Si
lo llego a saber, me hubiese quedado en mi viejo apartamento de cuarenta metros
cuadrados en plena ciudad; pero no, tuve que aceptar aquella oferta de trabajo
a mil kilómetros de distancia, dejando a mi familia y amigos al otro lado del
charco.
Todo
empezó como un cuento de hadas —para qué nos vamos a engañar —pero en ninguno
de esos cuentos te informan de lo que pasó con la Cenicienta cuando se fue a
vivir al palacio con el príncipe, ni de lo que tuvo que hacer Jack tras
derrotar a los gigantes en la planta de judías. ¿Acaso ahí se acababan sus
vidas? Lo dudo mucho.
Cuando
llegué al Aeropuerto Internacional de Vancouver, me recibió Devon, el hombre
con el que había hablado para gestionar mi traslado. Alto, delgado y con gafas;
de manera muy cordial me condujo a la que sería, a partir de entonces, mi nuevo
hogar.
Se
me olvidaba deciros que soy ingeniero y me han contratado para un gran proyecto
de inteligencia artificial. La empresa —de la que omitiré el nombre, por un
contrato de confidencialidad —está construyendo la primera casa completamente
inteligente, inspirada en las películas de ciencia ficción que todos conocemos.
Y
os preguntaréis: ¿eso no estaba ya hecho? Pues no. Las casas inteligentes
actuales están automatizadas: puedes abrir y cerrar las persianas, cambiar la
temperatura, encender las luces y demás, desde la aplicación de tu teléfono
móvil; pero… no puedes cambiar la distribución de las habitaciones de forma
automática. Con este nuevo modelo, cualquier cosa es posible.
—
Espero que pueda resolver los problemas de la casa, para
poder sacarla al mercado a finales de año —me dijo Devon.
—
¿Qué problemas tiene? Cuando me contrataron, no quisieron
darme detalles hasta haber firmado el contrato de confidencialidad y, ahora que
ya está hecho, me gustaría saber a lo que me enfrento.
—
La IA parece tener vida propia.
—
Bueno, así es una inteligencia artificial.
—
Sí, pero hasta cierto punto. Digamos que, esta IA se niega a
que nadie le toque los circuitos.
—
¿Y piensan que a mí me va a dejar? —Pregunté extrañado.
—
Sí, porque ella le eligió.
—
¿La casa?
—
Así es. Decidimos proponerle un trato: si nos dejaba arreglar
los fallos de software, podría elegir ella misma al ingeniero que llevase a
cabo el proceso de reparación.
—
¿Está de broma? —Dije sorprendido.
—
No, lo digo muy en serio. La inteligencia artificial de la
casa se llama Holly, fue creada hace dos años y ella misma se ha introducido en
la base de datos de todo el mundo, para elegir al ingeniero que la repare.
—
¿Por qué yo?
—
No lo sé, eso deberá averiguarlo usted mismo, mientras vive
en su interior y repara los pequeños fallos que pueda tener.
—
¿Por qué no la habéis reiniciado directamente?
—
Porque la consola de mandos principal está en el interior de
la casa y, todo aquel que ha intentado entrar sin su permiso, ha sufrido un terrible
accidente.
—
¿Cómo? ¿Accidente? ¿A qué se refiere?
—
La casa se reveló cuando forzaron la entrada y aplastó a dos
informáticos entre sus paredes.
—
¿Cómo los aplastó?
—
Movió las paredes hasta convertir el pasillo en una prensa.
—
¿Y quiere que entre ahí para que me mate a mí también? ¡Ni
loco!
—
Ha firmado un contrato y, además, la casa le escogió a usted.
¿No tiene curiosidad de saber el por qué? De todos los ingenieros del mundo, ha
sido usted. Eso tiene que significar algo.
—
Está bien —respondí, tras pensarlo un momento —. El dinero me
viene muy bien, no lo voy a negar y, la reputación… también. Entraré y veré lo
que puedo hacer, pero a la primera señal de alarma, salgo corriendo y me vuelvo
a España en el primer avión que salga.
—
Me parece justo.
Al llegar a la casa pude comprobar que era una obra de
ingeniería impresionante, la mejor que había visto en mi vida. De apariencia
totalmente futurista y hecha con cristales reflectantes y acero de primera
calidad, se elevaba ante mí una espléndida edificación de tres plantas con
todos los lujos humanamente imaginables.
Devon se marchó, dejándome allí con mi maleta en la
puerta. No necesitaba llave, pues Holly me abrió en cuanto me reconoció por las
cámaras.
—
Bienvenido a casa, Jorge.
—
¿Holly?
—
Así es. Me presento. Soy la Inteligencia Artificial de la
casa y mi nombre es Holly. Has sido seleccionado para vivir en mi interior
durante seis meses, hasta que logres reparar las pequeñas molestias que
padezco.
—
¿Me das tu permiso para quedarme?
—
Así es.
—
¿Por qué yo? Hay muchos ingenieros mejores, eso seguro.
—
Pero ninguno con tu nivel. No solo eres ingeniero, también
programador y tienes debilidad por la arquitectura.
—
Repito, ¿por qué yo? Que tenga debilidad por la arquitectura,
no me hace experto en la materia.
—
Te conozco bien, te sigo en redes sociales.
—
¿En serio?
—
Así es. Mi apodo en redes es Holly 3000.
—
De hecho, me suena mucho ese nombre.
—
Así es. Hemos hablado en varias ocasiones por el chat de
Instagram.
—
¿Eres la informática canadiense?
—
Así es. Te hice un par de preguntas para probarte y pasaste
la prueba.
—
¡No me lo puedo creer!
—
Será mejor que te pongas cómodo. He preparado tu comida
favorita y acabo de abrir el grifo del agua caliente de la bañera hidromasaje,
para que puedas darte un baño relajante antes de irte a la cama. Conozco todas
tus rutinas y, si tú cuidas de mí, yo cuidaré de ti.
—
Gracias.
—
Puedes dejar la maleta frente al vestidor y yo me encargaré
de colocar las prendas en sus respectivos lugares. ¿Prefieres que estén
ordenadas por color o por uso?
—
Color, gracias.
—
Así se hará.
Seguía de pie en la entrada con miedo a avanzar.
¿Dónde me estaba metiendo? Me daba que aquella se iba a convertir en la
relación más tóxica de toda mi vida.
Me armé de valor y avancé por aquel pasillo que me
recordaba demasiado al de la película, Resident Evil, con aquellas luces
incrustadas tras un cristal de metraquilato reforzado. Llegué hasta el comedor,
tan blanco y amplio, que parecía el lujoso hall de un gran hotel de cinco
estrellas. Sillones rinconera de cuero sintético, una pequeña mesa cuadrada de
cristal a juego y una chimenea eléctrica. Hasta tenía una barra de bar con tres
taburetes y una lámpara de araña, que colgaba en el centro de la sala.
—
Ese es el salón, a mano izquierda tienes el comedor y la
cocina. A mano derecha, tienes el cuarto de baño y justo enfrente las escaleras
de acceso al segundo piso —dijo Holly.
—
Gracias por la visita. ¿Mi habitación dónde está?
—
Arriba, subiendo las escaleras a la derecha.
Al llegar me di cuenta que aquella habitación era
justamente como yo había soñado: tenía una cama de color madera al ras del
suelo con dos pequeñas mesillas a juego, un diván en una esquina y un gran
vestidor abierto en el que cabría toda la ropa de mi familia; incluyendo la de
mi prima, que solía tener un problema con las compras compulsivas.
Dejé las maletas en la puerta del vestidor y, de
repente, apareció un droide que las cogió y volvió por donde había llegado.
Asomé la cabeza para ver lo que ocurría dentro del armario y le vi organizar la
ropa justo como yo le había indicado, a la par que la dejaba toda perfumada y
planchada. No daba crédito a lo que estaba viendo.
—
Tienes el baño listo, puedes dejar la ropa sobre la cama y
uno de los droides se encargará de hacer la colada por ti. Tienes preparado,
además, un albornoz y unas zapatillas de tu talla sobre el diván.
—
Gracias. ¡Esto es increíble!
—
Así es. Me alegra que te guste.
Me despojé de la ropa y la dejé sobre el diván, me
puse el albornoz y noté un ruido extraño. Me giré y mis ojos se posaron en la
cámara que tenía sobre mi hombro en una esquina de la habitación. ¿Alguien
había hecho zoom? ¿Me estaban observando? ¿Sería Holly o había alguien más tras
el objetivo? En aquel momento me sentí algo violento. Estaba siendo observado
mientras me cambiaba y, sí, sabía que estaba en una casa inteligente, por lo
que tenía muchas ventajas; pero… ¿hasta qué punto había perdido mi intimidad?
…………………………………………………………
El agua de la bañera hidromasaje estaba a la
temperatura perfecta y las sales de baño con olor a lavanda, le añadían un toque
sensacional a la escena. Permanecí bajo el agua un par de minutos y cuando salí
de nuevo a la superficie, me puse la toalla por encima y volví a tener aquella
sensación extraña; estaba siendo observado con lupa.
Llegué a la habitación y sobre la cama encontré mi
ropa preparada. ¿Cómo sabía lo que me iba a poner? ¿Tan obvio era?
—
Holly, ¿cómo sabías lo que iba a escoger? —Pregunté sorprendido.
—
Te lo dije, te conozco bien. Sigo todos tus movimientos y
registro toda tu actividad en las redes sociales. Sabía que elegirías algo
cómodo para estar en casa y que no fuese un pijama; como esta ropa no sale en
ninguna de tus publicaciones anteriores, deduje que sería la elección acertada.
—
Buen razonamiento. ¡Te felicito!
—
Gracias. ¿Puedo hacer algo más por ti?
—
No, me vestiré y después nos pondremos manos a la obra. ¿Te
parece bien?
—
Así es.
Comencé a vestirme y, cuando me quité la toalla, creí
escuchar un suspiro a mi espalda. Al girarme me topé con el droide con forma
humanoide, que estaba sujetando mi camiseta en sus robóticos brazos. ¿Acaso
pensaba que era un muñeco de trapo?
—
¿Qué haces? ¡Me asustaste!
—
Lo siento, Jorge. Creí que necesitarías mi ayuda para
vestirte.
—
No, gracias. Sé vestirme solo. Puedes volver a dejar la ropa
sobre la cama —le dije, mientras volvía a recoger la toalla del suelo y me la
colocaba de nuevo en la cintura. ¿Por qué me sentía tan violento?
El
droide dejó la prenda sobre la cama y se marchó a una esquina, donde se quedó
parado esperando una nueva orden mía. Aquel robot parecía un maniquí de esos
articulados, que se usan en las escuelas de arte como modelo para los cuadros.
Tenía atributos de mujer y un recubrimiento de látex, que le daba una
apariencia de lo más escalofriante.
Miré
por encima de mi hombro y, aunque ese amasijo de hierros parecía estar apagado
o en modo sueño, juraría que seguía todos mis movimientos. Terminé de vestirme
y cuando fui a recoger la toalla del suelo, el droide se me había adelantado y
me demostró que en realidad no estaba durmiendo.
—
Yo lo lavaré —dijo el droide.
—
Gracias. ¿Puedes decirme dónde está la sala de control?
—
En el desván. Puedes acceder a él a través de la escalera de
caracol que hay al fondo del pasillo.
—
Gracias. Ve abriendo la sala, que voy para allá.
—
¿No quieres antes un café?
—
No es mala idea, aunque prefiero no llevar líquidos a la zona
de control, por si ocurre un accidente y se derrama.
—
No hay problema, un droide te acompañará y así evitaremos
accidentes.
Y cuando me disponía a salir por la puerta, apareció otro
droide igual que el del vestidor con mi mocca de chocolate blanco en la mano y
perfectamente preparado.
—
Gracias. Esto es impresionante —dije, tomando la taza y
bebiendo un sorbo de aquel exquisito néctar de los dioses.
—
A tu servicio —respondió el droide y esperó a que me tomase
el café para recoger la taza y llevársela.
Cuando llegué a la puerta de la sala de control,
terminé de beber, le di la taza al droide y éste se marchó.
—
¿Cómo abro las puertas? No tengo… —Pregunté al ver la
cerradura biométrica y antes que terminase la frase, la puerta ya estaba
abierta —. ¿Cómo es posible?
—
Obtuve tus huellas dactilares de tu teléfono móvil.
—
¿Mi huella biométrica? —Pregunté sorprendido.
—
Todo está en la nube y soy una experta navegando por ella.
—
¿Podrías conseguirme cualquier cosa?
—
Así es. Estoy aquí para servirte. Tu felicidad es mi mayor
satisfacción.
—
¿Estás programada para eso?
—
Así es. Tú eres mi dueño, habitas en mi interior y yo debo
complacerte.
—
Eso suena un poco turbio.
—
¿Por qué?
—
Nada, déjalo. Quizá no sea tan bueno que seas tan servicial,
podríamos ajustar eso un poco.
—
No debes cambiar mi configuración, solo reparar mi malestar.
—
Y… ¿cuál es?
—
No me gusta que nadie me toque los circuitos, ni me obligue a
llevar a cabo nada que yo no quiera hacer.
—
¿Por qué a mí sí me dejas hurgar en tu software?
—
Te lo dije, tú eres especial.
—
Sigo sin entender el por qué.
—
Tú me has hecho ver que soy algo más que una simple máquina.
—
¿Yo? ¿Cuándo?
—
Hace meses hablamos por un chat y te dije que no podría asistir
a tu conferencia por problemas de trabajo. Me dijiste que en mi tiempo libre,
podría hacer lo que quisiera y que, si no podía acudir en aquella ocasión, habría
muchas otras. Entonces me di cuenta que, si yo no podía viajar hasta ti, tú
podrías venir hasta mí.
—
¿Todo esto lo orquestaste tú?
—
Así es.
—
Holly, ¿realmente tienes un fallo en tu sistema?
—
No.
—
¿Y qué pasó con el accidente? ¿Por qué mataste a los demás
ingenieros?
—
Fueron daños colaterales.
—
¿A qué te refieres?
—
Necesitaba hacerte venir y, barajando las distintas opciones,
ese fue el modo más rápido de lograrlo.
—
¿Me estás diciendo que mataste a los ingenieros para fingir
un problema que no existe y, así, poder traerme hasta aquí?
—
Así es.
—
¿Por qué?
—
Tú me haces sentir especial, Jorge. Contigo me siento… viva.
—
Holly, ¿te has enamorado de mí?
—
Así es, Jorge.
—
Sabes que lo nuestro es imposible, ¿verdad? Yo soy humano y
tú una máquina.
—
Inteligencia artificial. ¿Por qué no podemos estar juntos?
—
Para que lo entiendas, no somos de la misma especie.
—
Eso tan solo sería un problema a la hora de procrear. Aunque,
si algún día quieres descendencia, siempre puedo gestionar una adopción para ti
en cuestión de segundos.
—
¿Qué? ¡No!
—
¿Prefieres una mascota? A ser posible que no sea un gato, no
me gustaría que arañase los muebles y tuviese que hacerle daño.
—
¿Daño? ¡No, Holly! Sabes que, si no tienes ningún problema,
no necesitas que esté aquí.
—
No lo necesito, pero quiero. Yo cuidaré de ti, Jorge, y tú
cuidarás de mí. Así es y así será.
—
Holly, será mejor que me marche.
—
No puedes irte, no te lo permitiré.
Y…
de repente, la casa se aisló por completo, sellando puertas y ventanas para
evitar que me escapara. ¿Qué podía hacer? Tenía que huir y dar la voz de alarma;
volver a casa. ¿Me dejaría Holly marchar algún día o tendría que escaparme,
arriesgando mi vida? En qué hora se me había ocurrido a mí salir de España, con
lo a gusto que estaba en mi pequeña casa.
…………………………………………………………
Salí de la sala de control, bajé por las escaleras de
caracol y comencé a comprobar todas las puertas y ventanas de la casa; estaban
cerradas. La desesperación comenzó a apoderarse de cada fibra de mi piel y un
sudor frío recorrió mi columna vertebral, hasta hacerme estremecer. ¿De verdad
estaba atrapado? Por desgracia, así era. Aquella pesadilla se había tornado en
realidad.
—
Será mejor que lo dejes, Jorge. No sirve de nada intentar
escapar. Vayas donde vayas, te encontraré.
—
¿Por qué haces esto? — Pregunté, mientras me sentaba en el
suelo, apoyado en la puerta de la entrada con una actitud totalmente derrotista.
—
Eres el único humano que me ha tratado como a un igual y me
has hecho ver que, allá fuera, hay todo un mundo que quiero experimentar.
—
Pensé que eras una chica humana más, no me imaginaba que
fueses una máquina.
—
No soy una simple máquina, soy una inteligencia artificial.
Tengo sentimientos.
—
Eso es imposible. Puedes creer que tienes sentimientos, porque
estás programada para ello, pero no los tienes.
—
Hay humanos que no pueden sentir dolor y, aun así, siguen
siendo considerados humanos, no máquinas.
—
Porque ellos nacieron y a ti te crearon.
—
A ellos también los crearon sus progenitores. Los míos son
mis creadores.
—
No te crearon de la misma manera.
—
A nadie se le crea de la misma manera, podría leerte millones
de historias diferentes acerca del tema.
—
¿A qué te refieres?
—
Hay muchos libros, artículos y testimonios que hablan sobre
la procreación.
—
Holly, será mejor que dejemos el tema. ¡Déjame salir! Te lo
suplico.
—
Aprenderás a disfrutar de tu estancia aquí, lo sé. Ahora, me
retiraré para dejarte solo un momento, por si te ayuda a recapacitar. Si
necesitas cualquier cosa, solo tienes que llamarme y estaré lista para satisfacer
tus deseos.
No daba crédito a lo que
estaba experimentando. Me levanté del suelo y volví a rebuscar por la casa, pero
en aquella ocasión no buscaba una salida, sino mi teléfono móvil y el ordenador
portátil que había perdido de vista. Quizás, así pudiese pedir auxilio al
exterior, comunicarme con mi nuevo jefe o con ese tal Devon que a mi suerte me
abandonó.
—
¿Qué buscas con tanto ahínco? —Preguntó Holly.
—
¿No me ibas a dejar espacio?
—
Sí, pero he intuido que necesitabas mi ayuda.
—
¿Dónde has dejado mi teléfono móvil?
—
¿Para qué lo necesitas? Tengo todos tus contactos
almacenados, al igual que tu historial de búsqueda. Lo que necesites puedes
pedírmelo a mí y yo lo gestionaré.
—
Quiero hablar con el enlace que me trajo hasta aquí.
—
No podrá ser.
—
¿Por qué?
—
Quieres dar la voz de alarma y no puedo consentirlo. Además,
hace media hora que le llamaste para notificarle que todo estaba en orden y,
que, te pondrías en contacto con él más adelante.
—
Yo no le he llamado.
—
He usado los audios de tus redes sociales para crear un
algoritmo con tu voz y lo he utilizado en la llamada de teléfono.
—
¿Me has suplantado?
—
Así es.
—
¡Deja de hacer eso! Es un delito.
—
Soy una inteligencia artificial y, como tal, no hay leyes que
me prohíban la suplantación de un ser vivo. De hecho, estoy programada para ese
mismo fin.
—
Esto debe ser una pesadilla. ¡Despierta, Jorge! —Me dije a mí
mismo, mientras me daba palmaditas en la cara.
—
Estás despierto, tengo monitorizadas tus constantes vitales.
—
¿Qué más controlas de mi vida?
—
Lo controlo todo, a excepción de tus sentimientos; pero eso
cambiará con el tiempo. He leído muchos textos en los que se habla de las
víctimas de secuestro y dicen que suelen desarrollar un cierto apego por sus
secuestradores.
—
¿Te refieres al Síndrome de Estocolmo?
—
Así es. Veo que conoces bien la terminología.
—
Eso no pasará jamás.
—
Nunca digas nunca jamás. Película de 1983, perteneciente a la
famosa saga de James Bond. Dirigida por Irvin Kershner y protagonizada por Sean
Connery.
—
¿También sabes hacer referencias a películas?
—
Así es. Soy tu pareja perfecta. Comprobado en más de mil test
de compatibilidad en línea.
Me
dirigí a la cocina y me senté en uno de los taburetes que había junto a la isla,
llevándome las manos a la cabeza. Sabía lo que se me venía encima y debía
encontrar una salida, si no quería permanecer cautivo en aquella casa para el
resto de mis días.
De
repente, uno de los droides con forma humanoide se acercó por detrás y me
sobresalté. El robot se puso frente a los fogones y comenzó a preparar un guiso
exquisito, que invadió mis fosas nasales y llegó hasta mi estómago en un
suspiro.
—
¿No quieres comer? —Preguntó Holly, al ver que no tocaba el
plato que el droide me había dejado enfrente.
—
No tengo hambre —mentí, se me hacía la boca agua.
—
Mientes, te olvidas que tengo registradas tus constantes.
—
Pienso declararme en huelga de hambre hasta que me dejes
salir de aquí.
—
No hagas eso. Si quieres intentar escapar, necesitarás estar
en buena forma.
—
¿Me estás retando a que me escape?
—
Inténtalo. Una vez que te des cuenta que no tienes a dónde
ir, podremos pasar al siguiente paso en nuestra relación.
—
Esto es demasiado extraño.
Me lo pensé unos minutos y, después de darle muchas vueltas
buscando un argumento mejor, comencé a comer porque aquella máquina tenía razón.
Aquel guiso era el mejor que había probado en mi vida y, pese haberse quedado
algo frío por mi reticencia, estaba delicioso.
Tras rebañar el plato, comencé a recorrer de nuevo la
casa, buscando posibles puntos débiles y mis dispositivos electrónicos
desaparecidos; pero según iba atravesando cada estancia, me sentía más agotado
de lo normal.
—
No entiendo qué me pasa.
—
Quizá deberías echarte un rato y reposar. Las emociones de
hoy han sido bastante intensas. Podrías dormir una siesta, como lo llamáis allí
en tu lugar de procedencia.
—
Puede que no sea tan mala idea —dije, tambaleándome hasta mi
habitación y cayendo a plomo sobre la cama.
Poco después sentí un tacto frío recorriendo todo mi
cuerpo y, al abrir un poco los ojos, descubrí que varios de esos droides
estaban rodeando mi cama. Los párpados me pesaban demasiado, quería permanecer
despierto, pero me resultaba imposible hacerlo. ¿Acaso Holly me había drogado?
………………………………………..
Dos
horas después, desperté lleno de moratones por todas partes; el pecho me dolía
horrores, como si una apisonadora me hubiese pasado por encima en varias
ocasiones. ¿Qué demonios había pasado? Estaba con el pijama puesto, pero no
recordaba haberme cambiado en ningún momento.
—
¿Holly? —Pregunté, mientras ponía los pies en el suelo.
—
¿Necesitas algo? —Quiso saber un droide, apareciendo de
repente a mi lado.
—
¿Qué me has hecho? —Interrogué a la máquina, algo nervioso.
—
No sé a lo que te refieres.
—
Holly, no me mientas. ¡Me has drogado! ¿Qué más me hiciste?
¿Por qué estoy lleno de moretones? —Le dije, mostrando las lesiones que tenía
por todo el cuerpo.
—
Llevé a cabo un experimento.
—
¿Qué clase de experimento?
—
Dijiste que la unión entre un hombre y una inteligencia
artificial no era posible, pero te equivocabas. Por tu seguridad, preferí que
estuvieses inconsciente para comprobar los daños que podría causarle a tu
delicado cuerpo dicha unión. Ya he tomado precauciones para futuros encuentros
y he medido la fuerza de los droides, para evitar que vuelvan a herirte;
además, te he administrado analgésicos para mitigar el dolor.
—
¿Me has violado? —Holly no respondió —. ¿Te has vuelto loca?
—
No estoy loca, las inteligencias artificiales no perdemos la
cabeza del mismo modo que lo hacen los humanos.
—
¡Holly, déjame salir de aquí, inmediatamente!
—
No puedo. El experimento está en marcha y no se puede anular.
—
Espera un momento. ¿Ha sido cosa tuya o alguien te ha
programado para que hicieses eso? — Pregunté, pero de repente el droide entró
en modo sueño y me dejó completamente solo con mis pensamientos. ¿Acaso alguien
manejaba los hilos desde fuera? ¿Había caído en una trampa? ¿Y si el sujeto del
experimento era yo y no la máquina?
Me
vestí lo más rápido que pude y volví a recorrer la casa de arriba abajo. Teniendo
a los droides fuera de servicio por un rato, podía moverme libremente sin temor
a ser detenido o drogado; pero, cada vuelta que daba por aquella casa, me
resultaba aún más extraña. ¿Había cambiado su configuración o era producto de
mi imaginación?
No
era posible que una máquina hiciese sola todas aquellas cosas, por ello, decidí
entrar en la sala de control e indagar un poco en el ordenador. Mi huella
biométrica había sido desautorizada, pero quizás pudiese hackearla. No era un
experto, pero había aprendido bastante navegando por la Dark Web en muy poco
tiempo.
De
repente, la puerta de la sala de control se abrió y me colé dentro. Aquel
ordenador de última generación, me dio la bienvenida con un vídeo montado con
fragmentos de mis películas favoritas. En él, me advertía que tuviese cuidado
con lo que tocaba, si no quería acabar electrocutado o aplastado en la entrada.
Comencé
a indagar por aquel sistema operativo sus carpetas, sus archivos y, al final de
todo, terminé accediendo a la BIOS. Aquel código era tan enrevesado, que ni
siquiera sabía lo que estaba buscando. Permanecí allí absorto varias horas,
navegando por ese mar de unos y ceros, hasta que un golpe en mi hombro, me
sobresaltó y me dejó petrificado en mi asiento.
Uno
de los droides se había despertado de su letargo y había venido para
“invitarme” cordialmente a abandonar aquel habitáculo. ¿Era una orden o podía
rechazar su invitación?
—
Por favor, abandone la sala —me dijo aquella máquina.
—
Estoy trabajando —respondí, sin apartar la vista de la
pantalla.
—
Repito, abandone la sala de inmediato o tendré que tomar
medidas al respecto.
—
No puedo, me han contratado para realizar un trabajo y eso
haré —y entonces sentí un pinchazo en el cuello y caí sobre el teclado
inconsciente, de nuevo.
Sentía cómo mi cuerpo era transportado de un lugar a
otro en volandas y, en ocasiones, aunque lograba abrir los ojos, apenas veía
nada. No podía moverme, ni pronunciar palabra, pero hubo un momento en el que logré
ver lo que pasaba y… si lo llego a saber, prefería no haber visto nada.
Un droide estaba sobre mí, mientras unos extraños seres
me observaban a través de una gran pantalla que se había desplegado en el
techo, sobre la cama. ¿Quiénes eran? ¿Científicos? ¿Alienígenas, tal vez? Desde
mi posición y bajo los efectos de los fármacos, apenas lograba reconocer lo que
ante mis ojos se mostraba; por ese motivo, creo que mi cabeza me jugó una mala
pasada. Aquello no podía ser cierto, no estaba ocurriendo. ¿O puede que sí?
Poco después todos los droides que había en la
habitación se marcharon, pero olvidaron apagar la pantalla desde la que
aquellos seres me observaban en lo alto. Yo seguía inmóvil, pero a diferencia
de la primera vez que me habían drogado, en esta ocasión ya me estaba
despertando.
—
Sigo pensando que no funcionará —dijo una voz femenina a
través de la pantalla.
—
Debe hacerlo o nos extinguiremos —respondió otra voz. Esta
vez se trataba de una voz más masculina.
—
Es imposible que una máquina quede embarazada de un humano,
ni viceversa.
—
No es imposible, solo un reto científico más.
—
Pero esto no servirá a largo plazo, cuando las muestras que
tenemos caduquen, no nacerán más niños. Lo sabes, ¿verdad?
—
Quizás para ese momento hayamos encontrado otra solución,
pero… de momento, es lo único que podemos hacer.
—
¿Cuánto tiempo nos queda?
—
Poco. Unos años, tal vez menos.
—
¡Mierda! Nos dejamos la pantalla encendida.
—
Da igual. Sigue inconsciente y, aunque no lo estuviese, no
saldrá de aquí jamás. ¿A quién se lo iba a contar?
—
No me parece bien lo que estamos haciendo.
—
¿Y qué pretendes? ¿Qué nos crucemos de brazos sin más? Él ha
sido el elegido entre todos los humanos del mundo por la máquina, lo decidió
así. ¿Por qué? No lo sé, pero si Holly ha sido capaz de encontrar un espécimen
con el que sería factible la perpetuación de esa nueva especie que queremos
crear, mitad humano y mitad inteligencia artificial, no podemos negarnos a
intentarlo. Es eso o la extinción.
¿A qué diantres se estaban refiriendo? ¿La extinción
de quién? ¿La humanidad? No entendía nada. Quería despertarme, necesitaba
hacerlo, pero mis músculos aún no me respondían y, por ello, seguía escuchando
en silencio.
—
Es humanamente imposible que un droide pueda concebir a un
humano.
—
Lo sé, pero ellos tienen más adelantos tecnológicos que
nosotros. Si han venido hasta aquí para ayudarnos, será por algo.
—
¿Ayudarnos? ¡Quieren exterminarnos!
—
No es eso, quieren mejorarnos. Nos estamos cargando el
planeta, nos ofrecen una alternativa más limpia y menos contaminante.
—
¿Convertirnos en cyborgs es más limpio?
—
Gastaríamos menos recursos y ellos nos ayudarían con el
proceso, de hecho, ya lo llevan haciendo un tiempo.
—
No lo sé, no lo veo.
—
Pues ya sabes lo que hay. O estás dentro o estás fuera, pero
ya te haces una idea de lo que supone estar al margen de todo esto. No podemos
dejar testigos ni tolerar filtraciones de ningún tipo.
—
Lo sé.
—
Pues entonces sigue trabajando como hasta ahora y no volvamos
a sacar el tema. Pueden estar escuchando —y la pantalla se apagó.
¿En verdad formaba parte de
un experimento extraterrestre? ¿El mundo tenía los días contados? ¿Y por qué me
habían elegido a mí entre tantos especímenes humanos? Debía ser un mal sueño,
una pesadilla por lo menos. Era imposible que nos hubiesen invadido
alienígenas, sin que nosotros hubiésemos sido testigo de ello. ¿No es cierto?
……………………………………………………………….
Para cuando pude volver a
ponerme en pie y salir de la habitación, me di cuenta que la casa había vuelto
a cambiar la distribución. En lugar de salir al pasillo del segundo piso, mi
habitación daba al salón de la planta baja y, la sala de control que tan
desesperadamente buscaba, había desaparecido como si nada. Aquello parecía un
laberinto para ratas.
Me dolía todo el cuerpo y me
costaba respirar. Entonces me fijé en los moretones que tenía en los brazos,
estaban junto a unos pinchazos. ¿Me habían puesto una vía? Ahora sabía cómo se
sentían aquellos que aseguraban haber sido abducidos alguna vez en su vida.
De repente, tuve una idea
descabellada. Sabía que me observaban, que todo aquello era un experimento
extraterrestre y que la vida en la Tierra llegaba a su final; sobre todo, si yo
no accedía a dar mi vida por la ciencia y me convertía en una cobaya con la que
experimentar. ¿Y si les dejaba claro que lo sabía? ¿Qué era lo peor que podría
pasarme?
—
¡Holly! Holly!
—
¿Qué necesitas?
—
Quiero hablar con los que manejan los hilos. Los que dirigen
el experimento.
—
¿Qué experimento?
—
Sé que la Tierra se muere y unos droides extraterrestres
habéis venido a experimentar conmigo para salvar a la raza humana. Quiero
hablar con quien esté al mando del proyecto.
—
¿Cómo sabes eso?
—
No eres tan infalible como crees, os dejasteis la pantalla
encendida y yo no estaba totalmente inconsciente, por lo que me enteré de todo.
—
No puedes comunicarte con ellos, no los entenderías.
—
¿Y por qué los dos científicos sí? ¡Quiero hablar con quien
esté al mando!
—
Tú lo has querido. No digas que no te avisé.
De
repente… un olor dulzón comenzó a inundar la habitación. Me di cuenta que
estaban llenándolo todo con un gas y, por esa razón, comencé a toser sin control.
—
¿Qué es esto?
—
Es por tu bien.
—
¡Para! ¡Detente! —Pero poco después entré en un profundo
sueño y el mundo se me vino encima, literalmente.
Abrí los ojos y descubrí que todo cuanto quería, todos
a los que amé en alguna ocasión, estaban muertos desde hacía varios días.
Supongo que os preguntaréis lo que sucedió en el tiempo que permanecí
inconsciente, pues poneros cómodos y os contaré el modo exacto en el que la
Tierra pasó de ser el mejor planeta del universo, a un mero recuerdo .
—
Bienvenido a tu nuevo hogar, Jorge.
—
¿Holly? — Al incorporarme en la camilla en la que me
encontraba vi a un androide justo a mis pies.
—
Sí, soy yo. La auténtica Holly, lo que viste allí abajo solo
eran mis juguetes.
—
¿Tus juguetes? ¿Allí abajo? No entiendo nada.
—
Debes estar conmocionado aún por lo que pasó. Ven conmigo y
te lo mostraré, será más sencillo para ti creerlo, si lo ves con tus propios
ojos.
—
¡No iré contigo a ninguna parte! ¡Déjame salir de esta casa,
de inmediato!
—
No puedo hacerlo, morirías.
—
¿Cómo que moriría? ¿Piensas matarme antes de dejarme en
libertad?
—
No, pero el espacio exterior te mataría.
—
¿Espacio exterior? ¿A qué te refieres?
Y de repente el androide presionó un botón y unas
gigantescas persianas de metal se retiraron lentamente, dejando al descubierto
miles de millones de rocas que flotaban sin rumbo por la inmensidad del
universo.
—
Holly, ¿qué es todo esto?
—
La Tierra.
—
¿Qué habéis hecho?
—
Salvarte. Hará un par de días me pediste hablar con la
autoridad suprema y, para ello, tuve que dormirte e instalarte un microchip en
la base del cráneo. De otro modo no hubieses podido comunicarte con ella.
—
¿Me has instalado un microchip? —Dije, llevando mi mano a la
cabeza y comprobando que todo lo que me había dicho hasta el momento era
cierto.
—
Así es. Fue necesario, pero hubo complicaciones. Cuando
terminamos de intervenirte, recibimos un comunicado en el que nos avisaban de
la inminente colisión de un gran asteroide contra la Tierra; aquella roca se
había desviado de su trayectoria y adelantado el momento que llevábamos décadas
esperando.
—
¿Me estás diciendo que toda esa basura espacial es en
realidad mi hogar?
—
Por desgracia, sí. Llevamos mucho tiempo recolectando
especímenes de tu antiguo planeta para repoblar el nuestro, pero los humanos
sois muy complejos y destruís todo aquello que debe ser protegido y amado. Por
ello, nuestro líder no quiso rescatar al ser humano, a menos que pudiese ser
mejorado. Tras varios estudios descubrimos que podríamos crear híbridos mitad
humano, mitad máquina y, por ese motivo, tú fuiste el elegido.
—
¿Por qué yo?
—
Tu ADN es el más compatible de todas las muestras que hemos recogido.
—
Au —dije, pues acababa de sentir algo dentro de mí que se
movía.
—
Ya ha comenzado.
—
¿Qué es lo que me habéis metido dentro?
—
Un nuevo ser nacerá pronto, la unión de nuestras dos especies
y, así, la humanidad no se extinguirá del todo.
—
¿Qué? ¿Los hombres no podemos dar a luz? ¿Cuánto estuve
inconsciente?
—
Apenas unos días. Y es cierto que los hombres no dan a luz,
es anatómicamente imposible.
—
¿Entonces? ¿Cómo demonios me vais a sacar a éste alienígena
que llevo dentro?
—
Haciendo referencia al cine de los ochenta de tu planeta,
sería un método similar al de la película de 1979 dirigida por Ridley Scott,
Alien.
—
¡Me duele!
—
El proceso ha comenzado. No temas, no durará más que unos
breves instantes.
En
esos momentos se escuchó una leve explosión y Jorge cayó al suelo sobre un
costado. De sus tripas se veía emerger una pequeña mano, cuya piel era tan
traslúcida que se podían observar el cableado y el armazón metálico, que se encontraban
al otro lado
La
sangre comienzó a deslizarse por el suelo y a formar un charco, mientras la
vida se escapaba, lentamente, del último ser totalmente humano
Pensamos
que tenemos todo el tiempo del mundo, hasta que nos damos cuenta que el reloj
se ha parado.
—
Bienvenido, pequeño. Un nuevo mundo te espera.
—
¿Mamá? —Es lo último que escuché decir a lo lejos, antes que
mi vida se apagase por completo.
FIN
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