Sam estaba
sentada frente a su escritorio, actualizaba su libro de las sombras, en él,
guardaba celosamente todos sus conocimientos adquiridos, hechizos y pociones.
Apoyó la
cabeza en su mano izquierda y comenzó a mordisquear la tapa del boli. Cuanto
tiempo había pasado desde que se inició en este nuevo mundo. Los fallos que
había cometido por tener que aprender ella sola y las alegrías de los trabajos
bien hechos. Recordó en especial un momento, aquél en el que descubrió, que no
estamos solos y que al otro lado hay muchos seres esperando un descuido, para
entrar en nuestro mundo y sentirse vivos de nuevo….
Era medio día, Sam estaba
entusiasmada, iba a realizar su segundo hechizo, ya se consideraba toda una
experta. Preparó todas las cosas y comenzó a formar el círculo mágico. Colocó
la vela blanca, el incienso, el agua bendita y el arroz que utilizaba en
representación del elemento tierra. Formó su círculo y recitó el hechizo de
apertura, el que ella misma había creado para evitar que nada malo sucediese,
sabía cubrirse bien las espaldas.
De pronto, cuando el círculo ya estaba
abierto, algo la distrajo. El que por entonces, era el chico con el que salía,
le habló por el ordenador, se había olvidado de apagarlo. Sin poder evitarlo,
vio como el chico la intentaba chinchar, algo que le encantaba hacer y no lo
pudo remediar, rompió el círculo para contestarle, algo que nunca se debería
hacer, pero no se dio cuenta. Al ser una bruja novata, no sabía las
consecuencias que sus actos podrían ocasionar, pero no tardaría mucho en
averiguarlo.
De pronto notó un aire frío, la
ventana estaba cerrada y fuera hacía calor, no se movía ni un solo árbol. Pero
cegada por la furia, no le prestó mayor atención, cerró el círculo y siguió a
lo suyo.
Con el tiempo, notó que algo extraño
estaba sucediendo en su casa. Las cosas desaparecían y volvían a aparecer a los
3 días, escuchaba que la llamaban a cualquier hora en su casa, aunque estuviese
sola. Por ello, comenzó a picarle la curiosidad.
Una mañana, cuando se disponía a ir
al trabajo, se despertó, como cada mañana, abrió el armario automáticamente y
sacó la percha con la ropa que se iba a poner ese día. Cada noche preparaba lo
que se pondría al día siguiente, para no perder tiempo dándole vueltas. Dejó la
percha en la cama, justo a su lado, se giró para cerrar el armario, cuando lo
hizo, se volvió a girar hacia el lugar donde se encontraba la ropa y….
Samantha: ¡¿Qué demonios?! Juraría que la he sacado.
Volvió a abrir el armario y nada,
deshizo la cama por completo y nada, rebuscó debajo de esta, en el armario de
al lado, en los cajones, en todas partes…. Y nada.
Se vistió con lo primero que encontró
y se fue corriendo, ya llegaba tarde.
Pasaron los días y no conseguía
encontrar sus prendas, le fastidiaba mucho, porque eran sus favoritas. La noche
del tercer día, cuando iba a ponerse el pijama, abrió el armario y para su sorpresa,
allí estaba la percha. No lo podía creer, estaba en el lugar adecuado con la
ropa preparada, como si no se hubiese movido jamás de allí. No daba crédito a
lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Preguntó en su casa si alguien lo había
movido de sitio, pero todos lo negaron. No conseguía hallar explicación alguna.
Por lo que lo dejó pasar.
Semanas después, Sam se encontraba
estudiando en casa, era fin de semana, pero al trabajar y estudiar, debía
aprovechar las horas libres, los exámenes se acercaban. Estaba concentrada,
intentando comprender lo que leía, cuando de repente…
Escuchó que alguien pronunciaba su
nombre. Su madre se encontraba en el salón, por lo que fue a ver si necesitaba
algo. Cuando le preguntó, negó haberla llamado y no había nadie más en casa,
sería producto de su imaginación, por lo menos eso era lo que pensaba antes de
saber que era bruja, pero como tampoco sabía a qué se debía, volvió a darle la
espalda al problema, ojos que no ven, corazón que no siente.
Sam regresó a su habitación, se asomó
a la ventana, como última opción, por si alguien la reclamaba a gritos, pero no
había nadie allí abajo. Decidió seguir estudiando, o por lo menos intentarlo,
ya que su calma, no duró mucho. Volvió a escuchar su nombre y esta vez, notó un
aliento frío en la nuca. Se giró de golpe, pero como ya sabía, allí no había
nadie, por lo que dejó lo que estaba haciendo y sin pensárselo dos veces, se
conectó a internet para indagar sobre las sensaciones que tenía, necesitaba
respuestas e internet era el medio más rápido.
De repente algo le llamó la atención,
alguien había escrito algo parecido en un foro, una mujer. Leyó con atención la
contestación que otra mujer le había dado. ¿Su casa estaba embrujada? ¿Compartía
techo con un fantasma?
A Sam se le abrieron los ojos de par en par,
se sintió observada de repente, sucia. Le entró un escalofrío por el cuerpo.
¿Cómo había llegado eso hasta su casa?
En ese instante, algo saltó en su
cerebro, tuvo un flashback del momento en el que tiempo atrás, había roto el
círculo y recordó lo que sintió en ese momento, el alma del fantasma rozándole
la espalda al salir. No podía ser cierto. Habló con su madre y ambas habían
notado la presencia extraña. Por lo que pudieron compartir, se trataba de una
niña rubia, con un camisón blanco y de unos siete u ocho años de edad.
No sabían cómo echarla y tampoco
molestaba tanto, así que siguieron conviviendo con ella durante años. Sam se
hizo a la idea que era una hermana pequeña, le divertía incordiar a Sam, le
escondía las cosas, jugaba con ella al
escondite, le lanzaba la pelota. Sam no terminaba de hacerse a la idea del todo
y su perro Skype, tampoco. El pobre perro no entendía, como la pelota de
repente aparecía sola en el pasillo y llegaba rodando hasta él, eso le frustraba.
Un día, Sam fue a la habitación de
sus padres por unas toallas y lo que se encontró, le llamó rápidamente la
atención. En el cabecero de la cama, había una pelota de rugby, puesta en
vertical. Eso era imposible, el cabecero mediría medio centímetro de grosor, no
más, era técnicamente imposible que la pelota se pudiese sujetar sola. Sam
cogió la pelota e intentó colocarla en esa misma posición, pero tras media hora
de dificultosos intentos, desistió. Depositó la pelota en la cama y se marchó,
no sin antes echar un último vistazo al cabecero y a la pelota. Cuando salía
por la puerta, algo le golpeó en las piernas, se giró y la pelota estaba junto
a ella en el suelo.
¿Quizás alguien queriendo llamar la atención?
Pasaron los años y los sucesos
continuaron, una televisión que se encendía sola a media noche, una luz que se
encendía tres veces seguidas cuando estabas intentando apagarla, un toquecito en
la espalda de vez en cuando a las visitas más escépticas y cosas así.
De repente un día Sam estaba sentada
frente a su ordenador y tuvo una brillante idea, podría revertir lo que hizo
para que el fantasma volviese a su lugar de origen.
Tenía que pensarlo bien, le había
cogido cariño, pero sabía que ese no era su lugar. Tampoco se quería arriesgar
a enfadar a un espíritu o a que algo saliese mal y en lugar de arreglarlo, todo
fuese a peor.
Lo preparó durante días,
lo que diría, como lo diría, lo que necesitaría, no quería dejar nada al azar.
Por fin llegó el gran día, preparó
todo lo necesario y antes de crear el círculo, le pidió al fantasma que entrara
junto a ella en el círculo que se disponía a crear. Una vez que sintió que el
fantasma le había hecho caso, creó el círculo mágico y se sentó en el suelo.
Respiró hondo y se concentró, le dijo al espíritu que ambas sabían que ese no
era su sitio, que era libre de irse y regresar a donde debía estar o de
quedarse atrapada en este mundo, eternamente. Le contó que la decisión era suya
y le pidió que lo pensara bien. Le dedicó una sonrisa y le dijo que la echaría
de menos, pero que su tiempo aquí había terminado y ya era hora de seguir
adelante y ser feliz. Dicho esto, algo cambió, Sam notó como un pesar se apoderaba
de ella. Una parte de sí misma se alejaba, cerró los ojos y contuvo las
lágrimas, dibujó una sonrisa en su rostro y se despidió por última vez, de
aquella dulce niña a la que había llegado a considerar su hermana pequeña
adoptiva. Recordó todas las trastadas que le había hecho, todos los sustos que
se había llevado y tantos buenos momentos que le había regalado y se rió en
silencio. Cuando sintió que estaba hecho, Sam cerró el círculo y borró todo
rastro que pudiera quedar. Ahora se sentía sola, pero había hecho lo que
correcto y no había vuelta atrás.
Qué tiempos
aquellos, pensó Sam, apesadumbrada. Volvió a concentrarse en su libro de las
sombras y siguió escribiendo en él. Algún día pasaría a manos de la siguiente
generación de brujas, por lo que debía hacerlo bien, no quería que sus errores
volviesen a cobrar vida. De pronto recordó a esa pequeña niña con la que a
veces soñaba, esa niña que le sonreía, de ojos castaños y cabello color
chocolate. Aquella versión de sí misma en miniatura y que la llamaba, mamá. No
pudo remediarlo, sonrió emocionada y dejó escapar un leve suspiro.
Samantha: Continuemos.
“Abrazando
lo sobrenatural. 1ª Parte…”
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario