sábado, 20 de mayo de 2017

Nunca juegues con el más allá. Capítulo 5.


Marta: Andrea ¿Estás bien?- Le preguntó a su sobrina, mientras permanecía escondida detrás de Samara, que con su cuerpo ejercía de escudo protector. 
Samara: Esa no es Andrea, ya no.
Ana se había colado en el cuerpo de Andrea, ella le había dado permiso creyendo que así traería de vuelta a su madre, pero todo había sido un engaño del demonio, una ilusión que le había costado muy caro a la joven, tan caro como su propia vida.


El demonio se levantó de la cama y crujió las vértebras del cuello, miró a Samara con condescendencia y sonrió al tiempo que levantaba la mano y lanzaba a la bruja por los aires. Hizo que cruzase el umbral de la puerta y el largo y oscuro pasillo, hasta acabar estrellándose contra el aparador del salón y hacer los cristales de la vidriera añicos. Marta miró al demonio a los ojos y éste la ignoró, por completo, salió de la habitación y cerró la puerta sin tocarla si quiera, dejando a Marta atrapada en aquella habitación, alejada de la bruja. Entonces Marta aporreó la puerta con todas sus fuerzas y gritó para que la dejase salir, pero el demonio tenía otros planes. Según avanzaba por el pasillo, los cuadros de las paredes se caían al suelo y los focos empotrados en el techo, explotaban, haciendo que el efecto se asemejase al de los fuegos artificiales. 
Mientras tanto, Samara se incorporaba y quitaba los cristales que se habían clavado en su brazo derecho hasta el punto de hacerla sangrar. Cuando se vio cara a cara con el demonio, éste volvió a levantar las manos para atacar a Samara, pero la bruja, sin saber muy bien cómo ni por qué, comenzó a hablar el latín antiguo t algo pasó. Sus pupilas se dilataron y mientras sus brazos se alzaban en dirección al demonio, sus puños se cerraban con fuerza, haciendo que el demonio diese un grito y permaneciese unos instantes inmóvil, pegado al suelo. Pero entonces, Samara se distrajo un instante, algo iba mal, estaba mareada y sentía nauseas. De pronto miró su brazo y descubrió que la herida había sido más grave de lo que le había parecido en un principio. Uno de los cristales le había seccionado la arteria braquial y se desangraba muy rápidamente. 
Marta aprovechó ese momento en el que el demonio perdió el control de la situación y salió de la habitación para ayudar a Samara, pero ya era tarde, no había sido la única en aprovechar tal distracción. Pudo ver cómo el cuerpo de Samara permanecía en el aire y cómo su columna se partía en dos con solo un movimiento de la mano del demonio.

Marta: ¡NOOOOO!- Gritó desconsolada.

Aquél monstruo había matado a la única mujer que podía salvarlas, una mujer que se había convertido en algo más que una amiga o una hermana, había cambiado la vida de Marta para siempre al enseñarle el poder que había en su interior. Pero lo peor de todo era, que la vida de aquella bruja había terminado a manos de su querida sobrina. Su hermana había entregado la vida por salvarla, y ella no había sido capaz de devolverle el favor al proteger a su hija. ¿Qué haría ahora? Todo lo que conocía, todo lo que creía se había desmoronado por completo y ella sola no podría luchar contra aquél ser sobrenatural.
Marta: Andrea, por favor, vuelve en ti. Lucha, por favor lucha. – Le dijo con lágrimas en los ojos a su sobrina, mientras se arrodillaba a comprobar el pulso, casi inexistente de Samara.

El demonio no solo la ignoró, sino que se dirigió a la puerta tranquilamente, pero Marta no estaba dispuesta a dejar que se marchara, así que se levantó y se puso delante de su camino, obstaculizándole el paso. El demonio alzó la mano en su dirección y algo invisible apretó el cuello de Marta, la elevó unos centímetros en el aire y la apartó cuidadosamente a un lado, para después continuar su camino.

Marta: ¿Por qué a mí no me matas? ¡Cógeme a mí y déjala a ella! – Dijo desde la desesperación más absoluta.

El demonio se detuvo y se giró. Marta estaba temblando, pero también estaba decidida a dar su vida a cambio de la de Andrea. 
Ana: Un trato es un trato, estás a salvo, tu hermana se encargó de ello. – Se volvió a girar y con paso firme y decidido, salió por la puerta como si nada hubiese pasado, como si hubiese estado esperando ese cuerpo durante demasiados años.
Marta se quedó petrificada, no entendía nada, todo le daba vueltas. Entonces escuchó la tenue voz de Samara, que la llamaba en la distancia y se dirigió a su encuentro. Se arrodilló y colocó la cabeza de la bruja sobre sus rodillas.

Marta: Lo siento mucho, no pude detenerla, no sé cómo hacerlo. – Arrancándose un pedazo de camiseta y taponando la herida que no dejaba de sangrar en el brazo de Samara.
Samara: Ya es tarde para mí, pero no para Andrea. Puedes salvarla.
Marta: No digas eso, lo haremos juntas, eres mi mentora. Te necesito, yo… no puedo sola con esto. 
Samara: No estarás sola, yo estaré guiándote. En mi bolso hallarás todo lo que necesitas para salvarla, para salvarte. - Dijo mientras la vida se le escapaba a borbotones y le dedicaba su último apretón de manos. 


Marta: Samara, por favor. ¡Samara! – Pero ya era demasiado tarde, no había nadie más en aquella habitación.

Por primera vez en mucho tiempo, estaba completamente sola en aquella casa, su casa, a la que después de esa noche jamás regresaría. Lo supo al dejar la cabeza de Samara reposar en el frío suelo de madera, al levantarse medio dolorida y mirar con las manos ensangrentadas en el bolso de la bruja. Ese viejo libro, a partir de ahora, sería su nuevo hogar y Ana, su única obsesión.

Intentó abrir el libro, pero estaba totalmente sellado. Al deslizar los dedos por la cubierta se cortó con algo que sobresalía y como si de un hechizo mágico se tratara, el libro respiró y se abrió. Marta estaba sorprendida, aunque pareciese mentira, después de todo lo que había vivido esa noche lo que más le había impresionado era que un viejo libro respirase. Seguramente había sido producto de su imaginación, después de todo, le costaba distinguir entre lo que era real y lo que no. Abrió el libro por la primera página que encontró escrita, la única que no estaba en blanco y leyó la inscripción que contenía.

“Libro de las Sombras por Willow Moon. Tan solo una bruja, pura de corazón, podrá obtener el conocimiento que guardo en mi interior.”

Al principio, el libro estaba completamente en blanco, exceptuando aquella pequeña anotación; pero tras leer la inscripción en voz alta, las palabras comenzaron a rellenar las hojas, hasta que el libro triplicó su grosor.

Marta cerró el libro, recogió algunas cosas que le serían útiles y salió por la puerta. Se disponía a cerrar, pero ya nada de lo que allí había le importaba. La vida que conocía había llegado a su fin, y una nueva era se abría camino ante ella, era un bruja y tenía un demonio al que cazar.


               
FIN

lunes, 8 de mayo de 2017

Nunca juegues con el más allá. Capítulo 4


Pasaron los días sin rastro del demonio. Marta había llamado al instituto de Andrea para decir que estaba enferma y se incorporaría en cuanto se recuperase, después había pedido una excedencia en su trabajo por motivos de la mudanza y ahora intentaba mantener la calma ahogando sus penas entre litros y litros de café. Samara intentaba enseñar a Andrea a conectar con su lado mágico, aunque a la joven le costaba seguirle el ritmo a la bruja, ya que apenas podía dormir por las noches.

Samara: Es muy extraño que no haya dado señales todavía. Temo que esté planeando algo malo.
Marta: Quizás se haya cansado y marchado. Tanto tiempo esperando y para colmo, tu presencia aquí, pueden haberle hecho perder la paciencia.

Samara: Es un demonio, el tiempo para él no existe, tiene toda una eternidad por delante. 
Andrea: Pues yo me voy a dormir que para mí si existe y estoy muy cansada. Buenas noches a las dos.
Samara/Marta: Buenas noches.

Cuando Andrea salió de la habitación, Marta no pudo más.

Marta: Está muy rara. No duerme nada y cuando lo hace se despierta gritando. Sé que ha pasado por mucho, pero siento que no es eso, que hay algo más y con ese demonio rondándola estoy intranquila. 
Samara: ¿Desde hace cuanto que la notas extraña?
Marta: Desde aquél día, cuando estuvo con el demonio en la habitación encerrada. Creo que eso la dejó marcada. Ella siempre ha sido una chica muy dura y fuerte y ahora... apenas la reconozco.
Samara: Fue muy valiente al enfrentarse sola a ese ser, pero también una inconsciente. Estas cosas no son un juego, como ya has podido comprobar. Requiere de gente muy preparada y aun así, muchas cosas pueden salir mal. Tanto el cine como la literatura han corrompido los conocimientos sobre este campo. La gente se piensa que llevando un crucifijo podrán afrontar cualquier mal y no es cierto. En la mayoría de los casos, el crucifijo solo es un trozo de madera y metal, se necesita algo más para luchar contra estos seres, se necesita tener una clase de fe que pocos tienen. 

Marta: Pero nosotras no somos creyentes. Nunca lo hemos sido. 
Samara: No es necesario pertenecer a una religión para luchar contra la oscuridad, lo que se necesita es tener fe en uno mismo y en lo que se está realizando, porque la oscuridad no existe, la oscuridad solo es la ausencia de luz.
Marta: Pero eso es muy sencillo para ti, pero para nosotras todo esto nos pilla de nuevas.
Samara: Lo sé, por eso estoy aquí. Llevo toda mi vida luchando contra esos seres y a día de hoy te puedo asegurar que sigo teniendo el mismo pánico que al principio. Lo bueno es que sé que hay algo más, no sé el qué, ni donde, pero algo que nos protege. Llámalo Dios, energía, cuento chino, da igual, lo importante es tener fe en que puedes enfrentarte a ello y ganar la batalla, si demuestras miedo estás perdida. 
Marta: Es que tengo miedo, mucho miedo.
Samara: El miedo no te mata, si lo sabes aprovechar te hace más fuerte. Este caso sería el mejor ejemplo, o lo enfrentas o mueres. No hay más.

Tras esa conversación, Marta se levantó y fue a mirar cómo estaba Andrea. Abrió la puerta un poco y miró en la cama, pero allí no estaba su sobrina. ¿Dónde...? De repente, miró hacia el techo y vio a Andrea pegada a él, con los brazos extendidos en cruz y el cuerpo arqueado hacia el suelo. 
Marta intentó gritar, pero Samara le tapó la boca con las manos justo a tiempo.

Samara: No grites, si la despiertas, se caerá.
Marta: ¿Cómo puede estar levitando?
Samara: No es ella, es Ana. Aprovecha los sueños de tu sobrina para introducirse en su interior.
Marta: ¿La está poseyendo?
Samara: Sí, aprovecha que tu sobrina realiza viajes astrales mientras duerme y se apodera de su cuerpo, cuando tu sobrina regresa, expulsa al demonio porque no le ha dado permiso para cruzar a este lado.
Marta: Tenemos que despertarla.
Samara: ¡No! Si lo haces puede que no le dé tiempo a Andrea a regresar a su cuerpo, o se asuste demasiado y el demonio tome el control.

De repente vieron como el cuerpo de Andrea caía desde el techo y abría los ojos. Ambas se acercaron a ver si la joven estaba bien y ella les confirmó que sí, que tan solo había tenido una pesadilla y casi se cae de la cama al despertar, pero por lo demás no se tenían que preocupar.
Los días siguientes procuraron estar presentes cuando Andrea se durmiese y en cuanto Samara notaba que empezaba el viaje astral de la joven, impedía que se realizase atando su alma con un hechizo a su cuerpo, cosa que no le gustó mucho al demonio que poco después volvió a las andadas.

Andrea estaba muy débil, ojerosa y pálida, se pasaba las horas muertas sentada en el alfeizar de la ventana, leyendo el diario de su madre. Tantas veces que había estado a punto de morir y tantas veces que sus padres lo habían evitado. Ahora sin ellos, sabía que estaba perdida. Por mucho que Samara quisiera ayudarla, un pacto era un pacto y el demonio tan solo estaba esperando a cobrar su parte del trato. ¿Pero a qué esperaba? Supuestamente ella tenía que dejarle cruzar ,pero jamás lo permitiría, al menos… estando consciente.

Andrea solía soñar con su madre cada noche, pero esa noche algo cambió...
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Se encontraba sentada en el mismo columpio en el que había pasado el velatorio de sus padres. Llevaba puesta la misma ropa negra y el pelo ondulado. Escuchaba las mismas conversaciones banales acerca de personas que desconocía y risas infundadas acerca de chistes poco acertados para ese momento de luto. De repente, una mano fría se posó en su hombro. Cuando Andrea miró a su espalda, su madre estaba allí, de pie junto a ella, sonriendo.

Andrea: Mamá, estás aquí. ¿Pero cómo?
Susana: Cariño, siempre estoy a tu lado, cuidando de ti. 
Andrea: Te echo mucho de menos. A ti y a papá. 
Susana: Lo sé, cariño. Pero estoy aquí, a tu lado. –Sentándose en el columpio contiguo.- 
Andrea: No lo estás, estás muerta y no puedo abrazarte. –Echándose a llorar.-
Susana: Hay un modo de conseguir que vuelva.

Andrea estaba confundida. ¿Cómo podría regresar su madre  a la vida?
Andrea: No es posible.
Susana: Hay un modo. Si de verdad lo deseas, debes dejar entrar a Ana, ella tiene el poder para traerme de vuelta.
Andrea: Pero Samara dijo…
Susana: Samara es una gran bruja, pero no pudo salvarme, tú sí. 
Andrea: ¿Y qué pasará con la tía?
Susana: Podremos protegerla entre las dos.

……MIENTRAS TANTO EN EL MUNDO LÚCIDO……

Marta: ¿Qué sucede, Samara? 
Samara: No lo sé, está soñando pero no ha viajado, esta vez no. Tengo un mal presentimiento, tenemos que despertarla. ¡Rápido!
Marta: Pero dijiste que no deberíamos despertarla.
Samara: Lo sé, pero algo ha cambiado. Algo va mal.
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Susana: A prisa, debes tomar una decisión.
Andrea: No puedo, tengo que consultarlo con ellas. No entiendo nada de esto.- Viendo como todo a su alrededor se derrumbaba poco a poco.- ¿Eso es un terremoto?
Susana: Eso ahora no importa. ¿Me quieres?
Andrea: Claro que te quiero.
Susana: Pues entonces confía en mí.
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Cuando Samara tocó a Andrea para poder zarandearla, pudo confirmar que algo no iba bien. Cada fibra de su ser lo sabía y cuando la joven abrió los ojos, sus peores temores se hicieron realidad.
Samara: Tenemos compañía. -Dijo temerosa.-

Continuará…


viernes, 5 de mayo de 2017

Nunca juegues con el más allá. Capítulo 3

Mientras Marta intentaba limpiar las pintadas de las paredes, la bruja buscaba información sobre la antigua casa en internet y Andrea preparaba la habitación de invitados para Samara, la bruja.

Andrea había cambiado las sábanas y estaba dejando unas mantas sobre la cama, cuando se dio cuenta que la habitación se había vuelto más fría por momentos. Pensó que no había sido tan mala idea sacar aquellas mantas de más y se sintió orgullosa de su acierto. De repente, notó un escalofrío que le recorrió la columna vertebral, había alguien detrás de ella. Se giró lentamente con la mirada fija en el suelo y al ver unos zapatos de charol pequeños, fue alzando la vista poco a poco hasta unos leotardos rosas y un vestido corto a juego. Entonces pudo ver que se trataba de una niña pequeña, de unos 7 años de edad, que portaba la siniestra muñeca en los brazos. Andrea estaba temblando, apenas respiraba y notó que su pulso se aceleraba al ver cómo la pequeña le sonreía.


Andrea: Hola bonita. ¿Qué haces aquí y qué quieres de mí? - Dijo con voz temblorosa.-

Entonces la niña miró hacia su derecha, donde se encontraba la caja de los horrores sobre una pequeña mesa. Andrea estaba decidida a llegar al final de todo aquello, por lo que se aproximó a la caja y la abrió. Sacó la pelota y se la mostró a la misteriosa niña para ver si   quería jugar como el día anterior, pero la pequeña negó con la cabeza. Entonces Andrea sacó la ouija, se la mostró a la niña y esta sonrió.

Andrea: ¿Quieres que llame a mi tía y a Samara para que nos ayuden? Yo no sé cómo se usa esto.

De pronto la puerta de la habitación se cerró de golpe y la niña frunció el ceño. Marta y Samara al escuchar el golpe salieron corriendo en busca de Andrea, pero la niña no las dejaba entrar, había bloqueado la puerta.

Andrea: Está bien, jugaremos tú y yo solas, pero no les hagas daño, por favor.

Andrea se quitó las zapatillas y se sentó en la cama con las piernas cruzadas, la niña se puso frente a ella y dejó la muñeca en la cama, al otro lado del tablero. Las tres formaban un triángulo perfecto y cuando Andrea se dio cuenta, empezó a pensar que aquello no había sido tan buena idea como creía en un principio, aunque no tenía muy claro el por qué.

Al otro lado de la puerta, Samara intentaba llamar la atención de aquel ser, pero la niña la ignoraba y cada vez que Samara se dirigía a ella, se ponía de peor humor.

Andrea: Samara, déjalo. A mi pequeña amiga no le hace gracia lo que estás intentando hacer y se está poniendo nerviosa. Solo quiere comunicarse conmigo, dejemos que lo haga.
Samara: No accedas a nada de lo que te pida, por favor. Si lo haces estarás perdida. No es una niña, es un demonio, recuérdalo bien. Que no te engañe su apariencia, porque no es la real.
La niña se enfadó tanto que los cristales de toda la casa saltaron por los aires hechos añicos, mientras las persianas subían y bajaban sin cesar, hasta que Andrea gritó que parase y el demonio lo hizo.

No sabía muy bien cómo se usaba aquél objeto, pero en la televisión había visto que si ponías las manos sobre la púa, los espíritus se encargaban del resto. Bueno, los espíritus o los guionistas de las películas, porque nunca había sido muy creyente que dijéramos. Y así lo hizo, dejó sus manos sudorosas descansar sobre la púa y esperó a ver lo que sucedía. Al ver que no ocurría nada, levantó la vista del tablero hasta la niña que la miraba impaciente con el entrecejo fruncido.

Andrea: ¿Qué pasa?

Entonces la púa comentó a moverse. P-R-E-G-U-N-T-A

Andrea: Ah, vale. Tengo que hacer una pregunta, lo siento, no  lo sabía. ¿Quién eres?

A-N-A

Andrea: ¿Qué eres?

NO - La pregunta no le había gustado, eso quedó claro al abrirse y cerrarse todos los cajones de la cómoda de golpe.-

Andrea: ¿Eres un demonio?


Andrea al ver eso empezó a temblar con más fuerza. ¿En verdad estaba hablando con un demonio? ¿Y por qué no le había mentido para que confiase en ella? ¿O era mentira y en realidad era un espíritu bromista? No sabía qué hacer, por lo que siguió preguntando.
Andrea: ¿Por qué nos molestas?


NO –De nuevo los cajones se abrieron y cerraron a la par que la púa se detenía en la negación.-

Andrea: Vale. ¿Por qué nos sigues?

P-A-C-T-O

Andrea: ¿Hiciste un pacto con alguien?


Andrea: ¿Con mi madre?


Andrea: ¿Qué pacto?

NO – La cama comenzó a dar sacudidas.-

Andrea: Vale, vale. Jo, qué difícil es esto. Lo siento. ¿Qué ganaba mi madre al pactar contigo?

L-A-V-I-D-A-D-E-M-A-R-T-A

Al leer aquella frase, Andrea se quedo perpleja. Su madre había negociado con aquél ser a cambio de no matar a su hermana. ¿Qué podría haberle prometido a cambio de una vida? Debería ser algo igual de importante o el demonio jamás lo hubiese aceptado.

Andrea: ¿Y… qué ganabas tú con ese pacto?

A-T-I
Andrea soltó la púa después de leer aquello. Su madre había cambiado la vida de su hermana por la de su propia hija, aquello no tenía sentido.

Andrea: ¿Cómo pudo hacer algo así? Tan solo era una cría y yo no nací hasta muchos años después. No tiene sentido.

Miró nuevamente a la niña que giró la cabeza y apuntó nuevamente a la caja. Tras esto, Andrea se levantó de la cama y fue a mirar el contenido de la misma. Para su sorpresa, había algo más en su interior que no había visto antes, un diario. ¿De dónde había salido? Lo cogió con cuidado e intentó leerlo, pero estaba cerrado. De pronto, algo sonó nuevamente en el interior de la maldita caja y al mirar dentro vio que el guardapelo estaba abierto y contenía una pequeña llave de metal.

Andrea: ¡Venga ya! ¿En serio? - Dijo incapaz de creer que todo aquello le estuviese pasando precisamente a ella.-

Cogió la llave y descubrió al probarla que encajaba a la perfección. No sabía de dónde había  salido ese diario, pero al ver el nombre escrito en la primera página se echó a llorar, era el de su madre.

Se sentó en el alfeizar de la ventana y se puso a leer sin importar que su tía y la bruja estuviesen expectantes al otro lado de la puerta. O que tuviese como compañera de habitación a un demonio con leotardos rosas.

“Mi pequeño lucero, si estás leyendo esto es porque tanto tu padre como yo ya no estamos contigo para cuidarte y no hemos podido salvarte a tiempo. Siento mucho todo lo que estarás pasando, pero cuando comenzó todo esto yo tenía solo 7 años y apenas sabía nada de la vida, lo único que me importaba por aquél entonces era que a mi hermana pequeña nadie le hiciese daño y por ello estamos en esta situación. Te preguntarás cómo empezó todo, pues verás. Una noche, mientras tu tía y yo jugábamos al escondite en nuestra nueva casa, encontramos una caja. Sí, esa dichosa caja estaba en el desván y al principio nos hizo gracia, era nuestro tesoro, por lo que jugamos con la pelota y la muñeca que había en su interior, hasta que vimos ese tablero… aunque no sabíamos muy bien cómo se jugaba con ello, mi nueva mejor amiga de la escuela sí y ese mismo día nos lo había estado explicando en el patio del colegio. ¿Casualidad? Quiero pensar que sí, aunque ahora después de tantos años y todo lo vivido, lo dudo mucho. Comenzamos preguntando de quién eran todas esas cosas y nos contestó una niña. Se llamaba Ana y empezó a jugar con nosotras, algo que al principio nos resultó muy divertido y novedoso, ya que no todos los días puede ver una a una pelota volver sola hacia ti, pero de pronto algo cambió y nos asustó tanto que dejamos de jugar sin pedirle permiso para retirarnos y nos marchamos de allí lo más rápido que pudimos. Eso permitió que aquél ser pudiese colarse en nuestras vidas y al parecer, acabase con ellas. Cada mañana tu tía Marta aparecía con un moratón nuevo en el cuerpo y apenas podía dormir de las continuas sacudidas producidas por su cama. Como era de esperar en aquella época, tus abuelos no se creyeron nada de lo que les contamos. Éramos unas niñas y ese ser se aprovechó de ello.”

Samara: Andrea ¿estás bien? - Gritó la bruja desde detrás de la puerta.-
Andrea: Sí, ahora salgo. He de leer algo antes para que me deje salir.
Samara: Cuidado con lo que lees en voz alta.
Andrea: Vale.

“Una tarde, al regresar del colegio, vimos que la puerta de casa estaba abierta. Mi madre, tu abuela, nos llevó a casa de la vecina hasta que llegase la policía. Pasadas unas horas, vimos que sacaban una gran bolsa negra y se la llevaban en una furgoneta oscura. Más tarde nos enteramos que un ladrón se había colado en la casa y alguien lo había matado. Ahora, mientras te escribo estas líneas, lo pienso y me echo a temblar. Por supuesto que nunca cogieron al asesino y no creo que lo puedan coger jamás, porque estoy segura de que fue Ana, ella misma me lo confirmó esa noche. Me despertó de madrugada y me hizo seguirla hasta el desván. Le pregunté lo que quería y me dijo que se llevaría a mi hermana de la misma forma que se había llevado a ese hombre, si no le daba algo a cambio. Ingenua de mí, le ofrecí todo cuanto quisiera por dejar a mi hermana en paz y como era de esperar, Ana accedió.”

Andrea alzó la vista y observó a aquella pequeña niña que parecía tan dulce e indefensa, jugando con aquella siniestra muñeca que se parecía tanto a ella. El demonio sonrió y de repente, sin previo aviso, desapareció. Samara empujó la puerta y esta por fin cedió. Tanto la bruja como Marta, entraron en la habitación y Andrea las puso al día, tenía mucho que contarles antes de continuar con su lectura.

Samara: Está claro, te quiere a ti. 
Marta: ¿Pero por qué a ella? Es a mí a quien debería llevarse. El trato lo hizo con mi hermana para salvarme y ahora que mi hermana no está, debería de haberse roto el trato. ¿No es cierto?
Samara: Está claro por qué la quiere a ella y no a ti. Ambas sois médiums y ni si quiera lo sabéis. Pero tú estás a salvo por el pacto que hizo con tu hermana, ella no. 
Andrea: ¿De qué nos estás hablando?
Samara: Tu hermana también lo era. ¿No te has preguntado por qué podéis ver al demonio? La gente normal no suele ver espíritus ni demonios, no es lo común. Además, no es su forma real, solo es la forma que adopta para resultaros más agradable y teneros engañadas. Las médiums somos portales, al igual que los gatos y algunos objetos o lugares. Esos seres utilizan los portales para pasar a nuestro mundo y destruir todo cuanto tocan. No tienen cuerpo, de ahí los poltergeist, pero ansían hacerse con uno. 
Marta: Pero si fuésemos médiums lo sabríamos.
Samara: No, si esa cosa se ha encargado de manteneros al margen de todo. Tenéis mucho poder desaprovechado. Es como tener una fortaleza con los escudos mermados. Puede pasar a través de vosotras y es justo lo que intenta hacer. Tu hermana supo oponer resistencia, pero vosotras estáis indefensas ante ese ser y él lo sabe. 
Andrea: Entonces, para que me quede claro. Ese ser quiere poseernos para cruzar al lado de los vivos y nosotras somos tan incrédulas que no podemos hacer nada para evitarlo. ¿Y cómo se supone que lo hará?
Marta: No puede ser verdad. Debe haber otra explicación. 
Samara: Sé que no es fácil de digerir, Marta, pero tenemos que averiguar el demonio del que se trata para poder combatirle, antes que sea tarde. No será nada fácil y deberéis estar preparadas, pero yo os ayudaré a derrotarle.


 Continuará...






martes, 2 de mayo de 2017

Nunca juegues con el más allá. Capítulo 2


Andrea: ¿Me vas a contar por fin lo que está sucediendo?- Dijo a la par que se sentaba a la cabecera de la mesa frente a su tía y observaba la caja que habían colocado como si fuera un centro de mesa.-
Marta: No sé por dónde empezar.
Andrea: Prueba por el principio. ¿Quién demonios es Ana? Estoy harta de escuchar ese nombre y ser la única en esta historia que no se entera de nada.
Marta: Ana es una niña con la que solía jugar tu madre cuando éramos pequeñas. La invocamos con la ouija y en lugar de irse, se pegó a ella. A tu madre no le daban miedo estas cosas, así que no le importó tener una “amiga imaginaria” durante un tiempo, como pensaban que era tus abuelos. Pero a mí sí me daba miedo, me tenía envidia y no me quería, incluso me hacía daño en algunas ocasiones. 
Andrea: Espera un momento. Recapitulemos. ¿Me estás diciendo que mi madre y tú invocasteis a un fantasma cuando erais crías y ahora ese fantasma nos acosa?
Marta: Más o menos. Ana no es un fantasma en sí, es un demonio. Los espíritus buenos no son invocados por las ouijas, las tablas atraen a demonios o espíritus bromistas, se hacen pasar por tus seres queridos y te engañan hasta que se apoderan de tu vida por completo. 
Andrea: ¿Cómo sabes todo eso?
Marta: Porque cuando me marché de la casa familiar en la que por cierto tú has crecido, me informé de los sucesos paranormales que había vivido. Hablé con una bruja y me lo dijo. Intentamos ayudar a tu madre, pero ese demonio la tenía coaccionada. Cada vez que tus padres intentaban marcharse de la casa, tú sufrías las consecuencias. Tardamos bastante tiempo en darnos cuenta, pero hacía mucho tiempo que no daba señales, por lo que tus padres decidieron volver a intentarlo y poner la casa a la venta.
Andrea: ¿Perdona? ¿Qué me estás contando?
Marta: Cada vez que tus padres abandonaban la casa, tú sufrías algún accidente. Una vez, cuando tenías 3 años, te caíste por las escaleras y casi te matas.
Andrea: Pero eso es porque soy un poco torpe, siempre estoy tropezando con todo lo que me encuentro a mi paso. No es tan grave.

Marta: No es eso, cielo. Cuando te caíste por las escaleras no estabas al borde de las mismas, sino metida en tu cama, al otro lado del pasillo. Algo te arrastró hasta el borde de las escaleras y te lanzó por ellas, tu madre lo vio y me lo contó. 
Andrea: Me acordaría de algo así, eso no se olvida fácilmente.
Marta: Eras muy pequeña y el subconsciente se protege a sí mismo haciendo que olvides ciertas cosas.

Entonces Andrea miró la caja, se levantó decidida y comenzó a sacar su contenido y a esparcirlo por la mesa.

Andrea: Una pregunta tonta. –Le dijo a su tía mientras cogía la muñeca entre sus manos.- ¿Cómo pueden saber esos seres las cosas que tan sólo tus seres queridos podrían saber realmente? ¿Qué pasa? Veo la tele.
Marta: Según la bruja con la que hablé, me dijo que al estar entre éste mundo y el otro, obtienen la información necesaria de los espíritus que cruzan al otro lado y de las personas que aquí se quedan. No sé exactamente cómo lo hacen, pero son astutos, pueden llegar a manipular tanto a una persona cómo para que les de acceso a este lado del velo, pueden meterse en los objetos, incluso en algunas personas. Pase lo que pase nunca les creas, no son de fiar y no les des permiso para nada.
Andrea: ¿Tienes el teléfono de esa bruja? Supongo que es hora de llamar a la caballería.
Marta volvió a meter todas las cosas en la caja y la volvió a sacar a la calle, pero esta vez la dejó unas cuantas manzanas más allá, para evitar que “alguien la devolviese por error”.

Pasaban las tres de la madrugada cuando comenzaron a escucharse unos ruidos en la puerta. Ambas se levantaron de la cama y se dirigieron por el pasillo hasta la entrada de la casa. Marta miró por la mirilla y no vio a nadie fuera en el pasillo, por lo que abrió la puerta mientras Andrea cogía un paraguas como arma defensiva y al abrir, observaron horrorizadas que la caja volvía a estar ante ellas y que la puerta de su casa estaba totalmente arañada.

Marta: Esto no puede ser real. Es una pesadilla, debe ser una pesadilla.
Andrea: Pues me temo que es una pesadilla muy realista, tía.

Marta cerró la puerta de golpe y echó el pestillo, después se apoyó en la puerta y respiró aliviada. Entonces se escucharon tres golpes seguidos muy fuertes en la puerta y Marta se alejó de la puerta. Al principio no se movieron, estaban paralizadas por el miedo, pero después los golpes se repitieron una y otra vez, en secuencias de a tres, hasta que Marta abrió la puerta nuevamente, decidida a encararse con lo que fuese que las estuviese molestando.

Marta: ¡¿Qué quieres?! – Dijo en voz alta, pero nadie respondió.-

De repente, la pelota roja que Andrea había encontrado el día anterior salió de la caja y fue rodando hasta pararse justo a los pies de Marta. Ésta observó la pelota temerosa, pero se agachó y la recogió del suelo. Entonces, la lanzó por el pasillo hasta llegar al ascensor, donde se detuvo. Andrea se asomó por el marco de la puerta entreabierta, para ver lo que sucedía con aquella esfera de goma color carmesí y ambas observaron la pelota durante unos instantes sin inmutarse. Cuando pensaban que ya todo había terminado, la pelota regresó rodando hasta chocar con la caja de cartón y ambas dieron un respingo. En ese momento, se escuchó una voz que salía del interior de la caja, Andrea la destapó con la punta del paraguas y allí estaba esa muñeca de porcelana con la mirada penetrante.

“¿Quieres jugar conmigo?”

Andrea: Dime por favor que no ha pasado lo que creo que ha pasado. Esa muñeca ha hablado.

Marta cogió la muñeca con cuidado y le dio vueltas por todos lados para ver si tenía algún mecanismo de sonido integrado, pero no tenía nada.
“Jajaja. Me haces cosquillas.”

Marta soltó la muñeca, que cayó al interior de la caja nuevamente y se miró las manos, las cuales temblaban sin cesar.

Andrea: La maldita muñeca ha hablado. ¿Qué hacemos?
Marta: Coge la chaqueta y los zapatos. Esta noche dormiremos en un hotel.

Al llegar al hotel, ambas se acostaron tranquilas. Allí no había nada que las pudiese relacionar con la caja, por lo que nadie podría encontrarlas si ellas no querían ser encontradas. Por suerte habían podido recoger unos zapatos, los abrigos y el bolso de Marta antes de salir de casa, de ese modo su pijama quedaba oculto tras las gabardinas, ya que hubiese sido un poco inquietante presentarse de esa guisa en el hotel para pedir una habitación.

Durmieron plácidamente, estaban agotadas física y mentalmente. Cuando iban a salir de aquél cuarto para volver a su casa, Marta recibió una llamada de la bruja, al fin había llegado a la ciudad.

Marta: Gracias por venir, no sabemos lo que hacer. Pues verás… anoche… ¡AH!

Al abrir la puerta de la habitación, allí estaba la dichosa caja. ¿Cómo podía haberlas encontrado? Era imposible.

Marta: No puede ser. – Dijo mientras aún seguía al teléfono.- No te lo vas a creer.

La bruja les pidió que cogiesen la caja y regresaran a casa de inmediato, ella las estaría esperando en la puerta.

No se esperaban lo que se encontraron las tres al entrar a la casa. Todo estaba destrozado. Había arañazos por todo el parquet y las paredes estaban llenas de pintadas con ceras de color rojo. Había una frase que se repetía constantemente por todas partes.

“¿Por qué no quieres jugar conmigo?”

Continuará...

lunes, 1 de mayo de 2017

Nunca juegues con el más allá. Capítulo 1.


"Es difícil dejar marchar a un ser querido, pero mucho más difícil es dejarle ir, cuando hay algo que le retiene aquí."

Andrea estaba sentada en un columpio, sola, en el patio de una casa a la que después de esa noche no volvería jamás. Todos sus recuerdos estaban entre esas cuatro paredes, sus amigos de la infancia, las cenas familiares alrededor de la chimenea, su primer beso bajo la escalera del sótano con aquél chico de aparato en los dientes. ¿Cómo se llamaba? ¡Qué más da! Ahora ya nada importaba, las personas que más quería en el mundo se habían ido, la habían abandonado y tendría que irse a vivir con su tía a la gran ciudad. ¿Pero cómo podía pensar eso? Sus padres no tuvieron la culpa, sino aquél borracho que se cruzó en su camino unas noches atrás. Cuando escuchó el timbre a las dos de la madrugada, no imaginaba que la policía aparecería en su puerta para darle la mala noticia. ¿Por qué a ella? Solo le faltaban unas horas para cumplir los 16 años y allí estaba, sentada en ese columpio chirriante, calada hasta los huesos por la incesante lluvia y escuchando las banales conversaciones de sus familiares a los que apenas había visto en su vida, en el interior de aquella casa que hasta entonces había sido su hogar. 
Su tía la vio por la ventana y salió paraguas en mano a buscarla.

Marta: Andrea, estás empapada, entra dentro. Cámbiate y recoge las últimas cosas. Sería bueno que te despidieses de todos, han venido a darte el pésame. La casa sale a la venta en unos días y no volveremos por aquí en mucho tiempo. 
Andrea: No quiero que vendas mi casa. Si no tienes dinero para cuidar de mí, no lo hagas, puedo vivir aquí sola perfectamente. Me buscaré un trabajo y…
Marta: ¡Para! No lo entiendes, ese dinero es tuyo. Lo guardaré en una cuenta a tu nombre y solo tú podrás disponer de él, pero esta casa… Tus padres querían mudarse, es una ruina. Es mejor que la vendamos ahora antes que se derrumbe y no podamos sacar ningún partido de ella. 
Andrea: Sé que necesita una mano de pintura y que las tuberías crujen por las noches. Que a veces también cruje el techo, pero aunque es un desastre es mi casa.
Marta: No es segura para ti, cielo. Tu madre había entrado por fin en razón e iba a venderla, iban a decírtelo, pero no les dio tiempo. Créeme, es lo mejor. Esta casa siempre me ha dado mala espina, de pequeña recuerdo que pasaba muchas noches en vela y hasta que no me fui de aquí no descansé realmente.
Andrea: A mi madre todas esas cosas le gustaban.
Marta: Lo sé, pero cuando naciste todo cambió. Lo malo es que intentaron vender la casa muchas veces pero nunca la compró nadie. Claro, que de eso no te acuerdas porque eras muy pequeña. 
Andrea: No quiero irme.
Marta: Lo sé, pero ellos no volverán a cruzar el umbral de esa puerta cariño, si es lo que esperas. Aunque duela, tenemos que seguir adelante y toda mi vida está en la otra punta del país, no puedo dejar mi trabajo y menos ahora que voy a tener una adolescente en casa. Vas a tener que enseñarme a ser madre, no quiero remplazar a mi hermana, ella era la mejor en eso, pero al menos creo que puedo hacer algo medianamente bien, si me dejas. Vamos, entra dentro y despídete de la familia, nos vamos en una hora. 
Andrea: Marcos.
Marta: ¿Qué has dicho?
Andrea: Nada, que ahora mismo voy.

Así se llamaba el chico del aparato con el que se besó bajo la escalera, después de todo lo había recordado.

DÍAS MÁS TARDE


La mudanza se había dado sin muchos incidentes, una lámpara rota y un par de platos desconchados no habían sido bajas demasiado graves que lamentar. Aun estaba todo metido en cajas y había tantas que el trastero de la casa de su tía estaba a rebosar, por lo que algunas cajas, las de Andrea, estaban sin desembalar en su nueva habitación. Desde que habían regresado, Marta no había podido dormir bien, lo achacaba al haber estado en aquella casa que le había traído tan malos recuerdos y pensó que al venderla todo acabaría, pero qué equivocada estaba.

Andrea salió de la ducha, se puso una toalla en la cabeza, el albornoz y se miró en el espejo empañado tras quitar el vaho con el dorso de la mano. El color de sus mejillas había regresado por fin, después de haberse pasado varios días tan pálida como el insípido cuarto de baño de su tía “la que siempre estaba demasiado ocupada para decorar nada”.  Por suerte para Andrea, eso le vendría muy bien, ya que tenía un lienzo en blanco al que dar color a su antojo y de esa manera estaría distraída, así no pensaría en cómo su vida se había ido por el desagüe de la bañera de la noche a la mañana. 

Tras vestirse, comenzó a abrir una caja tras otra y a colocar sus cosas en unas pequeñas estanterías que su tía le había comprado por su cumpleaños. Después de lo que había pasado, eso le dio un poco de esperanza. Iba a comenzar una vida nueva en un instituto nuevo y el cambio le haría distraerse. De repente, escuchó un ruido a su espalda y se giró. Una de las cajas se había caído y se había esparcido su contenido por el suelo. Seguramente la hubiesen colocado mal y se hubiese caído sí o sí, más tarde o más temprano. Se agachó para recoger una pelota que había salido de la caja y había ido rodado hasta debajo de la cama. Levantó los faldones de la colcha y estiró el brazo para coger la pelota, podía rozarla con los dedos.

-¡¿Qué demonios ha sido eso?!- Dijo incorporándose rápidamente.

Algo había rozado su mano. Volvió a agacharse y miró con cuidado debajo de la cama, pero allí no había nada, excepto la dichosa pelota roja y un montón de pelusas.

-Vaya, creo que necesito una escoba y un recogedor.-

Se levantó del suelo con la pelota en la mano y la dejó sobre su cama. Recogió la caja del suelo y leyó lo que en ella ponía. Al ver un nombre escrito en la caja, se quedó sorprendida.

“Cosas de Ana, no abrir”.

¿Quién era Ana y por qué había estado esa caja en el desván de la casa de sus padres? Miró en su interior y quitando la muñeca de porcelana, que por suerte no se había roto al caerse al suelo, y la tabla de ouija, no había más que un montón de fotos antiguas y un guardapelo medio oxidado. ¿Por qué tendrían sus padres en el desván esa caja? ¿Y desde cuándo su madre jugaba con ouijas? Siempre le había dicho que eran cosas muy peligrosas y no se debía jugar con ellas.

Al llegar a casa su tía se lo preguntaría, mientras tanto, tenía una cita con las pelusas bajo su cama y el recogedor.

Tras la cena, Andrea le preguntó a su tía por la caja misteriosa, y digo misteriosa, porque fue escuchar la inscripción de la caja y a Marta le cambió la expresión.

Andrea: Pues para no ser nada importante, parece que hayas visto un fantasma.
Marta: ¿Por qué lo dices?- Dijo mientras sostenía, con manos temblorosas, la taza de té frente a su nariz.
Andrea: Por eso mismo. Te has puesto nerviosa. ¿Quién es Ana?
Marta: Nadie, seguramente era de los antiguos dueños y estaba mezclada con las cosas de tus padres. Dame la caja, me desharé de ella ahora mismo, mañana pasará el camión de la basura y todo listo. Bastantes cosas tenemos ya por el medio como para quedarnos con cosas que encima no son nuestras.
Andrea: Voy por ella.

Cuando Andrea salió de la habitación, Marta dejó la taza en la mesa y tuvo que agarrarse para no perder el equilibrio al ponerse de pie. Hacía mucho que no había escuchado ese nombre, desde aquella noche en la que ella y su hermana habían encontrado la dichosa ouija escondida en el desván. Eran solo unas crías y pensaron que sería divertido probar ese juego nuevo, encontrarlo había sido todo un descubrimiento digno de un buscador de tesoros, pero aquello no era un juego y lo habían aprendido de la peor forma posible. ¿Acaso el accidente tendría que ver con todo aquello?

Cuando Andrea le llevó la caja a su tía, la cogió temerosa y salió a la calle con ella, la dejó dentro del contenedor de basuras y regresó más calmada.

Marta: Ésta noche dormiré mejor que nunca.

Andrea no era tonta y sabía que su tía le ocultaba algo, pero no quiso preocuparla y se acostó temprano, ya que al día siguiente comenzaba las clases en su nuevo instituto y no quería llegar tarde.

A la mañana siguiente, Andrea se despertó antes que su tía, se vistió, desayunó y cuando salía corriendo por la puerta de la casa y se despedía de su tía a la que se le habían pegado las sábanas, algo le obstaculizó el paso y cayó de bruces en el descansillo.

Andrea: ¿Pero qué…? ¿Tía no habías tirado esta caja anoche? Pensaba que la habías bajado a la calle, no que la habías dejado en el descansillo para que se la llevasen los vecinos.
Entonces la taza de café que Marta tenía en las manos, cayó al suelo y se hizo añicos.  

Marta: La tiré, juro que la tiré. ¿Cómo…? No es posible, fue Ana.

Andrea: ¿Quién demonios es Ana?

Continuará…