Las
mejores historias se convierten en leyendas y, esta que os relataré a
continuación, es la más hermosa de todas ellas.
Junto al fuego se ve a una mujer entrada en años, de
pelo canoso cual copo de nieve y gafas de pasta color verde, el mismo tono que
tienen sus ojos, los cuales se ocultan tras un cristal. Se mece lentamente en
una mecedora de madera tallada a mano, mientras borda un calcetín color
carmesí, que se camufla a la perfección entre los pliegues de su vestido aterciopelado.
El crepitar de las llamas en la chimenea y el olor a
chocolate recién hecho, aportan a la estancia el toque perfecto. Un árbol lleno
de luces, guirnaldas y un muñeco de nieve junto a la puerta de la casa,
anuncian que es la época en la que su marido más trabaja.
De repente, se escucha un tintineo de campanas, Noel
ya está en casa.
— ¡Bienvenido
a casa, querido! ¿Qué tal se dio el viaje? —Pregunta la mujer, levantando la
vista de sus quehaceres.
— Pues…
— ¿Qué
sucede? ¡Habla!
— Todo
iba bien, hasta que entré en una casa y me encontré con esto debajo del árbol
—dice Noel, sacando de su saco mágico a un bebé en un canasto.
— ¿Por
qué lo tenías metido en el saco? Pobre criatura.
— Mujer,
sabes que es un saco mágico, ahí estaba mucho más resguardado que fuera, hace
mucho frío para una criatura tan pequeña.
— ¡Trae
aquí! Pobrecito, está muerto de frío —dijo la señora Claus, mientras cogía al
bebé en brazos y se aproximaba con él a la chimenea, para que entrase en calor
con cuidado de no quemarle —. ¿Y sus padres?
— No
lo sé, la casa estaba abandonada y tan solo había un árbol de plástico con un
par de guirnaldas puesto en un rincón. Rudolph tuvo un tirón en una de sus
patas y tuve que detener el trineo en esa casa, para que se repusiera antes de
continuar, pero aquel lugar no estaba en mi lista.
— ¿Entonces
por qué entraste en esa casa si no estaba en tu lista?
— Porque
escuché al niño llorar —dijo el hombre con pesar —. Y menos mal que entré,
porque lo habían dejado abandonado a su suerte con una nota.
— ¿Qué
clase de nota?
— “Querido
Santa. Por favor, este año el único regalo que deseo es que puedas encontrarle
un buen hogar a mi hijo, se llama Samuel y yo no puedo cuidar de él. Sé que su
esposa y usted nunca tuvieron hijos y, siento que serán los mejores padres que
mi Sami pueda tener. Por favor, no lo rechace, no me queda mucho y quiero irme
de este mundo sabiendo que él estará a salvo. Att. Una madre desesperada.”
— Vaya,
eso es lo que dice la nota. Será mejor que guardes todo eso en el desván,
Samuel algún día preguntará por su verdadera madre y se lo podremos entregar.
— ¿De
verdad crees que estamos preparados para cuidar de un niño tan pequeño?
— No
lo sé, pero debemos cumplir el deseo de su madre, es Navidad.
— Pero
no será como cuidar a los renos o a los elfos, un hijo es una responsabilidad
muy grande.
— Noel,
ya lo sé, pero piensa que algún día puede convertirse en tu sucesor. Tú
heredaste esta labor de tu padre, que a su vez la heredó de tu abuelo y así
sucesivamente. Nosotros no hemos tenido hijos y tú has dedicado toda tu vida
para hacer felices a los niños, puede que ya vaya siendo hora de que tú y yo,
también seamos felices. ¿No crees?
— Quizás
tengas razón, estaría bien poder compartir todo esto con un hijo, enseñarle a
conducir el trineo y mostrarle el mundo entero en una sola noche. Aunque tengo
miedo.
— ¿De
qué?
— ¿Y
si hay oscuridad en su corazón? ¿Y si no está hecho para esto?
— Eso
no se sabe, Noel, también te arriesgaste cuando te casaste conmigo, sabes que
los matrimonios de ahora no son como los de antes. Pero lo que sí te puedo
asegurar, es que haremos todo lo posible por hacer feliz a este niño: le
colmaremos de amor, le enseñaremos todo cuando precise y le acompañaremos a lo
largo del camino. Sé que en el fondo será un buen chico, lo presiento, tiene
una gran luz en su interior.
— Está
bien, mujer, siempre sabes cómo convencerme.
— Pues
entonces te presento a tu hijo, Samuel, el próximo Santa Claus —le dijo a Noel,
mientras este se aproximaba a ella y la rodeaba con los brazos.
Con los años, Samuel fue haciéndose mayor y
aprendiendo el oficio de su padre, se pasaba los días ayudando a los elfos,
probando los juguetes que estos fabricaban para ver si funcionaban. También
alimentaba a los renos y ayudaba a su madre en casa, pero una noche al año… se
sentaba en el alfeizar de la ventana, esperando a que su padre regresara.
— Vamos
Samuel, ponte las botas, este año vendrás conmigo en el trineo.
— ¿Lo
dice en serio, padre?
— Así
es, a menos que no quieras venir conmigo y prefieras servirle a tu madre de
modelo, para el jersey que me está haciendo.
— No,
prefiero ir a recorrer el mundo contigo. ¿De verdad puedo? ¿Qué hago? ¿Cómo te
ayudo?
— Coge
las botas y sube al trineo, nos vamos en cinco minutos.
Hacía frío, pero a Samuel no le importaba. Atravesaban
las nubes como si fuesen mantequilla y aunque estaba oscuro, la nariz de
Rudolph parecía una pequeña guinda iluminada en medio de un mar de estrellas
color plata. Bajo sus pies, se encontraba la gran ciudad, aquella en la que
dieciséis años atrás, Santa Claus recibió su primer regalo de Navidad.
Cuando el trineo se detuvo en aquella vieja casa,
Noel se dio cuenta que había una luz encendida. ¿Por qué se habría vuelto a
detener allí Rudolph? ¿Acaso le habrían dejado a otra criatura a los pies de
aquel desvencijado árbol?
Cuando Noel y Samuel se colaron por la chimenea, una
mujer de unos cuarenta años, les dio la bienvenida con leche y galletas, pero
al mirar a los ojos a Samuel, dejó caer el plato al suelo, esparciendo aquel
líquido blanquecino y manchándose el vestido.
—Eres tú, no me lo puedo creer —dijo la mujer con
los ojos empañados en lágrimas.
— ¿Disculpe?
—Preguntó el joven, extrañado.
— Creo
que esta mujer es tu verdadera madre, Samuel —respondió Noel, con un nudo en la
garganta.
— Así
es, no me puedo creer lo grande y guapo que estás. Siento haberte abandonado,
pero los médicos me dijeron que no me quedaba mucho tiempo de vida y no podía
hacerte pasar por eso.
— Pero
sigues aquí.
— Sí.
Lo único que he pedido durante todos estos años, era saber que estabas bien, y
ahora que ya lo sé, puedo irme en paz.
— ¿Has
aguantado todo este tiempo por mí?
— Tuve
miedo, cuando me di cuenta de lo que había hecho, volví corriendo a buscarte,
pero ya no estabas. ¿Cómo iba a llevarse a mi hijo Santa Claus? Pensaba que no
existía, que era un mito, por lo que supuse que alguien te había acogido sin
más, pero no, ahora veo que es real.
— Lo
soy y mi esposa y yo estaríamos encantados de tenerla con nosotros en nuestra
humilde morada. Verá, el Polo Norte es un lugar mágico y sobre todo, el lugar
en el que vivimos. Quizás pueda pasar sus últimos momentos con su hijo y
celebrar con nosotros estas fiestas —dijo Noel.
— ¿Me
está invitando a su casa? ¿En el Polo Norte? ¿La casa de Santa Claus?
— Así
es, la Navidad es momento de compartir y estar con los seres queridos, y creo
que Samuel estará de acuerdo conmigo.
— ¡Sí,
por favor!
— De
acuerdo, acepto encantada.
Tras terminar de entregar el resto de regalos,
regresaron todos juntos a casa de los Claus, en donde aquella mujer de gafas de
pasta y pelo canoso, les obsequió con mantas, chocolate caliente y hasta un par
de villancicos cantados con su voz angelical; incluso los elfos amenizaron la
velada con zambombas, panderetas y alguna que otra anécdota peculiar.
Tras pasar el día de Navidad juntos, la madre de
Samuel se fue a dormir y ya jamás se despertó, murió de una arritmia, pues su
corazón había aguantado demasiado en un cuerpo que ya no respondía.
— Siento
lo de tu madre, Samuel —dijo la señora Claus, con lágrimas en los ojos.
— Gracias
madre, ella fue mi madre biológica, pero tú siempre serás mi auténtica madre.
Quiero agradeceros a padre y a ti, que me dejarais pasar esta Navidad con ella,
fue el mejor regalo de todos.
— El
mayor regalo de este mundo es el amor, pues al dárselo a otro ser vivo,
entregas lo más preciado que tenemos, el corazón. Y eso es la Navidad, al fin y
al cabo, reunirte con tus seres queridos para crear recuerdos bonitos, todo lo
demás es un extra al que no le hacemos ascos.
— Tienes
razón, el amor mueve montañas y también, es lo que le da alas a los renos cada
veinticuatro de diciembre; sin él, no podría crearse la magia y no entregaría
los regalos antes de la fecha señalada —añadió Noel, que acababa de regresar a
la madre de Samuel a su hogar, para que la dieran sepultura de la forma
apropiada —. Siento lo de tu madre, pequeño.
— Gracias
padre, por dejarme estar con ella antes de partir de este mundo y, por cuidar
de mí cuando ella no pudo. Os quiero mucho.
Y los tres se fundieron en un abrazo tan largo, que
la magia que se formó gracias a ese amor, aún perdura a fecha de hoy.
FIN
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