jueves, 15 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 4


Sentados en una cafetería cercana al piso, los tres amigos intentaban encontrar una explicación racional a lo que estaba pasando, pero hasta el momento, en lo único que estaban de acuerdo, era que todo se debía a esa dichosa ouija. Acordaron buscar ayuda, deshacerse de la ouija y dormir en un hotel hasta que el problema estuviese resuelto. Volvieron al piso y entraron los tres juntos, sin soltarse de las manos. Atravesaron el salón y fueron directos a la habitación de Patricia, donde se guardaba la ouija. Cogieron aquella tabla del demonio y cuando estaban a punto de salir de la habitación, la persiana se descolgó y cayó a plomo al suelo. 
Los tres jóvenes salieron corriendo sin mirar atrás, con la ouija a buen recaudo y no pararon de correr hasta que no estuvieron en la calle, junto a los cubos de basura más cercanos. 
-Vamos tírala. Estoy deseando deshacerme de esa cosa. – Dijo Patricia, intentando recuperar el aire.
-Si tú tienes ganas de deshacerte de ella, yo ni te cuento.- Añadió Amaia, que se había sentado en el bordillo porque estaba exhausta. La falta de sueño y la tensión de esos días la tenían bajo mínimos energéticos. 
-Bueno, vayamos al hotel, nos registraremos y después buscaremos un exorcista.- Dijo Jorge, mientras ayudaba a Amaia a levantarse y ponían rumbo al hotel. 
Allí en el hotel, decidieron compartir habitación, porque a ninguno le hacía gracia dormir solos después de aquello y de todas formas, tampoco les llegaba el dinero para tener habitaciones individuales. Cuando estuvieron instalados en la habitación, Jorge utilizó el wifi del hotel para buscar exorcistas a buen precio en internet, pero les iba a resulta mucho más difícil encontrar uno de lo que nos tiene Hollywood acostumbrados. 
Mientras tanto, Patricia fue a comprar algo de ropa barata en un todo a cien que había un par de calles más allá. Tendrían que cambiarse al menos de ropa interior y no sabían los días que iban a estar en aquella habitación. 
Y Amaia, por fin dormía plácidamente en aquella cama de matrimonio extra grande, que la había llamado a gritos nada más entrar.
Jorge pasó un buen rato dentro de foros, páginas de estafadores y en su red social favorita, los memes le ayudaban a pensar. De pronto se topó con una página de brujería, que aunque no parecía ser muy fiable, el perfil de una de las chicas le llamó mucho la atención. ¿Qué tenía que perder? Las iglesias a las que había mandado correos masivos contando su historia, tardarían mucho en contestar. Y si, lo que había oído hablar de que los exorcismos los tenía que autorizar el vaticano, eso podría retrasarse aún más. Decidió escribir a la chica pidiendo consejo, quizás ella que tenía cara de buena gente y estaba en una página como poco singular, podría ayudarle un poco más que su santidad. 
Varios minutos después y cuando pensaba que su súplica había caído en saco roto, le llegó de pronto una notificación. Le había contestado.
Jorge le contó todo con pelos y señales, y aunque aquella mujer con la que contactó vivía lejos, muy lejos, tanto como para tener que coger un avión, les dijo que les ayudaría y guiaría en el proceso, siempre y cuando le hiciesen caso y no perdiesen el control. 
-¿Qué es un incubo?- Preguntó Jorge a la mujer que se encontraba al otro lado del teléfono. –Vaya, así que es un demonio. ¿Uno de verdad? Pensaba que eran ciencia ficción.- Añadió.
La joven le contó que los demonios, como la iglesia y alguna que otra persona los llamaban, realmente son manifestaciones de energía dañina, gente que murió siendo mala y sigue siéndolo después de muerta. Asesinos, timadores, ladrones, violadores, todos esos demonios se alimentan de la energía de las personas, en especial de las mujeres jóvenes y de los niños inocentes. Tirar la ouija a la basura no había servido de nada, solo es un pedazo de madera que sirve como herramienta para contactar con el otro lado, al igual que un teléfono une a dos personas en la distancia, pero el aparato en sí no tiene mayor valor. Por eso daba igual que se hubiesen marchado de aquel piso, o que hubiesen tirado aquel pedazo de madera al vertedero más cercano, el demonio ya se les había pegado y no les resultaría nada fácil deshacerse de él. Jorge miró entonces a Amaia, que permanecía ajena al mundo que la rodeaba. Estaba tan guapa mientras dormía que le dio pena despertarla y se marchó sin decirle nada. Patricia no tardaría mucho en regresar de la tienda y él tenía que hacer una llamada.
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Las olas bañaban sus pies descalzos y el sol se impregnaba poco a poco en su piel. Sentía el cantar de las gaviotas que sobrevolaban su cabeza en aquél soleado día del mes de Abril. Hacía un poco de frío, pero al sol se estaba demasiado bien. Entonces notó unas manos grandes y fuertes que la agarraban con ganas por detrás, y un torso musculoso pegado a ella. El calor iba aumentando por momentos y no provenía del sol, sino de su interior. Comenzó a besarle el cuello despacio, mientras deslizaba sus inmensas manos por su cuerpo petrificado. 
Entonces sintió cómo le clavaba las uñas con fuerza en los muslos, y la sangre que resbalaba como las gotas de rocío sobre su piel. 
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Amaia abrió los ojos y lo que vio sobre ella la hizo gritar de terror. Un ser despreciable, con cuerpo de hombre robusto y cuernos de carnero, estaba sobre ella en ese momento, observándola con esos ojos tan brillantes, y sin apartar ni un momento la mirada de su presa. Entonces aquel ser la agarró por el cuello, ahogando sus gritos y la vida que poco a poco se le escapaba, y todo comenzó a perder su tono de color y bañarse en lágrimas. Pero el caballero de brillante armadura abrió la puerta de golpe y la criatura tenebrosa se marchó por la ventana.
-¿Qué demonios era eso? Tiene que haber sido una pesadilla, no puede ser real. ¡Ah!- Se quejó Amaia al ver la sangre de sus muslos y las marcas en ellos de unas garras clavadas. 
-No ha sido una pesadilla, esto es real. Según la mujer con la que he contactado, se trata de un íncubo, un demonio de lo peor. Se encarga de forzar a las mujeres para alimentarse de su energía.  Su variante femenina es el súcubo.- Respondió Jorge, mientras se dirigía al baño y volvía con una toalla mojada, para limpiar la sangre de las heridas de Amaia. 
-¿Quién te ha dicho todo eso?- Quiso saber Amaia.- Y lo más importante, ¿cómo se mata?- 
-No podemos matar lo que ya está muerto, pero puedes echarle de tu vida. Solo tú puedes.- Le hizo saber Jorge, sabiendo que lo que le tenía que pedir a Amaia, sería la cosa más complicada que la joven haría en su vida. 
-¿Y entonces qué? ¿Le mando al cobrador del frac o qué? Dime algo.- Suplicó la joven desesperada, mientras se levantaba de la cama y comenzaba a dar vueltas por la habitación.
-Según me ha dicho la mujer a la que he consultado, tienes que dejar que vuelva a buscarte y cuando lo haga, decirle sin enfrentarte a él, ni proponiéndole nada, que se sabes lo que es y sabes lo que quiere, pero que tu cuerpo no le pertenece. Eso hará que le quites su poder sobre ti y se vaya. – Dijo el joven bastante convencido.

-¿Y ya está? ¿Nada más? Me dices que es un demonio y que solo con eso se va a marchar. ¿Me tomas por estúpida? ¿Qué te crees que estamos en Elm Street? Esto es la vida real.- Respondió Amaia cabreada.

-Exacto, como en la película de Pesadilla en Elm Street, cuando Heather le quita el poder a Freddy dándole la espalda. Cuando más lo pienses y más le temas, más fuerte le haces. – Añadió el joven, emocionado por ver que su amiga lo entendía. 
-Pero no sé si voy a poder, no te imaginas lo que se siente estar a merced de un ser como ese. No puedo, no me pidas que lo haga. – Suplicó.
-No hay otra manera. Pero recuerda, no te enfrentes a él ni le ofrezcas tratos de ningún tipo, solo confía en que yo estaré cerca y si me necesitas puedes gritar, igual que hiciste ahora. O mejor, instalaré una cámara para verte en todo momento y sabré si me necesitas. Sé que puedes hacerlo Amaia, eres la mujer más fuerte que conozco, no permitas que un monstruo te venza, tú eres más fuerte.- La consoló y después se fundieron en un abrazo, a la par que Patricia regresaba de sus compras, ajena a lo ocurrido entre aquellas cuatro paredes.

Continuará...

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