miércoles, 14 de agosto de 2019

Larimón. El Subyugador. Capítulo 3


-Díganme. ¿No escucharon nada más que un simple ruido?- Preguntó el agente a los tres jóvenes que se encontraban sentados en pijama en el salón de su casa.
-Se lo hemos dicho agente, estábamos durmiendo. Escuché un ruido, se lo dije a Jorge y cuando salió para ver lo que pasaba, nos encontramos con esto.- Respondió Patricia. 

-¿Saben si alguien entró a la casa? La cerradura no está forzada, quizás se dejaron la puerta abierta.- Continuó interrogando el policía.
-No, lo comprobé 3 veces. Cuéntale lo que pasó esta tarde Amaia.- Le pidió Jorge a su compañera.
-Estaba en la ducha y al salir, limpié el vaho del espejo para mirarme y al fijarme en la ducha, vi que había una huella de una mano en ella. Era una huella enorme, mis manos no son tan grandes. Además, estaba por fuera de la ducha. Creo que alguien me estuvo espiando mientras me duchaba.- Confesó Amaia nerviosa.
-Quizás fuese el dueño de la casa , que haya entrado sin permiso. ¿De quién es la casa? ¿Estáis de alquiler, verdad?- Quiso saber el agente. 
-Lo dudo mucho, la casa es de mis abuelos que se han ido a una residencia y hasta que la vendan en unos años, nos dejan vivir en ella a cambio de un alquiler.- No creo que se haya escapado mi abuelo de 82 años para ver a mi compañera en la ducha o remodelarnos la casa. – Contestó Jorge bastante cansado de las preguntas. 
-Os recomendaría que cambiaseis la cerradura lo antes posible, ya hemos tomado huellas y si encontramos algo os lo haremos saber. Si volvéis a tener problemas denunciarlo de nuevo.- Añadió el agente antes de marcharse. 
-Pues vaya, que cambiemos la cerradura, eso ya lo sabía yo, no ha dicho gran cosa.- Mencionó Jorge para sus adentros muy irritado. -¿Estás bien Amaia?- 
-Sí, solo algo cansada. Estaba durmiendo tan a gusto por primera vez en una semana y ahora esto.- Respondió la joven con pesar. 
-Bueno iros a dormir, yo haré guardia. De todas formas mañana no pensaba ir a la facultad.- Le pidió Jorge, mientras cogía el palo de la escoba y se sentaba en una silla frente a la puerta de la entrada.
Las dos chicas se fueron a dormir juntas, y por fin Amaia pudo descansar. 
A la mañana siguiente todo parecía normal, sin contar los destrozos que había en el salón. Jorge les había preparado el desayuno antes de irse a duchar, un zumo de naranja, tostadas con mermelada de arándanos, la favorita de Amaia, y un poco de café recién hecho.
-Estás de buen humor, se te nota.- Le dijo Patricia a su compañera de piso, mientras devoraba una tostada con extra de mermelada. 
-He dormido genial, no he tenido pesadillas, ni miedos de ningún tipo. Me he sentido muy a gusto, gracias por todo amiga.- Respondió la joven, y  poco después, le dio un sorbo a su zumo sin pulpa. Estaba claro que era envasado, pero a esas alturas le daba igual. –Voy a vestirme y nos vamos.-
Cuando llegó a su armario y abrió las puertas, se quedó atónita. Toda su ropa estaba hecha girones en el suelo. ¿Quién demonios había hecho una cosa así?
-¿Qué pasa? – Preguntó Jorge al escuchar maldecir a Amaia de camino a su habitación, aún con la toalla anudada a la cintura. 
-Mira, me lo han destrozado todo. No tengo nada que ponerme.- Se quejó la joven sin encontrar explicación a lo sucedido.
-Tranquila, puedes ponerte algo mío, más o menos tenemos la misma talla. –Le dijo Patricia cuando llegó y vio la escena del crimen, pero su ofrecimiento cayó en saco roto, ya que su ropa había corrido la misma suerte que la de Amaia. 
-Bueno, el único armario que no han tocado ha sido el mío, podéis coger algo si lo necesitáis, pero os va a quedar un poco grande. – Les ofreció Jorge, el cual no salía de su asombro.
-No entiendo por qué lo han hecho. A ver, que a mí me queda cualquier cosa bien, no es problema, pero es una marranada. ¿Sabes lo que costaba mi fondo de armario?- Se quejó Patricia indignada. 
-Bueno tranquilas, ya he cambiado la cerradura. Fui esta mañana a la ferretería y compré una, os he dejado las llaves en vuestros llaveros. Lo de la ropa es una putada, pero tiene arreglo.- Les dijo antes de ir a su cuarto a ponerse algo encima, antes que las chicas le dejasen sin una sola camisa. 
-¿Cómo demonios han destrozado mi ropa? Estábamos durmiendo aquí los tres. ¿Lo hicieron con nosotros dentro de la habitación? ¿Cómo no nos dimos cuenta? Y el pestillo estaba echado.- Se preguntó Amaia, pero al mirar a Patricia vio que ella tenía las mismas dudas que su compañera, aunque por temor no las había expuesto. 
-Bueno, será mejor que vayamos a clase, así al menos no estaremos aquí si alguien entra de nuevo.- Propuso Patricia que andaba intentando ocultar su malestar.
Poco después, cuando las chicas estaban listas, vestidas con la ropa de Jorge en plan años 80, todo ancho y con un look descuidado, Patricia abrió la puerta de la casa, pero esta se cerró de golpe sola.
-¿Qué haces?- Preguntó Amaia. 
-Yo nada, será la corriente.- Se quejó Patricia, que volvió a intentarlo otra vez, pero sin éxito. –Vale, no ha sido la corriente y yo tampoco.- 
-Me estás asustando.- Le dijo Amaia, que se había puesto pálida en un momento.
-¿Solo asustada? Yo estoy cagada viva. ¿Qué está pasando?- Preguntó, mientras intentaba tirar de la puerta para abrirla una y otra vez, pero la puerta no se movía de su sitio.
-¡JORGE!- Gritaron las dos jóvenes al unísono. 
El muchacho llegó apresuradamente, con el cepillo de dientes aún en la mano.
-¿Qué sucede?- Preguntó desconcertado.
-Abre la puerta, por favor.- Le pidió Patricia amablemente, más de lo habitual. 
-¿Para eso me llamas? –Dijo este, mientras se ponía el cepillo en la boca y tiraba de la puerta sin éxito. -¡Vaya! ¿Se ha atascado?- 
-Creo que alguien nos ha encerrado. – Respondió Amaia. 
-¿Pero quién?- Preguntó Patricia.
Entonces algo sucedió, la silla del comedor comenzó a moverse sola por la habitación y los tres jóvenes al percatarse de tal acontecimiento, intentaron abrir la puerta a la desesperada después del shock inicial, pero todo fue en vano, estaban atrapados.
-¡Mierda, os lo avisé!- Les recriminó Amaia. 
-¿De qué estás hablando?- Quiso saber el joven que había desenvainado el cepillo de dientes como si de un florete se tratase. 
-¡La ouija! Os dije que no jugaseis con ella. – Añadió Amaia. 
-Pero si es un juego, era Jorge quien movía el vaso todo el tiempo.- Se disculpó Patricia, intentando encontrar una lógica a lo que estaba pasando. 
-¿Yo? Pensaba que eras tú. Por eso me fui cabreado, por lo que empezaste a decir sobre Amaia y yo. – Corrigió el joven que ahora sí que parecía molesto de verdad. 
-¡Yo no hice nada!- Se defendió Patricia.
-Chicos, ¡CHICOS!- Amaia les llamó la atención. 
La silla que se había movido sola por la habitación, ahora estaba volando. Voló en círculos un par de veces y después, se quedó pegada en el techo de la habitación. 
-¿Y ahora qué mierdas vamos a hacer?- Preguntó Patricia.
Entonces, como si todo hubiese sido un mal sueño, la silla cayó al suelo y la puerta por fin se abrió. 

Continuará…

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