A ver, recapitulemos: Mientras que los primos asesinos y
Carmen de Mairena se dirigían a Turquía en un avión plagado de zombis hippies
para localizar a la niña turbia y obtener así el preciado antídoto, el
extraterrestre Manowar se encontraba atrapado en un planeta en el que moriría
de mil maneras diferentes, antes de poder escapar y regresar a su hogar. Por
otro lado, Gladis había logrado obtener el escudo que evitaba su alergia a los
gatos, para no ser descubierta por Miguelín y su tropa, ya que iba camuflada
con la piel del pequeño Nicolás hacia su planeta, Orión, pero antes de llegar,
descubrió un planeta en el que se encontraba un anillo creado por Sauron y cuyo
poder era el de evitar el control mental que ejercían los mininos
revolucionarios en el resto de especies. ¿Y qué sucede con el agente López y su
tropa? Al haberse deshecho de los zombis hippies, volvieron a centrarse en la
investigación de los Gómez e intentaban dar caza a la extraterrestre lechuguera
con forma de paloma vieja.
En el aeropuerto, los dos asesinos y Carmen de Mairena
intentaban guiar a los zombis hippies hacia el interior del avión; el problema
llegó cuando se dieron cuenta que ninguno de los pilotos se atrevía a volar con
aquella carga tan delicada.
De repente, el “Pingüino” se fijó en que los únicos que no
habían salido corriendo al verlos habían sido Belén Esteban y Marcial, el de “La
hora Chanante”. Se acercó a ellos con cautela y les preguntó si sabían pilotar
un avión.
— Claro
que sí, he jugado con un simulador varias veces —dijo Marcial.
— Eso
no es lo mismo que pilotar un avión de verdad.
— ¿Tienes
a alguien más en mente? Porque no veo a nadie dispuesto a hacerlo.
— Yo
sí —dijo Belén Esteban.
— ¿Tú
sabes manejar un avión? —Preguntó el asesino.
— No,
pero se me da de lujo jugar con un joystick y también arreglar cualquier
situación. ¿No ves que trabajé en Sálvame varios años hasta que me quedé en el
paro?
De repente a Belén la llamaron por teléfono, era Jorge
Javier Vázquez. Cuando “la Esteban” le contó lo que sucedía al presentador, éste
le pidió que lo retransmitiera a través de su cuenta de Instagram para ganar
audiencia en el programa.
Al “Pingüino” no le quedó otra opción que aceptar aquella
propuesta y cuando los tres entraron en el avión, los zombis ya estaban
sentados y comiendo carpaccio para evitar que, de un apretón, se merendasen al
resto de la tripulación.
Mientras Belén y Marcial se encerraban en la cabina de
mando, Carmencita se echaba un cubatita para templar los nervios, pues tenía
miedo a volar y más con la que estaba cayendo Pero por cosa del destino —y las
turbulencias del despegue —, el cubata se cayó y se coló por la rendija de la
trampilla que había en el suelo, llegando hasta la zona de carga en la que reposaba
un gremnli metido en un trasportín para perros. El bicho se mojó con aquel
dulce néctar de los dioses y terminó multiplicándose más rápido que Julio
Iglesias en sus momentos más álgidos.
— Se
nos están acabando las reservas de carne. ¿Qué vamos a hacer? —Preguntó el
“Asesino de los Calzones Sucios”:
— No
lo sé, pensad en algo, porque cuando acaben de comerse esa carne cruda vendrán
a por nosotros —añadió el “Pingüino”.
— ¿Crees
que el sushi cuente como carne? —Preguntó Carmencita.
— Lo
dudo mucho —respondió uno de los primos.
— Pues
si vamos a morir, que sea en el baño y así me “desorino” un rato; aunque antes
me echaré otro cubata, para refrescar la garganta.
Cuando Carmen de Mairena se acercó al carrito de las
bebidas, descubrió que uno de los zombis estaba tras ella.
— ¡Uy,
cariño! Yo soy como la Pantoja, “pilila” que veo, “pilila” que se me antoja
—dijo Carmencita, pensando que… si iba a morir en aquel avión, mejor hacerlo
comiéndose un gran morcillón.
De repente, Carmen se lanzó sobre el zombi y le hincó el
diente. Pocos minutos después, no quedaban de él ni los dientes. Los asesinos
no daban crédito a lo que estaban viendo. ¿Se volvería una zombi tras comerse
al pobre muerto viviente o seguiría viva, pero tan salida como siempre?
Entonces algo sucedió, mientras la trampilla del suelo se
abría y los gremnlins hacían su aparición, Carmen de Mairena en un zombi se
convirtió. Los asesinos intentaban huir de la horda de los no muertos —dirigida
por Carmencita —a la par que procuraban lidiar con los bichos que de la bodega
emergían. De pronto, el zombi pedorro se detuvo y se encaró a las fieras.
— HKASDHNLKSFJEAHKKJ
—dijo el no muerto flatulento.
— ¿Alguien
ha visto a Gizmo? —Preguntó uno de los bichos.
Como no se entendían bien, los zombis intentaron comerse a
los gremnlins, pero al ver que tenían tan mala leche como ellos, decidieron
adoptarlos como sus mascotas y colaborar con ellos. Los bichos se metieron de
nuevo en la zona de carga y comenzaron a cargarse todos los cables que se
encontraban a su paso, pues disfrutaban destrozando cualquier cosa que con
cables funcionara.
Los asesinos se metieron en la cabina de mando junto a los
pilotos, para evitar ser devorados de un plumazo, pero uno de los motores del
avión falló y el pájaro de metal en el agua se estrelló. El impacto hizo que
Belén Esteban y Marcial, el de “La hora chanante”, quedasen mal heridos y que
los primos asesinos saliesen ilesos del suceso acontecido.
Los zombis hippies, al ver que el agua se colaba en el
avión, entraron en pánico —eran hippies, el agua era como su kriptonita —, por
lo que intentaron subirse encima del fuselaje que, más pronto que tarde,
acabaría hundiéndose en las profundidades. ¿Lograrían rescatarles antes de
deshacerse? ¿Qué pasaría con los gremnlins? ¿Y con el “Pingüino” y su primo?
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El avión continuaba hundiéndose en el agua, mientras que los
asesinos, la Esteban y Marcial intentaban seguir a flote para evitar ser
devorados por los no muertos hidrofóbicos. Los gremnlis seguían destrozándolo
todo y, como estaban en contacto constante con el agua, multiplicándose sin
parar. Nuestros héroes necesitaban una mano amiga que les pudiese rescatar.
— ¡Vamos
a morir aquí! —Dijo la Esteban.
— ¿Qué
es eso? —Preguntó el Pingüino.
— ¡Pirañas!
— Respondió Marcial.
— ¿Y
ahora qué hacemos? Si salimos nos comerán las pirañas o los zombis y si nos
quedamos aquí, los gremnlis nos dejarán como un cuadro o terminaremos
ahogándonos —añadió el “Asesino de los Calzones Sucios”.
De repente, el avión comenzó a elevarse y los héroes que
continuaban en su interior se desplomaron en el suelo al instante. ¿Qué más
podía pasarles? Al incorporarse y asomarse por la ventanilla, descubrieron que Hulk
estaba levantando aquel cacharro con una sola mano, como si tratase de una
simple tostadora. Las pirañas intentaban morderle, pero con la piel tan dura
que tenía, a las pobres las dejó melladas de por vida.
De repente, los zombis comenzaron a atacar a Hulk, pero
entonces una puerta mágica se abrió en el aire y de ella Loki salió.
— ¿Has
visto a mi tocayo? —Le preguntó a Hulk.
— ¿A
quién?
— Es
un perro blanco y negro, con un collar verde y se llama Loki, como yo.
— Pues
no, aquí no está. ¿Tú no estabas muerto? Eso es lo que nos contó tu hermano.
— No,
estoy vivito y coleando. Y gracias por el dato, seguiré buscando.
— ¡Espera…!
—Pero Loki desapareció al igual que había llegado, antes de poder interrogarlo.
Entonces se escuchó un gran estruendo y los zombis cayeron
al agua, inconscientes, pues Hulk se había tirado un cuesco y los había dejado
aún más muertos de lo que ya estaban.
Mientras que los ocupantes de la cabina salían y ayudaban a
Hulk con los gremnlis, el pobre Manowar intentaba sobrevivir al planeta de las
1000 muertes. Allí se encontraba el anillo no único, por lo que, si querían
salir de allí —tanto
Manowar como Gladis, que se dirigía a aquella ubicación atraída por la dichosa
joya —solo tenían
dos opciones: morir de 1000 maneras diferentes o conseguir la reliquia que les concedería
un deseo para poder viajar a cualquier lugar con solo tenerlo que imaginar.
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Posibles muertes
que me sugirió el chat: Cerveza caliente pocha, trituradora de papel,
cuervos sacando los ojos, arrancándole la piel, águila de sangre vikinga, muerte
china de cortecitos y empalado, cubo caliente y rata en el estómago, momificarlo
vivo, mutación y explosión, aplastado.
Manowar no dejaba de morir, una y otra vez, sin saber por
qué. De repente, un grupo de hormigas se acercó a él y le cogió en volandas.
Manowar intentaba deshacerse de aquel abrazo mortal, pero no pudo hacerlo. Las
hormigas le llevaron hasta una máquina de triturar papel gigante —no sé de
dónde había salido, pero vale —y por el camino fueron desollándole la piel como
a un cochino.
En el camino hacia su muerte, número diecisiete, vio un
cartel que decía:
<<En este
planeta de 1000 formas diferentes morirás, a menos que el anillo logres hallar.
Es un mundo de sueños hechos realidad, aunque las pesadillas también son
sueños, que te torturan sin parar. >>
El pobre Manowar sabía que tenía que encontrar ese anillo
para dejar de padecer aquel calvario en el que, por error, se había visto enredado.
¿Lograría librarse de la muerte número dieciocho —cómete un bizcocho —y encontrar el anillo no único?
Mientras el pobre sufría de lo lindo, Gladis aterrizaba en
el mismo planeta sin tener ni pajolera idea de lo que allí se encontraría.
Sugerencias del
chat para la muerte de Gladis: Inmovilizada y cuchillas, alicates para
arrancar las uñas de los pies, cámara isobárica, viendo GH vip, dama de hierro.
Un orco muy orgulloso que tenía de mascota a una bandada de
cuervos hizo que los animalejos cogiesen a Gladis del pescuezo y la llevasen
volando hasta una cámara isobárica, mientras le metían cuchillas por el gaznate
para que con su propia sangre se atragantara. Recordemos que Gladis estaba
hecha de lechugas y, cuando se cortó con las afiladas hojas, fue desprendiendo
hojitas por todo el camino mientras el orco las recogía para hacerse una
ensaladita.
Gladis resucitaría una y otra vez hasta que encontrase el
anillo o muriese de 1000 maneras diferentes. En su muerte número 22 pudo ver el
mismo cartel que Manowar y supo que aquella sería su única salvación. ¿Cuál de
los dos encontraría antes el anillo no único?
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Tras morir varias veces en aquel extraño planeta, tanto
Gladis como Manowar decidieron subir una colina para ver lo que al otro lado vislumbraban
y, al hacerlo, se encontraron cara a cara. También descubrieron un coche de
carreras aparcado en la cima y, de repente, del coche salió el gran Carlos
Sainz con un par de cervezas en la mano y se acercó a los dos extraterrestres,
que se habían quedado alucinados.
— ¡Hola,
amigos! Bienvenidos a este extraño mundo. Me llamo Carlos y llevo aquí demasiado
tiempo atrapado.
— ¿Cuántas
veces has muerto ya? —Preguntó
Manowar.
— Creo
que he perdido la cuenta. Por suerte, esta cima está libre de todo mal y
mientras que estés aquí arriba, nada te podrá matar.
— ¿Por
qué no has completado la tarea y has encontrado el anillo? —Quiso saber Gladis.
— Porque
hay que localizar el mapa con la ubicación del anillo y es demasiado arriesgado
para hacerlo solo. Además, acabé aquí mientras estaba realizando una carrera y
pinché una rueda. Estaba a punto de cambiarla, cuando una tormenta de arena me
llevó en volandas y acabé metido en esta cloaca. Por lo que, a mi coche le
falta una rueda y por culpa de la arena que se metió en el motor, no arranca.
— ¿Qué
mapa? —Preguntó el
extraterrestre cervecero, mientras le arrebataba una birra y se la metía entre
pecho y espalda.
— Tras
mi muerte número cuarenta, descubrí que hay un mapa escondido en este planeta
que indica la ubicación exacta del anillo, pero intenté ir yo solo a por él y
fue imposible conseguirlo. Se necesitan al menos tres personas para lograr
hacerse con ese objetivo.
— Seguro
que si te ayudamos nos traicionarás —se
quejó Gladis.
— ¡No!
Si me ayudáis a conseguirlo, podremos salir de aquí los tres. Nos daremos las
manos y pensaremos en el mismo sitio a la vez y así nos teletransportaremos.
— ¿Qué
nos darás a cambio si te ayudamos? —Quiso
saber Manowar.
— Si
salimos de aquí los tres con vida, podréis acompañarme en la búsqueda de las
“bolas del dragón” y os concederé un deseo por cada bola que encontremos —y los dos
extraterrestres aceptaron —.
Pero antes, debemos encontrar gasolina para el coche, arreglar el motor y
cambiar la rueda que se me pinchó.
— Mucho
quieres que yo trabaje por nada —se
quejó Manowar.
— Tengo
suministro de cerveza ilimitada.
— ¿Por
qué no empezaste por ahí?
Gladis fue a ordeñar un Gasopico, un animalico muy bonito
cuyo orín estaba hecho de gasolina sin plomo. Lo que Gladis no sabía era que
ese animalico no tenía ubres, sino… un buen pepino.
Por otro lado, Manowar fue a buscar una rueda de repuesto a
un lugar no muy lejano, pues cerca de la colina había un todo a cien abierto
veinticuatro horas, junto a un McDonalls marciano.
Y Carlos Sainz consiguió arreglar el motor a tiempo, para
recoger a sus nuevos compañeros y acudir al castillo de la Dimitrescu; a ella
debían robarle el mapa que llevaba en el escote sin acabar tiesos.
En el castillo habitaban tanto vampiros como hombres lobo,
que custodiaban a la enorme mujer de grandes atributos y extraños gustos. De
repente el coche llegó a la puerta y se encontraron con un apuesto hombre
vestido de negro y una espada bien afilada en la mano.
El hombre se acercó a ellos con la espada desenvainada y,
cuando estaba a punto de atacarlos, reconoció al pequeño Nicolás —aunque nosotros sabemos
que es Gladis camuflada en la piel del niño rata —. Al parecer, Blade era un gran fan de este crío
turbio y, por ello, decidió ayudarles a entrar en el castillo.
Los cuatro aventureros entraron, preparados para acabar con
todas aquellas criaturas de la noche que custodiaban a la gran dama, pero… al
ver que se habían montado una orgía y no se habían percatado de los intrusos
que se habían colado, les cortaron el pescuezo y siguieron caminando.
— Nunca
resultó más fácil acabar con esos chupasangres —celebró Blade.
— Gracias
por la ayuda, camarada —le
dijo Manowar y siguió andando, porque se estaba meando y quería acabar cuanto
antes con aquel asunto que tenían entre las manos.
Blade se
marchó por su lado y el resto de aventureros llegó hasta los aposentos de la
Dimitrescu, donde la dama estaba jugando al Resident Evil mientras plantaba un
pino desorbitado en su lujoso cuarto de baño.
De repente
apareció el duque de los pies sucios y avisó a la señora de los intrusos, por
lo que puso el juego en pausa y sacó las garras. Mientras Gladis se subía a los
hombros de Carlos Sainz para intentar atrapar el mapa, Manowar distraía a la
Dimitrescu con su perorata.
De repente, la
Dimitrescu —que se
había hecho vegetariana —olió
a Gladis y por ello la atrapó, le quitó el disfraz del pequeño Nicolás que
llevaba y, al ver que estaba hecha de lechugas, se la zampó casi de un bocado.
En ese momento, como se había agachado para recoger las hortalizas que se
habían derramado, llegó Manowar y la metió mano, arrebatándole el mapa para
después salir pitando. Carlos siguió los pasos de Manowar y ambos se escaparon
mientras a Gladis la desmembraban y la convertían en una ensalada.
Cuando
regresaron a la montaña que les mantenía a salvo de las muertes tan raras,
lograron observar el mapa y descubrir que el anillo “no único” se encontraba
bajo la copia del volcán de Yellowston que un simpático oso custodiaba a pocos kilómetros de su situación.
Sainz y su
copiloto, el cervecero, pusieron rumbo al volcán en busca de ese anillo tan
porculero, pero a cambio de conseguirlo deberían pasar una auténtica tortura
por culpa del osito ochentero.
Yogui estaba
poseído por un espíritu maligno, al igual que los osos de cinco noches con
Freddy. Para lograr el preciado tesoro deberían enfrentarse a muerte contra el oso
parlanchin, antes de cumplir el cupo de las 1000 muertes de aquel extraño mundo
para poder salir de allí.
La lucha
consistía en un concurso de beber cerveza, seguido de uno de escupitajos y otro
de bailes africanos. A beber cervezas Manowar no tuvo rival, aunque en el tema
de los escupitajos Carlos venció sin problemas a los demás. A la hora del
baile, el oso Yogui fue el vencedor, pero decidieron que el desempate sería
jugando al Among us y el vencedor sería el portador del anillo oficial.
El oso de
repente se resbaló y en los escupitajos se ahogó, pues estaba poseído por el
fantasma de Jason, el de Cristal Lake, y ya sabemos que a él el agua no le
sentaba nada bien. Mientras Carlos se había quedado en shock al ver la muerte
de aquel osito peleón, Manowat aprovechó la distracción y del suelo el anillo
recogió.
¿De dónde
había salido ese tesoro? Pues del ojal de aquel oso, que al haberse ahogado y
desecho —porque
estaba hecho de espumillón del malo —,
el anillo apareció entre los restos de aquel desgraciado. Fue un momento clave,
como cuando la viuda negra las palma por culpa de Ojo de Halcón y a cambio le
entregan a él la gema del alma por cagón.
Manowar usó el
anillo para regresar a su hogar, dejando al pobre Carlos indefenso y abandonado
en aquel extravagante lugar. Por ello, la moraleja es clara, ten cuidado con
quién colaboras, o acabarás hecho bolas.
Mientras todo
eso ocurría en aquel planeta, en la Tierra los primos asesinos y Hulk llevaban
a los gremlis hasta la niña turbia para dejarle el marrón en Turquía y volverse
a España a vivir del cuento, como hacen los del congreso.
La niña de los
mil nombres se encontraba en Capadoccia montando en un globo aerostático,
impulsado por el cocido que se había zampado. Intentaba localizar al guapo de
las telenovelas, Can Yaman, cuando vio llegar a la tropa española con los
bichos a su cola.
Decidió bajar
a ver lo que sucedía y cuando el Pingüino llegó a su altura, le dio el
rapapolvo de su vida.
— ¿Vosotros
quiénes sois?
— Somos
los encargados de traer hasta ti a los zombis hippies que creaste para que los
cures —dijo el Pingüino.
— ¿Y
dónde están? —
Preguntó la niña, sorprendida.
— Se
nos deshicieron por el camino.
— ¿Y
esos bichos son vuestros?
— No,
ahora pasan a ser de tu propiedad, ya que no pudimos entregarte a los zombis,
te dejamos a los gremlis como premio de consolación —añadió el asesino de los calzones sucios.
— ¡No
los quiero!´
— Pues
te aguantas, después de la que has liado en España, te toca pagar los platos
sucios y quedarte con estos bichos que destrozan todo lo que tocan a su paso.
Por cierto, si quieres que no te la líen parda, recuerda que no pueden comer
después de media noche, no se les puede mojar y les hace daño la luz solar.
La niña turbia
se quedó con los bichos y sin el morenazo, mientras que los dos primos y Hulk
se escapaban de vuelta a casa con unas cuantas baklavas debajo del brazo.
FIN