viernes, 16 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 5. El fin de los días


-No voy a ser capaz de hacerlo. Tiemblo solo de pensarlo.- Dijo Amaia nerviosa.
-Tranquila, estaremos contigo al otro lado de la puerta.- Respondió Jorge.
-Chicos, yo… Lo siento, pero tengo demasiado miedo. Sé que fue culpa mía, yo dije de jugar con esa estúpida tabla, pero, no puedo. Además, no serviría de gran ayuda.- Dijo Patricia antes de salir corriendo sin mirar atrás. 
-Bueno, no me extraña que salga por patas, aunque yo no lo haría.- Añadió Amaia, bastante decepcionada con la que se suponía era su amiga. 
-Ya sabes cómo es esto, en los malos momentos es cuando realmente sabes quiénes son tus amigos. Y estaba claro que ella solo estaba con nosotros por el interés. Pero ahora da igual, tú céntrate en lo que tienes que hacer y si tienes problemas grita.- Le dijo el joven, mientras le acariciaba el rostro para infundirle fuerzas.
-¿Y si no puedo gritar? Antes me cogió del cuello y por poco me ahoga y no lo cuento.- Se quejó.
-He pensado en eso.- Añadió Jorge, mientras le cogía las manos a Amaia y le entregaba una pequeña campanilla. –Si lo necesitas, hazla sonar y yo vendré corriendo.- 
-Mi caballero de brillante armadura.- Se rio la joven para quitarle hierro al asunto. 
-Eres lo suficientemente fuerte y lista como para enfrentarte tú sola a ese monstruo y salir victoriosa. No necesitas ningún príncipe azul, pero si quieres un escudero, estaré ahí siempre que me necesites.- Confesó antes de marcharse y esperar junto a la puerta impaciente a que Amaia cayese dormida. 
Los nervios no la dejaban pegar ojo, pero la comodidad de aquella gran cama y la escasez de sueño de los días previos, fueron más fuerte que su voluntad de continuar despierta y cayó en trance. 
Se vio tumbada en la misma cama y en la misma habitación. ¿De verdad estaba soñando o seguía despierta? De repente, un ruido la hizo desviar la mirada hacia el marco de la ventana, donde vio una garra sujetarse en el alfeizar y después otra. Los ojos brillantes de la criatura hicieron su aparición y en ese momento fue consciente de la verdadera atrocidad con la que había yacido en contra de su voluntad. Intentó levantarse y salir corriendo, pero su cuerpo no le respondía. Quiso gritar con todas sus fuerzas, pero la voz no le salía. Cerró los ojos con tanta fuerza, que comenzó a ver luces blancas en el fondo de sus párpados. 
-Esto no es real, no está pasando.- Se dijo a sí misma, hasta que sintió un gran peso encima que a penas la dejaba respirar. Estaba indefensa, no podía moverse, ni gritar, solo podía… ¡La campanilla!
Agitó la campanilla como si le fuese la vida en ello, y aunque no sabía si surtiría efecto, porque no sabía si estaba soñando o despierta, tocó y tocó hasta que la puerta de la habitación se abrió. 
-¡¿Pero qué demonios?!- Dijo Jorge al entrar en la habitación y ver aquel ser sobre siniestro sobre Amaia. 
El demonio no tuvo contemplación con él, levantó las manos del cuello de la joven, a la que apenas le llegaba el aire a los pulmones y con un movimiento brusco, lanzó a Jorge volando por la habitación hasta estrellarse contra la puerta del baño. Pero el demonio no quería detenerse ahí, así que volvió a lanzar al joven hacia el otro lado de la habitación, hasta aterrizar en un oscuro rincón.
-¡Basta, déjale! – Dijo Amaia captando de nuevo la atención de la bestia.
Intentaba por todos los medios recordar las palabras que su amigo le había dicho momentos antes. ¿Cómo era la frase mágica que tenía que soltar?
Cuando el imponente demonio le sujetó los brazos por encima de la cabeza, ella giró hacia un lado la mirada, donde se topó con el cuerpo inerte del muchacho y aquello le infundió valor. 
-¡Sé lo que eres, sé lo que quieres y mi cuerpo no te pertenece!- Dijo con firmeza la joven, cuya mirada encendida en odio se cebó con el demonio.
“Vale, ahora es cuando me mata por tonta.” Pensó, pero algo extraño pasó. El demonio comenzó a gruñir con fuerza y salió corriendo, marchándose de la habitación.
Amaia se levantó  deprisa, por si el demonio tenía pensamiento de volver, recogió a Jorge del suelo, que comenzaba a recuperar el aliento y salieron a toda prisa y sin rumbo fijo, pero lejos del hotel.
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-¿Estás bien?- Preguntó Jorge, mientras le llevaba el desayuno a la cama a Amaia. 
-Sí, solo que no tengo mucha hambre, creo que tengo nauseas. Quizás anoche me pasé comiendo.- Respondió la joven. 
-No me extraña, anoche saqueaste la nevera. No sabía que eras de buen comer.- Se rio Jorge mientras hacía aspavientos con las manos.
-No suelo comer tanto, solo es que, últimamente tengo más apetito, será por haber recuperado el sueño, me vino con un extra de regalo. Jajaja.- Se echó a reír la joven, antes de interrumpir el beso que Jorge le había empezado a dar, para salir corriendo al cuarto de baño.
-Vaya, y yo que pensaba que mis besos te gustaban.- Se quejó el chico, mientras se sentaba en la cama y comenzaba a devorar el desayuno que Amaia había rechazado.
-Te dije que tenía nauseas, acabo de vomitar hasta la primera papilla y me encuentro algo mareada.- Contestó la joven desde la puerta del cuarto de baño.
-Ven, siéntate. ¿Quieres que llame al médico?- Preguntó Jorge preocupado.
-No tranquilo, tengo cita de aquí a …. ¡Mierda, llego tarde! ¡Me voy volando!- Respondió Amaia, después le dio un beso a Jorge y salió corriendo por la puerta en pijama.
-3, 2, 1…- Añadió mirando el reloj, mientras devoraba una tostada con mermelada. 
-¿Cómo no me has dicho que me iba en pijama?- Preguntó Amaia al regresar a la habitación y lanzarse de cabeza al armario.
Había cogido esa cita días atrás por obligación de Jorge, ya que la pesadilla que habían vivido les había pasado factura, tanto física como emocionalmente a los dos. Y aunque llegaba tarde porque se había olvidado del día que la tenía, aun le tocó esperar un par de minutos más para poder entrar. Ventajas de la seguridad social.
-¡Pase!- Dijo la doctora desde dentro de la consulta.
-Buenos días.- Respondió Amaia, mientras esperaba a que la doctora levantase la vista del ordenador. 
-Bueno, usted dirá.- Añadió la facultativa. 
-He tenido mucho estrés últimamente y no he dormido bien, pero ahora que está arreglado y que me encuentro durmiendo como de costumbre, estoy mareada y con nauseas cada dos por tres, sobre todo por las mañanas. ¿Puede ser que esté falta de alguna vitamina?- Preguntó Amaia, y esperó mientras la doctora revisaba los análisis que se había hecho unos días antes de su visita.
-Vaya, se encuentra perfectamente y no le falta ninguna vitamina, al revés, tiene de sobra. Está usted embarazada. Enhorabuena.- Contestó la mujer. 
-¡¿Qué estoy qué?!- Preguntó la joven que se había puesto pálida de repente. 
-Embarazada, la analítica lo confirma.- Insistió la doctora. 
-No puede ser, Jorge y yo aun no… - Y de repente enmudeció. ¿De verdad estaba embarazada de aquel demonio?  -¿Cuando puedo abortar?- Preguntó sin apenas pestañear.
-¿Estás segura de que quieres hacerlo? Traer una vida al mundo es lo más bonito que…- Quiso convencerla la doctora, pero fue interrumpida sin miramientos.
-Créame, es lo mejor que puedo hacer. – Contestó Amaia, y poco después se marchó. 
Iba a traer una vida al mundo, pero qué vida. Estaba embarazada de un demonio. ¿Eso en qué la convertía? Iba a ser la responsable de la llegada del apocalipsis, del fin del mundo, de la llegada al mundo del anticristo. No podía permitirlo.
Estaba cruzando el puente que la llevaba derecha a casa, cuando se detuvo en el centro. Miró el agua que por debajo pasaba, debía estar helada. Tuvo la tentación de saltar desde lo más alto del puente y dejar sus problemas atrás, pero ella no era así. Se había librado de un demonio que la acosaba y que había plantado su semilla en ella, no podía rendirse, ahora que había encontrado la felicidad por fin con Jorge, no.
Entonces sonó su teléfono y era él. Querría saber lo que le había dicho el médico. ¿Pero cómo se lo diría? ¿Cómo podría mirarle a la cara después de aquella noticia? Y lo peor, ¿cómo podría mirarse en el espejo a sí misma? Entonces llevó las manos al bolsillo del pantalón y sacó la receta de la píldora abortiva que la doctora le había dado, hacía solo un rato. 
-Jorge no tiene por qué saberlo.- Dijo convencida, y puso rumbo a la farmacia más cercana que le indicaba el buscador. 

FIN

jueves, 15 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 4


Sentados en una cafetería cercana al piso, los tres amigos intentaban encontrar una explicación racional a lo que estaba pasando, pero hasta el momento, en lo único que estaban de acuerdo, era que todo se debía a esa dichosa ouija. Acordaron buscar ayuda, deshacerse de la ouija y dormir en un hotel hasta que el problema estuviese resuelto. Volvieron al piso y entraron los tres juntos, sin soltarse de las manos. Atravesaron el salón y fueron directos a la habitación de Patricia, donde se guardaba la ouija. Cogieron aquella tabla del demonio y cuando estaban a punto de salir de la habitación, la persiana se descolgó y cayó a plomo al suelo. 
Los tres jóvenes salieron corriendo sin mirar atrás, con la ouija a buen recaudo y no pararon de correr hasta que no estuvieron en la calle, junto a los cubos de basura más cercanos. 
-Vamos tírala. Estoy deseando deshacerme de esa cosa. – Dijo Patricia, intentando recuperar el aire.
-Si tú tienes ganas de deshacerte de ella, yo ni te cuento.- Añadió Amaia, que se había sentado en el bordillo porque estaba exhausta. La falta de sueño y la tensión de esos días la tenían bajo mínimos energéticos. 
-Bueno, vayamos al hotel, nos registraremos y después buscaremos un exorcista.- Dijo Jorge, mientras ayudaba a Amaia a levantarse y ponían rumbo al hotel. 
Allí en el hotel, decidieron compartir habitación, porque a ninguno le hacía gracia dormir solos después de aquello y de todas formas, tampoco les llegaba el dinero para tener habitaciones individuales. Cuando estuvieron instalados en la habitación, Jorge utilizó el wifi del hotel para buscar exorcistas a buen precio en internet, pero les iba a resulta mucho más difícil encontrar uno de lo que nos tiene Hollywood acostumbrados. 
Mientras tanto, Patricia fue a comprar algo de ropa barata en un todo a cien que había un par de calles más allá. Tendrían que cambiarse al menos de ropa interior y no sabían los días que iban a estar en aquella habitación. 
Y Amaia, por fin dormía plácidamente en aquella cama de matrimonio extra grande, que la había llamado a gritos nada más entrar.
Jorge pasó un buen rato dentro de foros, páginas de estafadores y en su red social favorita, los memes le ayudaban a pensar. De pronto se topó con una página de brujería, que aunque no parecía ser muy fiable, el perfil de una de las chicas le llamó mucho la atención. ¿Qué tenía que perder? Las iglesias a las que había mandado correos masivos contando su historia, tardarían mucho en contestar. Y si, lo que había oído hablar de que los exorcismos los tenía que autorizar el vaticano, eso podría retrasarse aún más. Decidió escribir a la chica pidiendo consejo, quizás ella que tenía cara de buena gente y estaba en una página como poco singular, podría ayudarle un poco más que su santidad. 
Varios minutos después y cuando pensaba que su súplica había caído en saco roto, le llegó de pronto una notificación. Le había contestado.
Jorge le contó todo con pelos y señales, y aunque aquella mujer con la que contactó vivía lejos, muy lejos, tanto como para tener que coger un avión, les dijo que les ayudaría y guiaría en el proceso, siempre y cuando le hiciesen caso y no perdiesen el control. 
-¿Qué es un incubo?- Preguntó Jorge a la mujer que se encontraba al otro lado del teléfono. –Vaya, así que es un demonio. ¿Uno de verdad? Pensaba que eran ciencia ficción.- Añadió.
La joven le contó que los demonios, como la iglesia y alguna que otra persona los llamaban, realmente son manifestaciones de energía dañina, gente que murió siendo mala y sigue siéndolo después de muerta. Asesinos, timadores, ladrones, violadores, todos esos demonios se alimentan de la energía de las personas, en especial de las mujeres jóvenes y de los niños inocentes. Tirar la ouija a la basura no había servido de nada, solo es un pedazo de madera que sirve como herramienta para contactar con el otro lado, al igual que un teléfono une a dos personas en la distancia, pero el aparato en sí no tiene mayor valor. Por eso daba igual que se hubiesen marchado de aquel piso, o que hubiesen tirado aquel pedazo de madera al vertedero más cercano, el demonio ya se les había pegado y no les resultaría nada fácil deshacerse de él. Jorge miró entonces a Amaia, que permanecía ajena al mundo que la rodeaba. Estaba tan guapa mientras dormía que le dio pena despertarla y se marchó sin decirle nada. Patricia no tardaría mucho en regresar de la tienda y él tenía que hacer una llamada.
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Las olas bañaban sus pies descalzos y el sol se impregnaba poco a poco en su piel. Sentía el cantar de las gaviotas que sobrevolaban su cabeza en aquél soleado día del mes de Abril. Hacía un poco de frío, pero al sol se estaba demasiado bien. Entonces notó unas manos grandes y fuertes que la agarraban con ganas por detrás, y un torso musculoso pegado a ella. El calor iba aumentando por momentos y no provenía del sol, sino de su interior. Comenzó a besarle el cuello despacio, mientras deslizaba sus inmensas manos por su cuerpo petrificado. 
Entonces sintió cómo le clavaba las uñas con fuerza en los muslos, y la sangre que resbalaba como las gotas de rocío sobre su piel. 
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Amaia abrió los ojos y lo que vio sobre ella la hizo gritar de terror. Un ser despreciable, con cuerpo de hombre robusto y cuernos de carnero, estaba sobre ella en ese momento, observándola con esos ojos tan brillantes, y sin apartar ni un momento la mirada de su presa. Entonces aquel ser la agarró por el cuello, ahogando sus gritos y la vida que poco a poco se le escapaba, y todo comenzó a perder su tono de color y bañarse en lágrimas. Pero el caballero de brillante armadura abrió la puerta de golpe y la criatura tenebrosa se marchó por la ventana.
-¿Qué demonios era eso? Tiene que haber sido una pesadilla, no puede ser real. ¡Ah!- Se quejó Amaia al ver la sangre de sus muslos y las marcas en ellos de unas garras clavadas. 
-No ha sido una pesadilla, esto es real. Según la mujer con la que he contactado, se trata de un íncubo, un demonio de lo peor. Se encarga de forzar a las mujeres para alimentarse de su energía.  Su variante femenina es el súcubo.- Respondió Jorge, mientras se dirigía al baño y volvía con una toalla mojada, para limpiar la sangre de las heridas de Amaia. 
-¿Quién te ha dicho todo eso?- Quiso saber Amaia.- Y lo más importante, ¿cómo se mata?- 
-No podemos matar lo que ya está muerto, pero puedes echarle de tu vida. Solo tú puedes.- Le hizo saber Jorge, sabiendo que lo que le tenía que pedir a Amaia, sería la cosa más complicada que la joven haría en su vida. 
-¿Y entonces qué? ¿Le mando al cobrador del frac o qué? Dime algo.- Suplicó la joven desesperada, mientras se levantaba de la cama y comenzaba a dar vueltas por la habitación.
-Según me ha dicho la mujer a la que he consultado, tienes que dejar que vuelva a buscarte y cuando lo haga, decirle sin enfrentarte a él, ni proponiéndole nada, que se sabes lo que es y sabes lo que quiere, pero que tu cuerpo no le pertenece. Eso hará que le quites su poder sobre ti y se vaya. – Dijo el joven bastante convencido.

-¿Y ya está? ¿Nada más? Me dices que es un demonio y que solo con eso se va a marchar. ¿Me tomas por estúpida? ¿Qué te crees que estamos en Elm Street? Esto es la vida real.- Respondió Amaia cabreada.

-Exacto, como en la película de Pesadilla en Elm Street, cuando Heather le quita el poder a Freddy dándole la espalda. Cuando más lo pienses y más le temas, más fuerte le haces. – Añadió el joven, emocionado por ver que su amiga lo entendía. 
-Pero no sé si voy a poder, no te imaginas lo que se siente estar a merced de un ser como ese. No puedo, no me pidas que lo haga. – Suplicó.
-No hay otra manera. Pero recuerda, no te enfrentes a él ni le ofrezcas tratos de ningún tipo, solo confía en que yo estaré cerca y si me necesitas puedes gritar, igual que hiciste ahora. O mejor, instalaré una cámara para verte en todo momento y sabré si me necesitas. Sé que puedes hacerlo Amaia, eres la mujer más fuerte que conozco, no permitas que un monstruo te venza, tú eres más fuerte.- La consoló y después se fundieron en un abrazo, a la par que Patricia regresaba de sus compras, ajena a lo ocurrido entre aquellas cuatro paredes.

Continuará...

miércoles, 14 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 3


-Díganme. ¿No escucharon nada más que un simple ruido?- Preguntó el agente a los tres jóvenes que se encontraban sentados en pijama en el salón de su casa.
-Se lo hemos dicho agente, estábamos durmiendo. Escuché un ruido, se lo dije a Jorge y cuando salió para ver lo que pasaba, nos encontramos con esto.- Respondió Patricia. 

-¿Saben si alguien entró a la casa? La cerradura no está forzada, quizás se dejaron la puerta abierta.- Continuó interrogando el policía.
-No, lo comprobé 3 veces. Cuéntale lo que pasó esta tarde Amaia.- Le pidió Jorge a su compañera.
-Estaba en la ducha y al salir, limpié el vaho del espejo para mirarme y al fijarme en la ducha, vi que había una huella de una mano en ella. Era una huella enorme, mis manos no son tan grandes. Además, estaba por fuera de la ducha. Creo que alguien me estuvo espiando mientras me duchaba.- Confesó Amaia nerviosa.
-Quizás fuese el dueño de la casa , que haya entrado sin permiso. ¿De quién es la casa? ¿Estáis de alquiler, verdad?- Quiso saber el agente. 
-Lo dudo mucho, la casa es de mis abuelos que se han ido a una residencia y hasta que la vendan en unos años, nos dejan vivir en ella a cambio de un alquiler.- No creo que se haya escapado mi abuelo de 82 años para ver a mi compañera en la ducha o remodelarnos la casa. – Contestó Jorge bastante cansado de las preguntas. 
-Os recomendaría que cambiaseis la cerradura lo antes posible, ya hemos tomado huellas y si encontramos algo os lo haremos saber. Si volvéis a tener problemas denunciarlo de nuevo.- Añadió el agente antes de marcharse. 
-Pues vaya, que cambiemos la cerradura, eso ya lo sabía yo, no ha dicho gran cosa.- Mencionó Jorge para sus adentros muy irritado. -¿Estás bien Amaia?- 
-Sí, solo algo cansada. Estaba durmiendo tan a gusto por primera vez en una semana y ahora esto.- Respondió la joven con pesar. 
-Bueno iros a dormir, yo haré guardia. De todas formas mañana no pensaba ir a la facultad.- Le pidió Jorge, mientras cogía el palo de la escoba y se sentaba en una silla frente a la puerta de la entrada.
Las dos chicas se fueron a dormir juntas, y por fin Amaia pudo descansar. 
A la mañana siguiente todo parecía normal, sin contar los destrozos que había en el salón. Jorge les había preparado el desayuno antes de irse a duchar, un zumo de naranja, tostadas con mermelada de arándanos, la favorita de Amaia, y un poco de café recién hecho.
-Estás de buen humor, se te nota.- Le dijo Patricia a su compañera de piso, mientras devoraba una tostada con extra de mermelada. 
-He dormido genial, no he tenido pesadillas, ni miedos de ningún tipo. Me he sentido muy a gusto, gracias por todo amiga.- Respondió la joven, y  poco después, le dio un sorbo a su zumo sin pulpa. Estaba claro que era envasado, pero a esas alturas le daba igual. –Voy a vestirme y nos vamos.-
Cuando llegó a su armario y abrió las puertas, se quedó atónita. Toda su ropa estaba hecha girones en el suelo. ¿Quién demonios había hecho una cosa así?
-¿Qué pasa? – Preguntó Jorge al escuchar maldecir a Amaia de camino a su habitación, aún con la toalla anudada a la cintura. 
-Mira, me lo han destrozado todo. No tengo nada que ponerme.- Se quejó la joven sin encontrar explicación a lo sucedido.
-Tranquila, puedes ponerte algo mío, más o menos tenemos la misma talla. –Le dijo Patricia cuando llegó y vio la escena del crimen, pero su ofrecimiento cayó en saco roto, ya que su ropa había corrido la misma suerte que la de Amaia. 
-Bueno, el único armario que no han tocado ha sido el mío, podéis coger algo si lo necesitáis, pero os va a quedar un poco grande. – Les ofreció Jorge, el cual no salía de su asombro.
-No entiendo por qué lo han hecho. A ver, que a mí me queda cualquier cosa bien, no es problema, pero es una marranada. ¿Sabes lo que costaba mi fondo de armario?- Se quejó Patricia indignada. 
-Bueno tranquilas, ya he cambiado la cerradura. Fui esta mañana a la ferretería y compré una, os he dejado las llaves en vuestros llaveros. Lo de la ropa es una putada, pero tiene arreglo.- Les dijo antes de ir a su cuarto a ponerse algo encima, antes que las chicas le dejasen sin una sola camisa. 
-¿Cómo demonios han destrozado mi ropa? Estábamos durmiendo aquí los tres. ¿Lo hicieron con nosotros dentro de la habitación? ¿Cómo no nos dimos cuenta? Y el pestillo estaba echado.- Se preguntó Amaia, pero al mirar a Patricia vio que ella tenía las mismas dudas que su compañera, aunque por temor no las había expuesto. 
-Bueno, será mejor que vayamos a clase, así al menos no estaremos aquí si alguien entra de nuevo.- Propuso Patricia que andaba intentando ocultar su malestar.
Poco después, cuando las chicas estaban listas, vestidas con la ropa de Jorge en plan años 80, todo ancho y con un look descuidado, Patricia abrió la puerta de la casa, pero esta se cerró de golpe sola.
-¿Qué haces?- Preguntó Amaia. 
-Yo nada, será la corriente.- Se quejó Patricia, que volvió a intentarlo otra vez, pero sin éxito. –Vale, no ha sido la corriente y yo tampoco.- 
-Me estás asustando.- Le dijo Amaia, que se había puesto pálida en un momento.
-¿Solo asustada? Yo estoy cagada viva. ¿Qué está pasando?- Preguntó, mientras intentaba tirar de la puerta para abrirla una y otra vez, pero la puerta no se movía de su sitio.
-¡JORGE!- Gritaron las dos jóvenes al unísono. 
El muchacho llegó apresuradamente, con el cepillo de dientes aún en la mano.
-¿Qué sucede?- Preguntó desconcertado.
-Abre la puerta, por favor.- Le pidió Patricia amablemente, más de lo habitual. 
-¿Para eso me llamas? –Dijo este, mientras se ponía el cepillo en la boca y tiraba de la puerta sin éxito. -¡Vaya! ¿Se ha atascado?- 
-Creo que alguien nos ha encerrado. – Respondió Amaia. 
-¿Pero quién?- Preguntó Patricia.
Entonces algo sucedió, la silla del comedor comenzó a moverse sola por la habitación y los tres jóvenes al percatarse de tal acontecimiento, intentaron abrir la puerta a la desesperada después del shock inicial, pero todo fue en vano, estaban atrapados.
-¡Mierda, os lo avisé!- Les recriminó Amaia. 
-¿De qué estás hablando?- Quiso saber el joven que había desenvainado el cepillo de dientes como si de un florete se tratase. 
-¡La ouija! Os dije que no jugaseis con ella. – Añadió Amaia. 
-Pero si es un juego, era Jorge quien movía el vaso todo el tiempo.- Se disculpó Patricia, intentando encontrar una lógica a lo que estaba pasando. 
-¿Yo? Pensaba que eras tú. Por eso me fui cabreado, por lo que empezaste a decir sobre Amaia y yo. – Corrigió el joven que ahora sí que parecía molesto de verdad. 
-¡Yo no hice nada!- Se defendió Patricia.
-Chicos, ¡CHICOS!- Amaia les llamó la atención. 
La silla que se había movido sola por la habitación, ahora estaba volando. Voló en círculos un par de veces y después, se quedó pegada en el techo de la habitación. 
-¿Y ahora qué mierdas vamos a hacer?- Preguntó Patricia.
Entonces, como si todo hubiese sido un mal sueño, la silla cayó al suelo y la puerta por fin se abrió. 

Continuará…

martes, 13 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 2


-¿Amaia estás bien?- Preguntó Jorge mientras se tomaba un café bien cargado aquella mañana
-No, no consigo dormir bien. Tengo una pesadilla que se repite constantemente. Será por eso que estoy tan cansada. – Respondió la joven.
-Estás paliducha amiga, no deberías ir hoy a la facultad. ¿Te has mirado a ver si tienes fiebre?- Preguntó Patricia, mientras ponía su mano sobre la frente de Amaia. 
-Estoy bien, de verdad, es esa pesadilla que no me deja dormir por lo que estoy así.- Añadió Amaia.
-Bueno, cuéntanosla. Seguramente signifique algo y hasta que no averigües el qué, no dejarás de padecerla una y otra vez. –Pidió Jorge, mientras se sentaba junto a Amaia expectante. 
-Cada noche es lo mismo. Sueño que tengo sexo con alguien que no veo. No porque no pueda verlo, sino porque algo me dice que no abra los ojos, el miedo me paraliza. – Confesó Amaia.
-¿Y eso es una pesadilla? Yo lo llamaría más bien fantasía. – Corrigió su amiga, que parecía sorprendida.
-Reconozco que es como si me leyese la mente. Como si supiese lo que me gusta y lo que no, pero es una sensación extraña, no puedo moverme y más que placer siento miedo, un miedo atroz a ver el rostro de aquél que me posee. Llevo dos noches sin pegar ojo, temo que al cerrar los ojos vuelva de nuevo la pesadilla.- Añadió Amaia temblando.
-Mira haremos una cosa, esta noche dormiré contigo, así podrás descansar. No te preocupes que si noto que estás teniendo una pesadilla, te despertaré. ¿Te parece bien?- Se ofreció Patricia.
-Muchas gracias amiga, te quiero, te quiero, te quiero mucho.- Le dijo Amaia, mientras la abrazaba y la colmaba de besos en la frente.
- Si queréis puedo dormir con vosotras, me llaman el cazador de sueños.- Dijo Jorge, tras levantarse y poner la pose de Superman. 
-Déjame que piense… NO, gracias. – Respondió Patricia y los tres se echaron a reír. –Tú quédate aquí hoy que yo te cubro con los profes. Es una orden.- 
Jorge y Patricia se marcharon a clase, mientras Amaia se recostaba en el sofá con una manta encima, una taza de café bien cargado y el matinal puesto en la televisión. El olor del café le encantaba. Arrimó la nariz a la taza para embriagarse con el dulce aroma que emanaba, hasta que un cuadro del salón se cayó al suelo y se rompió. Del susto se echó el café caliente encima y por poco se quema. 
Fue a la cocina a por la fregona para limpiar el destrozo, y después recogió los cristales rotos con cuidado de no cortarse, los echó a la basura y se metió en la ducha después de lavar la ropa a mano para que no dejase mancha.
El agua caliente resbalaba por su cuerpo relajando todos sus músculos. Estaba segura, en otro tiempo tuvo que haber sido una sirena, porque le encantaba estar en remojo. Salió de la ducha con cuidado, se puso una toalla alrededor de su cuerpo y otra en el pelo, y se acercó al espejo del baño para limpiar el vaho que se había formado. 
Y entonces lo vio. ¿Había una huella de una mano en la mampara de la ducha? ¿Es que había alguien más allí? Y era una huella enorme, imposible que fuese la suya. 
Miró por todas partes y al ver que no había nadie escondido en el baño, echó el pestillo y se quedó allí dentro. Tenía miedo de salir de allí. 
-Venga Amaia, tú puedes. Seguramente no sea nada. No hay nadie aquí contigo. – Se dijo a sí misma, mientras cogía la tapa de la cisterna del váter y salía con ella en ristre a modo de arma arrojadiza. 
Abrió la puerta de golpe, porque si había alguien detrás escuchando le pillaría de sorpresa, pero no había nadie.
Recorrió cada habitación, cada rincón de la casa, pero estaba sola. No dormir le empezaba a pasar factura. Cansada de buscar, dejó la tapa de la cisterna en su sitio y se sentó en el sofá. Estaba mojada, cansada y … se quedó dormida. 
Otra vez aquellas manos recorriendo todo su cuerpo, volvía a sentir la misma presión que las demás veces, pero esta vez la pesadilla tenía lugar en el salón. Aquél hombre que tenía encima le arrancó la toalla como si de un trapo viejo se tratase y después gruño.
¿Gruñó? ¿Qué había sido eso? Ese gruñido no era normal. ¿Qué estaba sucediendo?
Amaia gritó, gritó con todas sus fuerzas, pero de nada le sirvió.
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Horas más tarde se despertó. Seguía tumbada en el sofá, desnuda, y con el pelo seco, pero enrollado aún en la toalla.
¿De verdad la habían violado en sueños? ¿Y si era un sueño, porqué parecía tan real? Se estaba volviendo loca, no podía haber otra explicación. 
Se limpió las lágrimas de la cara y se dirigió a su habitación para ponerse el pijama. Apenas tenía fuerzas para nada más. Entonces regresó al salón, recogió la toalla que había volado hasta el otro lado de la habitación y la echó al cubo de la ropa sucia, justo a tiempo de ver cómo sus compañeros regresaban a casa. 
Al ver entrar a Jorge por la puerta, se lanzó a sus brazos donde se dejó llevar. Apenas lograba ver a su amiga, justo detrás de ellos, a través de las lágrimas que empañaban sus ojos. 
-¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?- Preguntó Jorge bastante preocupado. 
La joven les relató lo que había pasado y el temor que sentía al cerrar los ojos en cualquier momento. No solo le ocurría de noche, ahora también le abordaba aquella pesadilla a pleno día. 
Mientras Jorge se quedaba junto a ella en el sofá, sin soltarla de la mano, Patricia encargaba unas pizzas para cenar. Estaba claro que Amaia no estaba en condiciones de cocinar nada, Jorge no pensaba apartarse de su lado, y ella, digamos que lo más que sabía hacer en la cocina era untarse la Nocilla en pan de molde. 
-Tranquila, esta noche aprovecha y descansa. Si tenemos que dormir contigo cada noche y hacer guardia, lo haremos.- Le dijo Jorge mientras se tumbaba en un saco de dormir junto a Amaia, que estaba acostada con Patricia en su cama. 
-Gracias chicos. Siento las molestias que os estoy causando, pero estoy aterrada.- Confesó la joven que no podía dejar de temblar al pensar en la hora de volverse a dormir.
-Somos los tres mosqueteros, como nos llama Pedro, uno para todos y todos para uno. Duerme, nosotros hacemos guardia.- Le dijo Patricia antes de apagar la lamparita que tenía sobre la mesilla de su habitación. 
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-¿Qué ha sido eso?- Escuchó decir Amaia. –¡Jorge despierta!- 
-¡Ay!- Se quejó éste al sentir una zapatilla aterrizar sobre su espalda. -¿Qué pasa?-
-He escuchado un ruido en el salón. ¡Ve a ver!- Le ordenó la joven.
-¿Qué pasa?- Preguntó Amaia.
-Nada, tú sigue durmiendo. –Le dijo Patricia, pero ya era tarde, se había desvelado. 
-¡Ve tú! ¿Por qué tengo que ir yo a ver un ruido que has escuchado tú?- Preguntó Jorge medio adormilado.
-¡Gallina! ¿Dónde han quedado esos caballeros de reluciente armadura?- Preguntó Patricia sobreactuando.
-Los caballeros en el cementerio y sus relucientes armaduras como piezas de exposición en los museos.- Respondió Jorge, mientras salía del saco de dormir a regañadientes y encendía la luz de la habitación. 
-¡Hala! ¿Era necesario?- Preguntó Patricia mientras se tapaba los ojos con la sábana. 
-Sí. Si me ocurre algo quiero que lo veas y cargues con ello en la conciencia.- Le dijo el caballero de brillante armadura a la damisela en apuros, justo antes de sacarle la lengua y salir de la habitación con el palo de la escoba en las manos. 
Segundos después, Jorge volvió y le pidió a las chicas que fuesen a ver lo que había pasado, porque si se lo contaba no le iban a creer. 
-¿Qué demonios ha pasado aquí?- Dijo Patricia atónita, al ver que la casa estaba patas arriba.

Continuará…

lunes, 12 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 1


-No creo que cojan todas tus cosas en este armario, es demasiado pequeño.- Le dijo Amaia a su amiga y ahora, compañera de piso.
-Bueno, siempre puedo ocupar parte del armario de Jorge, los hombres no aprovechan todo el espacio. –Respondió Patricia entre risas.

-Ni hablar, no quiero ir oliendo a perfume de mujer todo el día, eso anularía mis posibilidades de tener una cita.- Contestó Jorge,
-Cielo, eso no es culpa del perfume, ahora tampoco te comes un colín. Jajaja. – Añadió Patricia antes de sacarle la lengua a su compañero.
-Chicos vale ya, esta será nuestra primera noche como compañeros de piso y tenemos muchas cosas que hacer antes de la fiesta que hemos organizado.- Sentenció Amaia que seguía colocando la ropa en su armario, mientras sus dos compañeros hacían pelea de almohadas.
Cuando la ropa estuvo colocada, las camas hechas y la casa lo suficientemente limpia como para que tres estudiantes universitarios, viviesen en ella si morir en el intento, decidieron descansar un rato y se tumbaron los tres en el sofá.
-Esto es lo mejor que tiene la casa, en este gran sofá cogemos los tres sin problemas.- Dijo Jorge con una sonrisa picarona.
-Las manos quietas Jorgito, o pasaré a llamarte don Pulpillo.- Le dijo Amaia, mientras apartaba las manos de Jorge de sus caderas.
-Anda que no es listo aquí el amigo, ten cuidado Amaia, porque duerme en la habitación que está pegada a la tuya, no vaya a ser que a media noche le dé por meterse en tu cama y no te des ni cuenta.-  Añadió Patricia bastante molesta por no ser ella el centro de atención.
-Tranquila, que para eso existe una cosa llamada pestillo que acabo de instalar. Jajaja. – Confesó Amaia bastante tranquila.
-Qué mala fama me estáis dando, con lo bueno que soy yo. Voy a tener que instalar yo también un pestillo, no vaya a ser que vivir con dos mujeres solteras y un poco locas, termine pasándome factura.- Comentó Jorge, mientras se levantaba del sofá y pasaba por encima de las chicas con dificultad, pese a sus quejidos.
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La fiesta fue genial, amigos, alcohol, juegos, música, incluso un karaoke improvisado que fue la delicia de los invitados. Cuando estaban a punto de dar las 12 y todas las visitas se habían marchado, alguien llamó a la puerta.
-Alguno se habrá dejado algo o será un vecino cabreado.- Dijo Jorge mientras se disponía a abrir la puerta. 
-Pues empezamos bien.- Se quejó Amaia. 
-Chicas, vais a flipar. –Dijo el joven mientras regresaba al salón donde se encontraban sus compañeras recogiendo un poco los daños colaterales de aquella reunión. –Me he encontrado esto en la puerta, alguien lo tiene que haber dejado a postas, porque cuando se han ido estos no estaba. Seguramente nos han querido hacer un regalito de bienvenida y meternos el miedo en el cuerpo. – Añadió, mostrando la tabla ouija que tenía en sus manos a sus compañeras.
-¡Mierda! Esas cosas no me gustan, deshazte de ella.- Pidió Amaia horrorizada.
-¿Por qué? Seguramente es un regalito del tonto de Pedro, siempre está con lo mismo. Pero no lo tires, vamos a jugar con ello un rato.- Dijo Patricia muy ilusionada por tener una excusa por la que dejar de limpiar. 
-Yo paso, ¿no habéis oído historias sobre eso?- Se negó Amaia.
-Historias, leyendas urbanas, cuentos de viejas. Llámalo como quieras, todo son tonterías. –Sentenció Jorge y se sentó en el suelo junto a Patricia y colocaron la tabla en el suelo.
-Yo no pienso participar en eso, ya os lo digo.- Respondió Amaia firmemente.
-No lo hagas, podemos jugar nosotros dos. ¿Verdad? Dale Jorgito, así no tenemos que limpiar. Jajaja.- Pidió Patricia, mientras Jorge colocaba la púa encima del centro del tablero.
Amaia no quería estar presente en todo aquello, así que dejó de limpiar el salón y se fue a la cocina a lavar los cacharros, pero seguía sintiendo miedo por lo que sus compañeros estaban llevando a cabo en la habitación de al lado. 
Poco después se escuchó la puerta de la calle, por lo que Amaia salió de la cocina y se encontró a Patricia recogiendo la ouija. 
-¡Qué rápido! ¿Habéis cambiado de idea o qué?- Quiso saber Amaia.
-¡Qué va! A Jorge le ha llamado una “amiguita” y se ha ido corriendo, ni me ha dejado cerrar la sesión en condiciones, pero vamos que da igual, porque estaba claro que era él quien movía el vaso todo el rato.- Se quejó Patricia.
-Bueno, mejor. Así no tenemos nada que lamentar. – Añadió la joven mientras regresaba a la cocina a por un vaso de agua.
-¿No quieres saber lo que pasó? Está claro que a Jorge le pones mucho. Lo dijo hasta el espíritu. Cuando me he reído de él en su cara se ha largado con la excusa que tenía una cita, pero seguramente está rebotado por ahí solo en un bar.- Confesó Patricia entre risas. 
-¿Por qué dices eso?- Quiso saber Amaia.
-Cuando le hemos preguntado al supuesto espíritu lo que quería, nos ha dicho que a ti. Está claro que su subconsciente le ha jugado una mala pasada o quería que yo lo supiese para ver si te lo decía porque él no se atreve.- Añadió Patricia mientras se quitaba la camiseta y los zapatos y los dejaba tirados en el salón antes de irse a dormir.- Por cierto, buenas noches Amaia y buenas noches, Larimón.- 
-¿Lari qué?- Preguntó Amaia mientras recogía la ropa que su amiga había dejado tirada en el suelo y la dejaba sobre el reposabrazos del sofá. 
-Larimón, ese es el nombre que Jorge se ha inventado para el espíritu. Creo que iba a decir Larry o algo así, pero como no daba miedo, lo cambió en el último momento. –Se despidió Patricia, lanzando un beso al aire con la mano y cerrando la puerta tras ella. 
Amaia sintió un escalofrío al escuchar ese nombre, aunque no sabía por qué. Realmente imponía más un espíritu con ese nombre que uno llamado Larry.
Entró a su cuarto, cerró la puerta con el pestillo, y se puso el pijama- Aquella camisola de color gris y con un dibujo de Betty Boop era su favorita. Apagó la luz de su cuarto y por fin se metió en la cama, estaba tan cansada de la limpieza y la fiesta, que poco tardó en sucumbir al sueño que la rondaba hacía horas. 
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Sintió una presión sobre ella, algo la mantenía pegada a la cama. Un calor intenso comenzó a recorrer todo su cuerpo. ¿Había unas manos deslizándose por sus muslos.
Quería abrir los ojos, necesitaba abrirlos, pero algo se lo impedía. Notó como apartaban las sábanas que la cubrían y cómo su camisola se deslizaba hacia arriba.
-Abre los ojos, abre los ojos. – Se decía una y otra vez.
Entonces un ruido sordo la despertó de golpe, empapada en sudor. Miró a su alrededor, pero apenas vio nada con la luz que se filtraba por las rendijas de la persiana. ¿Lo había soñado? Se levantó de la cama y encendió la luz. Comprobó que el pestillo estaba echado y entonces se fijó en la sábana que estaba tirada en el suelo al otro lado de la habitación. ¿Realmente había sido un sueño?
Salió al pasillo, donde se encontró con Jorge, que andaba medio perdido por las copas de más que no se debió tomar.
-¿Estás bien?- Preguntó la joven.
-Perfectamente. –Dijo él arrastrando cada sílaba.
-Venga, te ayudo a llegar a tu cama.- Se ofreció ella, mientras le cogía de la mano y le guiaba hasta la puerta.
-¿Sabes? Estás muy guapa con ese camisón. ¿Quieres dormir conmigo?- Preguntó él mientras se trastabillaba hasta caer en la cama a plomo y quedar inconsciente hasta la mañana siguiente.
Amaia se echó a reír, aquello le resultaba demasiado gracioso como para contenerse. Se marchó, cerró la puerta y puso rumbo de nuevo hacia su habitación. 
Temerosa y sin saber por qué, volvió a meterse en la cama, deseosa de que el sueño que tuvo, no volviese a reaparecer nunca más. 

Continuará...

domingo, 11 de agosto de 2019

Un lugar llamado Sayari. Capítulo 5


La muerte del almirante le había pasado factura a Alicia y tanto sus padres como Álex no sabían cómo animarla, por lo que estaban preocupados.

-¿Puedo hacerle una pregunta?- Le dijo Álex a la madre de Alicia. – Me gustaría saber por qué no me mataron al igual que hicieron con el resto de tripulantes de la nave en la que viajábamos.-

-No fuimos nosotros. El planeta en el que habitamos está vivo, tenemos una simbiosis con él. Nosotros producimos energía que lo alimenta con nuestra sola presencia y a su vez, nos nutrimos de la energía del universo que es canalizada por el planeta. Aquí no  necesitamos comer, ni respirar, en otros planetas sí. Pero digamos que al planeta no le gustan los extraños. – Respondió la mujer.

-Yo no soy como vosotros, soy un extraño. – Añadió el joven.

-Para el corazón de mi hija eres alguien muy cercano y esa unión es la que te hace especial, el planeta lo sabe.- Dijo la mujer entre risas, al ver la cara que había puesto el muchacho.

-Pero eso quiere decir que el planeta está vivo y tiene voluntad propia. No puede ser real. – Álex cada vez estaba más perplejo.

-Todo lo que nos rodea está vivo, incluso tu planeta lo estaba. Las mareas, los seísmos, todo lo que vosotros llamabais catástrofes eran respuestas del planeta ante vuestra continua explotación de los recursos. El nuestro tiene más autonomía, pero esa es la única diferencia entre uno y otro.- Respondió la mujer, mientras juntaba las manos y hacía aparecer de la nada una bola de energía de color azul. 

-¡Vaya, es precioso! ¿Cómo lo has hecho?- Quiso saber el joven, mientras unía las palmas de sus manos, intentando emular aquél gesto.

-Con paciencia y visualizando aquello que quieres conseguir. Desde que nacemos estamos predispuestos a ello, por lo que nos resulta más sencillo hacerlo que a ti, que estás comenzando tu adiestramiento. – Afirmó la mujer.

-¿Adiestramiento para qué?- Preguntó Álex.

-Para ser uno de nosotros. Te enseñaremos a utilizar la energía en tu beneficio y en el de los demás y pronto serás uno más. – Le dijo la madre de Alicia, mientras veía aproximarse a su hija.

-¿Esto se puede aprender? ¿Yo también irradiaré calor como Alicia?- Preguntó Álex, bajo la atenta mirada de la joven que acababa de llegar.

- Alicia no solo irradia calor, también controla el fuego, pero ese es su don. Cada uno tenemos uno y el tuyo se desvelará cuando estés preparado. –Confesó la mujer antes de marcharse y dejar a los dos jóvenes a solas en aquella habitación.

El joven se acercó al gran ventanal, desde el cual se podían ver las llanuras rojizas que rodeaban la instalación donde se encontraban, y no pudo evitar pensar en la frondosidad de los bosques de la Tierra que tanto echaba de menos. ¿Se acostumbraría alguna vez a aquél desierto? ¿Y a comer igual que lo hace un niño perdido en el país de Nunca Jamás? Si tenía que imaginarse la comida, iba a pasar mucha hambre porque no era ningún chef.

-¿Estás bien?- Preguntó Alicia, mientras colocaba su mano en la espalda de Álex.

-Sí, solo tengo que hacerme a la idea. ¿Y tú estás bien?- Le preguntó mientras se giraba y quedaba justo frente a ella.

-Creo que sí, he asumido lo que soy, y también, que la persona que me salvó la vida al mandarme en esa nave, ya no está. Le quería, pero la vida sigue y… - Se detuvo, le cogió de la mano y continuó con lo que estaba diciendo.- No sé en qué momento pasó, pero creo que tenerte junto a mí es lo mejor que me ha ocurrido en mucho tiempo. Haces que todo resulte más fácil y junto a ti el tiempo se me pasa volando.- Dijo la joven, mientras agachaba la mirada temerosa, por las incipientes rojeces que asomaban en sus mejillas.

-No me extraña que el almirante diese su vida por ti. Yo también siento la necesidad de protegerte, cuando sé que realmente no necesitas a nadie que te proteja. Y tengo la esperanza, al ser el único hombre de verdad en este planeta, que decidas dejarme estar a tu lado.- Dijo Álex, mientras rodeaba a Alicia por la cintura, y se fundía con ella en un dulce beso que, poco a poco, encendió el fuego que ambos llevaban dentro.

De repente Álex sintió que todo se desvanecía, y pensó que Alicia lo había carbonizado sin querer. Ya está, ya no hay vuelta atrás, había viajado a millones de años luz para morir a manos de la mujer que amaba, tampoco era un final tan malo. ¿Verdad? 
Pero entonces, escuchó cómo Alicia repetía su nombre una y otra vez. Abrió los ojos y se dio cuenta que se encontraba en el suelo, pero por desgracia no sentía su propio cuerpo. ¿Qué estaba pasando? Vio a la joven en llamas mirarle desde las alturas, extrañada, y eso viniendo de una mujer envuelta en fuego que volaba sobre su cabeza, era bastante perturbador.

Por primera vez en su vida, Álex descubrió la verdad, por qué se sentía tan diferente al resto de los mortales, pero tan conectado con Alicia. ¡ERA UN CHARCO DE AGUA!

-¡¿Qué me está pasando?!- Gritó a la desesperada. 

Al escuchar los gritos, los padres de Alicia entraron en la sala y vieron a su hija en llamas, y un charco de agua en el suelo con el que hablaba.

-¿Hola? ¿Alguien me dice qué me está pasando?- Preguntó el joven bastante molesto.

-Vaya, ahora lo entiendo todo. ¿Recuerdas que te dije que cuando estuvieses preparado encontrarías tu don? Pues al igual que el de mi hija es el fuego, tú eres su opuesto, el agua. Puedes controlar el agua en todos sus estados, incluso puedes transmutarte en ella, como podemos ver.- Respondió la mujer que le observaba intrigada.

-Muy bien, pero lo que no sé es cómo vuelvo a mi estado normal. ¿Una ayudita?- Pidió cansado de estar tirado en el suelo.

-Piensa en tu cuerpo, en recuperar la estabilidad, la firmeza del hielo.- Y tras sus palabras certeras, el joven recuperó su forma habitual, mientras que Alicia también volvía a su estado natural.

Cuando la madre de Alicia le preguntó a Álex lo que había pensado antes de convertirse en agua, el joven sintió la presión de explicarle a sus futuros suegros, que estaba besando a su hija cuando ésta le hizo sopa. No era algo que le apeteciese contar, pero Alicia se adelantó y lo hizo por él.

-Así que, os estabais besando.- Dijo el padre con cara de preocupación.

-¿Qué se te pasó por la cabeza en ese momento?- Preguntó la madre.

-¡Mamá!- Protestó Alicia, que estaba intentando mantener la compostura.

-Esto… yo solo quería conectar con su hija, fundirme con ella. Aunque dicho así, sonaba mejor en mi cabeza.- Confesó Álex, antes de darse cuenta que sus palabras podrían malinterpretarse.

-Ahí lo tienes, querías fundirte y eso hiciste. A partir de ahora deberás tener más cuidado con lo que deseas, querido. – Añadió la madre de Alicia entre risas.

-Si te digo la verdad, ahora que ya está solucionado, me hizo bastante gracia verte como un huevo frito, espanzurrado ahí en el suelo.- Dijo la joven a carcajada limpia.

-Muy graciosa chispitas. – Contestó Álex, mientras envolvía a Alicia en sus brazos y la besaba de nuevo, esta vez bajo la atenta mirada de su nueva familia.

FIN