-Menuda mierda.- Dijo Alex al darse cuenta que la
camioneta había pasado a mejor vida.
Luna le miró preocupada, ambos estaban heridos, Alex
tenía una herida en la cabeza y ella en un costado. Habían hecho un buen uso
del maletín de primeros auxilios, pero aquellas heridas les supondrían un
hándicap en su aventura y más tarde o más temprano, les pasarían factura. La
camioneta estaba inservible y aún les quedaban varios kilómetros hasta llegar
al punto en que Alex había atropellado a Luna, ese sería el lugar de partida
para dar con el espejo. Pero para llegar allí,
tendrían que recorrer a pie aquél frondoso bosque y por desgracia la
noche se les echaría encima.
-Atajaremos por el bosque, prefiero enfrentarme a
cualquier animal, antes que volver a encontrarme con "los bestias" de
antes. – Añadió Alex intentando disimular. No quería que Luna se preocupase más
de la cuenta, pero aquél bosque no era lo que se dice, un cuento de hadas.
El Bosque Sombrío, así lo llamaban en el pueblo y
con razón. Las innumerables desapariciones, los terribles aullidos incesantes o
la espesa niebla, que se abría paso entre los recovecos de aquellos enormes
pinos negros, le daban al lugar una apariencia sin igual. Alex sabía lo
complicado que sería salir de allí de una pieza, pero sin la camioneta y
heridos como estaban, no tenían otra opción que caminar fuera de la carretera, alejados
de los saqueadores en la medida de lo posible.
“Los hombres dan más miedo que las fieras. Ellas matan para sobrevivir,
los hombres lo hacen porque sí.”, es lo que Alex siempre solía decir, de ese
modo soportaba mejor la existencia en aquél extraño lugar al que llamaba hogar.
Las grandes ciudades estaban tomadas por hombres sin alma, sin escrúpulos, sin
piedad, tan solo en los pueblos más apartados se podía vivir un poco en paz.
Alex lo sabía bien, toda su vida la había pasado en uno de esos pueblecitos de
las afueras, rodeado de espesos bosques y grandes montañas. Donde la gente
formaba una pequeña resistencia que se hacía fuerte contra los saqueadores,
plantándoles cara a la primera oportunidad y durmiendo con un ojo abierto como
era habitual. Llevaban tanto tiempo resistiendo justo en el límite, que apenas
recordaba nada más. Su trabajo de bombero le había servido, en más de una
ocasión, para librarse de una muerte segura a manos de algún saqueador. Solían
perdonar la vida de quien salvaba las suyas y en eso Alex era todo un experto.
A veces se odiaba a sí mismo al pensar que, si tan solo hubiese mirado hacia
otro lado, si no hubiese salvado a aquél desalmado en aquél incendio, aquella
familia a la que habían asesinado tiempo después estaría a salvo. Pero él no
era ningún Dios, no podía elegir a quién salvar y a quién no, eso no estaba en
sus manos. Aquél mundo le consumía poco a poco y por desgracia, él lo sabía. Miró
a la loba que permanecía a su lado impasible, le guiñó un ojo y metió en una
mochila que llevaba lo imprescindible de la camioneta, después echó a andar a
través de la espesura con la loba a su lado y juntos, se adentraron en el Bosque
Sombrío sin echar la vista hacia atrás.
El sol estaba en lo más alto y hacia mucho calor,
demasiado para lo que estaban acostumbrados en esas fechas, cosa que
dificultaba aún más la travesía por la densa espesura. Llevaban varias horas
caminando cuando Alex se detuvo, se sentó en el tronco de un árbol caído y sacó
un par de sándwiches de su mochila, le dio uno de los sándwiches a Luna y el
otro se lo comió él. Después, vertió agua en sus manos y las puso a modo de
cuenco para que la loba bebiese de ellas, ya que estaba sedienta y no tenían
ningún cuenco del que pudiese beber.
-Tendremos que racionar el agua y la comida, quizás
tardemos varios días en dar con el espejo, sobre todo porque no sabemos
exactamente la forma que tiene en este plano.- Dijo Alex, mientras le daba
vueltas a las posibles formas que tendría el espejo en medio de un bosque como
ese.
La noche se cernía sobre ellos mientras procuraban
encontrar un lugar a salvo para pernoctar, pero tras varios minutos buscando
por las inmediaciones, regresaron al árbol caído al ser su mejor opción. Alex
sacó de la mochila una manta y la echó en el suelo, era lo bastante amplia para
que pudiese sentarse junto a Luna y además, se cubriesen con ella. Recostó la
espalda en aquél viejo tronco y mientras los aullidos de los lobos le cantaban
a la luna llena, ellos fueron perdiendo el sentido hasta quedar completamente
dormidos.
Alex seguía en el bosque, pero algo había cambiado, se sentí extraño. La
luz del sol entraba por las copas de los árboles, las mariposas revoloteaban
por su alrededor y notaba que su cuerpo flotaba. Llevaba puesto un pantalón y
una camisa blancos de lino e iba descalzo. Sentía la hierba fresca entre los
dedos de sus pies. De repente alzó la vista al escuchar el crujido de una rama
frente a él y ante sus ojos apareció una hermosa mujer con un vestido blanco y
margaritas en el pelo. Esa mujer alzaba los brazos en su dirección y le
invitaba a unirse a ella. Alex sin saber cómo, comenzó a dar un paso tras otro
y cuando estaba a punto de entrelazar sus manos con las de aquella hermosa
mujer, la joven cayó al suelo convertida en un gran lobo blanco.
De repente, algo sobresaltó a Luna e hizo que Alex
se despertase de golpe. La loba comenzó a gruñir, mirando fijamente a una densa
zona de árboles, por lo que Alex cogió la linterna que llevaba y antes de poder
alumbrar con ella, pudo ver dos ojos amarillos aproximándose hacia ellos.
Cuando consiguió alumbrar en esa dirección, comprobó que estaban siendo
rodeados por una manada de tres lobos hambrientos, deseosos por desgarrarles la
garganta a la primera oportunidad.
Alex se puso en pie y Luna se interpuso entre él y
los lobos. Era imposible que saliesen ilesos de aquella pelea, Luna no podría
con más de un lobo y eso dejaba otros dos para él solo y su linterna. De
repente, uno de los lobos se lanzó a por Alex, pero Luna pegó un salto y le
interceptó en el aire, mordiéndole en el cuello y cayendo con él al suelo. Los
dos lobos rodaron por él mientras luchaban uno contra otro ferozmente. Entonces
los dos lobos que faltaban, se abalanzaron sobre Alex y él consiguió golpear a
uno en la cabeza con la linterna, lanzándolo contra el tronco de un árbol y
haciéndole caer inconsciente a sus pies. El otro lobo aprovechó que estaba
distraído y le mordió en un brazo, haciéndole sangrar y haciéndole gritar de
dolor. Luna que lo escuchó, dejó malherido al lobo con el que se estaba peleando
y se lanzó a por el lobo que seguía enganchado al brazo de Alex, haciendo que
el muchacho cayese al suelo por el placaje de la loba y quedase libre del
mordisco. Luna le hincó los dientes al lobo en un costado y éste se revolvió,
mordiendo a la loba en una pata y manchando su pelaje blanco inmaculado de un
tono rojo carmesí. Alex que vio lo que sucedía, se levantó tan rápido como pudo
y le pegó con la linterna en la cabeza al lobo, haciendo que perdiese el
conocimiento y quedase tendido sobre el verde follaje, después se arrodillo
junto a Luna y la abrazó con lágrimas en los ojos. Él amaba a los animales,
jamás se hubiese atrevido a hacerle daño a ningún ser vivo, pero no le habían
dejado elección, lo había hecho para salvar a Luna, para salvarse él, pero qué
mal se sentía por ello. Cogió en brazos a Luna y la llevó hasta la manta, donde
alumbrado por la tenue luz de su linterna, curó las heridas de la loba y las
suyas propias. Cuando terminó, dejó que Luna descansase con la cabeza sobre sus
rodillas un rato y él montó guardia el resto de la noche, ya le habían pillado
desprevenido una vez, cosa que no volvería a suceder. Vio cómo los lobos se
levantaban malheridos poco antes del amanecer y emprendían la retirada a través
del frondoso bosque que les rodeaba. Por suerte aquellos hermosos animales habían
sobrevivido y Alex, pese a todo, se alegró de ello.
Continuará...
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