martes, 13 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 2


-¿Amaia estás bien?- Preguntó Jorge mientras se tomaba un café bien cargado aquella mañana
-No, no consigo dormir bien. Tengo una pesadilla que se repite constantemente. Será por eso que estoy tan cansada. – Respondió la joven.
-Estás paliducha amiga, no deberías ir hoy a la facultad. ¿Te has mirado a ver si tienes fiebre?- Preguntó Patricia, mientras ponía su mano sobre la frente de Amaia. 
-Estoy bien, de verdad, es esa pesadilla que no me deja dormir por lo que estoy así.- Añadió Amaia.
-Bueno, cuéntanosla. Seguramente signifique algo y hasta que no averigües el qué, no dejarás de padecerla una y otra vez. –Pidió Jorge, mientras se sentaba junto a Amaia expectante. 
-Cada noche es lo mismo. Sueño que tengo sexo con alguien que no veo. No porque no pueda verlo, sino porque algo me dice que no abra los ojos, el miedo me paraliza. – Confesó Amaia.
-¿Y eso es una pesadilla? Yo lo llamaría más bien fantasía. – Corrigió su amiga, que parecía sorprendida.
-Reconozco que es como si me leyese la mente. Como si supiese lo que me gusta y lo que no, pero es una sensación extraña, no puedo moverme y más que placer siento miedo, un miedo atroz a ver el rostro de aquél que me posee. Llevo dos noches sin pegar ojo, temo que al cerrar los ojos vuelva de nuevo la pesadilla.- Añadió Amaia temblando.
-Mira haremos una cosa, esta noche dormiré contigo, así podrás descansar. No te preocupes que si noto que estás teniendo una pesadilla, te despertaré. ¿Te parece bien?- Se ofreció Patricia.
-Muchas gracias amiga, te quiero, te quiero, te quiero mucho.- Le dijo Amaia, mientras la abrazaba y la colmaba de besos en la frente.
- Si queréis puedo dormir con vosotras, me llaman el cazador de sueños.- Dijo Jorge, tras levantarse y poner la pose de Superman. 
-Déjame que piense… NO, gracias. – Respondió Patricia y los tres se echaron a reír. –Tú quédate aquí hoy que yo te cubro con los profes. Es una orden.- 
Jorge y Patricia se marcharon a clase, mientras Amaia se recostaba en el sofá con una manta encima, una taza de café bien cargado y el matinal puesto en la televisión. El olor del café le encantaba. Arrimó la nariz a la taza para embriagarse con el dulce aroma que emanaba, hasta que un cuadro del salón se cayó al suelo y se rompió. Del susto se echó el café caliente encima y por poco se quema. 
Fue a la cocina a por la fregona para limpiar el destrozo, y después recogió los cristales rotos con cuidado de no cortarse, los echó a la basura y se metió en la ducha después de lavar la ropa a mano para que no dejase mancha.
El agua caliente resbalaba por su cuerpo relajando todos sus músculos. Estaba segura, en otro tiempo tuvo que haber sido una sirena, porque le encantaba estar en remojo. Salió de la ducha con cuidado, se puso una toalla alrededor de su cuerpo y otra en el pelo, y se acercó al espejo del baño para limpiar el vaho que se había formado. 
Y entonces lo vio. ¿Había una huella de una mano en la mampara de la ducha? ¿Es que había alguien más allí? Y era una huella enorme, imposible que fuese la suya. 
Miró por todas partes y al ver que no había nadie escondido en el baño, echó el pestillo y se quedó allí dentro. Tenía miedo de salir de allí. 
-Venga Amaia, tú puedes. Seguramente no sea nada. No hay nadie aquí contigo. – Se dijo a sí misma, mientras cogía la tapa de la cisterna del váter y salía con ella en ristre a modo de arma arrojadiza. 
Abrió la puerta de golpe, porque si había alguien detrás escuchando le pillaría de sorpresa, pero no había nadie.
Recorrió cada habitación, cada rincón de la casa, pero estaba sola. No dormir le empezaba a pasar factura. Cansada de buscar, dejó la tapa de la cisterna en su sitio y se sentó en el sofá. Estaba mojada, cansada y … se quedó dormida. 
Otra vez aquellas manos recorriendo todo su cuerpo, volvía a sentir la misma presión que las demás veces, pero esta vez la pesadilla tenía lugar en el salón. Aquél hombre que tenía encima le arrancó la toalla como si de un trapo viejo se tratase y después gruño.
¿Gruñó? ¿Qué había sido eso? Ese gruñido no era normal. ¿Qué estaba sucediendo?
Amaia gritó, gritó con todas sus fuerzas, pero de nada le sirvió.
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Horas más tarde se despertó. Seguía tumbada en el sofá, desnuda, y con el pelo seco, pero enrollado aún en la toalla.
¿De verdad la habían violado en sueños? ¿Y si era un sueño, porqué parecía tan real? Se estaba volviendo loca, no podía haber otra explicación. 
Se limpió las lágrimas de la cara y se dirigió a su habitación para ponerse el pijama. Apenas tenía fuerzas para nada más. Entonces regresó al salón, recogió la toalla que había volado hasta el otro lado de la habitación y la echó al cubo de la ropa sucia, justo a tiempo de ver cómo sus compañeros regresaban a casa. 
Al ver entrar a Jorge por la puerta, se lanzó a sus brazos donde se dejó llevar. Apenas lograba ver a su amiga, justo detrás de ellos, a través de las lágrimas que empañaban sus ojos. 
-¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?- Preguntó Jorge bastante preocupado. 
La joven les relató lo que había pasado y el temor que sentía al cerrar los ojos en cualquier momento. No solo le ocurría de noche, ahora también le abordaba aquella pesadilla a pleno día. 
Mientras Jorge se quedaba junto a ella en el sofá, sin soltarla de la mano, Patricia encargaba unas pizzas para cenar. Estaba claro que Amaia no estaba en condiciones de cocinar nada, Jorge no pensaba apartarse de su lado, y ella, digamos que lo más que sabía hacer en la cocina era untarse la Nocilla en pan de molde. 
-Tranquila, esta noche aprovecha y descansa. Si tenemos que dormir contigo cada noche y hacer guardia, lo haremos.- Le dijo Jorge mientras se tumbaba en un saco de dormir junto a Amaia, que estaba acostada con Patricia en su cama. 
-Gracias chicos. Siento las molestias que os estoy causando, pero estoy aterrada.- Confesó la joven que no podía dejar de temblar al pensar en la hora de volverse a dormir.
-Somos los tres mosqueteros, como nos llama Pedro, uno para todos y todos para uno. Duerme, nosotros hacemos guardia.- Le dijo Patricia antes de apagar la lamparita que tenía sobre la mesilla de su habitación. 
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-¿Qué ha sido eso?- Escuchó decir Amaia. –¡Jorge despierta!- 
-¡Ay!- Se quejó éste al sentir una zapatilla aterrizar sobre su espalda. -¿Qué pasa?-
-He escuchado un ruido en el salón. ¡Ve a ver!- Le ordenó la joven.
-¿Qué pasa?- Preguntó Amaia.
-Nada, tú sigue durmiendo. –Le dijo Patricia, pero ya era tarde, se había desvelado. 
-¡Ve tú! ¿Por qué tengo que ir yo a ver un ruido que has escuchado tú?- Preguntó Jorge medio adormilado.
-¡Gallina! ¿Dónde han quedado esos caballeros de reluciente armadura?- Preguntó Patricia sobreactuando.
-Los caballeros en el cementerio y sus relucientes armaduras como piezas de exposición en los museos.- Respondió Jorge, mientras salía del saco de dormir a regañadientes y encendía la luz de la habitación. 
-¡Hala! ¿Era necesario?- Preguntó Patricia mientras se tapaba los ojos con la sábana. 
-Sí. Si me ocurre algo quiero que lo veas y cargues con ello en la conciencia.- Le dijo el caballero de brillante armadura a la damisela en apuros, justo antes de sacarle la lengua y salir de la habitación con el palo de la escoba en las manos. 
Segundos después, Jorge volvió y le pidió a las chicas que fuesen a ver lo que había pasado, porque si se lo contaba no le iban a creer. 
-¿Qué demonios ha pasado aquí?- Dijo Patricia atónita, al ver que la casa estaba patas arriba.

Continuará…

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