lunes, 27 de diciembre de 2021

Un Mágico Belén

Las navidades son esas fechas en las que los excesos forman parte del menú de Nochebuena, dejan las carteras temblando ante la cuesta de enero y nos recuerdan que cada año somos menos sentados a la mesa; pero tienen algo especial, quizás tenga que ver: el reunirse con los seres queridos, recibir aquello que tanto queríamos o los dichosos villancicos.

Pensaba que estas fiestas iban a ser igual que todas las demás, pero estaba tan equivocada, que aún me cuesta creer que aquello pasara de verdad.

Aquella tarde del mes de diciembre, a pocos días de Navidad, comenzamos a montar el Belén en mi casa, como era habitual. Solíamos dejarlo para el final, pues mis padres trabajaban demasiado y, de mis hermanos mejor ni hablamos. Tan solo os diré que Oliver estaba en el equipo del instituto y era el mejor delantero que había salido del barrio, y mi hermana Violeta era una erudita, una gran violinista y el orgullo de la familia. Y luego estaba yo, la hermana mediana, la incomprendida, cuyo fondo de armario estaba más negro que los lavabos en un bar de metaleros.

    Victoria, ¿dónde has puesto la oveja? —Me grita mi madre desde el trastero.

    ¿Qué oveja?

    La que va con el pastorcillo ese que ponemos junto al puente.

    Pues en una de las cajas, como siempre. Te recuerdo que el año pasado le tocaba quitar el Belén a Violeta.

    Ya, pero tu hermana está preparando el recital de Navidad y no podemos molestarla.

    ¿Y Oliver?

    A mí no me mires, sanguijuela; sabes que yo paso de montar este circo —responde mi odioso hermano, llamándome por el mote que me puso hace unos años, cuando comenzó mi afición por la temática vampírica. Gracias, Crepúsculo.

    ¡Oliver, no le llames eso a tu hermana!

    ¡Es un mote cariñoso, mamá! Si la sanguijuela esta sabe que yo la quiero mucho —me dice, mientras me engancha por el cuello, mete mi cabeza bajo su axila y con la mano libre que le queda, me despeina la coleta que llevaba tan bien hecha.

    ¡Ey! ¡Te vas a enterar como te coja!

    ¡Inténtalo, tortuga!

    ¡Ya vale, ayudadme con estas cajas! —Grita mi madre y acto seguido, vamos en su ayuda entre empujones y algún que otro quejido.

Cada año compramos un par de figuritas nuevas, y este año, además, tenemos que agregar las que heredamos de mis abuelos, que en paz descansen. Ha sido un año muy duro, por ello intento no poner pegas y ayudar a mi madre con todo esto, sé que lo necesita.

Los sucesivos días los dedicamos a decorar el Belén, que ocupa medio salón, y a poner el resto de la decoración: el árbol, las luces, los renos, incluso un Santa Claus que sube por una escalera y le enseña el culo a los Reyes Magos, mientras estos le lanzan sacos llenos de carbón. No intentéis buscar algo parecido, es cosa del estúpido de mi hermano y su amigo; aunque tengo mis sospechas de que son algo más que amigos, ya me entendéis.

—Mañana tengo cena de empresa y se viene vuestra madre conmigo. ¿Qué planes tenéis vosotros? —Pregunta mi padre, mientras comemos todos juntos.

    Yo tengo el recital, pero ya sabía que no vendríais; así que, Aitor lo retransmitirá en directo en mi Instagram y podréis verlo más tarde —comenta mi hermana, doña perfecta, la influencer del barrio que tiene más seguidores que mi hermano, la joven promesa del año.

    Yo he quedado con Carlos, para preparar unas jugadas para el partido benéfico de Navidad —añade mi hermano, mientras devora una hamburguesa triple de dos bocados.

    ¿Y tú, Victoria? — Pregunta mi madre. Quizás espere un plan tan elaborado como el de mis hermanos, pero no.

    Pienso tirarme en mi cuarto a leer y no voy salir de allí hasta que pasen estas dichosas fiestas.

    Ya está la oveja negra de la familia amargando las fiestas. Podrías ser un poquito más social —me recrimina Violeta, menuda pija está hecha.

    ¿Cómo tú? No, gracias. Paso de tener que estar lamiendo culos para que te voten de nuevo como presidenta del consejo estudiantil.

    ¡Yo no hago eso!

    ¡Por favor, tengamos la fiesta en paz! ¿Por qué no te metes en algún club interesante, como han hecho tus hermanos? —Me pregunta mi padre.

    Ya lo hice, estoy en el club de lectura y eso es mucho más interesante que pegarle patadas a un balón, mientras corres de arriba para abajo o tocar el violín, que será muy bonito, pero también muy aburrido. Ya podías aplicarte el cuento y hacer como la Lindsey Stirling esa, que hasta baila mientras toca; tú eres muy sosa. 

    ¡Ya vale, vete a tu cuarto! —Me dice mi padre, pues siempre soy yo la que termina pagando el pato.

    Me voy, pero que conste que ellos empezaron —y subo los escalones hasta el desván, donde se halla mi cuarto, apartada del resto de los habitantes del chalet en el que fui a nacer, hará ya más de dieciséis años.

Tumbada en mi cama, cojo uno de mis libros favoritos de la estantería, “Orgullo y Prejuicio”, y lo devoro hasta quedarme profundamente dormida. Esa sí que es mi auténtica heroína, una mujer que luchó por aquello que quería, sin temor a lo que los demás la exigían.

A la mañana siguiente me levanto, son más de las once de la mañana y parece que no hay nadie en casa. ¿Ya se han ido todos? Mejor, así me dejan tranquila un rato, para variar.

Después de vestirme, voy hasta la cocina, me preparo un buen tazón de cereales con leche de soja y me siento a la mesa en el salón, mientras desayuno. De vez en cuando, miro de reojo al Belén, que ocupa buena parte de la estancia, nos llevó días terminarlo todo: el arroyo con su puente, los pastores, el pesebre, los molinos, incluso el mercado, la tienda del herrero y el niño que recoge agua del pozo. Todas las figuras parecen ser personajes reales, capturados en un momento puntual de sus vidas por un obturador.

De repente un mensaje de mi hermana, me pide que le lleve unas medias corriendo a la iglesia, pues las suyas se le han roto y no puede salir así en el recital. ¿En serio? ¿No hay nadie más? Parece que soy la chica de los recados —pienso indignada —. ¿Acaso les importa si estoy haciendo algo interesante o no? ¡Qué va!

    ¡Ojalá me perdiese unos días! Así se darían cuenta de todo lo que hago por ellos, porque no me valoran en absoluto.

Entonces algo sucedió. Una fuerza gravitatoria demasiado intensa, me atrajo hasta el Belén y me lanzó hacia él. Cuando quise darme cuenta, ya no estaba en mi casa, bueno, más o menos.

    ¿Dónde estoy?

    Estás dentro del Belén —dijo una voz a mi espalda —. Me llamo Pastorcillo número 2, o así es como me llamáis, algunas veces.

    ¿Perdona? ¿Tú no eres una de las figuritas del Belén?

    Sí, y ahora tú también.

    No puede ser, esto debe ser una broma de mis hermanos.

    No es ninguna broma, creo más bien que es culpa del ángel de la Navidad.

    No lo entiendo.

    Has pedido desaparecer unos días y te lo ha concedido, pasarás ese tiempo con nosotros, hasta que valores lo que tienes realmente ahí arriba.

    ¿Arriba? ¿Dónde? —Y al mirar hacia el techo, me di cuenta de lo mucho que había encogido de tamaño. La mesa del comedor parecía tener varios kilómetros de largo y de la lámpara de araña, mejor ni hablamos.

    ¡Bienvenida al Belén! Podrás moverte libremente, mientras no haya nadie en la sala, si algún humano aparece, nos quedamos congelados en el acto.

    ¿Cómo en esa película del maniquí? Me encanta la banda sonora.

    Hace mucho que no veo ninguna película.

    ¿Acaso tú puedes verlas?

    Nos pasamos más de once meses metidos en una caja de cartón, no pensarás que nos quedamos ahí todo el tiempo, mientras nadie nos mira... Quitando el día que nos toca hacer guardia, solemos escaparnos de la caja y recorrer la casa por los conductos. No sabes las fiestas que se montan en tu cuarto, tienes buen gusto en cuanto a la música.

    Creo que a partir de ahora, cubriré la rendija del baño cada vez que me duche.

    Solemos respetar esas cosas, para ver defecaciones ya tenemos al caganet. El pobre se pasa todas las navidades con el culo al aire, menos mal que somos de arcilla y no se resfría.

    Esto es demasiado raro. ¿Cómo salgo de aquí?

    Ni idea, pregúntale al ángel.

    ¿Dónde puedo encontrarle?

    Donde lo dejaste, sobre el pesebre. Cruza el puente y sigue todo recto, no tiene pérdida.

    ¿No me acompañas?

    ¿Yo? No, debo mantenerme en mi puesto, por si aparece alguien y me ve fuera de mi sitio.

    ¿Y si me ven a mí?

    Seguramente ni se inmuten, te congelarás en el tiempo al igual que los demás y tampoco es que miréis mucho hacia aquí abajo. Pero siempre es más fácil que pase desapercibida una figura que dos, por lo que deberás seguir el camino tú sola.

    Quizás, si puedo hacerme notar, me puedan rescatar.

    ¿Rescatar? Ni que te hubiésemos secuestrado. Me da que no, cuando aprendas la lección que quiere darte el ángel, seguramente recuperes tu estado habitual.

    Todo recto, ¿no? —Y la figura asintió con la cabeza y yo continué el camino que me había indicado.

El Belén de mi madre, medía unos cinco metros de largo y uno y medio de ancho. Tenía de todo, y como os podéis imaginar, no me iba a resultar nada sencillo llegar hasta el otro lado, debido a mi pequeño tamaño.

Crucé el puente por encima de aquel riachuelo hecho de papel albal, mientras escuchaba a varias ovejas balar. Qué graciosas estaban todas pastando juntas, mientras su pastor me saludaba con la mano al pasar. Llegué a la lavandería, donde una mujer tendía una camisa en la ventana y vi entrar por la puerta al niño que recogía agua en el pozo; llevaba el balde lleno, pues mi madre se lo llenaba cada vez que el agua se evaporaba, para darle más realismo al nacimiento que con tanta ilusión creaba.

Seguí mi camino hasta que… ¿Por qué no puedo moverme? A penas puedo gesticular. Para mi sorpresa, mis padres habían vuelto pronto de la cena y mis hermanos, entraban en ese preciso momento por la puerta. ¿Cuánto tiempo había pasado? Era imposible, parecía que allí todo sucedía a otro ritmo, más despacio.

    ¿Habéis visto a vuestra hermana? —Preguntó mi madre.

    No, yo acabo de llegar del recital, tuve que salir sin medias porque le pedí que me llevase unas nuevas y no apareció.

    Yo no la he visto, he pasado todo el día fuera con Carlos —responde mi hermano, mientras coge un mantecado y se lo mete entero en la boca.

    Hijo, cuidado con los excesos, que eres el delantero del equipo. Sube a buscar a tu hermana, a ver si se ha quedado dormida en su cuarto —le pide mi padre con semblante preocupado.

    Mira que esta chica me trae de cabeza, no ha cogido el teléfono en todo el día.

    No te preocupes, mamá, que se habrá quedado dormida.

    No está arriba —dice mi hermano al regresar.

    ¿No? ¿Dónde se habrá metido?

    Será mejor que llamemos a sus amigos, por si le ha pasado algo — sugirió mi padre.

Yo permanecía inmóvil, siendo testigo de mi propia búsqueda. Tenía ganas de gritar, decirles que estaba justo allí, a su lado, pero nada, no había manera. Al menos, si se fuesen a otra habitación, podría llegar hasta el ángel y ajustarle las cuentas.

Media hora después de llamar a hospitales, amigos y compañeros de clase, decidieron salir en coche a buscarme; y por fin, pude moverme de nuevo. Corrí todo lo que mis diminutas piernecillas me permitían, pasando por delante del molino, el herrero, incluso… adelanté a los reyes magos por el sendero. Y de repente… otra vez congelada, me recordaba a la pantalla del ordenador cuando se perdía la conexión. ¡Qué desesperación!

    ¿Qué haces? —le pregunta Violeta a nuestro hermano, que permanece frente al Belén con la mirada perdida en el pesebre.

    Fue culpa mía, siempre me estoy metiendo con ella, se ha ido por mi culpa.

    No digas tonterías, yo también me meto mucho con ella, pero solo es por envidia. Es libre de hacer lo que quiera sin presiones, ojalá yo pudiese decir lo mismo.

    ¿Crees que la habrá pasado algo?

    No digas eso ni en broma, ella es fuerte, la más fuerte de todos, seguro que está bien.

    Si vuelve, prometo que la cuidaré y protegeré mucho más, no me meteré con ella tanto, y hasta la ayudaré con los deberes —dijo mi hermano y yo, mientras, tomaba buena nota de aquella promesa.

    Se la echa de menos, ¿verdad? La casa está muy tranquila sin Vicky.

    Lo sé. ¿Te acuerdas cuando era pequeña y se ponía tus zapatos de tacón? Casi se cae una vez por las escaleras.

    Menos mal que estabas tú ahí para cogerla al vuelo.

    Sí, tengo buenos reflejos.

    Oye, ¿por qué no le dices a papá que, lo que realmente quieres ser es mecánico?

    ¿Y tú por qué sigues tocando?

    Empecé a tocar por los abuelos, porque les gustaba mucho la música clásica y al principio yo lo odiaba, pero ahora que no están, es una forma de seguir teniéndolos presentes. He de reconocer, que me gustaría mucho más tocar el piano, pero también ocupa más espacio.

    Eso es cierto. No sé, creo que haré las pruebas para el equipo universitario y con ello, me ganaré una beca. Cuando acabe la carrera de ingeniería, entonces sí que podré montar mi propio taller y aplicar lo que he aprendido en mi negocio.

    No es mala idea, así todos contentos. ¿Verdad?

    ¿Crees que Vicky pueda estar en la biblioteca?

    ¿A estas horas? No creo ni que esté abierta en estas fechas.

    Por probar no perdemos nada. ¿Me acompañas?

    ¡Vamos!

Cuando mis hermanos se fueron, me di cuenta lo mucho que me querían en el fondo. Siempre pensé que era un estorbo, pues tan solo me buscaban para pedirme un favor o mandarme algo, pero estaba equivocada.

    Jamás pensé que llegasen a sentir mi pérdida. ¿Cuánto ha pasado? ¿Medio día?

    Aproximadamente sí, creo que algo más. Por ahí arriba, seguramente, ya será de madrugada —me responde una voz de mujer a mi derecha.

    ¿Quién eres tú?

    Soy una pastorcilla y llevo una cesta con víveres, para regalársela a María por el nacimiento del bebé.

    Pareces Caperucita Roja.

    Suerte que tu madre no puso ningún lobo en el Belén, como era tu intención.

    Ya, lo siento, soy una friki, quería haber metido hasta a Grogu de niño Jesús.

    Ese es el muñeco verde que tanto te gusta de esa serie, ¿no?

    Sí, debes reconocer que hubiese sido más divertido.

    Pues sí, aunque a José le costó aceptar que su hijo naciese gracias a una paloma, no me imagino la cara que hubiese puesto, si le llega a salir el crío verde.

    Cambia paloma por lagarto y todo es posible. Jajaja —y ambas nos echamos a reír—. Bueno, tengo que irme, he de llegar hasta el ángel antes de quedarme paralizada de nuevo.

    No te entretengo más, buena suerte.

    Gracias.

Y seguí corriendo, aprovechando que no había nadie en el salón. Volví a cruzar otro puente, atravesé varias casas y los asentamientos de los pastores, hasta llegar al portal. Por fin, podía ver al ángel en lo alto del pesebre.

    ¡Tú, angelito! —Le dije con cara de pocos amigos —. Quiero volver a mi tamaño normal, por favor.

    ¿De verdad has aprendido la lección?

    Te lo juro, ya sé que no soy un estorbo, que me quieren de verdad, aunque no me lo digan muy a menudo; y además, yo también los quiero, por mucho que me saquen de quicio la mayor parte del tiempo.

Y vuelta a empezar, ahora mi madre entraba en el salón y me volvía a quedar congelada. Tan cerca que estaba de la libertad y tan lejos al mismo tiempo.

    Cariño, no llores, seguro que la encontraremos —consuela mi padre a mi madre, que ha comenzado a llorar desconsolada, y además, la abraza para calmarla.

    ¿Dónde estará mi pequeña? ¿Por qué se marchó? Quizás fuimos muy duros con ella.

    Seguramente estará bien, es la más lista de los tres, la más fuerte y valiente.

    Pero está sola en Nochebuena y los chicos llevan desde ayer buscándola sin parar.

    Nosotros también lo hemos hecho, la policía dice que ya han pasado veinticuatro horas y pueden comenzar a buscarla también ellos.

    Deberían de haberla empezado a buscarla ayer.

    Lo sé, mujer, pero es una adolescente y a esa edad… suelen escaparse de casa por rabietas y volver al día siguiente.

    Pero no ha vuelto. ¿Y si alguien la ha cogido? ¿Y si le hacen daño?

    Tranquila, estará sana y salva, ya lo verás —respondió mi padre con cara de preocupación —. Vamos a dar una vuelta por el barrio, para ver si la encontramos.

    Ya lo hicimos ayer. ¿Y si llaman pidiendo un rescate?

    Mujer, que nosotros no somos famosos, no tenemos tanto dinero como para rescates. Además, tenemos el desvío de llamadas activado, si nos llama alguien, nos llegará al móvil.

    Está bien, necesito que me dé el aire.

Cuando mis padres se fueron, caí en la cuenta. ¿Estábamos en Nochebuena? ¿Ya? ¿Pero cómo pasaba el tiempo en ese lugar?

    Por favor te lo pido, angelito, que es Nochebuena, déjame pasarla con mi familia.

    Está bien, cierra los ojos y respira hondo.

    ¿Y ya está?

    ¿Qué esperabas?

    No sé, para venir fue más… espectacular.

    Tú solo cierra los ojos y desea estar con tu familia.

Y así fue, cerré los ojos, como me pedía el ángel y respiré hondo; pocos segundos después, estaba de pie junto al Belén y con las zapatillas de andar por casa llenas de serrín. Subí a mi habitación corriendo, por mi teléfono móvil, que seguía justo donde lo había dejado, en silencio en mi mesilla y por eso no había sonado.

    Mamá, estoy en casa, estoy bien. No os vais a creer dónde he estado.

Cuando llegaron mis padres y mis hermanos, les conté la maravillosa aventura que había experimentado. Al principio nadie me creía, pero al relatar las conversaciones que habían tenido en privado, palabra por palabra, su expresión de incredulidad aumentó de golpe; ver sus caras fue una pasada.

Aquella noche, disfrutamos como nunca los unos de los otros, en familia. Fue la mejor Nochebuena de toda mi vida, gracias al mágico Belén, por el que transité durante aquellos días.

Y sí, ahora tengo mucho más cuidado a la hora de guardar las figuritas.

 

FIN

 

Un regalo para Santa Claus

Las mejores historias se convierten en leyendas y, esta que os relataré a continuación, es la más hermosa de todas ellas.

Junto al fuego se ve a una mujer entrada en años, de pelo canoso cual copo de nieve y gafas de pasta color verde, el mismo tono que tienen sus ojos, los cuales se ocultan tras un cristal. Se mece lentamente en una mecedora de madera tallada a mano, mientras borda un calcetín color carmesí, que se camufla a la perfección entre los pliegues de su vestido aterciopelado.

El crepitar de las llamas en la chimenea y el olor a chocolate recién hecho, aportan a la estancia el toque perfecto. Un árbol lleno de luces, guirnaldas y un muñeco de nieve junto a la puerta de la casa, anuncian que es la época en la que su marido más trabaja.

De repente, se escucha un tintineo de campanas, Noel ya está en casa.

    ¡Bienvenido a casa, querido! ¿Qué tal se dio el viaje? —Pregunta la mujer, levantando la vista de sus quehaceres.

    Pues…

    ¿Qué sucede? ¡Habla!

    Todo iba bien, hasta que entré en una casa y me encontré con esto debajo del árbol —dice Noel, sacando de su saco mágico a un bebé en un canasto.

    ¿Por qué lo tenías metido en el saco? Pobre criatura.

    Mujer, sabes que es un saco mágico, ahí estaba mucho más resguardado que fuera, hace mucho frío para una criatura tan pequeña.

    ¡Trae aquí! Pobrecito, está muerto de frío —dijo la señora Claus, mientras cogía al bebé en brazos y se aproximaba con él a la chimenea, para que entrase en calor con cuidado de no quemarle —. ¿Y sus padres?

    No lo sé, la casa estaba abandonada y tan solo había un árbol de plástico con un par de guirnaldas puesto en un rincón. Rudolph tuvo un tirón en una de sus patas y tuve que detener el trineo en esa casa, para que se repusiera antes de continuar, pero aquel lugar no estaba en mi lista.

    ¿Entonces por qué entraste en esa casa si no estaba en tu lista?

    Porque escuché al niño llorar —dijo el hombre con pesar —. Y menos mal que entré, porque lo habían dejado abandonado a su suerte con una nota.

    ¿Qué clase de nota?

    “Querido Santa. Por favor, este año el único regalo que deseo es que puedas encontrarle un buen hogar a mi hijo, se llama Samuel y yo no puedo cuidar de él. Sé que su esposa y usted nunca tuvieron hijos y, siento que serán los mejores padres que mi Sami pueda tener. Por favor, no lo rechace, no me queda mucho y quiero irme de este mundo sabiendo que él estará a salvo. Att. Una madre desesperada.”

    Vaya, eso es lo que dice la nota. Será mejor que guardes todo eso en el desván, Samuel algún día preguntará por su verdadera madre y se lo podremos entregar.

    ¿De verdad crees que estamos preparados para cuidar de un niño tan pequeño?

    No lo sé, pero debemos cumplir el deseo de su madre, es Navidad.

    Pero no será como cuidar a los renos o a los elfos, un hijo es una responsabilidad muy grande.

    Noel, ya lo sé, pero piensa que algún día puede convertirse en tu sucesor. Tú heredaste esta labor de tu padre, que a su vez la heredó de tu abuelo y así sucesivamente. Nosotros no hemos tenido hijos y tú has dedicado toda tu vida para hacer felices a los niños, puede que ya vaya siendo hora de que tú y yo, también seamos felices. ¿No crees?

    Quizás tengas razón, estaría bien poder compartir todo esto con un hijo, enseñarle a conducir el trineo y mostrarle el mundo entero en una sola noche. Aunque tengo miedo.

    ¿De qué?

    ¿Y si hay oscuridad en su corazón? ¿Y si no está hecho para esto?

    Eso no se sabe, Noel, también te arriesgaste cuando te casaste conmigo, sabes que los matrimonios de ahora no son como los de antes. Pero lo que sí te puedo asegurar, es que haremos todo lo posible por hacer feliz a este niño: le colmaremos de amor, le enseñaremos todo cuando precise y le acompañaremos a lo largo del camino. Sé que en el fondo será un buen chico, lo presiento, tiene una gran luz en su interior.

    Está bien, mujer, siempre sabes cómo convencerme.

    Pues entonces te presento a tu hijo, Samuel, el próximo Santa Claus —le dijo a Noel, mientras este se aproximaba a ella y la rodeaba con los brazos.

Con los años, Samuel fue haciéndose mayor y aprendiendo el oficio de su padre, se pasaba los días ayudando a los elfos, probando los juguetes que estos fabricaban para ver si funcionaban. También alimentaba a los renos y ayudaba a su madre en casa, pero una noche al año… se sentaba en el alfeizar de la ventana, esperando a que su padre regresara.

    Vamos Samuel, ponte las botas, este año vendrás conmigo en el trineo.

    ¿Lo dice en serio, padre?

    Así es, a menos que no quieras venir conmigo y prefieras servirle a tu madre de modelo, para el jersey que me está haciendo.

    No, prefiero ir a recorrer el mundo contigo. ¿De verdad puedo? ¿Qué hago? ¿Cómo te ayudo?

    Coge las botas y sube al trineo, nos vamos en cinco minutos.

Hacía frío, pero a Samuel no le importaba. Atravesaban las nubes como si fuesen mantequilla y aunque estaba oscuro, la nariz de Rudolph parecía una pequeña guinda iluminada en medio de un mar de estrellas color plata. Bajo sus pies, se encontraba la gran ciudad, aquella en la que dieciséis años atrás, Santa Claus recibió su primer regalo de Navidad.

Cuando el trineo se detuvo en aquella vieja casa, Noel se dio cuenta que había una luz encendida. ¿Por qué se habría vuelto a detener allí Rudolph? ¿Acaso le habrían dejado a otra criatura a los pies de aquel desvencijado árbol?

Cuando Noel y Samuel se colaron por la chimenea, una mujer de unos cuarenta años, les dio la bienvenida con leche y galletas, pero al mirar a los ojos a Samuel, dejó caer el plato al suelo, esparciendo aquel líquido blanquecino y manchándose el vestido.

—Eres tú, no me lo puedo creer —dijo la mujer con los ojos empañados en lágrimas.

    ¿Disculpe? —Preguntó el joven, extrañado.

    Creo que esta mujer es tu verdadera madre, Samuel —respondió Noel, con un nudo en la garganta.

    Así es, no me puedo creer lo grande y guapo que estás. Siento haberte abandonado, pero los médicos me dijeron que no me quedaba mucho tiempo de vida y no podía hacerte pasar por eso.

    Pero sigues aquí.

    Sí. Lo único que he pedido durante todos estos años, era saber que estabas bien, y ahora que ya lo sé, puedo irme en paz.

    ¿Has aguantado todo este tiempo por mí?

    Tuve miedo, cuando me di cuenta de lo que había hecho, volví corriendo a buscarte, pero ya no estabas. ¿Cómo iba a llevarse a mi hijo Santa Claus? Pensaba que no existía, que era un mito, por lo que supuse que alguien te había acogido sin más, pero no, ahora veo que es real.

    Lo soy y mi esposa y yo estaríamos encantados de tenerla con nosotros en nuestra humilde morada. Verá, el Polo Norte es un lugar mágico y sobre todo, el lugar en el que vivimos. Quizás pueda pasar sus últimos momentos con su hijo y celebrar con nosotros estas fiestas —dijo Noel.

    ¿Me está invitando a su casa? ¿En el Polo Norte? ¿La casa de Santa Claus?

    Así es, la Navidad es momento de compartir y estar con los seres queridos, y creo que Samuel estará de acuerdo conmigo.

    ¡Sí, por favor!

    De acuerdo, acepto encantada.

Tras terminar de entregar el resto de regalos, regresaron todos juntos a casa de los Claus, en donde aquella mujer de gafas de pasta y pelo canoso, les obsequió con mantas, chocolate caliente y hasta un par de villancicos cantados con su voz angelical; incluso los elfos amenizaron la velada con zambombas, panderetas y alguna que otra anécdota peculiar.

Tras pasar el día de Navidad juntos, la madre de Samuel se fue a dormir y ya jamás se despertó, murió de una arritmia, pues su corazón había aguantado demasiado en un cuerpo que ya no respondía.

    Siento lo de tu madre, Samuel —dijo la señora Claus, con lágrimas en los ojos.

    Gracias madre, ella fue mi madre biológica, pero tú siempre serás mi auténtica madre. Quiero agradeceros a padre y a ti, que me dejarais pasar esta Navidad con ella, fue el mejor regalo de todos.

    El mayor regalo de este mundo es el amor, pues al dárselo a otro ser vivo, entregas lo más preciado que tenemos, el corazón. Y eso es la Navidad, al fin y al cabo, reunirte con tus seres queridos para crear recuerdos bonitos, todo lo demás es un extra al que no le hacemos ascos.

    Tienes razón, el amor mueve montañas y también, es lo que le da alas a los renos cada veinticuatro de diciembre; sin él, no podría crearse la magia y no entregaría los regalos antes de la fecha señalada —añadió Noel, que acababa de regresar a la madre de Samuel a su hogar, para que la dieran sepultura de la forma apropiada —. Siento lo de tu madre, pequeño.

    Gracias padre, por dejarme estar con ella antes de partir de este mundo y, por cuidar de mí cuando ella no pudo. Os quiero mucho.

Y los tres se fundieron en un abrazo tan largo, que la magia que se formó gracias a ese amor, aún perdura a fecha de hoy.

 

FIN