jueves, 17 de abril de 2014

Abrazando lo sobrenatural. 2ª Parte. “El otro lado”

Sam estaba sentada frente a su escritorio, actualizaba su libro de las sombras, en él, guardaba celosamente todos sus conocimientos adquiridos, hechizos y pociones.
Apoyó la cabeza en su mano izquierda y comenzó a mordisquear la tapa del boli. Cuanto tiempo había pasado desde que se inició en este nuevo mundo. Los fallos que había cometido por tener que aprender ella sola y las alegrías de los trabajos bien hechos. Recordó en especial un momento, aquél en el que descubrió, que no estamos solos y que al otro lado hay muchos seres esperando un descuido, para entrar en nuestro mundo y sentirse vivos de nuevo….

Era medio día, Sam estaba entusiasmada, iba a realizar su segundo hechizo, ya se consideraba toda una experta. Preparó todas las cosas y comenzó a formar el círculo mágico. Colocó la vela blanca, el incienso, el agua bendita y el arroz que utilizaba en representación del elemento tierra. Formó su círculo y recitó el hechizo de apertura, el que ella misma había creado para evitar que nada malo sucediese, sabía cubrirse bien las espaldas.

De pronto, cuando el círculo ya estaba abierto, algo la distrajo. El que por entonces, era el chico con el que salía, le habló por el ordenador, se había olvidado de apagarlo. Sin poder evitarlo, vio como el chico la intentaba chinchar, algo que le encantaba hacer y no lo pudo remediar, rompió el círculo para contestarle, algo que nunca se debería hacer, pero no se dio cuenta. Al ser una bruja novata, no sabía las consecuencias que sus actos podrían ocasionar, pero no tardaría mucho en averiguarlo.
De pronto notó un aire frío, la ventana estaba cerrada y fuera hacía calor, no se movía ni un solo árbol. Pero cegada por la furia, no le prestó mayor atención, cerró el círculo y siguió a lo suyo.

Con el tiempo, notó que algo extraño estaba sucediendo en su casa. Las cosas desaparecían y volvían a aparecer a los 3 días, escuchaba que la llamaban a cualquier hora en su casa, aunque estuviese sola. Por ello, comenzó a picarle la curiosidad.

Una mañana, cuando se disponía a ir al trabajo, se despertó, como cada mañana, abrió el armario automáticamente y sacó la percha con la ropa que se iba a poner ese día. Cada noche preparaba lo que se pondría al día siguiente, para no perder tiempo dándole vueltas. Dejó la percha en la cama, justo a su lado, se giró para cerrar el armario, cuando lo hizo, se volvió a girar hacia el lugar donde se encontraba la ropa y….

Samantha: ¡¿Qué demonios?! Juraría que la he sacado.

Volvió a abrir el armario y nada, deshizo la cama por completo y nada, rebuscó debajo de esta, en el armario de al lado, en los cajones, en todas partes…. Y nada.

Se vistió con lo primero que encontró y se fue corriendo, ya llegaba tarde.

Pasaron los días y no conseguía encontrar sus prendas, le fastidiaba mucho, porque eran sus favoritas. La noche del tercer día, cuando iba a ponerse el pijama, abrió el armario y para su sorpresa, allí estaba la percha. No lo podía creer, estaba en el lugar adecuado con la ropa preparada, como si no se hubiese movido jamás de allí. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Preguntó en su casa si alguien lo había movido de sitio, pero todos lo negaron. No conseguía hallar explicación alguna. Por lo que lo dejó pasar.

Semanas después, Sam se encontraba estudiando en casa, era fin de semana, pero al trabajar y estudiar, debía aprovechar las horas libres, los exámenes se acercaban. Estaba concentrada, intentando comprender lo que leía, cuando de repente…

Escuchó que alguien pronunciaba su nombre. Su madre se encontraba en el salón, por lo que fue a ver si necesitaba algo. Cuando le preguntó, negó haberla llamado y no había nadie más en casa, sería producto de su imaginación, por lo menos eso era lo que pensaba antes de saber que era bruja, pero como tampoco sabía a qué se debía, volvió a darle la espalda al problema, ojos que no ven, corazón que no siente.

Sam regresó a su habitación, se asomó a la ventana, como última opción, por si alguien la reclamaba a gritos, pero no había nadie allí abajo. Decidió seguir estudiando, o por lo menos intentarlo, ya que su calma, no duró mucho. Volvió a escuchar su nombre y esta vez, notó un aliento frío en la nuca. Se giró de golpe, pero como ya sabía, allí no había nadie, por lo que dejó lo que estaba haciendo y sin pensárselo dos veces, se conectó a internet para indagar sobre las sensaciones que tenía, necesitaba respuestas e internet era el medio más rápido.

De repente algo le llamó la atención, alguien había escrito algo parecido en un foro, una mujer. Leyó con atención la contestación que otra mujer le había dado. ¿Su casa estaba embrujada? ¿Compartía techo con un fantasma?

A Sam se le abrieron los ojos de par en par, se sintió observada de repente, sucia. Le entró un escalofrío por el cuerpo. ¿Cómo había llegado eso hasta su casa?

En ese instante, algo saltó en su cerebro, tuvo un flashback del momento en el que tiempo atrás, había roto el círculo y recordó lo que sintió en ese momento, el alma del fantasma rozándole la espalda al salir. No podía ser cierto. Habló con su madre y ambas habían notado la presencia extraña. Por lo que pudieron compartir, se trataba de una niña rubia, con un camisón blanco y de unos siete u ocho años de edad.

No sabían cómo echarla y tampoco molestaba tanto, así que siguieron conviviendo con ella durante años. Sam se hizo a la idea que era una hermana pequeña, le divertía incordiar a Sam, le escondía las cosas,  jugaba con ella al escondite, le lanzaba la pelota. Sam no terminaba de hacerse a la idea del todo y su perro Skype, tampoco. El pobre perro no entendía, como la pelota de repente aparecía sola en el pasillo y llegaba rodando hasta él, eso le frustraba.

Un día, Sam fue a la habitación de sus padres por unas toallas y lo que se encontró, le llamó rápidamente la atención. En el cabecero de la cama, había una pelota de rugby, puesta en vertical. Eso era imposible, el cabecero mediría medio centímetro de grosor, no más, era técnicamente imposible que la pelota se pudiese sujetar sola. Sam cogió la pelota e intentó colocarla en esa misma posición, pero tras media hora de dificultosos intentos, desistió. Depositó la pelota en la cama y se marchó, no sin antes echar un último vistazo al cabecero y a la pelota. Cuando salía por la puerta, algo le golpeó en las piernas, se giró y la pelota estaba junto a ella en el suelo. 
¿Quizás alguien queriendo llamar la atención?

Pasaron los años y los sucesos continuaron, una televisión que se encendía sola a media noche, una luz que se encendía tres veces seguidas cuando estabas intentando apagarla, un toquecito en la espalda de vez en cuando a las visitas más escépticas y cosas así.

De repente un día Sam estaba sentada frente a su ordenador y tuvo una brillante idea, podría revertir lo que hizo para que el fantasma volviese a su lugar de origen.

Tenía que pensarlo bien, le había cogido cariño, pero sabía que ese no era su lugar. Tampoco se quería arriesgar a enfadar a un espíritu o a que algo saliese mal y en lugar de arreglarlo, todo fuese a peor.

Lo preparó durante días, lo que diría, como lo diría, lo que necesitaría, no quería dejar nada al azar.

Por fin llegó el gran día, preparó todo lo necesario y antes de crear el círculo, le pidió al fantasma que entrara junto a ella en el círculo que se disponía a crear. Una vez que sintió que el fantasma le había hecho caso, creó el círculo mágico y se sentó en el suelo. 

Respiró hondo y se concentró, le dijo al espíritu que ambas sabían que ese no era su sitio, que era libre de irse y regresar a donde debía estar o de quedarse atrapada en este mundo, eternamente. Le contó que la decisión era suya y le pidió que lo pensara bien. Le dedicó una sonrisa y le dijo que la echaría de menos, pero que su tiempo aquí había terminado y ya era hora de seguir adelante y ser feliz. Dicho esto, algo cambió, Sam notó como un pesar se apoderaba de ella. Una parte de sí misma se alejaba, cerró los ojos y contuvo las lágrimas, dibujó una sonrisa en su rostro y se despidió por última vez, de aquella dulce niña a la que había llegado a considerar su hermana pequeña adoptiva. Recordó todas las trastadas que le había hecho, todos los sustos que se había llevado y tantos buenos momentos que le había regalado y se rió en silencio. Cuando sintió que estaba hecho, Sam cerró el círculo y borró todo rastro que pudiera quedar. Ahora se sentía sola, pero había hecho lo que correcto y no había vuelta atrás.

Qué tiempos aquellos, pensó Sam, apesadumbrada. Volvió a concentrarse en su libro de las sombras y siguió escribiendo en él. Algún día pasaría a manos de la siguiente generación de brujas, por lo que debía hacerlo bien, no quería que sus errores volviesen a cobrar vida. De pronto recordó a esa pequeña niña con la que a veces soñaba, esa niña que le sonreía, de ojos castaños y cabello color chocolate. Aquella versión de sí misma en miniatura y que la llamaba, mamá. No pudo remediarlo, sonrió emocionada y dejó escapar un leve suspiro.

Samantha: Continuemos.

“Abrazando lo sobrenatural. 1ª Parte…”

Continuará...

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