lunes, 18 de abril de 2022

Un Carnaval Atemporal

 

UN CARNAVAL ATEMPORAL

Cuando te mudas a una nueva ciudad, partes de cero. Puedes elegir cometer los mismos errores del pasado o crear otros nuevos, pero todo depende de ti. Por ello, cuando Patricia llegó al que sería su nuevo hogar, aunque aún no lo sabía, no supo cómo reaccionar. Una cosa era mudarse a una nueva ciudad en la que tuviese todos los servicios a mano y pasara desapercibida, y otra muy distinta, era acabar en una vieja mansión a las afueras de un pequeño pueblo perdido en las montañas, junto a su familia.

    ¿Cómo saben mi nombre si aún no me he instalado? —Le preguntó la joven a su madre, tras salir de la gasolinera del pueblo y devolverle las vueltas del cambio.

    Te recuerdo que ese tío de tu padre, que ha muerto, vivía aquí. Les hablaría de nosotros en alguna ocasión y se habrán enterado que nos ha dejado la casa en su testamento. Aquí las noticias vuelan y dudo que vengan muchos forasteros, solo hay que atar cabos —respondió su madre —. Según el GPS, ya estamos llegando a nuestro destino. ¡Sube, que nos vamos!

    ¿Creéis que será una casa de esas llenas de fantasmas? Me vendría de lujo para subirlo a mi canal de stream —añade Miriam, la hermana pequeña de Patricia.

    Nada de explorar la finca tú sola, no hasta que llegue tu padre y terminemos de instalarnos —le prohíbe su madre.

    ¿Y cuándo llega papá? —se queja.

    A la tarde; mientras, nos instalaremos y bajaremos a comer al pueblo.

    Mamá, solo nos quedamos el fin de semana. ¿Verdad? —Pregunta Patricia con temor.

    Sí, vamos a hacer inventario y poner la casa en venta. Nosotros tenemos nuestra vida en la ciudad y no podemos mantener otra casa. ¿Sabes lo que cuesta calentar algo tan… grande? —Y entonces se queda muda de la impresión, al ver la casa de tres plantas y desván de estilo gótico, que les espera al final del camino de la finca en la que se encuentran.

    ¿Esa es la casa? ¿A qué se dedicaba el tío? —Pregunta Miriam, mientras comienza a grabar un podcast para su canal.

    Creo que era marchante de arte. La tía María, su mujer, era historiadora como vuestro padre.

    ¿Y por qué no supimos nada de ellos hasta que han muerto? —Continúa interrogando Miriam.

    ¡Deja de grabar, que éstas cosas de la familia no las vas a publicar! —Le grita su madre.

    ¡Pero mamá!

    Ni mamá ni ocho cuartos, éstas cosas no se airean en la red, niña.

    Pues vaya mierda —dice Miriam bastante molesta.

    ¡Esa boca, Miriam! —Le recrimina su madre.

Cuando llegaron a la casa y aparcaron en la puerta, Patricia sintió algo extraño, como si una cuerda imaginaria tirase de ella hacia el piso superior. Se quedó allí de pie, mirando hacia el desván, sin atreverse a reaccionar.

    ¿Me estás escuchando? —Pregunta su madre, sacándola de su ensoñación.

    ¿Qué? —Pregunta la joven volviendo en sí.

    Que cojas tu macuto, tengo que cerrar el maletero.

    ¡Me pido la habitación más grande! —Grita Miriam desde la puerta, impaciente porque su madre la abra.

    Espérate, que la de matrimonio es para tu padre y para mí. Iremos juntas explorando la casa, por si acaso.

    Pues la siguiente más grande es mía y tampoco me va a pasar nada por dar una vuelta por los alrededores.

    No lo sabes, puede que esté en mal estado y te rompas un pie con las escaleras o algo así. Iremos juntas.

    Vaaale. ¿Puedes abrir ya?

    Mira que eres impaciente —le recrimina Patricia.

    ¡Y tú una sosa! Te pasas el día entre libros y no haces otra cosa.

    No empecéis las dos otra vez, que menudo viajecito me habéis dado.

    Es verdad, no tengo la culpa de que ella no tenga casi amigos en el instituto, a mí en el colegio me va muy bien.

    Ya me lo dirás cuando llegues a secundaria.

    A ver, cada una tiene sus amigos y sus gustos, y eso no es malo. Miriam, tú eres más de redes sociales y tu hermana de libros. ¿Cuál es el problema? A veces es mejor tener pocos amigos, pero de calidad. Ya te darás cuenta de esto cuando seas mayor —dice su madre, mientras abre la puerta.

    Vaya, pues al parecer a los tíos no les iba nada mal —añade Patricia al quedar impresionada con el lujo que se refleja por toda la casa.

    Definitivamente esto es una pasada. Queridos followers, estoy en una casa súper lujosa, por lo que dudo que haya algún fantasma que grabar; pero si lo hay, vuestra youtuber favorita os lo mostrará.

    ¡Miriam, te he dicho que dejes de grabar! —Grita su madre, mientras le quita el teléfono como castigo —. Y ni se te ocurra rechistar, que en lugar de en la cena te lo devuelvo el domingo.

Mientras tanto, Patricia ha dejado las cosas en el suelo y contempla las fotos que hay sobre la repisa de la chimenea; son ella y su hermana de pequeñas.  

    ¡Mamá, mira! ¿Les mandaste fotos nuestras a los tíos? — Pregunta la joven extrañada.

    Que yo sepa no, aunque quizás lo hiciese tu padre. Le preguntaré cuando venga esta tarde. Uy, mira, si me está llamando —dice la mujer, mientras coge su móvil del bolsillo del pantalón.

    ¿Me acompañas a ver las habitaciones? Mamá dijo que no podía ir sola —preguntó Miriam.

    Vale, espera que coja mi macuto.

Las dos hermanas subieron las escaleras de madera que había en el hall de entrada, y al llegar a la primera planta, se dieron cuenta que allí había dos habitaciones de gran tamaño. La primera era de matrimonio, con un baño dentro de la habitación y un vestidor.

    Supongo que esta será la de nuestros padres —comenta Miriam.

La siguiente habitación era igual de grande, pero estaba preparada como despacho; perfecto para su padre, pensaron las dos hermanas y continuaron subiendo por la escalera. La segunda planta tenía otras dos habitaciones, una con vistas a la entrada y la otra al jardín trasero. La de las vistas a la entrada parecía estar preparada para Miriam, con varios ordenadores de última generación, una cama oculta tras un mueble y completamente insonorizada, para poder hacer streamer hasta altas horas de la madrugada. La otra habitación tenía una cama, un sofá bastante cómodo y todas las paredes repletas de estanterías llenas de libros. Los había de aventuras, ciencia ficción, fantasía y novela negra o de terror, por lo que el corazón de Patricia se aceleró. 

    ¿Cómo es posible? Parece que los tíos nos conocían, y eso que no los habíamos visto en nuestra vida —pregunta Patricia sorprendida.

    No lo sé, pero nos ha tocado la lotería con esta casa.

    Me da que a ti lo de regresar a la ciudad te va a resultar complicado el domingo.

    Más que a ti, seguro que te lees todos estos libros en un par de días.

Y ambas hermanas se echan a reír. Aquello era demasiado extraño, pero mientras durase, pensaban disfrutarlo.

    ¿Seguimos subiendo? — Preguntó Patricia y, pese a la primera negativa de su hermana, no tuvo que hacer demasiado hincapié para convencerla, pues su curiosidad la empujaba a subir descubrir lo que aquella mansión ocultaba.

Al llegar a la buhardilla o desván, como lo queramos llamar, las jóvenes se quedaron nuevamente sin habla. Había tantos tesoros donde mirar, que no les daba tiempo a reaccionar. Cuadros antiguos de los mejores pintores, un montón de caros jarrones, bustos de mármol e incluso un baúl lleno de vestidos anticuados y muy elaborados.

    Los tíos debían de ser ricos. ¿De dónde sacarían todo esto? —Preguntó Miriam, mientras curioseaba por el desván.

    Mamá ha dicho que el tío era un marchante de arte, seguramente los coleccionaba o vendía al mejor postor.

    Pues mira por dónde, ya que tenemos que quedarnos aquí todo el fin de semana, podríamos ir a la fiesta de carnaval del pueblo; vi el cartel en la gasolinera.

    Pero si no conocemos a nadie.

    Da igual, pero ya tenemos disfraces —responde, señalando ese baúl tan extraño lleno de vestidos de antaño.

Mientras tanto en el salón, la madre de las niñas habla con su marido por teléfono, a la par que recorre sola la planta de abajo. Salón, comedor, cocina y cuarto de baño, además de un gran jardín trasero con un pequeño invernadero. También hay un cobertizo con los útiles para el jardín y algunos muebles viejos. ¿Dónde se habrán metido las niñas?

    ¿Sales ya?

    Sí, he tenido problemas en el trabajo.

    ¿Qué problemas?

    Van a cerrar el colegio.

    ¿Y eso?

    Hubo una fuga de gas, pero no te preocupes, estamos todos bien. Creo que de momento estoy en paro, van a derivar a los niños a otros colegios.

    Miriam no se lo va a tomar muy bien.

    Lo sé, pero lo he estado pensando. Hace poco me llegó una oferta para el colegio en el que trabajaba mi tía, quizás podríamos pasar allí una temporada.

    Yo trabajo desde casa, por lo que no habría problema. Seguro que Patricia no pondrá pegas, pero Miriam…

    Lo sé, habrá que convencerla. ¿Esperas a que llegue y hablamos los dos con ellas?

    Me parece bien, ten cuidado, había un accidente en la carretera cuando hemos llegado y muchas retenciones por lo del tema del carnaval.

    De acuerdo, salgo para allá, llegaré para cenar. Te quiero.

    Y yo a ti.

………………………………………………………

    ¡Niñas, bajad! —Grita la madre desde el salón.

    ¿Qué pasa? —Pregunta Miriam, mientras desciende por la escalera seguida de su hermana.

    Nos vamos a comer a la cafetería del pueblo, vuestro padre llegará esta noche.

    ¿Podemos ir después al carnaval? Tiene que ser curioso retransmitir en directo para mi canal desde allí.

    Te recuerdo que estás sin móvil.

    ¿No me lo vas a dar? ¡No es justo!

    Te lo devolveré mañana, si te portas bien.

    ¿De verdad quieres ir a mezclarte con toda esa gente a la que no conoces? —Pregunta Patricia.

    Mira que eres sosa, pues claro, no me pienso quedar encerrada todo el fin de semana aquí, mientras que nuestros padres hacen inventario.

    Se suponía que el inventario lo íbamos a hacer los cuatro, no solo tu padre y yo.

    Pero por la noche descansaremos, supongo. Por eso, podemos hacer inventario por el día y después salir a conocer todo esto. ¿Verdad, hermanita?

    ¿Qué? Sí, supongo.

    No querrás pasarte todo el fin de semana entre cajas y polvo. ¿Cierto? —Le dice a Patricia, mientras le da un codazo y abre los ojos de par en par.

    Claro, no. Yo quería echarle un vistazo a esos libros, pero sí, eso puedo hacerlo más tarde, duermo poco.

    Pues ya está, vayamos a comer y después nos pondremos con el inventario, seguro que cuando llegue papá, tendremos la mitad del trabajo hecho —dice Miriam, dejando a su madre y a su hermana sin palabras —. ¡Vamos, que tengo hambre! ¡Moved el culo, chicas!

    Tu hermana cada día me sorprende más, menudo morro que tiene —le dice su madre, mientras Patricia se echa a reír al ver a su hermana dando brincos hasta el coche.

    Es puro nervio.

    Todo lo contrario que tú, menos mal, no podría con dos iguales —le dice a su hija, mientras la abraza y sale corriendo hasta el coche, ya que Miriam no para de quejarse porque tiene hambre.

Al llegar al pueblo, aparcan cerca de la cafetería, cosa imposible de hacer en la gran ciudad y se sientan en una mesa junto a la ventana. La camarera les toma nota enseguida y cuando les trae la comida, Miriam decide preguntarle en qué lugar se celebrará la fiesta de carnaval, que anuncian los carteles que empapelan la calle principal.

Aquí al lado, en la plaza junto al ayuntamiento, debajo del reloj. Habrá comida, bebida, concursos de disfraces e incluso un baile de máscaras. Es una fiesta muy nombrada y vienen muchos turistas para ser partícipes de ella. ¿Se quedarán ustedes todo el fin de semana?

    Sí, aunque quizás tengamos que quedarnos unos días más, la casa en la que estamos es muy grande —dijo la madre de las niñas.

    ¿Cómo? Una cosa es quedarnos el fin de semana y otra la semana entera, tengo a mis followers esperando la retransmisión del baile de máscaras del colegio y no puedo defraudarles —se quejó Miriam.

    Ya, bueno, hablando de eso… Será mejor que comamos o se nos quedará todo frío, ya lo hablaremos cuando llegue tu padre esta noche.

Y aunque Miriam tenía la mosca detrás de la oreja, el hambre pudo con ella y se olvidó por un momento de aquella sensación que tenía, cuando su madre le ocultaba alguna cosa de vital importancia. ¿Estaría pasando algo que no les quería contar?

Tras comer, dieron una vuelta por los alrededores y pararon en el supermercado, para comprar algunos víveres y alguna que otra cosa más. Poco después, estaban de vuelta en aquella enorme y lujosa casa, donde el inventario las esperaba.

Miriam estaba en la habitación de los ordenadores, tomando buena nota de todo lo que se quedaría y lo poco que desecharía. Patricia apuntaba cada título de aquella enorme biblioteca, que parecía exclusivamente elegida para ella, y al acabar, subió al desván en donde se encontraba aquel baúl repleto de vestidos extraños.

Mientras tanto, su madre hacía inventario en la cocina, puesto que el comedor ya había sido registrado por las tres, antes de dividirse el trabajo. Poco después apareció el padre de las niñas, cargado con unas cuantas maletas y varios bártulos.

    ¡Papá! —Gritó Patricia al bajar corriendo por la escalera, pues había escuchado desde el desván la puerta. 

    ¿Y todo ese equipaje? — Preguntó Miriam al ver a su padre.

    Veréis, niñas. ¡Nos mudamos aquí! —Confesó el padre con temor.

    ¿Qué? ¿Puedes repetir eso? —Preguntó la streamer con cara de incredulidad.

    Veréis, el colegio ha sufrido un problema y los especialistas han considerado que debe ser desalojado. Van a repartir a los alumnos por otros colegios, hasta que el problema se resuelva. Además, yo he perdido el trabajo por culpa de ese incidente y, como hace unas semanas recibí una propuesta de la directora de este colegio, pues…

    Vamos, que vuestro padre tiene que aceptar, así que nos mudamos aquí —añadió la madre.

    ¿Y qué pasa con nuestras cosas? ¿Y mis amigos? —Se lamentó Miriam.

    Tus amigos pueden venir a verte en vacaciones, seguro que aquí haces otros nuevos. Y nuestras cosas nos las traerán a lo largo de esta semana en el camión de la mudanza, ya lo he dejado todo listo. Alice, la vecina de al lado, se encargará de todo — comentó el padre, bajo la atenta mirada de sus dos hijas.

    Pobre Alice, la voy a echar mucho de menos, era como una hermana para mí.

    Mamá, que no está muerta, puede venir a visitarnos cuando quiera —interrumpió Patricia.

    Lo sé, pero se me va a hacer raro no verlas a ella y a su novia Elena a diario, qué majas y qué buenas vecinas eran las chiquillas.

    A mí me va a dar algo. ¿Empezar de nuevo en otro colegio? ¿Aquí? Mi futuro como estrella del streem se ha ido a pique. ¿Habrá cobertura en este pueblo? —se lamentó Miriam sobreactuando.

    No te quejes, hermanita. Dijiste que no era tan difícil hacer amigos, seguro que encuentras otros nuevos muy pronto, y además, tenemos la fiesta de carnaval. ¿Me acompañas a elegir uno de esos vestidos de época para esta noche?

    Te recuerdo que no querías venir conmigo.

    Ya, pero ahora que vamos a vivir aquí, será mejor que nos demos a conocer. ¿No crees?

    Está bien. ¿Al menos me devuelves el móvil? Tengo que avisarles a mis amigos que no volveré por allí en una larga temporada —le preguntó a su madre, mientras estiraba la mano y ponía su famosa mirada gatuna.

    Toma, pero haz buen uso de él o te lo quitaré de nuevo —le dijo su madre a la par que le devolvía el teléfono.

Al llegar al desván, encontraron varios vestidos interesantes dentro del baúl. ¿Cómo podía caber tanto traje allí dentro? Ni que lo hubiese fabricado el mismo que hizo el bolso de Mary Poppins.

Patricia sacó una bolsa que tenía un traje de color azul con encaje bordado y bastante pomposo en su interior, perteneciente al siglo XIX, cuya época Victoriana tuvo en Gran Bretaña su máximo esplendor. Tenía varias piezas además del vestido: una camisola, unos calzones, un corsé y unas enaguas; además, varios miriñaques estaban colocados sobre unos maniquíes, junto a un espejo de cuerpo entero cercano.

Miriam sacó otra bolsa parecida a la de su hermana, pero su vestido tenía un tono rosa palo, que dejó maravillada a la joven por el hallazgo. Podría ponerse sus cascos para retransmitir el baile en directo, porque, aunque no eran típicos de esa época, iban a juego. Ni que lo hubiese hecho a propósito, pensó.

    Hay un montón de vestidos, pero este es mi favorito — Dijo Patricia, mirándose en el espejo con el vestido sobre puesto.

    Sí, mira, también los hay estilo años veinte. En plan Gatsby total. Mañana podríamos ponernos alguno de estos —añadió Miriam, que seguía rebuscando en el baúl—. Por cierto, aquí hay algo grabado.

    ¿Dónde?

    Mira, aquí —dijo la joven señalando en el interior de la tapa.

    “Doce horas dura el efecto de este encantamiento, doce horas con cada vestido para visitar otros tiempos. No olvides estar bajo el reloj del ayuntamiento antes de la última campanada, o por desgracia, un año en el pasado quedarás atrapada. Un, dos tres, ¡qué felicidad! Un dos tres, ¡por fin llegó el carnaval!” —Leyó Patricia y ambas hermanas entrecruzaron sus miradas.

    ¿Eso quiere decir, que si nos ponemos los vestidos viajaremos al pasado? ¡Menuda pasada!

    Pues sí, pero tenemos que tener cuidado. Antes de la última campanada debe referirse al último día de carnaval. Eso es pasado mañana.

    ¿Podemos probar?

    Es muy peligroso.

    El final del carnaval es dentro de tres días, al menos podríamos probar una vez.

    Hermanita, que nos conocemos. Sé que con una vez no te contentarás.

    Y también sabes que si no vienes conmigo, iré sola. Eres mi hermana mayor, tu deber es protegerme. Además, si me pierdo en el pasado, tendrás que decirles a nuestros padres que me dejaste ir sola y tú eres la experta en historia antigua, por todas esas novelas que lees. ¡Te necesito, hermanita!

    Siempre me lías alguna. ¡Está bien! Pero probaremos solo una vez. ¿Entendido?

    ¡Genial! ¡Vistámonos!

Las dos hermanas se vistieron con aquellos trajes de época victoriana tan lustrosos y fueron a buscar los accesorios, que estaban repartidos por pequeñas cajas de viaje por todo el desván. Que si unos guantes de seda blancos, unos zapatos de tacón brillantes con hebilla, incluso unos pequeños bolsitos a juego donde solo el móvil y las llaves les cogían.

Tras terminar de arreglarse, bajaron al salón donde estaban sus padres, que se habían quedado impresionados al verlas. Las jóvenes fueron llevadas a la fiesta por su madre y durante el trayecto en coche, fue relatándoles los peligros a los que se podrían enfrentar y les pidió que si pasaba algo, la llamasen sin dudar.

    No entiendo por qué esto no funciona —dijo Miriam molesta, pues pensaba que al ponerse el vestido, viajarían a otra época.

    Quizás debamos estar debajo del reloj para que el hechizo surta efecto.

    ¡Probemos!

Entonces las dos se encaminaron hacia el ayuntamiento, mientras todos aquellos con los que se cruzaban, se las quedaban mirando impresionados; estaba claro que no pasarían desapercibidas entre vampiros, minions, superhéroes y alumnos de Hogwarts de mercadillo, pues eran los disfraces más utilizados por los aldeanos.

Al llegar bajo el reloj empezaron a notar que una leve brisa, cada vez más intensa, se elevaba y las rodeaba como un pequeño tornado hasta devorarlas. Las dos hermanas se abrazaron y, al comprobar que nadie a su alrededor se percataba de lo que pasaba, sintieron que no había sido tan buena idea jugar con aquel baúl que encontraron en la casa.

    ¿Dónde estamos? — Preguntó Miriam, tras abrir los ojos y ver que a su alrededor la plaza había cambiado y se escuchaba el ruido de unos caballos.

………………………………………………………

    ¿Dónde estamos? —Preguntó Miriam, desconcertada.

    Creo que la pregunta correcta no es esa, cuándo sería más acertado —Respondió Patricia.

    Bueno, tú eres la experta en historia. ¡Tú dirás!

    Creo que debemos de estar entre 1837 y 1900.

    ¿No podrías concretar un poco más? 

    Vale, creo que puedo concretar hasta finales de febrero del año 1840.

    Vaya, eres buena. ¿Cómo lo sabes?

    Por ese periódico de allí — dijo, señalando a un hombre con sombrero de copa y abrigo negro, que estaba leyendo un periódico muy cerca de ellas.

    Nadie se ha dado cuenta de nuestra aparición, es raro.

    Mejor, porque si te ven con esos cascos de orejas de gato rosas, puede que nos tomen por brujas o peor, por locas. Será mejor que los guardes en la falda, si te cogen.

    Sí, estos bolsillos son una maravilla, nada que ver con los dichosos vaqueros. ¿Y ahora qué hacemos? —Preguntó la streamer, mientras hacía lo que le indicó su hermana.

    Podemos dar una vuelta, tantear el terreno, y antes de la media noche volveremos aquí para regresar a casa; eso espero.

    ¿Esperas? ¿Cómo que esperas?

    No lo sé, es una suposición. Te recuerdo que la idea de venir aquí fue tuya.

    ¿Mía? A la que le gusta el Steampunk es a ti.

    Ya, pero me refiero a viajar en el tiempo —dijo, bajando la voz para no llamar la atención de los curiosos que pasaban por su lado.

    ¿Crees que en este sitio habrá cobertura?

    Me da que no, pero si quieres grabar, al menos hazlo disimuladamente. Te recuerdo que los teléfonos móviles no existen todavía y no debemos llamar la atención.

    Hasta ahí llego, no soy tan tonta —y volvió a cerrar el bolso, tras escuchar las palabras de su hermana.

    Disculpen, señoritas. ¿Este pañuelo es suyo? —Pregunta un apuesto caballero, que aparece por detrás de las hermanas para recoger un pañuelo de seda que hay junto a ellas en el suelo.

    Que yo sepa no, pero gracias —respondió Patricia de mala gana.

    ¿Qué hacen dos bellas damas como ustedes por la calle y sin dama de compañía? —Preguntó el joven con una sonrisa.

    No es de su incumbencia, pero no estamos solas, gentil caballero. Nuestra madre está comprando en una tienda cercana y nos dejó pasear mientras esperábamos que terminara —respondió Patricia con una sonrisa forzada.

    ¿Me permiten escoltarlas mientras esperan? Y disculpen la torpeza, mi nombre es Alfonso Saavedra, para servirlas.

    Lo siento, pero será mejor que vayamos a buscar a nuestra madre. Con permiso —y entonces Patricia cogió la mano de su hermana y salió con la cabeza alta, rumbo a la tienda de confección que había al otro lado de la plaza.

    ¿A qué viene tanta prisa? No estaba nada mal el chico y se nota que te hacía ojitos.

    ¿Estás mal de la cabeza, Miriam? Que estamos en 1840, ese tío podría ser nuestro bisabuelo, como poco. ¿Te has fijado en el apellido?

    ¿Ese tío es familia nuestra? ¿No es mucha coincidencia? —Preguntó Miriam totalmente impresionada.

    Calla y entra, nos sigue observando y dudo que se vaya tan fácilmente.

Las dos hermanas entraron a la tienda, que estaba hasta la bandera de gente. Una docena de mujeres y sus hijas revoloteaban de un lado para el otro, cogiendo cintas para el pelo y otros adornos para su cabello. Al parecer, había un baile aquella noche y estaban todas ansiosas por asistir con sus mejores galas.

    ¡Qué vestidos más bonitos! ¿Ya están ustedes listas para el baile de esta noche? ¿No se han preparado muy temprano?

    Sí, pero no somos de aquí. Venimos de la ciudad para asistir a la recepción y no tenemos parientes en la zona —respondió Patricia, mientras Miriam la miraba de reojo.

    ¿Y van a estar dos señoritas solas sin carabina en un baile? Ni hablar, vendrán conmigo y con mis hijas.

    Muchas gracias, señora…

    Fernández, soy la señora Fernández y éstas son mis hijas, Olivia y María. ¿Por qué no vienen acompañadas?

    Nuestros padres murieron hace poco y nos cuida un tío en la ciudad. Él iba a estar muy liado con unos asuntos de negocios y pensó que este baile sería una buena distracción para nosotras.

    Pero no puede mandar a dos señoritas solas. ¿Cuántos años tienen? Si no es indiscreción.

    Yo tengo diecisiete y mi hermana trece.

    ¿Diecisiete y aún no se ha comprometido, señorita?

    Estaba prometida, pero con la muerte de nuestros padres, el desgraciado salió corriendo —añadió Miriam con una sonrisa.

    ¡Miriam! —Le recriminó su hermana.

    Pobrecilla, normal, sin dote es muy complicado que encuentre marido. Dos huérfanas… ¡Qué desdicha!

    No se preocupe, señora, que nuestro tío es rico y ya está ocupándose del asunto.

    Miriam, por favor, mantén la boca cerrada —le volvió a pedir Patricia, pero esa vez, dándole un pisotón para que surtiese más efecto.

    ¡Ay!

    Bueno, no creo que deba esperar mucho su tío a que le llegue una oferta de matrimonio, ahí fuera hay un joven que no le quita ojo.

    ¿Quién? —Y al mirar hacia la ventana, se dieron cuenta que el joven Saavedra las observaba desde fuera.

    Vaya, hermanita, ya has ligado. Tú no pierdes el tiempo —le dijo Miriam al oído.

El caballero se quitó el sombrero e hizo una reverencia, pero no se marchó, siguió esperando fuera. ¿Acaso no pillaba las indirectas? ¿Y qué pasaba si era un antepasado de las hermanas? Eso sería demasiado raro.

    Disculpe, señor. ¿Me está espiando? —Dijo Patricia, al salir al encuentro de Alfonso.

    Disculpe si la he molestado, pero usted me ha embrujado. No puedo apartar mis ojos de los suyos, me resulta prácticamente imposible.

    ¡Déjese de tonterías y deje de seguirme! —le recriminó con un dedo en alto y después cogió a su hermana y volvió dentro de la tienda, con la mujer y sus hijas a las que acaba de conocer.

Tras salir de la tienda, nuevamente, Patricia echó un vistazo alrededor, para comprobar que Alfonso no estaba por la zona. Después, se subió a un carruaje junto a la señora Fernández, sus hijas y Miriam, que les condujo hasta la casa de familia de los Fernández, en la que terminarían de prepararse y tomar un refrigerio, antes de poner rumbo al caserón en el que se celebraba el baile.

El reloj marcaba las nueve de la noche, cuando llegaron a su destino. Varios carruajes aparcados cerca de la puerta, indicaban en sitio del festejo. Todos iban vestidos para la ocasión y, desde la calle, se escuchaba a un cuarteto de cuerda tocar una canción.

Las dos hermanas siguieron a sus nuevas amigas hasta el recibidor, donde los dueños de la casa les dieron la bienvenida a los invitados antes de pasar al salón central. Las dos hermanas hicieron una reverencia y continuaron hasta la zona de baile, donde les sirvieron un poco de vino caliente —que según Miriam, estaba horroroso — y se convirtieron en el centro de atención, pues seguramente su nueva amiga ya les había contado a todos los presentes, lo que Miriam se inventó.

    Así que, vienen de la ciudad. Por ese motivo no me resultaba usted familiar.

    ¿Otra vez usted? Empiezo a pensar que me está siguiendo.

    Vaya dos, voy a darme una vuelta, enseguida vuelvo —dijo Miriam, intentando escabullirse.

    ¡No! ¡Miriam! —Pero ya era demasiado tarde, su hermana la había dejado sola ante el peligro y había desaparecido entre el gentío.

    ¿Por qué no quiere hablar conmigo? —Preguntó Alfonso.

    No estoy acostumbrada a tanta atención, señor. Me sobrepasa.

    Disculpe si la he incomodado.

    ¿Qué quiere de mí?

    La tenía por una dama de carácter fuerte y bastante inteligente. ¿De verdad tiene que preguntarlo?

    ¿Me está insultando?

    No, no es mi intención. Soy un desastre con estas cosas. ¿Qué le parece si bailamos?

    No sé bailar, al menos esta música.

    Déjeme guiarla, yo la enseñaré.

    No creo que sea buena idea, nunca he tenido mucho ritmo que digamos.

    Confíe en mí.

    La confianza se gana, señor.

    Pues déjeme demostrárselo —le dijo, mientras le tendía el brazo para que ella lo aceptase.

La joven buscaba con la mirada a alguien que pudiera socorrerla, quizás su hermana o la señora Fernández, pero ambas estaban bastante ocupadas cuchicheando sobre los invitados. ¿Y qué hay de Olivia o María? Tampoco, estaban bailando en la pista con dos muchachos poco agraciados. Por ello, Patricia aceptó la invitación de Alfonso y se dejó llevar.

Cuando la música cambió y se volvió más lenta, la joven estuvo a punto de reclinar la oferta, pero cuando Alfonso rodeó su cintura con una mano, no le quedó más opción que seguir sus pasos.

    Le he dicho que no soy buena bailarina, no quiero quejas.

    No se preocupe, solo míreme a los ojos y yo haré el resto —le dijo, cogiendo su mano y comenzando a deslizarse hacia delante, despacio, para evitar pisar a su acompañante.

Patricia era mecida de un lado para otro, como si estuviese tumbada en una colchoneta en la playa, siendo arrastrada por las suaves olas de la mañana. Al parecer, sus músculos reaccionaban bien a los movimientos de aquella pieza que sonaba en el salón, como si en lo más profundo de su corazón reconociese cada compás y cada tiempo en aquella canción. ¿Estaría soñando o aquello ya lo había experimentado? Su corazón se aceleró, mientras se mecía con el viento, que se abría paso a través de los grandes ventanales de la casa en la que se encontraban.

De repente, la música cesó y ninguno de los dos se apartó, seguían mirándose fijamente a los ojos, como si a su alrededor hubiese desaparecido todo. Y entonces, el reloj marcó las once, sin darse apenas cuenta.

    ¿Las once? Espera un momento. ¿Cuánto llevamos bailando? —Preguntó Patricia acelerada, olvidándose de la etiqueta y de sus modales.

    Toda la noche, mi amor —respondió Alfonso, perplejo.

    ¿Qué? No puede ser —entonces ella se apartó de golpe y comenzó a recorrer el salón buscando a su hermana, desesperadamente.

    ¿Qué sucede? ¿Hice algo mal?

    No, es solo que tenemos que volver al reloj. Debemos estar allí antes de las doce.

    ¿Por qué?

    El cochero de mi tío viene a buscarnos a esa hora y hemos quedado allí, si no estamos se preocupará.

    Dejadme pues, llevaros a vuestro destino en mi carruaje. Está lejos y es de noche.

    Está bien, pero antes, ayúdeme a encontrar a mi hermana. ¡Miriam! —Gritó la joven, mientras intentaba estirar el cuello como un avestruz.

Miriam se encontraba cerca del piano y parecía feliz. Estaba con Olivia y María, y daba la impresión que las tres se habían hecho grandes amigas, pues estaban riendo y bastante distraídas.

    ¡Estás aquí! Menos mal, tenemos que irnos.

    ¡Hermanita!

    ¿Estás borracha? No me lo puedo creer.

    Solo he tomado una copa de ese vino asqueroso, pero no veas cómo pega —respondió, abriendo los ojos de par en par.

    Tenemos que irnos, Miriam. Por favor, chicas, dadle las gracias a vuestra madre por todo, pero nuestro tío nos espera.

    Se lo daremos y espero que podáis regresar pronto a visitarnos —respondió Olivia.

    Yo también.

    Dejadme ayudaros, iré a llamar al cochero —dijo Alfonso.

    Gracias.

El joven se adelantó y cuando las hermanas llegaron a la entrada, las ayudó a subir al coche que los esperaba junto a la puerta. Entre las faldas, el miriñaque, el corsé y el vino, Miriam no daba pie con bola y tuvieron que ayudarla para que no se rasgara las enaguas.

Una vez dentro del coche, Alfonso no dejaba de observar a Patricia. Sus ojos reflejaban un enorme pesar, pues tenía la sensación que aquella sería la última vez que se deleitase con su compañía.

    ¿Volveréis pronto? —Le preguntó tras ayudarlas a salir del carruaje cuando llegaron a su destino.

    No lo sé, depende de mi tío.

    Quizás pueda ir a pedirle tu mano. ¿Dónde vive?

    Mira, no quiero que pierdas el tiempo esperándome, ya te he dicho que no somos de aquí y…

    No me importa esperarte.

    Lo sé, pero… No sé si podré volver a verte, aunque te aseguro que me encantaría poder hacerlo.

    Déjame acompañaros y hablar con tu tío.

    No es tan sencillo.

    ¿Por qué no?

Entonces se acercó a él, se puso de puntillas y le besó. El joven se quedó impresionado y sobretodo decepcionado, cuando ella se apartó y se marchó sin darle opción a decir nada al respecto. La vio subir las escaleras que daban al ayuntamiento y colocarse con su hermana bajo el reloj, y justamente, cuando se disponía a ir tras ella y pedirle una explicación, el reloj marcó las doce y desapareció. ¿Dónde se habían metido?  

Llegó hasta allí y la buscó por todos lados. ¿Acaso lo había soñado? ¿Era una bruja? ¿Por qué no le permitió marcharse con ella? Tendría que haberle dicho que la amaba, pero ahora ya era tarde y no volvería a verla nunca.

………………………………………………………

De repente, habían vuelto a su época. ¿Cuánto tiempo habían pasado fuera? ¿Sus padres se habrían preocupado? ¿Las estarían buscando?

    No puede ser —dice Miriam sorprendida.

    ¿El qué?

    No ha pasado ni un minuto desde que nos hemos ido.

    ¿Qué dices? No me lo creo.

    Mira —y la joven youtuber le mostró la fecha y hora en su teléfono a su hermana.

    Curioso. Eso quiere decir que, al viajar al pasado nuestro futuro no se altera, siempre y cuando, estemos de vuelta bajo el reloj antes de las doce del día al que viajamos.

    Pero en todas las películas de viajes en el tiempo, nos dicen que no toquemos nada, porque podríamos alterar el futuro.

    Piénsalo un momento. Si viajamos al pasado, hagamos lo que hagamos, ese suceso se convierte tanto en nuestro futuro como en nuestro pasado.

    No lo pillo.

    Verás. El pasado, pasado está, por lo que no se puede cambiar. Me refiero a que, si no viajamos al pasado, puede que nuestro futuro nunca se lleve a cabo.

    Pero cuando los Vengadores viajaron al pasado, cogieron las cosas y después el capi tuvo que devolverlas, dejándolo todo como estaba.

    En realidad no, él regresó al pasado y se quedó con Peggy, mientras que el Steve del pasado permanecía congelado; además, devolvió las gemas a su tiempo, pero después de usarlas en el futuro.

    Claro, qué lio. Aunque eso confirma la teoría de los cameos de Stan Lee. Se supone que aparecía en todas las películas, porque iba a ser el Capitán América de mayor, el que viajó al pasado y se quedó con Peggy Carter. Claro, al saber lo que sucede en todo momento, podía convertirse en testigo de todos esos hechos y participar en ellos de una manera más discreta.

    Sí, conozco la teoría; pero, como murió Stan Lee antes de llevarla a cabo, no pudieron hacer lo que tenían planeado.

    Tiene lógica eso que dices. Eres buena, hermanita.

    Leo mucho y la lectura ayuda a despertar la mente. Deberías probarlo de vez en cuando.

    Ya, bueno, poco a poco. ¿A dónde vamos a ir esta noche?

    ¿Otra vez? No, gracias.

Mientras esperaban a sus padres, se mezclaron con los muchachos del pueblo e hicieron algunos amigos. De vuelta a casa, las dos hermanas apenas pronunciaron palabra; intentaban procesar lo que había sucedido en aquel extraño viaje, mientras eran interrogadas.

    ¿Qué tal fue? ¿Lo pasasteis bien? —Preguntó la madre, bastante intrigada.

    ¡Sí! Fue genial, estuvimos en un baile —respondió Miriam.

    ¿Un baile? ¿Conocisteis a mucha gente? —Continuó interrogando el padre.

    Sí, hemos conocido a nuestros futuros compañeros —respondió Patricia con pesar.

    No pareces muy contenta. ¿Ha pasado algo? —Preguntó la madre con curiosidad.

    Nada, que le mola un chico, pero no es del pueblo —interrumpió Miriam, recibiendo un codazo de su hermana para hacerla callar —. ¡Ay!

    ¿Y cómo era? ¿Guapo?

    ¡Mamá! Ya no importa, no volveré a verle más.

    Quién sabe, la vida da muchas vueltas, hija.

Poco después, llegaron a casa, se quitaron los disfraces y tras guardarlos nuevamente, se fueron a la cama. Patricia tenía pensado pasar buena parte de la mañana durmiendo, estaba agotada, pero su hermana estaba demasiado emocionada y no tardó mucho tiempo en despertarla.

    Despierta, Patri. Tenemos que pensar a qué fantástico lugar viajaremos esta noche.

    Paso, yo me quedo en casa. Y déjame dormir, que estoy cansada.

    ¿Cansada o deprimida? ¡Oh, Alfonso! ¡Oh, mí amado Alfonso!

    ¡Déjame en paz!

    Anda, hermanita. No me dirás que no lo pasamos bien en ese baile, Alfonsito no te quitaba los ojos de encima.

    ¡Miriam!

    ¿Qué? Venga, nos lo pasaremos igual de bien o mejor, y aprenderemos muchas cosas de historia, que sé que te gusta.

    No lo sé.

    Tú misma lo has dicho. Quizás esté escrito que debamos regresar al pasado, para que nuestro futuro siga siendo el que conocemos hoy en día. Imagina que no vamos y por quedarnos aquí, desaparece todo lo que conocemos.

    Eres una chantajista y escuchas solo lo que te interesa.

    Sí, pero creo que funciona. ¿Verdad?

    Puede que vaya, siempre y cuando me prometas que a las doce estaremos de vuelta, bajo el reloj. No pienso quedarme en el pasado atrapada con la pirada de mi hermana.

    Si me adoras, reconócelo —y se echó a reír al ver a su hermana sacarle la lengua.

    Está bien. ¿A dónde vamos ahora?

    ¡Bien! Me toca escoger a mí.

    Siempre escoges tú.

    La época victoriana la escogí por ti, sé que te gusta mucho, y de ese modo, me aseguraba que vinieses conmigo.

    Tramposa.

    ¡Sí! Y a mucha honra, pero ahora viajaremos más atrás.

    ¿Egipto?

    No, eso puede que en otra ocasión. Mucho más atrás.

    ¿En qué estás pensando?

    Quiero sentirme como John Hammond y jugar con los dinosaurios.

    ¿Qué? ¿Estás loca? ¿Y si nos comen? ¿O nos quedamos atrapadas allí? Te recuerdo que por aquella época no había relojes.

    Pues hacemos uno de sol con un par de palos. ¿Qué más da? El caso es vivir una experiencia que no podremos repetir jamás.

    ¿Acaso hay trajes prehistóricos ahí dentro?

    No sé si se puede llamar traje a esta piel de animal, pero sí.

    ¡Me niego a ponerme eso!

    Ya, sé que eres defensora de los animales, yo también, pero estos llevan muertos miles de años, no es como si los hubiésemos matado nosotras a propósito.

    ¡Me niego, Miriam!

    Pues vete desnuda, total, tampoco hay tanta diferencia.

    ¡Miriam!

    ¿Qué? Ya sé que es un asco, lo reconozco, pero en la prehistoria era lo que había. La mujer tampoco salía muy bien parada de todo esto. ¿Has visto qué horror? Qué mal gusto tenían.  

    Lo sé. ¿No podemos ir a otra época?

    Porfi, sabes que me encantan los dinosaurios.

    Ya, y a mí, pero no me gustaría entrar a formar parte de su menú del día.

    No lo haremos, te lo prometo. Nos quedaremos cerca de la zona de salto y antes de las doce, regresaremos.

    Está bien, pero me debes una muy grande.

    ¡Claro! Cuando volvamos haré lo que quieras, de verdad. Y la próxima vez eliges tú.

    ¿Próxima vez? Primero espera a que regresemos de esta y ya veremos. Por cierto, dudo mucho que nuestros padres quieran que vayamos medio en cueros a la fiesta del pueblo, y nunca mejor dicho.

    Seguro que no les importa, pues tengo faldas mucho más cortas que ésta.

    Estás como una cabra.

    Reconoce que es un buen plan.

    ¿Piensas que los vas a convencer? Tú misma. Además, no quiero que me vean con pieles por ahí.

     Están muy viejas, siempre podemos decir que son de piel sintética.

    Está bien, pero ahora déjame dormir, que solo son las nueve de la mañana y hasta las diez de la noche, como poco, no nos vamos.

    ¡Genial! Voy a leerme alguno de esos libros que tienes de historia para encajar en esa época.

    ¿Leer tú? Creo que sigo soñando.

    ¿Ves? Algo bueno sacaremos de todo esto. Tú correrás aventuras y yo leeré un rato, nos hemos cambiado los papeles. Jejeje.

El día pasó con normalidad. Las dos hermanas ayudaron a sus padres a terminar el inventario de la casa y después se pusieron en marcha. Tenían que arreglarse y convencer a sus progenitores para que las llevasen, nuevamente a la plaza, y con esos disfraces que olían a vaca.

    ¿Vais vestidas de Pocahontas?

    No, papá, de mujeres prehistóricas —respondió Miriam.

    ¿No es muy corta esa falda? —Preguntó la madre.

    Tiene el mismo largo que el uniforme escolar —contestó Patricia, mientras le guiñaba un ojo a su hermana.

    Cierto, además, llevaremos ese palo de madera que tiene papá con el que parece que se escucha la lluvia al moverlo, así si alguien nos ataca, le pegaremos con él a modo de troglodita —añadió Miriam y todos se echaron a reír.

    Deja el palo en su sitio, que tú eres capaz de ir repartiendo golpes a diestro y siniestro —le respondió su padre.

    Está bien, pero podríais poneros al menos vuestras zapatillas, que esas sandalias parecen demasiado antiguas y poco cómodas, os van a doler mucho los pies —les pidió su madre.

    Estaremos bien, tampoco nos vamos a hacer el Camino de Santiago con ellas puestas —sentenció Miriam y salió de la casa, rumbo al coche, antes que siguiesen poniéndoles más escusas para que se quedasen sin la fiesta.

Al llegar a la plaza, los padres se marcharon y las dos hermanas se colocaron bajo el reloj, que marcaba en ese momento las once de la noche. La vez anterior llegaron a la época victoriana por la mañana. ¿A qué hora llegarían a la prehistoria? ¿En qué momento? ¿Verían realmente dinosaurios o solo sería un cuento?

Nuevamente sintieron una leve brisa, que cada vez se volvía más intensa, hasta que una especie de tornado las devoró enteras. Poco después, aparecieron bajo un sol abrasador en medio de un claro lleno de hierba alta, cerca de unos frondosos árboles que separaban aquel claro de una gran montaña, por la que descendía una cascada que formaba un hermoso lago en su falda. ¿Dónde estaban?

De pronto, escucharon el ruido de un animal que les resultaba familiar; pero no de uno que soliesen escuchar de forma habitual. Aquella criatura les puso la piel de gallina, sobre todo a Miriam, que lo reconoció de inmediato de una de esas películas.  

    ¿Qué es eso? —Preguntó Patricia.

    No puede ser, creo que hemos ido a parar al peor sitio de todos.

    ¿De qué hablas?

    Ese ruido lo hace mi dinosaurio favorito.

    ¡No me jodas, Miriam! ¿Estamos en territorio de los velociraptores?

    ¡Sí! ¡Tenemos que salir de aquí!

    ¡No podemos! Debemos marcar la zona para poder regresar a casa, tendremos que estar en este mismo punto antes de las doce de la noche o nos quedaremos aquí atrapadas.

    ¿Y qué hacemos?

    ¡Dame tus cascos!

    ¿Para qué?

    ¡Dámelos!

Miriam le pasó los cascos a su hermana y vio cómo ésta, los enterraba bajo tierra, dejando el cable de color rosa fuera.

    ¿Qué haces? ¡Me los vas a romper!

    Intento marcar el lugar exacto en el que estamos, para poder encontrarlo después. Ahora… ¡Corre!

    ¿Y qué pasa con el reloj de sol?

    Luego veremos lo que hacemos, pero ahora… ¡Corre! ¡Hacia los árboles!

Y las dos hermanas salieron a correr campo a través, pues aquel sonido se había multiplicado por tres. De repente y por instinto, Patricia saltó sobre su hermana —tirándola al suelo —en el momento preciso en que un velociraptor se alzaba sobre la maleza, directo hacia ellas. El animal cayó al suelo y derrapó, pues el terreno estaba lleno de barro, debido al monzón que momentos antes se había disipado.

Las jóvenes lograron llegar hasta los árboles, siendo perseguidas por tres velociraptores hambrientos y cabreados. Continuaron corriendo hasta que Miriam se resbaló junto a un barranco y cayó por él, golpeándose en la cabeza con algo roto y de color blanco.

    ¡Ay!

    ¿Estás bien? — Preguntó Patricia.

    Sí, he caído sobre una cáscara de huevo.

    ¿Huevo? Espera, no te muevas de ahí y no hagas ruido, intentaré darles esquinazo a esos velociraptores y volveré a por ti.

    ¡Ten cuidado!

Y Patricia se marchó. Para ser una cerebrito era bastante rápida corriendo, pero no lo suficiente; tras recorrer unos quinientos metros, una de esas fieras se abalanzó sobre ella y le clavó una de sus garras en la espalda. La joven dio con sus huesos en el suelo, mientras el animal —que permanecía sobre ella sin dejarla levantarse —le clavaba más y más aquella uña curvada.

Patricia no podía soportar aquel dolor, por lo que emitió un gran grito de desesperación, sobre todo, al verse rodeada por otros dos raptores hambrientos, que esperaban el permiso del primero, para lanzarse hacia su presa y devorarla entera.

Entonces, se escuchó un rugido mucho mayor que los anteriores, un animal mucho más grande se aproximaba con paso firma hasta su posición, mientras que los ojos de Patricia se inundaban de lágrimas y la esperanza entre las manos se le escapaba. Al levantar la cabeza, logró ver una gran pata que dejaba una huella en la tierra, y al levantar la mirada un poco más, se topó con un tiranosaurio rex que regresaba a casa con la merienda en la boca almacenada.

Poco después, apareció otro tiranosaurio —más grande que el primero —y los raptores dejaron libre a Patricia para atacar a los intrusos, aunque les superasen en tamaño, pero no en número. La joven aprovechó la ocasión y regresó a buscar a su hermana, que permanecía en aquel agujero en el suelo lleno de cáscaras de huevo y huesos.

Los rex acabaron sin dificultad con aquellos escurridizos raptores, tras sufrir varios bocados y arañazos por todo el cuerpo. No solo les superaban en tamaño, también en fuerza, por muy ágiles e inteligentes que esos raptores fueran.

Miriam comprobó las cáscaras de huevo sobre las que había caído y comprobó, además, que había una pila de huesos cerca de su posición. Entonces cayó en la cuenta que, aquel nido se parecía mucho a uno que vio por televisión, pero… ¿A cuál?

De pronto, un rugido pequeño y lastimoso llamó su atención. El nido no estaba solo. Una cría de tiranosaurio salió de su escondite y comenzó a olfatearla, mientras a sus padres llamaba, dando la voz de alarma. La joven no se lo podía creer. ¿Acabaría siendo devorada por un mini rex en medio de la selva? ¿Por qué no le hizo caso a su hermana y se quedó en casa?

Entonces, vio que el animal tenía una gran astilla clavada en una pata y Miriam se acercó más a él para observarla. La cría al principio pareció reacia, pero la curiosidad fue más fuerte que su rudeza, pues acababa de comer y estaba llena. Con toda la delicadeza que pudo, la joven arrancó la astilla que tenía el animal de un tirón, y después sujetó a la cría mientras se calmaba, para evitar que armase mucho escándalo por si los velociraptores lo escuchaban.

Cuando notó que el animal estaba más calmado, lo soltó y se apartó de él, quedándose pegada a la pared del agujero, en un rincón.

    Muy bien, Miriam, ahora es cuando te arranca la cabeza de un bocado por haberle hecho daño —se dijo a sí misma en voz alta.

Pero, para sorpresa de la joven, la cría se acercó a ella y restregó su cabeza contra su cuerpo, al igual que hacen los gatos al llegar un visitante de su agrado, llenándole de pelos por todos lados. Suerte que éstos bichos están calvos —pensó.

    ¡Miriam! —Gritó su hermana, mientras se asomaba al agujero.

    ¡Mira, tengo un pequeño tiranosaurio rex aquí conmigo! ¡Es un amor!

    ¡Pues vienen sus padres de camino! ¡Sal de ahí!

    ¿Cómo? No puedo subir sola.

    ¡Dame la mano!

    No, si intentas ayudarme te caerás y nos quedaremos atrapadas las dos.

    ¡Espera! —Y segundos después, apareció Patricia de nuevo.

Dejó caer uno de los lados de un tronco que encontró tirado por los alrededores, dentro del agujero donde Miriam se encontraba, y ésta —tras despedirse de su nuevo amigo —subió por él con ayuda de su hermana. Ambas salieron a correr y se escondieron tras unos matorrales, justo a tiempo de ver cómo los padres de la cría llegaban y olfateaban la zona, buscándolas.

    No muevas ni un solo músculo —le dijo Patricia a su hermana.

    ¿Estás sangrando? —Preguntó, al fijarse en la espalda de Patricia, manchada de sangre.

    Sí, uno de los velociraptores me clavó su garra en la espalda.

    Tienes mucha sangre y los animales la huelen a kilómetros de distancia.

    ¡Pues vete, sal corriendo hasta la zona en la que aparecimos y vuelve a casa!

    ¡No pienso dejarte aquí!

    Si voy contigo, seremos las dos una presa fácil. ¡Vete!

    ¡No! Esto ha sido culpa mía y no me iré sin ti. Te echaré barro sobre la herida, eso camuflará la sangre.

    ¡Ay!

    Aguanta un poco.

Patricia se mordía los labios con fuerza, mientras que Miriam la cubría de barro. Estaba perdiendo mucha sangre y se sentía algo mareada, pero no perdía de vista a esos dos tiranosaurios por si algo las delataba y debían huir a toda prisa.

Miriam la ayudó a incorporarse y salieron a hurtadillas de allí, rumbo al claro de los velociraptores en el que habían aterrizado. ¿Cómo encontrarían el punto exacto? Patricia había medio enterrado los cascos rosas de su hermana, para que les resultase más fácil de localizar, aunque sería como encontrar una aguja en un pajar. ¿Y si había más velociraptores por la zona? ¿Tendrían tiempo de crear ese reloj solar que necesitaban para escapar de allí?

De repente, una explosión sacudió la tierra y las hizo tambalearse, hasta tal punto, que tuvieron que apoyarse sobre el tronco de un árbol cercano para evitar darse de morros contra el suelo. ¿Qué había pasado? ¿A qué se debía aquel temblor? ¿Lograrían salir de allí o terminarían convertidas en el almuerzo de los dinosaurios? ¿Qué otros peligros acechaban en las inmediaciones? Y lo más preocupante de todo. ¿A qué momento concreto de la prehistoria habían ido a parar?

………………………………………………………

    ¿Qué es eso del cielo? — Preguntó Miriam.

    ¡No me lo puedo creer, es un meteorito!

    ¿Por eso tiembla todo?

    ¡Sí! ¡Va a impactar contra nosotras, tenemos que salir de aquí! ¡Busca unos palos, rápido!

Mientras Miriam rebuscaba en las inmediaciones, Patricia se sentó en el suelo. Había perdido bastante sangre y estaba muy débil. Sabía que aquella bola de fuego, que se aproximaba rápidamente hacia ellas, sería la culpable de la extinción de los dinosaurios —y de su propia existencia —si no salían de allí antes del impacto contra la Tierra.

Estaba demasiado cerca, por lo que, los terremotos aumentaron de intensidad e incluso el volcán de aquella montaña —que tenían a sus espaldas y llevaba latente cientos de años —se había despertado de su letargo.

La hermana pequeña regresó con varios palos y los dejó junto a Patricia, antes de irse a buscar el cable que sobresalía de la tierra. Sería muy difícil de encontrar, pero Patricia estaba demasiado débil por su culpa y necesitaban regresar cuanto antes para llevarla directamente a un hospital.

De repente, Miriam se fijó en un movimiento extraño entre la maleza, y al acercarse con cautela, vio a dos velociraptores peleándose por algo que habían desenterrado de la tierra. ¡Eran sus cascos! Los animales la vieron y se lanzaron a por ella, olvidándose de aquella cosa que habían destrozado a bocados; pero… Justo cuando iban a clavarle las uñas en el pecho, y a devorar su carne lentamente, algo que no esperaba sucedió y la salvó.

La joven streamer había cerrado los ojos, no quería ver el final de su vida pasar ante ellos, como un mal tráiler hecho por un aficionado de tres al cuarto; y además, había dado un paso en falso y terminado estrellando sus posaderas contra el barro.

De repente, cayó en la cuenta que seguía viva y de una pieza, por lo que, comenzó a palparse todo el cuerpo para cerciorarse que seguía teniendo cada cosa en su lugar. Una vez hecho esto, abrió los ojos y comprobó que a su lado, a escasos dos metros de su posición, se estaba llevando a cabo una lucha sin igual.

Un joven lleno de barro, con el pelo alborotado y algo encorvado, se había lanzado a por los dinosaurios con una antorcha en la mano. Los animales intentaban atacarle, pero el fuego logró espantarles. Poco después, aparecieron más hombres para atacar a las bestias, pues llevaban tiempo siguiéndolas de cerca.

Varios de esos hombres, greñudos y sucios, continuaron su camino sin prestar mucho caso a la joven con la que, uno de sus hermanos, se había topado. Llevaban antorchas y lanzas rudimentarias de madera con la punta hecha de piedra y gruñían igual que las fieras.

Mientras que aquel joven le tendía la mano a Miriam, para ayudarla a levantarse del barrizal en el que se había caído, el resto desapareció entre los árboles tras los que, los velociraptores, se habían ocultado sabiamente. Daba igual el número de hombres que los atacara, seguro que muy pocos lo contaban. Aquellos dinosaurios eran tan astutos que no estaban huyendo, tan solo les estaban tendiendo una trampa.  

    Gracias —le dijo Miriam al chico, mientras cogía su mano y sus ojos se posaban en los cascos medio destrozados, que estaban tirados en el suelo y de los que el joven no se había percatado, aún —. Vale, creo que no me entiendes. Lógico, después de todo estamos en el jurásico. Me llamo Miriam y me tengo que ir, pero gracias por salvarme.

El muchacho comenzó a observarla, no era como las demás mujeres que había visto, pese a estar llena de pringue y llevar pieles cubriendo su cuerpo. Tocó su pelo, sus ropas y… Cuando comenzó a deslizar su mano por debajo de su falda, Miriam le dio una bofetada tan grande, que sonó a varios metros de distancia.

    Me da igual que estemos en el jurásico, rodeados de bichos y llenos de barro hasta las cejas. ¡No me puedes tocar sin mi permiso, chaval!

El joven comenzó a emitir unos extraños ruidos, se notaba que estaba cabreado con ella y daba igual el idioma en el que lo dijera; pero Miriam no pensaba quedarse mucho tiempo en aquel lugar, como para que aquel muchacho le viniese a reclamar. Esquivó al joven, recogió los cascos del suelo y se marchó corriendo en dirección a su hermana, a la par que iba contando los pasos que iba dando para poder encontrar más tarde el lugar exacto.

    Quinientos treinta y siete pasos. ¡Vamos Patri, nos vamos a casa! ¡Coge los palos y yo te ayudaré a llegar a la zona del hechizo! —Y la joven ayudó a su hermana a levantarse, le pasó el brazo por la cintura y juntas regresaron en línea recta hasta el lugar en cuestión.

A lo lejos se escuchaba a los hombres prehistóricos luchar contra las fieras, al volcán entrar en erupción y la gran bola de fuego proveniente del cielo, se aproximaba a la Tierra a una gran velocidad. ¿Qué más podía pasar?

    Coloca los palos ahí y clávalos bien al suelo. Yo intentaré despejar la zona de maleza, para que el sol incida sobre ella y forme el reloj de sol.

    Estás muy débil, Patricia. ¡Yo lo haré!

    No hay tiempo, debemos trabajar en equipo. ¡Date prisa!

    Está bien.

Miriam clavó el primer palo, pero este se movía demasiado y se caía por su propio peso, ya que el suelo seguía estando resbaladizo debido a las lluvias que en los días previos se habían sucedido. Tuvo que usar todas sus fuerzas para ahondar lo justo en la tierra y mantenerlo erguido. Mientras tanto, Patricia arrancaba maleza de la zona, gracias a un pedazo de piedra afilada que había encontrado en el suelo. Quizás formase parte de las lanzas de aquellos hombres jurásicos, o al menos es lo que supuso, según lo que le había relatado su hermana durante el camino. Le hubiese gustado poder verlos, pero no tenía tiempo; aquel meteorito cada vez estaba más cerca y la Tierra temblaba al darse cuenta. Adiós a Pangea, hola, Nuevo Mundo.

    Vale, esperemos que funcione — dijo Patricia, mientras su hermana y ella se colocaban junto al reloj improvisado, a la espera que surtiese efecto el hechizo.

    ¿Qué sucede?

    ¿Y esas nubes de dónde han salido?

    Del volcán, cómo no. Es una nube de ceniza volcánica.

    ¿Y ahora qué hacemos?

    No lo sé, supongo que esperar a que por una rendija se filtre algo de luz, ni idea —dijo Patricia, llevándose las manos a la cabeza.

    Es culpa mía.

    No lo es.

    ¡Sí! Yo te obligué a venir aquí. Podríamos estar bailando charlestón en algún local de mala muerte o incluso, viendo las justas de caballeros en plena edad media; pero no, estamos en la prehistoria, porque a mí se me antojó jugar con dinosaurios.

    No me obligaste, vine porque quise.

    Y ahora vamos a morir las dos aquí. ¿Qué nos matará antes? ¿Los dinosaurios? ¿Los hombres del jurásico? O tal vez… ¿La lava o el meteorito?

    ¿Acaso importa? Al menos estamos juntas.

    Dijiste que no querías morir aquí conmigo.

    Porque no quiero que muramos ninguna, pero si he de hacerlo, qué mejor que con mi hermana pequeña. No se me ocurre una muerte mejor, las dos hermanas juntas.

    Al menos nos podríamos haber ahorrado el barro.

    Qué va, es muy bueno para el cutis.

    Para lo que nos va a servir allá donde vamos...

    Eso también. ¡Ven y dame un abrazo!

Y las dos hermanas se abrazaron junto al reloj de arena, justo antes de recibir aquel tremendo impacto. Y, de repente, una brisa las envolvió en su frío manto y sintieron de nuevo un vuelco en el corazón. ¿Habían muerto? ¿Qué estaba sucediendo?

    ¿Estamos en casa? —Preguntó Patricia.

    ¡Estamos en casa! —Gritó Miriam de alegría —. ¡Vamos, tenemos que llevarte al médico!

    Pero… ¿Cómo?

    ¿Qué más da? Algún claro en las nubes, como tú dijiste o simplemente teníamos que estar bajo el reloj, no hacía falta que éste funcionase. Lo importante es que hemos vuelto y que a ti te tiene que verte un médico.

La joven sacó su teléfono móvil, que llevaba en un pequeño bolso interior —de esos que se llevan bajo la ropa cuando vas de viaje —y llamó a sus padres. Les contó que Patricia se había resbalado y había caído sobre algo puntiagudo, se había hecho una herida en la espalda y se encontrarían con ellos en la consulta del médico del pueblo.

El médico fue avisado, ya que estaba en las fiestas disfrutando del carnaval, y fue enseguida a su consulta. Atendió a la jovencita, que parecía haber salido de una ciénaga y, al ver la herida en su espalda, no supo cómo reaccionar.

    ¿Con qué dices que se había hecho la herida? —Preguntó el doctor.

    No lo sé, estaba oscuro —respondió Miriam, mientras sostenía la mano de su hermana.

    Es como si un animal le hubiese clavado una garra.

    Pues nosotras no vimos ningún animal, doctor.

    Bueno, ya está. ¿Te encuentras bien?

    Sí, muchas gracias.

    Tendrás que tomar antibióticos unos días y te puse la vacuna del tétanos, por si acaso. Tómate estas pastillas también, son antiinflamatorios y te ayudarán a bajar la hinchazón.

Cuando aquella noche regresaron las dos hermanas a casa, y tras recibir la regañina de sus padres y el castigo correspondiente, guardaron los disfraces en el baúl y cerraron la puerta del desván con llave. Aquel baúl era un peligro, ya lo habían visto. Jugar con el pasado puede ser muy complicado y peligroso, pues a veces se nos olvida lo complicado que era antes todo.

Nos resguardamos en nuestras casas, tras la pantalla de un ordenador, y nos quejamos cuando el internet se cuelga o si no han sacado esa temporada nueva de la serie que tanto nos gustó; pero, si te paras a pensar en lo que sería de nosotros en la antigüedad, tendríamos que echarnos a llorar.

¿Recordáis los juicios de brujas? ¿Las dos primeras guerras mundiales? ¿O incluso la glaciación?  La peste, los tsunamis, los terremotos y los volcanes. ¿Qué pasó con los Atlantes? En un principio había sido divertido viajar al pasado con ese hechizo, pero eso se había acabado. Estar a punto de perder la vida te cambia la perspectiva, y te hace valorar más aquello que tienes en tu día a día.

FIN