La caza de
brujas llegaba a su “fin” y Helena sin saberlo, sería la joven bruja encargada
de llevarlo a cabo.
Habían pasado varios años desde que Helena había descubierto que era una joven huérfana y había sido salvada de morir a manos de la inquisición por Morgana. Fue la misma noche en
la que había conocido a Ismael, el joven que día sí y día también, aparecía en
la puerta de su casa con flores y regalos para las dos mujeres, que habían
salvado la vida de su madre.
Helena y
Morgana estaban ayudando a la gente de las aldeas cercanas con sus remedios, y
gracias a eso, su condición de brujas permanecía en secreto. La gente sabía que
si las delataba ante la inquisición, terminarían con su buena racha y los
remedios milagrosos que tanto Morgana como Helena preparaban, sin coste alguno.
Cada mañana
acudían varias personas a pedir ayuda y consuelo. Un remedio para la tos, otro
para mejorar sus cosechas o quizás algún brebaje para aumentar la fertilidad. Los resultados
eran muy buenos, por lo que la gente llegaba cada vez de más lejos. Ismael estaba
aprendiendo mucho junto a Helena, no era un brujo, pero algunos remedios no requieren
de ninguna magia especial, y la naturaleza es muy sabia.
Ismael: ¡Helena, buenas tardes!
Helena: ¡Buenas tardes, Ismael!
Gobernador: ¿Hijo, conoces a esta joven?
Helena
sintió un escalofrío al verse reflejada en los ojos de aquél hombre, que
descendió del caballo para estar a su altura.
Ismael: Sí, padre. Es mi amiga Helena, la
joven que ayudó a madre aquella vez que estuvo tan enferma.
Gobernador: Por fin os conozco, joven Helena.
Espero que los regalos de agradecimiento que les hemos estado enviando todos estos años, hayan sido de su agrado.
Entonces, el
gobernador le tendió la mano a Helena.
Helena: Por supuesto, señor gobernador. Aunque no era necesario, mi
madre y una servidora lo hicimos de buen grado.
Cuando
Helena cogió la mano del gobernador para besar su anillo, fue como si el tiempo
y el espacio se detuviesen de golpe. Se vio a sí misma en el cuerpo de otra
mujer, el de su verdadera madre. Vivió los peores momentos en primera
persona, la cara del hombre que la violó se le quedó grabada, al igual que las torturas en las mazmorras, el lloro desconsolado de su familia materna y la hoguera, la horrible hoguera que acabó con ella.
Cuando
regresó de su viaje astral, apenas habían pasado unos segundos, pero estaba
totalmente pálida y casi se desmaya. Para ella había sido muy duro sentir todo aquello, pero por suerte fue astuta y acusó su mal estar,
a no haber almorzado nada aquella mañana.
Gobernador: No podemos dejar que esta jovencita desfallezca.
El
gobernador subió a su caballo y le tendió la mano a Helena para que montase junto a
él. A la joven le dieron arcadas de pensar que tendría que estar tan cerca del
monstruo que le arrebató a su madre y se quedó paralizada. Por suerte para ella, Ismael le dijo a su
padre que continuase con la cacería y él acompañaría a su amiga, le alcanzaría más tarde tras dejarla en casa. El
gobernador accedió, aunque no de muy buena gana y se marchó mientras echaba un último vistazo a la joven de ojos claros con tanta lascivia, que no pudo evitar sonreír triunfalmente al imaginar las cosas que le haría. Al fin había encontrado una presa digna de él, Helena le recordaba tanto a alguien... ¿Pero a quién?
Ismael: He notado que has palidecido al
conocer a mi padre. ¿Qué ha sucedido?
Helena: No puedo explicártelo, por ahora no. Tengo que saber si lo que he visto es real, debo hablar con Morgana, ella lo sabrá.
Ismael sintió
como Helena se estremecía y se apretaba más y más contra su espalda, por lo que no
quiso presionarla y permaneció el resto del camino en silencio. Ismael sentía algo muy
fuerte por Helena, lo atraía tanto como la miel a las moscas, algo típico de las
brujas, ya que tienen un magnetismo difícil de ignorar. Pero Ismael sabía que Helena no le miraba de la misma forma y eso le torturaba cada vez más.
Morgana se encontraba en la puerta de la cabaña, despidiendo a una mujer que había
ido en busca de un remedio contra las picaduras de insecto y notó el estado de
Helena cuando llegó. Su aura había palidecido estrepitosamente, por lo que al marcharse
Ismael, le exigió que le contase todo lo ocurrido, inmediatamente.
Helena: Fue él. ¡Él mató a mi madre! - Le dijo tras contarle todo lo que había visto.
Morgana: Ahora entiendo la desesperación en sus últimas horas. Siento tanto todo esto, Helena. Nunca supe lo
ocurrido realmente. Yo asistí el parto de tu madre en las mazmorras y no
tuvimos tiempo de nada, solo seguí sus indicaciones y te saqué de allí. Ojalá
hubiese podido hacer algo más. Lo siento mucho mi niña, pero le prometí que te mantendría a salvo. Debemos irnos de aquí, tenemos que huir lejos de ese hombre.
Helena: ¡No! No podemos marcharnos sin más.
No pienso huir.
Morgana: Si descubre lo que pasó, que eres su
hija, te matará.
Helena: Pienso vengar a mi madre.
Morgana: La venganza es un arma de doble
filo, no trae nada bueno. Ya te lo he dicho muchas veces, toda acción conlleva
sus consecuencias y en la magia eso es aún peor, mucho más peligroso.
Helena: No podemos huir, si lo hacemos sabrá
que pasa algo malo y nos dará caza. He visto las atrocidades que le hizo a mi madre y
debe pagarlo.
Morgana: El karma se encargará de ponerle en
su lugar. No arruines tu vida por un ser despreciable, que no se lo merece.
Helena: No lo hago por él, lo hago por mi
madre y lo hago por mí.
Helena se
metió de lleno en la magia negra, se pasaba las horas muertas probando nuevos
hechizos y brebajes. Con cada invocación que realizaba, su corazón se volvía
más oscuro y tenebroso. Ismael había dejado de ir cada mañana, para visitarlas
un par de veces a la semana, sabía que algo había cambiado en su amiga, lo
notaba, pero ella se había cerrado en banda y no quería presionarla, cuando estuviese lista sabía que se lo contaría.
Una noche,
mientras el caldero hervía y Morgana se encontraba dormida al otro lado de
unas cortinas, al otro lado de la habitación, Helena se sentó junto al fuego con los ojos cerrados, para
descansar la vista y dejarse llevar por sus cavilaciones. De pronto, Niebla, su fiel lechuza llegó volando, se
posó junto a ella en el brazo de la mecedora y Helena le pasó la mano por el plumaje.
Helena: Oh mi querida Niebla, estoy
cansada. Creo que la ira no me hace ningún bien, estoy tan resentida que ya ni
los minerales que hasta hace unos días me protegían, me calman la sed de venganza. No sé qué hacer. ¿Qué consejo me darías tú, querida amiga?
De repente,
la lechuza se separó de Helena y alzó el vuelo hasta la repisa de la chimenea, donde
unas pequeñas luces blancas que atravesaron el techo y cayeron sobre la lechuza, formaron un remolino de luz que poco a poco se dispersó, convirtiendo a la lechuza
en una joven de cabellos dorados y ojos claros, con un intenso brillo que la rodeaba. Llevaba puesto un vestido
blanco de seda hasta los pies e iba descalza. Helena al verla, supo sin lugar a dudas de quién se trataba.
Helena: ¡Madre! - Intentando acercarse para darle un abrazo, pero al hacerlo la atravesó como si fuese humo. Era un fantasma.
Sarah: Querida Helena, cuanto has crecido.
Helena: ¿Eres tú? No puedo creerlo. ¡Eres
Niebla!
Sarah: Sí, soy tu espíritu guardián. Siento
no haber estado contigo como madre, aunque Morgana ha sido mejor madre de lo
que yo hubiese sido jamás, no pude haber escogido a nadie mejor para cuidar de ti. Dale
las gracias cuando hables con ella.
Helena: ¿Por qué no se las das tú?
Sarah: Solo puedo hablar contigo y no
siempre, en contadas ocasiones. Debes parar tu venganza, por eso estoy aquí. No quiero que te
suceda lo mismo que a mí. Debes huir, el gobernador te ha puesto en su punto de mira y
va a venir a buscarte.
Helena: Lo sé y le estaré esperando, estoy
preparada.
Sarah: No lo entiendes, no puedes
enfrentarte a él sin ponerte en peligro a ti y a todos nuestros seres queridos.
Morgana, Ismael, mis hermanas y tu abuela. A ellas no las conoces, pero es mejor así, por su bien
y por el tuyo. Si el gobernador se entera que eres su hija, aquella a la que creía muerta, correrá la sangre.
Helena: No será mi sangre la que se derrame.
He practicado mucho y he mejorado bastante, estarías orgullosa.
Sarah: Eres una bruja muy fuerte, como lo
presagié y estoy orgullosa de ti, pero la oscuridad te consumirá por dentro Helena. Deja que el karma se
encargue de él.
Helena: Siempre decís lo mismo, que el karma se
encargará de todo y por el momento no ha hecho nada en nuestro favor. Tú nunca le hiciste daño a
nadie y mira cuanto daño te hicieron. Si eso es el karma, prefiero no tener nada que ver con él.
Sarah: No digas eso, querida. Todo ocurre por un
motivo, mi muerte te dio la vida. Una vida en la que puedes ser tú
misma, lejos de los juicios de la inquisición y de las muertes indiscriminadas. Si para ello
tuviese que morir mil veces, lo haría encantada.
Helena: Pero no es justo. No te conocí, no tuvimos tiempo de estar juntas
y siento que me haces mucha falta. Una parte de mi está incompleta sin ti.
Sarah: La vida no es justa, Helena. Pero por
suerte, me tienes aquí, a tu lado. Da igual la forma que tenga, siempre estaré
cuidando de ti, mi pequeña brujita. Eso es mucho más de lo que tienen otras personas. Ahora he
de irme, pero prométeme que serás fuerte y no sucumbirás a la oscuridad, no
dejes que se pudra ese corazón tan puro y valiente que tienes, ten fe en los
dioses, ellos te guiarán.
Helena: No te marches, madre. No me dejes…
Las luces
regresaron y envolvieron a Sarah hasta que desapareció y en su lugar regresó la lechuza, sutilmente reposando sobre la repisa de la chimenea.
Helena: Está bien, lo prometo. Volveré a ser
la misma de siempre, lo haré por ti.
Continuará...
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