Los orcos nos estaban rodeando, habíamos soltado a los caballos, porque aquél terreno era mejor recorrerlo a pie. Llevábamos corriendo más de quince minutos, todo un logro para una hacker como yo y de repente, algo se movió bajo mis pies.
La tierra
tembló y se formó una gran grieta por la que caí, por suerte para mí, el foso
no era muy hondo y solo me di un buen golpe en el trasero, bueno, por qué no
decirlo, en el orgullo también.
Todos se
detuvieron al ver que no les seguía, Lórien había visto lo que me había pasado y
se asomó al hueco para preguntarme si estaba bien. Le dije que sí, estaba en
una especie de cueva con varios túneles. Cuando los demás llegaron a nuestra
altura, Gandalf decidió que sería mejor probar suerte en la cueva, antes que
salir campo a través con los Orcos tras nuestra pista y dejarme allí sola. En
ese momento, se reafirmó mi idea de que Gandalf era mi personaje favorito de la
saga.
Cuando
estábamos todos en la cueva, Gandalf encendió su bastón para que nos sirviese
de guía. Muy práctico aquél palito.
Había tres túneles, el primero olía mejor que los otros dos, a flores silvestres y canela, las paredes parecían bañadas de oro y relucían al reflejo de la luz. A Balin por poco le da un ataque al corazón, el oro para los enanos es como la droga para un adicto, irresistible. Pero a mí no me daba buena impresión, me vino una frase a la cabeza que solté sin darme cuenta.
Había tres túneles, el primero olía mejor que los otros dos, a flores silvestres y canela, las paredes parecían bañadas de oro y relucían al reflejo de la luz. A Balin por poco le da un ataque al corazón, el oro para los enanos es como la droga para un adicto, irresistible. Pero a mí no me daba buena impresión, me vino una frase a la cabeza que solté sin darme cuenta.
Charlie: No
es oro todo lo que reluce.
Gandalf: Muy
cierto, Charlie.
Observamos
los otros dos túneles. El segundo olía a carne putrefacta y las paredes estaban
bañadas con una pintura marrón que me recordaba a las pinturas de las cavernas.
Adanedhel se acercó, pasó la mano por la pintura y se la llevó a la nariz.
Adanedhel:
Lo que me temía, es sangre seca.
Freja: ¡¿Qué?!
Freja
parecía estar en shock, se sacó la daga del cinturón y la agarró con las dos
manos, tan fuerte, que por poco dobla el mango.
Charlie:
Tranquila, creo que esa opción está más que descartada. ¿Qué hay del tercer
túnel?
El tercer
pasadizo olía a humedad y por las paredes caían hilos de agua cristalina y
fresca.
Lórien: Creo
que es nuestra mejor opción.
Todos
asentimos y Gandalf fue el primero en entrar en el túnel. Cinco resbalones y
unos cuantos minutos después, llegamos al final donde había una cascada de unos diez metros de altura que nos separaba de tierra firme.
Adanedhel:
Tendremos que saltar, no queda otra.
Balin: A los
enanos no nos gusta el agua.
Adurant: Se
nota, el olor de los enanos es inconfundible.
Todos nos
echamos a reír con la ocurrencia del elfo. Me recordaban a Legolas y Gimli.
Legolas:
Igualito a su padre. Jajaja
Y tras decir
esto, el elfo saltó con los brazos cruzados en el pecho.
Vi desaparecer a Legolas en el fondo del lago en el cual terminaba la cascada y contuve el aliento hasta verle salir a la superficie.
Vi desaparecer a Legolas en el fondo del lago en el cual terminaba la cascada y contuve el aliento hasta verle salir a la superficie.
Uno tras
otro nos fuimos lanzando al agua. Cuando llegó mi turno, recordé la película de
la historia interminable, cuando Bastian tiene que lanzarse a una cascada para
poder regresar a su casa y pensé que si ese crío lo había hecho, yo también.
Cerré los
ojos y me lancé sin pensarlo. Al golpear contra el agua, me hice algo de daño,
pero nada que un poco de descanso no pudiese curar. Salí a la superficie y cogí
una gran bocanada de aire.
Al llegar a la orilla todos estaban sacando el agua de sus botas y escurriendo su ropa, por lo que hice lo mismo, mientras me sentaba junto a un fuego que Adanedhel y Adrahil habían improvisado en un momento.
Al llegar a la orilla todos estaban sacando el agua de sus botas y escurriendo su ropa, por lo que hice lo mismo, mientras me sentaba junto a un fuego que Adanedhel y Adrahil habían improvisado en un momento.
Cuando
estuvimos casi secos, reanudamos la marcha, intentando ocultar todo rastro que
pudiese quedar de nosotros en aquél lugar, para evitar que los Orcos nos diesen caza.
Caminamos
durante horas hasta llegar a una cabaña en medio del bosque, ya no estábamos lejos
de nuestro destino, el hogar del árbol blanco, Minastirith, la ciudad de los reyes
y de mi querido Montaraz.
Paramos a
descansar, esa noche al menos dormiríamos bajo un techo. La cabaña parecía
abandonada, por lo que no tendríamos que preocuparnos de ninguna visita
inesperada.
Balin y yo
no parábamos de reírnos viendo como Lórien y Adanedhel se miraban, se rozaban
intencionadamente al pasar o escogían el lugar en el suelo donde dormir, uno
junto al otro, era tan tierno.
Los elfos estaban vigilando, Legolas daba
órdenes a Adurant y Edrahil, mientras Gandalf estudiaba la ruta a seguir para
el día siguiente, junto a Freja.
A la mañana
siguiente nos pusimos en marcha, apenas nos deteníamos en el camino para
descansar y tomar algo.
Pasaron días
sin noticias de los Orcos, hasta que al fin, ante nosotros se alzaban los muros
de marfil de la ciudad de los reyes, Minastirith.
Continuará...
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