viernes, 24 de abril de 2020

Cuento en Cuarentena 2

<<Hola a todos, aquí os dejo el nuevo cuento para entreteneros esta cuarentena. Ya veréis cuando lo leáis, tiene sorpresa, como el kínder. A ver si sois capaces de daros cuenta y lo decís en los comentarios, el que atine primero saldrá en el cuento como personaje secundario. Suerte a todos y espero que os guste. >>

CUENTO EN CUARENTENA 2 (Parte 1):

¿Alguna vez te has parado a pensar cómo hubiese sido tu vida, si pudieses dar marcha atrás y elegir la otra opción que te ofrecían? ¿Y si le hubieses dicho que “NO” a ese chico que te rompió el corazón? ¿O si hubieses aceptado esa oferta de trabajo en la pequeña empresa que de pronto prosperó? La vida está llena de erradas decisiones y todas ellas nos han traído has aquí, a las personas que somos hoy en día. Nadie puede echar marcha atrás en el tiempo, nadie. Pero, ¿y si pudieses hacerlo? ¿Qué cambiarias?

Nuestra protagonista de esta historia se llama Alba y no tiene ni idea de lo que está a punto de afrontar. En este momento se encuentra en la terraza de estribor de un barco de última generación, recorriendo el Nilo en un crucero a todo lujo, mientras se toma un daiquiri y se tuesta al sol. Lleva una pamela enorme, unas gafas de sol y un bañador de colores comprado en Decathlon. Seguramente acabe con las manchas de un oso panda por culpa de las gafa, pero ahora mismo solo quiere relajarse y desconectar del estrés con el que meses antes ha tenido que lidiar. Tenía ganas de surcar los mares en un crucero, después de haber pasado dando clases un año entero y pasar la misma cuarentena que pasó el mundo entero, pero al ver aquel folleto en la agencia de viajes, cambió inmediatamente el mediterráneo por un crucero por el Nilo en pleno verano. En realidad ella era médico de las islas, pero tras enlazar varios contratos precarios como anestesista, y acabar replanteándose si quería seguir desperdiciando de ese modo su vida, decidió impartir clases de medicina y disfrutar de la buena vida. Es cierto que el curso puede ser muy estresante, pero volver a tener el mismo periodo de vacaciones que los estudiantes, es un factor bastante interesante. Iba a pasar quince espléndidos días en Egipto, cuatro de ellos en el crucero desde Luxor hasta Aswan y a la vuelta pensaba alojarse los días que le restaban en el hotel Fairmont Nile City, para relajarse en su espléndido spa. Se sentiría como Cleopatra en aquellas tierras, y ya que estaba, esperaba encontrar un Marco Antonio que la tratase como a una reina. Solo esperaba que su historia terminase mejor que aquella. Pero, ¿cómo hemos llegado a este momento? Empecemos de nuevo.

Se levantó aquella tarde como si estuviese en su misma casa, se dirigió al baño en pijama para lavarse la cara y de paso arreglar un poco aquella maraña. Esta escorpiana resuelta y dicharachera, llevaba una media melena morena que casi siempre llevaba suelta. De tierna y profunda mirada, sus ojos oscuros se clavaban en tu alma. Le encantaba hablar por los codos, por ello seguiría chateando en la distancia con su consejo de sabias, como solía llamar a sus dos amigas con las que trataba los temas de vital importancia. Quería desconectar de todo, pero tampoco le gustaba estar sola, por lo que un crucero por el Nilo y tener en el móvil a sus amigos, le pareció la mejor idea de todas.  Se había llevado un par de libros para leer, pero estaba claro que había cosas mucho más interesantes que hacer.

El día anterior había llegado al Cairo, cogido otro vuelo hasta Luxor sin descansar y embarcado en aquel crucero que pensaba aprovechar. Pero había terminado agotada de tantas horas de vuelo y se había pasado casi todo el día de embarque durmiendo.

Cuando salía de su habitación, pasadas las dos de la tarde, se topó con un chico que salía de la habitación de enfrente, con rastas en el pelo y los ojos color caramelo. A Alba siempre le habían gustado los “perroflautas”, como solía llamarlos su amiga Johanna. Eran tipos con inquietudes extrañas y personalidades fuera de lo normal, en resumidas cuentas, eran tipos bohemios como ella, considerados hippies en los años sesenta. A nuestra protagonista le encantaba viajar, conocer nuevas culturas y en ellas poderse integrar. Debió de ser agente de viajes, porque le hubiese sacado partido a los bonos que le regalasen.  Aquel joven con el que se topó, no parecía desaliñado, ni mucho menos descuidado, al revés, vestía unos vaqueros desgastados, pero de los caros y una camisa de lino con un toque ibicenco de lo más divino. Se notaba que era un joven incomprendido con mucho dinero en el bolsillo, culto y con buen gusto, ya que llevaba una novela negra bajo el brazo, que Alba había leído antaño y le había encantado. Ya tenía una excusa para iniciar una conversación, pero no sabía si atreverse o mandarle señales para que fuese él quien se acercase.

Llamando…

— ¿Sí? — Dijo una voz de mujer al otro lado del aparato. —Hombre Albius, cuánto tiempo. ¿No estabas de crucero? —  Preguntó Johanna, mientras saludaba a través de la videollamada.

— ¿Hola? ¿Qué tal chicas? ¿Qué pasa? Daros prisa que estoy trabajando. — Dijo Cristina como siempre, atareada.

—Necesito al consejo de sabias, tengo una duda. Me he topado con un maromo súper interesante y no sé qué hacer.  ¿Me acerco a él o no? — Preguntó la joven intrigada.

—Seguro que es otro perroflauta, pero si te gusta acércate. ¿Qué tienes que perder? El crucero dura tres o cuatro días. A las malas, en cuatro días dejas de verle la cara y si sale bien, pues eso que ganas. Lo que pasa en el Cairo, se queda en el Cairo, pequeña. Jajaja. — Le respondió su amiga entre risas, para quitarle hierro al asunto.

—Tiene razón, aunque, ¿no era en las Vegas? Si no te acercas a él te arrepentirás. Además, puedes observarle un poco a ver si tenéis algo en común, antes de nada. — Añadió Cristina.

—Sí, pero no le mires descaradamente, a ver si se va a pensar que eres una acosadora y te detienen. —  Le recordó Johanna. — Por cierto, Cris, ¿tú no te ibas a Indonesia o algo así de vacaciones? —

—Sí, salgo mañana. Estoy muy contenta, aunque me da un poco de miedo. — Respondió la joven médico.

—Bueno, ahora que lo pienso, os podíais haber ido juntas de vacaciones y al terminar me hacíais una visita aquí en el norte. Tenemos que juntarnos este año sí o sí, antes que venga otro virus y nos vuelva a fastidiar los planes. — Les informó la joven escritora, imaginándose en su cabeza las locuras que realizarían las tres amigas juntas.

—Bueno, tengo que dejaros, como dije estoy trabajando. Pasadlo bien. — Y la doctora leonesa colgó la llamada, sin saber la aventura que la esperaba.

—Yo también te dejo, tengo que salir a comprar y a este paso me van a cerrar. Pásalo muy bien y haz muchas fotos para ponernos los dientes largos. Besitos. — Y la escritora también colgó la llamada.

Estaba claro que no debía esperar a que él se acercara, ya se lo decían sus amigas, las indirectas y los hombres no se entienden. ¿Pero sería capaz de hacerlo? Entonces recordó lo que le dijo Cristina sobre tener algo en común, y se acordó en lo que le llamó la atención.

— ¡El libro! — Se dijo Alba a sí misma en voz alta.

— ¿Perdona? — Dijo una voz masculina a su espalda.

— ¿Perdona qué? — Preguntó ella mientras se giraba. 

Al girarse se topó con un chico bastante guapo, pero demasiado normal comparado con lo que a ella le solía gustar. Moreno de ojos color miel, sonrisa profident y un dulce aroma a canela que volvería loco a cualquier chef. El joven regresaba del gimnasio, todo sudado e iba a entrar en su cuarto, pero escuchó a la joven hablar y creyó que le preguntaba algo.

—No sé, iba a meterme en mi cuarto y has dicho algo de un libro. No hay nadie más aquí, así que a menos que estés hablando con el manos libres del móvil, me lo has dicho a mí. — Preguntó el joven intrigado.

—No, perdona. Recordé dónde estaba el libro que estuve buscando y me salió así de repente. Disculpa si te asusté. — Dijo la joven algo avergonzada.

—Me llamo David y soy de Cádiz, tú eres canaria, ¿verdad? Lo digo por el acento. — Se presentó el joven, estirando la mano cortésmente hacia ella.

—Sí, me llamo Alba, encantada de conocerte. Bueno, no te molesto más. Disculpa nuevamente. — Dijo la muchacha antes de salir corriendo en busca del joven de las rastas.

Y allí estaba, sentado en la terraza del segundo piso, leyendo aquel libro en inglés. Estaba claro que era un bohemio londinense, de esos que tan fácilmente la engatusaban. No sabía si era su halo de misterio o su tristeza arraigada, provocada obviamente por los días de lluvia y las tardes nubladas. Decidió volver a su habitación, ponerse el bañador más sexy que había llevado y tumbarse muy cerca del chico a tomar el sol, haciéndose la interesante para entablar conversación, pero cuando regresó a la terraza, el chico de las rastas ya no estaba. ¿Por qué había tardado tanto en encontrar el dichoso bañador?

Se tumbó al sol para aprovechar que ya se había cambiado, pidió un coctel y un sándwich al camarero y se perdió en el sonido de los pájaros, bajo sus grandes gafas oscuras y su enorme sombrero.

Y aquí es dónde empieza lo bueno, retomamos en 3, 2, 1…

Poco después llegó el camarero con su pedido y la despertó, se había quedado dormida tostándose al sol.

—Espero que estés usando protección, este sol engaña y puede ser abrasador. —

Esa voz…

— ¿Tú? — Preguntó la joven.

— ¿Encontraste el libro que buscabas? —  Preguntó aquel chico en bañador, que se había agenciado la hamaca de al lado, mientras jugaba al Fortnite en su móvil de última generación.

—Esto… Sí, lo dejé en la habitación. — Respondió antes de coger su cóctel, que el camarero le había dejado en la mesita de al lado con su sándwich vegetal, y le daba un buen sorbo para intentar disimular.

—Vaya, sí que tenías sed. — Dijo para sus adentros aquel chaval, aunque lo hizo demasiado alto, por lo que Alba le pudo escuchar.

—Perdona, ¿decías algo? — Preguntó ella, mientras dejaba el cóctel y cogía el sándwich porque su estómago estaba protestando.

—No, nada en especial. Que aproveche. —  Respondió él.

—Gracias. — Añadió ella, y después le dio un bocado al sándwich algo molesta, ya que le sentaba fatal que se la quedasen mirando cuando estaba masticando.  

Continuó comiéndose el sándwich, pero dándole la espalda a su vecino de hamaca y cuando terminó de comer, se dio la vuelta para dejar el plato y coger su copa porque el cóctel ya se le estaba calentando. Bebió otro sorbo de su daiquiri y se relajó, la cálida brisa le daba en la cara, mientras se imaginaba lo que habría sido estar viviendo en el antiguo Egipto e ir a la orilla del Nilo a recoger agua.

Pasó el día sin mucha novedad, ya que al hombre de las rastas no se volvió a encontrar, en cambio lo del chico andaluz era otro cantar. Se encontraban en la terraza, en el pasillo, incluso en el bar, por lo que de vez en cuando se ponían a charlar. De pronto hubo un problema y el barco encalló. ¿De verdad tenían que desalojar en Luxor? Pues sí, al parecer había sufrido una pequeña brecha y tenían que arreglarla, si no querían acabar nadando en aquellas aguas. Por suerte para ellos no tardarían mucho tiempo en repararlo, y mientras podrían visitar la antigua Tebas y el templo de Karnak, antes de regresar a sus tareas cotidianas y el viaje continuar. Tampoco es que estuviesen haciendo algo trascendental, en el caso de Alba su rutina se resumía en tomar el sol en la terraza y tomar granizados de frambuesa en el bar, mientras ese andaluz que la seguía, no la dejaba de observar.

Cogieron lo esencial y bajaron ordenadamente del barco, hasta que los recogió un autocar que los llevó a visitar el templo de Karnak. Aquel lugar guardaba una sorpresa para cierta viajera, que cambiaría su vida en particular y la del mundo en general. 

CUENTO EN CUARENTENA 2 ( Parte 2):

Aquel lugar era un sueño hecho realidad. Las grandiosas estatuas, las majestuosas columnas con delicados jeroglíficos grabados, aquellas construcciones que ni el tiempo, ni el hombre habían logrado hacer desaparecer. Me pregunto cuántas de esas construcciones siguen ocultas en los polos, o incluso, bajo los océanos. ¿Y en otros planetas? No puede ser que entre centenares de miles de millones de galaxias, solo haya vida en el nuestro. Demasiado prepotente por nuestra parte.

Pero a lo que íbamos, allí estaba Alba junto a un grupo de turistas, paseando por aquellos paisajes que invitaban, como poco, a una reflexión matutina. Llevaba su móvil en la mano y se hacía fotos en todos los lugares que encontraba, usando diferentes filtros como orejas de conejo o bigotes de gato. Lo que se iba a reír su amigo Felisin cuando viese aquel reportaje fotográfico.

¿Quieres que te saque una foto con las estatuas de fondo? Preguntó esa voz tan salada, que en poco tiempo ya se le había quedado grabada.

Está visto que estás por todas partes. ¿Me estás siguiendo? Preguntó la joven un tanto contrariada.

Ahora no, pero reconozco que me resulta divertido tu acento y las situaciones tan curiosas en las que te metes. Como anoche, cuando estabas cenando y te limpiaste con el fular de una señora creyendo que era tu servilleta. En tu defensa diré que eran muy parecidos y que la mujer no debió dejarlo en tu mesa. Pero fue muy divertido, además, irradias mucha luz y en los tiempos que corren, la gente así escasea. Pero ahora solo estaba en modo turista, como todos los que aquí estamos. Respondió el chico, alargando la mano hacia Alba para que esta le prestase el móvil para la foto.

Vale, al menos había sido sincero y sí, se había equivocado con aquel pañuelo, pero no fue culpa suya, sino de la señora que se creía dueña de todas las mesas del restaurante. Por ello, le entregó el teléfono y se puso en medio de las estatuas, para que el joven le sacase la foto tan deseada.

Gracias. ¡Vaya! Dijo la joven al recuperar su teléfono, y ver las fotos tan buenas que David le había hecho. No sabía que mi móvil hiciese estas fotos, parecen de un profesional.

Hay algunos trucos que puedo enseñarte si quieres. Le explicó el joven y Alba, como no tenía nada mejor que hacer, accedió encantada.

Le gustaba aprender cosas nuevas y era una jovencita muy culta que sabía perfectamente defenderse por sí sola. Había estudiado kárate y el haber viajado por todos lados, le hacía ser capaz de resolver cualquier problema, que un turista medio se pudiese encontrar.

Mientras caminaban entre las columnas, David le iba explicando la mejor forma de configurar la cámara para cada ocasión, además de algunos truquitos con efectos profesionales, gracias a objetos cotidianos y mucha improvisación. De pronto llegaron una zona donde el sol incidía de una forma muy curiosa, había algo en las columnas que reflejaba los rayos de sol hacia una sola.

Mira, ahí seguramente podamos hacerte una foto increíble. Es muy extraño cómo inciden los rayos de luz sobre las columnas. Le dijo mientras sacaba su teléfono del bolsillo del pantalón y apuntaba en esa dirección. Apoya en ella la espalda y gira la cara hacia mí, pero sin mirarme directamente. Puedes apoyar un pie en ella y poner las manos como si te agarrases a la columna. Añadió, entonces sacó la foto y el suelo se hundió, haciendo que los dos jóvenes cayeran por el agujero, varios metros hasta impactar contra el subsuelo.

Quedaron inconscientes, uno junto al otro, mientras el agujero por el que se habían caído, volvía a cubrirse solo. Estaban enterrados en el desierto a varios metros de profundidad. ¿Cómo demonios habían terminado en ese lugar?

Cuando Alba se despertó, se dio cuenta que estaba a oscuras, ¿pero dónde exactamente? Sacó su teléfono móvil del pantalón y encendió la linterna. ¿Qué sitio era ese en que estaban? Había un largo pasillo lleno de jeroglíficos y varias lámparas de aceite, que permanecían apagadas y colgadas de las paredes. El aire estaba bastante viciado, por lo que se paró a pensar, que si no la había matado el dichoso coronavirus, lo haría cualquier virus que hubiese estado allí metido, durante tanto tiempo dormido.

Perfecto Alba, tenías que haberte ido con Cristina a Indonesia, seguro que ella se lo está pasando mucho mejor tú ahora mismo. Se dijo a sí misma en voz alta, cosa que hizo que David se despertara.

¿Qué ha pasado? Preguntó él, aún medio adormilado.

Nos hemos caído por un agujero en el techo que ahora ha desaparecido. Respondió Alba algo asustada, ya que hasta ese momento no se había percatado de nada. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Creo que debemos ir por la derecha. Dijo el joven muy seguro de sus palabras, mientras se ponían en pie y empezaba a caminar en esa dirección.

¿Cómo lo sabes? Quiso saber la joven, impresionada.

Pone… Dijo leyendo los jeroglíficos que había en la pared. Para Tebas escoged el camino de la derecha, para la tumba escoged el camino de la izquierda. Como comprenderás, no tengo ganas de meterme en una tumba egipcia, a saber qué trampas habrá, en cambio la ciudad de Tebas estaba al aire libre, supongo que la salida será por allí.

Espera un momento, ¿sabes leer esto? Preguntó la joven sorprendida.

Sí, soy historiador, me gusta hacer fotos de los sitios que estudio, por eso siempre que puedo viajo a ellos para verlos de primera mano, y así puedo hacerme una idea más real, de los lugares que en clase debo explicar. Por cierto, mis alumnos me pusieron un mote debido a mi afición, me llaman Indiana Jones. Explicó el joven con una gran sonrisa, se notaba que estaba orgulloso del mote que le habían puesto y llevaba con honor.

¿Quién? Preguntó Alba, que no estaba muy puesta en el tema, cine de aventuras.

Indiana Jones, la peli de Harrison Ford en la que interpreta a un arqueólogo. Añadió David bastante impresionado con el desconocimiento de la joven.

Ah, ya. Dijo ella no muy convencida.

Caminaron durante varias horas en penumbras, ya que la luz de la linterna iba y venía cuando quería, hasta que se toparon con una luz fija al final del túnel y corrieron hasta ella por si acaso se acababa la batería.

¿Esto es una representación? Preguntó la joven, al ver aquel escenario tan bien montado.

No podía ser real, aquel monumento derruido en el que habían estado hacía un momento, se alzaba impoluto, casi como nuevo ante ellos. Aquella puerta enorme con sus hermosas esculturas vigilantes, daban la bienvenida a todos y cada uno de los visitantes, que miraban expectantes a los dos viajeros y sus extraños ropajes.

Ven conmigo. Le dijo David y tiró de ella hasta un rincón oculto tras una carreta, donde había unas ropas secándose colgadas en la parte trasera.

Las cogió y se las puso por encima a Alba, que al principio se quejó bastante, pero luego comprendió el motivo de aquel ultraje y colaboró con su compañero en la puesta de los ropajes. Debían pasar desapercibidos si querían saber lo que había sucedido. ¿Estarían grabando una película de época? ¿O acaso habían viajado en el tiempo? No, claro que no podía ser cierto, seguramente sería un espectáculo circense para darles la bienvenida a los viajeros. ¿Verdad?

Una vez que estuvieron debidamente camuflados (hicieron lo que pudieron con lo poco que encontraron), salieron a mezclarse con las gentes del mercado. Por suerte para ellos, David era todo un experto en ese campo y les sería más fácil descubrir lo que pasaba si interactuaban con las gentes que les rodeaban. La túnica que llevaban puesta por encima, cubría sus deportivas, que por cierto desentonaban en gran medida con las sandalias que la gente vestía.

Al cruzar las puertas vieron un gran mercado con cientos de cosas para comprar. Desde tinturas hasta telas, frutas, joyas y alguna que otra esclava o fiera a la que domesticar. Aquello no parecía una película, sino la vida real. Allí dentro se podía encontrar de todo, además de viviendas, estatuas y gente paseando por las calles como un día de verano en el rastro.

¿Dónde estamos? Preguntó Alba extrañada.

Mejor pregunta cuándo. Corrigió el joven, que se había quedado impresionado con el viajecito que se habían pegado. ¿Cómo habían viajado en el tiempo y hasta qué momento?

¿Cuándo? No lo entiendo. Dijo la joven, que aún estaba demasiado distraída con todos esos tesoros que la rodeaban, para prestar atención a sus palabras.

Creo que hemos viajado a Tebas, pero a la del antiguo Egipto. La de verdad. ¿Lo entiendes? Le preguntó a la joven, que parecía un animal extraviado. Hemos viajado en el tiempo.

Alba empezó a hiperventilar, era algo hipocondríaca y verse en una época en la que las infecciones estaban a la orden del día, pero apenas se conocían, haría que fuese todo un reto salir de allí con vida. David la cogió por los hombros y le pidió que se tranquilizase, él no la abandonaría y juntos lograrían regresar a casa algún día. Primero debían comprender cómo habían acabado viajando en el tiempo y para qué.

¿Lograrían encontrar la forma de regresar? ¿Serían capaces de adaptarse a esa nueva vida? ¿Sobrevivirían a los peligros del desierto? ¿Y a las inclemencias del tiempo? ¿En qué año se destruyó la ciudad de Tebas? No vaya a ser que… les pillase de sorpresa. 

CUENTO EN CUARENTENA 2 (Parte 3):

¿Crees que se darán cuenta que hemos desaparecido? Preguntó Alba, mientras caminaba junto a David por aquel mercado abarrotado de gente.

Depende, hemos viajado al pasado. Si logramos regresar al mismo punto o unos minutos después de haber desaparecido, no creo que les dé tiempo a percatarse de nuestra ausencia. Respondió David bastante seguro de sus palabras.

¿Cómo vamos a regresar? Quería saber la joven, mientras esquivaba a la marabunta de gente que se agolpaba en los puestos y la golpeaba al pasar.

Pienso que debemos volver por donde hemos venido, quizás así regresemos a nuestro tiempo. Aunque no sé cómo vamos a subir por un hueco que ha desaparecido. Se quejó el joven, estaba preocupado, aunque quería ocultarlo.

Mira, ¿por qué me suena tanto ese símbolo? Quiso saber Alba, señalando el grabado que tenía un colgante hecho en piedra y estaba en uno de los puestos.

A mí también me suena. Espera un momento. Volvió a coger de la mano a Alba y la arrastró hasta uno de los callejones en el que apenas había gente a su alrededor. Después sacó su teléfono móvil, y aunque obviamente no tenía cobertura, la batería seguía funcionando bastante bien. Mira la foto que te saqué, estás tocando ese símbolo con una de tus manos.

Alba se quedó petrificada. ¿Estaban allí por su culpa? ¿Qué significaba ese símbolo?

Ha sido culpa mía. Dijo ella con pesar. Se imaginó a su madre sola en casa, preocupada por esa llamada que esperaba de su hija y no llegaba. ¿Qué le contaría a su regreso? ¿Acaso volvería algún día? ¿Y la creería? Ella solía tener los pies en la tierra, no como su amiga escritora, que siempre estaba inventando historias fantásticas como esa. ¿Acaso no sería cosa suya lo que estaba ocurriendo? Menuda bruja estaba hecha, quizás le estaba gastando una broma pesada a su amiga por no contestarle la última llamada. Estaba desembarcando y entrando en el autocar cuando pasó y tenía las manos ocupadas. Por cierto, ¿dónde se había dejado sus cosas? ¿Habían caído con ella al agujero o se las había olvidado junto a la columna donde las dejó?

No ha sido culpa tuya, en todo caso fue mía, por pedirte que te apoyases en esa columna para sacarte la fotografía. Pero ninguno de los dos se imaginaba nada parecido. La consoló él, mientras intentaba consolarse a sí mismo.

¿Qué significa ese dichoso símbolo? Quizás nos dé una pista de lo que hacer para volver a casa.  Preguntó la joven tras salir del “modo pecera” en el que se encontraba.

Los egipcios tenían una especie de alfabeto con símbolos llamados jeroglíficos, cuyas  palabras se componen únicamente de consonantes. Por ello, el último dibujo que forma la palabra indica el significado de la misma, pero no se lee. Dichas palabras se escriben dentro de un rectángulo imaginario, por lo que se pueden leer tanto de izquierda a derecha, como de derecha a izquierda o incluso en vertical. De este modo se diferencian unas palabras de otras, ya que al utilizar solo consonantes, una misma palabra puede significar diferentes cosas. Hay siete signos para la numeración, y se repiten por unidad, tantas veces como sea necesario. Aclaró el muchacho primero, antes de valorar los símbolos que estaba buscando y contestar a lo que la chica le había preguntado. Creo que esa combinación de símbolos de la foto, se refiere al Dios Anubis. Podríamos decir que es el dios de la muerte egipcio y por cierto, uno de mis favoritos.

Eso suena complicado, sobre todo la parte relacionada con la muerte. Dijo Alba nerviosa.

Cuentan las historias, que Anubis guiaba a los fallecidos en el Duat ante el tribunal de Osiris. Allí les extraía mágicamente el corazón a los que iban a ser juzgados y lo pesaba en una balanza, junto a una pluma de Maat, que es el símbolo de la verdad y de la justicia universal. Tras contestar a 42 preguntas acerca de su vida y muerte, Osiris pronunciaba un veredicto, y si el corazón o “Ib”, era menos pesado que la pluma, eso significaba que su “Ka” o fuerza vital y su “Ba” o fuerza anímica, podían ir a encontrarse con su cuerpo momificado y conformar el “Aj” o ser benéfico, para vivir eternamente en los campos de Aaru. Explicó el profesor, como si de una clase más se tratase. Pero al ver cómo Alba se echaba a llorar, paró de golpe.

La joven estaba nerviosa por la situación, se encontraba desbordada y no pudo evitar soltar lo que por dentro llevaba. Entonces él se guardó el móvil en el pantalón, y sin decir una sola palabra, la abrazó. También estaba nervioso, claro que lo estaba, viajar en el tiempo no era algo habitual, quizás en la televisión. ¿Debería hacer caso a “Regreso al futuro” o a “Los Vengadores” de los hermanos Russo? Procurarían no cambiar nada en el pasado, para guardarse las espaldas en el futuro. ¿Pero qué debían hacer? Conocía esa cultura a la perfección, la había estudiado muy bien, pero volver a su casa en el presente, sería mucho más difícil de lo que en un momento quiso creer.

Alba sintió que no estaba sola, con ese abrazo se sintió segura y a salvo, y por ello dio las gracias por haberse topado con ese andaluz tan pesado.

Yo… gracias. Le dijo levantando la mirada.

Gracias a ti por hacer que mantenga los pies en el suelo. Soy historiador y viajar en el tiempo era mi sueño, pero si no llegas a estar aquí conmigo, seguramente me quedaría atrapado en el tiempo. Le dijo él, tras acariciarle la cara con el dorso de la mano y dibujar una sonrisa en su rostro.

Eran tan parecidos y a la par tan distintos. Los dos tenían un gran corazón y eran capaces de contagiar su alegría, a todo aquel que tuviese un mal día. Alba necesitaba en ese momento, que alguien le dijese que todo saldría bien, que volverían a casa sanos y salvo, y eso hizo él. Ella le cogió la mano sin bacilar y le pidió regresar a la tumba, para comprobar si había algo en los jeroglíficos que se les hubiese pasado, y él accedió. Pero entonces algo entorpeció su camino, un chacal negro de profunda mirada, estaba sentado frente a ellos junto a una pequeña fuente llena de gente bebiendo agua. Nadie parecía haberse percatado de la presencia de dicho animal, pasaban por su lado como si no lo pudiesen apreciar. Aquel animal escrudiño sus almas con sus ojos oscuros como el alquitrán, y poco después se levanto del lugar donde estaba sentado y echó a andar.

No sé por qué, pero ese perro me ha dado mala espina. Es como si quisiera que le siguiéramos. Dijo él, sacudiendo la cabeza para deshacerse de esa idea tan absurda.

Regresaron por donde habían venido, querían volver al templo para tomar el otro camino, el que les llevaría a la dichosa tumba, donde pondrían en juego su destino. Pero al llegar a los pies de la entrada que buscaban, allí no había absolutamente nada, no estaba. ¿Dónde se había metido ese pasillo tan largo? No puede ser verdad. Parecía que la entrada al subsuelo del templo, por la que habían salido hacía un momento, había sido solo un sueño porque no había pruebas de haber existido jamás.

Debe haber algo mal, hemos seguido nuestros pasos, ¿dónde está? No se la han podido llevar así sin más. Preguntó Alba enfadada. Quizás hubiesen girado por la calle equivocada o la mente les estaría jugando una mala pasada.

La entrada no estará, pero mira quién nos ha seguido hasta aquí. Respondió el joven, girando a Alba por los hombros, para que viese al chacal que les estaba observando desde la distancia, sentado a pocos metros sobre sus patas.

¿Otra vez ese bicho? Da miedo. Se parece al símbolo de la foto. Dijo Alba incómoda, al sentir que aquel animal les seguía y observaba todos sus movimientos.

Es cierto, es un chacal al igual que Anubis. Creo que debemos seguirle, le representa, quizás nos lleve a la salida. Explicó el muchacho convencido de esa idea.

No sé yo, no me fío. Respondió la joven, reticente. 

¿Tienes una idea mejor para salir de aquí? Porque estoy abierto a cualquier sugerencia, ya que a mí no se me ocurre nada más. Quiso saber David, desesperado por comprender lo que estaba pasando.

Está bien. Contestó Alba. Había accedido porque, obviamente, no quería quedarse sola en medio del desierto, y sobre todo en un tiempo que no era el nuestro, pero seguía teniendo sus dudas acerca de si seguir a ese perro, sería lo correcto.

Fueron tras el cánido, rodeando las murallas de aquella gran ciudad. Tendrían que haber conseguido algunos víveres para el camino, pero a ninguno de los dos se les ocurrió que aquel hermoso animal les llevaría por el desierto a dar un paseito.

Tras varias horas caminando sin parar, el calor empezaba a pesar. ¿Dónde conseguirían agua en ese lugar? Les sobraba la ropa, llevaban varias capas puestas, por lo que David se detuvo, se quitó la túnica y la sudadera que llevaba debajo de esta y creó un morral con ella. Después se quitó los pantalones, se volvió a poner la túnica y tras meter el resto de sus cosas en la bolsa improvisada de viaje, se la tendió a Alba que no había perdido detalle. Una vez que esta cogió el morral, se giró para que la joven se desnudase, porque no la quería incomodar. Alba agradeció el gesto en silencio, y mientras repetía el mismo ritual que David había hecho, se imaginó lo que dirían sus amigas si algún día se lo llegaba a contar. “No seas tonta y aprovecha, que no sabes lo que puede pasar.”

Ese perro es incansable, llevamos horas andando y no se ha detenido ni un momento. Se quejó Alba, extasiada.

¿Me creerías si te digo que no es un perro de verdad? Me parece que es un emisario, un espíritu o algo así. Dijo David, al fijarse mejor en el chacal que les iba guiando.

¡Espera, un cactus! Gritó Alba de repente, y tras ver la cara que puso David de incredulidad, añadió. Las plantas tienen agua en sus raíces, si encontramos algo con lo que sacarlas, podremos beber algo de agua.

El joven no se lo pensó dos veces y golpeó con fuerza el cactus con el pie, hasta que la planta cayó al suelo, dejando las raíces expuestas ante los dos aventureros. Gracias a su hazaña se había clavado varias espinas en el pie, que rápidamente se quitó. Después se levantó con dificultad, arrancó con las manos dos trozos de raíz del cactus y le pasó un trozo a Alba, para comprobar si su teoría era acertada.

Gracias, pero ha sido una estupidez. Los cactus no son venenosos, pero la herida se puede infectar con el sudor y puede crearte un absceso, complicando nuestra situación aún más. Te recuerdo que aquí no hay antibióticos que podamos utilizar. Le recriminó la joven doctora por su comportamiento infantil, pero no podía quejarse, después de todo había logrado refrescar su garganta con unas pocas gotas de esa planta.

Tras varias horas caminando la noche se les echó encima y por una bajada tan brusca de temperaturas, tuvieron que volver a ponerse la ropa que llevaban en el morral. Estaban agotados, y el pie de David se había empezado a infectar, le dolía horrores al pisar, sería mejor encontrar un sitio donde poder acampar.

Será mejor que descansemos. Dijo el muchacho, echándose al suelo para descansar un rato.

¿Aquí? ¿No hay serpientes, escorpiones y cosas de esas? Preguntó ella temerosa, por lo que pudiesen encontrar al despertar.

Creo que sí, intentaré hacer una fogata. Añadió él, pero al ver que estaba oscureciendo y que no había nada cerca para utilizar, descartó esa idea tan descabellada y se volvió a sentar.

¿Qué iban a hacer ahora? David cada vez se encontraba peor y pronto la noche les cubriría con su manto aterrador.

Creo que estoy teniendo visiones. Dijo él, mientras se frotaba los ojos.

No, porque yo también lo veo. ¿Es un oasis? Preguntó ella asombrada.

David se puso en pie y apenas podía apoyar el pie, pero Alba se acercó a él, se colgó el morral del hombro y le sirvió al joven de apoyo. Juntos llegaron a la altura donde se encontraba ese perro negro tan curioso, a los pies de ese oasis que había surgido de la nada, al igual que surge la madrugada. Estaba lleno de vegetación como los Phoenix dactilyfera, con dulces dátiles como alimento. Cordia Myxa, cuyo vino era un manjar para el paladar. Malus sylvestris, cuya fruta Blancanieves no hubiese podido rechazar y por último pero no menos importante, Ficus sycomorus, considerados como los árboles de la vida y pertenecientes a la Diosa Isis.

Al llegar al oasis, Alba dejó a David bajo la sombra del Ficus, que este reconoció a la perfección. Estaba claro que tenía fiebre y un fuerte dolor.

Ficus sycomorus, necesito sus frutos, pueden ayudarme. Dijo antes de perder el conocimiento y señalar el árbol donde habían ido a parar.

Alba no se lo pensó dos veces, era médico, pero ella no tenía ni  idea de los árboles y plantas de aquel lugar, por lo que si su amigo y compañero conocía el nombre de aquel árbol, por la cuenta que les traía, no lo podría ignorar.

Intentó trepar por su tronco y menos mal que estaba algo retorcido, porque no era muy buena escalando y aquello hubiese sido un fiasco. Subió a lo alto de una de las ramas y se estiró todo lo que pudo para obtener ese fruto rosado, que David necesitaba para seguir respirando. Parecían arándanos grandes y gordos, pero rellenos de algodón de azúcar, eran raramente apetecibles, por lo que cogió unos pocos para más tarde, por si después de todo aquel remedio resultaba fiable.

Bajó hasta David y se arrodilló junto a él. Demacrado como estaba, aún seguía siendo muy guapo. ¿Pero qué estaba diciendo? Sacó esa idea de su cabeza y sin más tardar, le dio los frutos poco a poco, para obligárselos a tragar. Y ahora, solo quedaba esperar. 

CUENTO EN CUARENTENA 2 (Parte 4):

Mientras David empezaba a mejorar, Alba se acercó a un manzano cercano y cogió un par de piezas de fruta del árbol. Estaba hambrienta y sedienta, había pasado toda la noche en vela, vigilando a ese joven descarado que poco a poco se la había ido ganando.

Cuando regresó junto al muchacho, éste por fin se había despertado, se había preocupado al no verla a su lado y con razón se había asustado.

¿Estás mejor? Toma una manzana, come algo, te vendrá bien. Le ordenó la doctora con su típica vocecilla de mando.

Muchas gracias por todo, no sé qué hubiese hecho si no llegas a estar aquí conmigo. Le dijo él, haciendo que la joven se sonrojase de repente. ¿Qué le estaba pasando?

Resultaba extraño, pese a estar atrapada en el tiempo y con un joven al que acababa de conocer, había empezado a sentir algo nuevo y mágico por él. La vida da muchas vueltas, quién le iba a decir a ella que pasaría de no soportar a una persona, a estar colgada de ella. Pero el destino es caprichoso y muy sabio a la vez, a veces no te da lo que quieres, pero suele ser por tu bien.

Ya estoy mejor, podemos continuar. Le dijo el joven, levantándose del suelo y poniendo el pie en el suelo. Le seguía doliendo bastante, pero gracias a ellas hierbas no tendrían que cortársele.

Una pregunta, ¿esas bayas que te di son tan  milagrosas? ¿Por qué no se usan en sanidad Preguntó la doctora intrigada.

Esas bayas son buenas, pero no creo que por sí solas sean milagrosas. Pero si aparece un oasis en medio del desierto, al que te ha guiado un perro fantasma, enviado por el mismísimo Dios de la muerte, Anubis, será por alguna razón. Solo até cabos. Explicó él.

Vale, entonces no es que sean muy curativas, más bien son mágicas. ¿En serio? Preguntó Alba un poco desconfiada.

¿Todavía dudas de si existe la magia? Sobre todo después de lo que estamos pasando estos días. Sinceramente, si alguien me hubiese contado algo de esto antes de este viaje, hubiese pensado que era una leyenda o la típica historieta local para asustar a los turistas, pero ahora… Le respondió él entre risas.

Cierto, tienes razón. Pero soy de ciencias, me cuesta mucho creer en viajes en el tiempo y animales mágicos.   Se rió ella también.

Le ayudó a salir de aquel oasis, sirviéndole de apoyo, que desapareció poco después de salir, sin dejar rastro. Los dos jóvenes se quedaron boquiabiertos, seguramente el dicho que alguna vez escucharon, iba a ser cierto.

“Cuando la magia entra por la puerta, la lógica sale por la ventana.”

Continuaron caminando por el desierto, bajo un sol abrasador. Habían pasado la noche en el oasis, pero eso ya se acabó. Aquel perro seguía su camino, manteniendo el mismo ritmo, sin mirar una sola vez hacia atrás, ni detenerse a descansar. Un par de horas después llegaron a ver algo en la lejanía que no llegaron a comprender. ¿Cómo se había desplazado tanto aquel agujero por el que el día anterior habían entrado?

Mientras tanto en España…

Estoy preocupada por mis amigas. Le dijo Johanna a su amigo Iñaki a través de una videollamada.

¿Por qué lo dices? Seguramente estarán pasándoselo bien y por eso no responden. Respondió él, quitándole hierro al asunto.

Siempre procuraba animarla y ella sabía que podía contar con él en cualquier ocasión. Era padre de una hermosa niña con la que Johanna se llevaba muy bien y algunos fines de semana, se solían ver los tres. Pero ese no era uno de ellos, ya que la pequeña estaba de campamento.

No sé, es muy extraño. Pase lo que pase siempre contestan, más tarde o más temprano, pero Cristina no responde y Alba directamente lo tiene desconectado. Sé que les ha pasado algo, lo presiento y me enerva no saber si al menos están bien, y no hay nada que yo pueda hacer. Confesó la joven bastante alterada.

Mira, tengo una idea. ¿Qué te parece si te paso a buscar más tarde y nos damos un paseo por el pueblo? Quizás eso te ayude a despejarte un poco. Le propuso Iñaki para calmar los ánimos.

Me parece bien, aunque tendremos que tener cuidado. Nos libramos hace meses de un meteorito, pero según han dicho viene otro igual o peor que aquel. A ver si nos va a pillar por el monte y vamos a tener que echar a correr. Jajaja. Se rió la joven nerviosa.

No seas gafe, acabamos de dejar la cuarentena, otra catástrofe no, que para este año ya tuvimos suficiente. Se lamentó el joven.

Solo espero que los que estén jugando a Jumanji terminen pronto, porque aún nos queda medio año y la partida se puede complicar aún más. Ya podían haber invitado a jugar a mi madre, hubiese durado poco la partida. Comentó Johanna entre risas.

Ya te digo, gana siempre, no sé cómo lo hace. Bueno, en un par de horas paso a buscarte. Se despidió diciendo él.

Perfecto, aquí estaré. Me vendrá bien andar un poco para paliar los efectos de la cuarentena en mi culo de sofá. Jajaja. Hasta luego. Se despidió ella.

El monte Buciero que solían recorrer, estaba lleno de mágicos escondrijos y naturaleza viva por doquier. Se alzaba majestuoso sobre el Mar Cantábrico, con fuertes tan impresionantes como el de San Martin o el de San Carlos. Dos de los faros más hermosos de la región, aguardaban a los turistas que hasta allí llegaban en procesión. El del Pescador con su camino bien asfaltado y el del Caballo, con casi ochocientos escalones que descender con mucho cuidado. Aquel pequeño paraíso terrenal, ayudaba a despejar la mente de cualquiera que lo dignase a visitar.

Pero nuestra historia actual se desarrolla al otro lado del mundo, y en un tiempo anterior al que acabamos de relatar, donde dos jóvenes exploradores se han perdido en el antiguo Egipto, y en un agujero mágico han ido a parar. Las antorchas y lámparas de aceite que había colgadas en las paredes, estaban encendidas aguardando su llegada esta vez. ¿Acaso alguien les estaba esperando? Puede ser, pero para eso aún nos queda un poco que leer. Mientras cavilaban sobre lo que encontrarían en su travesía y tras mucho caminar aquel día, se dieron cuenta que ese corredor en el que habían ido a parar, era el mismo en el que el día anterior fueron a aterrizar.

Mira, aquí está mi bolso. ¿Cómo no me di cuenta? Preguntó la joven, comprobando que no faltaba nada en su interior.

Creo que estábamos en shock, no hay otra explicación. ¿Continuamos? Dijo él.

Claro, pero, ¿y los jeroglíficos? ¿Hay algo nuevo en ellos? Preguntó ella intrigada.

El joven investigó aquellos grabados en la piedra, como si guardasen el secreto de la vida eterna, pero no, por suerte o por desgracia nada había cambiado y la tumba a la que se dirigían, les estaba esperando.

Espera un momento. ¿Y el perro? Quiso saber Alba al percatarse que aquel chucho endemoniado les había abandonado.

Creo que su labor era traernos hasta aquí y lo hizo. Respondió David, mientras cogía la mano de Alba y la guiaba a través de ese túnel lleno de trampas y sorpresas que nada les iban a gustar.

Los dos protagonistas de esta historia, caminaron durante horas por aquellos túneles llenos de polvo, topándose solo con algún que otro escarabajo y un par de murciélagos que los miraban de reojo. ¿En serio? Pues sí, su única compañía no era muy bien recibida, para qué nos vamos a engañar, pero qué esperamos encontrar en unos túneles del antiguo Egipto, a los que mágicamente les gusta viajar.

De repente, llegaron a una sala donde había un sarcófago justo en frente de la entrada, era el único objeto que había en aquella estancia, por lo que bastante bien destacaba. Aquella estructura estaba hecha de oro de 24 quilates y pintada con hermosos colores, tenía la forma de un hombre con cabeza de halcón, ya que se trataba de la figura del Dios Hor. Alba se acercó a esa figura intrigada, había algo en ella… la llamaba.

Alargó su mano lentamente para tocar la superficie resplandeciente, pero al darse cuenta que la figura la observaba directamente, se quedó bloqueada a un par de centímetros de la estatua. Entonces hubo un temblor y aquella pieza digna de museo, se movió. David apartó un poco a Alba y se interpuso entre ella y la estatua, cuya figura había descruzado los brazos y lentamente en el suelo se había posado. Pero cuando pensaban que algo malo estaba a punto de pasar, y que una momia antigua les iba a devorar, esa obra maestra se puso a hablar en una lengua, que solo David pudo interpretar.

¿Qué dice? Quiso saber Alba, que no se estaba enterando de nada.

Quiere hacerte un regalo, pero debes aceptarlo o rechazarlo, está en tu mano. Si lo aceptas, has de pagar un precio muy alto y si no lo haces, vivirás lamentándolo. Vamos, que a menos que lo aceptes, no sabrás lo que te está ofreciendo. Horus es el dios del cielo, quizás sea algo bueno. Explicó el joven a su asustada amiga a la que las dudas la carcomían. ¿Por qué ella? ¿Qué tenía de especial? ¿Qué era aquel regalo que el Dios del cielo le quería otorgar?

CUENTO EN CUARENTENA 2 (Parte 5):

Alba tenía que tomar la decisión más difícil de su vida. ¿A qué regalo se refería? Aquella estatua de oro y pintura, de dos metros de altura, se alzaba ante ella como la torre Burj Khalifa, de Arabia la más alta y bonita. Quizás fuese un deseo, y gracias a él pudiesen volver a su tiempo. ¿Y si no lo aceptaba? ¿Lograrían regresar algún día a casa? Al menos debían intentarlo, no solo por ellos dos, sino también por la madre de Alba. Esa mujer era un terremoto, había pasado por mucho, pero lo había superado todo. Era un rayo de luz en medio de la noche y desde que le arrebataron a su marido, ella y su hija habían formado un gran equipo. Se apoyaban la una a la otra y se querían aún más, por ello en ese momento, Alba se acordó de su madre y se echó a llorar. Debía de aceptar aquel regalo que le ofrecían, porque si había una opción para regresar, no la podía desaprovechar.

—Acepto. — Dijo sin dudar.

— ¿Estás segura? — Preguntó el joven totalmente sorprendido, pues apenas habían tenido tiempo para debatirlo.

—Quizás sea la oportunidad que estábamos esperando para poder regresar. ¿Lo entiendes? No pienso quedarme aquí eternamente. — Añadió.

David no pronunció palabra después de aquello, supuso que la decisión que tuvo que tomar, no debió de ser nada fácil, por lo que no la quería agobiar. La estatua de Hor u Horus como se le conoce comúnmente, se echó hacia atrás, y volvió a colocarse en el sarcófago, como si de él nunca se hubiese bajado, pero no sin antes señalar el camino que debían tomar. Hacia la tumba, el mismo camino que la primera vez quisieron rechazar. Con el alma en los pies y el miedo reflejado en la cara, se cogieron de la mano para presentar batalla.

—Tengo miedo. — Dijo ella, estaba temblando.

—Lo sé, yo también, pero no me separaré de tu lado. — Respondió él y le apretó más fuerte la mano.

El pasillo por el que caminaban no era como los demás, los grabados de ese sitio eran mucho más elaborados, comparados con los otros que habían pasado.

—Mira, ¿ves esos dibujos? Representan el juicio de Osiris. — Explicó el joven, hasta que se topó con algo en medio del camino. — Uy, perdón. — Dijo al ver el hombre con el que se había chocado, que ni si quiera se inmutó.

—Creo que ese hombre está muerto. — Comentó Alba al ver la cara destrozada de aquel hombre, mientras tiraba de la sudadera de David con fuerza. — Y todos esos también. ¿Hacia dónde vamos? — Preguntó hasta que se quedó sin habla.

—Tranquila, seguro que este hombre está muerto, pero no tiene nada que ver con nosotros. Y todos estos… No lo sé, dentro de poco lo sabremos. — Añadió, y sintió como Alba se colgaba de su brazo, por ello la pasó hacia delante y fuertemente la abrazó.

Lo necesitaba, vaya si lo necesitaba. Sentir sus fuertes brazos rodeándola, hicieron que toda esa tensión acumulada de pronto se esfumara. Entonces enterró el rostro en el torso de David y prefirió no ver lo que la rodeaba, para no salir corriendo espantada. Estaban rodeados de muertos, que por suerte los ignoraban. Tenía ganas de vomitar, le dolía la cabeza y quería regresar a su casa. Ahora echaba de menos la dichosa cuarentena, pese a lo mal que lo pasó, pero estar en aquella tumba rodeada de cadáveres, era una mierda de regalo que no se merecía nadie.

—Mira, ya estamos cerca. ¡No me lo puedo creer! — Dijo David, hasta quedarse sin palabras por el asombro de ver aquella estampa.

— ¿Qué pasa? — Preguntó Alba, y al levantar la mirada se quedó anonadada.

Por fin habían encontrado el inicio de la fila, una gran puerta de energía en forma de círculo de color azul celeste, que giraba sobre sí misma formando un remolino de luz fluorescente. Aquella puerta o remolino, cambiaba de color según quien estuviese enfrente. Junto a la puerta había un trono dorado y en él un hombre verde, parecido a un extraterrestre, con dos bastones de oro y un sombrero que por cierto, le hubiese servido bien a los caraconos. ¿Os acordáis de ellos? ¿No? Bueno, digamos que a Marge Simpsons le hubiese encantado. Aquel imponente ser, decidía el destino de los hombres que se ponían ante él. Levantando el pulgar, decidía el color de la puerta, que aquellos hombres debían cruzar.

—Creo que el azul representa al paraíso o como lo conocen ellos, los campos de Aaru, mientras que el rojo, si no me equivoco, representa el infierno o el Ammyt, donde un ser con cabeza de cocodrilo, patas traseras de hipopótamo y patas delanteras, torso y melena de león, devora a los muertos que el Dios Osiris le mandó. — Explicó el joven muy ilusionado, al poder ver aquello de primera mano. —Mira, ahí está Anubis, pesando en la balanza el corazón de los muertos. Eso es lo que decide el destino de los ajusticiados, no Osiris, él creo que solo indica el color que debe tener la puerta, antes que pasen por ella. — Añadió.

—Parece que esto te encanta. Realmente lo disfrutas, ¿no es así? — Preguntó Alba extrañada.

—Entiéndeme, soy historiador. Ver algo así en primera persona, no tiene precio. — Contestó él, intentando hacer una broma para sacarle una sonrisa, pero la joven no la entendió.

— ¿No nos irán a hacer eso, verdad? Me refiero a lo de arrancarnos el corazón. — Preguntó ella nerviosa. ¿Acaso ese era el precio que tenía que pagar para salir de allí?

—Tranquila, después te lo vuelven a colocar en su sitio. — Dijo él, intentando parecer lo menos sádico posible, aunque con lo que había dicho resultaba difícil.

— ¿Qué me lo vuelven a poner? Soy médico, sin el corazón me muero. No creo que tengan una máquina a la que conectarme mientras tanto y dudo mucho de las medidas higiénicas de esa cosa. Ni siquiera lleva guantes, si no me mata al quitarme el corazón, me matará la infección. ¡No! ¡Definitivamente me niego! — Gritó, llamando la atención de los muertos que los rodeaban y de varios chacales que comenzaron a rodearla.

—No digas nada más, creo que ya no hay vuelta atrás. Yo estaré contigo en todo momento. — Le dijo David, mientras la volvía a abrazar, para interponerse entre ella y los chacales que los observaban.

Aquello se les hizo eterno, poco a poco la fila iba avanzando, pero incluso iba más despacio que la oficina de tráfico. ¿Sabes esa sensación que te invade cuando te va a tocar el turno en la consulta del dentista? Pues multiplícalo por mil y entenderás lo que sentía nuestra protagonista. Tres, dos, uno y por fin llegó su turno. ¿Ahora qué tenía que hacer?

El Dios Anubis se aproximó a ella, que se había quedado tiesa de la impresión, al levantar el cuello y verle de cerca en todo su esplendor. Ni si quiera podía articular palabra por culpa del miedo que la invadió. Poco a poco, aquella mano negra tan grande, se abrió paso hasta su pecho, se coló dentro y le extrajo el corazón que seguía latiendo. Alba inhaló. ¿De verdad estaba viva sin su corazón? Aquel seguía latiendo como si siguiese en su interior. Ella seguía siendo consciente de todo lo que la rodeaba, incluso miró a David que estaba custodiado por cinco chacales para que no se acercara, pero no escuchó nada.

Aquel perro gigantesco, puso su corazón sobre uno de los platillos de la balanza, después puso la pluma de Maat en el otro platillo y la cosa se equilibró. ¿De verdad su corazón pesaba tanto como aquella pluma? ¿De quién era, de un Pterodactylus por lo menos?

Entonces se fijó en los cuarenta y dos dioses que había sentado en unas gradas a su espalda. Cada uno le haría una pregunta y gracias a su respuesta, el corazón pesaría más o menos que la pluma traicionera. Si pesaba menos que ésta al final de la sesión, la puerta sería azul y encontraría la salvación, pero sí en cambio el corazón pesaba demasiado, la puerta sería roja y tendría una muerte horrorosa. Era extraño que una pluma pudiese pesar más que un corazón, pero según le había explicado David, el peso que tenía el corazón era de cosas malas o culpas que tendría la persona sobre su espalda. ¿Ese era el regalo que le habían otorgado? ¿Morir y viajar al cielo o pudrirse en el infierno? Menudo presente envenenado. ¿Qué hubiese pasado si no lo hubiese aceptado?

Comenzó la ronda de preguntas. Había de todo tipo, desde cómo te llamas hasta cuántos años tienes. Bueno, bien, eso se lo sabía, solo esperaba que no le preguntasen nada de astronomía. Otras preguntas fueron más difíciles de contestar, como por qué había veces que se sentía tan triste y sola, o por qué de Londres se tuvo que marchar. Esas preguntas se clavaron en su alma y afloraron viejos recuerdos, que sus ojos bañaron en lágrimas. Recordar a su madre, con la que quería a toda costa regresar, a su padre, al que no volvería a ver jamás, incluso a sus amigos, a los que no podría agradecer los buenos momentos que le hicieron vivir. ¿Cuántas preguntas iban? Había perdido la cuenta del tiempo gastado y de las preguntas que le habían realizado. Ya no podía más. ¿Por qué con ella estaban tardando tanto? No había mirado ni un solo momento la balanza desde que habían empezado, no estaba preparada para afrontarlo. Ni si quiera escuchaba a David a su alrededor, aunque sabía que estaba cerca de ella, bien custodiado. Ni el más mínimo ruido que no fuese la energía de la puerta girando o la pregunta de ese dios que estaba en su idioma realizando. ¿De verdad entendía ese idioma o es que se la habían traducido al suyo? ¿Habían tardado tanto con los demás, pero al ser ahora su turno se le eternizaba todo mucho más? Espera un momento.

¿Había oído bien? ¿De verdad había pasado la prueba?

Miró aquel platillo que rozaba casi la superficie de la mesa y el del corazón que estaba tan alto que hasta a los dioses les pareció un tremendo milagro. No solo era una persona justa y buena, también era sencilla y risueña, siempre dispuesta a ayudar a los demás, se había ganado el regalo que aquel dios le había querido dispensar.

El Dios Anubis le indicó el camino hasta la puerta, que estaba de color azul abierta y Alba temió lo peor. ¿Había pasado la prueba y aun así tendría que dejar la Tierra? Cabizbaja siguió a Anubis hasta la entrada y allí, el dios con cara de perro, volvió a colocarle el corazón en su hueco, sin previo aviso ni explicación.

— ¿Y ahora qué? — Preguntó ella perpleja.

Decidió atravesar aquella puerta, por algo la habían llevado hasta ella, pero no, Anubis bajó el brazo y lo interpuso entre Alba y la puerta. Le había cortado el paso por alguna razón. ¿Cuál era?

De pronto, Alba vio cómo una figura se le acercaba desde el otro lado de la puerta, una silueta de un hombre que le resultaba demasiado familiar. No podía ser cierto. ¿Qué hacía él allí? ¿Ese era el regalo que le habían otorgado? ¿David también sería juzgado?

CUENTO EN CUARENTENA 2 (Parte 6):

Hola cariño.

¿Papá? ¿Pero cómo es posible? ¿Qué haces en Egipto? Preguntó la joven perpleja, al ver la figura de su padre al otro lado de la puerta.

El cielo es el mismo para todos, aunque cada religión lo llame de una forma diferente. Respondió el padre, con su típica sonrisa asomando en el rostro.

¿Por qué estás aquí? Preguntó sorprendida. Tantas preguntas increíbles y va y le pregunta eso. Sería por los nervios.

Me fui muy rápido y no tuve tiempo de decirte lo orgulloso que estoy de ti, y lo mucho que os quiero a ti y a tu madre. Eres una mujer fuerte, inteligente y valiente, sé que muchas veces te sientes sola y te cuesta afrontar los problemas, pero tarde o temprano descubres la solución. Eres mi campeona. Quiero que sepas que cuido de tu madre y de ti desde ahí arriba, y no estás sola, ninguna lo está, pequeña mía. Te quiero. Le dijo él y su mano atravesó el campo de energía para tocarle la mejilla.

Alba sintió aquel frío roce y se llevó la mano instintivamente hacia la cara, donde sintió por un escaso momento, la mano de su padre secándole las lágrimas. ¿Ese era el regalo que le habían hecho? No tenía palabras para agradecérselo.

Alba, no nos queda mucho tiempo. Dijo su padre con una leve sonrisa, que le infundió la calma que necesitaba a nuestra protagonista.

— ¡No te vayas, por favor! Suplicó ella, mientras las lágrimas volvían a brotar de sus ojos.

Debo irme, pero recuerda que siempre estaré contigo. Solo una cosa más, para regresar a tu tiempo debes encontrarte a ti misma y aprender una lección. De todas y cada una de nuestras vidas, nos llevamos el recuerdo que más nos marcó. Dijo su padre, antes de desaparecer definitivamente para no volver.

¡No! Gritó ella, mientras se arrodillaba en el suelo. 

¿Estás bien? Preguntó una voz tras ella.

No lo estoy, pero lo estaré. Contestó la joven. Sabía que aquella voz pertenecía a David, pero en esos momentos solo quería seguir mirando esa puerta, por si su padre volvía a aparecer en ella.

David la ayudó a levantarse y la sacó de allí por el túnel que Dyehuti o Thot el escriba, les indicó. Aparecieron de nuevo en el antiguo Egipto, pero aquello era distinto. Si a David no le fallaba la memoria, y eso no solía pasar, su diseño geométrico ortogonal indicaba que se encontraban en otra capital.

Ajenatón fue capital a mediados del S. XIV a. C. El faraón Akenatón se trasladó con su consorte, la reina-faraón Neferneferuatón, también conocida como Nefertiti, y sus hijas a esta capital, ubicada entre Tebas y Menfis. Explicó David, para mantener a Alba distraída.

¿Y por qué nos han mandado aquí? Preguntó ella extrañada.

¿Qué te dijo tu padre? Quizás ahí esté la clave. Quiso saber el joven arqueólogo bastante intrigado.

Me dijo que tenía que encontrarme a mí misma si quería salir de aquí, y que de cada vida te llevas un recuerdo o algo así. Dijo Alba. Se acordaba exactamente de las palabras que su padre había utilizado, pero ese había sido su regalo y prefería reservárselo.  

Vale, podía haber sido algo más claro. Creo que significa que tendrás que encontrarte contigo misma, con tu vida pasada y obtener alguna cosa de ella, para poder regresar a nuestro tiempo. Le explicó él.

¿Y tú? ¿Acaso no piensas regresar? No te pregunté por lo que salió en tu juicio. Quiso saber Alba, al darse cuenta que había sido una egoísta al no preguntarle nada, pero ver a su padre la había dejado desarmada.

Todo bien, ya te lo contaré más adelante. Ahora debemos saber quién fuiste en tu vida pasada, para poder acercarnos a ella. Será una tarea difícil y nos llevará tiempo, pero podremos lograrlo. Dijo David a modo de discurso.

Anda qué curioso, tengo un colgante parecido a ese en mi casa. Dijo la joven, señalando a una mujer muy guapa y enjoyada, que se había asomado a una gran terraza.

¿Te refieres al collar que lleva Nefertiti? Preguntó él, al darse cuenta de la mujer a la que se refería su amiga.

¿Esa es Nefertiti? Repitió ella extrañada.

La verdad es que os dais un cierto aire. Puede que sea tu yo anterior y que ese colgante os conecte como el hilo de la vida. Contestó David entusiasmado.

¿Y cómo llegamos hasta ella? Preguntó la joven sorprendida. Se le hacía extraño verse a sí misma en otra vida. Se fijó en cada detalle, tenían la misma sonrisa, las dos llevaban la misma melena oscura y la misma esbelta figura. Yo soy más alta. Dijo al compararse con la reina de Egipto.

Sí, eres más alta y mil veces más guapa. Le dijo él y la besó en la cara. Podemos infiltrarnos, como en las películas de espías. Puedes hacerte pasar por una sirvienta y yo por un guarda. Añadió.

Si no queda otro remedio. Sentenció la joven, antes de seguir a David por las calles de la ciudad, hasta el interior del castillo donde la reina Nefertiti, guardaba la ciudad.

Alba y David se colaron en el palacio y mantuvieron las distancias con todos los criados. Se ocultaron con dificultad pero gran habilidad, hasta llegar a una habitación donde las ropas se solían lavar. De allí cogieron varios uniformes con los que pasarían desapercibidos, aunque tuvieron que deshacerse de los zapatos, porque no serían en esos tiempos muy bien vistos. Los enterraron en el jardín del palacio y decidieron permanecer juntos, aunque fuesen más despacio. Aquel palacio de piedra era impresionante, adornos dorados y artesanía de lo más original, parecía que habían llegado al rodaje de una película con un presupuesto sideral.

Alba se imaginaba viviendo en aquel palacio, rodeada de lujos por todos lados, con sirvientes que cumpliesen sus encargos y al sol abrasador del desierto, tostando su cuerpo ya bronceado. Adoraba el calor y ahora empezaba a entender por qué. Haber vivido en el desierto te hace inmune a cualquier calima, por mucho que te quejes cuando la tienes encima.

De pronto se fijó en David, del que apenas se había percatado al verse rodeada de tanto lujo clásico. Qué guapo estaba con ese traje de gladiador, con esas faldas blancas que dejaban poco a la imaginación, el torso desnudo y ese casco tan parecido a llevar un pelucón. Se fijó en sus fuertes piernas, cuyos músculos parecían estar esculpidos en ellas. Y después cayó en la cuenta, que ella también llevaba al aire las piernas, pero se alegró al recordar las sesiones de láser, que se había dado unos meses antes de viajar. Un dinero muy bien invertido, pensó, sobre todo en esas condiciones en las que terminó.

Subieron a la planta superior por una escalera blanca de piedra, que a Alba le pareció hermosa. Recorrieron cada habitación buscando a la reina, tendrían que encontrar la terraza para dar con ella. Entonces, escucharon gritos y una fuerte discusión. Alba cogió la mano de David y este le guio hasta la estancia de la que provenían los gritos, que se escuchaban por toda la región. Abrieron la puerta lentamente, tan solo una rendija, para ver lo que pasaba enfrente. El faraón sostenía una daga en una de sus manos y con ella a Nefertiti apuñaló. Alba se soltó de David y entró en la habitación como un rayo endemoniado y comenzó a gritarle a ese hombre que se quedó asombrado. Obviamente el hombre no entendía nada, pero David que entró después que Alba, le dijo que no le pusiera una mano encima a su amada. ¿Se refería a la amada del faraón o a la suya?

Alba se arrodilló junto a la reina sin percatarse de nada, porque ésta se desangraba. Presionó la herida con sus manos y le pidió que no temiese nada, ella era médica y estaba allí para salvarla. Y entonces sintió una especie de conexión extraña, cuanto más palpaba la herida, más dolor sentía ella misma en sus entrañas. ¿En verdad estaban conectadas? ¿Había encontrado realmente a su vida pasada? ¿Por qué al tocarla con ella empatizaba?

Al parecer la herida había dañado algún órgano interno y la reina estaba sufriendo, no sería una muerte rápida, pero sí agónica. Y en cuanto a David, no pudo contener más al faraón y se vio envuelto con él en una lucha sin control.

¡Sácala de aquí, yo iré tras de ti! Le dijo el joven, mientras forcejeaba con el faraón, ganando tiempo para que Alba huyese con la reina de aquella habitación.

Alba cogió a Nefertiti del brazo y tiró de la reina hacia fuera, entonces sintió que al tocarla su mano se fundía con ella. Retiró inmediatamente la mano de su brazo y la cogió del vestido, aunque intentó hacerlo con cuidado para no desgarrarlo. Bajó con ella la escalera y se ocultaron tras una puerta que había allí cerca, en una sala de armas llena de arcos, flechas, hachas, espadas y armaduras muy bien forjadas.

Aquí estaremos a salvo, de momento. Dijo Nefertiti.

¿Hablas mi idioma? Preguntó Alba perpleja, mientras no dejaba de presionar la herida de la reina.

¿Acaso no eres de aquí? Preguntó tan sorprendida o más que ella.

No, no lo soy. Soy canaria. Le contestó la joven, cosa que la reina no comprendió muy bien.

¿Y eso dónde está? ¿Más allá del Nilo? Quiso saber emocionada.

En realidad sí. Contestó Alba extrañada. Estaba claro que la reina no hablaba otras lenguas, quizás al ser su vida pasada, ellas se entendieran. Había oído hablar de esas cosas, pero nunca pensó que pudiese vivir una de cerca.

Poco después, la puerta se abrió lentamente y esas dos mujeres se armaron de valor, si debían dejar este mundo, que fuese peleando y con honor. 

CUENTO EN CUARENTENA 2 (Parte 7):

Alba cogió un hacha que había cerca de ella, colgada en la pared y por poco se cae al suelo al intentarla sostener. Nefertiti en cambio escogió una espada afilada, seguramente también fuese bastante pesada, pero se notaba que la reina estaba acostumbrada. Se pusieron en guardia mientras la puerta se abría lentamente, y de repente, una cabeza de se asomó por la rendija, haciendo que Alba respirase tranquila. Soltó el hacha y se fue corriendo hacia David para abrazarle, que la empujó con delicadeza hasta el interior de la habitación, para poder ocultarse.

¿Estás bien? ¿Dónde te habías metido? Le preguntó ella al ver el gesto de dolor en la cara del pobre chico.

Creo que no estoy muy bien, pero no te preocupes por mí, debes salir de aquí. Respondió él, mostrándole la mano llena de sangre, que tenía apoyada sobre su abdomen.

— ¡No puede ser, es la misma herida que tiene la reina! Dijo la dulce doctora, a sabiendas que aquella herida la dejaría en aquel mundo sola. No puedo hacer nada, no tengo el material necesario. Se disculpó lamentándolo.

Lo sé, no te preocupes, es mi hora, me lo dijo Anubis en mi juicio. Añadió el joven, sentándose en el suelo junto a la reina para descansar, ya que las fuerzas comenzaban a flaquear.

¿Qué? Preguntó la joven perpleja. ¿Por qué no le había dicho nada sobre el tema?

Mientras tú hablabas con tu padre, realizaron mi juicio. Estábamos allí por mí, no por ti, pero al acompañarme te viste envuelta en aquella situación y quisieron premiarte por tu valor. Además, tu juicio salió tan bien, que me hicieron a mí también un regalo. Explicó el joven, que seguía desangrándose en el suelo, procurando ganar algo de tiempo. Y eso que Alba le había quitado las manos de la herida y presionaba con todas las fuerza que tenía.

Auch, duele. Le dijo él, al sentir la presión sobre la herida. Me ofrecieron tiempo, es el mejor regalo que pudieron haberme hecho. Permitieron que te ayudase a regresar a nuestro tiempo, tras esto yo moriría de nuevo y cruzaría la puerta hacia Aaru, hacia el mismísimo cielo. No está tan mal el trato, si lo miras bien, he podido disfrutar de ti un poco más.

No puedes dejarme, no hemos descubierto la forma de regresar, y aún podemos encontrar una solución a todo esto. Quizás si regresas conmigo, no tendrán más remedio que dejarte marchar. Discurrió Alba, mientras las lágrimas volvían a brotar de sus ojos, como cientos de gotas de lluvia resbalando por un gran ventanal.

Estoy muerto, Alba. Cuando caímos por el agujero me rompí el cuello, pero tú sobreviviste. Los perros que vimos y que nos guiaban, me llevaban a mí hacia el juicio de Osiris, no a ti. Tú debes regresar a casa y seguir con tu vida, que por lo que tengo entendido será muy larga. Le dijo él con voz pausada, y entonces comenzó a sentir un profundo sueño que no le abandonaba.

¿Y cómo regreso? Quiso saber ella, a sabiendas que apenas les quedaba tiempo.

Fusiónate con la reina. Ahora entiendo los libros de historia y porqué Nefertiti llega a un punto en el que desaparece de ellos sin ninguna explicación. Jamás se encontró su momia, ni hay registros de lo que le pasó. Debéis fusionaros, cogeos de las manos antes que muera, y eso hará que tengas el poder suficiente para regresar a nuestro hogar. Explicó lentamente, le costaba mucho respirar y el sueño aumentaba cada vez más.

No te vayas, no me dejes. Dijo ella, hundiendo la cara entre sus clavículas.

Por mí no lo haría, me quedaría contigo a vivir mil vidas, pero es hora de irme. Te quiero, pequeña aventurera. Le dijo en un susurro y después se marchó.

Yo también te quiero.

Y el silencio lo inundó todo. Aquel joven que al principio parecía un grandísimo pesado, terminó convirtiéndose para Alba, en el ser más preciado con el que se había topado. Veló por ella todo ese tiempo sin apenas conocerla, y ahora que la meta estaba tan cerca, debía dejarlo marchar y cerrar la puerta. ¿Por qué siempre le iba mal en el amor? Estaba claro que no era la única, pero para una vez que se había enamorado de verdad, que había encontrado a esa persona que consideraba especial, volvería a estar como al principio de los tiempos, en la línea de salida. Aquel juego estúpido del amor, donde Cupido es de tu vida dueño y señor, y en el que tú media naranja termina siendo tu medio limón, termina complicando la vida de cualquiera en la misma situación

. El caso era que apenas le quedaba tiempo, Nefertiti estaba muy mal y no tardaría en seguir los pasos del joven que yacía en el suelo, muerto. De repente se escucharon voces al otro lado de la puerta, Alba no lo sabía, porque obviamente no los entendía, pero la guardia estaba a punto de tirar la puerta abajo, buscando a los traidores que al faraón habían atacado.

Alba cogió las manos de la reina y volvió a sentir lo mismo que sintió, cuando se acercó a ella en la otra habitación, esa sensación, el mismo dolor... De pronto sus manos comenzaron a fundirse con las de la reina y sintió una fuerte atracción, como si un agujero negro se hubiese creado en medio de ellas dos. De repente le vinieron a la mente un sinfín de recuerdos robados, como dar a luz a seis hermosas hijas o la vida que tuvo la reina en palacio. Aquellos recuerdos que Nefertiti podía ver, a través de los ojos de Alba, eran el último suspiro que daba la reina, antes de dejar volar su alma.

De repente la puerta se abrió y con el faraón a la cabeza, la guardia enmudeció. Las dos mujeres terminaron de fusionarse y desaparecieron junto a David en ese mismo instante. En aquella habitación no quedó nadie, tan solo un inmenso charco de sangre. ¿Cómo relatarían aquel suceso en los libros de historia? ¿Acaso habéis encontrado algo tras haberlo investigado? Yo tampoco, hay cosas que es mejor callar, para evitar que por loco te puedan tomar.

El faraón salió de aquella habitación e hizo matar a los guardias que estaban junto a él, debía deshacerse de todo aquel que pudiese comentar, la escena que acababa de contemplar. Lo que vio debería perderse en el tiempo, al igual que la reina y todo lo relacionado con ello.

Abrió los ojos y sintió que estaba rodeada de arena, se levantó con cuidado y descubrió que su mochila estaba cerca. A los pies de esa columna en la David, le sacó aquella foto por la que el joven tuvo que morir. Entonces se dio cuenta que el agujero se estaba cerrando justo a su lado, el mismo agujero por el que hacía días se había colado. Pero al asomarse dentro, vio dos cuerpos que recientemente habían caído dentro. ¿Se estaba viendo a sí misma en aquel momento? ¿Cómo podía estar en dos sitios distintos a la vez? Pensó mientras el agujero se terminó de cerrar y el peligro al fin quedó atrás.

Se quitó las ropas con las que se había camuflado y las guardó en la mochila, de donde sacó un vestido corto de lino blanco y unas sandalias abiertas atadas al tobillo. Aquel traje serviría para recordarle la aventura que vivió junto aquel joven del que sin querer se enamoró y por ello se quedó mirando un largo tiempo al trozo de tierra donde el agujero se cerró. Escuchó llamar al guía y la sacó de su ensoñación, porque el autobús en cinco minutos partía y no quería quedarse sola en aquel rincón. Alba ya se lo estaba imaginando, irían al hotel hasta que reparasen su barco y en algún momento en el camino, se darían cuenta del joven que había desaparecido. ¿Cómo les iba a explicar lo que había pasado? ¿Acaso la creerían o la tomarían por loca como se estaba imaginando? No quería acabar en una cárcel el resto de sus días, sería mejor obviarlo todo y fingir que nada sabía.

Mientras regresaba al autobús con el alma en un puño, decidió desahogarse y hablar con sus amigas del consejo de sabias, ellas sabrían cómo calmarla. Escribió un breve mensaje pidiendo que contactaran con ella, algo extraño en su conducta, ya que estaba acostumbrada a mandar miles de mensajes sin dar tregua. A veces aparecían cincuenta mensajes de golpe, cuando sus amigas encendían el móvil, pero en esta ocasión pensó que no era la mejor forma, de contarles la aventura que vivió. Quizás las llamase si le contestaban, o directamente se cogería un vuelo hasta el norte para contarles en persona aquella hazaña. Necesitaba sacar de su interior todo aquello que había vivido, pero no quería dejar pruebas que la incriminasen por si descubrían que al joven desaparecido había conocido. Decidió terminar el viaje para no levantar sospechas, después recogería a Cristina en León, si es que había vuelto de su expedición, y juntas viajarían a casa de Johanna, para descargar sus penas en Cantabria y superar juntas aquel drama.

Seguramente su amiga comprendiese mejor lo que había pasado, al ser escritora tendría cierta idea de esas historias. Podría explicarle cómo se había visto envuelta en esa situación, a cambio de hacer un cuento con ese relato y una buena conversación. Terminaría siendo famosa, viajando por el mundo a cambio de entrevistas y alguna que otra extraña situación, que compartiría con sus dos amigas, como en Sexo en Nueva York. Lo malo era que necesitaban una cuarta integrante, porque dudo mucho que a Iván pudiese interesarle. Primero el “Consejo de sabias” y después los “Chicos de oro”, los nombres de los grupos a los que Alba podría incorporarte, sin ni siquiera avisarte. Pero doy las gracias a esa cabecita loca que todo el mundo adora, por presentarme a gente tan molona y ser digna protagonista de esta historia.

 FIN

<<El primer capítulo del nuevo cuento, será la continuación (con nuevos protagonistas) de este que acabas de leer, que a su vez es la continuación del primero, como puedes ver. Espero que os esté gustando tanto la experiencia, como el cuento en sí, y que pronto se acabe la cuarentena o no sabré qué más escribir. Jajaja. >>

 

 

 

 

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