Alex miró la
habitación en la que se encontraba, intentando hallar una salida. ¿Quién le
mandaría ser tan curioso? Estaba claro que si no lograba salir de allí por su
propio pie, tendría que hacer un pacto con el mismísimo Lucifer. Tres pruebas
le separaban de la libertad y la primera estaba justamente frente a él.
Cuando
Cancerbero terminó de roer su hueso, se puso en pie y comenzó a relamerse
mientras observaba el cuerpo tiritante de Alex de arriba abajo. Estaba claro que
el campeón no tendría nada que hacer contra un perro de tres cabezas, por lo
que rápidamente buscó por la habitación algo con lo que defenderse a parte de
su linterna, ya que ésta no le serviría de mucho en ese momento.
De pronto,
se percató que lo único que había en aquél lugar, era un espejo antiguo
con el marco dorado. Supo al instante que ese espejo le sería de gran utilidad,
podría romperlo en mil pedazos con la linterna y cortar al animal con alguno de los cristales.
Se acercó
lentamente de espaldas al espejo, mientras Cancerbero se acercaba más y más a
él. Alex no podía apartar la mirada de las fauces del animal, supuso que si lo
hacía, sería la señal que el animal estaba esperando para devorarle, por lo
que, cuando dio con su espalda en la pared y palpó con las manos para encontrar
el espejo, notó algo, una respiración helada en la nuca que le hizo girarse sobre
sí mismo, hasta quedar mirando de frente al espejo.
Entonces Alex
palideció al ver que en lugar de su reflejo, había una mujer con los ojos
ensangrentados al otro lado del espejo. La mujer alargó los brazos atrapando a
Alex por el cuello y arrastrándole hacia el interior del espejo con ella, a la
par que emitía un grito desgarrador. El perro se abalanzó al ver que le
arrebataban a su presa y estuvo a punto de atrapar la pierna de Alex, pero éste
desapareció por completo ante la atónita mirada del animal.
Cuando Alex
cayó al suelo y se dio cuenta que estaba en una habitación como la anterior, se
sintió abatido, pero a diferencia de la habitación de la que acababa de salir, en
ésta había una mujer hermosa de cabello oscuro, que le sonreía desde un rincón de
la habitación en lugar de un perro rabioso con un apetito voraz. La mujer se
aproximó a Alex y éste intentó alejarse todo lo que pudo de ella, pero la pared
no se lo permitía. Estando en el infierno, aquella mujer no debía ser nada
bueno.
Alex: ¿Quién
eres y qué quieres de mí?
Verónica:
¿Estás bien? He visto que has hablado con mi padre. ¿Ya te contó acerca de las
tres pruebas? ¡Felicidades! Acabas de pasar la primera. Me llamo Verónica ¿Y tú
quién eres, querido?
Alex:
¿Verónica? Claro, la hija del demonio, la chica del espejo.
Verónica: Premio
para el listillo. Ahora me dirás que lo has deducido todo tú solito. –Riéndose falsamente.-
Alex: ¿Qué
quieres de mí? – Pegado a la pared cual mosquito en un cristal.-
Verónica: No
es lo que tú puedas darme a mí, sino lo que yo pueda darte a ti.
La joven se
aproximó a Alex y le rodeó el cuello con sus brazos, después metió una de sus
manos bajo la camiseta del joven asustado y la dejó reposar sobre su corazón,
mientras le susurraba al oído dulcemente algo que Alex jamás olvidaría.
Verónica:
Puedo darte todo cuanto desees, aquello que anhela tu corazón. Solo debes
pedírmelo. – Mientras le besaba en el cuello dulcemente.-
Alex: Yo… -
No sabía lo que le sucedía, pero se sentía embriagado por aquella extraña y a
la par hermosa mujer. No podía moverse, ni si quiera a duras penas podía respirar,
tan solo podía pensar en ella y todo lo demás se volvió insignificante.-
Verónica: ¡Quédate
conmigo y yo te haré feliz! – Mordiéndole en el cuello y clavándole las uñas en
el pecho, justo en el corazón.-
Alex: ¡No! –
Mandando a Verónica de un empujón al otro lado de la habitación.- ¡¿Qué me
hiciste, bruja?!
Verónica:
Craso error. Te arrepentirás de tu elección. – Muy enfadada y a punto de
estallar, mientras alzaba los brazos y apuntaba al centro de la
habitación.-
Instantes después,
los adoquines del suelo comenzaron a desintegrarse uno a uno y Alex notó un
calor asfixiante que salía de aquél agujero. Entonces se llevó las manos al
cuello y comprobó que de él emanaba un fino hilillo de sangre donde Verónica le
había mordido, después se fijó en el abismo que nuevamente se abría paso ante sus
pies y lo observó más detenidamente. De las paredes del agujero salían unas manos
que se agitaban con fuerza, unas manos que reclamaban el cuerpo de Alex, como
si supiesen que muy pronto se uniría a ellos para el resto de la eternidad.
Alex intentó
escapar como la vez anterior, palpando las paredes para ver si algún resorte le
volvía a salvar la vida, pero no tuvo tanta suerte esta vez y al final el
abismo se lo tragó.
Continuará...