En primer lugar, diré que este no es un cuento como tal, son seis cuentos diferentes en uno solo. Cada capítulo estará dedicado a una emoción (tristeza, felicidad, miedo, sorpresa, asco e ira) e intentaré hacértelo sentir en tu propia piel, atravesando la pantalla del ordenador y llegando a invadir todo tu ser. Sé que es un gran reto, pero estoy preparada para intentarlo. ¿Estás listo para la experiencia más interactiva e increíble de tu vida? Si la respuesta es afirmativa, continúa leyendo.
TRISTEZA
Creo
que este es un de los mayores retos a los que me he enfrentado a lo largo de mi
vida. Hacer sentir a otra persona, a través de la palabra escrita, no es fácil.
Ahí tenéis a los grandes poetas como Becker o Poe, capaces de hacerte elevar el
corazón o que escondas la cabeza bajo las sábanas, como si éstas fuesen un
chaleco anti-balas. Pero ellos no están aquí, y yo de momento… Sí.
La tristeza es un puñal que se clava lentamente en
el corazón y lo hace con tanta fuerza, que es capaz de nublar la vista y la
razón de todos aquellos que la padezcan, dificultando la tarea de encontrar la
solución a cualquier problema o incluso, llegando a segar vidas cuando
arraigada se queda. Desencadenante de problemas como la ansiedad o la depresión,
no es fácil lidiar con ella, pues la muerte siempre la acecha. ¿Entonces, cómo
puedo haceros sentir tristes a todos al mismo tiempo, sin haceros un daño
irreparable por el que me pidáis cuentas en algún momento? Esa es la finalidad
que tiene este cuento, que poco a poco, se irá metiendo en vuestra mente y
sacando a flote, vuestros más dolorosos recuerdos.
¿Te acuerdas de aquel fatídico día en que pensaste
que tu vida llegaba a su fin? ¿Cuándo sentiste que tu corazón se rompía en mil
pedazos, y no había forma humana de volver a juntarlos? ¿El mismo en que, las
lágrimas se hicieron dueñas de tus ojos y el nudo que se formaba en tu
garganta, te hacía imposible respirar? ¿Ahora te acuerdas? Se me pone la piel
de gallina solo de pensarlo. Quizás fue la pérdida de un ser querido o aquel
sueño que no pudo ser cumplido. El sufrimiento infligido a otro ser vivo y del
que, tú, fuiste testigo. O tal vez, fuese la soledad que invadió cada
centímetro de tu piel, al darte cuenta que, eras la oveja negra de la familia,
un ser incomprendido y falto de cariño. Todos, absolutamente todos, hemos
pasado por algo parecido.
¿Cuál fue la gota que colmó el vaso? ¿Qué recuerdo
has intentado reprimir, para evitar sucumbir y suplicarle a la parca que con ella
te lleve? Seguramente no lo hayas olvidado, tan solo esté guardado en el fondo
de un cajón, junto a otros traumas del pasado. Los problemas y las penas no
desaparecen, tan solo se difuminan tras el rastro que dejan los recuerdos más
cercanos, ya sean buenos o malos.
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero hay heridas
que dejan una huella imborrable, cambiándonos de algún modo; si no me crees,
pregúntale al protagonista de esta historia:
¿Alguna vez habéis tenido un mal día? Pues seguramente no será nada, comparado con lo que el pobre Pedro tuvo que sufrir hará unas horas. Mientras recogía sus cosas en la oficina, de la que le acababan de despedir por la terrible crisis que asolaba el país, recibió una llamada telefónica. Seguramente sería un comercial intentando venderle alguna tarifa, tan increíble como incierta, por lo que no tenía muchas ganas de aguantar el chaparrón que le caería si descolgaba el teléfono; pero algo en su corazón le dijo que debía contestar esa llamada, y al ver el número de su esposa en la pantalla del teléfono, Pedro descolgó. ¿Cómo le estaba llamaba a esa hora? Sabía que estaba en la oficina y ella estaría de camino al trabajo. ¿Había sucedido algo?
- ¿Es usted el señor García? —Preguntó una voz temblorosa al otro lado del teléfono.
- ¿Maite? ¿Quién es usted?
- Yo… Lo siento mucho, no la vi venir.
- ¿Qué está diciendo? ¿Y mi mujer?
- Cariño. —Se escuchó decir casi en un susurro al otro lado del teléfono.
- ¿Maite? ¿Qué sucede? ¿Estás bien?
- No me queda mucho, solo quería escuchar tu voz una última vez. Te quiero, Pedro, y siempre te he querido. Cuida de nuestro hijo, si es que ha sobrevivido al accidente.
- ¿Maite? ¡Maite!
- Lo siento mucho, de verdad. —Y la llamada se cortó.
Pedro estaba como loco. ¿Qué demonios había pasado?
Volvió a llamar al número de su esposa, pero nadie respondía, por lo que dejó
las cosas en la oficina y salió corriendo de allí en dirección al trabajo de su
mujer.
De repente, Pedro ve en la calle a un grupo de gente, arremolinada sobre la calzada. Intenta abrirse paso como puede, mientras ve cómo se aproxima una ambulancia.
- ¡Déjenme pasar, por favor! — Gritó, mientras apartaba a la muchedumbre de su camino.
Y allí estaba ella, con su melena rubia esparcida sobre el asfalto y su prominente barriga de ocho meses, sobresaliendo bajo ese jersey azul de cuello vuelto que llevaba puesto. Uno de sus pies estaba descalzo y los pantalones de tiro ancho que solía llevar por el embarazo, habían sufrido desgarros.
- ¡MAITE! —Gritó desconsolado, mientras se arrodillaba junto a ella y lloraba desconsolado.
- ¡Apártese y déjenos trabajar! —Le ordenó el enfermero, que llegó al lugar de los hechos en ese preciso momento.
- ¡Es mi mujer!
Mientras él permanecía sentado en la parte de atrás
de la ambulancia, sujetando la mano helada de su esposa, aquel vehículo tomaba
las curvas como si estuviese en el circuito del Jarama. Nada se podía hacer por
aquella dulce mujer de sonrisa infinita y corazón de oro, pero quizás, para la
criatura que seguía peleando en su interior, hubiese un milagro esperando al
llegar al hospital.
¿Quién había sido el que llamó desde su teléfono? Seguramente el monstruo que la atropelló. ¿Por qué lo había hecho? ¿Se lo había pedido ella con su último aliento? La policía estaba hablando con los testigos en el lugar de los hechos, pero por desgracia, no sacarían nada en claro de todo aquello.
- Siento decirle que hemos perdido al niño también. No hemos podido hacer nada para salvarlo.
- No puede ser cierto. No me diga eso, por favor.
- Lo lamento. Si necesita hablar con alguien, puedo avisar al psicólogo del hospital.
Pero Pedro ya no era capaz de escuchar nada más.
Cayó al suelo de rodillas, con las manos cubriéndole la cara y se echó a llorar
desconsolado. Su mujer y su hijo no nato, habían muerto el mismo día en que a
él le habían echado del trabajo. ¿Por qué a él? ¿Y su mujer? Era la mejor
persona de este mundo, jamás le hizo daño a nadie.
¿Y qué pasaba con el pequeño Gabriel? No había tenido tiempo de vivir, ni de estrenar aquella cuna que tantas noches en vela, se había pasado intentando montarla. Tampoco podría leerle aquellos cuentos que había comprado y adornaban la estantería que sobre el cambia-bebés reposaba. ¿Por qué siempre les pasan las peores cosas a las mejores personas? ¿Acaso es un peaje que hay que pagar antes de cruzar al otro lado? ¿Pero en qué mierda estaba pensando?
- Sé que este no es el mejor momento, pero su mujer era donante de órganos y tenemos un paciente con una crisis, que necesita un corazón nuevo. Hemos hecho las pruebas y es compatible. ¿Daría usted su consentimiento? —Preguntó el médico, que permaneció allí de pie y en silencio todo el tiempo, intentando armarse de valor para preguntarle aquello a Pedro.
- Era su deseo, háganlo. — Respondió, y mientras el médico regresaba al quirófano, Pedro se hundió.
Ya no le quedaba nada. Sus padres habían muerto en
un accidente de coche cuando era pequeño, sus amigos del orfanato no habían
tenido tanta suerte como él, cayendo en las drogas y pasando a mejor vida. Para
colmo, había perdido su trabajo por aquella maldita crisis y ahora… Algún
desalmado, le había arrebatado a las dos personas que más quería. No volvería a
abrazar a Maite, a despertarse cada mañana con su perfume impregnado en la
almohada. Tampoco podría decirle te quiero, besarla o abrazarla, cuando
estuviese en esos días del mes en los que era un mar de lágrimas y solo se
calmaba, con el helado de vainilla que tanto le gustaba y aquella vieja película
de Meg Ryan.
Y su hijo, jamás podría tenerlo entre sus brazos,
protegerle del cruel mundo que le había estado esperando para devorarlo, ni enseñarle
a ser feliz con lo puesto, disfrutando de las pequeñas cosas de la vida que
duran tan solo un momento; pero lo bueno de esos efímeros momentos, es que nos
ayudan a soportar los malos tiempos. No podría enseñarle a conducir, ni pagarle
la universidad, y jamás podría ser abuelo y malcriar a sus nietos.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo. En la calle, se
mezcló con la gente que iba acelerada, era como ver el mundo en avance rápido,
siendo un mero espectador de lo que está aconteciendo a tu lado. Pedro vagó por
aquella ciudad llena de altos edificios y olor a sal, hasta llegar al
rascacielos más alto que pudo encontrar. A los pies de aquel amasijo de hierro
y hormigón, pudo ver ante sus ojos la salvación. Mientras subía en aquel
ascensor hasta lo más alto, observó a la familia con la que compartía
habitáculo, y a la pareja que subió cuando ellos se estaban bajando.
Entonces recordó su vida junto a Maite, cómo le
salvó la vida cuando le encontró durmiendo en el parque y cómo se enamoró de
él, un pobre diablo sin ningún tipo de equipaje. La vida era mucho mejor con
ella a su lado, le había cambiado por completo y ahora… Volvía a estar solo y
su amor se había marchado a un rincón en donde no podría alcanzarlo. ¿O sí?
Cuando se aproximó al borde del edificio y se asomó
por la barandilla, la cara de su hijo en la última ecografía, le vino a la
mente y le empañó los ojos de lágrimas. En ese momento su corazón se rompió.
Sintió cómo su mundo se derrumbaba, ya no le quedaba nada en esta vida por lo
que luchar. De pronto, miró al cielo azul tan puro y claro, y con una dulce
sonrisa en los labios, se precipitó al vacío por la cornisa sin dudarlo.
Mientras tanto, no muy lejos de aquel lugar…
- ¿Señores Gutiérrez? —Dijo el cirujano, al llegar a la sala de espera.
- ¡Sí, somos nosotros! —Respondió un hombre, que sujetaba con fuerza la mano de su esposa.
- La operación ha sido todo un éxito, su hija tiene un nuevo corazón fuerte y sano. Tendremos que esperar para ver cómo evoluciona, pero no hubo complicaciones durante el trasplante y eso es un factor a tener en cuenta.
- Muchísimas gracias, doctor. —Dijo aquella mujer, mientras abrazaba con fuerza a su marido.
El matrimonio subió a la habitación donde llevarían a su pequeño ángel de cinco años y medio, tras la estancia en reanimación; pero el hombre parecía más nervioso de lo esperado.
- Cariño. ¿Qué sucede? Ha salido todo bien, ya has oído a los médicos. Hemos tenido muchísima suerte, ha sido un milagro. —Preguntó la mujer.
- Lo sé, pero yo… Cuando me llamaste esta mañana y me dijiste que había tenido una crisis, que se la habían vuelto a traer al hospital, conduje como un loco; solo podía pensar en mi pequeña.
- Si no hubiese llegado ese órgano a tiempo, nuestra Megan habría muerto, pero llegó y está a salvo.
- Lo sé, pero… Creo que he matado a alguien.
- ¿Estás loco? ¿Cómo puedes decir algo semejante?
- Porque creo que la donante fue la mujer a la que atropellé esta mañana.
- ¿Qué? ¿Qué pasó?
- Iba conduciendo con los nervios a flor de piel, cogí el móvil para llamarte y decirte que iba de camino, pero se me cayó al suelo y al recogerlo... perdí de vista la carretera un momento. Aquella embarazada cruzó y me la llevé por delante.
- ¡Óscar, no! —Gritó la mujer, que no daba crédito a lo que estaba escuchando.
- Estaba muy mal y… murió en mis brazos, Helena. Yo la maté, a ella y a su hijo.
- ¿Cómo sabes que ella es la donante?
- Escuché a las enfermeras hablar de un accidente con una embarazada, la mujer era donante de órganos y su corazón iba para una niña. “Fue mucha casualidad”, decían, y no dejaban de repetir que había sido “en el momento justo”.
- ¡Óscar! —Y la mujer rompió a llorar.
- Debo entregarme.
- ¡No! ¡Fue un accidente!
- Jamás podré mirar a nuestra hija a la cara, si sé que lleva el corazón de la mujer a la que yo maté. Nuestra Megan vive gracias a que otra persona murió, por mi culpa. Debo pagar por mis actos. Jamás quise huir, solo podía pensar en mi hija, pero ahora que el trasplante salió bien, debo hacer lo correcto.
Helena corrió hacia su marido y lo
abrazó. Sabía que tenía razón, que debía entregarse, pero en el fondo de su corazón,
también supo que aquella sería la última vez en la que le vería. Minutos más
tarde, mientras Óscar conducía su coche abollado rumbo a la comisaría más
cercana, el cuerpo de un hombre calló a plomo desde lo más alto de un
rascacielos, sobre su coche, matándolos a los dos en el acto. ¿Karma? ¿Justicia
divina? ¿O simplemente, la puta vida?
FIN
ALEGRÍA
Es
ese efímero instante en el que todas las fibras de tu piel se estremecen, el
corazón se te acelera y los niveles de serotonina se disparan hasta lo más
alto. ¿Os suena de algo? ¿Y qué tal eso de “estar en las nubes”? Sientes que tu
cuerpo flota, que el día es más luminoso y la noche más mágica; en definitiva,
lo ves todo desde otra perspectiva. Y sí, sabes que ese momento no durará
eternamente, pero… ¿Qué más da? Poco a gusto que estás. ¿Verdad? Como diría mi
abuela, que en paz descanse: “Que nos quiten lo bailao”.
Y hablando de bailes, hoy es sábado y el cuerpo lo sabe. Será mejor que empecemos con el cuento de hoy, antes que os de la vena salsera y me abandonéis para iros de fiesta. Por cierto, para fiesta… la que vamos a tener a continuación. ¿Estáis preparados para la experiencia más surrealista de vuestras vidas? ¿No? ¿Os recuerdo el nombre de mis directos? “Las locuras de Hécate Fénix”. No digáis que no os lo avisé.
Pues si queréis experimentarlo de verdad, os doy un par de minutos, para que busquéis algo de picar; a ser posible, que sean unas uvas, gominolas o algo parecido. ¿Os imagináis por qué lo digo? ¡Vamos a celebrar la Nochevieja en directo! ¡Y en pleno septiembre! Que tiene mérito. ¿Por qué os pensáis que me puse mis mejores galas? Y ahora sí, que comienza el cuento.
CAMPANADAS
Nochevieja
de un año cualquiera.
La hora bruja se acerca. Tenemos el champán listo en la nevera, los platos dentro del lavavajillas y las uvas preparadas dentro de sus copas — peladas y sin pipas, por supuesto— que el año pasado casi se ahoga la abuela, cuando se le cayó la dentadura al llegar a la quinta uva; a ver si este año, me como las doce a tiempo.
- ¡Niño, deja al perro, que como te meta un “bocao”, nos comemos las uvas en urgencias, como hace dos años! —Culpa de mi cuñado, por cierto, que es un "bocachancla" y se empeñó en abrir el champán antes de tiempo, dándole en el ojo a mi hermana y liándola parda. Bueno, ex-cuñado, que aquello marcó un antes y un después en la relación. Os podéis imaginar el por qué. Mi hermana se pasó dos semanas con un parche en el ojo cual pirata, solo le faltaba mi tía en el hombro, porque es igual que un loro. Lo que habla la pobre mía, por los codos.
Sorpresa, no, yo no tengo hermanas, pero quería dejar representado a todo el mundo en mi relato y en esas fiestas no puede faltar el cuñado pesado. Es como el muñeco cagón del belén o la estrella del árbol. Por cierto, se me olvidaban los dichosos papelitos eso de año bueno, año malo y año regular. Aunque visto lo visto, tendría que cambiarlos a: “igual de mierda” o “peor que mal”. Pero bueno, este año tengo un pálpito, de esos que te hacen echar la lotería o jugar a la ruleta, pero no a la rusa, claro, que tampoco tengo una flor en el culo.
- Vamos, coged las copas, que empiezan los juegos del hambre y suerte a los tributos de este año; que los dioses nos pillen confesados. —Dije, mientras repartía las copas, una a una.
- Mira qué majo sale Ramonchu con su capa, oye, parece el Conde Drácula del mercadillo. —Dijo mi madre, a la par que contabilizaba las uvas, por miedo a que el abuelo le hubiese robado una; era todo un experto en la materia.
Entonces, el perro comienza a ladrar, mi sobrino a cantar por Dora la Exploradora y mi padre a quejarse porque no escucha nada, llegando a entrar en debate con el perro; aunque eso no tiene pinta de llegar a nada bueno. Mi madre vuelve a contar las uvas, porque mi abuelo le ha robado una y ha tenido que coger otra en el último momento, mi hermana está explicándole a mi abuela el procedimiento, y cuando por fin Ramonchu deja de chupar pantalla, comienza el carrillón y sigo sin escuchar nada; menos mal que en la televisión se ve bajar la bola y por fin, todo el mundo se calla.
- ¡Vienen los cuartos! —Grito desesperada.
Din-Don, Din-Don, Din-Don, Din-Don.
- Niña, creo que alguien llama a la puerta. —Dice la abuela.
- Que no, yaya, que es la televisión. —Le responde mi hermana.
Y comienza la jugada. ¿Tenéis vuestros picoteos
listos? Pues, allá vamos… (Vídeo de las campanadas con Ramonchu y Anne)...
……………………………………………………………………………….
Y ahora, doce uvas después, recuento de bajas.
¿Estáis todos bien? ¿Hay que llamar al 112? ¿No? Mejor. Llega el momento
esperado, los dichosos papelitos que dan más miedo que la factura de la luz tras
una ola de calor.
And the winner is…
Bueno, volvamos a la historia…
- El champán corre, la música suena y los besos y abrazos dominan la escena. Otro año que ha pasado y que habéis superado. Os merecéis un premio.
- ¿Y ahora el gimnasio para cuándo? —pregunto entre risas a mi hermana, que se ha puesto a bailar como una posesa y casi se carga la mesa.
- Qué burra eres, hija.
Mis padres hablando por teléfono con media familia, mi abuelo comiendo turrón a dos carrillos y mi abuela con el champán, mira qué colores tiene y qué contenta está. ¿Serán reflejo de su camisa o efectos del alcohol? En cuanto a mi sobrino, ha descubierto el TikTok en mi móvil y ya está perdido. Hace unos minutos cantaba por Dora la Exploradora y ahora lo hace por Maluma, qué cosas. Y mi pobre perro me mira con cara de sorpresa, al escuchar los petardos que los pesados de mis vecinos lanzan sin tregua. ¿Qué es eso? ¿Nos atacan? Deberá pensar el pobre, hasta que le cojo en brazos, le doy un beso entre las orejas y le reconforto.
- No temas, pequeño, que yo te protejo. ¿Quieres jugar con la pelota? —Y como si se tratase del mayor premio del mundo, se le olvidan los petardos y por poco se lanza al suelo desde mis brazos, buscando aquel objeto amarillo pollo, que más que rodar, juega al escondite porque no hay quien lo localice. ¿Alguien puede llamar a Paco Lobatón, por si la vio? O quizás, Wally se la haya llevado escondida en ese gorro de lana, que… con el calor que hace ya tiene ganas.
¿Y
vosotros? ¿Cuál es el fin de año en que más felices fuisteis? ¿O qué momento de
vuestras vidas guardáis en lo más profundo de vuestro corazón, y siempre os
produce una sonrisa al recordarlo? ¿Lo tenéis? Pues jamás lo soltéis. Os quiero
y os doy las gracias por compartir mis locuras, sin vosotros que estáis al otro
lado, esto no tendría sentido; vamos, que yo sería una loca más hablando sola.
La verdad es que no hay mucha diferencia con lo que hago.
Y algunos pensarán, que cambiar de año tampoco es
para tanto, pero existen muchas cosas que te pueden hacer feliz, cada persona
es un mundo. Un “buenos días”, una canción, un beso furtivo, un abrazo que
reconforte tu corazón, incluso el primer “te quiero” de tu hijo. ¿Y qué me
decís de ese animalillo que se acerca a ti cuando estás enfermo y vela porque
no te pase nada? Incluso una simple mirada puede desarmar tu mundo en un
instante y hacerte la persona más feliz sobre la faz de la tierra.
¿Os acordáis del primer amor? ¿Y de aquel aprobado
milagroso? ¡Qué liberación! Pero lo siento, no hay nada que iguale al llegar a
casa y ponerte el pijama. ¿Me diréis que no? Meterte en la cama después de un
día agotador y perderte entre las sábanas; aunque en buena compañía siempre
resulta mucho más placentero. ¿No es cierto?
Por ello hay que disfrutar de las pequeñas cosas de
la vida, porque el tren pasa solo una vez y después todo termina. La felicidad
es muy relativa, al igual que el tiempo, por ello ambos duran tan solo un
momento. Ama, ríe, canta y grita a los cuatro vientos, si eso te pone contento;
que no te importe lo que opinen los demás, pues solo tú sabes realmente lo que
estabas sufriendo.
Si alguien te rompe el corazón, no te preocupes,
nadie se ha muerto de amor y los pedazos se recomponen con el tiempo. Quizás no
sea tan resistente como antes, pues los golpes le hacen ser precavido, pero es
el motor de tu cuerpo y quien guía tu camino. Podremos equivocarnos mil veces y
aun así, mantener la cabeza erguida y en la cara una sonrisa, pues no hay mal
que dure toda una vida.
Si crees que tus sueños se rompieron o perdieron
fuelle a mitad de camino, quizás sea la vida mostrándote otro recorrido. No hay
que dar nada por perdido, lucha con todas tus fuerzas y vive cada segundo como
si fuera el definitivo. Y lo más importante, no dejes para mañana lo que puedas
hacer hoy, ni guardes lo que sientes en un cajón, por miedo a no encajar o a
que te digan que no. Quien no lo intenta, jamás lo sabrá.
¡Quiérete! ¡Valórate! ¡Y disfruta! Pues nadie lo
hará por ti.
Y ahora, detente un momento. Deja todo fuera de tu
mente, excepto este pensamiento. ¿Qué necesitas realmente para ser feliz? ¿Sin
qué no puedes vivir? Cierra los ojos y respira profundamente, piensa en ello y
quizás te sorprendas, pues a veces tenemos todo lo realmente importante a
nuestro alrededor y nos frustramos intentando conseguir aquello que no
necesitamos.
Espero que os haya gustado este cuento y haberos
hecho ser felices, aunque fuese solo por un momento. Para mí ha sido todo un
reto. Gracias por estar ahí, al otro lado y sed todo lo felices que podáis,
porque la felicidad es contagiosa y además, es la mejor medicina contra todo
mal.
FIN
MIEDO
¿Qué
es el miedo? Es aquello que nos muestra tal y como somos, sin máscaras ni
verdades a medias, tan solo nosotros frente al objeto de nuestro temor. Puede
sacar lo mejor y lo peor de nosotros mismos, sobre todo, cuando te enfrentas a
tus propios demonios, esos que habitan en tu interior y que no te dejan ser
feliz, de un modo u otro. Pero como todo en esta vida, el miedo también es
relativo, pues lo que a unos atemoriza a otros les alegra el día. Como suele
decirse, los dioses del hoy, son los demonios del mañana, pues la gente teme lo
que no comprende y como es costumbre, lo rechaza.
Algunos de esos miedos se transforman en fobias: a
las arañas, a las alturas, el agua, los espacios cerrados; pero hay cientos,
miles de cosas a las que temer y algunas son tan irracionales, que seguramente
no lo creeréis. Entonces… Si el miedo es relativo, ¿cómo puedo hacer que
sintáis todos, la misma emoción y al mismo tiempo? Será un gran reto, que estoy
dispuesta a afrontar, por eso no me enrollo más y os dejo con la historia, que
según creo, os hará reflexionar.
RESPIRA
Es
difícil saber por dónde empezar a contar una historia, elegir el momento exacto
en el que cambió mi vida, tan estrepitosamente, es bastante complicado; pero si
he de ser sincera y escoger un acontecimiento en particular, diría que fue al
poco de mudarme a la casa nueva. Y pensaréis, que esta es solo otra historia de
fantasmas, como muchas otras, pero ojalá lo fuera.
Me llamo Elena y antes vivía en Pontevedra, más
concretamente en la localidad de Vigo; pero… cuando aconteció todo aquello,
dejé mi vida atrás y me mudé a un pequeño pueblo de A Coruña. Cariño, como se
llama esta hermosa villa, tiene unos cuatro mil habitantes y un Cabo llamado
Ortegal, que constituye el punto de división entre el Mar Cantábrico y el
Océano Atlántico. Y os preguntaréis, lo que hace una gran neurocirujana de
renombre, en un pequeño pueblo de la costa gallega, pero… no os preocupéis,
pronto lo descubriréis.
Lo primero que debo hacer es contaros los motivos
por los que decidí hacer las maletas y salir corriendo del que, hasta hace un par
de años, llamaba mi hogar. Trabajaba en el Hospital Vithas de Vigo, en el campo
de la neurocirugía, como os habéis podido imaginar. Tenía una gran casa en una
de las mejores zonas, un buen coche, un novio increíble, un caballero de esos
que hoy en día escasean; y en resumen, una vida llena de lujos, viajes y todo
cuando pudiese desear. Era feliz, pero no por tener cosas materiales, sino por
hacer lo que realmente me gustaba, sin tener que preocuparme de llegar a fin de
mes, cosa que hoy en día me cuesta mucho hacer. Tenía la vida perfecta, hasta
que todo cambió el día que conocí a Gabriel.
Aquel día me llamaron de urgencias, pues mi colega
el doctor Conde, se había desmayado en plena operación y necesitaban que yo le
relevase en la cirugía. Corriendo, salí de la consulta, dejé a mis pacientes
colgados y me dirigí al quirófano que me habían indicado. Las enfermeras se
apresuraron a colocarme toda la indumentaria de rigor y a explicarme la
intervención, tres horas después, todo terminó; le había salvado la vida a ese
hombre que, meses más tarde, conmigo se obsesionó. Jamás me había pasado algo
parecido, es cierto que los pacientes pueden ser muy agradecidos, pero nunca
habían llegado hasta ese punto.
Comencé a recibir flores a diario, joyas y todo tipo de regalos; lo curioso es que iban sin remitente y estaban en la puerta de mi casa, en aquel costoso barrio. Edu, mi novio, comenzó a ponerse nervioso.
- ¿Tienes un amante? —Me preguntaba sin cesar y como era de esperar, yo le decía la verdad.
- ¡No sé quién me manda estas cosas, no entiendo nada!
- ¿Un collar de diamantes? ¿En serio? Y lo que más me mosquea es que venga sin remitente, alguien te lo deja en la puerta de casa con un bonito lazo rojo. ¿Qué significa eso?
- ¿Y yo que se? ¿Crees que no me he dado cuenta que hay algo raro en todo esto? ¿De dónde crees que vengo ahora mismo? De poner una denuncia, mira —le dije, mientras le mostraba aquella copia que me habían dado en la comisaría.
- ¿Y qué te han dicho?
- Que lo investigarán, pero que sin una dirección ni un nombre, poco pueden hacer. Les he dejado unos cuantos regalos, por si pueden descubrir algo por el número de serie. No lo sé, me llamarán si encuentran algo.
- Vale, pero si no tienes un amante, será un admirador. ¿Sospechas de alguien?
- No, ya le he dado mil vueltas al tema. He salvado muchas vidas y la gente suele ser muy agradecida, pero como mucho, regalan flores o bombones, no collares de diamantes —añadí, tras dejar la hermosa gargantilla sobre la encimera de la cocina.
- Lo siento, perdóname. Sé que no es culpa tuya, pero esto me supera.
- ¿Y a mí no? Te recuerdo que hay un loco, que sabe dónde vivimos y que está obsesionado conmigo.
-¿No has pedido protección?
- De momento me han dicho que no cambie mi rutina, que no haga nada que pueda provocarle.
- ¿Cómo sabes que es un hombre?
- Porque las mujeres solemos molestarnos en conocer los gustos de la persona que nos interesa, y estos regalos, se notan que son muy impersonales. ¿Desde cuándo me pongo yo diamantes?
- Cierto, a ti te van más los zafiros y encima no te los pones nunca, siempre vas en vaqueros y deportivas.
- Me paso media vida en el hospital, lo único que tengo ganas al llegar a casa es de tumbarme en el sofá con el pijama puesto, y ver el último capítulo de la serie del momento, con mi noviecito querido —le digo, mientras preparo los labios para uno de esos besos que me da y que me gustan tanto.
- Te quiero, incluso con el pelo despeinado y esas ojeras que llegan hasta el suelo, después de pasar toda la noche de guardia. Y qué decir de la bestia que llevas dentro, cuando estás con la regla y solo el helado de vainilla te calma. Eres mi fierecilla indomable —me dijo y después me besó.
Lo
recuerdo como si fuese ayer, pero él ya no está. Todo lo bueno se acaba ¿no es
verdad? Una mañana, cuando llegué del hospital, me encontré un charco de sangre
en la entrada. En ese momento, todo mi mundo se derrumbó, el corazón se me
desbocó y un sudor frío invadió mi frente. ¿Qué demonios había pasado? Lo
primero que pensé fue que ese loco había llegado con otro regalo y Eduardo se
lo habría encontrado, habrían discutido y mi novio lo habría matado. No era un
chico agresivo, pero sí muy fuerte y bastante alto, por ello entré en la casa
buscándolo y me topé con mi acosador, arrastrando el cadáver de mi novio, que
yacía en el suelo e iba pintando el parquet de rojo. Salí a correr en dirección
a la calle, mientras marcaba el número de la policía en mi teléfono móvil, pero
al llegar a la puerta, aquel monstruo se abalanzó sobre mí y me golpeó la cara
contra los escalones de la entrada.
Poco después me desperté bastante dolorida y algo
conmocionada. Tenía las muñecas atadas a la espalda y los tobillos a las patas
de la silla, en la que me encontraba sentada. Intenté gritar, pero estaba
amordazada y el sabor ferroso de la sangre en mi boca, me dio arcadas. De
pronto, sentí una mano que recorría mi espalda, cosa que me hizo estremecer.
Una cosa es pensar que estás amordazada y sola en una habitación, y otra muy
distinta, es saber que el desalmado que te atrapó, ha permanecido allí todo el
tiempo, esperando a que despertases para recrearse con tu tormento. ¿Os
imagináis lo que pensé en aquel momento? Que era mi final. ¿Qué más podía
esperar?
Aquel hombre paseó su mano por mi columna, hasta pasar por encima de mi hombro izquierdo y llegar hasta mi cuello, donde lentamente, descendió hasta mi pecho. Intenté gritar, me revolví en mi asiento, pero solo conseguí que me golpease con fuerza en la cara y me la dejase colorada. Entonces se sentó sobre mis piernas y puso sus manos en mi cuello. Poco a poco, mientras aquellos ojos negros como la noche se clavaban en mi alma, sus manos aumentaron la presión sobre mi cuello, haciendo que dejase de respirar.
- Respira, respira —me decía a mí misma en un susurro —. Aguanta un poco más, debes respirar, no pierdas el conocimiento de nuevo o estarás a su merced —pero mi cuerpo no aguantó la falta de oxígeno y me desmayé.
¿Alguna
vez has sentido que tu cuerpo no te obedecía? ¿Qué tu mundo se derrumbaba y el
miedo te paralizaba? Es una sensación horrible que no le deseo a nadie, sobre
todo, cuando eres consciente que tu vida se acaba y no eres capaz de escapar de
la parca. Dicen que ves toda tu vida pasar ante tus ojos, quizás sea cierto,
pero yo en aquel momento solo pude pensar en aquellos ojos negros.
Sentí todo lo que me hizo aquel hombre, mientras
permanecía inconsciente, pero mi cuerpo se negaba a tomar el control de la
situación y me convertí en un mero espectador. No sé si eso fue lo que me salvó
la vida o no, pero cuando la policía nos encontró a Eduardo y a mí, yo estaba
desnuda sobre la isla de la cocina. Aquel hombre me había violado repetidas
veces, cortado mi hermosa melena y dado ocho puñaladas en el vientre. Que
estuviese viva era un milagro, que ni mis colegas del hospital se lograban
explicar. Edu no tuvo lo misma suerte, murió poco antes que yo llegase a casa,
pues le habían seccionado la garganta. Sé que de otro modo, nuestro agresor no
hubiese tenido ninguna oportunidad, por ello decidió atacarlo a él primero y
cuando menos se lo esperaba.
No encontraron huellas, ni pudieron seguirle la
pista a los regalos que me había dejado en la puerta de mi casa, sabía borrar bien
su rastro, como un auténtico profesional. Cuando me recuperé de las heridas
físicas, me metieron en protección de testigos; para el resto del mundo, yo
estaba muerta, al igual que mi querido Edu. Según dijeron los medios, fue un
atraco frustrado, por lo que no quisieron dar más datos. Y la policía comenzó a
buscar a aquel fantasma, pues no tenían nada. ¿Pero cómo atrapas a un fantasma?
Sin huellas ni rastro del que tirar, no hay a quien culpar.
Ahora vivo aquí, en esta pequeña villa, con una
identidad nueva y sin poder descansar tranquila, pero no es lo que os imagináis,
es mucho peor. No tengo miedo de que aquel monstruo me encuentre y me mate,
porque ya lo intentó hace unos meses, al poco de instalarme.
Una noche, mientras cerraba todas las ventanas de mi
nueva casa, sentí que no estaba sola. ¿Alguna vez has sentido algo parecido?
Que te observan, que hay alguien más contigo al que no puedes ver. Y me diréis
que, no creéis en los fantasmas ni cosas por el estilo, pero no me refiero a
ellos, pues a veces el ser humano da más miedo que aquello a lo que llamamos
sobrenatural. ¿No creéis? Y si no, párate a pensar un momento. ¿Recuerdas haber
vivido una experiencia similar? Sentir que alguien te persigue, que alguien te acecha
desde la distancia. Notar en cada fibra de tu ser que algo anda mal o incluso
haber recibido amenazas. No es plato de buen gusto. ¿Verdad?
Por ello, rápidamente, fui a la cocina y cogí un
cuchillo afilado con el que recorrer, una a una, cada habitación de la casa.
Sabía que era él, lo sentía en lo más profundo de mi alma, me había encontrado
sin saber cómo, pero allí estaba. Parecía un flan, estaba temblando sin parar,
quería llamar al número que la policía me había dado para emergencias, pero si
encendía la pantalla del móvil, me convertiría en un blanco fácil. ¿Dónde me
había dejado el dichoso botón que me habían dado para pulsar?
Cuando entré en mi habitación, aquel hombre me estaba esperando y se abalanzó sobre mí. Volví a sentir su aliento a cerveza en la cara, sus manos sudorosas sujetando mi garganta, pero conseguí clavarle el cuchillo en la pierna, seccionándole la femoral. Forcejeamos, intentó estrangularme de nuevo, tras golpearme nuevamente en la cara y arrancarse de la pierna el cuchillo que le había dejado clavado, pero poco después las fuerzas le fueron abandonando y acabó tirado en el suelo de mi habitación, desangrándose y extenuado. Me subí sobre él y comencé a apuñalarle, una y otra vez, mientras las lágrimas empañaban mis ojos y su pecho seguía subiendo y bajando, hasta que dejó de respirar.
- ¿Y ahora qué? —Me pregunté.
¿Llamar
a la policía? ¿Cómo les iba a explicar que ese hombre era el mismo que me violó
y mató al amor de mi vida? ¿Qué pruebas tenía? La vez anterior, apenas pude
verle la cara, pues llevaba un pasamontañas. Pero esos ojos negros, no los
podría olvidar jamás. Me acerqué a él y le levanté uno de los párpados, tenía
la misma mirada de demonio que había visto en mi antigua casa. Necesitaba saber
quién era, por qué me había estado torturando durante tanto tiempo y por ello,
le levanté el pasamontañas.
No me lo podía creer. ¿Gabriel? ¿Mi vecino de Vigo?
¿Aquel buen amigo que siempre me sonreía antes de ir a trabajar y me deseaba un
buen día? ¿El mismo que se ofrecía a recoger mis paquetes de Amazon si no
estaba en mi domicilio? ¿Por qué? ¿Qué había pasado? ¿Por qué había cambiado
tanto de la noche a la mañana? Y entonces lo supe, pues poco después de lo
acontecido con Eduardo, se había marchado de forma repentina y sin decir nada. Ingenua
de mí, pensar que se había marchado por temor a que el barrio ya no fuese
seguro.
Como un flashback, recordé aquella mesa de quirófano
y aquel tatuaje en el brazo. ¿Acaso estaban relacionados? ¿Por qué había
llegado a mi mente ese recuerdo de repente, sino era el caso? Cuando llegué aquel
día al quirófano, una sábana le tapaba la cara al paciente y solo pude ver que
tenía la cabeza abierta y un tatuaje de la reina de corazones en el brazo, cosa
que me llamó la atención. Terminé la operación que se había quedado a medias y
me marché, aquel caso no era mío y al salir todo a las mil maravillas, no volví
a pensar en él, pero no caí en que mi vecino tenía un tatuaje parecido. El
doctor Conde tuvo que explicarle que yo terminé su operación, aunque seguramente
obvió los motivos. ¿Por qué no me dijo la verdad? Y lo peor de todo. ¿Cómo le
iba a explicar a la policía el ensañamiento con el que había apuñalado a mi
antiguo vecino? Una cosa era actuar en defensa propia, pero aquello había sido
culpa del miedo y de la ira, estaba segura. ¿Acabaría en la cárcel por matar al
hombre que intentó matarme, por segunda vez? ¿Os imagináis encerrados de por
vida en un minúsculo habitáculo, viendo la vida pasar a través de unos barrotes?
Ni hablar.
Cogí el cuerpo de aquel monstruo y lo despedacé en
mi cocina. Lo sé, muy sádico todo, pero fue lo primero que se me ocurrió, al
ver la vieja sierra mecánica en el sótano. Aquella tarea me llevó un par de
horas, debía ser del antiguo dueño, al igual que muchos objetos que habían
quedado llenos de polvo y repartidos por toda la casa. Cogí varias bolsas de
basura y metí los restos en ellas, después, las eché en el maletero del viejo
SEAT Panda de 1983 y color negro que encontré bajo una lona en el garaje, y
comencé a conducir sin rumbo fijo en mitad de la noche.
De repente, y tras más de una hora conduciendo sin
parar, detuve el coche al borde de los acantilados salvajes de Seixo Branco,
más concretamente, en el lugar al que suelen llamar “la cicatriz blanca” en
Oleiros. Bajé del coche y me eché a llorar, caí de rodillas, mientras la lluvia
me cubría por completo y me llevé las manos a la cara. Y allí, en medio de la
lluvia, con el ruido del mar golpeando las rocas de aquel acantilado, y la
tenue luz de los faros de aquel viejo SEAT alumbrando en la oscuridad, lo vi
claro. Ese coche sería mi salvación. ¿O quizás no?
Abrí el maletero, donde estaban las dos bolsas con los
restos de Gabriel en su interior y saqué la caja de herramientas. Con el
destornillador, me deshice de las matrículas de aquella vieja gloria, borré el
número de bastidor e hice que el coche se precipitase por el acantilado, hasta
asentarse en el lecho marino, cual decoración para un acuario. Me imaginé a los
peces colándose por los recovecos, investigando aquel amasijo de hierros que
invadía su hogar y me estremecí; hacía frío. De pronto, caí en la cuenta:
estaba sola, en medio de la nada y cubierta de sangre por todas partes. ¿Cómo
regresaría a casa? Noventa kilómetros andando no eran una simple caminata, tendría
que inventarme algo para volver sin levantar sospechas. ¿Pero el qué?
Vagué por aquel camino de tierra a oscuras, con la
lluvia calándome hasta los huesos, cubierta de sangre y tropezándome de forma
constante. ¿Por qué no había cogido el teléfono móvil cuando salí de casa? Al
menos ahora podría alumbrarme, pero solo tuve tiempo de agarrar las llaves de
esa tartana y salir disparada. Poco después, llegué a la playa de Mera, donde me
deshice de las ropas ensangrentadas, tirándolas en un cubo de basura después de
lavarlas como pude, y tiré también la caja de herramientas; acto seguido me
metí a darme un baño en aquellas frías aguas y así, me deshice de todo rastro
que en mi piel pudiese quedar. Por suerte, el conjunto de ropa interior que
llevaba parecía un bañador, cosa que me dio la escusa perfecta cuando llegó el
socorrista horas después y me pilló sola y empapada. Al joven le conté que,
había decidido darme un baño antes que llegasen los turistas y lo invadiesen
todo, en aquella estupenda playa que visitaba tanto cuando era una niña y tan
buenos recuerdos me traía; pero alguien había aprovechado mi descuido para
robarme todas mis pertenencias, mientras estaba en el agua, y no tenía forma de
volver a casa. El muchacho me dio su cazadora y me pidió un taxi, que me
llevaría a la comisaría más cercana para poner la denuncia de rigor; pero en
lugar de eso, me dejó en casa, donde le pagó al taxista su mejor carrera de
toda la temporada.
Y ahora os preguntaréis, por qué no puedo descansar,
si mi agresor está muerto y criando malvas bajo el mar; lo que no sabéis es que
su fantasma, jamás me abandonará. Así es, su obsesión en vida no ha
desaparecido al llegarle la muerte, y como su tumba es el lecho marino, no
puedo poner fin a mi castigo. Cada noche, pese a ser intangible, le siento
sobre mí y noto el olor a sal que lo invade todo. Escucho pasos a diario, los
muebles de la cocina se abren y se cierran sin descanso, las luces parpadean
continuamente y las cicatrices en mi piel, me recuerdan que no estoy soñando. Incluso
escucho como me llama en sueños, mientras se apodera de mi cuerpo y me destroza
por dentro.
La primera noche tras su muerte, fue una de las
peores de toda mi vida. Por fin me creí a salvo y por ello decidí salir al
jardín, para tomar un buen vaso de vino, mientras leía mi libro favorito
sentada en el balancín que hay en el porche. Suena encantador, pero nada más
lejos de la realidad. El primer sorbo de aquel dulce néctar de los dioses, me
supo a gloria, pero el segundo tenía un sabor ferroso, que me recordó a la
sangre y más concretamente, al momento en que Gabriel me retuvo a la fuerza y
por poco me mata. ¿Qué estaba pasando? Metí la nariz en la copa y aquello
estaba claro que era sangre, pero… ¿de quién? ¿Y cómo?
Dejé el libro en el balancín y me dirigí a la zona
del jardín que daba a un pequeño acantilado, para tirar el líquido de la copa
al mar, pero entonces, sentí que algo me atravesaba, fue una sensación extraña
y difícil de explicar. Noté que algo frío y etéreo me envolvía y cómo se
producían cortes en mis antebrazos, como si me hubiesen arañado con un arpón.
Enseguida volví a entrar en la casa, buscando el botiquín de primeros auxilios
que estaba en el cuarto de baño, pero al hacerlo, la puerta se cerró de golpe,
dejándome allí atrapada más de cuatro horas. ¿Qué estaba pasando?
Cuando logré salir de allí, me fui directamente a la
cama, se me habían quitado las ganas de probar bocado, porque no entendía nada.
De pronto, mientras el sueño me envolvía lentamente, escuché a una voz varonil
que me resultaba familiar, pronunciar mi nombre en un susurro. Entonces abrí
los ojos y fue cuando lo vi. Flotaba sobre mi cama, rígida como una tabla y me
quedé muda de la impresión. Quería gritar, echar a correr, pero mi cuerpo no me
respondía, volvía a ser una marioneta sin voluntad a la que algo invisible
comenzó a manejar. Las luces comenzaron a parpadear con violencia y las puertas
y ventanas se abrían y cerraban sin parar. De repente, mi ropa acabó echa
girones y sentí unas manos invisibles, recorrer cada centímetro de mi piel. No
sé cómo lo conseguí, pero grité tan fuerte, que aquella cosa me soltó de golpe
y caí a plomo sobre mi cama. Recogí la bata que había dejado sobre una silla
cercana y eché a correr hasta la entrada de la casa, pero justo cuando puse un
pie fuera del porche, los cortes de mis brazos se abrieron nuevamente y comencé
a sangrar, tiñendo la bata de seda color azul de rojo carmesí. Con cada paso
que me alejaba de la casa, una nueva herida se formaba. Estaba atrapada.
Hace unas semanas, le pedí al cura del pueblo que
viniese a echar un vistazo a la casa y ni siquiera pudo pasar de la entrada; ha
dado parte al Vaticano, pero… ¿cómo le explico a ese hombre que yo me lo he
buscado? ¿Que el ser que vive conmigo murió por mi mano? Vivo en una cárcel sin
barrotes, donde mi carcelero no necesita descanso, mientras me tortura, y a
penas me deja salir de casa, pues cada vez que lo intento, algo en el pecho se
me clava. Es una sensación horrible, me falta el aire y sufro una especie de
infarto provocado, no me deja alejarme del mar, pues su tumba es tan grande,
que hasta mi puerta ha ido a llamar.
No tengo fuerzas para seguir luchando. ¿Cómo te
enfrentas a aquello que no puedes ver? ¿A lo que no puedes a matar, otra vez? ¿Qué
harías tú en mi situación? ¿Te imaginas ser presa de un demonio? ¿Convertirte
en su única marioneta?
Ayer quise quitarme la vida saltando al mar, desde
lo alto del faro; pero esa misma mano que recorrió mi espalda hará unos años,
la misma que siento cada noche bajo las sábanas, incluso sin haberse
materializado, me sostuvo en el aire y evitó que mi cuerpo acabase despeñando.
Estoy atrapada, muerta en vida, y no puedo hacer
nada para evitarlo. Rezo cada noche porque la muerte me lleve pronto, pero sé
que es en vano; tan solo hay una cosa que puedo hacer hasta el día en que salde
mi cuenta con el diablo, y es seguir respirando.
FIN
SORPRESA
La sorpresa es una de las emociones que más nerviosa
me pone, no sé a vosotros, pero nunca he llevado bien eso de fingir. ¿Qué pasa
cuando te regalan algo que no te gusta? ¿O si te hacen una fiesta sorpresa,
cuando lo único que quieres es estar tranquilamente en tu casa con el pijama
puesto? Pero viéndolo desde otro punto de vista, algunas sorpresas son una
maravilla.
¿Os acordáis del juego
del Cluedo? ¿Donde tenías que destramar un misterio, hasta dar con la solución
del rompecabezas? Aunque siempre resultaba ser el mayordomo el culpable de todo,
la sorpresa hubiese sido si no lo fuera. ¿Y qué hay de las Scape Room? Ahora
están de moda. Resolver enigmas durante una hora, para salir de una habitación
de juegos que finge ser otra cosa: un laboratorio, una prisión, incluso la
fábrica de Willy Wonka o el inframundo, con demonio y todo.
Bueno, pues hoy en este
cuento que os traigo a continuación, tendréis que resolver un misterio como el del
Cluedo, al más puro estilo Agatha Christie. ¿Estáis listos para convertiros en
una versión actual de Colombo, sin puros y menos roncos? Pues si os ha gustado
la idea, no os perdáis el siguiente cuento, llamado…
EL RELOJ DE CUCO
Amanece en Winterbrook,
un pequeño asentamiento en el condado de Oxfordshire, en la orilla oeste del
Támesis y la joven doncella, comienza su jornada de trabajo. Se levanta a las
cinco de la mañana, para asearse antes de preparar el desayuno y hacer las
tareas que le habían sido otorgadas. Los colores del otoño, bañan los
alrededores de la gran finca en la que se ubica la enorme casa, con más de
setenta ventanas, cochera y una fuente de gran envergadura frente a la entrada.
La mansión de tres plantas, cuenta con doce habitaciones amplias, ocho cuartos
de baño, salón, sala de estar, comedor, despacho y biblioteca.
En este último lugar, se encuentra el señor de la casa, Sir William Wallace III, reposando en su sillón orejero de terciopelo y disfrutando de un buen sueño.
- ¿Otra noche en vela? —Pregunta la doncella, cuando aparece por la puerta.
El sillón está de cara a la chimenea y la joven se acerca, pues el hombre está un poco sordo del oído derecho y a veces, no se da cuenta.
- Le preguntaba, señor, si ha pasado otra noche en vela —repitió la joven doncella, pero al no hallar respuesta, le dio a Sir William Wallace III un pequeño toque en el hombro con el dedo.
Aquel hombre ni se inmutó. ¡Sorpresa! ¡Estaba
muerto! ¿Qué había pasado? La joven gritó, y acto seguido, la bandeja que
llevaba con la taza de té y las pastas, se le cayó al suelo. Eran las seis de
la mañana, la hora en que despertaba a su señor si trasnochaba, para que su
esposa no se encontrase la cama vacía al levantarse.
Al escuchar el grito de la doncella, el hijo, la
nuera y la mujer de Sir William Wallace III, acudieron a la biblioteca de la
cual salía tal alboroto. Incluso el cochero y el jardinero se apresuraron a
entrar en la casa, topándose con el ama de llaves, que se encontraba en el
umbral de la puerta observando lo que pasaba. La familia quedó horrorizada a
Sir William Wallace III, sentado en su sillón frente a la chimenea, con Arthur
II reposando sobre su regazo.
Arthur II era el gato de la familia, un hermoso ejemplar británico de pelo corto y color grisáceo con ojos anaranjados, que se lamía las patas mientras los familiares de Sir William Wallace III, no daban crédito a lo que estaba sucediendo.
- ¿Eso es un abrecartas? —Preguntó el heredero, al descubrir el cuchillo clavado en el pecho de su difunto padre. ¿Quién le habría asesinado?
- ¡Tú lo sabrás! ¡Fuiste tú! — Gritó su cuñada a pleno pulmón.
- ¿Yo? ¿Por qué iba a matar a mi padre?
- Por el dinero, estás arruinado y eres el primogénito. ¿No podías esperar a que falleciese el viejo?
- ¿Estás loca? Jamás haría eso. Vivo en esta casa sin pegar palo al agua, pero ahora tendré que encargarme de los negocios de mi padre. ¡Se me acabó el chollo!
- Con lo buen hombre que era, no sé cómo has podido hacerle eso.
- ¡No fui yo! ¡Tú eres la viuda negra de la familia! Primero mataste al hermano de mi padre y luego te casaste con mi difunto hermano, que en paz descanse.
- ¡Yo no maté a tu hermano, murió en Irak! Y no tengo la culpa de que tu tío sufriese un infarto en la noche de bodas, seguramente, no pudo soportar tanta belleza.
- ¿Belleza? Si estás hecha de silicona, te arrimas a la chimenea y sales ardiendo de tanto plástico que llevas dentro.
- ¿Cómo osas decir eso? Lo mío es todo natural.
- Querida, tú no tienes natural ni los ojos, que llevas lentillas —añadió la viuda de Sir William Wallace III, entre lamento y lamento.
- No me esperaba esto de usted —dijo, haciéndose la ofendida.
- Este viejo cascarrabias tenía enemigos a espuertas, pudo matarle cualquiera menos yo, que me tomé la medicación para dormir como cada noche.
- Doy fe de ello, yo le preparé la medicación con el vaso de leche caliente y se lo llevé a la alcoba antes de irme a dormir —dijo la doncella.
- ¿Y tú fuiste quien lo encontró? ¿Qué coartada tienes? —Preguntó la viuda negra.
- ¿Yo? Me levanté a las cinco de la mañana, como cada día, me aseé, preparé el desayuno del señor y se lo serví aquí, en la biblioteca, como hago cada mañana desde hace dos años. Como le pregunté si se había vuelto a quedar dormido y no me contestaba, le di unos golpecitos con el dedo en el hombro y descubrí que estaba muerto, al ver el puñal clavado en su pecho —respondió la doncella entre sollozos.
- Mientes, mi marido dormía cada noche en nuestra alcoba.
- Siento contradecirla, señora, pero el señor pasaba casi toda la noche en la biblioteca leyendo, sufría de insomnio y hasta bien entrada la madrugada no se iba a dormir a su habitación. A veces incluso, se quedaba dormido aquí abajo —añadió el ama de llaves.
- Sí, señora. Me pedía que le despertase a esta hora, para que usted no se encontrase sola al levantarse —confirmó la doncella.
- No puede ser. ¿Hay algún intruso en la propiedad? ¡Llamen a la policía! ¡Revisen toda la finca! —Ordenó la viuda de Sir William Wallace III.
- Así se hará, señora —respondió el jardinero y tanto el cochero como él, salieron a registrar toda la propiedad.
- ¿Quién ganaba más con su muerte? —Preguntó el agente de policía, cuando pudo ver el cadáver una hora después de haber sido avisado —. ¿Tenía enemigos?
- Muchos, la lista es larga —respondió la señora de la casa.
- Cierto. Mi padre era un hombre bastante huraño y ambicioso, subió muy rápido a costa de muchos otros hombres que dejó en el paro.
- ¿A qué se dedicaba su padre? —Preguntó el policía.
- Compraba propiedades en mal estado, las reformaba y las vendía de nuevo. A veces se encargaba de hacer que los dueños de esas propiedades o empresas, quisieran deshacerse de ellas por los trapos sucios que encontraba.
- Vaya, era todo un buen samaritano —pensó el policía para sus adentros.
- El dinero no suele acabar en las manos más limpias —apuntilló la viuda negra.
- Lo sabes bien, ¿no es así? —Preguntó el heredero.
- No sé a qué te refieres.
- Primero mi tío, después mi hermano y ahora mi padre. ¿Yo soy el siguiente?
- Espere un momento. ¿A qué se refiere? —Quiso saber el policía.
- ¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Le reprochó la viuda negra.
- Mire, señor agente. Mi cuñada, antes de casarse con mi hermano, estuvo casada con mi tío, el hermano de mi padre, que curiosamente murió de un infarto la noche de bodas. Mi hermano murió en la guerra, cuando odiaba los conflictos, era pacifista. Cómo se enroló en el ejército es todo un misterio. Y ahora, mi padre aparece muerto con un abrecartas clavado en el pecho. ¿Coincidencia?
- ¿Hubo una investigación al respecto en su debido momento? —Preguntó el policía, mientras anotaba todos los detalles en su libreta.
- Por supuesto que no, mi marido jamás hubiese permitido que algo así saliese a la luz y manchase el buen nombre de nuestra familia. Por lo que me contó, pagó a un forense para que hiciese una autopsia clandestina, por si había algo sospechoso, pero jamás me dijo lo que encontraron —añadió la señora de la casa.
- ¿Y de verdad pensáis que si hubiese encontrado algo en mi contra, me hubiese dejado quedarme con vosotros en la casa?
- Si te dejó quedarte, fue porque dijiste que estabas embarazada de mi difunto hermano. ¡Qué curioso que meses más tarde, tuvieses ese fatídico accidente montando a caballo! —Le reprochó el heredero.
- ¡Sois unos buitres! Os aprovecháis de mis desgracias, para agenciarme a mí el asesinato de este buen hombre. ¡Agente, deténgalos, seguro que están compinchados! ¿Quién gana más con su muerte? El hijo pródigo y ese vejestorio.
- ¿Vejestorio? Así llamaste a mi marido hace un rato y ahora le llamas “buen hombre”. ¿Cómo osas insultarnos a mi hijo y a mí en nuestra propia casa?
- Señores, por favor. ¡Cálmense! Y ahora salgan todos, irán pasando de uno en uno, cuando les vaya llamando, para darme su coartada. ¿Entendido? Salgan todos de aquí, menos la doncella, usted será la primera —y cuando los demás salieron y cerraron la puerta, comenzó con las preguntas —. ¿Es usted quien encontró el cuerpo? —Pidió el policía, al que habían agotado la paciencia con tanto grito.
- Sí, señor.
- De acuerdo —y las preguntas se sucedieron sin parar.
Durante varias horas,
el policía estuvo interrogando, uno a uno, a todos los que residían en aquella
casa: la doncella había encontrado el cuerpo, la señora de la casa estaba
durmiendo bajo los efectos de los ansiolíticos, el heredero había trasnochado
con unos amigos y llegado directo a la cama, según confirmó el ama de llaves
con la que había despertado en su cama. La viuda negra había permanecido en su
cuarto jugando al bingo por internet, como pudieron comprobar más tarde en el
historial de su portátil y tanto el jardinero como el cochero, habían estado
durmiendo en la casa para el personal y no habían visto a nadie más rondando
por la zona.
Entonces… ¿quién había asesinado a Sir William Wallace III? ¿Alguien mentía o quizás, fue un robo frustrado o una muerte por encargo? No había ninguna entrada forzada y todos parecían tener una coartada. ¿A qué hora había muerto? Hasta que el forense no llegase, no podrían saberlo.
- A las tres de la madrugada —certificó su defunción, pero a esa hora no había nadie pululando por la casa.
- Gracias, no te lleves el cadáver aún, quiero comprobar una cosa —añadió el policía y el forense se apartó hasta un rincón, para no entorpecer la investigación.
De repente, aquel tic
en el ojo. Siempre le pasaba lo mismo, cuando tenía la solución a un problema;
pero aquello… no podía ser cierto. ¿O sí?
Se aproximó al cadáver
de Sir William Wallace III y observó la escena en conjunto. Estaba sentado en
aquel sillón orejero de terciopelo rojo, frente a la chimenea, con el gato en
su regazo y un abrecartas bien afilado, clavado en el centro del pecho.
Observó la repisa que
había sobre él y tenía algo de polvo, excepto en un pequeño hueco alargado, que
encajaba a la perfección con el abrecartas que le había matado. Una de dos: o
había sido un asesinato pasional, fruto del fulgor del momento o un accidente
desafortunado, pero nada premeditado.
¿Quién quería matarlo?
¿Por qué? El hijo lo heredaría todo, pero ahora tampoco tenía queja alguna. La
esposa parecía sentir su pérdida de verdad y la nuera, vivía a las mil
maravillas siendo una mantenida. ¿Y qué pasaba con el servicio? Ninguno parecía
ser el asesino y al parecer, el difunto señor de la casa era bastante generoso
con sus empleados. ¿Por qué querrían eliminarlo?
De repente, el agente observó al animal que el difunto tenía en su regazo, seguía acicalándose desde que el policía había llegado. ¿Tan sucio estaba el minino? No lo parecía. Cogió al animal entre sus brazos y Arthur II maulló, a la par que el policía sonrió.
- He resuelto el caso —dijo, dejando a los presentes impresionados.
- ¿Cómo? ¿Qué pasó? ¿Cuándo llegó a esa conclusión? ¿Quién lo mató? —Preguntaron todos en medio del alboroto.
- El asesino fue este minino.
- ¿El gato? ¿Cómo es posible? —Preguntó el heredero.
- Pues verán, en la repisa hay algo de polvo, pero justo aquí, hay una zona libre de ese molesto residuo. Tiene forma alargada y es muy probable que si colocamos ahí el arma homicida, encaje a la perfección con ese hueco —comenzó su explicación el policía.
- Pero alguien pudo coger ese abrecartas y apuñalarle. ¿Por qué dice que fue el gato? —Preguntó la viuda negra.
- El cuchillo no está clavado con fuerza, pero fue a caer en el peor lugar posible. Seguramente, el gato estaba paseándose por la repisa de la chimenea y tiró el abrecartas sobre Sir William Wallace III. Es muy probable, que estuviese jugando con el abrecartas y quisiera tirarlo abajo, ya sabemos que los gatos son especialistas en despejar las superficies arrojando las cosas al suelo.
- Sigo sin saber cómo ha llegado a esa conclusión —quiso saber la señora de la casa.
- Por el exceso de higiene del gato. Desde que he llegado, no ha parado de lamerse la pata. Al principio pensaba que se estaba acicalando o que, se había manchado de sangre al echarse sobre el regazo de Sir William Wallace III; pero al cogerlo entre mis brazos, vi que tenía un pequeño corte en la pata y que había sangrado. El forense tomará las muestras necesarias y la historia será confirmada, ya lo verán.
- ¿Entonces el asesino de mi padre es el gato? Jamás me lo hubiese imaginado, ahora miraré con otros ojos a esa bola de pelo —comentó el heredero.
- Mi Arthur II, un asesino, no me lo puedo creer —dijo la mujer del difunto.
- ¿Y qué le pasará ahora al gato? —Quiso saber la viuda negra, pues si aquel animal salía impune de aquel crimen, tendría una buena coartada para su siguiente enamorado desafortunado.
- Nada, yo detengo asesinos humanos, no animales y además, se trata de un accidente, no fue un crimen premeditado —explicó el policía, mientras dejaba en el suelo al felino y le hacía una señal al forense para que levantase el cadáver.
Poco después,
salieron de la casa el policía, el forense, Sir William Wallace III y el gato,
que lo acompañaba a todos lados. ¿Iría con él hasta la tumba? ¿Por qué no mejor
hasta los Alpes Suizos? ¿O algo más tropical, como las Bahamas?
Cuando la puerta de la furgoneta del forense se cerró, el policía abrió la cremallera de la bolsa para cadáveres, sacó una jeringuilla de su gabardina y se la clavó en el corazón a William, el cual comenzó a respirar de nuevo y abrió los ojos de golpe.
- Pensaba que no lo contaba, jefe —dijo el falso policía y fiel ayudante, desconocido por la familia.
- Yo igual, pero esa sustancia que compré en el mercado negro con los últimos fondos que me quedaban en la cuenta, mereció la pena. Parecía estar muerto de verdad, aunque lo escuché absolutamente todo —respondió, sacándose el falso abrecartas del pecho que tenía pegado.
- ¿No echará de menos todo esto?
- Jamás, fingir mi muerte es lo mejor que he podido hacer. Estaba harto de que esas sanguijuelas me sacaran los cuartos, ahora me compraré una pequeña casita en el campo y viviré de lujo con mi gato. ¿Tienes la documentación nueva que te pedí?
- Sí, su nueva identidad, aquí está —le respondió el falso policía, mientras le entregaba un sobre alargado.
- Gracias. ¿Os llegó el pago?
- A mí sí —dijo el falso forense, mientras conducía la furgoneta hasta el aeropuerto más cercano.
- A mí también, ha sido un placer hacer tratos con usted.
- Disfruta del dinero de este trabajo, chico, y no te cases nunca. Mira lo que pasa después: tu mujer te ignora, tu hijo se funde toda su herencia en putas y drogas, y la mujer que mató a mi otro hijo y a mi hermano, se me acopla en casa y no he sido capaz de desenmascararla después de tantos años.
- No se preocupe, jefe, que está todo listo, la atraparemos en cuanto caiga en la trampa.
- Gracias otra vez —añadió Sir William Wallace III, ahora conocido como Robert Harrington, un pequeño granjero inglés, que viaja hasta los Alpes para fabricar queso de cabra.
Las vueltas que da la
vida, ¿verdad? Mientras la furgoneta sale de aquel pequeño asentamiento en
Oxfordshire, el heredero, la viuda negra y la actual señora de la casa,
discuten de forma acalorada ante la atenta mirada del cochero, el jardinero, el
ama de llaves y la doncella, sin saber que, están en la ruina y van a perder la
casa. Menuda ironía, al final el que más gana, es el que supuestamente estiró
la pata.
FIN
ASCO
¿Eres de los que vomitan cuando alguien más lo hace?
¿Te meterías en una urna llena de cucarachas y gusanos? ¿Y qué tal andas de
paladar? ¿Comes de todo o te pasa como a Shin Chan con los pimientos? Hay
tantas cosas que te pueden dar asco, que si empezases una lista, seguramente no
acabarías en todo el día.
Mañana es día 31 de
octubre y celebramos Samhain, Halloween y la noche más mágica del año; en la
que el velo entre el mundo de los vivos y los muertos, se vuelve más difuso. La
gente solía disfrazarse de criaturas terroríficas, para evitar que los malos
espíritus se les acercasen y los dañasen, de ahí que pusieran luces y calabazas
adornando por todas partes. Pero no solo se explota el miedo en esta época, el
asco suele hacer acto de presencia, debido a las bromas bastante desagradables,
como: lanzar huevos contra las casas, dejar heces en la entrada o esparcir ese
moco viscoso por los pomos de las puertas. A mí no me miréis, a la gente se le
va mucho la cabeza.
Pero… Lo que da
realmente asco, suele ser muy variado: vísceras, sangre y miembros seccionados;
sapos, gusanos, ratas y cucarachas. ¿Qué mejor época del año para dar rienda
suelta a tu perversa mente trastornada? Pero dejemos claro, que el cuento que
viene a continuación trata del asco y no del miedo, por lo que, coged un cubo
para las vomitonas, y empecemos.
Posdata: Samhain se
celebra de otra forma que más tarde os contaré, pero ahora centrémonos. El
cuento comienza así…
EL SÓTANO
Cuando Alberto visitó aquella zona, pensó que sería perfecta para vivir. Aquel era un buen barrio, muy cerca de su nuevo empleo y por un módico precio. Lo que algunos llamarían, un chollo. La casa estaba un poco descuidada, pero con una mano de pintura podría darle un lavado de cara. Iría en bicicleta a trabajar, ahorrándose el metro y además, estaba a un paso de las mejores tiendas del centro. ¿Por qué valía tan barato?
- Los antiguos dueños murieron en esta casa. Lo sé, algunas personas no soportan estas cosas, pero nosotros estamos obligados a dar todos los datos si nos preguntan —dijo el agente inmobiliario.
- ¡Vaya! ¿Algún atraco con violencia? —Preguntó Alberto.
- No, el hijo de la pareja, que se volvió loco y tuvieron que encerrarlo en un manicomio.
- Me recuerda a la historia de Michael Myers.
- Cierto, aunque por suerte, este suceso no ocurrió en Halloween o se hablaría de un imitador. De todas formas, eso ocurrió hace mucho tiempo y ya ha quedado en el olvido, pero la gente en cuanto escucha la palabra “asesinato”, sale corriendo.
- ¿Y la casa se vende amueblada?
- Sí, se vende tal y cual está. Ahora mismo pertenece al banco, porque al morir los antiguos dueños y el hijo acabar en el psiquiátrico, nadie pagó la hipoteca.
- ¿Y qué es esa puerta?
- El sótano.
- ¿Puedo verlo?
- Claro. Es mucho más pequeño si lo comparamos con el resto de casas de la zona, pero por este precio, era de esperar.
- Sí que es pequeño. Cabe el cuadro de luz, la lavadora y poco más. De todos modos, tampoco necesito mucho espacio. Me la quedo.
- ¡Perfecto! Pues podemos ir a la oficina y arreglar los papeles de inmediato.
Días después, comenzó
la mudanza y cuando Alberto tuvo todas sus cajas esparcidas por el comedor,
comenzó la difícil tarea de limpiar la casa y tirar lo que no se quedara. Más
tarde, desembalaría sus cosas y las colocaría en los estantes.
De repente, las luces comenzaron a parpadear y decidió bajar al sótano para comprobar la caja de fusibles, pero… mientras descendía por aquella escalera de madera, que crujía más que los Petazetas cuando estallan en la boca, el pie se le enganchó en un clavo suelto y cayó rodando hasta llegar al suelo y chocar contra la pared del fondo.
- ¡Mierda! Poco más y me desgracio, por suerte creo que no tengo nada roto, pero me acabo de cargar la pared con la cabeza; ya decía mi madre que era duro de mollera. ¿A qué demonios huele? ¡Qué asco! —Dijo al darse cuenta del agujero en la pared.
Aquel olor era
nauseabundo, tanto, que Alberto no pudo evitarlo y echó los nachos con
guacamole que se había metido entre pecho y espalda una hora antes y aún estaba
procesando.
Se armó de valor, subió
a por una linterna y una bufanda que impregnó en colonia, se la colocó en la
cabeza taponándose la nariz y regresó al sótano. ¿Qué demonios olía tan mal?
Decidió hacer más grande el agujero, ayudándose con la linterna, pues aquella
falsa pared estaba hecha de un contrachapado barato y cubierto de papel
pintado.
Al entrar por el agujero, alumbró con la linterna y se dio cuenta que su sótano no era más pequeño que los de las casas circundantes, sino que había sido dividido en dos, para ocultar tras la pared aquella habitación. Había unas ocho estanterías, dispuestas como en una biblioteca, llena de tarros de cristal.
- ¡AHHH! —Gritó al comprobar que allí había ratas. Odiaba las ratas.
Estuvo tentado a salir
corriendo, sobre todo cuando uno de esos roedores le cayó sobre el hombro y le
gruñó en el oído; pero al echarse hacia atrás, para intentar zafarse del
animal, se chocó con una de las estanterías que abarrotaban aquel sótano e hizo
que uno de los tarros cayese a plomo y se rompiese en mil pedazos. Alberto notó
que se le encharcaban los pies, pues algo le había empapado los zapatos.
Cuando alumbró con la linterna y observó lo que tenía pegado a su pie, por poco se desmaya de la impresión.
- ¿Es una mano? —Preguntó a los astros, porque allí no había nadie más que las ratas y él.
Entonces se giró,
lentamente, y enfocó el resto de la estantería con la luz de su linterna. Cada
tarro contenía un miembro seccionado u órgano en formol conservado. Claro, eso
era lo que olía tan mal. De repente notó que los pies le ardían, culpa del
formol, lógico.
Echó a correr, salió
por el agujero y subió aquellas escaleras que se le hicieron eternas. ¿Qué
diablos estaba pasando? Las arcadas volvieron y al llegar al final de la
escalera, se detuvo a vomitar en el pasillo, por lo que se quitó la bufanda de
la cara y se apoyó en el marco de la puerta mientras echaba fuera de su cuerpo,
los últimos resquicios de la cena.
Entonces, sus ojos se
abrieron como platos, pues el marco de la puerta en el que se había apoyado,
estaba respirando. Su mano subía y bajaba al ritmo acompasado de una
respiración y al levantar la mirada del suelo, se encontró con dos ojos
castaños, que le observaban desde lo alto. Aquel hombre de dos metros le cogió
por el cuello y le apretó tan fuerte, que Alberto perdió el conocimiento.
Al despertar, estaba
atado a una silla de metal, dentro de aquella habitación siniestra oculta en el
sótano, aquel olor le revolvía el estómago. Lloraba y suplicaba, pero aquel
hombre vestido con harapos y lleno de mugre por todos lados, no le hizo ni
caso.
Se acercó a una de las
estanterías y cogió un machete con restos de sangre seca en la hoja, que había
en uno de los estantes y acto seguido, se acercó a Alberto, que comenzó a
agitarse en su silla, como si un terremoto de nivel cuatro le diese una
sacudida. El hombre sonrió de forma siniestra y acto seguido, le cortó la mano
al muchacho, que comenzó a chillar como un desesperado, pese a estar
amordazado.
Aquel gigantón recogió
la mano del suelo y la metió en uno de esos tarros llenos de formol, que había
preparado. La sangre de Alberto lo impregnaba todo, pero a su anfitrión no
pareció importarle demasiado aquel destrozo. Cogió otro de los tarros que había
en la estantería más próxima y el joven, desde su posición, pudo ver que había
algo flotando en su interior. Cuando aquel monstruo abrió el tarro y sacó un
par de ojos humanos, le quitó la mordaza al muchacho y se los introdujo por la
garganta, al pobre volvieron a darle arcadas. ¿Por qué hacía eso? ¿Estaba loco?
¿Quién era ese desgraciado? ¿Acaso el hijo de aquel matrimonio se había
escapado del manicomio? Parecía llevar mucho tiempo allí abajo.
Entonces, con una
cuchara de plata, seguramente extraída de la cubertería de su difunta madre, le
arrancó, uno a uno, los ojos al pobre Alberto, que chillaba como un condenado;
acto seguido, los metió en el tarro del que había sacado el otro par de ojos.
Su pobre víctima estaba a punto de desmayarse, tanto dolor no hay quien lo aguante. Pero aquel ser despreciable, aún no había terminado con el pobre hombre al que tenía atado en aquella silla de metal oxidado. Cogió una caja llena de gusanos y se los echó por encima al muchacho, que sintió cómo recorrían cada centímetro de su cuerpo aquellos bichos asquerosos. ¿Qué había hecho él para merecer aquello?
- Verá, esta casa es increíble, me encanta la ubicación, pero me resulta raro que sea tan barata —dijo el posible comprador.
- Lo sé, pero hubo un asesinato aquí, hace mucho tiempo y la gente huye de esas cosas. No entiendo por qué —respondió el vendedor.
- ¿Y esas maletas y cajas?
- Del antiguo dueño. Compró la casa, pero ni si quiera la estrenó, nos llamó para decirnos que teníamos las llaves en la entrada y que se había quedado sin trabajo, por lo que se volvía a casa de sus padres y si podíamos vendérsela de nuevo nosotros y pasarle el dinero a un número de cuenta nuevo.
- ¿No es muy extraño?
- No crea, aquí pasa mucho. Entre usted y yo, creo que la gente tiene demasiada imaginación y al pasar la primera noche aquí, solos, se acojonan; pero usted no tiene pinta de ser un miedica.
- Para nada, tengo tres hijos, esposa y una suegra toca pelotas. Estoy curado de espanto.
- ¿Se mudarán a la casa con usted?
- Eso quiero, intento que mi mujer me dé una segunda oportunidad, comprando este chollo en pleno centro.
- Bueno, pues creo que les encantará esta zona. ¿Vamos a la inmobiliaria y preparamos el papeleo?
- Me parece bien.
Y ambos hombres salieron
de allí, mientras el gigante sonreía tras aquella falsa pared. Iba a necesitar
más tarros para la ocasión.
FIN
IRA
La ira es una emoción
que representa enfado, enojo. Pero si nos paramos a pensar, dicha emoción, puede
surgir de diferentes formas: Acumulándose cierto malestar a lo largo del tiempo
y llegando a un punto en el que no puedes más, y explotas; el típico caso de la
gota que colmó el vaso. O también, puedes sufrir un acontecimiento o hecho
traumático, que te haga explotar sin previo aviso; como la pérdida repentina de
un ser querido o ser testigo de un hecho mezquino.
La falta de dinero o
los cuernos, suelen ser los principales desencadenantes de los crímenes
pasionales, pero no podemos olvidarnos del mayor de todos: la venganza; ya
sabemos que suele provocar una respuesta hostil en la que, se busca causar el
máximo dolor a la fuente de dicho malestar, pudiendo tratarse de una persona o
un grupo de personas.
En el cuento que leeremos
a continuación, descubriréis que el ojo por ojo, en algunos casos, se convierte
en la única opción.
EL RETIRO
Álvaro González
Espinosa, es el director ejecutivo de una de las principales compañías de
juguetes del país. Levantó aquel negocio con mucho esfuerzo, convirtiendo
aquella pequeña juguetería a la vuelta de la esquina, que le dejaron sus padres
al morir, en un auténtico imperio con más de ochenta franquicias en todo el
país; y tan solo en diez años.
Cuando se hizo cargo de
la juguetería, estuvo tentado a venderla; pero tras casarse y tener un hijo,
comprobó que aquel pequeño niño lleno de mocos, ese pozo sin fondo productor de
desechos, se había convertido en su mejor inversión.
Al pequeño Junior, le
regalaba todos los juguetes que salían al mercado y, dependiendo de los
preferidos de su hijo, estudiaba la probabilidad de venderlos más caros.
Gracias a su astucia y buen hacer, había ganado tanto dinero en esa década, que
podría vivir para siempre sin mover un dedo, solo de las rentas.
Su hijo vivía encerrado
en una gran mansión de la que no podía escapar, apenas socializaba con otros
niños y su madre no lo aguantaba más. En más de una ocasión, intentó marcharse
con el pequeño de aquella jaula de oro, pero su marido se lo impidió a base de
amenazas y algún que otro golpe en el vientre o la espalda; nunca le marcaba la
cara, pues por mucho maquillaje que se echara, los moratones en las fotos se
notaban.
De puertas para afuera, eran la familia perfecta, educaban a su hijo en casa con una institutriz, mientras ellos acudían a menudo a las galas benéficas, en las que se dejaban una buena suma de dinero, para guardar las apariencias. Nadie sabía realmente el infierno que se vivía tras aquellas cuatro paredes, pues el servicio había firmado un contrato de confidencialidad, por el que les quitarían hasta los empastes de los dientes, si alguno se atrevía a hablar.
- ¿De verdad tengo que asistir? — Preguntó Álvaro.
- Sí, se requiere que todos y cada uno de los empleados de la empresa, asistan al retiro. Es obligatorio —respondió su abogado, mientras cerraba una carpeta y se dirigía hacia la puerta del despacho —. Piensa que serán unas mini vacaciones y puedes desahogarte. En esos retiros de empresa puedes averiguar muchas cosas de tus empleados y desquitarte con ellos.
- Ya, pero soy un hombre muy ocupado, tengo muchas cosas que hacer.
- Es un fin de semana y yo me quedo al cargo de todo, no te preocupes.
- ¿Por qué no vienes tú? También trabajas para la empresa.
- Sí, pero no trabajo en exclusividad, tengo más clientes que requieren mis servicios. Todo irá bien, ya lo verás.
- Vale, largo, nos vemos el lunes —añadió, a la par que agitaba su mano derecha en alto para espantar a su abogado.
El retiro de la empresa
se haría en… las afueras, en un campamento donde la principal atracción sería
la guerra de pintura con armas de aire comprimido, también conocida como
paintball.
Cuando el jefe descendió de su flamante coche negro biplaza, junto a su hermosa esposa, todos los allí presentes quedaron impresionados. ¿De verdad el jefazo iba a participar en los juegos? ¿Podrían dispararle? ¿Les despediría después de aquello?
- ¡Bienvenidos! Soy Miguel y les acompañaré a su cabaña, permítanme llevarles el equipaje —les dijo un joven monitor al acercarse.
- Lleva a mi esposa a la cabaña, yo necesito una cerveza. ¿Y el bar?
- Aquel edificio con las puertas dobles, señor.
- Deshaz las maletas y espérame en la cabaña, yo iré en un rato —le dijo a su mujer, que agachó la cabeza y cumplió la orden que su marido le había dado.
Mientras ella seguía al monitor, él entraba en el comedor y se sentaba en una de las mesas más apartadas, bajo la atenta mirada de los empleados y monitores del camping, que no se atrevían a acercarse.
- ¡Bienvenido! ¿Qué va a tomar? —Preguntó una joven monitora, con una libreta en la mano.
- Ponme una cerveza bien fría. ¿Cómo te llamas, preciosa?
- Alicia, señor. En seguida le traigo la cerveza.
El hombre se quedó mirando a la joven mientras se marchaba por la bebida y cuando regresó, le hizo una oferta que no pasó desapercibida.
- Alicia, te voy a ser muy sincero: soy el jefe, tengo mucho dinero y me has puesto cachondo. Me gustaría dar una vuelta por las instalaciones, ¿te gustaría acompañarme?
- Estoy trabajando, señor —respondió la muchacha con una media sonrisa.
- No me importa, si quisieras no tendrías que volver a trabajar en este antro, tengo contactos. ¿Con este trabajo te pagas la universidad?
- Sí, es lo que hay.
El hombre se levantó, se bebió la cerveza de un trago y le tendió el brazo a Alicia, que se quitó el pequeño delantal que llevaba y aceptó la invitación. Pocos minutos después, los dos estaban retozando en la despensa y al acabar, él le extendió un cheque por una buena suma y se lo metió en el escote.
- Gracias, cielo. No estuvo mal, con eso podrás pagarte la universidad —le dijo a la joven que estaba llorando, recostada sobre una mesa llena de harina —. No ha sido para tanto. ¿Qué pensabas que iba a ocurrir cuando aceptaste mi invitación? ¿Un par de besos y un azote en el culo? Si mantienes la boca cerrada, recibirás otro cheque como ese en unos días, pero si hablas, te arruinaré la vida. ¿Comprendes lo que te digo?
- ¡Eres un monstruo! —Le gritó, pero enseguida se acobardó y accedió a mantener la boca cerrada.
- Más te vale, guapa, o tendré que rajarte esa bonita cara que tienes —y salió de allí como si no hubiese pasado nada, dejando a la joven atemorizada.
Poco después llegó a la cabaña, donde su mujer había colocado la ropa en el armario y sus cosas de aseo en el cuarto de baño. Aquel lugar era bastante lujoso y tenía baño propio, por lo que no tendrían que compartirlo con el resto de empleados.
- Cariño, tienes la chaqueta llena de harina.
- Sí, me acabo de tirar a una monitora en la despensa.
- ¿Por qué eres así?
- No te hagas la ofendida, me has intentado abandonar mil veces y arrebatarme a mi hijo, ahora no me digas que tienes celos.
- ¡Eso jamás! ¡Te odio! Te crees que soy un adorno al que lucir y golpear cuando nadie te mira, y nuestro hijo es tu prisionero, lleva toda su vida encerrado en casa sin salir.
- Es por su bien.
- ¿Por su bien o por el tuyo? Le utilizas para probar los juguetes que después vendes y a mí, para salir a tu lado en las revistas.
- No valéis para otra cosa, da gracias que os sigo manteniendo.
- No puedo comprender, cómo nadie se da cuenta del monstruo que eres en realidad.
- ¿Monstruo, dices? ¿Por proteger a mi hijo del mundo tan hostil que hay ahí fuera y por consentir a mi esposa?
- ¿Consentirme? — Dijo ella, mientras se levantaba el vestido y dejaba ver los moretones que tenía en el estómago.
- Al menos no te golpeo en la cara.
- ¡Te odio! ¡Ojalá te mueras!
- Lo haré, pero hasta entonces, no te librarás de mí. Ahora ponte la ropa de campista y salgamos ahí fuera. Luce tu mejor sonrisa, si no quieres que al pequeño Alvarito le dejen todo el fin de semana sin comer, sabes que puedo dar la orden con solo hacer una llamada.
- ¡Deja a Junior en paz!
- Pues no hagas que me enfade y no me hagas quedar mal.
Tras ponerse el chándal, salieron a unirse con los demás. Álvaro mostraba una sonrisa de oreja a oreja, mientras que la de su esposa parecía más forzada y apenas, cruzaba palabra con ninguna de las personas que la saludaba; tenía miedo de decir algo que a su marido incomodase y que con su hijo lo pagase. No podrían seguir así mucho más tiempo, diez años son demasiados. Tenía un plan, pero era muy arriesgado. ¿Lograría llevarlo a cabo?
- Bienvenidos, campistas. Me llamo Lidia y seré su monitora jefe en este maravilloso retiro de empresa en el idílico Campamento Luna Azul. Y os preguntaréis, por qué se llama así: con cada luna llena, observamos un fenómeno espectacular, la luna se refleja en el lago y éste la tiñe de un tono azulado muy hermoso —entonces hizo una pequeña pausa, para tragar saliva y después continuó —. ¿Qué pruebas tenemos para el fin de semana? Después de comer, nos tiraremos en tirolina, montaremos una pequeña carrera por equipos con las canoas y durante la noche, tendremos el juego final, el paintball. Mañana será día de recoger todo y volver a casa, pues solo habéis contratado dos días, pero no os preocupéis, que nos cundirá bastante el fin de semana. Por lo pronto, podéis pasar al comedor y degustar una verdadera comida campera, a las cuatro os espero aquí, sed puntuales.
Poco a poco, todo el
mundo fue dispersándose y entrando en el comedor. Cuando el jefe y su mujer
atravesaron aquella entrada, se hizo el silencio en la sala. Álvaro se sentó en
una mesa y su mujer se sentó frente a él, estaban algo apartados del resto,
pero ambos participaban en largas conversaciones, si alguien les lanzaba alguna
pregunta inesperada.
La gente comenzó a
soltarse y a tratarles como al resto del grupo, excepto los monitores, que
seguían manteniendo la distancia, pues habían presenciado el incidente con la
pobre Alicia; que tras aquello, se había despedido y marchado a su casa a toda
prisa.
No sabían el verdadero
motivo, tan solo que había tenido un encontronazo con aquel tipo, por lo que a
ellos ya no podría engatusarles con sus falsas sonrisas y su terrible hipocresía;
comenzaba a caerse a pedazos la máscara de buen samaritano, que sus asesores de
marketing crearon desde el primer día.
El primer juego, la tirolina, demostraría que el jefe era un auténtico egoísta.
- Muy bien, no perdáis detalle. Tendréis que subir por aquel árbol de allí, tened cuidado y agarraros bien a los asideros Después, mi amigo y compañero, Edu, os pondrá el arnés y podréis deslizaros por la tirolina. Haced caso a las indicaciones y que lo disfrutéis —dijo Lidia, antes de volver a su cabaña.
El jefe subió el primero, junto a su esposa, pues todos querían cederle aquel honor, aunque él no lo vio como un privilegio.
- ¡Tírate tú primero! —Le dijo a su esposa.
- ¿No quieres ir antes? Te cedieron ese honor.
- Quiero ver si esta mierda es segura, así que lánzate tú primera, tu vida no vale nada —le dijo, ante la atenta mirada de Edu, que le comenzó a colocar el arnés a la esposa del jefe sin pronunciar palabra. Una vez que la mujer saltó y comprobó que era seguro, le ordenó al muchacho que le pusiera bien las sujeciones —. Colócame esto bien, si no quieres comerte una demanda, chaval.
Y acto seguido se lanzó al vacío, atravesó las copas de los árboles y llegó al otro lado, donde otro monitor le quitó las sujeciones y les invitó, a su mujer y a él, a ponerse el traje de baño, para continuar más tarde con la carrera de canoas en el lago.
- Bien, ahora haremos varios equipos de cuatro personas cada uno. Tendréis que llegar hasta la boya y dar media vuelta. El equipo que antes cruce la línea de meta, tendrá una ventaja en el juego de esta noche. ¿Estáis listos? ¡Adelante! —Gritó Lidia y salieron todos corriendo hacia los botes.
- Tenemos que ganar, si no lo hacemos, os dejaré un mes sin sueldo. ¿Comprendido? —Y los dos empleados y su esposa, que acompañaban al jefe, se miraron extrañados. ¿De verdad hablaba en serio? No querían arriesgarse, por lo que lo dieron todo en la carrera.
Llevaban desventaja, pues había dos pares de brazos que no remaban nada, pero pese a ese inconveniente, lo dieron todo y quedaron en segunda posición.
- ¡Enhorabuena a los dos grupos vencedores, ambos tendréis una ventaja y formaréis equipo esta noche! Os tocará defender la bandera, el resto, tendréis que robársela. Vayamos a cenar y después os hablaré sobre las normas del juego —anunció Lidia, al finalizar la carrera.
El ambiente se notaba
cada vez más cargado, tanto los monitores, como algunos de los empleados,
procuraban no sentarse cerca del jefe, ni si quiera entablar conversación con
él. Algunas de esas personas eran los que habían compartido la canoa con
matrimonio o los que estaban detrás suya en la cola de la tirolina; habían
escuchado de primera mano, lo mal que se había comportado con su flamante
esposa y ahora, entendían esa sonrisa forzada, pues por dentro gritaba que
alguien la ayudara.
Poco a poco, los rumores se fueron propagando y cuando acabaron de cenar, ninguno de los allí presentes se volvería a dejar engañar. Mientras el jefe terminó de cenar de los primeros y se marchó a su cabaña, para cambiarse el chándal y el bañador por un traje de camuflaje, los demás rodearon a la temerosa esposa, y le pidieron explicaciones. La mujer comenzó a llorar y les relató la agonía que su hijo y ella padecían desde hacía tanto tiempo y les pidió ayuda para terminar con aquella tortura; les explicó el plan que había comenzado a orquestar meses antes de aquel viaje y cómo harían para de la cárcel librarse.
- Bueno, aquí llega el último juego de este fin de semana. Recordad que los dos equipos ganadores de la carrera de canoas, serán los que protejan la bandera y el resto, tendrá que robársela. Aquí tenéis los mapas y vuestras armas, en ellos encontraréis la marca que os llevará hasta vuestra guarida, y dónde encontraréis la bandera; protegedla bien, porque tenéis diez minutos de ventaja para llegar hasta allí. Suerte y ya podéis salir —Lidia hizo una pausa, mientras el equipo azul recogía sus cosas y ponía rumbo hasta el bosque, en el que había una pequeña cabaña de madera oculta, que se convertiría en su guarida durante la noche —. Los demás formaréis parte de tres equipos: rojo, verde y violeta. Tendréis seis horas para localizar la bandera y atraparla, recordad que si os disparan, estaréis fuera del juego, pudiendo esperar en el comedor a que el resto de compañeros acabe. Buena suerte a todos.
- Estas armas son muy buenas, parecen reales —dijo Álvaro, mientras encabezaba su grupo.
- Sí, sería sencillo confundirlas con armas reales —añadió la mujer.
- Y tú qué sabrás, si no has visto un arma en tu vida.
- Eso no lo sabes.
- Lo que tú digas, de todas formas aquí no hay armas reales.
- En realidad sí que las hay, tienen una escopeta y una pistola de bengalas por si acaso, las he visto en la cabaña de los monitores —dijo uno de los hombres del grupo.
- Uno de ellos tiene un revólver, lo he visto —añadió una mujer rubia y menuda.
- Eso se supone que no está permitido. ¿No tienen que tener un permiso especial o algo así para tener un arma? No estamos en América —se quejó una mujer morena y esbelta.
- No tengas miedo, preciosa, tú acércate a mí y yo te protegeré —respondió Álvaro, tirándole la caña a una de sus empleadas.
- No se preocupe, que de su protección ya me encargo yo, señor —añadió un apuesto hombre de pelo oscuro y ojos negros, mientras cogía a la mujer de la cintura.
- Tienes buen gusto, chaval. ¿Te hace un intercambio? Te regalo a mi mujer con hijo incorporado —y se echó a reír, aunque fue el único que lo hizo.
Tras llegar a la
cabaña, los ánimos estaban bastante caldeados. Todos y cada uno de los allí
presentes, sabían que aquel hombre despreciable, era mucho peor de lo que les
habían contado, pero verlo con sus propios ojos era ya demasiado. Mientras los
demás se repartían el trabajo, él se sentó en una silla junto a la bandera y se
echó una siesta. ¿De verdad iba a quedarse de brazos cruzados?
De repente, todos rodearon a la temerosa esposa y asintieron, uno a uno, con la cabeza; la ayudarían a llevar a cabo aquel plan que había ideado. La mujer se levantó la chaqueta de camuflaje que llevaba, y sacó un arma cargada, le entregó la falsa a uno de los hombres que la acompañaban, y este salió al bosque para lanzarla al lago y que éste se la tragara. Poco después regresó a la cabaña y tras darle la espalda al jefe, como hicieron el resto de los allí presentes, la mujer le disparó en el vientre a su marido y éste se despertó de golpe, llevándose las manos a la zona afectada para taponar la herida.
- ¿Qué hiciste? —Preguntó él, mientras intentaba levantarse de la silla.
- ¿Era un arma de verdad? —Preguntó uno de los hombres, horrorizado, y todos soltaron las armas en el suelo de la impresión al escuchar sus palabras.
- ¡No! Se suponía que era de juguete —se lamentó la mujer, echándose de rodillas al suelo con las manos en la cara.
- ¿Por qué me disparaste?
- Me tenías harta, pensaba despertarte con un disparo de pintura para sacarte del juego y hacer que te quedaras esperando en el comedor a que todo acabara.
- ¡Maldita! ¡Intentaste matarme, no te creo nada!
- ¡Jamás! ¡Llamad a una ambulancia! —Gritó la mujer, y varios de los hombres y mujeres que los acompañaban, salieron en busca de ayuda; mientras, el hombre que se había deshecho del arma falsa, intentaba taponar la herida, sin esmerarse demasiado.
- Tranquilo, señor, la ayuda viene en camino —le dijo, para mantener las apariencias.
- ¡Nos veremos en el infierno! —Añadió la mujer, cuando su marido cerró los ojos definitivamente.
La policía tardó un par de horas en llegar y los sanitarios no pudieron hacer nada por aquel hombre al que, accidentalmente, habían disparado. El caso saldría en las noticias de la mañana y la fábrica de juguetes cerraría un par de días, a modo de despedida.
- Cuénteme lo que sucedió —le pidió el agente.
- Verá, cuando la monitora nos dijo que cogiésemos las armas y los mapas, yo obedecí, cogí esta mismo, porque era distinta a las demás, no sabía que era de verdad, solo me gustó el diseño que tenía. Mientras que los demás nos repartíamos el trabajo y organizábamos una estrategia, mi marido se quedó dormido en la silla y para despertarle, ya que no quería participar en el juego, decidí dispararle para darle un susto. ¡Eran balas de pintura, no munición real! O eso pensaba yo —y comenzó a llorar desconsolada.
- ¿De quién es ese arma?
- No lo sé, yo la cogí del montón en el que estaban todas las demás. Quizás sea de uno de los monitores, recuerdo que uno de los compañeros del juego nos dijo, cuando íbamos de camino a la cabaña, que uno de ellos había estado presumiendo de tener un arma real. Jamás imaginamos que podría ponerla en el montón con las demás.
- ¿Quién era el monitor?
- No lo sé.
- ¿Y su compañero, el que lo escuchó?
- Aquel —añadió la mujer, señalando a uno de los hombres que había presenciado el accidente.
- ¿Es usted quien vio al monitor presumir del arma?
- Sí, señor agente —respondió aquel hombre, temeroso.
- ¿Por qué no reconoció el arma en manos de la esposa de la víctima?
- Porque realmente no llegué a ver el arma en ningún momento, solo le escuché decir que tenía un arma real, nada más.
- ¿Quién fue el monitor que lo dijo?
- Aquel —y de nuevo, un dedo acusador, apuntó en una nueva dirección.
El policía parecía cansado de tirar del hilo, era como estar jugando al juego de la oca, tirando de puente en puente y dejando que le llevase la corriente.
- ¿Es suya esta arma?
- Sí, pero yo no le maté y tengo licencia.- ¿Por qué se ha traído un revólver a un juego de convivencia?- ¿Acaso no ha visto Viernes 13? Estamos en un campamento y los locos abundan por estos sitios, aunque no son el único peligro, también hay animales salvajes. Era para protegernos, nada más. Estaba en una caja, guardada bajo llave en la cabaña de los monitores. Alguien tuvo que robarla.
- Ya, claro. ¿Quién?
- Pues no lo sé, pero yo no disparé.
- Lo sé. ¿Por qué estaba su arma entre las del juego de pintura?
- Le repito que no lo sé, debería estar en su caja, pero lo primero que hice cuando me enteré del incidente, fue ir a comprobarlo y denuncié ante la jefa de monitores su desaparición.
- ¿La jefa es aquella? —preguntó el policía, mientras señalaba con la cabeza.
- Sí, Lidia.
- Está bien, no se mueva de aquí.
Y puso rumbo hasta la cabaña de los monitores, en cuyos escalones estaba sentada Lidia, junto a un par de compañeros que no podían creerse lo que estaba sucediendo.
- ¿Es usted Lidia, la jefa de monitores?
- Así es, señor agente. ¿En qué puedo ayudarle?
- ¿Denunció su compañero la desaparición del revólver?
- Sí, en cuanto escuchamos el ruido que provenía del bosque, poco después se acercó a mí y me comentó que le habían robado el arma.
- ¿Le dio usted permiso para traerla al campamento?
- Yo no, eso fue cosa de los dueños. De todas formas, no es la única arma real que hay, tenemos una escopeta y una pistola de bengalas.
- ¿En la cabaña de monitores?
- Sí, allí estaban todas guardadas, pero solo se llevaron esa.
- ¿Cree que pudo organizarlo la esposa?
- ¡No! Es una mujer maravillosa, he hablado con ella y se notaba que amaba a su marido muchísimo, puede preguntarle a cualquiera de los aquí presentes, que seguro todos coincidirán con lo que le digo.
- ¿Todos? Curioso. Por cierto, me he enterado que una de las monitoras se ha ido apresuradamente por un encontronazo con la víctima.
- Así es, Alicia. No valía para esto. ¿Se puede creer que estaba aquí solo por recomendación de los jefes? Era su sobrina o algo así. No sabía tratar con la gente.
- ¿Y quién se encargaba de colocar las armas en la mesa?
- Víctor, está allí.
Y otro más, pensó el policía, que estaba harto de dar vueltas de un lado para otro, sin sacar nada en claro.
- ¿Víctor?
- Sí, señor agente.
- ¿Usted colocó las armas en la mesa?
- Así es, fue mi culpa, ese hombre está muerto por mi culpa — se lamentó entre sollozos.
- ¿Por qué dice eso?
- Recogí todas las armas que encontré y cuando llegué a la cabaña de los monitores, para avisar que estaba todo listo, vi aquel revólver en el suelo y pensé que se me había caído por el camino, por eso lo puse en el montón con las demás armas. ¡Creí que era parte del lote!
- ¿El arma estaba fuera de su caja?
- ¿Qué caja? Yo la vi en el suelo, cerca de donde guardamos todas las demás, por eso la cogí.
- ¿No notaba que pesaba más que las otras?
- Pues no, jamás había visto un arma real y no tenía ni idea de que hubiese armas reales en las instalaciones, a parte de la escopeta y la pistola de bengalas —y volvió a echarse a llorar.
- Está claro que ha sido un terrible accidente, no llore, hombre, que no voy a detenerle.
- ¿De verdad?
- Claro que no. O están todos compinchados o fue algo en plan “Destino final”.
- ¿El qué?
- La película esa… Da igual. ¡Chicos, recoged, nos vamos!
Y lentamente, aquel
campamento fue quedando desierto con los primeros rayos de luz de la mañana. Aquel
monstruo, pagó un alto precio por sus terribles acciones y, gracias a sus
empleados, aquella pobre mujer encontró la libertad junto a su hijo; que por
fin podría salir de aquella jaula de oro y cristal en la que había permanecido.
FIN