado aquella tormenta en media hora? No podían salir a flote, por lo que llegar hasta la costa buceando, sería lo más sensato. Pero cuando Óscar miró el oxígeno que le quedaba en su bombona, descartó esa opción de inmediato.
—No te preocupes, si no recuerdo mal, por aquí cerca hay una cueva submarina. Según se comenta, conecta con la playa en la que estábamos a través de unos túneles. Quizás podamos atravesarlos caminando. — Le dijo Óscar a la joven doctora, que solo asintió con la cabeza y le siguió de cerca. Tenía tanto miedo, que las palabras se le agolpaban en la garganta y fue incapaz de dejarlas sueltas.
Bucearon muy cerca del suelo durante varios minutos, esquivaron corales y algún que otro animal hambriento, hasta llegar a una pequeña abertura en una gran roca, que se alzaba desde el fondo marino como un coloso hasta el cielo. Cristina sabía que no podría hacerlo, odiaba los espacios cerrados y más aún si estaban bajo el mismo océano. Tenía miedo de morir en ese Mar de Flores, ahogada y quedar olvidada en aquella cueva abandonada.
—No me digas que ésta es la única entrada a la famosa cueva. — Dijo la joven temerosa, al ver aquella abertura tan minúscula y rasposa.
—No te lo diré si no quieres, pero te mentiría si lo hiciese. — Le dijo con cautela, para evitar que saliese corriendo como una gacela. — Haremos una cosa, entraré yo primero y te esperaré al otro lado. —
—Pero eso debe estar muy oscuro y no vamos a caber con la bombona de oxígeno. — Añadió Cristina, reacia a entrar en aquel agujero que le ponía los ovarios por sombrero.
—Nos quitaremos el oxígeno por un momento, no te preocupes, yo te estaré esperando con la bombona al otro lado. — Le dijo él para tranquilizarla.
No estaba segura de nada. ¿Cómo se alumbrarían en la oscuridad? ¿Y cómo iban a respirar si el oxígeno se les terminaba? Dudaba si morir en la tormenta o en la cueva sepultada, pero al ver cómo Óscar se quitaba la bombona de oxígeno y se la pasaba a ella, no le quedó otra opción que seguir a ese hombre a cualquier parte que él le indicara.
Entonces él puso sus manos alrededor del hueco en la roca, alzó las piernas ágilmente, y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció como por arte de magia en su interior. Cristina se quedó por un instante sola, en la inmensidad del Mar de Flores que en medio del Pacífico está. Aquello le hizo pensar en las flores que soltarían en el agua por su propio funeral. Le costaba mucho mantenerse a flote, estaba cansada y el peso de las dos bombonas no le ayudaba en nada. ¿Por qué tardaba tanto? ¿Le habría pasado algo? Tenía que ser positiva, intentaba recordárselo a sí misma cada día.
— Va a salir bien, voy a sobrevivir a esto y cuando regrese tendré una buena anécdota que contar. Mis compañeros del trabajo van a alucinar. ¡AH! — Gritó, porque algo le había rozado las manos.
De pronto se dio cuenta que Óscar intentaba coger la bombona de oxígeno, no había sido ningún bicho marino como se había llegado a imaginar en su delirar. Le ayudó a meterla por el agujero, (qué raro suena esto), y poco después percibió aquella dulce voz que tanto ansiaba escuchar.
—Disculpa mi tardanza, eché un vistazo por la cueva para ver que era segura y no tendríamos problemas. Verás cuando la veas, te va a encantar. — Se disculpó el joven, mientras volvía a sacar las manos por el agujero, para que Cristina le pasase su botella antes que el oxígeno se agotara.
Claro, pensó la chica. Me va a encantar meterme en una cueva submarina, sin oxígeno, en plena tormenta y con un desconocido. Porque por muy bueno que esté el desconocido, eso no quita que pueda tener un psicópata escondido, y si no, solo hay que ver a Ted Bundy como salió. Pero no, Óscar la hacía sentir como en casa, era una sensación extraña, le había conocido ese mismo día y ya estaba con él ilusionada.
— ¿Qué te pasa Cristina? ¡Reacciona, por favor! — Se dijo a sí misma y sin más preámbulos, se quitó la bombona de oxígeno, se la pasó a Óscar por la abertura y se lanzó al hueco de cabeza. Lo que no se esperaba era ser recibida por esos brazos tan fuertes y firmes que la envolvieron de repente, y la ayudaron a terminar de cruzar al otro lado, como si la hubiesen estado toda la vida esperando. Estaba tan cómoda, tan a gusto entre esos músculos bien marcados, que no cayó en la cuenta que se le había olvidado algo. ¡Mierda, la bombona, que me ahogo!, pensó y de repente algo totalmente inesperado sucedió.
Sintió que el aire regresaba a sus pulmones de golpe, pero no era el mismo aire viciado, al que ya se había acostumbrado, provenía de unos labios bien carnosos y con sabor a sal, que le devolvieron la vida que el mar le quiso quitar. ¿De verdad se estaban besando? No seas ingenua Cris, te está pasando su aire, seguramente tu bombona está seca y el muchacho está evitando que por un imprevisto te mueras.
Y así fue, tras ese beso robado, él se puso la máscara de oxígeno y cogió una gran bocanada de aire para recuperarlo. Poco después se quitó toda la equipación y se la puso a Cristina, que se quedó bastante sorprendida. Ya estaba en shock por culpa de aquel beso, cuando va y hace eso. ¿Acaso no es el típico galán de un cuento de increíble final? Qué daño nos hizo Disney por aquellos entonces y menos mal que ahora lo intenta arreglar, solo hay que ver a los Vengadores que se ha logrado agenciar.
Entonces Óscar la cogió de la mano y la guió en medio de aquella oscuridad. ¿Cómo demonios sabía hacia dónde iban sin llegar a chocar? Cristina no podía ver nada, sobre todo con aquella máscara que tanto la incomodaba.
Hasta que de repente se detuvieron, y Cris notó cómo aquel apuesto joven que tiraba de ella, la subía hasta una roca medio seca y con cuidado le quitaba la máscara, aunque al hacerlo por poco se ahoga. Y entonces, y solo entonces, la intrépida aventurera se percató que en la cueva había unas pequeñas lucecitas, que alumbraban de forma tenue toda la instalación.
—Son Panellus Stipticus, unos hongos bioluminiscentes que nos servirán de antorchas en la oscuridad. — Le dijo casi al oído, ya que estaban los dos subidos sobre la misma estrecha roca y tan pegados, que Cristina fue capaz de volver a oler la sal de sus labios. —Podemos ir por este túnel para ver a dónde nos conduce. No nos queda oxígeno en las bombonas, por lo que las dejaremos aquí y así iremos más ligeros. —
—Claro, me parece lógico. Qué hongos tan raros, pero qué oportunos han sido. — Dijo Cristina, para apartar de su mente la fogosa escena que se había instalado en ella de repente. — ¿Hace calor o soy yo? — Añadió mientras se abanicaba con las manos la cara.
—Sí, hace mucho calor, aunque con la humedad es mucho peor. — Añadió él, estirándose el cuello del neopreno hacia abajo, hasta que se llevó las manos a la espalda, se bajó la cremallera y se descubrió el torso para evitar terminar asfixiado como un Yeti bailando la Macarena. —Cristina, no sé si lo lograremos, pero prometo que no te abandonaré jamás y haré todo lo posible por sacarte de este lugar. — Le dijo a la joven, que se había puesto como un tomate al ver su cuerpo escultural, por suerte para ella, el calor le ayudaba a disimular.
—Tengo una duda. ¿Cómo es posible que estando bajo el agua a tanta profundidad, esta cueva esté vacía? ¿Es una burbuja de aire o algo así? ¿Cómo vamos a hacer para respirar si se nos acaba la burbuja? ¿No es mejor que esperemos a que pase la tormenta y salgamos por donde hemos venido? — Quiso saber la joven un poco alterada, por la situación en la que se encontraba. Intentaba bajarse también la cremallera y había quedado atorada.
—Respira. — Le dijo Óscar entre risas, mientras le apartaba las manos y le bajaba lentamente la cremallera del traje hasta quedar por fin liberada. Por suerte se había puesto el bañador en el lavabo del hotel. antes de salir escopetada hacia el barco que por poco no perdió.
— ¿Perdona? — Estaba tan nerviosa que no escuchó lo que le había preguntado.
—Te digo que respires, estás atacada de los nervios. No tengas miedo. Confía en mí. — Le dijo él con su mejor sonrisa, mientras le tendía la mano para cerciorarse que le seguía.
Ella le miró a los ojos y… dichosos ojos azules, tan arrebatadores que le hacen perder a una la cabeza por amor. Con esa mirada felina tan bien estudiada, sería muy difícil rechazar su invitación.
—Cristina, te has metido en la boca del lobo, la próxima vez que te vayas de vacaciones escoges un spa, que es más tranquilito y tiene menos peligros de los que tenerse que preocupar. — Pensó para sus adentros.
Después cogió la mano de Óscar y, mientras entrelazaban sus dedos como una pareja de locos enamorados, se adentraron en aquel túnel frío, húmedo y mal iluminado, para continuar con la aventura que vosotros, solo vosotros, podréis hacer realidad.

CUENTO EN CUARENTENA. 3ª PARTE: 

El suelo poroso se clavaba en nuestros pies, y no sé cómo lo llevaría Óscar, pero yo no lo llevaba nada bien. Con cada paso que daba, sentía como miles de agujas se clavaban en mis plantas. Pero no, no me quejé ni una sola vez, quería demostrarle a ese hombre  tan fuete que yo era una chica dura de roer. Si al menos hubiese tenido mis deportivas a mano, podría haberme imaginado que estaba de excursión, para evitar entrar en pánico y acabar llorando por la desesperación. Pero de poco me serviría matar el tiempo con lo que pudo ser y no pasó, mi único objetivo era encontrar una salida de aquel infierno en el que la tormenta nos sumió.

Tras varias horas caminando sin parar y a punto de tirarme al suelo y negarme a continuar, vimos una pequeña luz al final del túnel que nos causó una gran emoción, pues los hongos se estaban terminando y no sería bueno quedarse a oscuras en aquella situación.

¡Vamos, podemos lograrlo! Dijo Óscar convencido. ¿De dónde sacaba el ánimo este chico?

Pero al llegar donde esa intensa luz amarilla, el muchacho se detuvo de golpe y produjo una colisión, ya que la pobre Cristina, que iba distraída, con él de bruces se chocó.

¿Qué sucede? La próxima vez pon los intermitentes. Se quejó la joven intentando despegarse de él, pero mira que resultaba complicado hacerlo, cuando el muchacho olía tan bien.

Allí, delante de sus narices, habían dado con otra cueva o cámara en forma de concha. Y la luz que les había atraído hacia ella, provenía de siete antorchas junto a siete puertas dispuestas en hilera. ¿Quién se había tomado tantas molestias y para qué? Estaba claro que tenían que tomar una decisión y hacer la elección correcta, ¿pero cómo saber cuál escoger?

Podemos probar a abrir todas las puertas y la que más nos guste, pasamos por ella. Dijo él, tan decidido como asustado, pero qué bien lo ocultaba el condenado.

Espera un momento. Le dijo Cristina, mientras le agarraba del brazo para evitar que hiciera lo que había comentado. Ese material de las puertas, sino me equivoco es el carbino, el material más fuerte sobre la faz de la tierra. Tengo un amigo que sabe de piedras y estoy harta de escucharle hablar de ellas. Y tampoco es que vea ninguna cerradura ni picaporte en la puerta. ¡Mira, fíjate en lo que pone encima de ellas! Añadió al darse cuenta.

Ambos miraron hacia arriba y vieron como una inscripción grabada en la roca les daba la bienvenida, en ella dejaba claro que una sola puerta podrían utilizar, por ello debatirían qué decisión debían tomar.

“Siete puertas, siete destinos, siete caminos para elegir, una sola opción correcta y seis muertes que eludir.”

¿Qué puerta escogerían y por qué? Las siete eran exactamente iguales, pero seguramente hubiese algún detalle que les pudiese llevar a la clave.

¿Qué número es tu favorito? Preguntó ella sin venir a cuento.

El siete, ¿por qué? Respondió él, desconcertado.

El siete es el número mágico por excelencia, o eso es lo que me dijo una amiga mía no hace mucho. ¿Por qué hay siete puertas y siete antorchas junto a ellas? Algo debe significar esa cifra para que se repita de esa forma. Le dijo, pero al ver la cara que puso le aclaró de dónde venía ese razonamiento que hizo en ese preciso momento. No lo sabes, pero me gustan los acertijos y no se me da nada mal resolverlos. Aclaró ella.

Entonces él la cogió de la mano y la llevó hasta la séptima puerta, se detuvo justo delante de ella y la besó, como se besan los amantes en la televisión. Estaba claro que si iban a morir en aquella cueva, no sería entre lágrimas y pena.

Ambos se miraron a los ojos tras ese largo beso y sonrieron, después de todo, llevaban un tiempo queriendo hacerlo. Pocos segundos después, y sin decir una sola palabra, la séptima puerta se abrió y una nube de humo negro se los tragó. No sabían si aquella relación prosperaría, ni siquiera sabían si saldrían de allí algún día, pero lo que tenían claro esos dos muchachos, era que si la muerte les estaba esperando al otro lado, mejor plantarle cara que quedarse eternamente esperando.

Cristina fue consciente de su respiración al sentir el viento sobre su cara. Abrió los ojos pensando en que la pesadilla se había terminado, pero al verse en lo alto de un cráter, con un lago de color turquesa a sus pies, supo que aquella isla no era la misma en la que se suponía que debía aparecer. ¿Dónde demonios estaban?

Espera un momento. ¡¿Dónde está Óscar?! ¿Acaso la dejó sola? ¿En qué momento se soltaron para acabar desperdigados? La pobre Cristina no se lo podía creer. Intentó buscar por todas partes al apuesto joven, pero no había ni rastro de él. Entonces se fijó en la zona en la que se encontraba, aquello le sonaba. Tres lagos de diferentes colores en el mismísimo cráter de un volcán, no podía ser otro que el Volcán Kelimutu, que se encontraba en una isla cercana al lugar donde se suponía que tenía que estar. ¿Cómo había ido a parar allí y porqué? ¿Dónde estaba su compañero? ¿Javier les habría salido a buscar al ver que no habían regresado? ¿Y cómo los pensaban encontrar si no sabían dónde empezar a buscar? Demasiadas preguntas sin respuesta para Cristina, que se dio cuenta que estaba sola en aquella montaña y sin ninguna equipación para caminar, ya que  iba descalza y los pies se comenzaban a congelar. Acabaría con ellos destrozados, pero si quería salir de allí, tendría que hacerlo caminando. Hacía un viento frío que quitaba el sentido, por lo que volvió a ponerme la parte de arriba del neopreno con dificultad, para guardar el poco calor que le pudiese quedar. Descendió por un sendero medio asfaltado con un montón de escaleras, sin apenas dificultad, para ir a parar a un aparcamiento totalmente desierto donde otras veces, seguramente no cabía ni una aguja más. ¿Pero dónde está la gente cuando realmente se necesita?

Decidí continuar hasta una caseta, donde supuestamente, se paga la entrada para visitar el volcán, pero tal y como me esperaba, estaba más vacía que una rave cuando la policía aparece en el lugar. Intentó forzar la puerta para llamar por teléfono, incluso romper con el codo el cristal, aunque tampoco es que se esmerase demasiado porque no sabía a quién llamar. Por lo que decidió seguir caminando, no quería que además de perderse le plantasen una multa por destrozar el mobiliario. Seguramente se toparía con alguien o un pueblo cercano en algún momento, solo esperaba poder seguir su camino sin encontrarse ningún loco que anduviese por ahí suelto.

Por otra parte Óscar se despertó muy cerca de ese mismo lugar, pero unos veinte minutos más tarde que Cristina, por lo que no se pudieron encontrar. Menudo capricho del destino, ¿verdad? Él sabía perfectamente dónde se encontraba, la Isla de las Flores se la sabía de palmo a palmo, pero seguramente Cristina como turista, solo conocería lo más básico. Estaba claro que allí arriba en el mirador del volcán no estaba, ya la había buscado por todos lados, por lo que probaría suerte y bajaría hasta Moni andando, el pueblo que queda más cercano. Se armó de paciencia y se cubrió el cuerpo con la parte de arriba del neopreno. En la cima de aquel volcán corría bastante viento, ya que se encontraba a unos 1600 metros. No sabía si Cristina estaba bien, ni dónde había ido a parar, pero lo que sí tenía claro era que, fuese como fuese, la debía encontrar. Esa chica de ciudad le había despertado algo en su interior, que pensó que no volvería a sentir jamás. Debía comprobar si lo que sentía por ella era debido a la tensión del momento o a un sentimiento que arraigaba en sus adentros.

Comenzó el descenso por el único camino disponible, el mismo por el que Cristina pasó momentos antes, sin saber que la joven que ansiaba encontrar iba por delante. Le esperaba una larga caminata a pies descalzos, estaba claro que si salía de allí, no se volvería a quitar los zapatos, aunque manchase la cama de barro.

¿Llegaran a encontrarse en algún momento? Si un tren sale de Madrid a las 10 de la mañana en dirección Cádiz y dos horas después sale otro desde Cádiz dirección Madrid, ¿cuándo se cruzan? Perdón, me lié. ¿Lograrán llegar vivos a Moni? Lo de Moni me recuerda a mi prima Mónica, pero bueno, se nota que estoy espesa, a lo que íbamos. ¿Qué peligros se ocultan en mitad del camino? ¿Sabéis que hay animales salvajes como dragones de komodo, búfalos y serpientes por allí escondidos? ¿Y qué me decís de las ratas gigantes? Ni que fuese el Pantano de la Desesperación. ¿Dónde está mi querido Westlie cuando más lo necesito? Todo esto y mucho más, lo descubriremos en el próximo capítulo. 

CUENTO EN CUARENTENA. 4ª PARTE:

El camino se hacía eterno, sobre todo por ir sin zapatos, así que Cristina no lo dudo ni un momento y se detuvo un rato. Se sentó sobre una roca en medio de la nada y se miró las plantas de los pies que estaban ennegrecidas y ensangrentadas. Un par de lágrimas rodaron por su cara, al pensar que tendría que seguir andando si no quería que la noche la alcanzara. Empezó a escuchar ruidos de animales cada vez más cercanos, y recordó que con motivo de la pandemia, y estando las calles tanto tiempo desiertas, podrían haber recuperado el terreno las bestias, que antiguamente el hombre les robó. Estaba rodeada de vegetación, en una isla de Indonesia, por lo que no sería extraño que se topase con alguna bestia hambrienta, y vaya si se topó. 

De parda y esbelta figura, con los ojos cual lámpara de Aladino, una Ophiophagus hannah de cinco metros y medio, más conocida como la cobra real, danzaba frente a ella un baile hipnótico y lento, del que resultaría difícil escapar. Cristina permaneció quieta, como si fuese una tabla de planchar, no quería provocar a la serpiente y por ello dejó de respirar. Se aproximó reptando a ella y se enredó poco a poco en su pierna, estaba claro que si la mordía, podría considerarse muerta. No se lo podía creer, después de haber sobrevivido a una pandemia, ahora la mataría una serpiente puñetera. Pero entonces algo pasó, apareció un Varanus komodoensis o dragón de komodo, como comúnmente se le suele conocer y se convirtió en el héroe del momento atrapando a la serpiente, liberando así a Cristina de su mala suerte.

No penséis que voy a bajar de aquí ni loca, mataros si queréis entre vosotros. Le dijo Cristina a los animales desde lo alto de la roca en que se había subido, mientras éstos comenzaban a luchar por la presa que habían perdido.  

De pronto se fijó en alguien que bajaba corriendo, por el mismo camino que ella había recorrido hace un momento, y cuando se dio cuenta que se trataba de su querido compañero, la alegría volvió a su rostro y le hizo olvidar todo aquello.

¡Óscar, aquí! Gritó ella, para que su amigo se percatara de su presencia, pero el joven no hizo ni caso y pasó de largo tan rápido como un rayo. No me lo puedo creer, me ha abandonado. Se dijo a sí misma muy enfadada.

Pero cuando vio el motivo por el que el joven no se había detenido, se dio cuenta que el camino era más peligroso de lo que en un momento le había parecido. Una manada de búfalos iba persiguiendo al pobre chico y levantaron tanto polvo en su recorrido, que una intensa neblina lo inundó todo, haciendo que Cristina tuviese que taparse los ojos. Cuando se disipó miró por todos lados, para ver si la serpiente y el dragón ya se habían marchado, y cuando creyó que por fin estaba a salvo, salió corriendo en busca de su enamorado el fugado.

Espera un momento, ¿enamorado? ¿Ya? Mucho corres tú. Se acaban de conocer, como mucho será una intensa atracción, pero qué se yo. Solo me he enamorado una vez en mi vida, y me duró menos que Ned Stark en Juego de Tronos, así que, para qué nos vamos a engañar. El caso es que la joven siguió las manchas de sangre por el sendero, estaba claro que los pies de Óscar también habían sufrido un gran tormento. Y de pronto llegó a una pequeña casa de color verde con el tejado de chapa, una mezquita. ¿Por qué habían levantado una mezquita en medio de la nada? Apenas había un par de casas alrededor, pero las puertas estaban abiertas y no había nadie en su interior. Cada vez era más preocupante, desde que había pisado esa isla, no se había encontrado con nadie.

La joven decidió seguir bajando por aquel camino medio asfaltado y pocos metros después encontró un camping medio abandonado, quizás se hubiese ocultado allí Óscar y la estuviese esperando. Pero no, aquello estaba más vacío que las estanterías de papel higiénico en plena crisis, cosa que tendrán que tener en cuenta de ahora en adelante, cuando quieran hacer una película de tipo apocalíptico, porque los protagonistas por muy duros que los pinten, también van al váter como todo hijo de vecino. Jajaja. Perdón, que me desvío del tema.

Rebuscó por todo el lugar para ver si encontraba algo de provecho, estaba tan hambrienta que se hubiese comido hasta una vieja servilleta, aunque se notaba a la legua, que aquel lugar había sido evacuado en mitad de la pandemia. ¿Acaso estaban solos en esa isla? No podía ser verdad, por lo que buscó un teléfono fijo desde el que poder llamar. Odiaba haberse dejado el móvil en la oficina de Javier, junto a su maleta, con lo bien que le hubiese venido el kit de supervivencia que llevaba en ella.

Mientras Cristina continuaba su peregrinación en solitario y Óscar despistaba a la manada de búfalos que se había agenciado, Javier intentaba localizar a su amigo que estaba desconectado.

Este muchacho dónde se habrá metido, seguro que ha pillado cacho con la turista y se le ha olvidado decírmelo. Menudo galán está hecho. Le dijo a su novia Batari, diosa en indonesio, que había ido a visitarle desde Amuntai durante un corto periodo de tiempo.

Sabes que él no es así, es un hombre muy responsable y te lo habría notificado. ¿De quién es esa maleta? ¿Y el teléfono? Le preguntó la azafata a su novio, que ni recordaba aquel trasto que había dejado detrás de la puerta.

Son de la turista con la que está Óscar, se  lo ha dejado aquí antes de irse a la clase de buceo. Respondió él.

Dudo mucho que se haya dejado la maleta aquí y no haya vuelto a por ella. No es típico de una chica de ciudad. Quizás les haya pasado algo malo. ¿Por qué no le llamas de nuevo? Le pidió ella y Javier accedió, pero nada, no hubo contestación.

Empiezo a preocuparme, quédate aquí que yo iré a buscarlos. Sentenció el joven deportista, mientras salía corriendo en su Jeep, rumbo a la zona donde Óscar solía acudir.

A los pies de un pequeño pero hermoso pueblo fantasma, ya que no había ni un alma por sus calles, llegó Cristina tras una larga caminata, exhausta y destrozada, por lo que entró en la primera casa vacía que pudo encontrar a descansar un rato de tanto caminar.

¿Se puede saber dónde se ha metido todo el mundo? Pensó la joven, que estaba harta de verse sola y abandonada.

Rebuscó por la cocina y no encontró más que un poco de arroz, por lo que buscó un recipiente para cocer agua y pegarse un atracón. Tendría que dejar la mitad para Óscar, si es que en algún momento se lograban encontrar, y mientras el agua se calentaba en el fuego, se puso a investigar el lugar al que había ido a parar. Aquella pequeña casita se notaba que era de una familia humilde, no había lujos ni nada que se pudiese robar, de ahí que dejasen la puerta abierta cuando se tuvieron que marchar. Ni siquiera había fotografías, solo una tirada en el suelo y descolorida. En ella aparecía una joven pareja de enamorados con un niño en los brazos, estaba tirada en el suelo cerca de la puerta y boca abajo, seguramente al salir corriendo se les había extraviado. ¿Habrían sobrevivido al virus? ¿Volverían algún día a pisar su hogar? ¿Qué habría sido de ese niño en la actualidad? Quizás fuese un agricultor como su padre o un abogado en la gran ciudad. Cristina se dio cuenta en esos momentos que la familia era lo más importante y le entraron ganas de llorar. Volvió a la cocina con el alma en un puño y la moral por los suelos, apagó el fuego y se sentó a almorzar. Entonces, como una leve brisa, escuchó su nombre en la lejanía. Salió corriendo de esa casa que no era suya, y se enganchó por sorpresa al cuello de aquel hombre cual un koala a su rama. Él, sin decir una sola palabra, la estrechó fuertemente entre sus brazos para cerciorarse que no era un sueño y que por fin la había encontrado. Tenían mucho que contarse después de todo, mientras buscaban el modo de regresar a la Isla de Komodo. 

Entraron en la casa donde Cristina había estado cocinando y comieron con tanta ansia que por poco rebañan los platos. Decidieron hacer noche allí, así podrían aprovechar la tarde para buscar un teléfono con el que llamar a Javier y descansar un rato, cosa que les vendría muy bien. Si daban con él les podría ir a buscar con una de sus barcas, ya que por lo visto la Isla de las Flores había quedado deshabitada como Cristina sospechaba.

¿Un dragón de komodo y una cobra? Me suena, creo que hay una peli mala que trata de eso. Dijo Óscar, tras escuchar la historia que Cristina le contó.

Pero eso no es lo mejor, cuando te vi corriendo y pasaste por mi lado sin darte cuenta, me quedé en shock. Sobre todo, al ver que te perseguía una manada de búfalos, menudo susto, aunque ahora si lo piensas detenidamente, fue muy gracioso. Jajaja. Añadió ella a carcajada limpia.

La verdad es que tuvo que ser todo un espectáculo, pero yo no sabía que era un búfalo cuando me senté encima, creí que era una piedra. Dijo él y se echó a reír también.

Quizás haya algo de ropa limpia que podamos utilizar, y agua oxigenada para limpiar las heridas de nuestros pies, que están fatal. Dijo lo joven doctora, mientras se levantaba con dificultad.

Buscaron por la casa algo que ponerse, pero aquella familia era bastante pobre y no encontraron nada que les sirviese, pero por suerte, en los pueblos turísticos suele haber de todo en las tiendas de suvenir, así que encontraron justo lo que necesitaban muy cerca de allí.

Todo sea dicho, esa camisa hawaiana te queda fatal, pero realmente no le quedan bien a nadie. Jajaja. Bromeó ella, mientras se colocaba unas gafas de sol y ponía caritas como en las fotos de Instagram. Aunque era muy guapa, no le gustaban mucho las fotografías, por eso solía usar algún que otro filtro para pasar más desapercibida. Las cosas que menos nos gustan de nosotros mismos, son las que más le gustan a los demás. Curioso, ¿verdad?

Pues a ti esas gafas te quedan muy bien, pareces una agente de Men in Black. Le dijo Óscar, que empezaba a sentir algo por ella que no podía explicar. ¿Dónde había estado esa mujer durante toda su vida? Esto… llamaré a Javier, he visto que aquí hay un teléfono.

Claro, pregúntale de paso si sigue teniendo mi maleta y dale recuerdos de mi parte. Espero que no me cobre suplemento por haberte tenido ocupado tanto tiempo. Le dijo ella para liberar la tensión, llamar a Javier significaba el fin de su excursión.

Pero cuando Óscar iba a llamar por teléfono, un temblor hizo que cayese al suelo.

¿Qué ha sido eso? Preguntó Cristina, también desde el suelo.

No te lo vas a creer, pero me parece que el volcán acaba de entrar en erupción. Respondió el joven casi convencido de lo que había dicho.

¿Estás de broma, no?  Añadió ella y entonces el plan que tenían, se esfumó.

¿Lograrían salir a tiempo de la isla? ¿Cómo lo harían? ¿Por qué demonios tenía que entrar en erupción aquel volcán ese día? Una de dos, o Cristina se había levantado con el pie izquierdo o había empezado una partida a Jumanji sin saberlo.

CUENTO EN CUARENTENA. 5ª PARTE:

¡Javier! Gritó Óscar por el teléfono. ¡Escúchame! Estamos en la Isla de las Flores, nuestra barca se rompió con la tormenta y atravesamos los túneles de los que nos hablaron los indígenas hasta llegar aquí, pero el volcán acaba de entrar en erupción. Intentaremos ir hacia el embarcadero en el que solemos dejar las barcas cuando venimos a comprar e intentaremos salir de aquí, pero por si no logramos escapar a tiempo, llama a la guardia costera. Tengo que dejarte. Y salió corriendo, dejando el teléfono descolgado y a Javier al otro lado preocupado.

¡Corre! Gritó Cristina, mientras cogía de la mano a Óscar y tiraba de él hacia la salida.

Tranquila, los volcanes tardan un poco en… Y una nueva explosión hizo que cerrase la boca y echase a correr con más ganas.

En un momento el día se convirtió en noche y una gran nube negra descargó su ira en modo de ceniza. En la lejanía escucharon un sonido que les resultó familiar, recordaba al de los cohetes de las fiestas, cuando salen disparados antes de explotar.

¡Cuidado! Dijo la joven tirando al suelo al muchacho, que por poco se ve aplastado por varios piroclastos que habían salido del volcán, disparados. Tienes que tener cuidado y no perderlos de vista hasta que no empiecen a caer, porque no puede saber exactamente dónde lo van a hacer.

Continuaron corriendo con todas sus fuerzas, se dirigían al embarcadero cercano a la playa y rezaban porque alguna embarcación quedase amarrada. De pronto se vieron rodeados por cientos de criaturas que huían en estampida de la lava. Los amigos de Óscar le adelantaron por la derecha, esos búfalos no parecían tan duros después de todo. Mientras tanto los dragones de komodo les pasaron por la izquierda, al igual que las serpientes, jabalís y otras especies dignas de una buena fotografía, pero como entenderéis, eso mejor lo dejamos para otro día.

Aquella situación era tan surrealista, que Cristina llegó a pensar que todo había sido una pesadilla, que seguía durmiendo en su casa tan tranquila, esperando que sonara por sorpresa en algún momento el despertador. Pero obviamente esto no son “Los Serrano”, ni yo soy su director.

Mientras tanto Javier estaba desesperado. Llevaba días buscando a esos dos y por fin los había localizado, pero de qué manera. Si estuvieron perdidos en los túneles subterráneos, es  muy probable que por eso no le hubiesen contactado. Mucha gente se había perdido en esas cuevas y jamás había logrado salir, eran unos privilegiados, pero gracias al volcán aún no lo podrían celebrar.

¿Qué sucede? ¿Eran ellos? Preguntó Batari al llegar al despacho de su novio.

Sí, están bien. Se perdieron en la Cueva de la Muerte y han logrado salir bien parados, pero están en la Isla de las Flores y el volcán ha erupcionado.

Esa isla quedó desierta por la pandemia, aún no ha regresado la gente a sus hogares, si es que se ha salvado alguien. Tenemos que ir a buscarles. Le ordenó Batari.

¿Estás loca mujer? Estamos hablando de un volcán. ¿Qué quieres que haga yo contra la naturaleza? Preguntó el joven asustado.

Quiero que cojas la lancha y vayas a buscarlos. Yo daré parte a las autoridades. Sentenció la mujer, antes de empujarle fuera del local al joven y meterse de cabeza en la oficina.

Lo dicho, esta mujer está loca. Qué morro tiene, me manda a mí al frente, mientras ella se queda aquí tan a gusto. Refunfuñó Javier, mientras cargaba unas cuantas cosas en el Jeep y ponía rumbo a su embarcadero privado.

Mientras tanto en la Isla de las Flores, los dos intrépidos aventureros estaban a punto de llegar al embarcadero, pero aquello fue en vano, no quedaba ni rastro de un solo barco.

¡Echémonos al agua! Le pidió Óscar, mientras que la arrastraba hacia la playa.

¿Y qué haremos? ¿Ir nadando hasta tu Jeep? Si no lo hicimos cuando estábamos más cerca y decidimos entrar por los túneles de la cueva, ahora menos. Respondió Cristina temerosa.

He llamado a Javier, le pedí que avisase a los guardacostas, no me fallará. Sé que no lo hará. Solo tendremos que aguantar en el agua hasta que nos vengan a buscar. Démonos prisa. Dijo él, tirando con más fuerza de la chica.

¿Y qué pasará con los animales? No podemos dejarlos. Preguntó la doctora bastante preocupada.

Son muy listos, sabrán escapar del fuego, además, los guardacostas están avisados. ¿Cómo pretendes que nos llevemos a cientos de animales con nosotros nadando? Si nos marchamos de la playa, vendrán, si nos ven aquí quizás no se acerquen por miedo. Le dijo el joven para convencerla, a él también se le partía el alma al pensar en todas esas bestias. ¿Pero qué podían hacer? Contra la fuerza de la naturaleza es difícil acometer.

Primero huimos del agua y ahora del fuego. ¿Qué más nos podría pasar? Dijo ella antes de echarse al agua junto a su compañero.

No digas eso, no seas gafe que aún nos quedan otros dos elementos. ¡Cállate y nada con todas tus fuerzas! Le ordenó el joven para poder poner distancia entre ellos y la isla, para evitar convertirse en piedra gracias a la lava.

Nadaron hasta que no pudieron más, y cuando quisieron darse cuenta, se encontraron en medio de la nada. Estaban muy cerca el uno del otro, para protegerse de los peligros que les pudiesen rondar.

¿Aquí hay tiburones verdad? Preguntó ella temerosa. No quería formar parte de la secuela de Sharknado, aunque si la hiciese Spielberg no sería tan malo.

Los hay, pero no debes preocuparte por ellos, están acostumbrados a la gente y son muy buenos. Mintió el joven para intentar calmarla, pero sabía que no durarían mucho en aquellas aguas.

¿Te recuerdo que tenemos heridas en los pies que seguramente estén sangrando ahora mismo? Añadió la joven, mientras miraba para todas partes.

Claro, pero… ¡Mira, un Paradisaeidae o ave del paraíso! Son preciosas. Dijo, señalando a unos pocos metros de su posición, ya que el ave se había detenido sobre una boya a descansar de su travesía.

De llamativos colores, los machos tienen las colas retorcidas, en cambio las hembras son pardas con la cola corta y coloreada la coronilla. Son típicas de las selvas de Raja Ampt, ubicadas en un archipiélago cercano frente a las costas de Papúa Occidental. Esa diminuta ave tan bonita, permanecía ajena a lo que estaba a punto de pasar, cuando el Carcharhinus melanopterus o tiburón de punta negra salió del agua como una flecha, no tuvo tiempo de reaccionar.

Eso era un tiburón. Dijo Cristina en Shock.

Sí. Respondió Óscar intentando mantener la compostura.

Se ha comido al pájaro. Continuó diciendo Cristina sin parpadear por un segundo.

Eso parece. ¿Estás bien? Óscar comenzaba a preocuparse, no solo por servir de comida para un tiburón, algo tan típico que hasta resultaba irritante más que alarmante, sino porque su amiga se había quedado atascada y no reaccionaba.

Chicos, ¿alguien ha pedido un transporte? Se escuchó decir a una voz masculina a sus espaldas.

Javier había llegado al rescate y antes de darle las gracias por salvarles, los dos náufragos subieron a la lancha más rápido que Speedy Gonzales.

Gracias amigo, pensé que no lo contábamos. Le dijo Óscar a Javier, mientras le daba una palmadita en la espalda.

Muchas gracias por rescatarnos, menudo día que llevamos. Añadió Cristina tras recuperar el aliento.

¿Día? Mejor dicho días. Lleváis todo el fin de semana desaparecidos, tengo a media policía buscándoos y cuando os dignáis a aparecer, mira con lo que me salís. ¡Menudo susto nos habéis dado! Por suerte estáis bien. Respondió el joven que conducía la lancha a toda pastilla.

No sabes las ganas que tengo de darme una ducha y tumbarme en la cama del hotel. Le dijo ella entre risas.

Pues eso va a tener que esperar, han cerrado las islas y nadie puede entrar ni salir. Yo me escapé para venir a buscaros, hasta he sobornado a un amigo para salir sin acabar con los sesos esparramados. Tienen orden de tirar a matar. Confesó el joven, dejando a los otros dos totalmente desubicados.

¿Se ha vuelto a activar el virus? Preguntó Cristina.

No creo que sea eso, creo que es algo mucho más gordo. Las televisiones han dejado de emitir y los militares han tomado la Isla de Komodo como base del Pacífico. Si queremos saber lo que pasa, solo tenemos que preguntarle a nuestros nuevos vecinos. Respondió Javier y el silencio se instaló en la lancha. No volvieron a pronunciar palabra hasta llegar al centro de entrenamiento, donde la novia de Javier les estaba esperando desobedeciendo al ejército. 

CUENTO EN CUARENTENA. 6ª PARTE:

¡Estáis a salvo! Gritó Batari, mientras se lanzaba al cuello de Javier y le besaba por todas partes para agradecerle su gran hazaña. Después abrazó a los dos aventureros que estaban por fin “en casa” y les ayudó trayéndoles una botella de agua. << #yomequedoencasa #quedateencasa >>

Gracias Batari, estamos destrozados, pero con vida. ¿Qué es lo que está pasando? Preguntó Óscar, mientras se sentaba en una de las sillas vacías de la recepción junto a Cristina.

No lo sé, han cerrado todas las fronteras y los militares han ocupado la isla. No nos dejan salir, ni movernos de casa. Me han dado permiso para venir a buscaros y avisaros. Debes darle las gracias a tu amigo Javier, sino fuese por él, yo no estaría aquí sino en la cárcel. Contestó la joven, mientras recogía las cosas de la oficina y les obligaba a los demás a volver al Jeep para dirigirse a su casa.

No os olvidéis mi maleta, por favor. Dijo Cristina y Javier la ayudó a subirla.

Javier condujo el Jeep por la playa, pasando junto a varios dragones de Komodo que había tomando el sol sobre la arena como si nada.

Mira, tus amigos. Le dijo Óscar a Cristina, y ésta le dio un golpecito en el brazo como si estuviese golpeando una canica.

Condujeron por un camino de tierra hasta llegar a la casa de Javier, una pequeña cabaña de madera con un porche bastante acogedor. En él había un pequeño balancín donde a Javier le encantaba sentarse a desayunar, mientras escuchaba los sonidos de la naturaleza resonar. La casa no era muy grande, tenía una sola habitación, una pequeña cocina americana, un diminuto baño y una enorme televisión en el comedor. El sofá era lo bastante amplio como para que Cristina y Óscar pudieran ocuparlo, así que acordaron que Batari y Javier dormirían en la habitación, mientras Óscar y Cristina se agenciaban el comedor.

Espero que no te sientas en la tentación de meterme mano a media noche. Sé que este cuerpo es difícil de ignorar, pero si lo haces no me podré controlar. Jajaja. Dijo Óscar para romper la tensión del momento.

Más quisieras tú que estas manos estuvieran sobre tu cuerpo, no te preocupes que sabré contenerme. Con el sueño que tengo ahora mismo no me voy a dar cuenta ni quién tengo en frente. Respondió Cristina, intentando esconder una gran sonrisa para hacerse la ofendida.

Vaya dos. ¿Pasó algo que no me habéis contado? Preguntó Javier, pero Batari enseguida le cogió del brazo y se lo llevó a la habitación para dejarles algo de espacio.

Óscar se acercó a Cristina lentamente y se colocó justo enfrente. Ella tenía la mirada baja, no quería que viese que estaba sonrojada. ¿Por qué se ponía tan nerviosa cuando estaba presente? Aquellos ojos azules la volvían loca de atar y no lo podía evitar, era como el canto de una sirena para los marineros, que a sus aguas han ido a parar.

Él puso su mano en la barbilla de la joven doctora y para hacer que sus ojos se encontraran le elevó el mentón. Estaba más nervioso que ella, pero apenas se le notaba porque lo ocultaba como un campeón. Sonrió al ver los dos círculos rojos en las mejillas de la muchacha, que en ningún momento apartó de él su mirada. Poco a poco se acercaron en uno al otro, hasta que sus labios al fin se rozaron. No sabían si estaban a salvo, no sabían qué más les podía pasar, pero aquel momento era solo suyo y no lo pensaban desperdiciar.

El beso se volvió más intenso, mientras sus corazones se desbocaban al mismo tiempo. El aumento de temperatura hizo que se despojasen de aquello que les sobraba y poco a poco se fundieron entre las fibras de aquella alfombra deshilachada. Los besos, las caricias, todo parecía sacado de una película. Ninguno de los dos había sentido nada parecido, ni si quiera cuando estuvieron a punto de intercambiarse aquellos anillos. Por suerte a ninguno de ellos les cuajó y tras pasar el dichoso virus, esta aventura les unió.

Mientras Cristina dormía sobre la alfombra, y bajo una colcha que encontraron sobre el sofá, Óscar estaba pegado a su espalda y la observaba en silencio y con curiosidad. ¿Qué conocía de aquella chica que le había robado el corazón? Poca cosa, la verdad. Sabía su nombre, que vivía en León y que era médico de profesión, pero lo demás lo iría descubriendo mientras durase el aislamiento.

Chs, chs, Se escuchó decir. Eh, ven, tenemos que hablar. Dijo Javier en un susurro desde la parte de atrás del sofá.

Tío, no me digas que nos estabas espiando. ¿Eres un mirón? Preguntó Óscar extrañado.

¿Estás tonto? Claro que no, y habla más bajo que no quiero despertar a las chicas. Ponte algo de ropa y sal, te espero en el porche. Dijo Javier, y pasó como un rayo hasta la salida.  

Poco después apareció Óscar bastante intrigado, Javier le estaba esperando sentado en el balancín con el semblante turbado.

¿Qué necesitas? Ya puede ser bueno para haberme sacado a estas horas al fresco. Se quejó Óscar, mientras apoyaba sus posaderas en la barandilla.

He hablado con mi amigo militar y me ha dejado preocupado. Quiero saber lo que está pasando, no me fío. Voy a ir a investigar y quiero que me acompañes, amigo. Le pidió el joven muy seriamente.

¿Estás loco? ¿Meternos en una base militar? ¿Te ha picado el gusanillo después de rescatarnos o qué? Preguntó Óscar, que estaba horrorizado con la idea que tenía su amigo. Sabía que después de salvarle la vida no podría decirle que no, pero esperaba hacerle antes cambiar de opinión.

No podemos salir de aquí. ¿No te gustaría saber a qué nos enfrentamos al menos? Insistió Javier cada vez más ansioso por desconocer lo que estaba pasando.

Pues sí, pero acabo de volver de vivir un auténtico tormento y no me apetece pasar media vida en una cárcel indonesia. No son como las españolas, ¿sabes? Aquí no tienen ni wifi, ni televisión. Se quejó el muchacho de ojos azules, que comenzaba a sentir la presión a la que le estaba sometiendo su amigo y jefe, por culpa de aquella situación.

Tengo un contacto dentro, nos ayudará a entrar y salir. Él también quiere saber lo que está ocurriendo, solo es un peón más del ejército. Y Javier jugó su última carta.

Está bien, iré. Pero las chicas se quedan, no pienso poner a Cristina en peligro de nuevo. Dijo Óscar  muy convencido.

¿Te ha calado hondo, eh? Preguntó Javier, mientras se levantaba del balancín y ponía una mano sobre el hombro de su amigo.

Más de lo que te imaginas. Respondió.

Salieron en la moto de Óscar, una Honda CR verde de 80cc. Una de las mejores motos de cross, ese deporte por el que el joven sentía más que una simple afición. Les serviría para acercarse a la base lo más rápido posible, ya que el Jeep de Javier sería demasiado llamativo y lo que pretendían era pasar desapercibidos.

Al llegar, Kuwat, que significa “fuerte” en javanés, les estaba esperando junto a una zona de la alambrada. Llevaba dos uniformes de recluta metidos en una bolsa, que tenía oculta bajo su casaca. Les ordenó que se lo pusieran y le siguieran, hasta un hangar en el que había una gran escalera de metal en un lateral.

Podéis entrar por allí, tenéis media hora hasta el cambio de turno, salid antes que os pillen por la zona por la que os traje. Yo os llamaré más tarde para intercambiar información. Buena suerte y recordad, no nos conocemos. Dijo el militar y volvió pausadamente a su puesto.

Óscar encabezaba la expedición, ya que Javier había empezado a replantearse toda la misión. Ya no podían dar marcha atrás, debían descubrir lo que realmente pasaba, por lo que entraron por una ventana rota que había en el piso de arriba. Dieron unos pasos hasta una zona cercana  la acción y quedaron agazapados entre las vigas del techo, para escuchar muy atentos al grupo de científicos que daba parte al ejército.

— ¿Qué demonios ha pasado? Preguntó el general que acababa de llegar.

Se nos está yendo de las manos, mi general. Los sujetos se han descontrolado y las medidas de contención no aguantarán mucho más. Informó el jefe del laboratorio.

¿Se refiere a los infectados con el virus?   Quiso saber el general con urgencia.

No, el virus está controlado gracias a la vacuna que sacaron, pero lo que pasa es mucho peor. Las pruebas en humanos que se hicieron con las vacunas que no dieron éxito, han hecho que el virus haya mutado su código genético y los haya vuelto más rápidos, sangrientos y violentos. Respondió el jefe del laboratorio.

¿Qué me quiere decir con eso? Sea claro y conciso. No tenemos tiempo. Ordenó el general, cogiendo por el cuello de la bata al científico.

¡Zombis! ¡Tenemos un puñado de súper zombis, que dentro de poco estarán sueltos porque no logramos contenerlos! Añadió el hombre de la bata blanca totalmente desesperado.

¡Coronel! Llamó al oficial que estaba junto a él, mientras soltaba al científico y le estiraba la bata. Informe de nuestra situación al resto de bases y pregunte si somos la única en situación comprometida. Pidió el general con voz pausada.

Disculpe mi general, pero eso era lo que le quería contar antes de entrar aquí, no consigo contactar con ninguna de las otras bases del proyecto. Somos la única que sigue transmitiendo. Informó el coronel, al que se le notaba que estaba nervioso por el sudor frío que le resbalaba por la frente.

De la voz de alarma, debemos asegurar esta base. Al ser una isla tendremos más probabilidades de salir con vida de esta. Informe de nuestra situación como le he ordenado al alto mando y dígales que daré luz verde al proyecto Fénix. Dijo el general y se dispuso a salir del laboratorio.

Perdone mi general, ¿pero a todos? Preguntó el coronel y el general se detuvo, y sin mirar hacia atrás, respondió.

A todos. No podemos arriesgarnos a que alguno de los infectados salga de aquí y acabe con todos nosotros. Además, no queremos otra pandemia como la que acabamos de sufrir y menos cuando se trata de zombis. ¿Verdad? Añadió, y después se marchó escoltado del laboratorio por cuatro de sus soldados, mientras el resto de sus tropas comenzaban a quemarlo todo, incluidos a los científicos que se hallaban en aquel lugar.

Javier al ver eso quiso gritar, pero Óscar fue más rápido y le tapó la boca antes de que lo pudiese lograr.

Debemos salir de aquí antes que alguien nos vea y las llamas nos alcancen. Debemos ir por las chicas y largarnos de esta isla cuanto antes. Ordenó Óscar y ambos salieron de la base a toda velocidad.

Mientras la moto arrasaba con toda la vegetación que se encontraba a su paso, escucharon una sirena que indicaba que algo malo estaba pasando.

¿Qué es eso? ¿Crees que ya es tarde? Preguntó Javier asustado.

Ya oíste a ese tipo, no iban a aguantar demasiado, tenemos que salir de aquí inmediatamente. Y aceleró aún más la moto, rumbo a la casa de Javier, donde las dos mujeres permanecías ajenas a lo que acababa de acontecer. 

CUENTO EN CUARENTENA. 7ª PARTE:

¿Qué es ese ruido? Se preguntaron Cristina y Batari al escuchar la sirena que las despertó. Batari al ver que Javier no estaba a su lado en la cama, salió corriendo hacia el salón, donde se topó con la preocupada Cristina, porque Óscar tampoco apareció. ¿Dónde se habrían metido esos dos? ¿Tendrían algo que ver con el ruido ensordecedor?

Entonces la puerta se abrió de golpe y los dos chicos entraron como almas que llevaba el diablo. Le pusieron el seguro a la puerta y después se sentaron en el suelo, detrás de ésta.

¿Se puede saber de qué vais disfrazados? Preguntó Cristina al verlos a los dos uniformados.

¿Qué está pasando? Javier, no me mientas que te conozco. Ordenó Batari con los brazos en jarra, la posición que adoptaba cuando se enfadaba.

¡ZOMBIS! Gritó Javier desde el suelo.

Joder tío, podrías haber sido algo más sutil. Le recriminó Óscar, mientras se levantaba y se acercaba a Cristina para abrazarla.

¿Es una broma? Nos estáis tomando el pelo. Quiso saber Batari, que no creía en nada relacionado con la ciencia ficción, pero sí en las películas dramáticas o fantásticas como el Mago de Oz.

No es una broma, el ejército tenía gente recluida en esta base, con la que probaron la cura contra el virus y salió mal. Tuvo efectos secundarios y por ello la descartaron, pero los pacientes en lugar de morir, mutaron y se han convertido en una especie de zombis. Explicó Óscar de forma clara y concisa.

Sí, y ahora se ha descontrolado y se han escapado. Tenemos que salir de aquí. ¡Ya!   Pidió Javier, mientras metía en una bolsa de deporte lo dejaba junto a la puerta para después cargarlo en el Jeep.

¿A dónde iremos? Han cerrado todas las fronteras. Estamos aislados. Preguntó Batari, echándose a llorar desconsolada.  

¿Qué tal si nos echamos al mar? Allí no nos podrán atrapar. Dijo Cristina y como todos decidieron que era una gran idea, decidieron encontrar un barco que les sirviera.

Viajarían hasta el muelle, donde un ricachón y asiduo cliente de Javier, tenía anclado su nuevo yate Porsche GT115, que ni siquiera aún había estrenado. El hombre no había vuelto a la isla por el momento y Javier sabía dónde guardaba las llaves de ese portento. Así que, no lo dudaron ni un momento y se dispusieron a salir de allí a la velocidad del viento. Pero al abrir la puerta para salir, Óscar cambió de idea, cerró de golpe la puerta y arrastró el sofá hasta ella para formar una barrera.

Me da que por aquí no va a ser muy buena idea salir. Dijo antes que se escucharan, los fuertes golpes que los zombis daban sobre la entrada.

¿Ya están aquí? Preguntó Javier, y ante la afirmación silenciosa de Óscar, decidieron salir por la ventana del cuarto de baño, que daba a la parte trasera de la cabaña.

Deberían dejar el Jeep abandonado e ir sigilosamente por la maleza hasta llegar a un lugar cercano, allí podrían resguardarse hasta que el camino estuviese despejado. Sabían que era una misión suicida, pero ¿qué otra opción tenían?

Primero salió Óscar y tras comprobar que aquello era seguro, ayudó a Cristina a bajar y le ordenó que permaneciese a su lado. Después salió Javier, al que tuvieron que ayudar un poco más por su minusvalía, pero cuando Batari estaba a punto de salir de la cabaña, la puerta de entrada fue derribada y una horda de zombis la atrapó tan rápido que fue inútil ayudarla.

Óscar y Javier tiraron de ella con todas sus fuerzas, pero mientras evitaban los mordiscos de la horda, vieron cómo los ojos de Batari se transformaban y la sangre de sus labios se derramaba.

¡Suéltala! ¡Ya es demasiado tarde! Le suplicó Óscar a su amigo, que tuvo que cargarle como a un saco de patatas, para poder echar a correr con él a cuestas y Cristina pegada a su espalda.

Una horda de zombis les perseguía y mira si corrían que por poco se los cepillan, pero de pronto vieron una cabaña que estaba muy cerca del muelle y se metieron en ella para despistar a la muerte. Se mantuvieron agazapados tras la puerta y en silencio, esperando durante un buen rato que el peligro pasase de largo.

Cuando pensaron que ya estaban medianamente a salvo, bloquearon la puerta con todo lo que encontraron y se sentaron a descansar un rato, estaban agotados. Cristina recordó la imagen de Batari echando sangre por la boca y a los zombis masticando su carne mientras la joven aún seguía hablando. Se sintió tan mal que no pudo remediarlo, comenzaron a brotarle las lágrimas y tras mirar a Javier, que estaba totalmente destrozado, sin decir una sola palabra lo abrazó muy fuerte, para ocultar las lágrimas que de sus ojos seguían brotando.

Óscar aseguró toda la cabaña y rebuscó algo que les sirviese como arma, nunca se le había dado bien consolar a nadie, por lo que le dejó a Cristina de Javier encargarse. Si querían salir de allí y llegar al yate, tendrían que abrirse camino como fuese necesario ante el calvario que tenían delante. De pronto notó algo extraño, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y algo le empujó a bajar hasta el sótano, sin dudar un solo momento.

El olor era insoportable, tanto que al ver la pila de cadáveres almacenados no llegó a extrañarse. Colgado del techo había ganchos de todos los tamaños, y sobre una de las mesas dispuestas junto a la escalera, un montón de sierras, serruchos y tijeras de podar manchadas de sangre seca. ¿Acaso habían entrado en la casa de algún narco psicópata? Pos suerte para ellos el dueño de la casa andaba bien lejos de allí, ¿o no era así? Algo en esa casa le hacía desear salir corriendo, y no eran solo los cadáveres que estaba viendo.

De pronto sitió como algo se colaba en su interior por las fosas nasales, obligándole a cerrar los ojos por el intenso dolor que le provocaba esa cosa tan despreciable. Poco a poco se instaló en su interior y le arrebató el control de su propio cuerpo. ¿Qué demonios estaba ocurriendo?

¡Premio!

Abrió los ojos de golpe y el azul que habitualmente se podía apreciaba en ellos, se había teñido por completo del más intenso de los negros. Crujió el cuello con brusquedad, y sonrió satisfactoriamente al acomodarse en el nuevo cuerpo, que se acababa de agenciar. No estaba nada mal el cambio, si lo comparábamos con el viejo que había tenido que vestir durante años. Ese apuesto joven sería la trampa perfecta para atraer a sus presas. La sangre que derramaría en ellas, le convertiría en dueño y señor del mundo que nos rodea.

Entonces aquella cosa escuchó voces en el piso de arriba y al subir lentamente por la escalera de madera, se encontró de frente con Cristina que buscaba a Óscar con desesperación, al presentir que algo le ocurría.

¿Estás bien? Me tenías preocupada. Le dijo la joven mientras le abrazaba y le besaba.

Estoy bien, creo. Contesto él un poco contrariado. ¿Qué era lo que estaba pasando?

Vamos, es hora de salir de aquí y coger el barco, tenemos que ponernos a salvo. ¿Encontraste armas para defendernos? Preguntó la joven ajena a lo que estaba ocurriendo.

No, ahí abajo no hay nada, será mejor que sigamos buscando. Contestó él, mientras cerraba la puerta del sótano para evitar que la joven bajase a inspeccionarlo.

Está bien, iré a la cocina, tú ve con Javier al salón y buscad por allí algo que nos sirva de algo. En cinco minutos nos vamos. Le dijo antes de volver a besarle en los labios, pero cuando estaba a punto de marcharse, él la cogió de la cintura y volvió a besarla con muchas más ganas. — ¡Vaya! Añadió la joven bastante acalorada, después le acarició la mejilla con el dorso de la mano y salió a la cocina disparada.

Esto no está nada mal, creo que me puedo llegar a acostumbrar. Dijo él con una sonrisa descarada, mientras se dirigía a la sala en la que Javier le esperaba. Pero se sentía raro. ¿Acaso esa mujer le había hechizado? No tenía ganas de matarla, como le pasaba con todo ser humano, a ella la protegería sin dudarlo. Procuró sacarse esa idea de la cabeza y se dirigió a la sala donde ese hombre le esperaba.

Estaba sentado de frente a la puerta, vigilando que nadie se aproximase a ella y esperando a que su amigo llegase para consolarlo, pero por desgracia Óscar ya les había dejado, en cambio, el nuevo huésped tenía otros planes algo más macabros. Cuando escuchó las voces provenientes del piso superior, lo tuvo claro, los mataría a todos causándoles el mayor de los daños, pero esa chica… El beso que le había dado le había descolocado. ¿Puede que ese idiota estuviese aún dentro de él? Claro que no, ya se había ocupado del huésped original hacía rato. ¿Pero entonces qué le sucedía? Mientras reflexionaba sobre la chica, sobre su situación y sobre lo que pasaría a continuación, cogió un abrecartas que había sobre una de las repisas del salón y se aproximó a Javier sigilosamente con la peor intención.

Se acercó por la espalda al joven que permanecía sentado en el sofá y cuando estaba a punto de cortarle la garganta, como tenía pensado realizar, Cristina apareció con una gran sonrisa y el ente tuvo que improvisar. La joven llegó con varios cuchillos y un bate de béisbol que había encontrado por la casa, tan contenta con el hallazgo que ni se percató de lo que pasaba.

¿Ya estás aquí? Preguntó él disimulando, mientras escondía el abrecartas detrás de los cojines del sofá, tan rápido como un galgo.  

Sí, ya podemos irnos, coged un cuchillo cada uno, yo me quedaré con el bate. Siempre quise disfrazarme de Harley Quinn. Explicó ella con una dulce sonrisa, para animar a sus compañeros antes de la que se les venía encima.

Tras esto, Javier abrió la puerta y salieron corriendo hacia el yate, que majestuosamente se alzaba sobre el agua, esperando su llegada.

¿Sabes conducir eso? Preguntó el ente y Javier contestó afirmativamente, por lo que se alegró de no haber acabado con su vida cuando lo tuvo en mente.

Había un par de zombis en el embarcadero, y Cristina, para sorpresa de los dos hombres que la acompañaban, se acercó sutilmente a ellos y les bateó en la cara. Al ente empezaba a gustarle el cambio que se había gestado, al fin y al cabo, él lo había provocado. Por ello chasqueó los dedos y los dos zombis cayeron muertos al suelo, bueno, re-muertos.

Subieron al yate con premura y Javier sin más dilación, se puso a los mandos del yate, mientras la joven pareja se aseguraba de soltar los amarres. Ya en alta mar, y con los zombis en el embarcadero despidiéndoles al zarpar, el ente cogió a Cristina de la cintura nuevamente, y la besó con tantas ganas que olvidó que el capitán los observaba desde el puente.

Chicos, que estoy aquí. Dijo Javier entre risas.

Por poco tiempo. Pensó el ente. ¿Me enseñarás a pilotar esto? Le pidió al joven para seguirle la corriente.

Claro, sube. Eso si eres capaz de separarte de Cristina por un momento. Le dijo el ingenuo joven al que pensaba que era su amigo de siempre.

Conducir aquel cacharro no sería muy complicado, y menos para un alma vieja como la de aquel diablo. Pronto se desharía del exceso de equipaje, y por fin estaría a solas con Cristina. Quería probar si era amor lo que sentía o solo era producto de una fantasía.

¿FIN?

<<Este fue el último capítulo de este cuento, pero ¿por qué esa interrogación? Para que veáis que cualquier historia puede continuar si alguien se lo propone. Por ello, dejaré el final abierto, para que mañana vosotros mismos le deis el cierre que más os guste en los comentarios (solo para Facebook). Así me dará tiempo a empezar el nuevo cuento y como siempre, podéis aportar ideas que os gustaría que aparecieran en la historia, porque en los “Cuentos de Cuarentena”, los creamos entre todos. Espero que os haya gustado y no os vayáis, que esto no ha terminado. >>

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