AÑO 1356,
KAPPELRODDECK (SELVA NEGRA ALEMANA)
Wolfgang sacó su espada ensangrentada de las tripas del
enemigo y la limpió en su capa antes de envainarla. Aquel hombre, que estaba frente
a nuestro imponente guerrero, cayó de rodillas al suelo y se llevó las manos a
la zona afectada; pocos segundos después, cayó muerto en el campo de batalla.
He de decir, que aunque Wolf, como le llamaban sus camaradas, había salido
mejor parado que su oponente, tenía una herida muy fea en el vientre. La guerra
por fin había terminado y él, se había convertido en el único superviviente de
la masacre del claro, ahora repleto de cadáveres por todos lados. De pronto la
vista se le nubló y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero era un
soldado, un viejo lobo solitario y a sus apenas veintidós años, no se dejaría
llevar por la muerte si podía remediarlo.
La selva negra es un lugar mágico y Wolfgang lo sabía bien.
Desde que nació, tuvo ciertas habilidades que le hacían destacar en la batalla;
su oscuro corazón y sus imponentes músculos, le habían hecho ganarse mala fama,
tanto en la guerra como en la cama. Las mujeres hacían cola a la puerta de su
casa, aunque después las despreciara y las tratase peor que a las ratas. No le
temblaba el pulso a la hora de manejar su espada y la sangre de sus manos
acobardaba a cualquiera que a él se enfrentara. ¿Cuántas muertes cargaba a sus
espaldas? Su apariencia angelical, debida a esos ojos de color azul zafiro y el
pelo rubio oscuro y largo hasta los hombros, le hacían parecer la personificación
de cierto dios nórdico.
Sabía que por allí cerca había un pequeño estanque, y
gracias a él, limpiaría la herida abierta de su vientre para no desangrarse, se
la vendaría con un pedazo de tela de su capa, y aquello le daría el tiempo
suficiente para llegar hasta su curandero de confianza. He de decir, que la
esperanza de vida por aquellos tiempos no era precisamente muy alta, pero
nuestro “lobo viajero”, como se traduce su nombre en nuestro idioma, era un
hueso duro de roer y haría falta mucho más que una simple herida para acabar
con él.
Con dificultad llegó hasta el estanque y se arrodilló junto
al agua, se quitó la capa, la camisa manchada de sangre y sumergió su torso
desnudo para limpiarse. La noche había caído sobre él, como un manto de alquitrán
del que no te puedes despojar; no lograba ver nada en la oscuridad, excepto el
reflejo de la luna llena sobre la superficie de aquella masa de agua, que de
repente comenzó a brillar.
El joven cerró los ojos para no quedarse ciego y no vio a la
ninfa de piel azulada y pelo largo hasta la parte baja de la espalda, que salió
a su encuentro. Iba desnuda, pero aquellos largos rizos deshechos cubrían los
rincones más delicados de su cuerpo, llevaba una diminuta falda hecha de algas,
los dedos de sus manos tenían membranas y sus piernas estaban llenas de
escamas. La joven ninfa se acercó al apuesto joven y le apartó un mechón de
pelo de la cara.
—Despierte, mi señor, he
escuchado su llamada. — Dijo
la ninfa y entonces Wolfgang abrió los ojos de nuevo.
— ¿Qué eres? Yo no te hice
llamar. — Se quejó el guerrero, mientras
se intentaba incorporar pese al dolor que sentía.
—Soy una ninfa y su sangre me ha
invocado, vengo a salvarle. —
Añadió la ninfa, mientras señalaba a un sigilo hecho con sangre, que Wolfgang
había dibujado a la orilla del estanque sin ser consciente de lo que hacía.
— ¿Eso lo hice yo? — Quiso saber el hombre algo
perplejo y la ninfa afirmó con la cabeza.
—Sois un gran brujo, lo huelo,
pero vuestro corazón es tan oscuro como la noche, mi señor. No será sencillo
salvarle. —
— ¡Hazlo, te lo ordeno! —
—Para salvar su vida, debe darme
algo a cambio. — Pidió la ninfa.
— ¿Qué quieres, mujer? ¡Habla de
una vez! — Gritó Wolfgang con el poco
aliento que le quedaba. Estaba claro que no quería morir de aquella manera tan
extraña, quería ser recordado como un héroe, no como a los soldados que en el
campo de batalla había dejado tirados.
—Tiene mucha oscuridad en tu
interior, demasiada. Si quiere que el hechizo funcione, deberá entregarme su
alma. —
—Cógela, es toda tuya, no la
necesito para nada. —Se
quejó el soldado, a sabiendas que aquello le haría más inhumano y despiadado,
cosa que no le desagradaba para nada.
—La tomaré prestada, hasta que
logre hacer que alguien se enamore de usted; si lo consigue, se la devolveré
gustosa. Pero ha de saber que este proceder tiene un alto coste y no hay vuelta
atrás. —
— ¿Para qué quiero mi alma? Solo
me hace más humano y es una carga. — Quiso
saber el hombre extrañado.
—El alma es un ser intangible,
fácil de corromper y difícil de reponer. Frágil y fuerte al mismo tiempo, son
recuerdos, deseos y el peaje que ha de pagar para poderse reencarnar. Sin ella,
estará atrapado en este mundo para toda la eternidad, polvo eres y en polvo te
convertirás. —
—Vale, me queda claro. ¿Y qué he
de hacer para recuperar mi alma? —
Preguntó Wolfgang, llevándose la mano al vientre que seguía sangrando.
—Deberá entregarme el alma de la
persona amada, para convertirla en una de mis hermanas. —
—Dudo mucho que eso suceda. Es
cierto que las mujeres se vuelven locas en mi presencia, puedo tener a las que
quiera, pero ninguna es digna de mí, por lo que no esperes que yo caiga presa
de cualquiera. Para mí, las mujeres sacian mi sed al igual que el buen vino o
la sangre de mis enemigos. —
—Debe entregarme a la mujer que
se enamore de usted, si la ama o no, eso me es indiferente. —
—Ningún problema, ahora cúrame
para que pueda regresar triunfal a mi hogar. —
Entonces la ninfa se aproximó al apuesto hombre, le miró a
los ojos directamente y selló el acuerdo con un dulce beso en los labios; pero
cuando Wolfgang abrió los ojos, estaba solo, la herida se había cerrado y el
sol brillaba en todo lo alto.
AÑO 2021,
KAPPELRODDECK (SELVA NEGRA ALEMANA)
Hanna estaba sentada en su coche, esperando al primer grupo
de turistas de la temporada. Tras el confinamiento, tuvo que vender la tienda
de libros, herencia de su madre adoptiva, y apretarse el cinturón. Por fin
había encontrado un trabajo con el que poder pagar las facturas, hacer de guía
turístico por la zona por ser una gran conocedora de la historia; tendría que
contar leyendas asociadas a la Selva Negra, mientras vigilaba que ningún
despistado se perdiese en ella. Vamos, el sueño de su vida. (Léase de forma
sarcástica).
Desde muy pequeña, Hanna había sido toda una guerrera, había
batallado con la muerte de sus padres, pero también con la de su hermana; la leucemia
se la llevó tan rápido, que Hanna no pudo hacer nada para ayudarla. Jamás se
sintió a gusto con ninguna de las familias que la adoptaba, y terminaban
devolviéndola al orfanato a las pocas semanas. Aquel lugar era todo lo que le
quedaba de Aída, sus recuerdos recorrían los pasillos como espejismos de otra
vida, y temía que si se alejaba demasiado de ellos, la olvidaría. Por suerte, un
matrimonio bien entrado en años y con problemas de fertilidad, la adoptó cuando
estaba en plena adolescencia y no se dejaron amedrentar. Cómo les echaba de
menos, gracias a ellos había logrado enderezar su vida al centrarse en los
libros; el mayor de los tesoros de la humanidad, con los que poder vivir miles
de aventuras sin levantarte del sofá. Pero ahora todo volvía a estar mal, tras
perder la tienda, no le quedaba nada por lo que luchar. Todas las personas que
alguna vez la habían querido, habían muerto, y ahora Hanna estaba completamente
sola en un mundo de sueños rotos y facturas que pagar.
¿Por qué tenía tantas lagunas en sus recuerdos? Quizás fuese
una secuela del accidente o una forma de protegerse. Sabía que algo andaba mal
en ella, pasaban cosas extrañas a su alrededor y la peor parte se la llevaba la
gente que más amó. Quizás estuviese maldita o pagando una deuda de otra vida.
— ¡Déjate de tonterías! — Se dijo a sí misma y se puso en
pie al ver que el grupo de turistas, que se aproximaba hacia ella cámara en
mano y sin las dichosas mascarillas. Hacía poco que habían dejado de usarlas y
qué gusto daba.
La visita comenzó tranquilamente, tendrían dos horas de
caminata para dar la vuelta a la zona, pero como sucede en todo primer día,
nada saldría a pedir de boca. La mayoría de los asistentes se pasaban el tiempo
con la vista pegada al teléfono, también estaba el típico pesado que por todo
se quejaba y para rematar la jugada, tuvieron que detener la visita para buscar
a un niño que se perdió, mientras sus padres se hacían un selfi junto a una de
las cataratas.
—En qué marrón te has metido,
Hanna. — Se dijo a sí misma la joven,
mientras tranquilizaba a los padres del niño y llamaba por radio a los
guardabosques.
Hanna se unió a los guardas en la búsqueda, mientras que su
compañero, el que había acudido a su llamada, se llevaba a los turistas al
punto de encuentro para que los padres del niño se tranquilizaran. La joven se
adentró en la zona boscosa por un sendero cercano, algo tiraba de ella como un
gran imán mágico. Jamás había perdido nada, tan solo tenía que pensar en aquello
que quería encontrar y sin saber cómo con ello se topaba. Podía ver halos de
luz alrededor de las personas, animales y cosas; por ello sabía que encontraría
a ese niño más rápido que cualquier equipo de expertos que hubiese en la zona.
Era como una brújula andante, y por ello, cuando llegó muy cerca del Lago
Titisee, escuchó una voz pidiendo auxilio y echó a correr. Al llegar a los pies
del lago, vio que el niño intentaba salir a flote, pero algo tiraba de él hacia
abajo.
Hanna no se lo pensó dos veces, se quitó la mochila que
llevaba sobre los hombros, las zapatillas deportivas sin desatar los cordones y
saltó al agua como lo haría uno de esos vigilantes de la playa, que en los 90’s
tanto lo petaban. Nadó a braza hasta llegar al niño, que se hundía rápidamente en
aquellas aguas heladas, consiguió sujetarle por los hombros y tiró de él con
fuerza para soltar la pierna que tenía atrapada. Tuvo que pedirle al pequeño
que se calmase, porque no dejaba de agitarse y gritar que allí había algo que quería
ahogarle. Cuando el niño estuvo a salvo en la orilla y Hanna se incorporó para
dar los últimos pasos hasta llegar a tierra firme, sintió que una mano atrapaba
su tobillo y volvía a meterla en el lago. El pequeño salió corriendo asustado y
pidiendo ayuda a gritos, mientras la joven que le había salvado, se hundía y
desaparecía en aquellas aguas sin dejar rastro.
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Hanna se hundía en las profundidades de aquel precioso lago
en medio de la Selva Negra, y mientras lo hacía, pudo ver ante sus ojos,
pequeños fragmentos de su corta y estresante vida. Aquellos recuerdos partían
desde lo más próximo en el tiempo, hasta el más lejano recuerdo que en su mente
pudo hallar. La cara de sus padres adoptivos y la de su hermana fallecida, le
transmitieron mucha paz, estaba lista para morir en aquellas aguas sin saber
qué demonios la arrastraba; pero entonces, recordó el accidente que tuvo junto
a sus padres; aquello no podía ser real. ¿Los había matado ella? Aquel recuerdo
debía estar equivocado.
De repente todo se nubló, el agua que la rodeaba luchaba
ferozmente por inundar su garganta y por ello, Hanna no pudo soportarlo más;
acabó sucumbiendo ante aquella fría y oscura parca, que la hizo perder el
conocimiento hasta entrar en un profundo sueño. Mientras tanto, seguía
descendiendo a gran velocidad hacia las profundidades de aquel lago, gracias a
la criatura que tiraba de ella sin percatarse que había dejado de respirar.
Aquel ser de color azul, llegó hasta una grieta que había en
el fondo del lago, se hizo un corte en la palma con una piedra afilada, que
encontró a su alrededor, y tras dibujar un símbolo extraño con aquel líquido viscoso
y verde que salió de su mano, apareció una luz blanca muy brillante, por la que
el monstruo se coló arrastrando a Hanna, como si ésta fuese un saco de patatas.
Poco después volvió a salir por el mismo espacio, pero en
otro tiempo más arcaico, donde los árboles lo cubrían casi todo y la luz de la
luna llena, se reflejaba con gran vehemencia sobre las tranquilas aguas de
aquel lago. La criatura cargó entre sus brazos a la joven, que permaneció
inconsciente en todo momento y la dejó sobre la orilla con cuidado, junto a un
símbolo dibujado con sangre, que horas antes había improvisado un apuesto
guerrero para salvarse.
La ninfa se inclinó sobre la joven, puso su mano
ensangrentada sobre el pecho de Hanna y eso hizo que inmediatamente la
muchacha, abriese los ojos de golpe, al notar que el agua de sus pulmones se
evaporaba. Sus plegarias habían sido escuchadas, no quería morir, ahora no,
necesitaba saber si aquel sueño que había tenido sobre la muerte de sus padres,
había sido solo eso, un sueño o algo más verídico. Se incorporó lentamente y se
estrujó el pelo para quitarse el agua que le goteaba por la cara, estaba
empapada. La ninfa se había ocultado y la observaba, pero la joven incauta de
su presencia no se percataba. Se sorprendió un poco al no reconocer el lugar en
el que se encontraba, obviamente seguía en la Selva Negra, pero aquella zona
boscosa no recordaba que saliese en ninguno de sus mapas. Si intentaba salir de
allí a esas horas, podría perderse aún más, por lo que decidió acampar junto al
lago y descansar un rato, por si el equipo de rescate la estaba buscando.
— ¡Qué frío hace! — Se dijo a sí misma. — Aguanta un poco
más, Hanna, que pronto estarás en casa viendo Amazon Prime y con tu querida
batamanta.
Entonces se imaginó sentada en su pequeño sofá de color gris
perla, frente a la chimenea y con el último libro que estaba devorando entre
las manos: “Los Mundos de Diego”. Cuatro niños viviendo aventuras dentro de un
mundo fantástico, creado por uno de ellos con poderes especiales. Criaturas extrañas
y entrañables, otras peligrosas y bastante curiosas, pero sobre todo, una
historia sin igual, que le recordaba a los sueños que tuvo de niña y en donde
ella siempre era la protagonista. Con lo bien que estaría leyendo con su taza
de chocolate repleta de malvaviscos y bien calentita en casa.
Miró a su alrededor y se sentó junto al tronco de un gran
árbol, abrazando sus rodillas para mantener el calor del cuerpo al máximo.
Entonces algo llamó su atención, cinco mariposas blancas bajaron desde la copa
de ese mismo árbol y revolotearon por su cabeza como si estuviesen
obsequiándole con una bella danza. La joven tiritaba de frío, pero aquello
extrañamente la hizo entrar en calor; acto seguido, vio cómo las cinco
mariposas formaban un pentagrama en el aire y desaparecían, poco a poco, entre
la densa y oscura noche. Hanna respiró hondo, se sentía muy relajada después de
aquel encuentro tan extraño, y lo más importante, sentía que por fin estaba a
salvo; lo que la joven no sabía era que, aquellas mariposas mágicas, habían
despertado al dragón que dormitaba en su interior, desatando un poder para el
que Hanna no estaba preparada.
Y os preguntaréis, como es lógico. ¿Qué dragón puede habitar
en el interior de una persona? Pues no os preocupéis, aquí hallaréis la
respuesta que tanto anheláis.
Algunas brujas poseen un dragón en su interior, un espíritu
guardián, que gracias a la magia draconiana, puede hacer que el poder de la
bruja aumente considerablemente. En cierto sentido, podría decirse que es
parecido a tener un tótem o animal protector, mezclado con ciertas pinceladas
de magia del caos, en la que obtienes lo que deseas sin importar las
consecuencias. ¿Y por qué decimos esto? Porque el dragón es un espíritu libre
al que has enjaulado, y si lo liberas, puede resultar difícil manejarlo. La
magia draconiana, al igual que la magia de sangre o la del caos, es una magia
muy poderosa que no debe tomarse a la ligera, lo malo es que nuestra querida
protagonista, no tiene ni idea de lo que se acaba de desatar dentro de ella.
La muchacha dejó que el hada de los sueños la atrapase con
sus polvos mágicos, sin saber que por aquel mismo lugar vagaba un apuesto y
oscuro mago, con el que más tarde o temprano, terminaría tratando.
Wolfgang llevaba horas caminando en la oscuridad, abrigado
por la mágica luna llena que lucía en todo su esplendor. De repente, su frío y
oscuro corazón, comenzó a latir con fuerza. ¿A qué se debía ese acontecimiento?
Quizás, fuese culpa de cierto pacto hecho con magia de sangre o tal vez… a la
presencia de cierta alma en las proximidades. Estaba a punto de salir del
bosque y llegar a una aldea cercana, cuando algo le hizo mirar hacia atrás. No
quería volver hasta ese maldito lago, aún no, por lo que siguió caminando en la
dirección que había tomado en un primer momento, desoyendo a la voz de su
interior que le pedía desandar el camino andado. Pero antes, se detendría en la
taberna de aquel pequeño pueblo, porque estaba famélico.
— ¡Mesero, una jarra de cerveza caliente y la mejor carne
que tengas! — Gritó al entrar con su uniforme rasgado y manchado de sangre en
la taberna.
Se sentó en una de las mesas que había en un rincón y se
quitó la capa que tanto le incomodaba. Aquella cabaña estaba hecha
completamente de madera, grandes troncos cortados al milímetro y encajados unos
con otros, formando una estructura bastante resistente a las inclemencias del
tiempo. El interior era cálido y olía a cerveza y carne asada por todos lados.
Una gran chimenea, junto a la que había varios hombres, jugando a un extraño
juego, observaron con curiosidad al gran guerrero que ocupó la mesa junto a
ellos. El mesero salió de su escondrijo y le llevó a Wolfgang todo lo que este
le había pedido; pero apenas tuvo tiempo de marcharse, antes que aquel
corpulento hombre se acabase toda la jarra y pidiese otra. Cuando terminó de
comer, se quedó allí sentado reposando la comida durante varias horas; poco
después seguiría rumbo hasta su hogar, donde sería alabado por haber vencido al
enemigo en el campo de batalla y haber sobrevivido para contarlo. Aquello se
convertiría en una historia épica, una
leyenda.
Entonces sintió algo extraño, una especie de fuerza
invisible le obligó a levantar la cabeza y a mirar en dirección a la puerta. De
repente entró una joven muy bella, de pelo castaño y ojos azul turquesa,
gritando muchas incoherencias. ¿Qué diantres era un teléfono? ¿Y por qué tenía
tanta urgencia por poseerlo? Sus ropas fueron lo que más llamó la atención de
los hombres que había dentro de la taberna. ¿Desde cuándo una mujer lleva
pantalones en su vestimenta? ¿Y esas botas anudadas?
—Fijo que es una bruja. Esta noche habrá hoguera en el
pueblo. — Dijo Wolfgang, mientras bebía otro sorbo de cerveza y se retiraba
hacia atrás la melena.
Pero al cruzar su mirada con la de aquella joven tan
extraña, su corazón dio un respingo y comenzó a acelerarse de golpe, como
momentos antes había ocurrido en el bosque. ¿Aquella bruja le había hechizado?
Quizás fuese la presa idónea para pagar la deuda que había contraído en el
lago, no perdía nada por intentarlo.
— ¡Una mujer en mi establecimiento! ¡Una bruja ni más ni
menos! ¡Bruja! ¡Bruja! — Gritaba el dueño de la taberna.
— ¡No soy ninguna bruja! ¡Yo…! — Pero no estaba segura de
que aquello no fuese cierto. Recordó la muerte de sus padres en aquel
accidente. Cómo había deseado con todas sus fuerzas que la dejasen en paz, por
no dejarla ir a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga; y entonces, recordó
cómo aquel perro negro de ojos rojos, se apareció en medio de la carretera y el
coche acabó en la cuneta.
Ella no quería, solo estaba enfadada, pero era una cría y no
lo decía en serio. Pero por desgracia fue lo que pasó. Entonces recordó la
muerte de su querida hermana. ¿También había estado implicada? Qué mala es la
envidia, cuando por “h” o por “b”, pierdes tu infancia cuidando de tu hermana
pequeña a la que todo el mundo mira. ¿Pero qué pasaba con la pobre Hanna? A
ella todo el mundo la ignoraba.
—Es cierto, creo que lo soy. — Dijo en voz baja y se echó a
llorar, mientras caía de rodillas y los hombres que había en la taberna, se
disponían a su alrededor para apresarla.
Wolfgang no entendía lo que le sucedía con aquella bruja,
quizás la ninfa del lago se la hubiese entregado en bandeja o puede que en
parte se viese reflejado en ella. ¿Pero cómo? Sabía que era un gran mago, como
su padre, pero siempre lo había ocultado, aunque esa maldita ninfa lo había
descubierto al salvarlo. Su físico imponente era cosa de genética, pero ese
magnetismo que los dioses le habían concedido, no era cosa del destino, sino
obra de una magia roja muy poderosa, que sus padres utilizaron cuando a
Wolfgang fueron a engendrar. Además, he de confesar, que era muy inteligente y
sabio, pues manipulaba la mente de su adversario, antes de cualquier batalla.
— ¡Dejádmela a mí! — Dijo el guerrero, levantándose del
asiento y acudiendo al lugar en el que se encontraba la bruja. —Hechicera, yo
te daré tu merecido, cuando acabe contigo no quedará nada que darle a los
cochinos. — Añadió y la cogió con fuerza del brazo, haciendo que se levantase
del suelo.
—Tenga cuidado, señor. Las brujas pueden meterse en su
cabeza y hechizarle con sus encantos. ¡No la mire directamente a los ojos o
quedará atrapado! — Suplicó el tabernero, deseoso de perder de vista a la
bruja.
—Al primer lugar que irá, será a mis aposentos y después la
ahogaré con mis propias manos. No deben preocuparse, no volverá a molestarles.
— Dijo Wolfgang tirando de ella y sacándola de aquel lugar.
La empujó hasta las afueras del poblado y cuando estuvieron
los suficientemente alejados, le habló por primera vez desde que se habían
encontrado.
—Eres una insensata. ¿Cómos se te ocurre reconocer que eres
una bruja? Menuda novata. — Le dijo entre risas el guerrero.
— ¿Y a ti que más te da? Vas a violarme y a matarme. —
—Podría hacerlo, como botín de guerra nadie pondría pegas, y
mucho menos, si se trata de librar al mundo de una bruja como tú, pero no lo
haré, te acabo de salvar la vida. Deberías estarme agradecida. —
— ¿Agradecida por no matarme? Pues sí. ¿Pero por qué me
salvaste? ¿Qué quieres de mí? —
—Quiero que seas testigo de mi gran bondad y hazaña, para
contarles a los de mi poblado, el gran guerrero que te ha salvado, tras arrasar
al enemigo en el campo de batalla. Nada más. —
—Vaya, después de todo la cosa no ha cambiado tanto. En tu
tiempo hay influencers como en el mío, solo que aquí lo hacéis a la antigua
usanza. —
— ¿El qué? Espera… ¿Tu tiempo? —
—Sí, por lo que puedo ver, he viajado en el tiempo al meterme
en ese lago. Bueno, en realidad algo tiró de mí hacia las profundidades y me
trajo hasta aquí, pero no sé cómo puedo regresar. Necesito tu ayuda. ¿Si te
acompaño a tu poblado y doy fe de tus hazañas, me ayudarías a volver a casa? —
— ¿Qué lago? — Quiso saber intrigado Wolfgang.
—Uno que hay atravesando el bosque, ese que hemos dejado
atrás. —
—Curioso, pero sí, tenemos un trato. Pero no puedes ir con
esos harapos por aquí o me colgarán por ayudar a una bruja a escapar. Robaremos
algo por el camino y te cambiarás. —
Y los dos siguieron caminando un buen rato, hasta encontrar
una pequeña granja en la que, no había nadie a la vista. Wolfgang cogió una
falda y una camisa, y se las entregó a la joven que intentaba buscar un lugar
donde cambiarse y no ser vista.
—Una bruja pudorosa, lo que me faltaba por ver. —
—No soy una bruja, creo. No lo sé. — Se quejó la joven con
la mirada perdida en el horizonte. — ¿Te puedes dar la vuelta? Gracias. —
Wolf se giró y Hanna comenzó a cambiarse, sin percatarse que
su reflejo se reflejaba en el agua, que el guerrero con tanta atención
observaba. Piel suave y pálida, le hubiese encantado probarla. ¿Por qué no la
tomaba, si era lo que en esos momentos más deseaba? ¿Quién se lo impediría?
Entonces su corazón volvió a dar un vuelco y se llevó la mano al pecho, cuando
sus ojos se encontraron con los de la joven en el reflejo.
— ¿Me estabas espiando? —
—Me dijiste que me diese la vuelta y lo hice. —
— ¡Eres un degenerado! —
— ¿Un qué? Supongo que no es nada bueno, pero mejor que no
sepas lo que se me pasó por la cabeza hace un momento. — Dijo Wolf antes de
volver a ponerse en camino, seguido de cerca por la joven, que mantenía cierta
distancia con su nuevo compañero de travesía porque no se fiaba.
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Anduvieron por aquel camino de tierra durante varias horas,
cosa que a Hanna le pareció una eternidad. Por suerte para ella, aquella falda
larga tapaba sus deportivas lo suficientemente como para pasar desapercibida;
pero lo malo era, que se tropezaba sin parar.
—Parezco un pato mareado andando
con estos faldones. — Dijo
la joven, remangándose un poco la vestimenta.
—Aguanta un poco más, pronto
llegaremos a un pueblo y allí podremos robar algún calzado apropiado para
deshacernos de esas botas tan extrañas. — Respondió
Wolf.
— ¿Extrañas? Puede que lo sean en
tu época, pero son súper cómodas. Te dejaría probártelas, pero dudo que esas
albarcas que tienes por pies, puedan coger en un 37 como el que yo tengo. ¿Qué
calzas, un 46 por lo menos? Podrías dormirte de pie y no te caerías, eso seguro.
—
—Jajajajaja. — Se rió Wolf sin parar, aquella
genialidad había calado hondo en su oscuro corazón. —Jamás escuché nada tan gracioso,
mujer. —
—Pues no soy considerada una
buena humorista en mi época. —
— ¿Las gentes de tu tiempo no
tienen sentido del humor? —
—Sí, creo, últimamente no estoy
muy puesta en el tema, con eso de la pandemia… —
— ¿Pandemia? —
—En resumen, hubo un virus muy
malo que nos mantuvo a todos en casa encerrados y lo pasamos muy mal, pero por
suerte eso ya pasó. —
—Al fin y al cabo mi mundo no es
tan distinto del tuyo, pero seguro que esto te acaba gustando, ya lo verás. —
—Este sitio es precioso, no me
malinterpretes, pero eso que quieran quemarme en la hoguera por bruja… al menos
en mi época eso ya no pasa. —
— ¿Cómo? ¿No hay brujas en el
lugar del que procedes? —
—Sí las hay, aunque las realmente
buenas son difíciles de encontrar; aunque si pones la televisión a las tres de
la mañana, te salen hasta debajo de las piedras. —
— ¿Qué es la “televisión”? —
—Mira, déjalo, es muy largo de
explicar. ¿Qué es eso? — Dijo
Hanna, señalando al final del camino.
— ¡Maldición! Será mejor que nos
escondamos. — Le dijo a la joven, mientras
tiraba de ella hasta internarse en el bosque y ocultarse tras unos arbustos; ambos
se agacharon y él se colocó a su espalda, tapándole la boca con una mano,
mientras con la otra le rodeaba la cintura para que no se levantara. —No digas nada. —
Varios hombres montados a caballo y con los uniformes hechos
jirones, volvían a casa heridos con el ánimo por los suelos. Se notaba que su
bando había perdido y por la reacción que Wolf había tenido, no hacía falta ser
muy observador para darse cuenta que se
trataba del enemigo. ¿Por qué no se enfrentaba a ellos? Su bando había ganado,
deberían respetarlo porque ahora tendrían que trabajar bajo su mando. ¿O la
cosa no funcionaba así? A Hanna le empezaron a surgir miles de preguntas con
las que torturaría más tarde al apuesto guerrero, en cuanto fuese posible. Pero
entonces se percató de que sus cuerpos estaban demasiado juntos, los pectorales
súper definidos de Wolf se pegaban a su espalda y aquellos enormes brazos que la
rodeaban, parecían una inmensa anaconda envolviendo a su presa antes de
devorarla. El olor de su piel era embriagador, olía a una mezcla extraña de
leña quemada, cerveza y carne asada; por ello Hanna comenzó a sentir mucho
calor, tanto que sintió cómo su cuerpo se encogía poco a poco, para evitar que
sus cuerpos se rozaran, ya que no soportaría por mucho más tiempo ese arduo
deseo que la devoraba por dentro.
Wolf por su parte, pensó que la bruja tenía frío al verla
encogerse cada vez más, por lo que se acercó más a ella para reconfortarla;
pero de pronto su corazón volvió a palpitar con fuerza, al reconocer el alma de
la joven hechicera. Puso su nariz sobre el pelo de Hanna y olió su perfume hecho
a base de orquídeas y lavanda, dos de las flores que más le gustaban; su piel
era tan suave como las sedas más caras y se moría de ganas por acariciarla.
Aquella situación les hizo perder la noción del tiempo y la noche se les echó
encima, pues aunque la comitiva hacía rato que se había perdido de vista,
ninguno de los dos se movía.
—Creo que ya podemos salir, esos
hombres se marcharon hace rato. — Intentó
decir Hanna, pero apenas se la entendía nada porque seguía teniendo la boca
tapada.
— ¿Qué? Sí, será mejor que
sigamos nuestro camino, aún queda una larga caminata hasta el pueblo más
próximo. — Y entonces se separó de ella,
se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse del suelo. — ¿Tienes frío? — Dijo al ver a la joven
abrazarse a sí misma para entrar en calor.
—Un poco. — Contestó ella con la mirada
baja, no quería mirarle a los ojos, tenía miedo de perderse en ellos y caer en
sus encantos.
Pero Wolf no le temía a nada ni a nadie, por lo que levantó la
barbilla de la joven con el dedo índice de su mano derecha, e hizo que sus
miradas se encontrasen, sin saber que aquello lograría desarmarle.
—Tienes los labios morados, estás
muerta de frío. Toma mi capa. — Le
dijo sin creerse sus propias palabras. ¿Desde cuándo le importaba aquella
muchacha?
—Gracias. — Alcanzó a decir Hanna en medio
de la tiritona. ¿Cómo era posible que tuviese tanto frío de repente? Hasta hace
solo un instante, cuando estaba entre los brazos de aquel guerrero, se sentía
ardiendo de deseo y de repente… el infierno se congela y a ella le castañean
los dientes.
Continuaron caminando mientras la noche se les echaba encima
y el frío les calaba los huesos, por eso, pocos minutos después, Wolf recordó
que había un lugar en el que poder pasar la noche sin correr riesgos.
—Creo que por aquí cerca había
unos establos abandonados, podremos pasar allí la noche. — Dijo Wolf de repente.
—Por cierto, no sé si te lo he
dicho ya, pero me llamo Hanna. —
—Yo soy Wolfgang, un placer
inmenso, señorita. —
Llegaron poco después a los establos, se notaba que estaban
abandonados porque la granja a la que pertenecieron hacía tiempo, había sido
pasto de las llamas y no quedaba apenas nada. Encontraron un poco de heno para
apilar y no dormir sobre el frío suelo, por ello Wolfgang lo dejó todo listo y se
recostó cómodamente sobre el lecho. Entonces, dio unas palmaditas al trocito
libre que quedaba junto a él, para que Hanna lo ocupase y juntos se calentasen,
pero la joven no lo tenía tan claro y rehusó la invitación que le hizo el mago.
—Vamos, mujer. ¿Quieres morir de
frío? Yo te daré calor. —
—Eso es lo que me preocupa, que
me des más calor del que necesito. Gracias, pero creo que estaré bien, paso. —
— ¿Estás segura? Estás congelada.
—
Y tenía
razón, aquella capa ayudaba, pero se les estaban congelando las neuronas y
estaba demasiado cansada para plantar batalla.
—Está bien, pero las manos quietas. — Dijo Hanna, tumbándose muy cerca de Wolfgang, pero dándole la espalda para evitar que sus miradas se encontraran. Hacer la cucharita no era la mejor idea que había tenido, pero peor sería tener esos pectorales de infarto tan cerca y respirar ese aroma que la hacía perder la cabeza; le iba a costar bastante mantenerse alejada de ese hombre en aquel lecho tan pequeño, pero debía intentarlo por todos los medios.
Wolfgang intentaba reprimirse. ¿Por qué lo estaba haciendo? Siempre tomaba lo que quería en cualquier momento. ¿Qué le pasaba con esa bruja? ¿Acaso le había hechizado de verdad o sería cosa del pacto que con la ninfa había sellado? Aquel olor le estaba volviendo loco, no podía pegar ojo y mucho menos cuando su corazón volvía a latir con tanta fuerza, tanta, que hasta sobresaltó a la joven que se giró de inmediato al notar aquel sonido tan extraño.
— ¿Qué fue eso? — Preguntó Hanna, tras sentarse y girarse para hablar con Wolf cara a cara.
—Mi corazón. Es extraño, pero cada vez que te siento cerca se desboca. —
—No me puedo creer que estés intentando llevarme al huerto con esa frase tan anticuada. Aunque claro, para el año en el que estamos, debe ser la última moda. Por cierto, ¿en qué año estamos? —
—1356 ¿Por qué? —
— ¿En serio? ¡Vaya! No me lo habría imaginado. —
—Y no quiero llevarte al huerto, ya estamos en un granero. — Añadió el guerrero entre risas.
—Ja, ja, ja. Qué gracioso. Te da igual, porque eso conmigo no funciona. —
Y de repente, Hanna vio cómo un polvo brillante parecido a la purpurina que usaban en las fiestas, caía sobre ellos y se les quedaba impregnada por todo el cuerpo. Entonces comenzó a sentir ese mismo calor que había sentido en el bosque, miró a Wolf a los ojos y sin pensárselo dos veces se lanzó sobre él. Aquel hombre no se quejó, al contrario, la esperaba con los brazos abiertos de par en par, y entre besos y arrumacos varios, terminaron sucumbiendo a los deseos de la carne, gracias al polvo que ciertas hadas habían soltado a propósito para embaucarles.
He de decir, que esto no estaba planeado por la ninfa, no vamos a echarle la culpa a ella de todo lo que pase. Aquel granero había sido incendiado por sus antiguos dueños, no por la guerra como todo el mundo pensaba, ya que era el hogar de ciertos duendes y hadas, que desataban el libertinaje cada vez que juntos trabajaban. La magia sexual hace que se acumule mucha energía y los duendes la aprovechan para crear piedras preciosas, mientras las hadas usan ese polvo que se genera al crear las piedras, para dar vida a todas las cosas. Por ello, surgió esta sociedad de hadas y duendes tan extraña, que a más de una pareja se la han liado parda; pero por mucha magia que se use, jamás podrán hacer que surja un sentimiento de la nada. Si no hay una semilla que regar, la planta no florecerá.
Tras pasar la noche en vela, saciando sus más oscuros deseos, ambos amanecieron desnudos y abrazados cual pareja de enamorados. No hay palabras para describir las caras que pusieron al abrir los ojos y ser conscientes de lo que había pasado, por ello se vistieron en silencio y no pronunciaron palabra en lo que restó de la mañana. Les quedaba poco para llegar al pueblo de Wolfgang, donde éste sería recibido con los brazos abiertos y agasajado durante el resto de los tiempos. Sabía que debía cumplir su palabra y llevar de vuelta a la joven a su casa, ¿o debía entregársela a la ninfa para recuperar su alma? ¿Sería capaz de hacerlo? Claro que sí, aquella mujer no le importaba absolutamente nada, tan solo era una más de las que habían pasado por su cama. ¿O quizás se equivocaba?
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Al final del camino, pudieron divisar por fin el pueblo de
Wolfgang. Podrían descansar en un lecho como es debido y comer hasta saciar su
apetito. O eso era lo que ellos se imaginaban. Al llegar al pueblo no había
nadie en las calles, cosa que extrañó al mago, pues su pueblo siempre había
sido muy sociable con los extraños.
—Aquí ha pasado algo. Tú, mujer.
¿Qué sucede que no salís a recibir a un héroe? — Le
preguntó a una señora que se asustó al verle y se metió en casa dando un
portazo sin mediar palabra con aquellos extraños.
— ¿Este era el recibimiento que
tanto esperabas? —
Preguntó Hanna con sarcasmo.
—Algo va mal, lo presiento. —
— ¡Por fin ha vuelto el hijo
pródigo! — Se escuchó decir a una mujer a
su espalda.
Al girarse, vieron a un hombre muy corpulento, de esos que
se pasan media vida en el gimnasio, levantando pesas y enamorado de su reflejo;
aunque en esa época no existían los gimnasios como tal, y los hombres
entrenaban sus cuerpos levantando piedras o arando el terreno. La mujer en
cambio era hermosa, tenía al igual que el hombre los cabellos negros y ojos grisáceos,
pero su figura en cambio era esbelta.
—Al fin veo unas caras que me
resultan familiares. ¿Qué ha pasado aquí? —
Preguntó Wolfgang.
—La guerra, amigo. Hace un tiempo
fuimos invadidos por el enemigo y cuando por fin nos liberaron, llegó un grupo
de extraños y nos hizo mucho daño. —
Respondió el hombre corpulento.
— ¿Quiénes? ¿Cómo pudieron
contigo, amigo? Eres el hombre más fuerte que he conocido, después de mí, claro
está. —
—A mi hermano y a mí nos pillaron
fuera del pueblo, no lo vimos venir. Pero no te preocupes, todo a su debido
tiempo. ¿Quién es la mujer que te acompaña? ¿Ya te olvidaste de los buenos
ratos que pasamos juntos antes de la batalla? —
Añadió la mujer de ojos grises, mientras miraba a Hanna de arriba abajo, celosa
por haber pasado a ser el segundo plato.
—Claro que no me he olvidado de
ti, querida, pero sabes que no soy hombre de una sola mujer. Esta es Hanna, me
acompañó para dar fe de mis hazañas, pero después he de acompañarla de nuevo a
su casa. —
— ¿Acaso te comió la lengua una
alimaña? Habla mujer, no seas tímida. —
Insistió el gigantón.
—Hola, me llamo Hanna y sí, soy
testigo de las batallas a las que se enfrentó aquí el susodicho. —
— ¿De dónde la has sacado? Habla
de forma extraña. — Dijo
el grandullón, mientras se echaba a reír.
—No seas maleducado, hermano.
Será mejor que os llevemos a la taberna donde podréis reponer fuerzas, estaréis
cansados. —
Tanto Wolf como Hanna, siguieron a los dos hermanos hasta el
centro del pueblo, aunque Hanna no tenía un buen presentimiento. Desde que
había llegado a ese tiempo, sintió que algo se había despertado en su interior,
y recordando lo que pasó en aquel granero… Tenía claro que no sería nada bueno.
Entonces sintió un escalofrío y aquel hombre se dio cuenta. Hanna cerró los
ojos y algo se movió dentro de ella, una fuerza difícil de apaciguar, un calor
intenso imposible de sofocar. De pronto, se vio a sí misma sobre un altar de
piedra, junto a Wolf, que estaba inconsciente a su lado, rodeados por un montón
de antorchas, decenas de hombres encapuchados y los dos hermanos. La luna llena
alumbraba en todo lo alto y aunque ya había comenzado a menguar, aún seguía
siendo como un gran foco entre millones de estrellas sobre un fondo negro
aterciopelado. Qué bonito estaba el cielo con todas esas luces encendidas en el
firmamento, allí no había contaminación ni aviones alzando el vuelo, tan solo
paz y… ¿fuego? ¿De dónde provenía? Lo último que vio antes de volver a la
realidad en la entrada de la taberna, fueron dos ojos amarillos y unos afilados
colmillos sobre ella.
— ¿Estás bien? — Preguntó el grandullón.
—Sí, solo estoy cansada. — Respondió Hanna, sin comprender
nada.
—Será mejor que comáis algo. ¡Mesero,
trae una jarra de tu mejor vino y algo de carne para acompañar! — Gritó la joven de ojos grises,
mientras obligaba a Hanna a sentarse junto al fuego en una pequeña mesa con
cuatro sillas de madera.
Aquella mujer era muy fuerte, para ser tan menuda, pensó
Hanna que por cierto, no tenía hambre, cosa rara en ella, pero aquella
situación la tenía tan tensa que la boca del estómago se le había cerrado por
completo. Pero sí bebió un poco de vino para saciar la sed, no como Wolf, que
comió y bebió por él y por un regimiento, pues estaba hambriento. ¿Cómo quemaba
todo aquello? Se preguntó Hanna, pero recordando la pasada noche en el granero,
tuvo claro en qué empleaba el guerrero todo su… esfuerzo. De repente volvió a
sentir una inquietud en su interior y un calor abrasador, la vista comenzó a
nublarse y se desplomó sobre la mesa, derramando el vaso de vino sobre ella.
Unas horas más tarde, abrió los ojos poco a poco y vio el
mismo cielo estrellado en el que anteriormente se había fijado. Giró la cabeza
y observó a Wolfgang, que aún tenía los ojos cerrados y permanecía inmóvil a su
lado. ¿Estaba teniendo un deja vu? Volvió a girar la cabeza, pero esta vez en
dirección contraria y pudo ver las antorchas y la gente que los rodeaba. ¿Qué
demonios estaba pasando?
—Gracias por llegar a tiempo para
el sacrificio, la luna aún sigue llena y estamos a tiempo de oficiar la
ceremonia. —
— ¿Sacrificio? —
—Sí, bruja. Sabemos que lo eres,
tu sangre huele a kilómetros. Y Wolfgang también lo es, todo el mundo conoce el
pacto de sangre que hicieron sus padres para concebirle, aunque se haya mantenido
en secreto todo este tiempo. Necesitamos dos brujos para el ritual de
apareamiento, así nuestro clan se hará invencible. — Confesó aquel hombre extraño de
ojos grises.
— ¿De qué demonios hablas? — Quiso saber Wolf, tras abrir
por fin los ojos.
— ¿Te acuerdas del grupo del que
te hablé? ¿Esos hombres que vinieron al pueblo tras la liberación? Eran
licántropos, masacraron a buena parte del pueblo, pero a los demás, nos
convirtieron en seres oscuros como ellos. Llevamos tiempo esperando a cumplir la
profecía, en la que dos lobos y dos brujos se unirán bajo la luna llena para
crear una camada invencible y esta noche lo llevaremos a cabo. — Confesó la mujer de ojos
grises.
—Tía, tú estás loca de remate.
¿Sabes que esas leyendas no tienen ni pies ni cabeza? Además, siempre hay que
leer la letra pequeña, pues seguro que hay un “pero” en alguna parte. — Añadió Hanna, mientras le daba
la espalda a Wolf y le hacía un gesto para que se soltase de las cuerdas que
los apresaban, mientras ella los distraía. ¿Pero cómo?
Wolf miró sus manos, aquellas cuerdas estaban bien sujetas a
sus muñecas y tenía los brazos por encima de su cabeza. De repente, la mujer de
los ojos grises se subió a la roca y se sentó sobre las caderas de Wolf, cosa
que a Hanna no le gustó. Aquella mujer comenzó a acariciar la cara del guerrero
y después bajó las manos por su cuello, hasta llegar a su torso, donde empleó
gran parte de su fuerza para desgarrar las ropas que llevaba y dejarle con los
pectorales al descubierto. Aquel cuerpo tostado y musculado, no pasó
desapercibido para ninguna de las damas que había allí presentes. Hanna tuvo
ganas de arrancarle la cabeza a la loba que tenía justo al lado, pero notó una
mano en su vientre y eso la sacó de su ensoñación; pues el gigantón estaba
levantando su camisa y rozando su piel con la punta de los dedos.
—Este ritual sí que lo voy a
disfrutar, no como el otro. ¿Sabes? Para convertirnos en licántropos tuvimos
que sufrir una auténtica agonía, la primera luna llena en la que se te
desencajan todos los huesos y la piel se te cae a tiras… Muy pocos llegan a soportar
tal tortura. — Confesó el grandullón.
De repente Hanna vio cómo las pupilas grises de aquel hombre
que se estaba echando encima suya, se volvían amarillas al igual que en su
sueño. Porque, había sido un sueño, ¿verdad? Entonces sucedió algo extraño,
Hanna comenzó a sentir mucho calor en su interior, un fuego abrasador que la
devoraba por dentro y que la hizo reunir las fuerzas necesarias para romper las
cadenas que la apresaban; y no me refiero a las cuerdas que rodeaban sus
muñecas y la mantenían anclada sobre aquella losa de piedra, sino a la magia
que había permanecido dormida en su interior durante tanto tiempo, y que ahora
luchaba por salir, arrasando todo lo que se encontraba a su paso.
Y sus ojos se volvieron rojos como el mismo infierno, de su
boca salió una luz cegadora que iluminó el cielo y su cuerpo comenzó a
convulsionar. Todos se apartaron de su lado, menos Wolf, que seguía atado junto
a ella en la piedra. ¿Acaso la joven se estaba ahogando? Parecía que así era,
recordaba a los gatos cuando sueltan las bolas de pelo, pero en lugar de un
matojo asqueroso, escupió una pequeña bola color sangre con dos rubís por ojos.
Aquel animal desplegó las alas y comenzó a sobrevolar el terreno. ¿Eso era un
dragón? ¿Demasiado picante en las comidas, quizás?
Aquel animal planeó sobre la cabeza de los lobos,
obligándoles a echar el cuerpo a tierra, se posó sobre la losa de piedra y echó
su aliento de fuego sobre las cuerdas que apresaban a Hanna y Wolf, sin llegar
a quemarles las manos; para acabar de nacer estaba bien entrenado.
Wolf ayudó a Hanna a levantarse y salieron corriendo,
aprovechando la confusión del momento, mientras el pequeño dragón prendía fuego
a todo a su paso y más tarde, se reunía con ellos en el camino de vuelta al
lago; la ninfa podría ayudarles con el problema que tenían entre manos; o eso pensaba
Wolf , sin recordar que tendría que tomar una difícil decisión. Robaron dos caballos y espantaron al resto,
debían tomar distancia antes que los licántropos que escaparon del fuego alado,
se reagrupasen y fuesen tras ellos.
—Estoy cansada. — Dijo Hanna, tras varias horas
de travesía y mientras el amanecer les sorprendía.
—Lo sé, pero no podemos
detenernos, tienen nuestro rastro y siento que están cerca. — Añadió Wolf, mientras
encabezaba la huída.
De pronto vieron un águila sobre sus cabezas y justo cuando
el animal estaba a punto de descubrir su localización, pues había sido
entrenado por el enemigo para ser sus ojos y oídos, el pequeño dragón que había
escapado de Hanna, lo fulminó con una ráfaga de fuego azul que salió de su
garganta. Wolf hice que su caballo fuese más rápido para interceptar al animal
chamuscado que caía en picado, y vaya si lo logró, menudos reflejos tenía el apuesto
guerrero/ hechicero.
—Ya tenemos el desayuno. — Añadió, mientras arrancaba una
pata a su presa y la lanzaba al aire para que el dragón la cogiera, sin dejar
de cabalgar ni un solo momento.
Hanna sintió lástima del pobre animal, los adoraba, pero su
estómago rugió con tanta fuerza, que no pudo rechazar el pedazo de ala que Wolf
le entregaba.
—Sabe a pollo. — Dijo, tras escupir la única
pluma que le quedaba al pobre bicho y que por poco se traga.
—Acelera o nos alcanzarán. —
—No puedo más, estoy agotada. — Dijo la joven y de repente su
visión se nubló y cayó del caballo.
Wolf se detuvo y de un salto descendió de su montura, se
acercó a Hanna, que permanecía tendida en el suelo y se arrodilló junto a ella
y la abrazó; de pronto, sintió que algo se les acercaba, miró a los cielos y
vio al dragón descender en su dirección como un proyectil envuelto en llamas.
Wolf tuvo que apartarse de la joven, cayendo de culo al suelo, pues el dragón
entró en ella a través de su pecho. Poco después Hanna abrió los ojos, eran
iguales a los del dragón, pero poco a poco volvieron a su color natural, en
cuanto la joven pudo volver a respirar.
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—El mago se quedó sin palabras,
jamás había visto tal destreza en la magia. No sabía que fueses una hechicera
tan poderosa. ¿Cómo hiciste eso? —
Preguntó
Wolf sorprendido.
—No lo sé. De repente empiezo a
sentir un calor intenso y pierdo el control, no sé cómo lo hago ni por qué,
pero nos ha salvado la vida hace unas horas. —
Respondió Hanna, mientras se levantaba del suelo con la ayuda del mago, guerrero
y súper sexy hombre que tenía en frente.
—Tu caballo se ha espantado,
tendremos que cabalgar en el mío, ya estamos cerca, debemos darnos prisa. — Añadió subiendo a su montura y
tendiéndole la mano a la joven para ayudarla a subir junto a él.
Mientras cabalgaban a toda prisa por aquel camino de tierra
mojada, Hanna se agarró fuertemente a Wolf para no caerse y pegó la cara a su
espalda; aquel olor la embriagaba. El guerrero por su parte, tuvo la tentación
de frenar el caballo y darse la vuelta, para tomar allí mismo a la joven que le
apresaba la cintura con fuerza, pero sabía que si lo hacía, los licántropos les
atraparían y les obligarían a cumplir con el ritual macabro que había planeado.
Nadie iba a ponerle una mano encima a Hanna, sólo él.
Cabalgaron durante media hora más, aproximadamente, y
llegaron al principio del bosque donde residía la ninfa. Aún les quedaba un
buen trecho a pie, pero tenían motivación
suficiente, pues los licántropos habían llegado poco después al mismo
lugar y estaban a punto de darles caza.
— ¡Corre! — Dijo Wolf, mientras tiraba de
Hanna con todas sus fuerzas.
— ¡Ya lo hago, tú eres más alto y
das zancadas más largas! —
Se
quejó la muchacha, que estaba a punto de echar el corazón por la boca.
Al llegar al lago, Hanna tropezó y cayó al suelo, justo a
los pies de aquella masa de agua cristalina; Wolf se puso delante de ella para escudarla
frente a los licántropos, pues el más grande de los gemelos, salió de la maleza
de un salto y aterrizó con las rodillas en el pecho del mago. Otros tres
hombres y la loba de ojos grises los rodearon, Hanna se levantó del suelo y
sintió cómo su dragón peleaba por salir de nuevo; quería protegerla y no sabía
cómo frenarlo.
La joven echó la cabeza hacia atrás, puso los brazos en cruz
y al abrir la boca, aquella bola roja envuelta en una luz cegadora, salió
disparada hacia el cielo. Los licántropos tuvieron que cerrar los ojos por un
momento, ocasión que aprovechó Wolf para acabar con su oponente, rompiéndole el
cuello. Acto seguido se levantó y se colocó junto a Hanna, que había vuelto en
sí, mientras su dragón sobrevolaba el bosque, y en especial, al mago que la
acompañaba. ¿Por qué?
Y entonces, mago y hechicera, se cogieron de las manos y
cerraron los ojos, porque tenían claro lo que ocurriría a continuación; el
dragón, comenzó a descender rápidamente y soltó su característico fuego azul,
arrasándolo todo a su paso.
— ¿Estamos muertos? — Preguntó Hanna, aún con los
ojos cerrados.
—No, creo que no. ¿Qué ha pasado?
— Preguntó el guerrero.
Al abrir los ojos, vieron cómo una cúpula de agua los
rodeaba y se desvanecía al igual que los últimos rescoldos de fuego, que
quedaban en las inmediaciones.
—A ver si tenemos más cuidado,
que este es mi bosque. — Dijo
la ninfa, que había salido del lago para evitar que acabasen con todo el bosque
de la Selva Negra.
—Lo siento, no era mi intención,
pero es que no puedo controlarlo. — Se
disculpó Hanna con la mirada baja.
—Tranquila, Hanna, nosotras te
enseñaremos a manejarlo como es debido. Ahora pídele que vuelva a ti. —
— ¿Cómo? —
—Tan solo debes imaginar que vuelve a entrar en ti y lo hará,
estáis conectados mentalmente, porque él es parte de ti. —
Hanna hizo lo que la ninfa le dijo, bajo la atenta mirada de
Wolf, que no perdía detalle a lo que estaba pasando. El apuesto mago, había
recordado de repente el pacto que tenía con la ninfa y sintió que algo en su
interior había cambiado. No quería entregar a Hanna a cambio de su vida. ¿Qué
le estaba pasando? Cuando el dragón volvió a entrar en la hechicera, él no pudo
aguantar más y le preguntó a la ninfa si podía echarse atrás en el acuerdo que
habían llegado.
—No puedes, un pacto de sangre no
se puede romper. —
—No entiendo nada. — Dijo Hanna un poco perdida.
—Ella está enamorada de ti, lo
noto, has cumplido tu parte, por lo que podrás tener una vida plena y feliz,
pero sin ella. — Añadió la ninfa.
— ¿Alguien me cuenta lo que está
pasando? — Quiso saber la joven y la ninfa
le respondió.
—El mago que tienes ante ti, hizo
un pacto conmigo a cambio de su vida, me entregaría a la primera joven que se
enamorase de él, para convertirla en una ninfa. —
—Vale. ¿Y quién es esa joven
enamorada? ¿Yo? Nooo. —
Añadió Hanna entre risas.
—Lo estás, aunque lo niegues, puedo
leer en los latidos de tu corazón. —
— ¿De verdad me has traído aquí
para eso? —
—No, te lo puedo asegurar. Al
principio de conocerte, reconozco que lo vi claro, pero después de la noche que
pasamos en el granero y el haber pasado tiempo junto a ti, me han hecho darme
cuenta que no quiero que esto se acabe nunca. Te quiero. — Se disculpó Wolf, suplicando
desesperado su perdón.
Hanna tenía sentimientos encontrados, por una parte, estaba
enfadada por haber sido vendida a una criatura del bosque y engañada por aquel
guerrero, mago y apuesto hombre, que la sacaba de sus casillas; y por otra
parte… En ese preciso momento, se dio cuenta que ella también lo quería. ¿Cuándo
había sucedido? ¿Cómo? Entonces sintió cómo una mano la atrapaba del tobillo y
la arrastraba hacia el lago. ¿Otra vez? Aquello ya lo había vivido antes. Wolf
se metió en el lago tras ella y la cogió de la mano, no quería soltarla, pues
hacerlo, supondría perderla para siempre en aquellas aguas.
Y de pronto todo se detuvo, menos el mago que parecía
perplejo. Hanna, la ninfa, los pájaros, la brisa, todo excepto él, se habían
quedado congelados. ¿Qué estaba pasando?
Escuchó un ruido extraño, como el de unas ramas
resquebrajándose y miró a su espalda, el lugar del que provenía aquel sonido;
allí, en medio del bosque calcinado, se alzaba un gran roble blanco con una
puerta justo en el centro, que comenzó a abrirse muy lentamente, como si le
costase un triunfo hacerlo. Del interior del árbol, salió una mujer de orejas
puntiagudas, con el pelo hasta la cintura de color rosa palo y un vestido color
turquesa de gasa, que llegaba hasta sus pies descalzos. Tenía los ojos color verde
esmeralda y los labios de un tono morado con destellos dorados. La elfa, se
acercó al lago y sonrió al ver al guerrero tan impresionado.
—La amas de verdad. ¿No es así? —
— ¿Puedes ayudarme? No me la
arrebates, ella me hace querer ser mejor persona. —
—Lo sé, soy la guardiana del
árbol del conocimiento y estoy aquí para ofrecerte un trato. —
— ¿Otro? No sé si fiarme. — Dijo Wolf, receloso.
—Podréis estar juntos, si venís
conmigo. Ella es una gran hechicera y tú tienes mucho potencial como mago, la
sangre de tus padres era muy especial, pues tu madre era mitad elfa, como yo. —
— ¿Qué? — Wolf no daba crédito a lo que
estaba escuchando.
—Si aceptas mi oferta, viviréis
juntos, felices y en armonía, seréis instruidos en las artes mágicas y podréis
ayudar a los demás con vuestros dones. Tendréis una larga y próspera vida. —
Wolf miró a Hanna, la joven tenía las manos extendidas hacia
él y varias lágrimas en los ojos, que habían quedado detenidas en su rostro por
culpa de la magia. Se acercó a ella y al tocar una de esas lágrimas, ésta
volvió a la vida y completó su trayectoria hasta perderse en la comisura de sus
labios. Respiró hondo y no se lo pensó dos veces, aceptó la oferta que la elfa
le había propuesto, sin apartar la vista de los ojos de la joven a la que amaba
ni un solo momento. La elfa alzó las manos al cielo y Hanna volvió en sí, todo
lo demás permanecía inmóvil, excepto Wolf, ella y aquella criatura extraña que
estaba frente a un árbol blanco, que había aparecido de la nada.
— ¿Qué sucede? — Preguntó la joven extrañada.
— ¿Me quieres? — Preguntó él.
— ¿Cómo? — La había pillado por sorpresa
aquella pregunta tan directa.
—Yo te amo y esa elfa nos da la
oportunidad de vivir juntos una vida plena. Nos ayudará a manejar nuestros
dones y podremos hacer algo bueno con ellos. ¿Aceptas pasar el resto de tu vida
conmigo? —
— ¿Me amas? — Preguntó en voz alta la joven,
pues no daba crédito a sus palabras, y cuando vio que el mago asentía con la
cabeza, una sonrisa apareció en su rostro y lo iluminó todo. Hanna se lanzó a
sus brazos y le colmó de besos, por fin estaba en casa, en los brazos de aquel
hombre al que amaba.
Hanna aceptó la propuesta y juntos entraron en el roble
blanco de la mano, justo detrás de la elfa que les iba guiando. Cuando el árbol
se cerró y desapareció, la ninfa volvió a su estado normal, sin saber lo que
había pasado. ¿Dónde estaba aquella hechicera? ¿Cómo había escapado de su
agarre? Entonces lo supo, fue como una idea que llega de repente y se instala
certeramente en tus pensamientos, una sensación de serenidad inundó todo su
cuerpo. Hanna y Wolf estaban juntos, justo como ella había planeado desde el
principio. ¿Quién habría sido? ¿Quizás la elfa que tan bien conocía o alguna
otra criatura mágica? Eso no importaba, tan solo el amor que esas dos almas a
través del tiempo se procesaban.
FIN