domingo, 17 de julio de 2011

Terror en las clases 5ª parte

Caminaron por las calles de la ciudad, agachados y en silencio. Todo estaba iluminado y no parecía que la infección hubiese llegado allí, pues no había cuerpos en el suelo, ni coches abandonados, ni rastros de sangre por ningún lado. Habían pasado sin problemas, sin toparse con ningún control o barricada. Era muy raro, no sabían que pensar. De pronto se vieron rodeados por un grupo de zombis, salidos de la nada y un fogonazo de luz les cegó, dejándolos a su merced. El ejército comenzó a disparar y los zombis cayeron al suelo, el foco se apagó y un grupo de militares saltó de los vehículos para arrancarles la cabeza. Uno de ellos, el que parecía ser el jefe, se acercó al grupo que permanecía inmóvil y se presentó.

Jefe: Soy el jefe de operaciones especiales y estoy al mando. ¿De dónde venís?
Megan: Venimos del centro, logramos escapar de un instituto de la capital y pensamos que hacernos a alta mar sería lo mejor.
Jefe: Buena idea. ¿Fue tuya?
Megan: Sí, ¿pero qué ha pasado aquí? ¿cómo está todo tan limpio y ordenado? Es como si no hubiese llegado la infección hasta aquí, aunque ya hemos podido comprobar que sí.
Jefe: Nos hemos hecho fuertes al lado de la playa, tenemos un satélite que reconoce el calor corporal, cuando nota algo con menor temperatura de la normal, a lo largo de una línea fronteriza que nos hemos marcado, descarga un rayo que lo hace explotar todo en mil pedazos y cuando no hay peligro, se manda a un equipo de limpieza.

Llevaba funcionando desde que todo empezó, por lo que habían tenido tiempo de limpiar los despojos, para evitar que otros llegasen movidos por el olor. Los que les habían atacado, eran unos de los pocos que quedaban sueltos por la ciudad y que aún no habían dado caza, pero pronto eso terminaría. El rayo era efectivo sino intentaban cruzar muchos a la vez, porque en grupo emanaban más calor y el rayo los confundía con seres vivos, por lo que no funcionaba.

Megan: Eso está muy bien, pero tengo que avisarle que detrás nuestro vienen bastantes de esos seres, les hemos dado esquinazo hasta ahora, pero no creo que tarden mucho más en llegar.

El jefe le pidió a su primero al mando que se llevara a los chicos a la playa, al puesto de mando que allí habían montado y llamase al barco para que los recogiesen y pusieran a salvo. Ellos se quedarían a esperar a los zombis rezagados, por si alguno escapaba al rayo.
Los chicos siguieron al jefe esperanzados, pronto estarían a salvo, la idea del barco no era tan mala, cuando el ejército mismo la había utilizado para sus propios fines. No tendrían que robar uno, ya se lo estaban ofreciendo y de forma legal, aunque la legalidad era lo que menos les importaba en esos momentos.
Cuando llegaron a la playa, cientos de tiendas de campaña se levantaban a lo largo de toda la arena, formando una base improvisada. En una tienda almacenaban la comida, en otra las armas, otras eran para las guardias y en otras se reunían cientos de militares. Estaba la tienda de operaciones y la que usaban de enfermería, además de tener otra que utilizaban como laboratorio, en la que tenían un par de esos seres encerrados en jaulas, para usarlos como cobayas y poder hallar una cura. Aunque en el fondo, sabían que una cura era imposible, los científicos soñaban con tener algo con lo que matarlos definitivamente y evitar el contagio. Eso sería el mayor logro tras la penicilina.
Estaban todos sentados en la playa, tomando un chocolate caliente y tapados con mantas. Era una extraña noche de primavera, fría como no la hubo en años. Patrick estaba sentado junto a Megan y Óscar estaba sentado con Enrique, hablando de cosas mundanas.

Patrick: Gracias.
Megan: ¿Porqué me das las gracias?
Patrick: Por salvarnos, por guiarnos hasta aquí, por creer en mí, por regalarme una sonrisa que me ha dado las fuerzas para seguir adelante. Gracias por todo ello.
Megan: Anda calla que me vas a poner colorada, menos mal que no hay mucha luz y no se me vería.

Patrick se acercó a Megan, sujetó su cara helada entre sus manos y la besó. Al fin estaban a salvo y podía decirle cuanto la quería, lo mucho que se había fijado en ella desde que llegó al instituto, las ganas que tenía de haberla conocido oficialmente mucho antes, pero que por miedo no se atrevió a hacer. Era el más popular, pero no importaba, en cuestión de chicas, seguía siendo el mismo niño asustadizo de siempre.
Ella le abrazó y hundió la cabeza entre su pecho. Se sentía arropada y al fin podría dejar de sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, dejarse llevar y por una vez en su vida, sentirse querida y protegida. No le gustaba depender de nadie, pero hasta el más fuerte necesita sentirse así alguna vez. Se abandonó en sus brazos, dejó las preocupaciones a un lado y se dejó llevar.
Un grito ahogado salió de la tienda de los experimentos, a lo lejos, el jefe de operaciones regresaba con sus muchachos, llegaban corriendo, huían de algo. De la tienda salió un científico desangrándose, tenía un mordisco en la yugular que no dejaba de emanar sangre. Detrás de él salió un zombi con la boca ensangrentada, después otro. Los militares les redujeron a tiros, no hubo mayor problema, exceptuando, que los científicos se hallaban muertos, tirados en el suelo. ¿Quién lograría encontrar la cura? ¿cómo lograrían evitar que siguiera propagándose el virus sino les quedaban científicos para investigar?
Megan se levantó al ver venir a los militares corriendo, las lanchas estaban casi en la playa y se lanzó al mar para darles alcance, estaba aterrada, se había dejado llevar tanto que no pudo hacer otra cosa que huir. Al verla, Patrick se dió cuenta de lo que sucedía y le dijo a todo el mundo que hiciera lo mismo que ellos. Uno a uno se fueron metiendo en el agua gélida de la noche y comenzaron a nadar como si les fuese la vida en ello. Cuando llegaron a las lanchas, subieron y miraron hacia la playa, el equipo del jefe estaba siendo devorado por un grupo apabullante de zombis, al menos había unos mil. No podían regresar por ellos, pues ya no quedaba nadie con vida por quien regresar. Las barcas dieron media vuelta y pusieron rumbo hasta el barco, que sería su hogar durante mucho tiempo. Quien sabe cuándo pordrían regresar a tierra firme y por cuánto tiempo. El barco levó anclas y desde la popa del barco, Megan y Patrick, abrazados, vieron como la distancia entre su vida anterior, la vida segura que conocían y la nueva vida, llena de peligros que ahora comenzaba, se hacía más y más grande. Estaban juntos, eso era lo que importaba.

Megan: Siento haber salido huyendo, no es típico de mí.
Patrick: Eres humana, todos sentimos miedo. Si no hubiese sido por ti, ninguno hubiésemos llegado hasta aquí, te debemos mucho. Ahora déjame compartir esa carga contigo, ya no estarás sola nunca más.
Megan: Dure lo que dure.
Patrick: Dure lo que dure esta pesadilla, la viviremos juntos.


FIN.






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