viernes, 16 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 5. El fin de los días


-No voy a ser capaz de hacerlo. Tiemblo solo de pensarlo.- Dijo Amaia nerviosa.
-Tranquila, estaremos contigo al otro lado de la puerta.- Respondió Jorge.
-Chicos, yo… Lo siento, pero tengo demasiado miedo. Sé que fue culpa mía, yo dije de jugar con esa estúpida tabla, pero, no puedo. Además, no serviría de gran ayuda.- Dijo Patricia antes de salir corriendo sin mirar atrás. 
-Bueno, no me extraña que salga por patas, aunque yo no lo haría.- Añadió Amaia, bastante decepcionada con la que se suponía era su amiga. 
-Ya sabes cómo es esto, en los malos momentos es cuando realmente sabes quiénes son tus amigos. Y estaba claro que ella solo estaba con nosotros por el interés. Pero ahora da igual, tú céntrate en lo que tienes que hacer y si tienes problemas grita.- Le dijo el joven, mientras le acariciaba el rostro para infundirle fuerzas.
-¿Y si no puedo gritar? Antes me cogió del cuello y por poco me ahoga y no lo cuento.- Se quejó.
-He pensado en eso.- Añadió Jorge, mientras le cogía las manos a Amaia y le entregaba una pequeña campanilla. –Si lo necesitas, hazla sonar y yo vendré corriendo.- 
-Mi caballero de brillante armadura.- Se rio la joven para quitarle hierro al asunto. 
-Eres lo suficientemente fuerte y lista como para enfrentarte tú sola a ese monstruo y salir victoriosa. No necesitas ningún príncipe azul, pero si quieres un escudero, estaré ahí siempre que me necesites.- Confesó antes de marcharse y esperar junto a la puerta impaciente a que Amaia cayese dormida. 
Los nervios no la dejaban pegar ojo, pero la comodidad de aquella gran cama y la escasez de sueño de los días previos, fueron más fuerte que su voluntad de continuar despierta y cayó en trance. 
Se vio tumbada en la misma cama y en la misma habitación. ¿De verdad estaba soñando o seguía despierta? De repente, un ruido la hizo desviar la mirada hacia el marco de la ventana, donde vio una garra sujetarse en el alfeizar y después otra. Los ojos brillantes de la criatura hicieron su aparición y en ese momento fue consciente de la verdadera atrocidad con la que había yacido en contra de su voluntad. Intentó levantarse y salir corriendo, pero su cuerpo no le respondía. Quiso gritar con todas sus fuerzas, pero la voz no le salía. Cerró los ojos con tanta fuerza, que comenzó a ver luces blancas en el fondo de sus párpados. 
-Esto no es real, no está pasando.- Se dijo a sí misma, hasta que sintió un gran peso encima que a penas la dejaba respirar. Estaba indefensa, no podía moverse, ni gritar, solo podía… ¡La campanilla!
Agitó la campanilla como si le fuese la vida en ello, y aunque no sabía si surtiría efecto, porque no sabía si estaba soñando o despierta, tocó y tocó hasta que la puerta de la habitación se abrió. 
-¡¿Pero qué demonios?!- Dijo Jorge al entrar en la habitación y ver aquel ser sobre siniestro sobre Amaia. 
El demonio no tuvo contemplación con él, levantó las manos del cuello de la joven, a la que apenas le llegaba el aire a los pulmones y con un movimiento brusco, lanzó a Jorge volando por la habitación hasta estrellarse contra la puerta del baño. Pero el demonio no quería detenerse ahí, así que volvió a lanzar al joven hacia el otro lado de la habitación, hasta aterrizar en un oscuro rincón.
-¡Basta, déjale! – Dijo Amaia captando de nuevo la atención de la bestia.
Intentaba por todos los medios recordar las palabras que su amigo le había dicho momentos antes. ¿Cómo era la frase mágica que tenía que soltar?
Cuando el imponente demonio le sujetó los brazos por encima de la cabeza, ella giró hacia un lado la mirada, donde se topó con el cuerpo inerte del muchacho y aquello le infundió valor. 
-¡Sé lo que eres, sé lo que quieres y mi cuerpo no te pertenece!- Dijo con firmeza la joven, cuya mirada encendida en odio se cebó con el demonio.
“Vale, ahora es cuando me mata por tonta.” Pensó, pero algo extraño pasó. El demonio comenzó a gruñir con fuerza y salió corriendo, marchándose de la habitación.
Amaia se levantó  deprisa, por si el demonio tenía pensamiento de volver, recogió a Jorge del suelo, que comenzaba a recuperar el aliento y salieron a toda prisa y sin rumbo fijo, pero lejos del hotel.
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-¿Estás bien?- Preguntó Jorge, mientras le llevaba el desayuno a la cama a Amaia. 
-Sí, solo que no tengo mucha hambre, creo que tengo nauseas. Quizás anoche me pasé comiendo.- Respondió la joven. 
-No me extraña, anoche saqueaste la nevera. No sabía que eras de buen comer.- Se rio Jorge mientras hacía aspavientos con las manos.
-No suelo comer tanto, solo es que, últimamente tengo más apetito, será por haber recuperado el sueño, me vino con un extra de regalo. Jajaja.- Se echó a reír la joven, antes de interrumpir el beso que Jorge le había empezado a dar, para salir corriendo al cuarto de baño.
-Vaya, y yo que pensaba que mis besos te gustaban.- Se quejó el chico, mientras se sentaba en la cama y comenzaba a devorar el desayuno que Amaia había rechazado.
-Te dije que tenía nauseas, acabo de vomitar hasta la primera papilla y me encuentro algo mareada.- Contestó la joven desde la puerta del cuarto de baño.
-Ven, siéntate. ¿Quieres que llame al médico?- Preguntó Jorge preocupado.
-No tranquilo, tengo cita de aquí a …. ¡Mierda, llego tarde! ¡Me voy volando!- Respondió Amaia, después le dio un beso a Jorge y salió corriendo por la puerta en pijama.
-3, 2, 1…- Añadió mirando el reloj, mientras devoraba una tostada con mermelada. 
-¿Cómo no me has dicho que me iba en pijama?- Preguntó Amaia al regresar a la habitación y lanzarse de cabeza al armario.
Había cogido esa cita días atrás por obligación de Jorge, ya que la pesadilla que habían vivido les había pasado factura, tanto física como emocionalmente a los dos. Y aunque llegaba tarde porque se había olvidado del día que la tenía, aun le tocó esperar un par de minutos más para poder entrar. Ventajas de la seguridad social.
-¡Pase!- Dijo la doctora desde dentro de la consulta.
-Buenos días.- Respondió Amaia, mientras esperaba a que la doctora levantase la vista del ordenador. 
-Bueno, usted dirá.- Añadió la facultativa. 
-He tenido mucho estrés últimamente y no he dormido bien, pero ahora que está arreglado y que me encuentro durmiendo como de costumbre, estoy mareada y con nauseas cada dos por tres, sobre todo por las mañanas. ¿Puede ser que esté falta de alguna vitamina?- Preguntó Amaia, y esperó mientras la doctora revisaba los análisis que se había hecho unos días antes de su visita.
-Vaya, se encuentra perfectamente y no le falta ninguna vitamina, al revés, tiene de sobra. Está usted embarazada. Enhorabuena.- Contestó la mujer. 
-¡¿Qué estoy qué?!- Preguntó la joven que se había puesto pálida de repente. 
-Embarazada, la analítica lo confirma.- Insistió la doctora. 
-No puede ser, Jorge y yo aun no… - Y de repente enmudeció. ¿De verdad estaba embarazada de aquel demonio?  -¿Cuando puedo abortar?- Preguntó sin apenas pestañear.
-¿Estás segura de que quieres hacerlo? Traer una vida al mundo es lo más bonito que…- Quiso convencerla la doctora, pero fue interrumpida sin miramientos.
-Créame, es lo mejor que puedo hacer. – Contestó Amaia, y poco después se marchó. 
Iba a traer una vida al mundo, pero qué vida. Estaba embarazada de un demonio. ¿Eso en qué la convertía? Iba a ser la responsable de la llegada del apocalipsis, del fin del mundo, de la llegada al mundo del anticristo. No podía permitirlo.
Estaba cruzando el puente que la llevaba derecha a casa, cuando se detuvo en el centro. Miró el agua que por debajo pasaba, debía estar helada. Tuvo la tentación de saltar desde lo más alto del puente y dejar sus problemas atrás, pero ella no era así. Se había librado de un demonio que la acosaba y que había plantado su semilla en ella, no podía rendirse, ahora que había encontrado la felicidad por fin con Jorge, no.
Entonces sonó su teléfono y era él. Querría saber lo que le había dicho el médico. ¿Pero cómo se lo diría? ¿Cómo podría mirarle a la cara después de aquella noticia? Y lo peor, ¿cómo podría mirarse en el espejo a sí misma? Entonces llevó las manos al bolsillo del pantalón y sacó la receta de la píldora abortiva que la doctora le había dado, hacía solo un rato. 
-Jorge no tiene por qué saberlo.- Dijo convencida, y puso rumbo a la farmacia más cercana que le indicaba el buscador. 

FIN

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