Andrea: ¿Me vas a contar por fin lo que está sucediendo?-
Dijo a la par que se sentaba a la cabecera de la mesa frente a su tía y
observaba la caja que habían colocado como si fuera un centro de mesa.-
Marta: No sé por dónde empezar.
Andrea: Prueba por el principio. ¿Quién demonios es Ana? Estoy
harta de escuchar ese nombre y ser la única en esta historia que no se entera
de nada.
Marta: Ana es una niña con la que solía jugar tu madre
cuando éramos pequeñas. La invocamos con la ouija y en lugar de irse, se pegó a
ella. A tu madre no le daban miedo estas cosas, así que no le importó tener una
“amiga imaginaria” durante un tiempo, como pensaban que era tus abuelos. Pero a
mí sí me daba miedo, me tenía envidia y no me quería, incluso me hacía daño en
algunas ocasiones.
Andrea: Espera un momento. Recapitulemos. ¿Me estás diciendo
que mi madre y tú invocasteis a un fantasma cuando erais crías y ahora ese
fantasma nos acosa?
Marta: Más o menos. Ana no es un fantasma en sí, es un
demonio. Los espíritus buenos no son invocados por las ouijas, las tablas
atraen a demonios o espíritus bromistas, se hacen pasar por tus seres queridos
y te engañan hasta que se apoderan de tu vida por completo.
Andrea: ¿Cómo sabes todo eso?
Marta: Porque cuando me marché de la casa familiar en la que
por cierto tú has crecido, me informé de los sucesos paranormales que había
vivido. Hablé con una bruja y me lo dijo. Intentamos ayudar a tu madre, pero
ese demonio la tenía coaccionada. Cada vez que tus padres intentaban marcharse
de la casa, tú sufrías las consecuencias. Tardamos bastante tiempo en darnos
cuenta, pero hacía mucho tiempo que no daba señales, por lo que tus padres
decidieron volver a intentarlo y poner la casa a la venta.
Andrea: ¿Perdona? ¿Qué me estás contando?
Marta: Cada vez que tus padres abandonaban la casa, tú
sufrías algún accidente. Una vez, cuando tenías 3 años, te caíste por las
escaleras y casi te matas.
Andrea: Pero eso es porque soy un poco torpe, siempre estoy
tropezando con todo lo que me encuentro a mi paso. No es tan grave.
Marta: No es eso, cielo. Cuando te caíste por las escaleras
no estabas al borde de las mismas, sino metida en tu cama, al otro lado del
pasillo. Algo te arrastró hasta el borde de las escaleras y te lanzó por ellas,
tu madre lo vio y me lo contó.
Andrea: Me acordaría de algo así, eso no se olvida
fácilmente.
Marta: Eras muy pequeña y el subconsciente se protege a sí
mismo haciendo que olvides ciertas cosas.
Entonces Andrea miró la caja, se levantó decidida y comenzó
a sacar su contenido y a esparcirlo por la mesa.
Andrea: Una pregunta tonta. –Le dijo a su tía mientras cogía
la muñeca entre sus manos.- ¿Cómo pueden saber esos seres las cosas que tan
sólo tus seres queridos podrían saber realmente? ¿Qué pasa? Veo la tele.
Marta: Según la bruja con la que hablé, me dijo que al estar
entre éste mundo y el otro, obtienen la información necesaria de los espíritus
que cruzan al otro lado y de las personas que aquí se quedan. No sé exactamente
cómo lo hacen, pero son astutos, pueden llegar a manipular tanto a una persona
cómo para que les de acceso a este lado del velo, pueden meterse en los
objetos, incluso en algunas personas. Pase lo que pase nunca les creas, no son
de fiar y no les des permiso para nada.
Andrea: ¿Tienes el teléfono de esa bruja? Supongo que es
hora de llamar a la caballería.
Marta volvió a meter todas las cosas en la caja y la volvió
a sacar a la calle, pero esta vez la dejó unas cuantas manzanas más allá, para
evitar que “alguien la devolviese por error”.
Pasaban las tres de la madrugada cuando comenzaron a
escucharse unos ruidos en la puerta. Ambas se levantaron de la cama y se
dirigieron por el pasillo hasta la entrada de la casa. Marta miró por la
mirilla y no vio a nadie fuera en el pasillo, por lo que abrió la puerta
mientras Andrea cogía un paraguas como arma defensiva y al abrir, observaron
horrorizadas que la caja volvía a estar ante ellas y que la puerta de su casa
estaba totalmente arañada.
Marta: Esto no puede ser real. Es una pesadilla, debe ser
una pesadilla.
Andrea: Pues me temo que es una pesadilla muy realista, tía.
Marta cerró la puerta de golpe y echó el pestillo, después se
apoyó en la puerta y respiró aliviada. Entonces se escucharon tres golpes
seguidos muy fuertes en la puerta y Marta se alejó de la puerta. Al principio
no se movieron, estaban paralizadas por el miedo, pero después los golpes se
repitieron una y otra vez, en secuencias de a tres, hasta que Marta abrió la
puerta nuevamente, decidida a encararse con lo que fuese que las estuviese
molestando.
Marta: ¡¿Qué quieres?! – Dijo en voz alta, pero nadie
respondió.-
De repente, la pelota roja que Andrea había encontrado el día
anterior salió de la caja y fue rodando hasta pararse justo a los pies de Marta.
Ésta observó la pelota temerosa, pero se agachó y la recogió
del suelo. Entonces, la lanzó por el pasillo hasta llegar al ascensor, donde se
detuvo. Andrea se asomó por el marco de la puerta entreabierta, para ver lo que
sucedía con aquella esfera de goma color carmesí y ambas observaron la pelota
durante unos instantes sin inmutarse. Cuando pensaban que ya todo había
terminado, la pelota regresó rodando hasta chocar con la caja de cartón y ambas
dieron un respingo. En ese momento, se escuchó una voz que salía del interior de la
caja, Andrea la destapó con la punta del paraguas y allí estaba esa muñeca de
porcelana con la mirada penetrante.
“¿Quieres jugar conmigo?”
Andrea: Dime por favor que no ha pasado lo que creo que ha
pasado. Esa muñeca ha hablado.
Marta cogió la muñeca con cuidado y le dio vueltas por todos
lados para ver si tenía algún mecanismo de sonido integrado, pero no tenía
nada.
“Jajaja. Me haces cosquillas.”
Marta soltó la muñeca, que cayó al interior de la caja
nuevamente y se miró las manos, las cuales temblaban sin cesar.
Andrea: La maldita muñeca ha hablado. ¿Qué hacemos?
Marta: Coge la chaqueta y los zapatos. Esta noche dormiremos
en un hotel.
Al llegar al hotel, ambas se acostaron tranquilas. Allí no
había nada que las pudiese relacionar con la caja, por lo que nadie podría
encontrarlas si ellas no querían ser encontradas. Por suerte habían podido recoger
unos zapatos, los abrigos y el bolso de Marta antes de salir de casa, de ese
modo su pijama quedaba oculto tras las gabardinas, ya que hubiese sido un poco inquietante
presentarse de esa guisa en el hotel para pedir una habitación.
Durmieron plácidamente, estaban agotadas física y
mentalmente. Cuando iban a salir de aquél cuarto para volver a su casa, Marta
recibió una llamada de la bruja, al fin había llegado a la ciudad.
Marta: Gracias por venir, no sabemos lo que hacer. Pues
verás… anoche… ¡AH!
Al abrir la puerta de la habitación, allí estaba la dichosa
caja. ¿Cómo podía haberlas encontrado? Era imposible.
Marta: No puede ser. – Dijo mientras aún seguía al
teléfono.- No te lo vas a creer.
La bruja les pidió que cogiesen la caja y regresaran a casa
de inmediato, ella las estaría esperando en la puerta.
No se esperaban lo que se encontraron las tres al entrar a
la casa. Todo estaba destrozado. Había arañazos por todo el parquet y las
paredes estaban llenas de pintadas con ceras de color rojo. Había una frase que
se repetía constantemente por todas partes.
“¿Por qué no quieres jugar conmigo?”
Continuará...
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