sábado, 21 de marzo de 2015

Un extraño en la comarca. Capítulo 4


Los orcos nos estaban rodeando, habíamos soltado a los caballos, porque aquél terreno era mejor recorrerlo a pie. Llevábamos corriendo más de quince minutos, todo un logro para una hacker como yo y de repente, algo se movió bajo mis pies.


La tierra tembló y se formó una gran grieta por la que caí, por suerte para mí, el foso no era muy hondo y solo me di un buen golpe en el trasero, bueno, por qué no decirlo, en el orgullo también.


Todos se detuvieron al ver que no les seguía, Lórien había visto lo que me había pasado y se asomó al hueco para preguntarme si estaba bien. Le dije que sí, estaba en una especie de cueva con varios túneles. Cuando los demás llegaron a nuestra altura, Gandalf decidió que sería mejor probar suerte en la cueva, antes que salir campo a través con los Orcos tras nuestra pista y dejarme allí sola. En ese momento, se reafirmó mi idea de que Gandalf era mi personaje favorito de la saga.

Cuando estábamos todos en la cueva, Gandalf encendió su bastón para que nos sirviese de guía. Muy práctico aquél palito.  
Había tres túneles, el primero olía mejor que los otros dos, a flores silvestres y canela, las paredes parecían bañadas de oro y relucían al reflejo de la luz. A Balin por poco le da un ataque al corazón, el oro para los enanos es como la droga para un adicto, irresistible. Pero a mí no me daba buena impresión, me vino una frase a la cabeza que solté sin darme cuenta. 


Charlie: No es oro todo lo que reluce.
 
Gandalf: Muy cierto, Charlie.

Observamos los otros dos túneles. El segundo olía a carne putrefacta y las paredes estaban bañadas con una pintura marrón que me recordaba a las pinturas de las cavernas. Adanedhel se acercó, pasó la mano por la pintura y se la llevó a la nariz.

Adanedhel: Lo que me temía, es sangre seca.

Freja: ¡¿Qué?!
Freja parecía estar en shock, se sacó la daga del cinturón y la agarró con las dos manos, tan fuerte, que por poco dobla el mango.

Charlie: Tranquila, creo que esa opción está más que descartada. ¿Qué hay del tercer túnel?

El tercer pasadizo olía a humedad y por las paredes caían hilos de agua cristalina y fresca.

Lórien: Creo que es nuestra mejor opción.

Todos asentimos y Gandalf fue el primero en entrar en el túnel. Cinco resbalones y unos cuantos minutos después, llegamos al final donde había una cascada de unos diez metros de altura que nos separaba de tierra firme.

Adanedhel: Tendremos que saltar, no queda otra. 

Balin: A los enanos no nos gusta el agua.

Adurant: Se nota, el olor de los enanos es inconfundible.

Todos nos echamos a reír con la ocurrencia del elfo. Me recordaban a Legolas y Gimli. 

Legolas: Igualito a su padre. Jajaja

Y tras decir esto, el elfo saltó con los brazos cruzados en el pecho.

Vi desaparecer a Legolas en el fondo del lago en el cual terminaba la cascada y contuve el aliento hasta verle salir a la superficie.

Uno tras otro nos fuimos lanzando al agua. Cuando llegó mi turno, recordé la película de la historia interminable, cuando Bastian tiene que lanzarse a una cascada para poder regresar a su casa y pensé que si ese crío lo había hecho, yo también.

Cerré los ojos y me lancé sin pensarlo. Al golpear contra el agua, me hice algo de daño, pero nada que un poco de descanso no pudiese curar. Salí a la superficie y cogí una gran bocanada de aire.

Al llegar a la orilla todos estaban sacando el agua de sus botas y escurriendo su ropa, por lo que hice lo mismo, mientras me sentaba junto a un fuego que Adanedhel y Adrahil habían improvisado en un momento.

Cuando estuvimos casi secos, reanudamos la marcha, intentando ocultar todo rastro que pudiese quedar de nosotros en aquél lugar, para evitar que los Orcos nos diesen caza.

Caminamos durante horas hasta llegar a una cabaña en medio del bosque, ya no estábamos lejos de nuestro destino, el hogar del árbol blanco, Minastirith, la ciudad de los reyes y de mi querido Montaraz.


Paramos a descansar, esa noche al menos dormiríamos bajo un techo. La cabaña parecía abandonada, por lo que no tendríamos que preocuparnos de ninguna visita inesperada.

Balin y yo no parábamos de reírnos viendo como Lórien y Adanedhel se miraban, se rozaban intencionadamente al pasar o escogían el lugar en el suelo donde dormir, uno junto al otro, era tan tierno. 
Los elfos estaban vigilando, Legolas daba órdenes a Adurant y Edrahil, mientras Gandalf estudiaba la ruta a seguir para el día siguiente, junto a Freja. 

A la mañana siguiente nos pusimos en marcha, apenas nos deteníamos en el camino para descansar y tomar algo. 

Pasaron días sin noticias de los Orcos, hasta que al fin, ante nosotros se alzaban los muros de marfil de la ciudad de los reyes, Minastirith.

Continuará...

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