martes, 16 de noviembre de 2021

Entre libros

Entre éstas estanterías llenas de libros me robaste un beso y, al caer el sol aquella tarde, desnudaste mi alma y algo más. 
  Testigos de nuestro romance pasajero fueron William Shakespeare y Emily Bronte, desde los estantes de la biblioteca en la que, hace mucho tiempo, encontré la felicidad. 
  Recuerdo tus manos recorriendo mi cuerpo, acariciando las tapas de este libro que, tanto tiempo, te costó encontrar. 
  Tu olor a devorador de historias se entremezclaba con el aroma de estos tesoros, llenos de polvo, cuyo legado en este mundo siempre perdurará. 
  Anhelo tus ojos llenos de deseo, pues devoraron mi alma con la misma intensidad que el lector devora su novela, sin percatarse de que el sol ha salido ya. 
  Y tus labios... Qué decir de aquellos besos tan dulces y profundos que me regalaste, pues mi cuerpo aún tiembla al recordarte. 
  Sueño, una y otra vez, con la noche que pasamos juntos en aquel templo del saber, pues una hermosa criatura nació de aquel buen hacer. 
  El descuido del librero y tu picardía , nos mantuvieron a salvo de las miradas indiscretas, y de la multa, que seguramente las acompañaría. 
  “Cerrado al público", garabateaste en aquel papel, mientras yo me moría de vergüenza, por si alguien nos llegaba a ver. 
  Han pasado 40 años desde entonces y, no lo puedo creer, Bronte y Shakespeare vuelven a ser testigos de lo que va a suceder. 
  Escucho mi nombre, y una mano se posa sobre la mía, evitando que coja aquel libro de la estantería. 
  - ¿Eres tú? - Pregunto sin girar la cabeza. 
  - Sí, por fin te encuentro, después de tanto tiempo. 
  - ¿Acaso me andabas buscando? - Pregunto temerosa. 
  - Cuarenta años, tres meses y doce días, para ser exactos. 
  En ese momento cierro los ojos, y la realidad me atraviesa el corazón, estoy totalmente paralizada. 
  - Te he echado de menos - ¿Ya está
  ¿Es todo lo que puedo decir? He leído millones de libros, vivido momentos mágicos, increíbles, reencuentros apasionados y amores tan grandes... Y yo solo alcanzo a decir eso. 
  Quisiera besarle, abrazarle... pero no puedo, las piernas no me sostienen y me suda la frente.
  De repente, una lágrima se desliza por mi mejilla y él la atrapa. Está frío y me estremezco al darme la vuelta, y no encontrar nada.
  ¿Dónde está? Le busco desesperada, hasta que recuerdo el día en que me dejó, viuda y desconsolada.
  Cada aniversario, recorro aquellos pasillos, pese a que los años no pasan en balde, y releo esos dos mismos libros: Cumbres Borrascosas y Hamlet; nuestros favoritos, desde que éramos solo unos críos. 
  Y entonces, y solo entonces, le siento de nuevo conmigo.

***Hécate Fénix***

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