domingo, 4 de septiembre de 2022

Los demonios de Salomón

 <<Este cuento está basado en los 72 demonios de Salomón y creado para el directo de mi amigo streamer e ilustrador, Diosporis. Por ello no aparecerá en mis directos de Twitch, como el resto de cuentos que aparecen en el blog. >>


PRIMERA PARTE

El Conde Bifrons

Mientras Saúl rebuscaba por aquella pequeña tienda de hechicería, a las afueras de la ciudad, una piedra que le ayudase a conciliar el sueño; su amiga Helena se detuvo a oler los inciensos que había expuestos. Ella era especial, no tenía poderes, como las brujas que salían en la tele, pero adoraba el mundo de lo oculto: piedras, velas e inciensos. Cultivaba sus propias plantas en un pequeño huerto urbano para fabricar ungüentos y solía vestirse de bruja la noche de Halloween, para tener una excusa para devorar todos aquellos caramelos que le sobraban cada año (siempre compraba de más, por si acaso).

Saúl en cambio era más escéptico, lo que más le gustaba era dibujar en su Ipad, del que nunca se separaba. Soñaba con ser un gran ilustrador y trabajar para alguna compañía importante como Marvel o DC, pero con el tiempo, aquello dejó de tener importancia.

Comenzó a soñar con demonios, monstruos deformes y sanguinarios, que se adentraban en el mundo a través del cráter de un volcán en erupción. Aquellos demonios que monopolizaban sus sueños, se habían convertido en su mayor fuente de inspiración.

Abrió su Ipad y perfiló el dibujo que había estado trazando en el autobús, mientras Helena le hablaba sin cesar de las propiedades mágicas de las piedras, que le ayudarían a conciliar el sueño que tanto empezaba a extrañar.

    El Conde Bifrons, curioso —dijo una voz por encima de su hombro.

    ¿Lo conoce? —Preguntó Saúl.

    Sí, por desgracia los conozco a todos. ¿Por qué un joven como tú, con tanto talento, dibuja esos monstruos?

    No logro sacármelos de la cabeza.

    Está muy logrado, pero yo le pondría los ojos color rojo sangre, le va mucho más.

    En mis sueños los veo en blanco y negro, es extraño.

    Lo extraño es soñar en color, aunque… creo que para ti eso cambiará muy pronto.

    ¿Por qué dice eso?

    Se acerca la fecha en que los demonios se levantarán y caminarán entre nosotros. Los acontecimientos que estamos viviendo en los últimos tiempos, debilitan el campo energético que nos protege. Pronto el velo que separa ambos mundos caerá. Debes estar preparado.

    ¡Saúl, encontré la piedra que te decía! —Gritó Helena, desde el otro lado de la tienda.

Saúl se giró, y cuando volvió la mirada hacia la mujer con la que hablaba tras el mostrador, ya no estaba. La mujer se había esfumado sin dejar rastro. Entonces llegó la dependienta y le preguntó si podía ayudarle en algo. Saúl sintió que algo le llamaba, una especie de susurro que le obligaba a mirar detrás de la dependienta y, entonces, vio un cuadro de una mujer entrada en años con la mirada perdida en el horizonte.

    ¿Dónde está esa mujer?

    ¿Cuál?

    La del cuadro, estaba hablando con ella y de repente ha desaparecido.

    ¿Con mi madre? —La mujer hizo una pausa dramática y… —. Lleva muerta diez años.

    ¿Muerta? Pero si acabo de hablar con ella. Estaba allí, detrás del mostrador —dijo Saúl, señalando.

    ¿Ha hablado contigo? Debes de ser muy especial. Los espíritus no suelen aparecerse a personas ajenas a su vida, a menos que tengan algo importante que comunicar. ¿Qué te dijo?

    Que los demonios caminarán entre nosotros pronto, o algo así. No la entendí muy bien…

    ¿Qué? Debéis iros, la tienda está cerrada —le dijo, empujándole fuera a la par que a su amiga, que se había quedado atónita con la escena.

    Yo quería comprar esto… —dijo Helena.

    Te lo regalo, ahora, por favor, marchaos. He de prepararme. El final se acerca —dijo la dependienta, antes de cerrarles la puerta en las narices y colgar el cartel de cerrado a medio día.

Los dos jóvenes deshicieron el camino andado, mientras Helena presumía de sus nuevas adquisiciones y Saúl no dejaba de contemplar a aquel demonio en la pantalla de su Ipad. ¿Qué acababa de pasar? ¿Había visto un fantasma realmente? ¿Por qué se le había aparecido a él? ¿Aquél demonio tenía algo que ver?

<<El Conde Bifrons era un demonio, conde del Infierno, con seis legiones de demonios (veintiséis para otros autores) bajo su mando. Enseñaba ciencias y artes, las virtudes de las gemas, maderas y hierbas, y trasladaba los cuerpos de sus tumbas originales a otros lugares, algunas veces poniendo luces mágicas en las tumbas que parecían velas… >>

    ¿Qué lees? —Preguntó Helena.

    La Wikipedia.

    Ya lo veo, pero… ¿el qué?

    Sobre el dibujo que estoy haciendo, está inspirado en un demonio real.

    Las brujas no creemos en demonios, eso es más del catolicismo. Nosotras pensamos que todo es energía, luminosa u oscura, pero en el fondo todo es lo mismo.

    Bueno, lo mismo no será.

    Ya, los llamamos entidades oscuras, para separarlos de los seres luminosos.

    Cada uno lo llama de un modo, pero en el fondo, todos los seres oscuros son demonios.

    Podría decirse que no, hay clases diferentes, no todos son demonios realmente.

    Creo que de esto sabes más que yo, algún día me tendrás que dar alguna clase.

    Cuando quieras, ahora… toma.

    ¿Qué me das?

    La piedra que te dije, te ayudará a dormir por las noches.

    ¿Cuál es?

    Aventurina, entre otras propiedades, ayuda contra el insomnio.

    A ver si me ayuda, porque ya no aguanto más.

    ¿Tienes muchas pesadillas?

    Cada noche.

    Toma esto también, quizás te ayude.

    Un atrapasueños.

    Suelen absorber las pesadillas.

    ¿Y si no es una simple pesadilla?

    ¿Te refieres a una premonición?

    No lo sé, no me hagas caso. El no dormir me está pasando factura.

Cuando llegaron a sus respectivas casas, Saúl colocó el atrapasueños en la cabecera de su cama y la piedra bajo la almohada. Si aquello no funcionaba, tendría que pedir cita en el médico para que le medicaran.

Se tumbó en la cama y, lentamente, el sueño se apoderó de él. ¿Con qué demonio tendría que lidiar aquella noche? Todos distintos, pero igual de terroríficos. ¿Tendría razón aquel fantasma y se estaría preparando una gran batalla?

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Marqués Phenex

Saúl despertó en medio de un claro en el bosque, rodeado de árboles altos y jazmines por todos lados. Se respiraba paz, bajo aquella luna llena que con su fulgor, iluminaba la escena. De repente, escuchó una dulce melodía que se acercaba hacia su posición y, al fijar la vista en aquella silueta, se dio cuenta que, un fénix revoloteaba sobre su cabeza.

Saúl no daba crédito, pues las plumas de aquel pájaro resplandecían en tonos rojizos y dorados, eclipsando a la mismísima luna que permanecía vigilante en lo más alto. El animal tocó tierra y se aproximó a él con cierto contoneo, pero… a cada paso que daba el animal, un temblor sacudía el lugar.

Poco a poco, Saúl vio cómo se abría una grieta en el suelo, antes que el pájaro alzase nuevamente el vuelo. El joven comenzó a correr hacia los árboles, huyendo de aquella grieta que amenazaba con tragárselo entero, pero justo cuando estaba a punto de alcanzar el primero de los troncos y trepar por él, algo sujetó su pie.

Cayó al suelo y comenzó a ser arrastrado hacia el interior de la grieta, de la que salían cientos de manos de la piedra. Millones de condenados formaban el infierno al que Saúl estaba siendo arrastrado, mientras le arrancaban las ropas y le tiraban del pelo.

Entonces, se fijó en un saliente en la roca libre de manos y, con todas sus fuerzas, luchó hasta llegar a tomar tierra. Agotado, se sentó en la roca a reponer el aliento, mientras veía que en el fondo del abismo en el que se encontraba, solo se veían fuego y lava.

¿Realmente estaba en el infierno? De nuevo esa melodía. ¿Otra vez el pájaro? ¿En qué lio le metería esta vez? Entonces se fijó en que, en el saliente, había una llave de plata con el símbolo de libra grabada. ¿Aquello significaba libertad o era una trampa más?

No tenía nada que perder, por lo que cogió la llave, y, al hacerlo, una roca que tenía a su espalda vibró y en ella se formó un agujero. Metió la llave en la rendija, encajaba a la perfección y, allí, al abrir la puerta que de la nada se formó, encontró un cofre que enseguida abrió.

En su interior encontró una baraja de tarot con imágenes demoniacas. ¿De cuál se trataba? Aquellos dibujos eran increíbles y estaban hechos en tres dimensiones, lo que les aportaba un realismo sin igual. Pasando las cartas encontró al fénix que le había estado rondando y, al mostrarle la carta al animal, éste volvió a cantar.

Aquella melodía era embriagadora, tanto, que sin darse cuenta, cayó rendido en un profundo sueño, mientras sujetaba la baraja de cartas en las manos.

 

    Saúl, ¿estás bien? ¡Despierta! —Le dijo una voz femenina que reconocía.

El joven abrió los ojos y pudo comprobar que estaba en casa, en su cama, donde había caído rendido la noche anterior, tras su visita a la tienda esotérica con su amiga Helena, que por cierto, era la voz que le había traído de vuelta.

    ¿Helena? ¿Qué haces aquí?

    Llamé y tu compañero de piso me abrió la puerta. ¿Estás bien? Parecías tener una pesadilla.

    Así era.

    ¿Por qué no colocaste en atrapasueños en la cama?

    Lo hice.

    Pues no está, lo tienes en la basura —dijo la joven, sacándolo de allí.

    Yo no lo puse ahí, estoy seguro.

    Entre el sueño que tuve y esto, no entiendo nada.

    ¿Qué soñaste?

    Soñé con un ave fénix, que quería arrastrarme al infierno. Aunque en realidad, no sé si después me salvó la vida o no.

    ¿Lo dices en serio?

    Sí, porque me ayudó a encontrar unas cartas de tarot y cuando se las mostré, me cantó y después he aparecido aquí.

    ¿Esas cartas?

    ¿Cuáles?

    Las que tienes en la mano.

Saúl miró su mano derecha y efectivamente, allí estaba la baraja de su sueño. ¿Qué significaba aquello? ¿Acaso era realmente posible? ¿Y si seguía soñando?

    Déjame verla —le pidió Helena, pero al intentar cogerla, se quemó.

    ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Te di calambre?

    No, me he quemado.

    ¿En serio? ¡Qué raro, porque a mí no me pasa!

    No lo sé, pero me he quemado al cogerla.

    Prueba otra vez.

    No, gracias.

    No puede ser, yo la estoy sosteniendo y no quema.

    Pues a mí me ha quemado, mira, tengo la mano roja.

    Esto es demasiado raro.

    Déjalas ahí encima de la mesa, a ver qué pasa.

 

Y Saúl lo hizo, pero no pasaba nada. Esperaron varios minutos y la mesa seguía intacta. ¿Cómo había conseguido llevarse la baraja a casa desde su sueño? ¿Realmente había estado en el infierno?

    ¿Ves? Creo que es producto de tu imaginación.

    ¡No lo es, me volví a quemar! —Se quejó Helena, tras intentar por segunda vez coger la baraja de tarot.

    ¿Y por qué a mí no me quema?

    No lo sé, te la dieron a ti en tu sueño; cosa bastante rara de por sí. Quizás sea un modo para comunicarte con ellos y saber lo que quieren de ti.

    ¿Con quienes?

    Demonios.

    ¿Qué quieren de mí?

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Príncipe Vassago

Saúl intentaba prestar atención a su amiga Helena, pero se sentía agotado, el sueño de la pasada noche le dejó extasiado. La observaba, sus labios se movían, pero no la comprendía.

De repente, pasaron por una cafetería y decidieron entrar dentro. Saúl estaba sediento y algo mareado, le vendría bien tomar algo. Al entrar, pidieron dos cafés y se colocaron en un rincón apartado, para poder hablar del tema demoniaco sin que los allí presentes les tomasen por dos pirados.

El joven observaba aquel líquido negro danzar en la taza, mientras lo removía con la cucharilla y recordaba la pesadilla pasada. Sentir aquellas manos, el intenso calor que desprendía aquella grieta sobre su piel…

    ¡Saúl! ¿Me estás escuchando? —Preguntó Helena un poco irritada.

    ¿Qué decías? —Respondió el muchacho volviendo a la vida.

    Llevo media hora contándote lo que he descubierto y no me has hecho ni caso.

    Lo siento, estoy muy cansado.

    Normal, menudo sueño tuviste anoche. ¿Has traído las cartas?

    ¿Qué cartas? —Preguntó Saúl, que estaba más espeso que su café.

    Las de tarot. Las de tu sueño.

    Ah, sí. Las tengo aquí en el bolsillo del pantalón —dice, sacando la baraja y dejándola sobre la mesa.

    ¡Qué raro!

    ¿Qué sucede?

    Sigo sin poder tocarla, solo tú puedes hacerlo sin quemarte —respondió la joven, tras realizar el tercer intento para coger la baraja.

    Sí que es extraño.

    ¿Has probado a hacer alguna pregunta?

    ¿Y eso cómo se hace?

    Según estuve indagando, debes barajar las cartas mientras piensas en algo que quieras saber y después sacas una carta.

    ¿Probamos suerte?

    ¡Claro!

    Aunque… no sé qué preguntar.

    ¿Por qué te pasa esto? No sé, sería lo que yo preguntaría primero.

    Está bien. Así lo haré.

Entonces, Saúl recogió las cartas y comenzó a barajarlas, mientras se preguntaba por qué le pasaba todo aquello a él. ¿Qué tenía de especial? De repente, soltó una carta y apareció la estrella. Una mujer rubia con dos cántaros junto a un río y de fondo un cielo estrellado.

Aquella mujer alzó la mirada en el interior del dibujo y le sonrió. De pronto, todo se nubló a su alrededor y sintió que una fuerza descomunal, como un gran imán, le atrapaba hasta el interior de la carta. Volvía a suceder lo mismo que en su pesadilla. ¿Estaba despierto o dormido?

Se vio a sí mismo en un prado verde y bajo un cielo lleno de estrellas, sin rastro de Helena. Poco después de haber recorrido con la mirada hasta donde alcanzaba su vista, vio al fondo el riachuelo y a la mujer de cabellos dorados que, con una dulce voz, le llamó en la lejanía.

Al acercarse a ella, comprobó que estaba desnuda. Sus turgentes pechos —apenas ocultos tras los mechones de su largo y dorado cabello —sonrojaban las mejillas de Saúl y le ponían algo incómodo. No quiere ser descortés, pero no se podía contener.

La mujer terminó de recoger el agua del río y se levantó para continuar su camino, no sin antes, pedirle con la cabeza al joven que la siguiese, pues, al parecer… alguien le esperaba cerca.

Saúl mantuvo la distancia y procuraba apartar la vista de las posaderas de la muchacha, hasta que de repente, ella se paró sin previo aviso. El joven observó cómo una gran puerta de madera tallada, con incrustaciones hechas de estaño, se alzaba ante él de la nada.

¿De la nada? Así es, pues no había estructura que la sostuviese, ni parecía haber nada tras ella. El joven buscó la mirada de la muchacha de los cántaros de agua, pero la joven ya no estaba, solo se encontraba aquella puerta frente a él; pues, el camino por el que transitó momentos antes, se lo tragó la nada.

Oscuridad absoluta y solo esa puerta que destacaba en medio de un paisaje desolado. Esos dibujos tallados mostraban varios demonios a los pies de un ser de estilo reptiliano. Ahora estaba dentro de un círculo hecho de velas azules, que delimitaban la zona en la que Saúl se hallaba. ¿De dónde había salido? El joven cogió el picaporte y lo giró lentamente. Poco a poco, tiró de la puerta hacia él y, de ella, salió una brisa con aroma a incienso de cedro, que de golpe apagó las velas dejándole en tinieblas y temblando de miedo.

Saúl se coló por la puerta y, al hacerlo, de golpe ésta se cerró. Sus pies estaban empapados, pues el agua del suelo le llegaba a cubrir los zapatos. Entonces, una luz azul se encendió en el centro de la sala y, bajo ella, una especie de reptiliano sentado sobre un cocodrilo, apareció con un cuervo revoloteando sobre su cabeza.

    Acércate, Saúl. Se bienvenido a mi humilde morada —dijo aquel reptil con apariencia humana. Al parecer, era el mismo que aparecía en los grabados.  

    ¿Me conoces?

    Así es, aquí todos te conocemos.

    ¿Por qué?

    Eres el salvador, aquel que abrirá las puertas del infierno.

    ¿Qué? ¿Cómo?

    Eso debes descubrirlo tú con el tiempo. Cada uno de los demonios que te visitaremos, te daremos una pista de cómo hacerlo.

    ¡Yo no quiero abrir las puertas del infierno!

    No quieres, pero lo harás —dijo, descendiendo del cocodrilo que, comenzó a mover la cola como si estuviera cazando moscas.

    ¿Por qué yo?

    Tienes un talento innato, que no ha pasado desapercibido para los altos mandos.

    Si no quiero hacerlo, ¿pasa algo?

    Lo harás, tarde o temprano. Dibújanos a todos, así no perderás detalle de nuestro mensaje.

    ¿Qué mensaje?

    Ya te lo dije, Saúl. Tú eres la llave para abrir las puertas del infierno.

    Esto debe de ser una broma.

    No lo es. Quédate con las cartas que te dio Phenex, serán nuestro canal de comunicación más efectivo. Y ahora, es el momento de regresar a tu mundo. ¡Despierta! —Me dijo, antes de volver a sumirme en las tinieblas.

    ¡Saúl! ¡Despierta! —Me gritó Helena. Estaba de vuelta en la cafetería.

    ¿Qué ha pasado? —Pregunté, algo desorientado.

    No lo sé. De repente has puesto los ojos en blanco y las luces de la cafetería se han apagado. He intentado despertarte, pero me ha costado un buen rato.

Entonces, vieron cómo un empleado de la cafetería se acerca a los clientes y les pide que desalojen el local, pues los plomos se han fundido y no pueden trabajar. Saúl guardó la baraja de tarot, nuevamente en su bolsillo, y dejó sobre la mesa el café ya frío.

Antes de salir, echó un vistazo a los empleados, que no se explicaban lo que había sucedido. ¿Un pico de tensión? ¿Algún cortocircuito? ¿O quizás se fudieron los plomos por culpa de una mala instalación? Solo Saúl sabía lo que realmente pasó, pues el Príncipe Vassago estaba rodeado de agua y, con la electricidad, no resultaba muy buena combinación.

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Conde Botis

Las líneas trazadas sobre la pantalla de la tableta de Saúl, comenzaban a formar una figura extraña. Al principio solo eran cilindros de diferentes tamaños, colocados a distintas alturas y con los bordes acentuados, pero… poco a poco, aquel demonio iba tomando forma.

Recordó lo que le había dicho el último demonio que le visitó unos días atrás en la cafetería: <<Dibújanos para recordar los mensajes que te daremos, pues tú eres la llave para abrir las puertas del infierno. >>

¿Por qué él? Había muchos otros jóvenes con talento en el mundo. ¿Qué tenía de especial?

Dejó el dibujo a un lado y abrió la carpeta de su ordenador, donde tenía sus primeros trabajos guardados. Había mejorado mucho, eso estaba claro. Recordó el colegio, aquella dura etapa de su vida en la que sus dibujos le ayudaron a soportar cada día. Al principio había sido una vía de escape, ahora era toda su vida.

Si pudiese mostrarle su trabajo a todos aquellos que se rieron de sus sueños, convertirse en un artista y poder vivir de ello… Le encantaría ver su cara cuando se enterasen de su éxito.

    Y pensar que soy el guardián de las llaves del infierno. Quizás podría comprarme un perro y llamarle Cerbero —pensó Saúl a modo de broma, mientras regresaba a su dibujo inacabado del príncipe Vassago.

Helena llevaba un par de días sin dar señales de vida —inmersa en un sinfín de libros y artículos de internet, como estaba —buscaba una respuesta para lo que a su amigo le pasaba, pero no había precedentes.

El joven observó las cartas de tarot que había esparcidas sobre su mesa y de repente una le llamó la atención. Tenía un brillo especial de color rojizo, que destacaba por encima de todas las demás.

Saúl no pudo evitarlo y alargó la mano para tocar la carta. Sabía que no debía hacerlo, que aquello le transportaría a otro de esos sueños raros en los que, últimamente, se veía inmerso, pero no pudo evitarlo y cayó presa de un profundo sueño.

El olor a lavanda le despertó de su letargo. Estaba tendido sobre un suelo arenoso de tonos anaranjados y rodeado de velas del mismo color, que formaban un círculo perfecto a su alrededor. Se impulsó con las manos para levantarse, pues estaba tendido boca abajo y, al hacerlo, se dio cuenta que la Tierra se veía en lo alto del cielo: por ello, le costó tanto reconocerla en un primer momento. Ya no estaba en casa, sino en Marte. ¿Cómo demonios podía respirar aquel aire?

    Sé lo que estás pensando, que esto debe ser algún tipo de sueño, como los otros que tuviste, pero en realidad no lo es —dijo alguien a su espalda.

    ¿Quién eres tú? —Preguntó Saúl, dando un paso hacia atrás, al ver de quién se trataba.

Una gigantesca víbora de color anaranjado se alzaba ante él a más de dos metros del suelo y con un diámetro superior al de un televisor de 50 pulgadas. Sus ojos azules como el mar, tan escaso en aquel lugar, fijaron la mirada en el pobre Saúl, que no comprendía cómo una animal de esa magnitud podría haber pasado inadvertido al radar de la NASA. ¿Lo sabrían y no habrían dicho nada?

De repente, aquella víbora comenzó a retorcerse hasta convertirse en un hombre con cuernos y grandes dientes, que portaba una espada con la empuñadura en forma de serpiente. Sus cuernos recordaban a los del macho cabrío y, sus dientes, a los de un viperino (víboras o áspides).

    ¿Te ha comido la lengua el gato, chaval? —Preguntó aquel hombre tan extraño.

    No, perdone, fue la impresión de ver su transformación lo que me dejó sin palabras.

    Menos mal que no te elegimos por tu elocuencia, sino por tu pericia con las manos. ¿Quieres mostrarme el dibujo que estás realizando?

    Me lo dejé en casa.

    ¿Y qué es eso que tienes ahí? —Preguntó la criatura y entonces Saúl se dio cuenta que estaba arrodillado en el suelo, mientras sus manos manchadas de sangre, dibujaban una figura sobre la arena.

    ¿Qué me está pasando?

    Comienzas a despertar, ya era hora.

    ¿Despertar? ¿De qué?

    De tu letargo. Eres la llave y por fin lo estás empezando a asimilar.

    ¡Yo no quiero abrir las puertas del infierno!

    Pero lo harás, es tu destino.

Saúl seguía dibujando sin parar. ¿De dónde había salido tanta sangre? De repente se dio cuenta que sus muñecas estaban abiertas. ¿Se había cortado las venas? Comenzaba a desangrarse y la vista se le nublaba lentamente, mientras la potencia de su mano iba disminuyendo a la par que caía en un profundo sueño.

Entonces abrió los ojos —alarmado por la sensación de estarse desangrándose —y miró sus muñecas, para comprobar que las heridas que en ellas se había provocado —sin saber cómo —ya se habían cerrado; no quedaba más que un fino hilo de color rojizo, recuerdo de que, lo experimentado, no había sido un simple sueño, sino algo real que a punto estuvo de matarlo.

Sintió que había algo tirado en el suelo al pisarlo y, al comprobar de lo que se trataba, se encontró la cuchilla de afeitar con la que se había rajado sin ser consciente de lo que estaba realizando. ¿Por qué lo había hecho? Comenzó a sentir cómo el miedo se apoderaba de todo su cuerpo.

Si aquel era el cuarto demonio con el que se topaba, y había estado a punto de acabar con su propia vida… ¿Qué no haría al llegar al último que le visitaría? Por ello, recogió con un pañuelo la sangre que había manchado la pantalla de su tableta, antes de secarse, y comenzó a dibujar al demonio que conoció en Marte, al príncipe Vassago ya lo terminaría más tarde.

¿Cómo se llamaba este? No se lo había preguntado. Entonces, como si el demonio lo hubiese estado escuchado, la sangre del pañuelo formó un nombre que a Saúl se le quedó a fuego grabado: Conde Botis.

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Marqués Naberius

Saúl estaba asustado. Aquello ya no era producto de su imaginación, sino algo real. Volvió a mirar las cicatrices en sus muñecas y se estremeció al pensar que, en cualquier momento, podría ocurrirle lo mismo de nuevo.

¿Qué demonio sería el siguiente? ¿A qué peligros se enfrentaría la próxima ocasión? Entonces, sentando en su cama y con las persianas bajadas, recordó el cuento de Navidad del que —cuando era niño —tanto escuchó hablar. Un hombre adinerado y de mal carácter, llamado Scrooge, fue visitado en Nochebuena por tres espíritus (pasado, presente y futuro), para ayudarle a dar un cambio de rumbo y volverle más sociable.

Pero Saúl no se parecía en nada a ese tacaño y, los espíritus que a él le visitaban, no eran seres de luz —como su amiga Helena les llamaba —sino demonios que le empujaban a abrir las puertas del infierno, pues él era la llave y aquel su destino. ¿Cómo podría impedirlo?

Continuó garabateando al demonio sobre su tableta y, pocos minutos después, por fin terminó de dibujar los cuatro seres que le habían visitado en el pasado. ¿Tendría que esperar mucho para encontrar al quinto? Setenta y dos eran las fieras a las que tendría que enfrentarse, pero solo llevaba cuatro y ya no podía más con aquel calvario.

Decidió hacerse un sándwich, dibujar solía darle hambre; pero… al llegar a la cocina, se dio cuenta que no tenía pan y salió a comprar a la tienda de la esquina. Iba absorto en sus pensamientos, recordando aquello que los demonios le habían dicho y sin prestar mucha atención al camino.

<<Dibújanos a todos para recordar los mensajes que te demos, así podrás abrir las puertas del infierno. >>

Quizás no fuese tan buena idea hacer caso a un ser infernal, pero las ilustraciones que estaba realizando —gracias a esos sueños lúcidos que tenía a menudo —eran de lo mejor que había realizado jamás. La razón le decía que debía detenerse, pero su corazón de artista le pedía que siguiese un poco más. ¿Quién ganaría la batalla?


Sin darse apenas cuenta, había llegado a su destino. La tienda de ultramarinos estaba abierta y un gran perro negro custodiaba la puerta. Al principio Saúl tuvo miedo de acercarse, pues el animal no le quitaba los ojos de encima, pero sus tripas rugieron de repente y entró con cuidado para que el chucho no se moviese.

    Bonito animal ese que tiene ahí fuera —le dijo Saúl al dependiente cuando entró en la tienda.

    ¿Qué perro? —Preguntó el hombre.

    Ese de… ahí. ¡Qué curioso! Se habrá marchado.

    ¿Solo va a querer eso?

    Sí, bueno y un refresco. ¿Cuánto es? —Le preguntó Saúl, mientras se acercaba a la cámara frigorífica y sacaba una bebida bien fría.

Tras pagar se marchó, pero echó un vistazo antes de salir de la tienda, para ver si el perro había regresado al lugar en el que se lo había encontrado; aunque, al no verlo por ninguna parte, se relajó y abandonó el establecimiento sin pensarlo demasiado. Sería producto de su imaginación o algún perro callejero que se hubiese resguardado del sol bajo el descolorido toldo del establecimiento.

Entonces Saúl se fijó en un gran cuervo que revoloteaba sobre su cabeza. Al principio parecía volar en círculos, pero… poco después, hizo un picado en su dirección y el joven tuvo que agacharse, para evitar ser golpeado por el pájaro.

El animal cayó al suelo envuelto en una nube de polvo negro y, cuando éste por fin se disipó, apareció ante él el mismo perro que había visto en la puerta del establecimiento.

Aquel impresionante cánido negro de gran tamaño, parecía un lobo de ojos plateados, cual luna llena permanecía vigilante en lo más alto. Su abundante pelaje en tono mate, le daba una apariencia imponente y aterradora. Seguramente se convertiría en una figura recurrente en las pesadillas de Saúl, a partir de ese mismo instante.

Y de repente, aquel animal se puso a gruñir y a enseñar los dientes. Saúl no sabía si echar a correr o permanecer inmóvil, pues temía que al mover un solo pelo de su cabeza, aquel animal le rebanaría el pescuezo. Pero pronto descubrió que, salir por patas, sería su única opción.

El perro comenzó a babear y a ponerse en modo de ataque. Cuando el animal se lanzó a por Saúl, éste lo esquivó y después se marchó lo más rápido que pudo hasta un callejón. Aquel inmenso cánido le siguió de cerca —pues era bastante rápido —y al comprobar que era un callejón sin salida, Saúl sintió que aquel sería el fin de sus días.

Despacio tragó saliva y se giró, lentamente, para colocarse cara a cara con su perseguidor. El animal le miraba fijamente, sin apartar los ojos de su presa ni por un solo instante, la cual temblaba de pies a cabeza al igual que un flan. ¿Qué podía hacer? El animal corría más que él y, ahora, estaba atrapado entre la espada y la pared. ¿Aquel animal dejaría lo suficiente de su cuerpo, como para poder identificar sus restos?

De repente, el perro-lobo comenzó a convulsionar y a retorcerse. De su cuello surgieron otras dos cabezas, muy lentamente, momento que a Saúl le recordó a la famosa Hidra de Hércules. ¿Tendría que cortarle las cabezas para deshacerse de él o se multiplicarían si lo hacía?

    No me lo puedo creer, voy a morir a manos de un perro infernal —dijo Saúl, lamentándose.

    En realidad lo mío son patas, no manos. A ver si hablamos con propiedad —respondió el animal.

    ¿Hablas?

    ¿Después de lo que has vivido en los últimos días, aún te extrañas?

    Cierto. ¿Vas a matarme?

    No, solo quería asustarte.

    ¿Por qué?

    Eres la llave que abrirá las puertas del infierno, si no lo haces tú, me quedaré encerrado allí abajo por toda la eternidad.

    Entonces, ¿por qué me querías asustar?

    Soy un demonio, no una hermanita de la caridad. ¿Qué piensas que hacemos? Nos gusta torturar al ser humano y empujarle a cometer actos vandálicos, crímenes y todo aquello que pueda perjudicar a su pomposa alma. Es mi trabajo y soy bastante bueno en lo que hago.

    ¿A qué has venido? Ya me han dicho tus compañeros que soy la llave y todo eso. ¿Algo más que deba saber?

    Tan solo viene a presentarme y a decirte que, uno de mis súbditos, Cerbero, te esperará a su debido momento para conducirte hasta las puertas del infierno.

    ¿Tu súbdito?

    Así es, yo lo creé y se lo entregué al Samael como obsequio. Aquello me aseguró un ascenso.

    Ah, pues… felicidades, creo.

    Ahora he de marcharme, pero te estaré vigilando. Más vale que me dibujes bien o te arrancaré la mano de cuajo. Por cierto, como dato curioso te diré, que... un servidor, fue quien enseñó a ciertas brujas el poder de la transmutación. Por si quieres añadirlo a mi retrato.

Y entonces el animal se dio media vuelta y se levantó una gran nube de polvo negro —parecida a la que convirtió en lobo al cuervo —y, nuevamente, el animal desapareció sin dejar rastro.

Saúl no daba crédito a lo que estaba pasando. Cinco demonios le habían visitado en los últimos días y, sabía, que aquello no era un simple sueño o el producto de su imaginación; pues las cicatrices que tenía en sus muñecas, le recordaban que aquello tan solo podía ir a peor.

 

***Hécate Fénix***