Azad miró hacia
arriba y, aunque aquella pared de metal y hormigón proyectado, no era como
subir una montaña a pulso y en plena naturaleza, sintió que aquello le llenaba
de vida. Había comprado aquel rocódromo con un amigo, y estaban probando las
presas, seguros y reuniones para comprobar que las sujeciones estaban en
condiciones de abrir al público, lo antes posible.
Verificó el
arnés, se ajustó la cinta del casco, se untó las manos con magnesio (para
evitar que le sudasen) y se encaramó a la pared. Los pies de gato que llevaba
tenían un par de años y mucho trote, pero aún podría usarlos en unas cuantas
aventuras, antes de tener que remplazarlos.
Colocó el
primer seguro y tras revisar el primer punto de anclaje, comenzó a ascender por
la pared con la agilidad de un gamo. Podría haberlo hecho mucho más rápido y
con los ojos cerrados —tenía la mejor marca de toda Turquía —pero tenía que
comprobar los agarres y no batir su propio récord.
Su amigo
permanecía en el despacho, arreglando las cuentas del negocio y ultimando los
detalles de la apertura, mientras Azad disfrutaba de su deporte favorito en
soledad, como a él realmente le gustaba estar.
Se imaginó
subiendo la pared del Monte Ararat, el más alto de Turquía. Un estratovolcán
formado a partir de flujos de lava y eyecciones de materiales piroclásticos. El
frío del ambiente calándole los huesos y el sudor debido al esfuerzo,
recorriendo todo su cuerpo y mezclándose con un auténtico silencio difícil de
conseguir en cualquier otro emplazamiento. Aquella paz era lo que más echaba de
menos en la gran ciudad y por ello comenzó a escalar.
De repente, una
presa se soltó y Azad quedó colgando de la pared. Por suerte, estaba asegurado
gracias a los anclajes. Intentó volver a la pared, pero en esos momentos el
seguro se soltó y cayó a plomo hasta el suelo, desde una altura de tres metros.
Su compañero,
que escuchó el estruendo desde la oficina, acudió a socorrerlo. Se había
torcido un tobillo y tendrían que hacerle un escáner, pues se había golpeado en
la cabeza y, aunque llevaba el casco, no quería correr riesgos por si había
sufrido un traumatismo craneoencefálico.
—
Creo que debemos
revisar todo esto a conciencia —dice Azad, intentando quitarle hierro al
asunto.
—
¿Estás bien? Te dije
que me esperases.
—
¿Para qué? No ha sido
para tanto.
—
Eres un cabeza loca,
amigo. Deja que llame a una ambulancia —le dijo su compañero y marcó el
teléfono de emergencias en su teléfono móvil.
Treinta minutos
después estaban en el hospital y, mientras Kemal rellenaba el formulario, Azad
era llevado por un celador hasta uno de los boxes que hay en urgencias para ser
examinado. Allí podía ver a los médicos y enfermeras pasar de un lado para otro
sin cesar, pero una mujer en especial captó su atención de forma inmediata.
Aquella hermosa
enfermera de ojos grises y cabello color azabache, se acercó a él para ponerle
una vía y darle el camisón de hospital para que se cambiase, pero cuando sus
miradas se cruzaron, ambos se quedaron totalmente embelesados.
—
Me llamo Azad. ¿Cuál
es tu nombre? —Pregunta el joven con el corazón acelerado.
—
Me llamo Sirin y seré
su enfermera. Vengo a ponerle una vía y a dejarle esto para que se cambie —dijo
la mujer, intentando apartar la mirada de él, para que no se diese cuenta de lo
coloradas que estaban sus mejillas.
—
Eres encantadora, como
tu nombre indica.
—
¿Perdone?
—
Tu nombre significa “encantadora”
y es cierto que lo eres.
—
Si piensa que con eso
me va a robar el corazón, está muy equivocado, caballero.
—
No quiero robarte nada,
quiero entregarte el mío por completo.
—
En seguida vendrá el
médico —le dijo la joven y después se marchó, ocultando una tímida sonrisa.
Azad estaba
desolado, aquella hermosa mujer le había rechazado. ¿Cómo podría ganarse su
amor? Quizás fuese una hechicera, porque le había arrebatado tanto el alma como
el corazón.
Sirin continuó
trabajando, ayudando a los médicos y atendiendo a los pacientes eficientemente;
pero su mente estaba algo dispersa, pues no podía dejar de pensar en los ojos
verdes de aquel musculoso hombre que, con tan mala pata, se había cruzado en su
camino aquella mañana. ¿Qué le habrían dicho sus padres, si todavía siguiesen
con vida?
La joven vivía
con su abuela desde que tenía siete años, pues un accidente automovilístico,
les arrebató la vida a sus progenitores el mismo día de su cumpleaños. Aquel
hecho había marcado la vida de Sirin, y ahora, como enfermera, podría ayudar a
salvar tantas vidas como le permitieran. Siempre había querido ser médico, pero
el miedo a perder algún paciente en la mesa de quirófano, se había convertido
en todo un obstáculo que frenaba su carrera y la convirtió en enfermera.
Tras un turno
muy largo, la joven salió del hospital. Estaba cansada y solo quería llegar a
casa, prepararse una cena rápida y meterse en la cama; pero al salir se dio
cuenta, que al otro lado de la acera había un muchacho esperándola. Llevaba un
ramo de rosas blancas, estaba apoyado en el capó de un coche negro y se
sostenía con dos muletas. ¿Acaso era el mismo joven que había atendido horas
antes en urgencias?
El apuesto
joven alzó la mano y ella se quedó parada. Azad se colocó las flores en la boca
y cogió sus muletas, cruzó la carretera a toda prisa y poco después ya estaba
junto a ella.
—
¿Qué hace aquí
todavía? Pensaba que le habían dado el alta hace horas.
—
Así es —dijo,
quitándose las flores de la boca y entregándoselas a Sirin —. Quería darle este
obsequio y la estuve esperando; no sabía a qué hora terminaba su turno.
—
Pero hace frío. ¿Y si
coge un resfriado por esta tontería?
—
No me parece una
tontería, aunque quizás tengas razón, hacemos locuras cuando estamos
enamorados.
—
¿Enamorado? Pero si no
me conoce de nada. Eso no es amor.
—
Puede que aún no lo
sea, no te lo discuto, pero sé que esto que siento es algo fuera de lo normal y
que, tarde o temprano, si no es amor, lo será.
—
¿Cómo puede estar tan
seguro?
—
Porque las palabras se
las lleva el viento, pero los hechos no. Te prometo que estaré aquí cada día,
para traerte las más hermosas flores que pueda encontrar en la ciudad; aunque ninguna
flor competirá en belleza y pureza contigo, de eso estoy seguro.
—
¿De verdad esto le
funciona con las mujeres?
—
¿Qué mujeres? Para mí,
desde el día de hoy, solo existes tú.
—
Creo que el golpe en
la cabeza fue más grave de lo que pensó el médico en un primer momento. No
deberían de haberle dado el alta, está delirando.
—
No deliro, aunque
puede que sí, y deba estar bajo seguimiento médico para evitar complicaciones.
¿Qué le parece si la paso a buscar mañana al acabar el turno y la invito a
comer? Así podrá comprobar que me encuentro perfectamente.
—
No puedo.
—
¿Y pasado mañana?
—
Tampoco.
—
Puedo seguir así todo
el tiempo. Vendré cada día a traerle flores, hasta que acceda a mi invitación.
—
Puedo denunciarle por
acoso.
—
No creo que lo hagas.
—
¿Por qué está tan
seguro?
—
Porque te lo noto y sé
que te gusto.
—
Menudo creído.
—
Hasta mañana, amor
mío.
Y Azad se
marchó, dejando a Sirin de pie en la calle con aquel hermoso ramo de doce rosas
blancas, cuyo olor la atrapó por un momento y la hizo evadirse de todo lo que la
rodeaba. Poco después se marchó a casa, pensando en él. ¿Cómo podía ser tan
tonta? Seguro que aquella promesa se perdería en el olvido, como hicieron antes
que ella tantas otras.
A la mañana
siguiente, cuando llegó al trabajo, no había nadie esperando fuera del hospital
y Sirin sonrió. ¡Qué pronto se había olvidado de lo prometido!
Pasó el día trabajando, como de costumbre, sin
pensar apenas en aquel apuesto joven de las rosas blancas. Aquel día hubo mucho
movimiento, pues una colisión en el centro había colapsado las urgencias y
apenas tuvo tiempo de nada; pero cuando llegó al vestuario y recogió sus cosas
para volver a casa, volvió a pensar en él y en su penetrante mirada. ¿Estaría
esperándola fuera?
— Supongo que
no. ¡Qué tonta eres, Sirin! ¿Cómo puedes pensar que un hombre puede cumplir
aquello que promete? — Y entonces recordó a su primer amor, que le prometió la
luna y al poco se prometió con su prima Esen, por culpa de esos matrimonios
concertados de los que ella, de momento, se iba librando. ¿Cuánto aguantaría su
abuela en prepararle uno? Ella se había casado así, con el hijo de un alto
mandatario de Estambul, pero Sirin no quería seguir sus pasos y quería ser como
su madre, un alma libre y casarse por amor.
Cerró su
taquilla, cogió su bolso y salió tras sus compañeras, aunque algo ausente. Al
parecer, iban todas a tomar algo para desconectar después del trabajo, pero Sirin
rechazó la invitación; estaba agotada.
Al salir a la
calle estaba lloviendo a cántaros, pero al otro lado de la acera, apoyado en el
mismo coche negro del día anterior, estaba Azad, y esta vez, llevaba un ramo de
rosas de color rosa y una caja de bombones con forma de corazón, por lo que
apenas podía moverse con las muletas.
— ¿Qué haces
aquí? Está diluviando, dijo Sirin, sacando un paraguas y acercándose a él para
cubrirle.
— No me
importa, te hice una promesa y pienso cumplirla.
— ¿Qué promesa?
¿Coger un resfriado por un capricho?
— No es un
capricho, te lo dije. Estaré aquí cada día con un ramo de rosas, hasta que accedas
a mi invitación para comer.
— A estas horas
mejor cena que comida y prefiero los tulipanes.
— Lo que
prefieras.
— No he dicho
que esté accediendo a la invitación.
— Pero lo
harás, no creo que me dejes coger un resfriado, y además, han dicho en las noticias
que estará toda la semana lloviendo.
— Me da igual,
tú te lo has buscado.
— Como desees.
Aquí estaré, cada día, para demostrarte que soy un hombre de palabra. ¿Nos
vemos mañana a la misma hora?
Y el joven le
entregó los regalos, besó su mano y después se montó en el coche y se marchó
muy ilusionado. Sirin se quedó de pie, bajo la lluvia y abrazada a sus regalos,
mientras el paraguas se le resbalaba y la lluvia, poco a poco, la impregnaba. ¿Quién
era aquel chico? Se preguntó a sí misma, mientras el perfume de las rosas
dibujaba en ella una dulce sonrisa.
………………………………………………………..
Sirin llegó a
su casa con las flores y la mitad de los bombones, pues se había entretenido
por el camino devorando los que faltaban, cuando se encontró que su abuela no
estaba sola, alguien la estaba esperando.
—
Sirin, querida. ¿Te
acuerdas del joven Khan? —Preguntó la abuela.
—
¿El mismo Khan que
jugaba con mis muñecas?
—
El mismo. ¿Cómo estás?
—
Bien. ¿Qué haces aquí?
—
Me encontré con tu
abuela en el mercado y me invitó a tomar un té.
—
Khan ha vuelto a la
ciudad después de muchos años y sigue soltero —añade su abuela, mientras invita
a su nieta a sentarse con ellos a tomar el té.
—
Abuela, ¿podemos
hablar un momento? —Pregunta la joven.
—
Sí, claro. ¿Y esas
flores?
—
Un regalo de un
paciente —se excusa, mientras se dirige a la cocina con la abuela detrás —.
¿Intentas concertarme un matrimonio?
—
No es lo que piensas,
pero es un chico muy majo y muy guapo, deberías conocerle y quién sabe.
—
Ya nos conocemos, de
pequeños pasamos juntos mucho tiempo.
—
Lo sé, pero tienes una
edad y yo no voy a durar eternamente. Este chico es un buen partido. ¿Sabes que
dirige la multinacional de su familia?
—
Y que su padre fuese
el ahijado de mi abuelo no tiene nada que ver. ¿No?
—
Solo te pido que le
conozcas, nada más.
—
Pues llega tarde,
porque tengo novio.
—
¿Cómo? ¿Cuándo? Era lo
que venía a contarte. Esos regalos son de un joven al que atendí en el hospital
y nos hemos enamorado.
—
¡Qué alegría! ¿Cómo se
llama? ¿Es de buena familia? Mi deber es conocerle, dile que venga mañana a
comer.
—
¿Mañana? ¿No es muy
precipitado?
—
Quiero comprobar que tiene
buenas intenciones contigo.
—
¿Podemos dejarlo para
el fin de semana? Yo se lo diré mañana.
—
Está bien, pero por si
acaso, no rechaces tan pronto a Khan. Quizás lo de ese chico no salga bien y
siempre es bueno tener más pretendientes, eso asegura que se esfuercen más.
—
¡Abuela!
—
¿Qué? Es verdad, un
poco de competencia nunca viene mal.
Después de
aquello, las dos mujeres salieron a atender a su invitado y los tres tomaron el
té, mientras charlaban gratamente sobre los últimos años que habían permanecido
separados.
Khan parecía un
buen chico, de buena familia y además era muy guapo. Hubiese pasado por un
modelo de alta costura con esos ojos negros rasgados y el cabello negro como el
carbón. Su piel bronceada parecía de terciopelo y su carácter amigable, le
dificultaba la tarea de odiarle a Sirin.
—
Pasé muchos años en
Europa estudiando varios idiomas y después me marché a Estados Unidos, donde me
licencié en Estudios Empresariales y Economía por la Universidad de Harvard
—dijo Khan, antes de hacer una pausa para sorber un poco de su té.
—
¿Harvard? ¿En serio?
Vaya —repitió Sirin, totalmente impresionada.
—
¿Cuántos idiomas
hablas? —Preguntó Beyham, la abuela.
—
Siete: turco, inglés,
español, francés, mandarín, italiano y alemán.
—
¿Tantos? Vaya… —Sirin
no daba crédito, aquel chico era todo un partido, pero… ¿por qué no sentía nada
por él?
—
¿Por qué tantos
idiomas? ¿Te gustan? —Preguntó Beyham.
—
Sí, pero además, el
negocio de mi padre me obliga a viajar mucho. Ahora estoy aprendiendo japonés,
pero acabo de empezar a estudiarlo hace dos días, por lo que no cuenta.
—
¿Ocho? Y yo con suerte
sé decir un par de cosas en inglés —se lamentó Sirin con cara de asombro.
—
Si quieres puedo
enseñarte. Eres enfermera, seguro que aprendes rápido y puede que te sirva en
tu trabajo.
—
Estaría encantada.
¿Verdad, Sirin? —Respondió su abuela.
—
Sí, claro. Si no es
mucha molestia.
—
Para nada, cuando
quieras te invito a tomar un té y damos la primera clase.
—
Claro —respondió aún
en shock.
—
Bueno, muchas gracias
por el té, señora Demir. Y espero verte pronto, Sirin —dijo y tras esto, besó
la mano de la joven y se marchó.
Las dos mujeres
le acompañaron a la puerta y, una vez estuvo cerrada, respiraron hondo. Ninguna
se esperaba encontrar a aquel hombre a esas alturas.
—
¿Te has fijado? No
solo es guapo y de buena posición, también es un chico muy inteligente y
amigable.
—
Ya, creo que es
demasiado para mí. Menuda presión tiene que ser salir con alguien así.
—
¿Por qué dices eso?
—
¿En serio? Siete
idiomas, bueno, en un par de días serán ocho. Viajes, reuniones, gente
importante, eso no va conmigo.
—
¿Cómo que no? Te has
movido en ese ambiente gracias a tu abuelo.
—
Sí, pero nunca me
sentí parte de él. No podría casarme con alguien tan perfecto, sería como
recordarme cada día que no estoy a su altura.
—
No lo descartes tan
pronto, pero por ahora, cuéntame sobre tu novio. ¿Cómo no me hablaste de él
antes? ¿Cómo se llama?
—
Pues… verás… Se llama
Azad y… ¡Buf! Qué cansada estoy, será mejor que me dé una ducha y me vaya a la
cama. Mañana te lo cuento todo cuando vuelva del trabajo.
—
¿Pero no es tu día
libre?
—
Sí, pero me dejé una
cosa en la taquilla. Es ir y volver, no tardaré mucho.
—
De acuerdo, que
descanses, Sirin.
—
Igualmente, abuela.
La joven cerró
la puerta de su habitación y se apoyó sobre ella. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Por
qué le había dicho que tenía novio? Y lo más importante, ¿por qué él?
¿Cumpliría su promesa y acudiría al hospital aquel día? ¿Accedería a esa
locura? Quizás aquel muchacho de su infancia no era tan mala idea después de
todo.
A la mañana
siguiente, Sirin llegó al hospital temprano. ¿Qué hacía allí? Seguramente Azad
no llegase hasta la tarde a buscarla, pero la desesperación que sentía la hizo
querer entrar en los ordenadores a buscar su ficha y quizás, así, encontrar su
teléfono. Se iba a meter en un lío, eso seguro.
De repente, una
voz masculina pronuncia su nombre y ella se gira, encontrándose al joven a muy
corta distancia.
—
¡Estás aquí! — Dice
ella.
—
¡Vaya, no pensaba que
te alegrarías tanto de verme!
—
¿Por qué vienes tan
pronto a buscarme?
—
Tengo revisión, iba a
volver luego a esperarte.
—
Hoy es mi día libre.
—
¿Entonces por qué
estás aquí? ¿Temías que me quedase todo el día esperando en balde?
—
No, necesito tu ayuda.
—
¿En serio? ¿Eso quiere
decir que vas a aceptar mi invitación?
—
Más o menos.
—
¿Cómo?
—
Necesito que te hagas
pasar por mi novio ante mi abuela, para evitar que me case por conveniencia.
—
¿Sabes que no tenemos
que fingir? Por mí voy ahora mismo, con estas muletas, y me presento ante ella
para pedir tu mano.
—
¡No digas tonterías!
Si haces esto por mí, accederé a salir contigo un día.
—
A parte de la reunión
con tu abuela. ¿No?
—
Sí, lo prometo. ¿Lo
harás?
—
Lo haré, pero
necesitaré algunos detalles para que sea creíble.
—
Cierto. ¿Tienes algo
que hacer ahora? Te invito a un café y te cuento lo que necesites saber.
—
Tengo la consulta con
el médico, pero no creo que tarde mucho. ¿Me esperas?
—
Sí, aquí estaré.
—
Es gracioso.
—
¿El qué?
—
Se cambiaron las
tornas. Ahora eres tú la que me espera en la calle a que yo salga.
—
¿En serio? Sé que me
voy a arrepentir de esto tarde o temprano.
—
Vuelvo enseguida, mi
amor.
Sirin se sentó
en un banco que había junto a un parque, enfrente del hospital, mientras
esperaba a que Azad saliese de la consulta. Durante la media hora que tuvo que
esperar, tuvo tiempo de idear algunos detalles de la historia que le contarían
a su abuela y cuando el joven salió del hospital, ambos se fueron hasta un café
cercano y allí ultimaron los detalles.
—
Bueno. ¿Lo tienes
claro?
—
Sí, no es tan difícil.
La primera parte es cierta. Me caí escalando, tú me cuidaste y me enamoré de
ti. Tengo que trabajar un poco la parte en la que tú también te enamoras de mí
y así no habrá mentira que contar.
—
¡Céntrate, por favor!
Tengo poco tiempo y tengo que regresar a casa. ¿Qué más?
—
Tu abuela se llama
Beyham y tu abuelo se llamaba Galip y era un abogado muy importante, hijo de un
alto mandatario. Tus padres murieron en un accidente y tu abuelo durante la
pandemia. Tu abuela cuida de ti.
—
¿Y tu familia?
—
Mis padres son
maestros, mi padre de geografía y mi madre de literatura. Mi abuelo era un alma
libre y pasó mucho tiempo viajando en su velero, hasta que dejó en cinta a mi
abuela en una de esas paradas que hizo en puerto y se tuvo que casar con ella
para sentar la cabeza; sobre todo, porque mi abuela murió durante el parto y él
solo cuidó de mi padre hasta que fue mayor de edad.
—
Vaya. ¿Y tus padres
dónde están?
—
Aquí en Estambul, mi
abuelo es el que más vueltas da. Tiene una pequeña casa en Mersin, donde nació,
pero pasa gran parte de su tiempo en el mar, recuperando el tiempo perdido. Es
un alma libre como yo.
—
¿Alma libre? ¿Y yo que
soy para ti entonces?
—
Por ti dejaría mi
libertad de lado y permanecería a tu lado el resto de mi vida.
—
Eres demasiado
teatrero.
—
No, solo estoy
enamorado.
—
Eso no es amor,
seguramente sean las endorfinas.
—
Quizás, pero jamás me
había sentido así y no quiero perderlo.
—
Bueno, me tengo que
marchar. Te llamaré para acordar la hora de la comida con mi abuela.
—
Perfecto. Esperaré tu
llamada. Y que conste, que esta reunión no cuenta como cita, no te libras.
—
¿Qué? ¡Ah! Sí, lo he
prometido y yo cumplo mi palabra. Hasta el sábado.
—
Hasta el sábado.
La joven Sirin
se marchó a casa con una extraña sonrisa dibujada en su cara. Estaba nerviosa.
¿Por qué? Aquel joven la hacía sentir ansiosa y su corazón se aceleraba, cada
vez que aquellos ojos verdes se clavaban en su mirada. ¿Caería al final en tela
de araña o se casaría con el gran partido que su abuela deseaba?
………………………………………………………..
Llegó el gran día y
Beyham estaba muy ilusionada por conocer al novio de su nieta, pero a la par,
sentía miedo de la elección que había hecho la joven, le recordaba tanto a
ella: dulce, ingenua y fácil de impresionar; por lo que, decidió invitar a Kahn
al banquete, pues como solía decir… un poco de competencia, hacía que los
pretendientes se esforzasen más.
La familia de
Azad también había sido invitada a la cena, como dicta la tradición, y por
ello, Sirin, pensó que aquella farsa había llegado a un punto de no retorno; se
le estaba escapando de las manos, cuesta abajo y sin frenos, rumbo a un gran
muro de cemento. ¿Cómo saldría de aquel embrollo en el que se había metido?
¿Acabarían organizando su boda entre el postre y el café, o les revelaría la
verdad, cuando no lo soportase más?
—
Necesito flores
alegres, que aporten luz a la estancia; estamos de celebración. ¡Llévate esto!
—Ordenó Beyham a una de sus criadas.
—
Sí, señora.
—
¿Dónde está el chef?
Tiene que salir todo perfecto en la recepción de esta noche.
—
Como ordene, señora.
He preparado un menú exquisito, digno de la realeza y con productos típicos de
nuestra amada tierra —respondió el chef, que salió de la cocina al escuchar
cómo le llamaban.
—
Perfecto, muchas
gracias a todos por su gran trabajo y lamento si estoy un poco alterada, pero
esta noche es muy importante.
—
Lo entendemos, señora.
Todo saldrá bien —dijo la criada.
—
Muchas gracias, ahora
a trabajar, no tenemos tiempo que perder —y salió disparada hacia la cocina
para probar el menú que se serviría.
—
Mi abuela está
desatada.
—
No se lo tenga en
cuenta, señorita.
—
¿Puedo confesarte
algo, Ayla? —Preguntó Sirin en cuanto su abuela desapareció de escena.
—
Claro, señorita.
—
Estoy metida en un
buen lío.
—
¿Por qué?
—
No tengo novio, tan
solo le pedí a un chico que se ha encaprichado conmigo, que finja ser mi novio
para que mi abuela no me prometa con Khan.
—
¿Por qué hizo eso,
señorita? El joven Khan es apuesto y de buena familia.
—
Lo sé, pero no quiero
casarme, quiero centrarme en mi trabajo; ser libre, poder viajar, recorrer el mundo.
No quiero estar atada a ningún hombre el resto de mi vida.
—
No diría eso si
estuviese enamorada.
—
No lo estoy.
—
Cuando se enamore,
señorita, no querrá volver a despertarse ninguna mañana sin tener al amor de su
vida al lado en su cama.
—
Quizás, pero aún no se
ha dado el caso.
—
¿Por qué no le dice la
verdad a su abuela? Es una buena mujer y lo comprenderá.
—
No lo hará, se ha
propuesto emparejarme con Khan y dudo que nada la haga cambiar de idea.
—
¿Y qué pasa con ese
otro joven?
—
¿Azad? Cuidé de él en
el hospital y se ha encaprichado conmigo. Le pedí el favor de fingir que era mi
novio solo durante esta cena, y a cambio, le prometí que saldría con él un día;
pero esto se me está yendo de las manos. ¿Su familia viene con él? Todo por
culpa de mi abuela.
—
Por su culpa,
señorita. Si hubiese dicho la verdad desde el principio, esto jamás hubiese
sucedido.
—
No lo entiendes, mi posición
me obliga a contraer matrimonio por conveniencia, no podré casarme por amor. La
historia de mi abuela se repite conmigo. Mi madre pudo escapar y vivir unos
años en libertad con el amor de su vida, mi padre, hasta que un accidente acabó
con la vida de ambos cuando yo apenas tenía tres años.
—
Lo sé, después su
abuelo se hizo cargo de usted.
—
Sí, e intentó domarme,
cosa que no logró hacer con mi madre.
—
Pero su abuelo ya no
está.
—
Pero mi abuela me
quiere demasiado y está muy chapada a la antigua. Mi abuelo le pidió en su lecho
de muerte que me casara con alguien digno, y sabes que lleva tiempo intentando
convencerme de buscar marido.
—
Sí, ahora que ya acabó
la carrera de enfermería, no le quedan más excusas que darle.
—
Así es. ¿Qué debo
hacer?
—
Acuda a la cena, finja
un poco más, para ganar tiempo, después ya pensaremos un plan con más calma.
—
Tienes razón, los
problemas de uno en uno. Primero afrontemos esta cena y después ya veremos.
¿Viene también la familia de Khan?
—
No, el muchacho viene
solo, y el señorito Azar será acompañado por su abuelo, sus padres están en el
extranjero por un congreso y no podrán asistir a la cena, eso dijo cuando llamó
para confirmar la asistencia.
—
Bueno, quizás sea
mejor así, cuantas menos personas asistan, menos penitencia tendré que pagar
por todas mis mentiras —dijo Sirin, y fue a prepararse para la cena a su
habitación, donde no imaginaba el giro tan drástico que darían los
acontecimientos.
Cuando Sirin
bajó las escaleras, Khan estaba en la puerta de entrada con una caja de
bombones y un ramo de flores, como manda la tradición cuando hay una pedida de
mano. Beyham estaba recibiendo a su invitado con un abrazo, como si ya formase
parte de su familia.
—
Sin presión, abuela
—pensó Sirin en voz alta.
—
Ven aquí, querida.
Mira, Khan ha llegado el primero.
—
Siento haber venido
tan pronto, pero pensé que tardaría más en encontrar aparcamiento.
—
No digas tonterías,
llegas puntual —añadió la abuela.
—
Bienvenido, Khan —dijo
Sirin tímidamente.
—
Toma, estas flores y
estos chocolates son para ti. Creo recordar que eran tus favoritas.
—
¿Aún te acuerdas o ha
sido cosa de mi abuela?
—
Yo no le he dicho nada
—sentenció la abuela, antes de dejarlos solos y retirarse hasta el salón, para
esperar al resto de invitados.
—
He recordado aquel día
en los jardines de mi casa, cuando estuviste media hora oliendo los tulipanes
que había plantados en la entrada. Aquella imagen se me clavó muy dentro.
—
Éramos unos críos.
—
Y aun así estaba loco
por ti.
—
¿Qué?
—
No digas que no lo
sabías.
—
Te metías mucho
conmigo.
—
Era mi forma de
demostrarte que me importabas.
—
Nunca entenderé a los
hombres, alejáis aquello que amáis y os entregáis a lo que os hace más daño.
—
Bueno, podríamos
debatir sobre eso largo y tendido, pero esta noche no. Estás preciosa.
—
Gracias.
De repente el
timbre suenó y una de las criadas abrió la puerta. Al otro lado, se encontraban
Azad y su abuelo, Erkin.
—
Buenas noches, amor
—saludó Azad entrando en la casa, como un huracán, con unos tulipanes y otra
caja de bombones en las manos. Al ver los regalos que la joven sujetaba, se los
arrebató y devolvió a Khan, junto a los que él le había traído para poder coger
a Sirin de la cintura y darle un dulce beso en los labios, desarmando a la
joven cual soldado acorralado.
El corazón de
Sirin se aceleró de repente, las piernas le temblaban y sentía que iba a caerse
en cualquier momento; pero no, los brazos del joven Azad la sostuvieron con
fuerza, a la par que con delicadeza. Se sintió a salvo entre las garras de
aquel beso que, evaporaba su ira convirtiéndola en deseo.
—
¿Estás bien, amor?
—preguntó el joven cuando se alejó un poco de ella, para cruzar su mirada con
la de Sirin.
—
Eh… Sí —es lo único
que alcanzó a decir.
—
Encantado de conocerte,
tú debes ser Khan, el amigo de Beyham. Me llamo Azad y soy el novio de Sirin,
este es mi abuelo, Erkin —se presentó estirando el brazo para coger la mano de
su contrincante, mientras que con el otro brazo, seguía rodeando la cintura de
Sirin por miedo a que la joven se desplomase de la impresión.
—
Encantado —respondió
éste.
—
Como os decía, este es
mi abuelo…
—
¡ERKIN! —Gritó la
abuela de Sirin, al ver al hombre que atravesaba, en ese preciso momento, el
umbral de la casa.
—
¡Beyham!
—
¿Os conocéis?
—Preguntó la joven, al volver en sí.
El silencio se hizo
insoportable. Nadie se atrevía a pronunciar palabra, pues la tensión en el
ambiente se cortaba con un cuchillo de mantequilla. En las miradas de Beyham y
de Erkin, se entremezclaba el amor con el odio. La ira con la pasión, pues ya
sabemos lo que se dice, del amor al odio hay tan solo un paso, y este era un
ejemplo claro.
—
Chicos, haced el favor
de pasar al comedor, enseguida vamos —les pidió Beyham, tan fría como un
tempano de hielo, y los tres jóvenes obedecieron sin rechistar, mientras que el
servicio presente en la estancia captaba la indirecta y se ocultaba en la
cocina, con la oreja puesta tras la puerta —¿Qué haces aquí?
—
Soy el abuelo de Azad.
—
No puede ser cierto.
—
Lo es. Te veo muy
bien, Beyham.
—
No seas hipócrita.
¿Cómo puedes volver a mi vida después de abandonarme como lo hiciste? ¡Márchate
de mi casa!
—
¿Abandonarte? ¡Yo no
te abandoné! ¡Tú te prometiste a ese mal nacido!
—
¡Márchate! —Y lo hizo,
dando un portazo tras de sí.
Los muchachos
salieron a ver lo que había sucedido, y entonces, ocurrió lo que nadie se
esperaba.
—
¿Estás bien, abuela?
¿Qué ha sucedido?
—
Muchacho, será mejor
que te marches y te olvides de mi nieta, jamás podrá estar relacionada con tu
familia.
—
¿Por qué? Yo la amo.
¿Qué está pasando aquí?
—
¡Vete!
—
Ya la has oído, será
mejor que te vayas —dice Khan, mientras abre la puerta para que Azad salga.
—
¡Abuela! ¡No puedes
tratarle así, él no ha hecho nada malo!
—
Aún, pero te
destrozará el corazón como hizo su abuelo conmigo hace muchos años.
—
¿Qué? ¿Cómo? Chicos,
por favor, marcharos, he de hablar con mi abuela.
—
Pero… Sirin —dijo
Azad.
—
Por favor, os llamaré
en cuanto pueda y la cosa se calme. Os lo pido por favor.
—
Por supuesto —Khan le
dio un beso en la frente a Sirin y se marchó.
Azad observó
con pesar los ojos de la joven —hasta que ésta acabó cerrándole la puerta en
las narices —con una disculpa reflejada en ellos.
Azad se marchó
cabizbajo, iba absorto en sus pensamientos cuando se topó con alguien junto al
ascensor, que parecía estarle esperando.
—
¿Sabes? Pensaba luchar
por Sirin limpiamente, pero esto me facilita las cosas.
—
No cantes victoria tan
pronto. Lo que siente por mí es fuerte, lo sé, y podremos superar cualquier
obstáculo que la vida nos ponga por delante; incluso si ese obstáculo nació en
una cuna de oro.
—
No tienes ni idea de
quién era el abuelo de Sirin. Galip era uno de los hombres más poderosos del
país y, también, uno de los más despiadados. Todo el mundo le temía y adoraba
al mismo tiempo.
—
Pero Galip ya no está.
—
Pero su viuda sí. ¿No
sabes eso de que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma
condición?
—
¿Y eso de dónde lo has
sacado?
—
Del tiempo que viví en
España.
—
Pues yo no sabré
dichos populares extranjeros, pero he viajado, tengo mundo a mis espaldas y sé
reconocer cuando alguien se tira un farol. Tú no quieres a Sirin, lo único que
quieres es su posición.
—
¿Y tú no? He de
reconocer que su posición es tentadora, pero yo conozco a Sirin desde que
éramos unos críos y siempre estuve enamorado de ella, lo demás es un extra.
—
Los de tu condición no
sabéis lo que es el amor verdadero, lo hacéis todo por conveniencia.
—
Te recuerdo que Sirin
es de mi condición, por lo que no tienes nada que hacer con ella.
—
Eso ya lo veremos.
Y ambos jóvenes
se marcharon en el ascensor. Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra. Al
llegar al vestíbulo se separaron y salieron de la casa en direcciones opuestas,
mientras Sirin intentaba sonsacarle la verdad a su abuela.
—
Abuela. ¿Qué ha sido
eso? ¿De qué conoces al abuelo de Azad? —Preguntó Sirin cuando Beyham y ella se
quedaron a solas en el salón.
—
Erkin y yo fuimos
pareja hace muchos años.
—
¿En serio? ¿Y por qué
le tratas así de mal? Ha sido muy descortés por tu parte. ¿Tan mal terminó
todo?
—
Estuve a punto de
dejarlo todo y fugarme con él, pero me dejó tirada y tuve que casarme con tu
abuelo.
—
Cuéntamelo todo
—suplicó Sirin.
—
Todo comenzó un día
normal, como cualquier otro. Estaba en el mercado de Capadocia, donde residía
con mis padres, cuando vi a un joven pescador vendiendo en un puesto. Tenía la
sonrisa más arrebatadora que había visto en mi vida –hizo una pausa para
sonreír y continuó con semblante serio —. Mientras mis padres hacían algunas
compras, yo me acerqué a él y tuvimos un flechazo. Cada jueves iba al mercado
para poder verle sin que mis padres se enterasen, pues era el día en que vendía
su pescado en Capadocia. Erkin vivía en Mersin, junto al mar, que es lo que más
ama en esta vida.
—
¿Y qué pasó?
—
Un día me armé de
valor, le dije a mis padres que tenía ganas de tomar pescado fresco y que iría
a comprarlo antes que cerrasen. Me dijeron que ya era demasiado tarde, pero me
empeciné en que yo iría muy rápido y no tardaría mucho en regresar. Mis padres
accedieron sin saber que mi verdadero motivo era ver a Erkin y decirle lo que
sentía, pero al llegar allí, ya se había ido. Volví cabizbaja a casa, tendría
que esperar una semana para poder declararle mi amor y, en aquella época, que
una joven se declarase a un hombre no estaba bien visto. ¿Cómo podría ocultar
mi nerviosismo? ¿Qué pasaba si él no me correspondía?
—
¿Y lo hizo?
—
No te adelantes, niña.
—
Perdón, abuela. Sigue,
por favor.
—
Cuando regresé a casa,
él me estaba esperando en la puerta; intentaba armarse de valor para llamar y
le descubrí a punto de hacerlo. Le pregunté lo que hacía allí y no pudo
pronunciar dos frases seguidas sin atropellar las palabras. Me pareció tan
tierno, que desde ese día comenzamos un romance secreto.
—
¡Qué bonito!
—
No, para nada. Unos
meses después, me enteré que mis padres querían casarme con Galip, el hijo de un
alto mandatario del gobierno, que acababa de terminar de estudiar leyes en la
universidad. Yo me negué, como es lógico. Le dije a mis padres que estaba
enamorada de otro hombre y que no podían obligarme a casarme con Galip; pero sí
podían hacerlo. Estuve encerrada durante semanas en mi habitación y bajo
vigilancia. Cada noche, cuando las luces se apagaban, Erkin venía a mi
habitación y se colaba por la terraza.
—
¡Abuela!
—
¿Qué? No pienses mal,
en aquellos tiempos no era como ahora, él me amaba y me respetaba. O eso creía
yo.
—
¿Por qué no os
fugasteis?
—
Lo intentamos, o al
menos yo lo intenté. Acordamos vernos aquella noche y fugarnos, pero le estuve
esperando y nunca apareció. Aquella misma noche, antes de retirarme a mi
habitación y prepararme para la fuga, Galip llegó a casa con sus padres a pedir
mi mano. Yo accedí, pensando que estaría demasiado lejos para cumplir aquella
condena, cuando se diesen cuenta de mi fuga, pero Erkin me dejó tirada y tuve
que casarme unos meses más tarde.
—
¡No! No puede ser. ¿Le
estuviste esperando mucho tiempo?
—
No dormí durante
cuatro días y cuatro noches, esperando a que subiese por la enredadera que daba
a la terraza de mi habitación, como siempre solía hacer, pero nada; nunca
llegó.
—
Lo siento mucho,
abuela.
—
No lo sientas, después
de todo, aquel matrimonio no fue tan malo. Tu abuelo era un hombre temido y
respetado, pero conmigo fue siempre muy bueno, me amaba e idolatraba.
—
¿Por qué mi madre se
escapó de casa?
—
Porque le concertamos
un matrimonio con un joven de buena familia, de hecho, era el padre de Khan.
—
¿Qué? No me lo puedo
creer.
—
Sí, pero ella se había
enamorado de un chico que conoció en la facultad y se fugó con él antes que
pudiésemos remediarlo.
—
¿Es verdad que mi abuelo
mandó matarlos?
—
¿Dónde has escuchado
eso?
—
Es la tradición y el
abuelo era alguien muy tradicional. ¿Provocó mi abuelo el accidente que mató a
mis padres?
—
Jamás le hubiese hecho
daño a tu madre, la adoraba. Lo pasó muy mal cuando murió, igual que yo. Mi
querida Feray era un alma libre y tu abuelo lo sabía.
—
Pero la tradición dice
que si una mujer se fuga con un hombre al que su familia no acepta, es
sentenciada a muerte por la deshonra de la familia.
—
Así es, más o menos,
pero tu abuelo no pudo hacerlo. Se negó en redondo a llevar esa atrocidad a
cabo contra su propia hija y para ocultar el incidente, reconoció a tu padre
como parte de la familia.
—
Entonces… ¿Por qué no
vinieron nunca a visitaros? La primera vez que os vi, yo tenía tres años, y fue
cuando los servicios sociales me trajeron a esta casa tras la muerte de mis
padres.
—
Que tu abuelo aceptase
a tu padre de cara a la sociedad, no implicaba que lo aceptase realmente. No
quería perder a su hija, aunque no venía a vernos, hablábamos con ella casi todos
los días.
—
Pero si quería tanto a
mi madre, ¿por qué no se tragó su orgullo?
—
Los hombres son así,
su orgullo está por encima de cualquier cosa, incluso de su propia vida.
—
No todos, Azad no es
así.
—
¿Estás segura?
Tras relatar la
historia, Beyham se marchó a su habitación, mientras Serin se sentaba en el
sillón y se quitaba los zapatos, para poder llevar las rodillas hasta el pecho.
De todos los jóvenes que podían cruzarse en su camino, Azad había sido el
elegido. ¿Acaso era una broma del destino? ¿Qué pasó entre Beyham y Erkin
realmente? ¿Se repetirá la historia con sus nietos? ¿Logrará Khan enamorar a
Sirin antes que Azad?
………………………………………………………..
Cuando Azad
llegó a casa de su abuelo, éste estaba sentado frente al televisor con la
mirada perdida. Quería aparentar que todo iba bien, como solía hacer, pero su
nieto le conocía mejor que cualquier otra persona en el mundo.
—
¡Abuelo! ¿Qué pasó en
casa de Sirin? ¿Conocías a su abuela?
—
No pasa nada.
—
¿Cómo que no? Su
abuela le ha prohibido verme.
—
Es lo mejor, alejarse
de Galip.
—
¿Galip? Si te refieres
al abuelo de Sirin, está muerto.
—
¿De verdad?
—
Sí. Ahora cuéntame lo
que ocurre, creo que merezco una explicación.
Erkin le hizo
un hueco en el sofá y apagó la televisión. Azad tenía razón, le debía una
explicación. Por su culpa, la familia de Sirin se opondría a su casamiento. El
mundo es un pañuelo, pensó.
—
Hace mucho tiempo
estuve enamorado de una mujer, pero ella se casó con otro hombre, por ello me
eché a la mar y en una de esas paradas conocí a tu abuela.
—
¿Esa mujer era la
abuela de Sirin?
—
Así es. Conocí a
Beyham en el mercado de Capadocia, en el que solía vender pescado cada jueves. Aquella
joven era la más bella que yo había visto nunca, pero yo era un pobre pescador
de Mersin y su familia se codeaba con gente importante. Éramos de mundos
diferentes.
—
Eso dudo que te echase
para atrás, abuelo, te conozco.
—
Así es, no me echó
para atrás. Cada jueves la veía en el puesto y cuando me sonreía, me imaginaba
con ella en el altar. Un día, me animé a confesarle mi amor y esperé en la
puerta de su casa media hora, hasta que me encontró allí, justo antes de
atreverme a llamar a su puerta. Me preguntó lo que buscaba y cuando le dije que
estaba enamorado de ella, me sorprendió escuchar que ella me correspondía. Me
hizo el hombre más feliz del mundo.
—
¿Y qué pasó?
—
Sus padres querían
casarla con Galip, porque era hijo de un alto mandatario y ella se negó, o eso
me dijo.
—
¿Por qué dices eso?
—
La tuvieron encerrada
en casa varias semanas y yo iba a verla y me colaba por la enredadera que daba
a su terraza. Una noche, decidimos que lo mejor sería fugarnos y me pidió que
lo organizase todo. A la noche siguiente huiríamos en mi barco y recorreríamos
el mundo, juntos; pero, cuando fui a recogerla, me partió el corazón.
—
¿Se arrepintió?
—
Supongo, porque cuando
llegué y me dispuse a escalar hasta su habitación, como solía hacer cada noche,
vi por la ventana del salón cómo Galip le proponía matrimonio y ella aceptaba
su propuesta.
—
¡Qué fuerte! ¿No le
pediste explicaciones?
—
¿Para qué? Unos días
antes su padre me abordó en el mercado y me dijo que la dejase en paz, que ella
se casaría con Galip y no lo creí. Cuando le pregunté aquella noche me lo negó
y me propuso la fuga, pero al ver aquello… Cogí mi barco y me eché a la mar.
—
Vaya, lo siento,
abuelo.
—
Gracias. Pero lo que pasó
entre nosotros no tiene nada que ver con lo vuestro, y mucho menos, ahora que
Galip está muerto.
—
Te arriesgaste mucho
por ella.
—
Así es, mi cabeza
estaba en juego. No solo el padre de Beyham me amenazó con matarnos si
deshonraba a su familia, también Galip.
—
¿Galip?
—
Sí, se enteró que
Beyham me amaba a mí en lugar de a él y prometió que si nos fugábamos, nos
perseguiría de por vida hasta darnos caza.
—
Pero vosotros ibais a
escaparos igual.
—
Así es, pero supongo
que ella tuvo miedo y por eso cambió de idea. Lo que no entiendo es cómo ha
sido capaz de tratarme así, después del daño que me hizo.
—
¿Estás seguro que aquí
no hubo un mal entendido? Ha dicho que la abandonaste, pero tú dices que ella
fue quien lo hizo.
—
Ya da igual, ha pasado
mucho tiempo.
—
¡Sí importa! Quiero a
Sirin y si vosotros no lo arregláis, no tendré ninguna oportunidad con ella.
—
¿Tanto la quieres?
—
Sí, pensaba que solo
era un capricho, pero me he dado cuenta que la amo por encima de mi propia vida
y sé. que ella, en el fondo también me ama; lo vi en sus ojos.
—
Si es cierto eso que
me dices, intentaré hablar con Beyham. ¿Qué hay de ese otro chico?
—
Khan, es la elección de
Beyham para Sirin, un adinerado y engreído.
—
Otro Galip.
—
Por favor, abuelo,
ayúdame.
—
Lo haré, hablaré con
ella.
De repente, el
teléfono de Azad sonó, era Sirin. El joven se disculpó con su abuelo y se
marchó para hablar con ella en una de las habitaciones, mientras Erkin volvía a
poner la televisión como telón de fondo para sus cavilaciones.
—
Hola. ¿Estás bien?
—
Sí, ¿y tú? Siento lo
de mi abuela, que te haya echado, tú no tienes la culpa de lo que hizo tu
abuelo.
—
Mi abuelo no hizo
nada, me lo acaba de contar todo. Tu abuela le dejó plantado y se casó con
Galip.
—
Eso no es cierto, ella
le estuvo esperando y nunca llegó.
—
Creo que aquí ha
habido un mal entendido, como le he dicho a mi abuelo.
—
Puede que tengas
razón. ¿Qué podemos hacer?
—
Quizás deberíamos reunirlos
en alguna zona neutral y dejar que hablen a solas.
—
Dudo que mi abuela
acceda. ¿Y qué zona es esa?
—
¿Qué te parece mi
rocódromo?
—
¿Quieres que lleve a
mi abuela a escalar paredes?
—
No, mujer, pero puedes
decirle que te acompañe para algo.
—
¿Por qué allí?
—
Tengo las llaves y aún
no está abierto. Podemos encerrarlos y así tendrán que aclarar las cosas,
quieran o no.
—
No es mala idea,
aunque después de esto, fijo que nos desheredan. Jejeje.
—
A mí no es algo que me
quite el sueño.
—
A mí tampoco.
—
Por cierto…
—
Dime.
—
¿Te gustó el beso que
te di?
—
…
—
¿No dices nada?
—
¿Por qué hiciste eso?
—
Te lo he dicho, estoy
enamorado de ti, no es solo un capricho y sé que tú sientes lo mismo.
—
No es verdad.
—
¿Estás segura? Tu
cuerpo me decía todo lo contrario.
—
No vuelvas a hacer
algo así sin mi permiso. ¿Entendido?
—
Como desees. Pero…
¿qué pasa con Khan?
—
Es solo un amigo.
—
Tu abuela no opina lo
mismo.
—
Eso a ti no te
importa, te recuerdo que no somos novios de verdad, esto es una farsa.
—
Pero podríamos serlo,
si me dieses una oportunidad.
—
Khan es un buen chico.
—
Solo busca tu dinero.
—
Eso no es cierto, él
también lo tiene. Quizás seas tú el que busca dinero y por eso eres tan pesado.
—
Si opinas eso de mí,
es que no me conoces.
—
Porque realmente no te
conozco.
—
Pues déjame enseñarte
quién soy de verdad. Mañana llevaremos a nuestros abuelos a mi rocódromo y,
mientras ellos hablan, déjame demostrarte que puedo hacerte feliz. Dame unas
horas, solo te pido eso. Si ves que no quieres nada conmigo, te dejaré en paz
para siempre.
—
¿Cumplirás tu palabra?
—
Lo haré, por mi honor
y el de mi familia. Me retiraré e incluso felicitaré a Khan por la victoria.
—
Khan no me gusta, es
demasiado para mí, me hace sentir inferior e incómoda.
—
Conmigo no tendrías
ese problema.
—
No seas tonto, no lo digo
por eso. Soy un ave que quiere volar libre, no quedar atrapada en una jaula de
oro, como le pasó a mi abuela.
—
Yo también soy un alma
libre, te entiendo bien; pero soy un albatros, que cuando se enamora, lo hace
para siempre.
—
El albatros no es
monógamo.
—
Pero yo sí.
—
Eso ya lo veremos.
—
¿Eso quiere decir que
me darás una oportunidad?
—
Hasta mañana, Azad.
—
Hasta mañana, mi amor.
A la mañana
siguiente, Sirin le pidió a su abuela que fuesen a comer juntas fuera de casa;
para ver si así se animaba. Tuvo que apelar a su buen gusto gastronómico, y
pese a la primera negativa, Beyham
accedió.
—
¿Dónde dices que está
ese restaurante nuevo?
—
Cerca de aquí, dicen
que se come muy bien. Ah, pero antes, tengo que pasar por un sitio a recoger
algo.
—
¿Estás bien? Estás muy
rara.
—
Sí, mira, es aquí.
Acompáñame, que hace mucho calor para esperar en el coche.
Cuando Sirin y Beyham
entraron en el rocódromo vieron que estaba casi vacío, tan solo había dos
hombres junto a una improvisada mesa. en el centro, y adornada con una vela.
—
¿Qué es esto?
—Preguntó Beyham, y al ver a Erkin darse la vuelta, añadió —. ¿Lo has preparado
tú?
—
No, yo…
—
Lo hemos preparado
nosotros, creo que deberíais hablar, abuela. Hazlo por mí.
—
¡Sirin!
—
Hacedlo, no saldréis
de aquí hasta que aclaréis las cosas —dijo Azad, y acto seguido, cogió de la
mano a Sirin y ambos salieron corriendo por la puerta.
—
¿Nos han encerrado?
—Preguntó Beyham.
—
Eso me temo. Creo que
si queremos salir de aquí, tendremos que enterrar el hacha de guerra. ¿Te sirvo
algo? —Preguntó Erkin, mientras se servía una copa del vino, que había en una
cubitera de hielo junto a la mesa.
………………………………………………………..
—
¿Se puede saber dónde
me estás llevando? —Preguntó Sirin, pues al dejar a los abuelos encerrados en
el rocódromo, Azad había propuesto una excursión para irse conociendo.
—
Al palacio Topkapi.
Pensé que te gustaría visitarlo, tiene unos jardines muy bonitos.
—
¿En serio? Pues… si te
digo la verdad, jamás lo he visitado.
—
¿Lo dices en serio?
—
Sí. Con eso de vivir
en la misma ciudad, lo vas dejando para otra ocasión y…
—
Entiendo, a mí me
encanta visitar lugares emblemáticos.
—
Y a mí, pero la
carrera me tuvo muy ocupada todos estos años.
—
A mí me llevaron en el
colegio de excursión, y desde entonces, se ha convertido en uno de mis rincones
favoritos de la ciudad.
—
Entonces será un honor
verlo contigo, así podrás contarme su historia mientras dure la visita.
El Palacio Topkapi fue la residencia principal de los sultanes del imperio otomano y sede de su gobierno desde 1465 hasta 1853, cuando el Sultán Abdulmecid decidió trasladar su residencia al Palacio Dolmabahçe, un palacio de corte occidental. Posee más de 700.000 metros cuadrados repartidos en varios edificios, situados en torno a cuatro preciosos patios a los que se accede a través de grandes portales.
Entre todas las salas del palacio destaca la del tesoro en la que se exhibe el botín acumulado por el Imperio. En dicho botín se encuentran piezas tan importantes como el diamante del cucharero de 88 quilates, que perteneció a Letizia Ramolino, madre de Napoleón, o el puñal topkapi, una de las armas más valiosas del mundo, construida en oro con esmeraldas incrustadas.
Mientras que los dos jóvenes llegaban al palacio, los abuelos hablaban y limaban asperezas.
— Estás muy guapa, Beyham. El tiempo no pasa por ti como por los demás.
— No digas tonterías, claro que pasa; pero yo soy como el buen vino, cuanto más añeja, mejor.
— Olvidaba tu característico sentido del humor —respondió Erkin antes de echarse a reír.
— ¿Sabes una cosa? Yo también lo había olvidado.
— Respóndeme una cosa, solo una. ¿Fuiste feliz con Galip?
— Sí, lo fui. Mi Feray fue el mejor regalo que me pudo dar la vida, aunque me lo arrebatasen tan pronto. Ahora veo a mi hija en Sirin, mi nieta: en sus ojos, su nariz, la forma en que sonríe. Así que, sí, fui feliz junto a Galip.
— Me alegra escuchar eso.
— ¿Y tú? ¿Fuiste feliz después de marcharte?
— Realmente no. Ni el nacimiento de mi hijo me hizo olvidar a la mujer que amaba.
— ¿Por qué dices eso?
— Me rompiste el corazón, Beyham, y eso no hay remedio que lo pueda sanar. Ni el tiempo ni la distancia, pese a hacerlo más llevadero, ninguno de los dos es capaz de borrar el amor verdadero.
— ¿Yo te lo rompí? Fuiste tú el que se marchó sin darme una explicación. Te esperé durante semanas, te busqué en el mercado, incluso me escapé hasta Mersin, pero me dijeron que te habías echado a la mar y no tenías pensado regresar nunca más. ¿Qué podía hacer yo?
— Me fui porque vi cómo te prometías a Galip. ¡Lo vi con mis propios ojos, Beyham! Así que, no quieras darle la vuelta al asunto.
— ¿Darle la vuelta? Mis padres me estaban presionando y pensé que si accedía a casarme con Galip, ya que esa misma noche nos íbamos a fugar, me quitarían la vigilancia y sería más sencillo fugarnos. ¡Por eso me prometí!
— ¿Qué? ¿Por qué no me dijiste nada?
— ¿Por qué no me lo dijiste tú a mí? ¡No sabía que estabas allí!
— ¡Oh, Beyham, qué estúpidos fuimos!
De repente, Beyham comenzó a reírse y Erkin se unió a ella. Pese a los años que habían pasado, seguían sintiendo esa chispa cuando estaban cerca uno del otro. Él se aproximó y le rozó la mano. Ella sonrió y entrelazó los dedos con los de Erkin. Después de tantos años, descubrieron que nada había cambiado, sus sentimientos jamás se borraron, solo permanecieron en el tiempo congelados.
— Te quiero, Beyham, y siempre te he querido.
— Y yo a ti, Erkin, pero ya es demasiado tarde. Somos dos viejos en un mundo lleno de responsabilidades.
— Nunca es tarde para enamorarse.
— Ya no soy aquella jovencita que soñaba con casarse y tener hijos, ese tiempo ya pasó.
— Ni yo aquel estúpido muchacho cuyo sueño era echarse a la mar, hemos madurado.
— ¿Qué dirá la gente?
— ¿Acaso importa? Ambos somos viudos y nuestro amor sigue intacto después de tantos años. ¿No crees que nos merecemos una oportunidad?
— ¿Y qué hay de los chicos?
— Razón de más. Ellos se aman y, al parecer, están de acuerdo en que nosotros también nos amemos. ¿Por qué habrían preparado todo esto de no aceptar lo nuestro?
— ¿Crees que tardarán mucho en volver?
— ¿Y qué importa? Ahora mismo estoy en el único lugar del mundo en el que desearía estar —entonces Erkin se inclinó y le dio un beso en la mejilla a Beyham, la cual se ruborizó y, acto seguido, le estrechó entre sus brazos, ocultando las lágrimas que empañaban sus ojos.
En el palacio, los jóvenes recorrieron las salas, mientras una grabación les relataba las maravillas de aquel lugar en el que se encontraban. Azad no dejaba de contemplar a Sirin, mientras la joven se deleitaba con las maravillas que guardaba aquella fortaleza tan bella. Su cara era la de una niña en una juguetería, queriendo mirar al mismo tiempo a todas partes, para no perderse ningún detalle.
— ¿Sabes? Lo he pasado muy bien, pero deberíamos regresar al rocódromo, por si acaso el plan no ha funcionado y tu abuela se ha cargado a mi abuelo con un picahielos.
— Qué exagerado eres. ¿Ya nos vamos? Bueno, sí, tienes razón.
— ¿Te ha gustado la visita?
— Mucho, lo he disfrutado realmente.
— Si quieres, mañana podríamos ir a ver otro sitio.
— Trabajo.
— Ah… claro.
— Pero… dentro de tres días libro de nuevo, podríamos ir a la Mezquita Santa Sofía y hacer un picnic en el jardín. Si te parece bien, yo llevaré la comida.
— Me parece perfecto, aunque en esta época del año estará lleno.
— Cierto, podemos buscar otro sitio que visitar… Juntos.
— Suena estupendo. Pero… ¿Qué pasa con Khan?
— Khan es un buen chico, pero no me gusta.
— ¿Y yo sí?
— Bueno, todo se verá.
— ¿Eso es un sí?
— Digamos que no me desagrada tu compañía y, el beso que me diste, me hizo pensar que podría estar bien dejarme llevar por una vez.
— Eso es que te gusto. ¿Por qué le das tantas vueltas? Ya te dije que sería un novio estupendo.
— No corras tanto, que nos estamos conociendo.
— Prometido, iremos a tu ritmo.
— Ya puedes borrar esa sonrisa de satisfacción de tu cara.
— Estoy pensando que, si ahora estamos saliendo…
— ¡Conociéndonos!
— Bueno, si nos estamos co-no-cien-do, ya no tenemos que mentir sobre lo nuestro. Ya no es un falso noviazgo. ¿No crees?
— Cierto —respondió Sirin casi en un susurro.
— ¡Sí! ¡Verás que no te vas a arrepentir!
— ¿Estás tú seguro? Porque ya empiezo a hacerlo —y entonces Azad cogió a Sirin de la cintura y le dio un par de vueltas en el aire. Estaban felices y así salieron por la puerta de palacio, cogidos de la mano.
En la distancia, un joven observa a la feliz pareja con rabia. ¿Por qué tomaría aquel camino de vuelta a casa? ¿Por qué ese dichoso semáforo tuvo que ponerse en rojo en aquel preciso momento?
Los jóvenes caminaban juntos, con los dedos entrelazados, mientras sonríen y conversaban como dos enamorados. ¿En qué momento ese don nadie se le había adelantado? Pasaron junto al coche, sin percatarse de que eran observados.
De repente, un claxon suena, el semáforo ha cambiado a verde y Khan arranca el motor, mientras Sirin y Azad se pierden de su vista tras una esquina. ¿Y si hablaba con Beyham? Ella estaba de su lado, quizás le ayudase a separarlos; pero ella parecía tan feliz… ¿De verdad quería hacerla daño?
Khan continuó su camino, debatiéndose constantemente si actuar o no, separar a aquellos dos enamorados le acabaría pasando factura tarde o temprano. ¿De verdad merecía la pena? Aún no tenía la respuesta.
Qué bonito es el amor y que doloroso al mismo tiempo. Llega de la nada, sin avisar, y te deja una huella imposible de borrar. Dan igual el tiempo y la distancia, si el amor es verdadero, nada lo aplaca.
FIN
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