domingo, 4 de septiembre de 2011

Amar hasta la obsesión 1ª parte

Holly estaba sentada en el alféizar de la ventana, miraba por ella, mientras intentaba recordar las palabras exactas que aparecían en sus apuntes de psicología. Al día siguiente tenía un examen, pero no podía concentrarse, no desde que aquel chico había regresado al barrio que los vio nacer.
Seguía absorta en sus pensamientos, cuando lo vio, se encontraba al otro lado de la calle, escondido tras unos arbustos. Estaba cansada de sentirse observada, pero a su vez, le gustaba sentir que alguien la necesitaba, la quería o mejor dicho, la deseaba. Decidió bajar el stock y volver a lo importante, sus estudios, y eso hizo, hasta que se quedó dormida.
Sonó el despertador y tuvo que salir corriendo, quería llegar pronto para repasar. Se vistió, tomó su desayuno mientras se cepillaba el indomable pelo, cogió sus cosas y salió por la puerta sin apenas pararse a respirar. Bajó los escalones de dos en dos y cuando se disponía a salir por la puerta del portal, se topó con él.

Holly: Lo siento. Voy con prisa y no te vi.
Brian: ¿Podemos hablar?
Holly: Te repito que llevo prisa. En otro momento.

Holly le dio un leve empujón con el hombro para que se apartara de su camino, bajó de un salto los escalones de la calle y echó a correr hasta la parada del autobús.
Mientras, en su portal, Brian estaba sentado en las escaleras. No había otra forma, él lo sabía, se jugaba mucho en ello, pero si quería arreglar las cosas con ella, debía planearlo bien. Se levantó y regresó a su casa, tenía poco tiempo antes de ir a trabajar. No podía fallar ningún detalle o sería su ruina.

Pasó el tiempo y Holly estaba eufórica, había aprobado sus exámenes de febrero y ahora tendría más tiempo para sus amigos.
Salía a bailar, al cine, a cenar, se divertía como hacía tiempo que no lo había hecho. Hasta un chico, hermano de uno de sus compañeros de clase, se había interesado por ella, todo iba muy bien, cosa bastante rara, pero había que aprovechar la buena racha.
Un día, volvía a casa y sintió un escalofrío, le dio la impresión que alguien la seguía. Miró hacia atrás y no vio nada. Continuó andando, estaba helando y se encontraba cansada, tenía ganas de llegar a casa, sería eso, nada más.
Cada día era más feliz, todo le iba bien. Greg y ella iban en serio. Tenían pensado pasar la fiesta de semana santa, fuera, en una cabaña de las montañas. Tenían planeado montar a caballo, probar su puntería con el arco y descender en piragua por el río.
Holly llegó el viernes por la noche a su casa, hizo el macuto y se marchó a casa de Greg, pasaría allí la noche, pues a la cabaña irían temprano y debían madrugar.
Cuando salió por la puerta, alguien la golpeó, todo se volvió oscuro y cayó al suelo. Sintió como la levantaban y cargaban en brazos. Después, sintió el frío suelo de una furgoneta, notó como alguien le tapaba la nariz y la boca, le faltaba el aliento, pero un olor muy fuerte, hizo que perdiera el conocimiento.

El sol le daba de frente, abrió los ojos y se vio tumbada en una cama, en una habitación de madera, con las ventanas sucias y un pequeño retrete al fondo. Junto a la cama, tenía una palancana con agua y a sus pies, tenía un camisón rojo y una bata de seda.

Holly: ¡Qué cursilada! ¿Dónde estoy?

Se levantó y notó como su pie izquierdo le pesaba, comprobó que estaba atada con una cadena bien gruesa a la cama de hierro forjado. Se acercó todo lo que pudo a la ventana y lo único que pudo ver, fue un campo lleno de espigas.
Se tiró al suelo, no sabía que hacer y rompió a llorar.


Continuará...







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