viernes, 14 de mayo de 2021

Dos almas y un solo corazón

 

AÑO  1356, KAPPELRODDECK (SELVA NEGRA ALEMANA)

 

Wolfgang sacó su espada ensangrentada de las tripas del enemigo y la limpió en su capa antes de envainarla. Aquel hombre, que estaba frente a nuestro imponente guerrero, cayó de rodillas al suelo y se llevó las manos a la zona afectada; pocos segundos después, cayó muerto en el campo de batalla. He de decir, que aunque Wolf, como le llamaban sus camaradas, había salido mejor parado que su oponente, tenía una herida muy fea en el vientre. La guerra por fin había terminado y él, se había convertido en el único superviviente de la masacre del claro, ahora repleto de cadáveres por todos lados. De pronto la vista se le nubló y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero era un soldado, un viejo lobo solitario y a sus apenas veintidós años, no se dejaría llevar por la muerte si podía remediarlo.

La selva negra es un lugar mágico y Wolfgang lo sabía bien. Desde que nació, tuvo ciertas habilidades que le hacían destacar en la batalla; su oscuro corazón y sus imponentes músculos, le habían hecho ganarse mala fama, tanto en la guerra como en la cama. Las mujeres hacían cola a la puerta de su casa, aunque después las despreciara y las tratase peor que a las ratas. No le temblaba el pulso a la hora de manejar su espada y la sangre de sus manos acobardaba a cualquiera que a él se enfrentara. ¿Cuántas muertes cargaba a sus espaldas? Su apariencia angelical, debida a esos ojos de color azul zafiro y el pelo rubio oscuro y largo hasta los hombros, le hacían parecer la personificación de cierto dios nórdico.

Sabía que por allí cerca había un pequeño estanque, y gracias a él, limpiaría la herida abierta de su vientre para no desangrarse, se la vendaría con un pedazo de tela de su capa, y aquello le daría el tiempo suficiente para llegar hasta su curandero de confianza. He de decir, que la esperanza de vida por aquellos tiempos no era precisamente muy alta, pero nuestro “lobo viajero”, como se traduce su nombre en nuestro idioma, era un hueso duro de roer y haría falta mucho más que una simple herida para acabar con él.

Con dificultad llegó hasta el estanque y se arrodilló junto al agua, se quitó la capa, la camisa manchada de sangre y sumergió su torso desnudo para limpiarse. La noche había caído sobre él, como un manto de alquitrán del que no te puedes despojar; no lograba ver nada en la oscuridad, excepto el reflejo de la luna llena sobre la superficie de aquella masa de agua, que de repente comenzó a brillar.

El joven cerró los ojos para no quedarse ciego y no vio a la ninfa de piel azulada y pelo largo hasta la parte baja de la espalda, que salió a su encuentro. Iba desnuda, pero aquellos largos rizos deshechos cubrían los rincones más delicados de su cuerpo, llevaba una diminuta falda hecha de algas, los dedos de sus manos tenían membranas y sus piernas estaban llenas de escamas. La joven ninfa se acercó al apuesto joven y le apartó un mechón de pelo de la cara.

Despierte, mi señor, he escuchado su llamada. Dijo la ninfa y entonces Wolfgang abrió los ojos de nuevo.

¿Qué eres? Yo no te hice llamar. Se quejó el guerrero, mientras se intentaba incorporar pese al dolor que sentía.

Soy una ninfa y su sangre me ha invocado, vengo a salvarle. Añadió la ninfa, mientras señalaba a un sigilo hecho con sangre, que Wolfgang había dibujado a la orilla del estanque sin ser consciente de lo que hacía.

¿Eso lo hice yo? Quiso saber el hombre algo perplejo y la ninfa afirmó con la cabeza.

Sois un gran brujo, lo huelo, pero vuestro corazón es tan oscuro como la noche, mi señor. No será sencillo salvarle.

— ¡Hazlo, te lo ordeno!

 Para salvar su vida, debe darme algo a cambio. Pidió la ninfa.

¿Qué quieres, mujer? ¡Habla de una vez! Gritó Wolfgang con el poco aliento que le quedaba. Estaba claro que no quería morir de aquella manera tan extraña, quería ser recordado como un héroe, no como a los soldados que en el campo de batalla había dejado tirados.

Tiene mucha oscuridad en tu interior, demasiada. Si quiere que el hechizo funcione, deberá entregarme su alma.

Cógela, es toda tuya, no la necesito para nada. Se quejó el soldado, a sabiendas que aquello le haría más inhumano y despiadado, cosa que no le desagradaba para nada.

La tomaré prestada, hasta que logre hacer que alguien se enamore de usted; si lo consigue, se la devolveré gustosa. Pero ha de saber que este proceder tiene un alto coste y no hay vuelta atrás.

¿Para qué quiero mi alma? Solo me hace más humano y es una carga. Quiso saber el hombre extrañado.

El alma es un ser intangible, fácil de corromper y difícil de reponer. Frágil y fuerte al mismo tiempo, son recuerdos, deseos y el peaje que ha de pagar para poderse reencarnar. Sin ella, estará atrapado en este mundo para toda la eternidad, polvo eres y en polvo te convertirás.

Vale, me queda claro. ¿Y qué he de hacer para recuperar mi alma? Preguntó Wolfgang, llevándose la mano al vientre que seguía sangrando.

Deberá entregarme el alma de la persona amada, para convertirla en una de mis hermanas.

Dudo mucho que eso suceda. Es cierto que las mujeres se vuelven locas en mi presencia, puedo tener a las que quiera, pero ninguna es digna de mí, por lo que no esperes que yo caiga presa de cualquiera. Para mí, las mujeres sacian mi sed al igual que el buen vino o la sangre de mis enemigos.

Debe entregarme a la mujer que se enamore de usted, si la ama o no, eso me es indiferente.

Ningún problema, ahora cúrame para que pueda regresar triunfal a mi hogar.

Entonces la ninfa se aproximó al apuesto hombre, le miró a los ojos directamente y selló el acuerdo con un dulce beso en los labios; pero cuando Wolfgang abrió los ojos, estaba solo, la herida se había cerrado y el sol brillaba en todo lo alto.

 

AÑO  2021, KAPPELRODDECK (SELVA NEGRA ALEMANA)

 

Hanna estaba sentada en su coche, esperando al primer grupo de turistas de la temporada. Tras el confinamiento, tuvo que vender la tienda de libros, herencia de su madre adoptiva, y apretarse el cinturón. Por fin había encontrado un trabajo con el que poder pagar las facturas, hacer de guía turístico por la zona por ser una gran conocedora de la historia; tendría que contar leyendas asociadas a la Selva Negra, mientras vigilaba que ningún despistado se perdiese en ella. Vamos, el sueño de su vida. (Léase de forma sarcástica).

Desde muy pequeña, Hanna había sido toda una guerrera, había batallado con la muerte de sus padres, pero también con la de su hermana; la leucemia se la llevó tan rápido, que Hanna no pudo hacer nada para ayudarla. Jamás se sintió a gusto con ninguna de las familias que la adoptaba, y terminaban devolviéndola al orfanato a las pocas semanas. Aquel lugar era todo lo que le quedaba de Aída, sus recuerdos recorrían los pasillos como espejismos de otra vida, y temía que si se alejaba demasiado de ellos, la olvidaría. Por suerte, un matrimonio bien entrado en años y con problemas de fertilidad, la adoptó cuando estaba en plena adolescencia y no se dejaron amedrentar. Cómo les echaba de menos, gracias a ellos había logrado enderezar su vida al centrarse en los libros; el mayor de los tesoros de la humanidad, con los que poder vivir miles de aventuras sin levantarte del sofá. Pero ahora todo volvía a estar mal, tras perder la tienda, no le quedaba nada por lo que luchar. Todas las personas que alguna vez la habían querido, habían muerto, y ahora Hanna estaba completamente sola en un mundo de sueños rotos y facturas que pagar.  

¿Por qué tenía tantas lagunas en sus recuerdos? Quizás fuese una secuela del accidente o una forma de protegerse. Sabía que algo andaba mal en ella, pasaban cosas extrañas a su alrededor y la peor parte se la llevaba la gente que más amó. Quizás estuviese maldita o pagando una deuda de otra vida.

¡Déjate de tonterías! Se dijo a sí misma y se puso en pie al ver que el grupo de turistas, que se aproximaba hacia ella cámara en mano y sin las dichosas mascarillas. Hacía poco que habían dejado de usarlas y qué gusto daba.

La visita comenzó tranquilamente, tendrían dos horas de caminata para dar la vuelta a la zona, pero como sucede en todo primer día, nada saldría a pedir de boca. La mayoría de los asistentes se pasaban el tiempo con la vista pegada al teléfono, también estaba el típico pesado que por todo se quejaba y para rematar la jugada, tuvieron que detener la visita para buscar a un niño que se perdió, mientras sus padres se hacían un selfi junto a una de las cataratas.

En qué marrón te has metido, Hanna. Se dijo a sí misma la joven, mientras tranquilizaba a los padres del niño y llamaba por radio a los guardabosques.

Hanna se unió a los guardas en la búsqueda, mientras que su compañero, el que había acudido a su llamada, se llevaba a los turistas al punto de encuentro para que los padres del niño se tranquilizaran. La joven se adentró en la zona boscosa por un sendero cercano, algo tiraba de ella como un gran imán mágico. Jamás había perdido nada, tan solo tenía que pensar en aquello que quería encontrar y sin saber cómo con ello se topaba. Podía ver halos de luz alrededor de las personas, animales y cosas; por ello sabía que encontraría a ese niño más rápido que cualquier equipo de expertos que hubiese en la zona. Era como una brújula andante, y por ello, cuando llegó muy cerca del Lago Titisee, escuchó una voz pidiendo auxilio y echó a correr. Al llegar a los pies del lago, vio que el niño intentaba salir a flote, pero algo tiraba de él hacia abajo.

Hanna no se lo pensó dos veces, se quitó la mochila que llevaba sobre los hombros, las zapatillas deportivas sin desatar los cordones y saltó al agua como lo haría uno de esos vigilantes de la playa, que en los 90’s tanto lo petaban. Nadó a braza hasta llegar al niño, que se hundía rápidamente en aquellas aguas heladas, consiguió sujetarle por los hombros y tiró de él con fuerza para soltar la pierna que tenía atrapada. Tuvo que pedirle al pequeño que se calmase, porque no dejaba de agitarse y gritar que allí había algo que quería ahogarle. Cuando el niño estuvo a salvo en la orilla y Hanna se incorporó para dar los últimos pasos hasta llegar a tierra firme, sintió que una mano atrapaba su tobillo y volvía a meterla en el lago. El pequeño salió corriendo asustado y pidiendo ayuda a gritos, mientras la joven que le había salvado, se hundía y desaparecía en aquellas aguas sin dejar rastro.

 

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Hanna se hundía en las profundidades de aquel precioso lago en medio de la Selva Negra, y mientras lo hacía, pudo ver ante sus ojos, pequeños fragmentos de su corta y estresante vida. Aquellos recuerdos partían desde lo más próximo en el tiempo, hasta el más lejano recuerdo que en su mente pudo hallar. La cara de sus padres adoptivos y la de su hermana fallecida, le transmitieron mucha paz, estaba lista para morir en aquellas aguas sin saber qué demonios la arrastraba; pero entonces, recordó el accidente que tuvo junto a sus padres; aquello no podía ser real. ¿Los había matado ella? Aquel recuerdo debía estar equivocado.

De repente todo se nubló, el agua que la rodeaba luchaba ferozmente por inundar su garganta y por ello, Hanna no pudo soportarlo más; acabó sucumbiendo ante aquella fría y oscura parca, que la hizo perder el conocimiento hasta entrar en un profundo sueño. Mientras tanto, seguía descendiendo a gran velocidad hacia las profundidades de aquel lago, gracias a la criatura que tiraba de ella sin percatarse que había dejado de respirar.

Aquel ser de color azul, llegó hasta una grieta que había en el fondo del lago, se hizo un corte en la palma con una piedra afilada, que encontró a su alrededor, y tras dibujar un símbolo extraño con aquel líquido viscoso y verde que salió de su mano, apareció una luz blanca muy brillante, por la que el monstruo se coló arrastrando a Hanna, como si ésta fuese un saco de patatas.

Poco después volvió a salir por el mismo espacio, pero en otro tiempo más arcaico, donde los árboles lo cubrían casi todo y la luz de la luna llena, se reflejaba con gran vehemencia sobre las tranquilas aguas de aquel lago. La criatura cargó entre sus brazos a la joven, que permaneció inconsciente en todo momento y la dejó sobre la orilla con cuidado, junto a un símbolo dibujado con sangre, que horas antes había improvisado un apuesto guerrero para salvarse.

La ninfa se inclinó sobre la joven, puso su mano ensangrentada sobre el pecho de Hanna y eso hizo que inmediatamente la muchacha, abriese los ojos de golpe, al notar que el agua de sus pulmones se evaporaba. Sus plegarias habían sido escuchadas, no quería morir, ahora no, necesitaba saber si aquel sueño que había tenido sobre la muerte de sus padres, había sido solo eso, un sueño o algo más verídico. Se incorporó lentamente y se estrujó el pelo para quitarse el agua que le goteaba por la cara, estaba empapada. La ninfa se había ocultado y la observaba, pero la joven incauta de su presencia no se percataba. Se sorprendió un poco al no reconocer el lugar en el que se encontraba, obviamente seguía en la Selva Negra, pero aquella zona boscosa no recordaba que saliese en ninguno de sus mapas. Si intentaba salir de allí a esas horas, podría perderse aún más, por lo que decidió acampar junto al lago y descansar un rato, por si el equipo de rescate la estaba buscando.

— ¡Qué frío hace! — Se dijo a sí misma. — Aguanta un poco más, Hanna, que pronto estarás en casa viendo Amazon Prime y con tu querida batamanta.

Entonces se imaginó sentada en su pequeño sofá de color gris perla, frente a la chimenea y con el último libro que estaba devorando entre las manos: “Los Mundos de Diego”. Cuatro niños viviendo aventuras dentro de un mundo fantástico, creado por uno de ellos con poderes especiales. Criaturas extrañas y entrañables, otras peligrosas y bastante curiosas, pero sobre todo, una historia sin igual, que le recordaba a los sueños que tuvo de niña y en donde ella siempre era la protagonista. Con lo bien que estaría leyendo con su taza de chocolate repleta de malvaviscos y bien calentita en casa.

Miró a su alrededor y se sentó junto al tronco de un gran árbol, abrazando sus rodillas para mantener el calor del cuerpo al máximo. Entonces algo llamó su atención, cinco mariposas blancas bajaron desde la copa de ese mismo árbol y revolotearon por su cabeza como si estuviesen obsequiándole con una bella danza. La joven tiritaba de frío, pero aquello extrañamente la hizo entrar en calor; acto seguido, vio cómo las cinco mariposas formaban un pentagrama en el aire y desaparecían, poco a poco, entre la densa y oscura noche. Hanna respiró hondo, se sentía muy relajada después de aquel encuentro tan extraño, y lo más importante, sentía que por fin estaba a salvo; lo que la joven no sabía era que, aquellas mariposas mágicas, habían despertado al dragón que dormitaba en su interior, desatando un poder para el que Hanna no estaba preparada.

Y os preguntaréis, como es lógico. ¿Qué dragón puede habitar en el interior de una persona? Pues no os preocupéis, aquí hallaréis la respuesta que tanto anheláis.

Algunas brujas poseen un dragón en su interior, un espíritu guardián, que gracias a la magia draconiana, puede hacer que el poder de la bruja aumente considerablemente. En cierto sentido, podría decirse que es parecido a tener un tótem o animal protector, mezclado con ciertas pinceladas de magia del caos, en la que obtienes lo que deseas sin importar las consecuencias. ¿Y por qué decimos esto? Porque el dragón es un espíritu libre al que has enjaulado, y si lo liberas, puede resultar difícil manejarlo. La magia draconiana, al igual que la magia de sangre o la del caos, es una magia muy poderosa que no debe tomarse a la ligera, lo malo es que nuestra querida protagonista, no tiene ni idea de lo que se acaba de desatar dentro de ella.

La muchacha dejó que el hada de los sueños la atrapase con sus polvos mágicos, sin saber que por aquel mismo lugar vagaba un apuesto y oscuro mago, con el que más tarde o temprano, terminaría tratando.

Wolfgang llevaba horas caminando en la oscuridad, abrigado por la mágica luna llena que lucía en todo su esplendor. De repente, su frío y oscuro corazón, comenzó a latir con fuerza. ¿A qué se debía ese acontecimiento? Quizás, fuese culpa de cierto pacto hecho con magia de sangre o tal vez… a la presencia de cierta alma en las proximidades. Estaba a punto de salir del bosque y llegar a una aldea cercana, cuando algo le hizo mirar hacia atrás. No quería volver hasta ese maldito lago, aún no, por lo que siguió caminando en la dirección que había tomado en un primer momento, desoyendo a la voz de su interior que le pedía desandar el camino andado. Pero antes, se detendría en la taberna de aquel pequeño pueblo, porque estaba famélico.

— ¡Mesero, una jarra de cerveza caliente y la mejor carne que tengas! — Gritó al entrar con su uniforme rasgado y manchado de sangre en la taberna.

Se sentó en una de las mesas que había en un rincón y se quitó la capa que tanto le incomodaba. Aquella cabaña estaba hecha completamente de madera, grandes troncos cortados al milímetro y encajados unos con otros, formando una estructura bastante resistente a las inclemencias del tiempo. El interior era cálido y olía a cerveza y carne asada por todos lados. Una gran chimenea, junto a la que había varios hombres, jugando a un extraño juego, observaron con curiosidad al gran guerrero que ocupó la mesa junto a ellos. El mesero salió de su escondrijo y le llevó a Wolfgang todo lo que este le había pedido; pero apenas tuvo tiempo de marcharse, antes que aquel corpulento hombre se acabase toda la jarra y pidiese otra. Cuando terminó de comer, se quedó allí sentado reposando la comida durante varias horas; poco después seguiría rumbo hasta su hogar, donde sería alabado por haber vencido al enemigo en el campo de batalla y haber sobrevivido para contarlo. Aquello se convertiría en  una historia épica, una leyenda.

Entonces sintió algo extraño, una especie de fuerza invisible le obligó a levantar la cabeza y a mirar en dirección a la puerta. De repente entró una joven muy bella, de pelo castaño y ojos azul turquesa, gritando muchas incoherencias. ¿Qué diantres era un teléfono? ¿Y por qué tenía tanta urgencia por poseerlo? Sus ropas fueron lo que más llamó la atención de los hombres que había dentro de la taberna. ¿Desde cuándo una mujer lleva pantalones en su vestimenta? ¿Y esas botas anudadas?

—Fijo que es una bruja. Esta noche habrá hoguera en el pueblo. — Dijo Wolfgang, mientras bebía otro sorbo de cerveza y se retiraba hacia atrás la melena.

Pero al cruzar su mirada con la de aquella joven tan extraña, su corazón dio un respingo y comenzó a acelerarse de golpe, como momentos antes había ocurrido en el bosque. ¿Aquella bruja le había hechizado? Quizás fuese la presa idónea para pagar la deuda que había contraído en el lago, no perdía nada por intentarlo.

— ¡Una mujer en mi establecimiento! ¡Una bruja ni más ni menos! ¡Bruja! ¡Bruja! — Gritaba el dueño de la taberna.

— ¡No soy ninguna bruja! ¡Yo…! — Pero no estaba segura de que aquello no fuese cierto. Recordó la muerte de sus padres en aquel accidente. Cómo había deseado con todas sus fuerzas que la dejasen en paz, por no dejarla ir a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga; y entonces, recordó cómo aquel perro negro de ojos rojos, se apareció en medio de la carretera y el coche acabó en la cuneta.

Ella no quería, solo estaba enfadada, pero era una cría y no lo decía en serio. Pero por desgracia fue lo que pasó. Entonces recordó la muerte de su querida hermana. ¿También había estado implicada? Qué mala es la envidia, cuando por “h” o por “b”, pierdes tu infancia cuidando de tu hermana pequeña a la que todo el mundo mira. ¿Pero qué pasaba con la pobre Hanna? A ella todo el mundo la ignoraba.

—Es cierto, creo que lo soy. — Dijo en voz baja y se echó a llorar, mientras caía de rodillas y los hombres que había en la taberna, se disponían a su alrededor para apresarla.

Wolfgang no entendía lo que le sucedía con aquella bruja, quizás la ninfa del lago se la hubiese entregado en bandeja o puede que en parte se viese reflejado en ella. ¿Pero cómo? Sabía que era un gran mago, como su padre, pero siempre lo había ocultado, aunque esa maldita ninfa lo había descubierto al salvarlo. Su físico imponente era cosa de genética, pero ese magnetismo que los dioses le habían concedido, no era cosa del destino, sino obra de una magia roja muy poderosa, que sus padres utilizaron cuando a Wolfgang fueron a engendrar. Además, he de confesar, que era muy inteligente y sabio, pues manipulaba la mente de su adversario, antes de cualquier batalla.

— ¡Dejádmela a mí! — Dijo el guerrero, levantándose del asiento y acudiendo al lugar en el que se encontraba la bruja. —Hechicera, yo te daré tu merecido, cuando acabe contigo no quedará nada que darle a los cochinos. — Añadió y la cogió con fuerza del brazo, haciendo que se levantase del suelo.

—Tenga cuidado, señor. Las brujas pueden meterse en su cabeza y hechizarle con sus encantos. ¡No la mire directamente a los ojos o quedará atrapado! — Suplicó el tabernero, deseoso de perder de vista a la bruja.

—Al primer lugar que irá, será a mis aposentos y después la ahogaré con mis propias manos. No deben preocuparse, no volverá a molestarles. — Dijo Wolfgang tirando de ella y sacándola de aquel lugar.

La empujó hasta las afueras del poblado y cuando estuvieron los suficientemente alejados, le habló por primera vez desde que se habían encontrado.

—Eres una insensata. ¿Cómos se te ocurre reconocer que eres una bruja? Menuda novata. — Le dijo entre risas el guerrero.

— ¿Y a ti que más te da? Vas a violarme y a matarme. —

—Podría hacerlo, como botín de guerra nadie pondría pegas, y mucho menos, si se trata de librar al mundo de una bruja como tú, pero no lo haré, te acabo de salvar la vida. Deberías estarme agradecida. —

— ¿Agradecida por no matarme? Pues sí. ¿Pero por qué me salvaste? ¿Qué quieres de mí? —

—Quiero que seas testigo de mi gran bondad y hazaña, para contarles a los de mi poblado, el gran guerrero que te ha salvado, tras arrasar al enemigo en el campo de batalla. Nada más. —

—Vaya, después de todo la cosa no ha cambiado tanto. En tu tiempo hay influencers como en el mío, solo que aquí lo hacéis a la antigua usanza. —

— ¿El qué? Espera… ¿Tu tiempo? —

—Sí, por lo que puedo ver, he viajado en el tiempo al meterme en ese lago. Bueno, en realidad algo tiró de mí hacia las profundidades y me trajo hasta aquí, pero no sé cómo puedo regresar. Necesito tu ayuda. ¿Si te acompaño a tu poblado y doy fe de tus hazañas, me ayudarías a volver a casa? —

— ¿Qué lago? — Quiso saber intrigado Wolfgang.

—Uno que hay atravesando el bosque, ese que hemos dejado atrás. —

—Curioso, pero sí, tenemos un trato. Pero no puedes ir con esos harapos por aquí o me colgarán por ayudar a una bruja a escapar. Robaremos algo por el camino y te cambiarás. —

Y los dos siguieron caminando un buen rato, hasta encontrar una pequeña granja en la que, no había nadie a la vista. Wolfgang cogió una falda y una camisa, y se las entregó a la joven que intentaba buscar un lugar donde cambiarse y no ser vista.

—Una bruja pudorosa, lo que me faltaba por ver. —

—No soy una bruja, creo. No lo sé. — Se quejó la joven con la mirada perdida en el horizonte. — ¿Te puedes dar la vuelta? Gracias. —

Wolf se giró y Hanna comenzó a cambiarse, sin percatarse que su reflejo se reflejaba en el agua, que el guerrero con tanta atención observaba. Piel suave y pálida, le hubiese encantado probarla. ¿Por qué no la tomaba, si era lo que en esos momentos más deseaba? ¿Quién se lo impediría? Entonces su corazón volvió a dar un vuelco y se llevó la mano al pecho, cuando sus ojos se encontraron con los de la joven en el reflejo.

— ¿Me estabas espiando? —

—Me dijiste que me diese la vuelta y lo hice. —

— ¡Eres un degenerado! —

— ¿Un qué? Supongo que no es nada bueno, pero mejor que no sepas lo que se me pasó por la cabeza hace un momento. — Dijo Wolf antes de volver a ponerse en camino, seguido de cerca por la joven, que mantenía cierta distancia con su nuevo compañero de travesía porque no se fiaba.

 

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Anduvieron por aquel camino de tierra durante varias horas, cosa que a Hanna le pareció una eternidad. Por suerte para ella, aquella falda larga tapaba sus deportivas lo suficientemente como para pasar desapercibida; pero lo malo era, que se tropezaba sin parar.

 

Parezco un pato mareado andando con estos faldones. Dijo la joven, remangándose un poco la vestimenta.

Aguanta un poco más, pronto llegaremos a un pueblo y allí podremos robar algún calzado apropiado para deshacernos de esas botas tan extrañas. Respondió Wolf.

¿Extrañas? Puede que lo sean en tu época, pero son súper cómodas. Te dejaría probártelas, pero dudo que esas albarcas que tienes por pies, puedan coger en un 37 como el que yo tengo. ¿Qué calzas, un 46 por lo menos? Podrías dormirte de pie y no te caerías, eso seguro.

Jajajajaja. Se rió Wolf sin parar, aquella genialidad había calado hondo en su oscuro corazón. Jamás escuché nada tan gracioso, mujer.

Pues no soy considerada una buena humorista en mi época.

¿Las gentes de tu tiempo no tienen sentido del humor?

Sí, creo, últimamente no estoy muy puesta en el tema, con eso de la pandemia…

¿Pandemia?

En resumen, hubo un virus muy malo que nos mantuvo a todos en casa encerrados y lo pasamos muy mal, pero por suerte eso ya pasó.

Al fin y al cabo mi mundo no es tan distinto del tuyo, pero seguro que esto te acaba gustando, ya lo verás.

Este sitio es precioso, no me malinterpretes, pero eso que quieran quemarme en la hoguera por bruja… al menos en mi época eso ya no pasa.

¿Cómo? ¿No hay brujas en el lugar del que procedes?

Sí las hay, aunque las realmente buenas son difíciles de encontrar; aunque si pones la televisión a las tres de la mañana, te salen hasta debajo de las piedras.

¿Qué es la “televisión”?

Mira, déjalo, es muy largo de explicar. ¿Qué es eso? Dijo Hanna, señalando al final del camino.

¡Maldición! Será mejor que nos escondamos. Le dijo a la joven, mientras tiraba de ella hasta internarse en el bosque y ocultarse tras unos arbustos; ambos se agacharon y él se colocó a su espalda, tapándole la boca con una mano, mientras con la otra le rodeaba la cintura para que no se levantara. No digas nada.

 

Varios hombres montados a caballo y con los uniformes hechos jirones, volvían a casa heridos con el ánimo por los suelos. Se notaba que su bando había perdido y por la reacción que Wolf había tenido, no hacía falta ser muy observador para darse cuenta  que se trataba del enemigo. ¿Por qué no se enfrentaba a ellos? Su bando había ganado, deberían respetarlo porque ahora tendrían que trabajar bajo su mando. ¿O la cosa no funcionaba así? A Hanna le empezaron a surgir miles de preguntas con las que torturaría más tarde al apuesto guerrero, en cuanto fuese posible. Pero entonces se percató de que sus cuerpos estaban demasiado juntos, los pectorales súper definidos de Wolf se pegaban a su espalda y aquellos enormes brazos que la rodeaban, parecían una inmensa anaconda envolviendo a su presa antes de devorarla. El olor de su piel era embriagador, olía a una mezcla extraña de leña quemada, cerveza y carne asada; por ello Hanna comenzó a sentir mucho calor, tanto que sintió cómo su cuerpo se encogía poco a poco, para evitar que sus cuerpos se rozaran, ya que no soportaría por mucho más tiempo ese arduo deseo que la devoraba por dentro.

Wolf por su parte, pensó que la bruja tenía frío al verla encogerse cada vez más, por lo que se acercó más a ella para reconfortarla; pero de pronto su corazón volvió a palpitar con fuerza, al reconocer el alma de la joven hechicera. Puso su nariz sobre el pelo de Hanna y olió su perfume hecho a base de orquídeas y lavanda, dos de las flores que más le gustaban; su piel era tan suave como las sedas más caras y se moría de ganas por acariciarla. Aquella situación les hizo perder la noción del tiempo y la noche se les echó encima, pues aunque la comitiva hacía rato que se había perdido de vista, ninguno de los dos se movía.

 

Creo que ya podemos salir, esos hombres se marcharon hace rato. Intentó decir Hanna, pero apenas se la entendía nada porque seguía teniendo la boca tapada.

¿Qué? Sí, será mejor que sigamos nuestro camino, aún queda una larga caminata hasta el pueblo más próximo. Y entonces se separó de ella, se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse del suelo. ¿Tienes frío? Dijo al ver a la joven abrazarse a sí misma para entrar en calor.

Un poco. Contestó ella con la mirada baja, no quería mirarle a los ojos, tenía miedo de perderse en ellos y caer en sus encantos.

 

Pero Wolf no le temía a nada ni a nadie, por lo que levantó la barbilla de la joven con el dedo índice de su mano derecha, e hizo que sus miradas se encontrasen, sin saber que aquello lograría desarmarle.

 

Tienes los labios morados, estás muerta de frío. Toma mi capa. Le dijo sin creerse sus propias palabras. ¿Desde cuándo le importaba aquella muchacha?

Gracias. Alcanzó a decir Hanna en medio de la tiritona. ¿Cómo era posible que tuviese tanto frío de repente? Hasta hace solo un instante, cuando estaba entre los brazos de aquel guerrero, se sentía ardiendo de deseo y de repente… el infierno se congela y a ella le castañean los dientes.

 

Continuaron caminando mientras la noche se les echaba encima y el frío les calaba los huesos, por eso, pocos minutos después, Wolf recordó que había un lugar en el que poder pasar la noche sin correr riesgos.

 

Creo que por aquí cerca había unos establos abandonados, podremos pasar allí la noche. Dijo Wolf de repente.

Por cierto, no sé si te lo he dicho ya, pero me llamo Hanna.

Yo soy Wolfgang, un placer inmenso, señorita.

 

Llegaron poco después a los establos, se notaba que estaban abandonados porque la granja a la que pertenecieron hacía tiempo, había sido pasto de las llamas y no quedaba apenas nada. Encontraron un poco de heno para apilar y no dormir sobre el frío suelo, por ello Wolfgang lo dejó todo listo y se recostó cómodamente sobre el lecho. Entonces, dio unas palmaditas al trocito libre que quedaba junto a él, para que Hanna lo ocupase y juntos se calentasen, pero la joven no lo tenía tan claro y rehusó la invitación que le hizo el mago.

 

Vamos, mujer. ¿Quieres morir de frío? Yo te daré calor.

Eso es lo que me preocupa, que me des más calor del que necesito. Gracias, pero creo que estaré bien, paso.

¿Estás segura? Estás congelada.

 

Y tenía razón, aquella capa ayudaba, pero se les estaban congelando las neuronas y estaba demasiado cansada para plantar batalla.

 

Está bien, pero las manos quietas. Dijo Hanna, tumbándose muy cerca de Wolfgang, pero dándole la espalda para evitar que sus miradas se encontraran. Hacer la cucharita no era la mejor idea que había tenido, pero peor sería tener esos pectorales de infarto tan cerca y respirar ese aroma que la hacía perder la cabeza; le iba a costar bastante mantenerse alejada de ese hombre en aquel lecho tan pequeño, pero debía intentarlo por todos los medios.

 

Wolfgang intentaba reprimirse. ¿Por qué lo estaba haciendo? Siempre tomaba lo que quería en cualquier momento. ¿Qué le pasaba con esa bruja? ¿Acaso le había hechizado de verdad o sería cosa del pacto que con la ninfa había sellado? Aquel olor le estaba volviendo loco, no podía pegar ojo y mucho menos cuando su corazón volvía a latir con tanta fuerza, tanta, que hasta sobresaltó a la joven que se giró de inmediato al notar aquel sonido tan extraño.

 

¿Qué fue eso? Preguntó Hanna, tras sentarse y girarse para hablar con Wolf cara a cara.

Mi corazón. Es extraño, pero cada vez que te siento cerca se desboca.

No me puedo creer que estés intentando llevarme al huerto con esa frase tan anticuada. Aunque claro, para el año en el que estamos, debe ser la última moda. Por cierto, ¿en qué año estamos?

1356 ¿Por qué?

¿En serio? ¡Vaya! No me lo habría imaginado.

Y no quiero llevarte al huerto, ya estamos en un granero. Añadió el guerrero entre risas.

Ja, ja, ja. Qué gracioso. Te da igual, porque eso conmigo no funciona.

 

Y de repente, Hanna vio cómo un polvo brillante parecido a la purpurina que usaban en las fiestas, caía sobre ellos y se les quedaba impregnada por todo el cuerpo. Entonces comenzó a sentir ese mismo calor que había sentido en el bosque, miró a Wolf a los ojos y sin pensárselo dos veces se lanzó sobre él. Aquel hombre no se quejó, al contrario, la esperaba con los brazos abiertos de par en par, y entre besos y arrumacos varios, terminaron sucumbiendo a los deseos de la carne, gracias al polvo que ciertas hadas habían soltado a propósito para embaucarles.

He de decir, que esto no estaba planeado por la ninfa, no vamos a echarle la culpa a ella de todo lo que pase. Aquel granero había sido incendiado por sus antiguos dueños, no por la guerra como todo el mundo pensaba, ya que era el hogar de ciertos duendes y hadas, que desataban el libertinaje cada vez que juntos trabajaban. La magia sexual hace que se acumule mucha energía y los duendes la aprovechan para crear piedras preciosas, mientras las hadas usan ese polvo que se genera al crear las piedras, para dar vida a todas las cosas. Por ello, surgió esta sociedad de hadas y duendes tan extraña, que a más de una pareja se la han liado parda; pero por mucha magia que se use, jamás podrán hacer que surja un sentimiento de la nada. Si no hay una semilla que regar, la planta no florecerá.

Tras pasar la noche en vela, saciando sus más oscuros deseos, ambos amanecieron desnudos y abrazados cual pareja de enamorados. No hay palabras para describir las caras que pusieron al abrir los ojos y ser conscientes de lo que había pasado, por ello se vistieron en silencio y no pronunciaron palabra en lo que restó de la mañana. Les quedaba poco para llegar al pueblo de Wolfgang, donde éste sería recibido con los brazos abiertos y agasajado durante el resto de los tiempos. Sabía que debía cumplir su palabra y llevar de vuelta a la joven a su casa, ¿o debía entregársela a la ninfa para recuperar su alma? ¿Sería capaz de hacerlo? Claro que sí, aquella mujer no le importaba absolutamente nada, tan solo era una más de las que habían pasado por su cama. ¿O quizás se equivocaba?

 

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Al final del camino, pudieron divisar por fin el pueblo de Wolfgang. Podrían descansar en un lecho como es debido y comer hasta saciar su apetito. O eso era lo que ellos se imaginaban. Al llegar al pueblo no había nadie en las calles, cosa que extrañó al mago, pues su pueblo siempre había sido muy sociable con los extraños.

 

Aquí ha pasado algo. Tú, mujer. ¿Qué sucede que no salís a recibir a un héroe? Le preguntó a una señora que se asustó al verle y se metió en casa dando un portazo sin mediar palabra con aquellos extraños.

¿Este era el recibimiento que tanto esperabas? Preguntó Hanna con sarcasmo.

Algo va mal, lo presiento.

— ¡Por fin ha vuelto el hijo pródigo! Se escuchó decir a una mujer a su espalda.

 

Al girarse, vieron a un hombre muy corpulento, de esos que se pasan media vida en el gimnasio, levantando pesas y enamorado de su reflejo; aunque en esa época no existían los gimnasios como tal, y los hombres entrenaban sus cuerpos levantando piedras o arando el terreno. La mujer en cambio era hermosa, tenía al igual que el hombre los cabellos negros y ojos grisáceos, pero su figura en cambio era esbelta.

 

Al fin veo unas caras que me resultan familiares. ¿Qué ha pasado aquí? Preguntó Wolfgang.

La guerra, amigo. Hace un tiempo fuimos invadidos por el enemigo y cuando por fin nos liberaron, llegó un grupo de extraños y nos hizo mucho daño. Respondió el hombre corpulento.

¿Quiénes? ¿Cómo pudieron contigo, amigo? Eres el hombre más fuerte que he conocido, después de mí, claro está.

A mi hermano y a mí nos pillaron fuera del pueblo, no lo vimos venir. Pero no te preocupes, todo a su debido tiempo. ¿Quién es la mujer que te acompaña? ¿Ya te olvidaste de los buenos ratos que pasamos juntos antes de la batalla? Añadió la mujer de ojos grises, mientras miraba a Hanna de arriba abajo, celosa por haber pasado a ser el segundo plato.

Claro que no me he olvidado de ti, querida, pero sabes que no soy hombre de una sola mujer. Esta es Hanna, me acompañó para dar fe de mis hazañas, pero después he de acompañarla de nuevo a su casa.

¿Acaso te comió la lengua una alimaña? Habla mujer, no seas tímida. Insistió el gigantón.

Hola, me llamo Hanna y sí, soy testigo de las batallas a las que se enfrentó aquí el susodicho.

¿De dónde la has sacado? Habla de forma extraña. Dijo el grandullón, mientras se echaba a reír.

No seas maleducado, hermano. Será mejor que os llevemos a la taberna donde podréis reponer fuerzas, estaréis cansados.

 

Tanto Wolf como Hanna, siguieron a los dos hermanos hasta el centro del pueblo, aunque Hanna no tenía un buen presentimiento. Desde que había llegado a ese tiempo, sintió que algo se había despertado en su interior, y recordando lo que pasó en aquel granero… Tenía claro que no sería nada bueno. Entonces sintió un escalofrío y aquel hombre se dio cuenta. Hanna cerró los ojos y algo se movió dentro de ella, una fuerza difícil de apaciguar, un calor intenso imposible de sofocar. De pronto, se vio a sí misma sobre un altar de piedra, junto a Wolf, que estaba inconsciente a su lado, rodeados por un montón de antorchas, decenas de hombres encapuchados y los dos hermanos. La luna llena alumbraba en todo lo alto y aunque ya había comenzado a menguar, aún seguía siendo como un gran foco entre millones de estrellas sobre un fondo negro aterciopelado. Qué bonito estaba el cielo con todas esas luces encendidas en el firmamento, allí no había contaminación ni aviones alzando el vuelo, tan solo paz y… ¿fuego? ¿De dónde provenía? Lo último que vio antes de volver a la realidad en la entrada de la taberna, fueron dos ojos amarillos y unos afilados colmillos sobre ella. 

¿Estás bien? Preguntó el grandullón.

Sí, solo estoy cansada. Respondió Hanna, sin comprender nada.

Será mejor que comáis algo. ¡Mesero, trae una jarra de tu mejor vino y algo de carne para acompañar! Gritó la joven de ojos grises, mientras obligaba a Hanna a sentarse junto al fuego en una pequeña mesa con cuatro sillas de madera.

 

Aquella mujer era muy fuerte, para ser tan menuda, pensó Hanna que por cierto, no tenía hambre, cosa rara en ella, pero aquella situación la tenía tan tensa que la boca del estómago se le había cerrado por completo. Pero sí bebió un poco de vino para saciar la sed, no como Wolf, que comió y bebió por él y por un regimiento, pues estaba hambriento. ¿Cómo quemaba todo aquello? Se preguntó Hanna, pero recordando la pasada noche en el granero, tuvo claro en qué empleaba el guerrero todo su… esfuerzo. De repente volvió a sentir una inquietud en su interior y un calor abrasador, la vista comenzó a nublarse y se desplomó sobre la mesa, derramando el vaso de vino sobre ella.

Unas horas más tarde, abrió los ojos poco a poco y vio el mismo cielo estrellado en el que anteriormente se había fijado. Giró la cabeza y observó a Wolfgang, que aún tenía los ojos cerrados y permanecía inmóvil a su lado. ¿Estaba teniendo un deja vu? Volvió a girar la cabeza, pero esta vez en dirección contraria y pudo ver las antorchas y la gente que los rodeaba. ¿Qué demonios estaba pasando?

 

Gracias por llegar a tiempo para el sacrificio, la luna aún sigue llena y estamos a tiempo de oficiar la ceremonia.

¿Sacrificio?

Sí, bruja. Sabemos que lo eres, tu sangre huele a kilómetros. Y Wolfgang también lo es, todo el mundo conoce el pacto de sangre que hicieron sus padres para concebirle, aunque se haya mantenido en secreto todo este tiempo. Necesitamos dos brujos para el ritual de apareamiento, así nuestro clan se hará invencible. Confesó aquel hombre extraño de ojos grises.  

¿De qué demonios hablas? Quiso saber Wolf, tras abrir por fin los ojos.

¿Te acuerdas del grupo del que te hablé? ¿Esos hombres que vinieron al pueblo tras la liberación? Eran licántropos, masacraron a buena parte del pueblo, pero a los demás, nos convirtieron en seres oscuros como ellos. Llevamos tiempo esperando a cumplir la profecía, en la que dos lobos y dos brujos se unirán bajo la luna llena para crear una camada invencible y esta noche lo llevaremos a cabo. Confesó la mujer de ojos grises.

Tía, tú estás loca de remate. ¿Sabes que esas leyendas no tienen ni pies ni cabeza? Además, siempre hay que leer la letra pequeña, pues seguro que hay un “pero” en alguna parte. Añadió Hanna, mientras le daba la espalda a Wolf y le hacía un gesto para que se soltase de las cuerdas que los apresaban, mientras ella los distraía. ¿Pero cómo?

Wolf miró sus manos, aquellas cuerdas estaban bien sujetas a sus muñecas y tenía los brazos por encima de su cabeza. De repente, la mujer de los ojos grises se subió a la roca y se sentó sobre las caderas de Wolf, cosa que a Hanna no le gustó. Aquella mujer comenzó a acariciar la cara del guerrero y después bajó las manos por su cuello, hasta llegar a su torso, donde empleó gran parte de su fuerza para desgarrar las ropas que llevaba y dejarle con los pectorales al descubierto. Aquel cuerpo tostado y musculado, no pasó desapercibido para ninguna de las damas que había allí presentes. Hanna tuvo ganas de arrancarle la cabeza a la loba que tenía justo al lado, pero notó una mano en su vientre y eso la sacó de su ensoñación; pues el gigantón estaba levantando su camisa y rozando su piel con la punta de los dedos.

 

Este ritual sí que lo voy a disfrutar, no como el otro. ¿Sabes? Para convertirnos en licántropos tuvimos que sufrir una auténtica agonía, la primera luna llena en la que se te desencajan todos los huesos y la piel se te cae a tiras… Muy pocos llegan a soportar tal tortura. Confesó el grandullón.

 

De repente Hanna vio cómo las pupilas grises de aquel hombre que se estaba echando encima suya, se volvían amarillas al igual que en su sueño. Porque, había sido un sueño, ¿verdad? Entonces sucedió algo extraño, Hanna comenzó a sentir mucho calor en su interior, un fuego abrasador que la devoraba por dentro y que la hizo reunir las fuerzas necesarias para romper las cadenas que la apresaban; y no me refiero a las cuerdas que rodeaban sus muñecas y la mantenían anclada sobre aquella losa de piedra, sino a la magia que había permanecido dormida en su interior durante tanto tiempo, y que ahora luchaba por salir, arrasando todo lo que se encontraba a su paso.

Y sus ojos se volvieron rojos como el mismo infierno, de su boca salió una luz cegadora que iluminó el cielo y su cuerpo comenzó a convulsionar. Todos se apartaron de su lado, menos Wolf, que seguía atado junto a ella en la piedra. ¿Acaso la joven se estaba ahogando? Parecía que así era, recordaba a los gatos cuando sueltan las bolas de pelo, pero en lugar de un matojo asqueroso, escupió una pequeña bola color sangre con dos rubís por ojos. Aquel animal desplegó las alas y comenzó a sobrevolar el terreno. ¿Eso era un dragón? ¿Demasiado picante en las comidas, quizás?

Aquel animal planeó sobre la cabeza de los lobos, obligándoles a echar el cuerpo a tierra, se posó sobre la losa de piedra y echó su aliento de fuego sobre las cuerdas que apresaban a Hanna y Wolf, sin llegar a quemarles las manos; para acabar de nacer estaba bien entrenado.

Wolf ayudó a Hanna a levantarse y salieron corriendo, aprovechando la confusión del momento, mientras el pequeño dragón prendía fuego a todo a su paso y más tarde, se reunía con ellos en el camino de vuelta al lago; la ninfa podría ayudarles con el problema que tenían entre manos; o eso pensaba Wolf , sin recordar que tendría que tomar una difícil decisión.  Robaron dos caballos y espantaron al resto, debían tomar distancia antes que los licántropos que escaparon del fuego alado, se reagrupasen y fuesen tras ellos.

Estoy cansada. Dijo Hanna, tras varias horas de travesía y mientras el amanecer les sorprendía.

Lo sé, pero no podemos detenernos, tienen nuestro rastro y siento que están cerca. Añadió Wolf, mientras encabezaba la huída.

De pronto vieron un águila sobre sus cabezas y justo cuando el animal estaba a punto de descubrir su localización, pues había sido entrenado por el enemigo para ser sus ojos y oídos, el pequeño dragón que había escapado de Hanna, lo fulminó con una ráfaga de fuego azul que salió de su garganta. Wolf hice que su caballo fuese más rápido para interceptar al animal chamuscado que caía en picado, y vaya si lo logró, menudos reflejos tenía el apuesto guerrero/ hechicero.

Ya tenemos el desayuno. Añadió, mientras arrancaba una pata a su presa y la lanzaba al aire para que el dragón la cogiera, sin dejar de cabalgar ni un solo momento.

Hanna sintió lástima del pobre animal, los adoraba, pero su estómago rugió con tanta fuerza, que no pudo rechazar el pedazo de ala que Wolf le entregaba.

Sabe a pollo. Dijo, tras escupir la única pluma que le quedaba al pobre bicho y que por poco se traga.

Acelera o nos alcanzarán.

No puedo más, estoy agotada. Dijo la joven y de repente su visión se nubló y cayó del caballo.

Wolf se detuvo y de un salto descendió de su montura, se acercó a Hanna, que permanecía tendida en el suelo y se arrodilló junto a ella y la abrazó; de pronto, sintió que algo se les acercaba, miró a los cielos y vio al dragón descender en su dirección como un proyectil envuelto en llamas. Wolf tuvo que apartarse de la joven, cayendo de culo al suelo, pues el dragón entró en ella a través de su pecho. Poco después Hanna abrió los ojos, eran iguales a los del dragón, pero poco a poco volvieron a su color natural, en cuanto la joven pudo volver a respirar.

 

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El mago se quedó sin palabras, jamás había visto tal destreza en la magia. No sabía que fueses una hechicera tan poderosa. ¿Cómo hiciste eso? Preguntó Wolf sorprendido.

No lo sé. De repente empiezo a sentir un calor intenso y pierdo el control, no sé cómo lo hago ni por qué, pero nos ha salvado la vida hace unas horas. Respondió Hanna, mientras se levantaba del suelo con la ayuda del mago, guerrero y súper sexy hombre que tenía en frente.

Tu caballo se ha espantado, tendremos que cabalgar en el mío, ya estamos cerca, debemos darnos prisa. Añadió subiendo a su montura y tendiéndole la mano a la joven para ayudarla a subir junto a él.

 

Mientras cabalgaban a toda prisa por aquel camino de tierra mojada, Hanna se agarró fuertemente a Wolf para no caerse y pegó la cara a su espalda; aquel olor la embriagaba. El guerrero por su parte, tuvo la tentación de frenar el caballo y darse la vuelta, para tomar allí mismo a la joven que le apresaba la cintura con fuerza, pero sabía que si lo hacía, los licántropos les atraparían y les obligarían a cumplir con el ritual macabro que había planeado. Nadie iba a ponerle una mano encima a Hanna, sólo él.

Cabalgaron durante media hora más, aproximadamente, y llegaron al principio del bosque donde residía la ninfa. Aún les quedaba un buen trecho a pie, pero tenían motivación  suficiente, pues los licántropos habían llegado poco después al mismo lugar y estaban a punto de darles caza.

 

¡Corre! Dijo Wolf, mientras tiraba de Hanna con todas sus fuerzas.

— ¡Ya lo hago, tú eres más alto y das zancadas más largas! Se quejó la muchacha, que estaba a punto de echar el corazón por la boca.

 

Al llegar al lago, Hanna tropezó y cayó al suelo, justo a los pies de aquella masa de agua cristalina; Wolf se puso delante de ella para escudarla frente a los licántropos, pues el más grande de los gemelos, salió de la maleza de un salto y aterrizó con las rodillas en el pecho del mago. Otros tres hombres y la loba de ojos grises los rodearon, Hanna se levantó del suelo y sintió cómo su dragón peleaba por salir de nuevo; quería protegerla y no sabía cómo frenarlo.

La joven echó la cabeza hacia atrás, puso los brazos en cruz y al abrir la boca, aquella bola roja envuelta en una luz cegadora, salió disparada hacia el cielo. Los licántropos tuvieron que cerrar los ojos por un momento, ocasión que aprovechó Wolf para acabar con su oponente, rompiéndole el cuello. Acto seguido se levantó y se colocó junto a Hanna, que había vuelto en sí, mientras su dragón sobrevolaba el bosque, y en especial, al mago que la acompañaba.  ¿Por qué?

Y entonces, mago y hechicera, se cogieron de las manos y cerraron los ojos, porque tenían claro lo que ocurriría a continuación; el dragón, comenzó a descender rápidamente y soltó su característico fuego azul, arrasándolo todo a su paso.

 

¿Estamos muertos? Preguntó Hanna, aún con los ojos cerrados.

No, creo que no. ¿Qué ha pasado? Preguntó el guerrero.

 

Al abrir los ojos, vieron cómo una cúpula de agua los rodeaba y se desvanecía al igual que los últimos rescoldos de fuego, que quedaban en las inmediaciones.

 

A ver si tenemos más cuidado, que este es mi bosque. Dijo la ninfa, que había salido del lago para evitar que acabasen con todo el bosque de la Selva Negra.

Lo siento, no era mi intención, pero es que no puedo controlarlo. Se disculpó Hanna con la mirada baja.

Tranquila, Hanna, nosotras te enseñaremos a manejarlo como es debido. Ahora pídele que vuelva a ti.

¿Cómo?

Tan solo debes  imaginar que vuelve a entrar en ti y lo hará, estáis conectados mentalmente, porque él es parte de ti.

 

Hanna hizo lo que la ninfa le dijo, bajo la atenta mirada de Wolf, que no perdía detalle a lo que estaba pasando. El apuesto mago, había recordado de repente el pacto que tenía con la ninfa y sintió que algo en su interior había cambiado. No quería entregar a Hanna a cambio de su vida. ¿Qué le estaba pasando? Cuando el dragón volvió a entrar en la hechicera, él no pudo aguantar más y le preguntó a la ninfa si podía echarse atrás en el acuerdo que habían llegado.

 

No puedes, un pacto de sangre no se puede romper.

No entiendo nada. Dijo Hanna un poco perdida.

Ella está enamorada de ti, lo noto, has cumplido tu parte, por lo que podrás tener una vida plena y feliz, pero sin ella. Añadió la ninfa.

¿Alguien me cuenta lo que está pasando? Quiso saber la joven y la ninfa le respondió.

El mago que tienes ante ti, hizo un pacto conmigo a cambio de su vida, me entregaría a la primera joven que se enamorase de él, para convertirla en una ninfa.

Vale. ¿Y quién es esa joven enamorada? ¿Yo? Nooo. Añadió Hanna entre risas.

Lo estás, aunque lo niegues, puedo leer en los latidos de tu corazón.

¿De verdad me has traído aquí para eso?

No, te lo puedo asegurar. Al principio de conocerte, reconozco que lo vi claro, pero después de la noche que pasamos en el granero y el haber pasado tiempo junto a ti, me han hecho darme cuenta que no quiero que esto se acabe nunca. Te quiero. Se disculpó Wolf, suplicando desesperado su perdón.

 

Hanna tenía sentimientos encontrados, por una parte, estaba enfadada por haber sido vendida a una criatura del bosque y engañada por aquel guerrero, mago y apuesto hombre, que la sacaba de sus casillas; y por otra parte… En ese preciso momento, se dio cuenta que ella también lo quería. ¿Cuándo había sucedido? ¿Cómo? Entonces sintió cómo una mano la atrapaba del tobillo y la arrastraba hacia el lago. ¿Otra vez? Aquello ya lo había vivido antes. Wolf se metió en el lago tras ella y la cogió de la mano, no quería soltarla, pues hacerlo, supondría perderla para siempre en aquellas aguas.

Y de pronto todo se detuvo, menos el mago que parecía perplejo. Hanna, la ninfa, los pájaros, la brisa, todo excepto él, se habían quedado congelados. ¿Qué estaba pasando?

Escuchó un ruido extraño, como el de unas ramas resquebrajándose y miró a su espalda, el lugar del que provenía aquel sonido; allí, en medio del bosque calcinado, se alzaba un gran roble blanco con una puerta justo en el centro, que comenzó a abrirse muy lentamente, como si le costase un triunfo hacerlo. Del interior del árbol, salió una mujer de orejas puntiagudas, con el pelo hasta la cintura de color rosa palo y un vestido color turquesa de gasa, que llegaba hasta sus pies descalzos. Tenía los ojos color verde esmeralda y los labios de un tono morado con destellos dorados. La elfa, se acercó al lago y sonrió al ver al guerrero tan impresionado.

 

La amas de verdad. ¿No es así?

¿Puedes ayudarme? No me la arrebates, ella me hace querer ser mejor persona.

Lo sé, soy la guardiana del árbol del conocimiento y estoy aquí para ofrecerte un trato.

¿Otro? No sé si fiarme. Dijo Wolf, receloso.

Podréis estar juntos, si venís conmigo. Ella es una gran hechicera y tú tienes mucho potencial como mago, la sangre de tus padres era muy especial, pues tu madre era mitad elfa, como yo.

¿Qué? Wolf no daba crédito a lo que estaba escuchando.

Si aceptas mi oferta, viviréis juntos, felices y en armonía, seréis instruidos en las artes mágicas y podréis ayudar a los demás con vuestros dones. Tendréis una larga y próspera vida.

 

Wolf miró a Hanna, la joven tenía las manos extendidas hacia él y varias lágrimas en los ojos, que habían quedado detenidas en su rostro por culpa de la magia. Se acercó a ella y al tocar una de esas lágrimas, ésta volvió a la vida y completó su trayectoria hasta perderse en la comisura de sus labios. Respiró hondo y no se lo pensó dos veces, aceptó la oferta que la elfa le había propuesto, sin apartar la vista de los ojos de la joven a la que amaba ni un solo momento. La elfa alzó las manos al cielo y Hanna volvió en sí, todo lo demás permanecía inmóvil, excepto Wolf, ella y aquella criatura extraña que estaba frente a un árbol blanco, que había aparecido de la nada.

 

¿Qué sucede? Preguntó la joven extrañada.

¿Me quieres? Preguntó él.

¿Cómo? La había pillado por sorpresa aquella pregunta tan directa.

Yo te amo y esa elfa nos da la oportunidad de vivir juntos una vida plena. Nos ayudará a manejar nuestros dones y podremos hacer algo bueno con ellos. ¿Aceptas pasar el resto de tu vida conmigo?

¿Me amas? Preguntó en voz alta la joven, pues no daba crédito a sus palabras, y cuando vio que el mago asentía con la cabeza, una sonrisa apareció en su rostro y lo iluminó todo. Hanna se lanzó a sus brazos y le colmó de besos, por fin estaba en casa, en los brazos de aquel hombre al que amaba.

Hanna aceptó la propuesta y juntos entraron en el roble blanco de la mano, justo detrás de la elfa que les iba guiando. Cuando el árbol se cerró y desapareció, la ninfa volvió a su estado normal, sin saber lo que había pasado. ¿Dónde estaba aquella hechicera? ¿Cómo había escapado de su agarre? Entonces lo supo, fue como una idea que llega de repente y se instala certeramente en tus pensamientos, una sensación de serenidad inundó todo su cuerpo. Hanna y Wolf estaban juntos, justo como ella había planeado desde el principio. ¿Quién habría sido? ¿Quizás la elfa que tan bien conocía o alguna otra criatura mágica? Eso no importaba, tan solo el amor que esas dos almas a través del tiempo se procesaban.

 

FIN