miércoles, 27 de julio de 2022

La tormenta


Una tormenta. Una carretera. Una nevada. Pasar la noche dentro del coche con temperaturas bajo cero en medio de la nada. Y de repente, los coches comienzan a desaparecer. ¿Un terremoto? ¿OVNIS? ¿El gobierno? ¿O será una alucinación debida al frío extremo?

Cuando Jorge y sus amigos decidieron planear aquella escapada de fin de semana, no se imaginaban que una avería, por culpa de una tormenta, les dejaría atrapados en medio de la nada, junto a otros coches, sin apenas comida y bajo temperaturas extremas. Pero… ¿Cómo se dieron exactamente los acontecimientos?

Macarena llegaba tarde, como era habitual en ella. Después de clase se había marchado a recoger su maleta, porque se la había dejado en la puerta de casa con las prisas. Los demás se habían llevado sus macutos a la facultad y ahora la tenían que esperar.

    Esta chica es un desastre. Siempre llega tarde —Dijo Esteban, mientras miraba su reloj y se sentaba en el maletero abierto de su Ford Fiesta, casi nuevo.

    Se ha dejado la maleta esta mañana. Le dije que se la trajese a la facultad, para poder salir desde aquí todos juntos al acabar las clases, pero se la dejó en la puerta por ir siempre con la hora pegada al culo —añadió Lidia, sentándose junto a su novio en el maletero.

    Es despistada, ya lo sabemos, pero se la quiere igual —dijo Óscar, mientras rebuscaba en su cartera algo suelto para ir por un refresco —. ¿Queréis algo? Voy a la máquina.

    Sí, tráeme una botellita de agua, tengo sed, porfi —pidió Lidia.

    Por cierto. ¿Por qué no la acompañaste por la maleta? Es tu novia —se quejó Esteban.

    Porque cuando salí ya se había ido, me lo dijo Lidia que estaba con ella en esa clase —añadió Óscar.

    Sí, dijo que no tardaría mucho y si tenía que esperar a que tú salieses, iba a tardar mucho más.

    Me lo podía haber dicho a mí y la acercaba con el coche —comentó Jorge.

    Ya, pero estabas en clase. No creo que tarde mucho más, mira, me acaba de decir que ya está de regreso —dijo la joven, tras comprobar el mensaje de su teléfono que acababa de sonar.

    Qué frío hace, ya podríamos esperarla dentro —sugirió Esteban y los demás asintieron, metieron los macutos en el maletero, cerraron el coche y se dirigieron al edificio principal de la facultad de periodismo, en la que estudiaban los cinco.

El pueblo al que iban estaba en Huesca, rodeado de montañas y en plena naturaleza. Los abuelos de Lidia habían muerto hacía poco tiempo y su casa había quedado abandonada, al igual que aquel pequeño pueblo vaciado de España.

A cambio de hacer inventario y recoger un poco el lugar, antes de ponerlo a la venta, los padres de la joven le habían dado permiso para llevarse a unos pocos amigos que la ayudasen con la tarea, y de paso, darían una pequeña fiesta. Pero nadie se esperaba lo que sucedería aquel fin de semana, pues aquella tormenta surgió de la nada.

    ¿Habéis mirado el tiempo que hará? Parece que se avecina una tormenta —dijo Lidia, pues su rodilla mala, la que se había lesionado alguna que otra vez en clase de baile, anunciaba que la lluvia se acercaba.

    Pareces una abuela, sabes el tiempo que va a hacer por los achaques que te dan — se rió Esteban.

    Tú ríete, pero siempre atino.

    Daban frío para esta semana, pero no dijeron nada de lluvias, lo miré en varias páginas —respondió Jorge.

    Pues yo digo que va a llover.

    Esperemos que nos pille cuando estemos ya en la casa y no de camino —añadió Jorge, mientras se sentaba alrededor de la mesa que habían escogido en la cafetería.

    Chicos, sois unos mamones. Ya me podíais haber avisado que os metíais dentro de la cafetería, que he ido al coche a buscaros y no estabais. Toma, Lidia, tu botellita de agua —se quejó Óscar.

    Ostras tío, lo sentimos. Es que hacía mucho frío —se disculpó Jorge.

    Gracias por el agua y discúlpanos.

Veinte minutos después, Macarena estaba junto al coche con su maleta y les escribió un mensaje para avisarles. Los chicos salieron a su encuentro y, tras darle una buena reprimenda por la tardanza, se montaron en el coche y pusieron rumbo a Huesca.

Desde Madrid tenían unas cinco horas de trayecto y cerca de cuatrocientos ochenta kilómetros de por medio. ¿Quién se encargaría de poner la banda sonora a aquel viaje tan accidentado?

    ¿A quién le tocaba pinchar en este viaje? —Pregunta Jorge con temor.

    ¡A mí! Levanta la mano Esteban muy contento, pues tenía pensado deleitarles con Within Temptation durante las cinco horas que duraba el viaje, ya que era el metalero del grupo.

    Voy a necesitar una caja de aspirinas y unos buenos tapones —Se quejó Lidia.

    Habló la fan de Maluma.

    Al menos eso se puede bailar y cantar.

    Y esto también, solo tienes que mover la cabeza.

    No empecéis, chicos, que acordamos poder elegir cada uno en un viaje, para así evitar conflictos —Jorge intentó poner paz, pero fue en vano.

    ¿Y si elegimos cada uno un rato? Hay cinco horas de trayecto y somos cinco, así todos contentos —sugirió Macarena.

    Pues mira, no estaría mal. Eres una despistada, pero tus ideas son muy buenas —la felicitó Óscar.

    Gracias, algo bueno tenía que tener. Jejeje.

    Vamos, que al final el que paga los platos rotos soy yo —se lamentó Esteban.

    A ver, no es eso. Sabes que a mí también me gusta esa música, pero cinco horas escuchando lo mismo, me da dolor de cabeza y soy yo el que va al volante —argumentó Jorge y esta vez, pareció surtir efecto.

    Vale, lo pondré en mi hora y luego cambiamos.

    Eres un sol —le dijo su novia y después le besó.

    Oye, ¿y Sara? ¿No viene con nosotros? —Preguntó Macarena.

    Sí, pero ella va más tarde, porque tiene examen —respondió Jorge.

    Es lo malo de echarse una novia fuera de la facultad, que no coincidís —añadió Esteban.

    Sí, pero muy pronto será doctora y ya me lo agradecerás cuando acabe la carrera, que tú eres muy paranoico con esas cosas.

    Se dice hipocondríaco —corrigió Lidia.

    Eso, que no me salía.

    ¡No lo soy!

    ¡Sí lo eres!

    ¡Que no!

Y así se tiraron buena parte del viaje, entre discusiones tontas, cambios de banda sonora y relatos de viejas historias; pero, a unos siete kilómetros de su destino, tuvieron que detener el coche en un camino. Había una fila de cinco coches entorpeciendo la ruta y Jorge se tuvo que apear del suyo, para comprobar lo que sucedía y por qué los demás no se movían.

    Buenas tardes. ¿Qué sucede?

    Hola, pues no lo sabemos. Ha sido llegar a este punto y los motores de nuestros coches se han parado. No arrancan —respondió uno de los afectados.

    ¿Y eso?

    Ni idea, chico. Yo iba por el camino y de repente el motor dejó de funcionar. Llamé a la grúa y me han dicho que tardarán, pues ha comenzado una tormenta y han tenido que cortar las carreteras por la nieve —añadió otro de los conductores afectados.

    ¿Y ustedes?

    Igual. Nos bajamos a ver lo que sucedía y en cuanto quisimos rodear su coche con el nuestro, para llevarle al pueblo más cercano, nos dimos cuenta que tampoco arrancaba —respondió una mujer, cuyo marido se encontraba en el coche con sus dos hijos.

    Esto es muy raro, voy a probar yo con el mío.

    Eso, mira a ver si tienes más suerte que nosotros.

Jorge se subió al coche e intentó arrancar, mientras les contaba a sus amigos lo que sucedía, pero nada, el coche no se movía. ¿Qué estaba sucediendo? Los otros conductores le miraban expectantes, pero al ver que el joven negaba con la cabeza, volvieron a sus coches para resguardarse, pues la tormenta había comenzado a descargar una gran nevada y ya cubría los capós de los coches de una fina capa blanca.

    ¿No arranca? ¿Y eso? —preguntó Esteban.

    Ni idea. No lo saben, pero al llegar aquí se han parado todos los coches.

    ¿Y ahora qué haremos? —preguntó Lidia, expectante.

    Esperar, han llamado a la grúa, pero van a tardar un rato, porque están las carreteras cortadas por la tormenta de nieve.

    Os dije que se estaba acercando una tormenta.

    Ya, pero no dijiste que fuese a nevar —se quejó Óscar.

    Y el hombre del tiempo tampoco, y a él le pagan por saber esas cosas.

    Bueno, será mejor que nos abriguemos, hace frío y estaremos aquí dentro un largo tiempo. Tengo mantas en el maletero.

    Chico previsor, eso es bueno —le felicitó Macarena y salió por ellas. Ya que había llegado tarde, se redimiría con ese gesto.

Llevaban media hora dentro del coche y la nieve caía cada vez con más intensidad. ¿Cómo no habían previsto aquella nevada los del instituto meteorológico? Era imposible que no hubiese aparecido en el radar.

El frío aumentaba, al igual que la ansiedad por tener que esperar. ¿Y si tenían que pasar la noche en aquel lugar? Sara, la novia de Jorge se encargaba de llevar la comida y no se habían cruzado con ella en el camino. ¿Quizás estuviese ya en el destino? Ellos se habían retrasado por culpa de Macarena. La casa de los abuelos de Lidia estaba,  tan solo, a siete kilómetros de distancia, pero las bajas temperaturas y el terreno no acompañaban. ¿Lograrán sobrevivir a la experiencia? ¿Tendrían que abandonar los coches y enfrentarse a la tormenta?

………………………………………………

La nieve seguía cayendo y el frío se hacía más extremo. Los servicios de emergencia no eran capaces de llegar hasta los aislados por culpa del estado de las carreteras. Sin agua, sin comida y con el coche cubierto de nieve, pronto se congelarían dentro de aquella lata de metal. ¿Habría llegado Sara al refugio? ¿Y si atravesaban andando la tormenta?

    No podemos quedarnos aquí, nos vamos a congelar —dijo Esteban, mientras cerraba la cremallera de su chaqueta hasta arriba.

    Lo sé, pero tampoco podemos salir con este temporal —se quejó Jorge.

    ¿Y si nos dividimos? —Preguntó Macarena.

    ¿Dividirnos? ¿No ves películas de miedo? Eso es lo peor que se puede hacer —se negó Óscar.

    Aquí no hay fantasmas, ni nada por el estilo, solo un temporal y nosotros muertos de frío. Al dividirnos, tendremos más probabilidades de sobrevivir. Quien se tope antes con los servicios de emergencia, que de la voz de alarma para que localicen a los demás.

    No es mal plan, pero aunque no haya fantasmas en la ecuación, sigue habiendo un temporal y eso da más miedo porque algo es real y tangible—añadió Óscar.

    Los fantasmas son reales, pero eso no viene al caso —puntualizó Lidia.

    El caso es, que si nos dividimos, puede que tengamos una oportunidad.

    Está bien. ¿Quién saldrá ahí fuera? —Preguntó Jorge.

    Obviamente yo, que para eso fue mi idea —dijo Esteban.

    Y yo, pues sugerí lo de separarnos —añadió Macarena.

    Cari, yo te quiero mucho, pero… —dijo Lidia, que no dejaba de tiritar.

    Lo entiendo. Mejor quédate aquí, no durarías ahí fuera ni dos minutos, mi amor.

    Iré con vosotros, aunque no me hace gracia, pero pienso que si mi novia va, no puedo ser tan gallina de no hacerlo yo —añadió Óscar, antes de ser devorado a besos por su novia, que estaba sentada junto a él en la parte trasera del coche.

    Bueno, yo me quedaré con Lidia en el coche y, si llegan los de los servicios de emergencia, os iremos a buscar. Tened el móvil conectado en todo momento y seguid la ruta más recta posible, así, si hay que ir a buscaros, sabremos dónde hacerlo.

    Seguiremos lo que indique el GPS y lo dejaré activado, así solo tendréis que coger el mismo camino que nosotros —respondió Esteban, antes de bajarse del coche.

Dos de los hombres que estaban atrapados junto a los chicos en aquel camino nevado, fueron los encargados de acompañar a los muchachos en su travesía; así sus probabilidades de sobrevivir se multiplicarían. Uno de ellos fue el padre de los niños, y el otro, un camionero que regresaba a casa, tras pasar la noche de ruta por los puertos de montaña. Había dejado su camión en una nave cercana y se había creído afortunado por salir antes para evitar las retenciones que en esas fechas se organizaban; qué iluso.

    Y yo que pensaba que hoy era mi día de suerte. Para una vez que salgo antes del trabajo, el coche me deja tirado en la vuelta a casa.

    Nosotros íbamos a ver a mis suegros, por lo que en parte, le debo dar las gracias a la tormenta por ahorrarme un día con la familia de mi mujer.

    ¿Tan malos son? —Preguntó Macarena.

    No, son personas maravillosas, pero ya han perdido un poco la cabeza y te cuentan siempre las mismas historias. Si vas de visita un rato, no pasa nada, pero ahora pensábamos quedarnos unos días y ya se puede hacer una idea.

    Entiendo —añadió la joven.

    ¿Qué tal vais? —Preguntó Esteban, que iba a la cabeza del grupo con el mapa en el móvil.

    Cuesta andar por la nieve, pero al menos se puede caminar. Si llegamos a esperar un poco más, hubiese sido imposible —respondió Óscar.

    La nieve me llega por los tobillos —añadió Macarena.

    Procurad no hablar demasiado, porque tenemos que ahorrar fuerzas —dijo Esteban.

    Chicos, un momento. ¿No éramos cinco? Falta alguien. ¿Dónde está el camionero?

De repente, se dieron cuenta que el camionero había desaparecido. ¿Se habría caído en algún agujero? Era imposible, si estaba con ellos tan solo hacía un momento. ¿Dónde se había metido? Mientras tanto, en el coche…

    ¿Crees que estarán bien? Tendría que haber ido con ellos.

    No te martirices, es mejor que te quedes a resguardo en el coche, tu novio es listo y los mantendrá a salvo. Ahí fuera solo hubieses estorbado, espero que no te mosquees conmigo por decirlo.

    No me mosqueo, porque tienes razón. Soy una chica de ciudad, el campo no me va.

    ¿Y por qué viniste a la excursión?

    Estoy pensando dejar a Esteban.

    ¿Y eso? ¿Qué os ha pasado?

    Somos muy diferentes. No me malinterpretes, le quiero, pero quizás no como pareja. No sé si me explico.

    Ya, bueno. No sé si debería decirte esto, pero…

    ¿El qué?

    Creo que él piensa lo mismo.

    ¿En serio?

    Me dijo que te quería mucho, pero que pensaba que no te sentías a gusto con él.

    No es que no me sienta a gusto, es que los únicos amigos míos que le caen bien, sois vosotros; y a mis padres, esas pintas de metalero… no les va.

    Ya, bueno. Creo que deberíais sentaros tranquilamente y hablar del tema.

    Eso haremos. Gracias, Jorge.

    De nada, Lidia.

De repente, alguien toca a la ventanilla de Jorge y le quita la nieve al cristal. La madre de los niños se encuentra al otro lado y parece estar desesperada.

    Señora, ¿está bien? —Le preguntó Jorge, tras abrir la puerta con dificultad, pues comenzaba a congelarse.

    ¡No, mis niños han desaparecido!

    ¿Qué? ¿Cómo?

    Bajaron del coche un momento para estirar las piernas y ahora, ¡no están!

    Quizás se hayan perdido por los alrededores o se hayan caído en algún agujero; saldremos a buscarlos de inmediato.

    Apenas se alejaron del coche, no entiendo cómo pude perderlos de vista.

    Será por la nieve, seguro que están por aquí cerca.

Todos los presentes se dividieron para encontrar a los pequeños. Estaban en una carretera desierta, entre montañas, con más de quince centímetros de nieve por todas partes y si árboles tras los que ocultarse. No andarían muy lejos. ¿Verdad?

¿Lograrían Esteban y su grupo llegar al pueblo más cercano? ¿Encontrarían a los niños perdidos y al camionero? ¿Llegarían los equipos de emergencia a tiempo de salvarlos? ¿Y Sara, dónde estaba? Pero lo más importante. ¿Estaban solos o había alguien más que les acechaba?

………………………………………………

Tanto los niños por un lado, como el camionero por el otro, habían desaparecido sin dejar rastro en cuestión de poco tiempo. Ni huellas, ni marcas en la nieve. ¿Cómo era eso posible?

Esteban y el resto del grupo, comprobaron que el suelo que pisaban era seguro; el camionero pudo caerse en algún hueco, pero no había indicios aparentes de que aquello fuese cierto. Todo estaba cubierto de nieve, hasta donde alcanzaba la vista, y cada vez empeoraba más el clima.

    Debemos continuar, no podemos quedarnos aquí o moriremos de frío —dijo Óscar.

    Lo sé, pero no podemos dejarle tirado —añadió Esteban.

    Podemos dejar una marca que indique el lugar donde ha desaparecido y, cuando logremos llegar hasta los servicios de emergencia, ellos vendrán a rescatarlo —señaló el padre de los niños.

    Claro, haremos una señal bien grande, para que pueda verse desde un helicóptero —y entonces, Macarena, sacó de su mochila una lata de pintura roja en spray y comenzó a hacer una gran “X” en la nieve.

    ¿Por qué trajiste eso al viaje? —Quiso saber Esteban,

    Tu novia me lo pidió. Quería que se la prestase para darle una capa de pintura a una vieja silla y he recordado que la llevaba metida en la mochila.

    Es buena idea, pero date prisa, que cada vez hay más nieve y aún tenemos mucho camino por recorrer.

Mientras tanto, en la zona donde los coches se habían quedado atrapados, tanto Joge, como Lidia, ayudaban a la madre de los niños y al resto de afectados a buscar a esos dos angelitos perdidos. ¿Dónde diantres se habían metido los niños?

    ¿Jorge?

    Dime, Lidia. ¿Qué sucede?

    ¿Te has dado cuenta que no hay pisadas?

    Será por la nieve, está cayendo muy rápido.

    No me refiero solo a las de los niños. ¿Dónde están las nuestras?

    ¿Cómo? ¿A qué te refieres?

Jorge no entendió lo que Lidia quería decirle, hasta que echó un vistazo a su espalda; sus pasos no dejaban huella en la nieve, pese a los más de 15 centímetros de espesor y haber asegurado el pie  a cada paso.

    Esto es científicamente imposible.

    Lo sé, por eso te lo he dicho.

    Intenta andar en círculos, a ver qué pasa —y Lidia lo hizo, pero seguía sin dejar rastro a su paso.

    ¿Lo ves? Me parece muy extraño.

    ¿Dónde están los demás?

    ¿Quiénes? —Y mirando hacia los coches, descubrieron que se habían alejado tan solo un par de metros, pero no había ni rastro de sus compañeros de cautiverio.

    ¿Se habrán alejado para encontrar a los niños?

    ¿Tan rápido? Aquí hay algo que no me cuadra. Primero los coches se detienen sin motivo aparente, después la nieve repentina lo inunda todo en cuestión de minutos y ahora, esto. ¿Qué demonios está pasando?

    No lo sé, pero será mejor que regresemos al coche e intentemos llamar a los demás, para ponerles sobre aviso.

    ¿Y si vamos en su busca?

    ¿Con esta tormenta? Es demasiado tarde.

    ¿Crees que estarán bien?

    Seguro que sí, habrán avanzado bastante trecho en este rato que hemos perdido.

    Tengo un mal presentimiento, Jorge.

    No digas eso, estarán bien, ya lo verás.

Los dos amigos regresaron al coche, pero al hacerlo, se dieron cuenta que estaba enterrado bajo varios centímetros de nieve. La tormenta empeoraba por minutos y solo tenían dos opciones, quitar la nieve y quedarse en el coche esperando a ser salvados, o ir en busca de sus amigos y arriesgarse a morir congelados.

    Quita tú la nieve de este lado y yo lo haré del otro. Démonos prisa, hace mucho frío —esperó una contestación de su amiga, mientras se colocaba en posición, pero no obtuvo respuesta alguna —. ¿Lidia? ¿Me escuchas?

Pero Lidia no estaba, había desaparecido al igual que todos los demás. Ahora Jorge estaba solo, bajo aquella aterradora tormenta de nieve y en medio de la nada. Despejó como pudo el coche y dejó la puerta abierta, después lo rodeó para ver si Lidia se había resbalado y caído, pero no encontró a nadie en su camino, por lo que se metió dentro y cerró la puerta.

Jorge no daba crédito a lo que estaba experimentando, pero Esteban, Óscar y Macarena, tampoco. Cuando la joven terminó de dibujar la señal en el suelo, descubrieron que el padre de los niños tampoco estaba con ellos. De los cinco que habían iniciado la travesía en mitad de la tormenta, solo tres quedaban en ella. ¿Habrían corrido la misma suerte los que en el coche se habían quedado?

    ¡Salgamos de aquí! —Gritó Óscar y sus amigos le siguieron.

Avanzaron con dificultad varios cientos de metros, hasta que, ante la mirada estupefacta de Esteban y Macarena, Óscar desapareció al igual que el resto.

    ¿Óscar? ¿Óscar? —Preguntó horrorizado su amigo Esteban, mientras barría el lugar con la mirada.

    ¿Qué acaba de pasar? ¿Dónde está? —Preguntó Macarena, tirándose al suelo y escarbando con sus manos en la nieve como una posesa.

    No lo sé, acaba de desaparecer, como si hubiese sido víctima del chasquido de Thanos.

    ¡No digas tonterías! ¿Dónde está? ¡Óscar! ¡Mi amor! —Gritaba la joven entre sollozos.

    ¡Deberíamos irnos, Macarena! ¡Aquí está sucediendo algo extraño! ¡Hay algo en la tormenta! —Le dijo a su amiga, mientras la zarandeaba.

Los dos jóvenes se miraron a los ojos aterrados y después, contemplaron la blancura sin fin por la que estaban rodeados. La nieve no dejaba de caer y una especie de niebla lo cubría todo. El frío era tan extremo, que comenzaban a tener escarcha en el pelo.

Ambos miraron hacia el cielo y vieron una luz blanquecina, tan brillante como una bombilla, por lo que Esteban apartó la mirada y, de repente, sintió que Macarena ya no estaba junto a él. Se le había escapado entre los dedos, como el agua de un riachuelo. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué o quién era el culpable de todo aquello? Y lo más importante de todo, ¿cómo no dejaba rastro del suceso?

    ¿Qué hago? —Se preguntó Esteban —. ¿Continúo mi camino o regreso para ponerme a salvo? Pero… ¿Y si los demás también han desaparecido? Será mejor que siga huyendo, hasta dar con alguien que me ayude en el camino.

Esteban continuó avanzando, estaba agotado, le faltaba el aliento y, pese al esfuerzo que estaba haciendo, el cuerpo se le iba congelando más y más a cada paso. Los dientes le chirriaban, tenía mucho sueño y lentamente, fue deteniendo su andadura hasta ser presa de una mano invisible que lo separaba de su cuerpo.

Se sintió liviano, como si de su alma ya no fuese el dueño; flotaba entre los copos de nieve, como mecido por el viento. Y poco después, vio una luz brillante y circular en los cielos y, al cruzar su umbral, la insondable noche le atrapó en un profundo sueño.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué era aquella luz? ¿De dónde había salido aquella terrible tormenta? Y lo más preocupante de todo… ¿Dónde estaban los desaparecidos?

………………………………………………

Sara recogió sus cosas y salió del examen. Aquella tortura se había alargado más de la cuenta, porque tuvieron que esperar al profesor de anatomía, ya que había retenciones debido a la tormenta que azotaba todo el país.

    ¿Te vas al final? —Preguntó la mejor amiga de Sara, Andrea.

    Sí, mi novio y sus amigos me esperan en Huesca —respondió Sara.

    Ten cuidado, el tiempo se está poniendo feo —añadió Alberto.

    Lo sé, pero ya les di mi palabra.

    Si necesitas algo nos avisas —apuntó Verónica.

    ¿Tú no volvías a Mallorca estos días?

    Eso creía yo, pero al final creo que me quedaré aquí, estudiando para el examen de la vuelta de vacaciones. El tiempo está fatal y dudo que dejen salir ningún vuelo.

    Solo voy un par de días a Huesca, cuando vuelva, si quieres, te ayudo con el examen.

    ¿Y a mí? Me vendría bien un buen repaso —preguntó Alberto.

    Eso es lo que tú quieres, pillín, aunque dudo que a su novio le haga gracia —se mofó Andrea.

    Claro, sin problemas. Y tú no seas mala. Jajaja. Bueno, chicos, me piro.

Y Sara se despidió de sus amigos con la mano, mientras ponía rumbo al aparcamiento. Antes de salir de la ciudad se pasó por la facultad de periodismo, para ver si el coche de su novio seguía allí aparcado; quizás se hubiesen retrasado lo suficiente para ir todos juntos, pero no, se habían marchado veinte minutos antes.

Iba sola conduciendo y era la primera vez que salía de Madrid para un viaje tan largo, así que, decidió ponerse música para mantenerse despierta durante el trayecto. Tenía un repertorio bastante bueno, que pasaba del rock clásico a los éxitos de los 90`s, con los que pasó gran parte de su adolescencia, pese a haber nacido en los 2000.

Iba cantando Baby One More Time, de Britney Spears, cuando sintió un pinchazo en una de las ruedas, que casi la hace perder el control del coche y estamparse contra la media a la altura de Zaragoza; aunque por suerte, pudo mantener el control y parar en el arcén para llamar a emergencias.

Al bajarse del coche con cuidado y el chaleco reflectante puesto, fue hasta el maletero para sacar los triángulos y señalizar la avería. Tras colocarlos, debidamente, se subió de nuevo al vehículo y llamó al 112, para notificar el incidente y después llamó al seguro para pedir ayuda. Estaba en plena autopista, un lugar poco indicado para ponerse a cambiar una rueda ella sola, por lo que necesitaba un par de manos expertas y alguien que le cubriese las espaldas, por si algún loco la atropellaba.

¡Qué miedo pasó! Los coches pasaban por su lado y hacían temblar todo a su paso. Iban demasiado rápido.

El seguro le mandó enseguida una grúa y, veinte minutos después, la rueda estaba cambiada y recuperó de nuevo la marcha; pero estaba algo preocupada, pues el mecánico le había recomendado que tuviese cuidado con la tormenta que se avecinaba por el norte, pues sería la más grave desde hacía décadas. Ni si quiera la Filomena descargó tanta nieve como se esperaba obtener de ésta. Sara no recordaba el nombre que le había dado el mecánico, pero tampoco importaba demasiado.

Diez minutos después, tuvo que hacer otro alto en el camino para echar gasolina y comprar algo de picar. Mientras le llenaban el depósito, miró el teléfono esperando tener alguna llamada perdida de su novio, pero fue en vano. ¿Habrían llegado ya? ¿Por qué tardaban tanto? Se estaba empezando a impacientar.

Entró a la tienda a comprar una bolsa de patatas y un sándwich vegetal, pero no tenían sin gluten, así que las patatas deberían bastar. ¿Por qué no tienen comida especial en esos sitios? ¿Qué pasa? ¿Qué los alérgicos nos alimentamos del aire? A este paso… poco nos faltará.

    Buenas tardes. Lleno en el surtidor número cinco y además, quiero esto —le dijo al dependiente, mientras dejaba la bolsa de patatas y el refresco de naranja sobre el mostrador.

    ¿Hacia dónde se dirige con este temporal?

    A Huesca. Unos amigos me están esperando allí.

    Tenga cuidado, señorita, dan muy mal tiempo por esa zona y están cortando las carreteras. Ha habido varios accidentes e incluso un alud hace pocas horas.

    ¿Un alud? ¿Dónde?

    En una carretera más al norte. Esta tormenta se está poniendo fea.

    Gracias, intentaré llegar antes que empeore.

Y tras pagar, se marchó de nuevo a su coche, mientras volvía a marcar en su teléfono el número de Jorge.

    Venga, contesta. ¿Dónde demonios estás? —Y de repente, alguien descolgó —. ¿Jorge? Me tenías preocupada…

    Este es el contestador automático de Jorge, si quieres algo, deja tu mensaje después de la señal. Pi…

    ¡Mierda! El dichoso contestador. Cariño, soy yo. Estoy de camino, pero la tormenta está empeorando y no sé si tendré que pasar la noche en algún motel de carretera o no, cuando lo sepa te aviso. Llámame cuando lleguéis, para saber que estáis bien. ¿No habéis llegado aún? Estoy preocupa… Piii —. El mensaje se cortó —. Odio estos cacharros.

Se subió al coche y retomó el ritmo, mientras escuchaba a Led Zeppelin y devoraba las patatas que había comprado en la gasolinera, pues había dejado la bolsa abierta en el asiento del copiloto para evitar distracciones innecesarias en la carretera.

De repente, tuvo que detener el coche porque había retenciones. Paró la música y puso la radio, para comprobar el estado del tiempo y las carreteras, y enterarse así, por si había sucedido algo en su zona que la hiciese cambiar de itinerario.

    Quizás así salga de dudas —se dijo.

<<Y la última hora. Existen retenciones en todas las carreteras del país por la tormenta. Varios accidentes, aludes y desprendimientos por la zona de Huesca, mantienen en jaque a los bomberos. Confirmamos, se cierran las carreteras hasta que las máquinas quitanieves realicen su trabajo. Se pide paciencia a los conductores, les seguiremos informando. >>

    Señoras y señores… —Se escucha fuera del coche y, al asomar la cabeza por la ventanilla, ve a dos guardias civiles motorizados dando un mensaje a los conductores que permanecen retenidos en aquel tramo —. Se han cerrado las carreteras por un alud que ha ocurrido unos kilómetros más al norte. Estamos esperando a los servicios de emergencia y a los bomberos. Los que necesiten asistencia médica que lo notifiquen de inmediato y el resto, deben permanecer en sus coches hasta que sea posible continuar la marcha. Todos aquellos que no tengan cadenas, deberán abandonar los vehículos a un lado de la carretera y serán llevados hasta un refugio para pasar la tormenta.

    ¿Tenemos que dejar los coches aquí? —Preguntó uno de los conductores afectados.

    Sí, señor. Sin cadenas no se puede continuar, por mucho que las máquinas quitanieves cumplan su función. Es peligroso tomar los puertos de montaña bajo estas condiciones, aunque el asfalto esté repleto de sal. Hasta que no mejore el tiempo, no podrán continuar.

    ¿Y cómo volvemos luego a por el coche? —Preguntó otro conductor.

    El mismo transporte que vamos a utilizar para llevarles a un refugio, les traerá de vuelta hasta sus coches.

    ¿Y los que tenemos cadenas? —Preguntó una mujer.

    Ustedes podrán continuar la travesía en cuanto el resto de conductores deje el camino libre y las quitanieves esparzan la sal en la calzada. El resto, por favor, cojan lo estrictamente necesario, aparquen a un lado del arcén y sígannos.

Sara no tenía cadenas, pero aunque las tuviera, no sabría cómo ponerlas. Aparcó el coche como le habían indicado, al igual que decenas de afectados, después recogió su macuto, su bolso y cerró el coche antes de seguir de cerca a aquellos guardias motorizados.

Volvió a mirar el teléfono móvil, estaba nerviosa. ¿Por qué Jorge no la había llamado aún? ¿Le habrían detenido a él también el camino? ¿Y por qué entonces no avisaba de lo sucedido? Quizás no, él solía tener cadenas, lo recordaba de cuando estuvieron esquiando en la sierra. ¿Acaso no había cobertura en aquella casa o ya habían comenzado la fiesta? Cuando le pillase, la iba a escuchar pero bien. Menuda reprimenda le iba a caer.

………………………………………………

En el hostal de carretera donde pasaron la noche, la gente se apilaba tanto en las habitaciones como en el recibidor. Sara tuvo suerte y encontró un rincón en las escaleras que parecía cómodo, pues había sido imposible llevar a los afectados más allá de aquel antro.

El frío se acrecentaba al mismo ritmo que la ansiedad de Sara. ¿Por qué Jorge no la llamaba? Algo iba mal, lo sabía en cada fibra de su piel. Se levantó del suelo y fue a preguntarle a un agente de policía que estaba repartiendo mantas entre la gente.

    Perdone, agente. Mi novio y unos amigos estaban rumbo a Huesca y yo tenía que reunirme con ellos, pero no logro localizarlos.

    ¿Cuándo habló con ellos por última vez?

    Esta mañana, antes de un examen que tuve. Salieron antes que yo, por eso acordamos reunirnos más tarde en la casa de los abuelos de una amiga, que es a donde me dirigía cuando nos desalojaron de los coches.

    ¿El teléfono da señal?

    Sí, pero no lo coge nadie y estoy preocupada.

    Seguramente estarán bien, de fiesta, y por eso no cogen el teléfono.

    No lo creo, me hubiesen llamado, les he dejado varios mensajes.

    No han pasado veinticuatro horas desde su desaparición.

    Por favor, sé que ha pasado algo, lo presiento.

    Quizás se hayan quedado atrapados en la tormenta.

    ¿Podría comprobarlo? Solo le pido eso.

    Está bien, veré qué puedo hacer. Sigue tú —le dice a su compañero, entregándole la bolsa llena de mantas que llevaba a cuestas.

El policía local y Sara se apartan a un lado, y éste, llama a la central para informarse de los últimos acontecimientos.

    María, soy Pedro. Una pregunta. ¿Sabes de algún aviso que hayan dado los de emergencias sobre algún accidente a la altura de Huesca?

    Lo han dicho en la televisión y mi prima Ana, que vive por allí, me ha comentado que hubo un alud esta tarde que bloqueó la carretera. Hay varios desaparecidos y se cree que puedan haber quedado atrapados, pero los helicópteros no pueden volar con este tiempo y el acceso por carretera resulta casi impracticable. Las máquinas quitanieves hacen lo que pueden, pero han tenido que aplazarlo hasta mañana debido al temporal.

    Vale, notifica a los de la central que aquí tengo a una chica que busca a su novio y a sus amigos, han desaparecido y pueden ser unos de los afectados en ese alud.

    Así lo haré, jefe.

    ¡Necesito ir hasta allí! —Grita Sara.

    Tranquilícese, señorita, ahora es imposible salir con la que está cayendo.

    Mi novio está ahí fuera y puede estar atrapado en la nieve. ¡Tenemos que encontrarle!

    Mañana a primera hora, cuando amaine la tormenta, podremos ir hasta allí y yo mismo la llevaré si es preciso; pero ahora es imposible salir.

    No lo entiende. ¡Yo debería estar con ellos!

    Señorita, quizás ese examen haya salvado su vida —le dijo el agente, colocándole una mano en el hombro—. Sé que lo que te acabo de decir es duro, pero si salimos ahí fuera ahora mismo, puede que ni tú ni yo tampoco lo contemos.

Sara sabía que el agente tenía razón. Según decían, aquella era la peor tormenta que se había visto en siglos. ¿En verdad amainaría por la mañana? ¿Qué pasaría si no lo hacía? ¿Resistirían sus amigos a pasar la noche a la intemperie?

Sara pasó la noche en vela, llorando por la ansiedad que la carcomía por dentro. El agente se acercó a ella en mitad de la noche con una taza de chocolate caliente, que había cogido de la cocina cuando nadie le veía, para infundirle ánimos. Según decía su mujer, el chocolate era lo único que la calmaba en esos días del mes.

    ¿Estás bien?

    Estaría mejor si supiera algo de Jorge.

    Pronto abrirán las carreteras y yo mismo la llevaré hasta su coche, incluso la acompañaré hasta su destino para que encuentre a ese chico.

    ¿Por qué haría eso?

    Perdí a mi mujer y a mi hija en un accidente de coche durante una tormenta de nieve.

    Lo siento.

    Gracias. Sé lo mal que se pasa al perderlos, pero es mucho peor no saber si les ha pasado algo o no. Durante el tiempo que estuvieron desaparecidas, estuve a punto de perder la cabeza.

    Lo entiendo y… gracias, de verdad.

    No hay de qué. Ahora, tómese el chocolate caliente, le hará bien.

Mientras tanto, en aquella carretera aislada del mundo y envuelta en un blanco manto invernal, Jorge escuchó una sintonía que le resultaba familiar; pero los párpados le pesaban demasiado y apenas sentía su cuerpo debido al frío extremo. Le costaba respirar y no podía moverse. Algo le apretaba el pecho con fuerza y obstaculizaba la entrada de aire helado hasta sus pulmones.

Otra vez la musiquita. Parecía tan lejana… Se encontraba rodeado de la más brillante y hermosa luz. No tenía preocupaciones, ni dolores, tan solo sentía una inmensa paz con la que no sabía lidiar. ¿En qué momento había salido del coche y llegado hasta allí?

Pero de nuevo aquella musiquita que sonaba a su espalda, no le dejaba disfrutar del lugar en el que se encontraba. Aquello le hizo mirar hacia atrás, al lugar del que provenía la melodía y entonces, vio a Sara. Su imagen se alejaba de él, y, aunque intentase alcanzarla, le resultaba imposible alejarse de la luz que al otro lado le llamaba

La joven estaba sentada en las escaleras de un lugar desconocido, con una taza en las manos repleta de un líquido oscuro y llameante, y una manta color ocre sobre los hombros. ¿Estaba llorando? ¿Qué había pasado?

Entonces, la luz volvió a brillar más intensamente y, nuevamente, atrajo su atención. Poco después, al disiparse, ante él vio un prado lleno de flores con miles de luciérnagas y mariposas, revoloteando por todas partes; parecía la fiesta de los faroles que se celebra en China cada decimoquinto día del primer mes lunar.

De repente, vio una silueta que le resultaba familiar. ¿Aquel era su abuelo? Espera un momento… ¿No llevaba tres años muerto?

    Abuelo, ¿eres tú?

    Hola, Jorge. Te veo bien.

    Debo de estar soñando, esto no puede ser cierto.

    No es exactamente un sueño.

    ¿Estoy muerto?

    En proceso.

    ¿Cómo?

    Tranquilo, no es tu momento.

    ¿No es mi momento? ¿Qué quiere decir eso?

    Debes regresar. Tranquilo, aquí estaré esperándote cuando estés listo; pero no tengas prisa. Y cuida de esa joven tan bonita, le debes la vida.

    ¿Qué joven? ¿Abuelo?

Jorge sintió que una fuerza invisible tiraba de él hacia atrás y, de repente, sus pies dejaron de tocar el suelo y regresó por aquel túnel —el que había atravesado momentos antes de ver a su abuelo —de espaldas como los cangrejos.

    Sara, ¿dónde estás?

    ¡Aquí, Jorge, estoy aquí! —Le respondió la joven, cogiéndole de la mano mientras los enfermeros metían su camilla en la ambulancia.

    ¿Qué ha pasado?

    Te he encontrado. Has estado a punto de morir congelado.

    Tienes suerte, chico. No ha parado de buscarte y ha movido cielo y tierra para encontrarte. Ya puedes cuidar de esta joven, le debes la vida —dijo el policía que había acompañado a Sara por la ruta que indicaba el GPS de Jorge, y que, gracias a eso, habían dado con los coches atrapados en la nieve y llamado a emergencias para que enviasen a los equipos de rescate.

Todos los allí presentes, excepto Jorge, perdieron la vida por la avalancha que había cubierto los coches. Fue asfixiándoles lentamente, como si hubiesen dejado el vehículo en marcha, obstruyendo el tubo de escape. La nieve cubrió los cuerpos,  impidiendo que la caja torácica se expandiese y a los pulmones les llegase el aire.

¿Y los desaparecidos? ¿Acaso fue un sueño? ¿Por qué se había imaginado que sus amigos habían salido del coche, cuando habían estado dentro todo el tiempo? ¿Las muertes en el sueño se sucedieron en el mismo orden que en la vida real? Eso no era normal.

De repente, el conductor de la ambulancia cierra la puerta y se pone al volante. Sara y el policía van detrás, con Jorge, y mientras ellos comentan lo acontecido, el joven se fija en una luz blanca que hay en el cielo a través del cristal. Entonces, en apenas un parpadeo, la luz desaparece tras una nube solitaria —que ha surgido de la nada —en donde antes solo había claros; ya no queda ni rastro de la tormenta del día anterior, excepto la nieve que cubre todo de un blanco cegador.

    Una tormenta sin precedentes. Nadie se imaginaba la magnitud que tendía —comentó el policía.

    Sí, la peor hasta la fecha, según cuentan —añadió Sara —. Y ahora, sale el sol de repente, como si nada.  

    Será el cambio climático o algo peor.

    A saber, lo que me importa ahora es cómo le voy a decir a los padres de mis amigos, que ya no volverán a casa.

    Dura tarea, pero deja que sean los médicos los encargados de dar la noticia, para eso se entrenan.

 

FIN