-Díganme. ¿No escucharon nada más que un simple ruido?-
Preguntó el agente a los tres jóvenes que se encontraban sentados en pijama en
el salón de su casa.
-Se lo hemos dicho agente, estábamos durmiendo. Escuché un
ruido, se lo dije a Jorge y cuando salió para ver lo que pasaba, nos
encontramos con esto.- Respondió Patricia.
-¿Saben si alguien entró a la casa? La cerradura no está
forzada, quizás se dejaron la puerta abierta.- Continuó interrogando el
policía.
-No, lo comprobé 3 veces. Cuéntale lo que pasó esta tarde
Amaia.- Le pidió Jorge a su compañera.
-Estaba en la ducha y al salir, limpié el vaho del espejo
para mirarme y al fijarme en la ducha, vi que había una huella de una mano en
ella. Era una huella enorme, mis manos no son tan grandes. Además, estaba por
fuera de la ducha. Creo que alguien me estuvo espiando mientras me duchaba.-
Confesó Amaia nerviosa.
-Quizás fuese el dueño de la casa , que haya entrado sin permiso. ¿De
quién es la casa? ¿Estáis de alquiler, verdad?- Quiso saber el agente.
-Lo dudo mucho, la casa es de mis abuelos que se han ido a
una residencia y hasta que la vendan en unos años, nos dejan vivir en ella a
cambio de un alquiler.- No creo que se haya escapado mi abuelo de 82 años para
ver a mi compañera en la ducha o remodelarnos la casa. – Contestó Jorge
bastante cansado de las preguntas.
-Os recomendaría que cambiaseis la cerradura lo antes posible,
ya hemos tomado huellas y si encontramos algo os lo haremos saber. Si volvéis a
tener problemas denunciarlo de nuevo.- Añadió el agente antes de marcharse.
-Pues vaya, que cambiemos la cerradura, eso ya lo sabía yo,
no ha dicho gran cosa.- Mencionó Jorge para sus adentros muy irritado. -¿Estás
bien Amaia?-
-Sí, solo algo cansada. Estaba durmiendo tan a gusto por
primera vez en una semana y ahora esto.- Respondió la joven con pesar.
-Bueno iros a dormir, yo haré guardia. De todas formas
mañana no pensaba ir a la facultad.- Le pidió Jorge, mientras cogía el palo de la
escoba y se sentaba en una silla frente a la puerta de la entrada.
Las dos chicas se fueron a dormir juntas, y por fin Amaia
pudo descansar.
A la mañana siguiente todo parecía normal, sin contar los
destrozos que había en el salón. Jorge les había preparado el desayuno antes de
irse a duchar, un zumo de naranja, tostadas con mermelada de arándanos, la
favorita de Amaia, y un poco de café recién hecho.
-Estás de buen humor, se te nota.- Le dijo Patricia a su
compañera de piso, mientras devoraba una tostada con extra de mermelada.
-He dormido genial, no he tenido pesadillas, ni miedos de
ningún tipo. Me he sentido muy a gusto, gracias por todo amiga.- Respondió la
joven, y poco después, le dio un sorbo a
su zumo sin pulpa. Estaba claro que era envasado, pero a esas alturas le daba igual. –Voy a
vestirme y nos vamos.-
Cuando llegó a su armario y abrió las puertas, se quedó
atónita. Toda su ropa estaba hecha girones en el suelo. ¿Quién demonios había
hecho una cosa así?
-¿Qué pasa? – Preguntó Jorge al escuchar maldecir a Amaia de
camino a su habitación, aún con la toalla anudada a la cintura.
-Mira, me lo han destrozado todo. No tengo nada que
ponerme.- Se quejó la joven sin encontrar explicación a lo sucedido.
-Tranquila, puedes ponerte algo mío, más o menos tenemos la
misma talla. –Le dijo Patricia cuando llegó y vio la escena del crimen, pero su
ofrecimiento cayó en saco roto, ya que su ropa había corrido la misma suerte
que la de Amaia.
-Bueno, el único armario que no han tocado ha sido el mío,
podéis coger algo si lo necesitáis, pero os va a quedar un poco grande. – Les
ofreció Jorge, el cual no salía de su asombro.
-No entiendo por qué lo han hecho. A ver, que a mí me queda
cualquier cosa bien, no es problema, pero es una marranada. ¿Sabes lo que
costaba mi fondo de armario?- Se quejó Patricia indignada.
-Bueno tranquilas, ya he cambiado la cerradura. Fui esta
mañana a la ferretería y compré una, os he dejado las llaves en vuestros
llaveros. Lo de la ropa es una putada, pero tiene arreglo.- Les dijo antes de ir a su cuarto a ponerse algo encima, antes que las chicas le dejasen sin una sola camisa.
-¿Cómo demonios han destrozado mi ropa? Estábamos durmiendo
aquí los tres. ¿Lo hicieron con nosotros dentro
de la habitación? ¿Cómo no nos dimos cuenta? Y el pestillo estaba echado.- Se
preguntó Amaia, pero al mirar a Patricia vio que ella tenía las mismas dudas
que su compañera, aunque por temor no las había expuesto.
-Bueno, será mejor que vayamos a clase, así al menos no
estaremos aquí si alguien entra de nuevo.- Propuso Patricia que andaba intentando ocultar su malestar.
Poco después, cuando las chicas estaban listas, vestidas con
la ropa de Jorge en plan años 80, todo ancho y con un look descuidado, Patricia abrió la puerta de la casa, pero
esta se cerró de golpe sola.
-¿Qué haces?- Preguntó Amaia.
-Yo nada, será la corriente.- Se quejó Patricia, que volvió
a intentarlo otra vez, pero sin éxito. –Vale, no ha sido la
corriente y yo tampoco.-
-Me estás asustando.- Le dijo Amaia, que se había puesto
pálida en un momento.
-¿Solo asustada? Yo estoy cagada viva. ¿Qué está pasando?-
Preguntó, mientras intentaba tirar de la puerta para abrirla una y otra vez, pero la puerta no se movía de su sitio.
-¡JORGE!- Gritaron las dos jóvenes al unísono.
El muchacho llegó apresuradamente, con el cepillo de dientes
aún en la mano.
-¿Qué sucede?- Preguntó desconcertado.
-Abre la puerta, por favor.- Le pidió Patricia amablemente,
más de lo habitual.
-¿Para eso me llamas? –Dijo este, mientras se ponía el
cepillo en la boca y tiraba de la puerta sin éxito. -¡Vaya! ¿Se ha atascado?-
-Creo que alguien nos ha encerrado. – Respondió Amaia.
-¿Pero quién?- Preguntó Patricia.
Entonces algo sucedió, la silla del comedor comenzó a
moverse sola por la habitación y los tres jóvenes al percatarse de tal
acontecimiento, intentaron abrir la
puerta a la desesperada después del shock inicial, pero todo fue en vano, estaban atrapados.
-¡Mierda, os lo avisé!- Les recriminó Amaia.
-¿De qué estás hablando?- Quiso saber el joven que había desenvainado el cepillo de dientes como si de un florete se tratase.
-¡La ouija! Os dije que no jugaseis con ella. – Añadió Amaia.
-Pero si es un juego, era Jorge quien movía el vaso todo el tiempo.- Se disculpó Patricia, intentando encontrar una lógica a lo que estaba
pasando.
-¿Yo? Pensaba que eras tú. Por eso me fui cabreado, por lo
que empezaste a decir sobre Amaia y yo. – Corrigió el joven que ahora sí que
parecía molesto de verdad.
-¡Yo no hice nada!- Se defendió Patricia.
-Chicos, ¡CHICOS!- Amaia les llamó la atención.
La silla que se había movido sola por la habitación, ahora
estaba volando. Voló en círculos un par de veces y después, se quedó pegada en el techo
de la habitación.
-¿Y ahora qué mierdas vamos a hacer?- Preguntó Patricia.
Entonces, como si todo hubiese sido un mal sueño, la
silla cayó al suelo y la puerta por fin se abrió.
Continuará…
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