martes, 29 de marzo de 2016

Leyendas de cristal. Capítulo 2



Pasaron unos minutos angustiosos en penumbra, en los que Sarah no sabía dónde esconderse. A parte de la bañera y un pequeño inodoro, no había nada más en aquél cubículo. Cuando regresó la luz, Sarah miró por todas partes para ver si algo había cambiado y pudo comprobar que el cubículo encima del suyo, que anteriormente estaba vacío, ahora tenía un nuevo inquilino. Un joven muy delgado y pálido, con la ropa roída y descolorida, reposaba sobre el frío suelo de cristal con la cara pegada a éste. Sarah comenzó a gritar y a mover las manos en el aire para intentar llamar su atención, pero no había forma. Se sentó junto a la bañera con la mano en el costado, ya que tanta efusividad había provocado que se le saltasen uno o dos de los puntos de su cicatriz.



De repente, las luces volvieron a apagarse y Sarah escuchó una puerta que se abría. Atemorizada, comenzó a agitar los brazos en el aire para evitar que nadie se acercase a ella aprovechando la oscuridad, pero al chocar con algo se detuvo en seco y el miedo la paralizó por completo. Sintió un pinchazo en el cuello y creyó que su día, esta vez sí, había llegado a su fin, por lo que cerró los ojos y se dejó atrapar por el dulce sueño que la invadió.


MINUTOS DESPUÉS 


Escuchaba pequeños golpes como los que emite un metal al chocar con otro metal. Abrió un poco los ojos y una luz que incidía directamente en su cara, le hizo parpadear hasta ajustar su visión. Poco a poco fue tomando consciencia del lugar en el que se encontraba, era una sala con azulejos blancos por todas partes, descascarillados y manchados por el paso del tiempo. En medio de la sala había una camilla, en la que ella reposaba conectada a un monitor. Notó un dolor en el costado y al centrar la vista vio la cara de un hombre con una mascarilla blanca a muy pocos centímetros de ella.


Hombre de la máscara: No temas, de momento no vas a morir. Estoy arreglando los puntos que te puse, procura no moverte tanto la próxima vez para que no se vuelvan a saltar. Ahora duerme.


No podía moverse y cuando intentó gritar pidiendo auxilio, el hombre de la mascarilla clavó una jeringuilla en el suero, que tenía conectado a su mano mediante una vía y Sarah volvió a quedarse dormida.



HORAS MÁS TARDE


Se despertó en su cubículo y comprobó que tenía un vendaje nuevo sobre los puntos, por lo que todo aquello no había sido un sueño, era real.


Se incorporó en la bañera y pudo comprobar que algo había cambiado. La bañera ya no estaba llena de agua y hielo, sino rellena de algo blando y cubierto por una tela. Tenía miedo de retirarla y encontrarse una pila de cadáveres, pero su curiosidad pudo más que su prudencia y al hacerlo descubrió, que eran un montón de anoraks de plumas que cubrían la bañera a modo de colchón. Salió de la bañera-cama y pudo ver que la decoración de aquél lugar se había modificado un poco. Ahora, además de la bañera y un inodoro, del cual salía una tubería que se unía a un cúmulo de cañerías provenientes del resto de cubículos, había una pequeña mesa y dos sillas. ¿Dos? ¿Eso quería decir que iba a tener compañía?


Intentó romper una de las sillas para hacerse una estaca con la que atacar a su agresor, pero cuando vio que tanto las sillas como la mesa eran de plástico duro, desechó la idea. Quería pensar un plan de escape, pero las drogas que corrían por su organismo la tenían medio atontada todo el día. Pasó el tiempo, no sabía si eran días o quizás meses, no podía ver el exterior para corroborarlo. Cada cierto tiempo, las luces se apagaban y poco después volvían a encenderse, tras lo que podía descubrir que un plato de comida aparecía en una bandeja en el suelo, alguien nuevo había llegado al lugar o había muerto en extrañas circunstancias. Sí, exacto, nadie duraba lo suficientemente allí abajo como para echarle de menos, nadie… excepto Sarah. ¿Qué tenía ella de especial?


Otro día y otro nuevo apagón. Ya no lo aguanto más, se dijo Sarah para sus adentros. De repente, se levantó de la silla y se dirigió a la cañería del inodoro, donde comenzó a golpear con sus largas uñas el tubo que salía del cubículo, emitiendo un leve sonido que captó la atención de todos los demás inquilinos de aquél terrorífico lugar. El joven que se encontraba junto a ella al otro lado del cristal, imitó a Sarah y golpeó la cañería, pero a diferencia de ésta, sus golpes seguían un cierto patrón que a Sarah le resultaba familiar. 

Sarah: ¿Eso es código Morse?

Sarah le miró sorprendida y el chico sonrió al ver que la joven se había percatado de su estrategia, el problema era que Sarah no entendía nada de código Morse, a parte del típico SOS que sale en las películas. Durante los siguientes días, el joven le enseñó con mucha paciencia dicho código a Sarah para poder comunicarse. Dibujaba una letra en el cristal con el vaho y a continuación le golpeaba la tubería para que ella asociase el ruido con la letra, hasta que por fin pudieron mantener una breve conversación. Sarah pudo conocer que David, que así se llamaba el muchacho, había sido secuestrado de la misma forma que ella, un caluroso día de verano.

Sarah: ¿Verano? ¿Qué día te atraparon?

No podía ser cierto. A Sarah le habían parecido meses y solo había estado un par de semanas allí encerrada. El tiempo allí abajo se hacía eterno, pero al menos ahora tendría alguien con quien conversar.

De pronto las luces volvieron a apagarse y Sarah se agarró a la tubería tan fuerte, que las marcas se quedaron grabadas en sus manos. Minutos más tarde, las luces volvieron a encenderse y lo primero que comprobó fue que su nuevo amigo estuviese bien y así era, pero no todos podían decir lo mismo, al levantar la vista, el chico escuálido que se encontraba en el cubículo de encima al suyo, estaba comiendo, o mejor dicho, engullendo un montón de bombones que le habían dado. De pronto, el chico comenzó a vomitar sangre y algo metálico que había salido de su boca, golpeó el suelo. ¿Eso era una cuchilla? A Sarah casi le da un ataque de histeria al ver desplomarse a aquél hombre contra el suelo de cristal. Tras ese acontecimiento, la luz se apagó nuevamente y la puerta del cubículo de Sarah se abrió.

Sarah: No pienso comer nada. No me pueden obligar.

Al encenderse las luces, había un hombre sentado a la mesa con una bandeja llena de fruta fresca y Sarah sintió un miedo atroz. Iba vestido de negro y llevaba puesto unos guantes. Pudo ver al otro lado del cristal a David, golpeando la pared y vocalizando algo que parecían insultos y amenazas, pero no podía hacer nada por ella, aunque eso no le quitó las ganas de seguir intentándolo.

Ben: Ven, siéntate conmigo.
Sarah: No, gracias. Estoy bien donde estoy. Te conozco, tú eres el que me secuestró.
Ben: Sí, soy yo. ¿No tienes hambre?
Sarah: Visto lo visto, prefiero morir de inanición que desangrada. Gracias o eso creo.
Ben: Te prometo que no tienes nada que temer. ¿Ves? - Cogiendo una uva y comiéndosela para demostrarle que decía la verdad.
Sarah: ¿Por qué no me has matado aún?
Ben: No tengo intención de matarte, ya no.
Sarah: ¿Y qué pasa? ¿Voy a estar aquí encerrada toda mi vida o me vas a soltar?
Ben: Eso aún no lo se. Me has roto todos los esquemas.
Sarah: ¿Yo? 
Ben: Sí, tú. Esto era muy sencillo, yo obtenía algo de alguien y cuando ya no me servía lo mataba, así de simple, pero tú... Cada día intento entrar aquí y matarte de mil formas distintas, pero no puedo hacerlo. Me quedo frente a tu puerta en penumbras, intentado reunir fuerzas para atravesar esa puerta y acabar con tu vida, pero termino marchándome y ensañándome con otro en tu lugar. Nadie había durado tanto tiempo como tú lo has hecho, deberías estar orgullosa.
Sarah: ¿Orgullosa de seguir viva? ¿Me vas a soltar o no?

El secuestrador se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir se giró y dijo:

Ben: No me has suplicado.
Sarah: ¿Serviría de algo que lo hiciera?

Sin decir una palabra más, el secuestrador abrió la puerta y salió, pero mientras cerraba con llave, Sarah pudo entrever una sonrisa en sus labios que le heló la sangre. El hombre apoyó su mano en la puerta a modo de despedida y pulsó el botón de un mando para apagar las luces. Sarah pudo percatarse de varias cosas antes de quedarse de nuevo en penumbras, algo que hasta ese momento no había podido ver por culpa de las drogas. En primer lugar, solo había un psicópata del que preocuparse, ya que éste hablaba solo en primera persona y además, tenía un mando a distancia con el que controlaba todo aquél circo. En segundo lugar, gracias a tener la puerta abierta con las luces encendidas, había podido ver, que entre algunos de los cubículos había un espacio a modo de pasillo por el que el psicópata se movía a su antojo.

Miró la jugosa fruta encima de su mesa y pensó en desmenuzarla con las manos para evitar sufrir el mismo destino que su compañero de "litera", pero después supuso que podría haber envenenado la comida al estilo bruja de Blancanieves, por lo que se apartó de ella y se sentó en un rincón con sus rodillas en el pecho. Tenía que repasar mentalmente lo que aquél hombre le había dicho antes que se le olvidase, en ello podía estar la clave para salir de allí.



Continuará...

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