sábado, 23 de abril de 2016

Leyendas de cristal. Capítulo 4



Sarah se acercó a Ben que llevaba una cinta negra de seda y una brida en la mano. La joven juntó sus muñecas y él se las ató con la brida. Tras esto, le mostró una pequeña sonrisa a través del pasamontañas que llevaba puesto y le vendó los ojos.


Ella caminaba delante, guiada por las manos de Ben que se encontraban sobre sus hombros. Cuando se encontraron a los pies de una escalera, él la frenó y puso sus manos en la cintura de Sarah, se acercó a su oído y entre susurros le fue indicando cuando había un tramo de escaleras y cuando no. Sarah se sentía sucia al notar aquellas manos sudorosas sobre su cintura y aquél aliento a menta sobre su piel, pero se dijo a sí misma que si quería salir de allí no le quedaba otra que aguantar un poco más, por lo que tomó aire y siguió adelante.



Pocos minutos después, el aire fresco le golpeó en la cara y la luz de una farola, le hizo apartar la mirada al verse despojada de la venda de los ojos. Había permanecido tanto tiempo a oscuras que cualquier cambio de iluminación le hacía daño a la vista.



Ben: Ya estás fuera. ¿Contenta?


Sarah, intentó llenarse los pulmones con aquél aire con olor a pescado podrido. Seguramente estaban cerca de un puerto, ya que había escuchado en la lejanía la sirena de un gran barco al salir.



Ben: ¿Ya tuviste suficiente?

Sarah: Nunca es suficiente, pero has cumplido tu parte del trato y ahora yo cumpliré la mía. – Volviendo a tragar saliva, porque sabía lo que le esperaba.



Volvió a vendarle los ojos y mientras él cerraba la puerta con todos sus cerrojos, ella se precipitó por las escaleras de un salto.



Ben: ¡NOOO!



Sarah estaba medio inconsciente al final de la escalera, tenía un fuerte golpe en la cabeza, pero estaba viva. Ben la cogió en brazos y la llevó a toda prisa hasta una habitación cercana, donde la depositó en una cama medio desecha y le quitó la venda de los ojos.



Ben: ¿Qué has hecho? ¿Por qué? Iba todo tan bien entre nosotros.



Comenzó a recorrer la habitación y se acercó a ella con un montón de instrumental médico. Tras examinarla, le quitó la brida de las manos y la dejó descansar. Horas después y viendo que no se despertaba, se marchó dejando a Sarah encerrada en aquella habitación bajo llave.



Sarah abrió los ojos de golpe y tomó una gran bocanada de aire. Su plan, aunque un poco arriesgado, había funcionado a la perfección. Había contado los pasos mentalmente y había recordado todos los giros que habían hecho hasta llegar a la habitación desde la salida. Al fin estaba fuera de ese cubículo y aunque muy dolorida, tenía las fuerzas necesarias para escapar de allí. Se levantó de la cama y lo primero que hizo fue revisar los monitores, vio a Ben ensañarse con un sujeto a través de las cámaras de infrarrojos, le estaba dando una paliza de muerte en la oscuridad. Rebuscó por la habitación algo con lo que abrir las cerraduras y encontró una habitación contigua llena de objetos, pensó que serían las pertenencias de todas aquellas personas secuestradas a lo largo de los años. Por suerte para ella, entre aquellas cosas había un estuche con ganzúas y una palanca de hierro. 



Sarah: Al fin algo de suerte. –Se dijo aliviada.-



Cogió una chaqueta y abrió la puerta después de varios intentos. Consiguió llegar a la escalera sigilosamente y al ver todas las cerraduras, por poco entra en pánico. No tendría tiempo de abrirlas todas antes de ser descubierta y la palanca haría mucho ruido, por lo que tenía que darse mucha prisa. Comenzó a hacer palanca con los cerrojos y uno tras otro, fueron cediendo y saltando por los aires. Cuando le quedaba solo uno escuchó a Ben gritar, estaba claro que había descubierto que no estaba y había salido a buscarla.



Por fin el último cierre saltó y Sarah salió a correr como alma que llevaba el diablo. Corrió y corrió hasta que no pudo más. No tenía fuerzas, por lo que se escondió en uno de los grandes barcos a pasar la noche, pero con el temor a ser descubierta apenas pudo pegar ojo. 


A la mañana siguiente se despertó con los primeros rayos de sol, la luz entraba por las pequeñas ventanas con forma de ojo de pez del barco, dándole en toda la cara. Miró por todas partes antes de salir de su escondrijo y cuando vio el terreno libre, echó a correr. Unas horas después, estaba sentada con una manta sobre los hombros y una taza de café caliente entre sus manos en una comisaría cercana.



Llevaban horas interrogándola y ya comenzaba a hacerse de noche.



Policía: Una última vez, señorita. Necesito que me repita toda la historia desde el principio. De esa forma podremos encontrar el lugar que usted nos ha descrito y detener a su secuestrador.

Sarah: Lo haré, señor agente. Ese hombre sigue ahí fuera y yo soy la primera interesada en que lo atrapen. Pero no lo recuerdo, tan solo sé que había un puerto cerca, allí fue donde pasé la noche, ya se lo he dicho.

Policía: Pero el puerto es inmenso, señorita. Nos llevaría semanas dar con su localización y para entonces ya sería tarde.

Sarah: ¿Y cree que no lo sé?


De repente, las luces se apagaron.



Sarah: ¿Qué fue eso? – Levantándose de golpe de la silla.

Policía: No se preocupe solo fue un corte de luz, enseguida volverá, tenemos un generador.

Sarah: ¿Está seguro? ¿Y entonces por qué no funciona?

Policía: No se mueva de aquí, en seguida vuelvo. – Saliendo por la puerta.-



Sarah comenzaba a impacientarse, estaba a oscuras con la única compañía de una pequeña linterna que le había dejado el policía y al escuchar tanto movimiento fuera, la linterna se le escurrió de las manos, cayendo al suelo. Cuando se acercó para recuperarla, su mano se rozó con la de alguien más y al levantar la linterna del suelo, no se lo podía creer.



Sarah: ¿David? ¿Eres tú? ¿Pero cómo?

David: Hola Sarah. ¿Me echabas de menos?

Sarah: No lo puedo creer, él te mató. Vi aquél lugar y había demasiada sangre.

David: Me dio por muerto, pero no lo estaba. Me tiró al agua y unos trabajadores del puerto me rescataron.

Sarah: Me alegra tanto que estés vivo. – Abrazándole.-

David: Y yo. Ahora no hay tiempo, él está aquí. Debemos irnos.

Sarah: Pero la policía nos ayudará.

David: No hay tiempo, los policías no tienen nada que hacer contra él.

Sarah: Es solo un hombre, si yo pude escapar de sus garras, seguro que los policías puden atraparlo.

David: ¿Estás segura que solo hay un secuestrador?

Sarah: Sí, yo… El siempre hablaba en primera persona.

David: Es imposible que montase todo aquello él solo, Sarah. Yo soy más alto y más fuerte que él y aun así casi me mata. ¿Por qué entonces apaga las luces cada vez que nos visita? Si nos va a matar de todas formas, se lo podría ahorrar. ¿No crees?



Sarah se quedó pensando en las palabras que David le había dicho y recordó algo. ¿Por qué había dos sillas en la sala de vigilancia? De pronto se dio cuenta que no era tan lista como ella creía, por lo que miró a los ojos de David a través de la poca iluminación que les brindaba la linterna y asintió.



Sarah: Está bien, te seguiré.



David cogió la mano de Sarah y salieron por la puerta de la comisaría como si no pasase nada. Los policías iban de un lado para otro intentando averiguar por qué el generador no funcionaba e intentando solventar los altercados que se formaban entre los policías y detenidos. Nadie se percató de su huída, nadie o casi nadie.



Al salir de aquél lugar, David dirigió a Sarah hasta un callejón cercano donde un coche los esperaba. Cuando entraron en el Mustang, Sarah se fijó en el uniforme que vestía David.



Sarah: ¿David, por qué vas vestido de policía?

David: Para pasar desapercibido en la comisaria.



Entonces Sarah sintió un mal presentimiento al ver el interior de cuero rojo del Mustang. Escuchó retumbar en su cabeza las palabras que David le había dicho momentos antes. 



“¿Estás segura que solo hay un secuestrador?”  “Yo soy más alto y más fuerte que él y aun así casi me mata.” “¿Por qué entonces apaga las luces cada vez que nos visita?”



Sarah se quedó sin aliento, miró a David de reojo mientras éste arrancaba el coche e intentó abrir la puerta disimuladamente, pero David echó el cierre de seguridad rápidamente e hizo un gesto de desacuerdo.



David: Siento mucho tener que hacer esto, Sarah. Pero mi hermano está loco por ti y no me extraña nada, la verdad. Todo iba muy bien entre nosotros hasta que tú llegaste. Era muy sencillo, ambos solíamos ir de caza y de vez en cuando uno de los dos se hacía pasar por una víctima más, así lográbamos conocer los miedos de la gente a la que solemos torturar y sobre todo, a las marionetas que son difíciles de leer como tú. Pero jamás nos había pasado nada parecido, ninguna chica se había interpuesto entre nosotros. Así que, le dije a mi hermano que tendríamos que matarte. ¿Lo puedes creer? Ninguno de los dos queríamos hacerlo, pero era algo necesario. Por lo que mi hermano me sacó de allí fingiendo mi propia muerte. Es la manera más sencilla de salir sin destapar nuestro juego, las marionetas deben seguir creyendo que están a merced de un solo “loco”, como dices tú.

Sarah: ¿Y por qué te has jugado el cuello para venir a buscarme? ¿Has entrado en una comisaría llena de policías solo para recuperarme?

David: Lo sé, pero estoy harto de todo esto y mi padre no estaría nada orgulloso si dejásemos que una chica nos atrapase. Además, cuando llegué esta mañana y me enteré que ya no estabas, tuve muchas ganas de matar a mi hermano, te lo juro, pero al decirme que te había localizado… bueno, lo único que pensé fue en ponerte a salvo.

Sarah: ¿A salvo de quién, de ti o de tu hermano? Por si no lo sabías, ya estaba a salvo en la comisaria.

David: Solo estarás a salvo conmigo, Sarah. No mentía cuando te dije que mi hermano estaba allí buscándote, solo que yo te encontré antes.

Sarah: ¿Entonces… tú quieres matarme o salvarme? Es que no me queda muy claro.

David: Aún no lo sé. Pero no te preocupes, pronto saldremos de dudas.

¿Qué no se preocupase? Por fin había escapado de las manos de aquél psicópata y… ¿para qué? Para terminar en las manos de otro aún peor. La pesadilla de Sarah no había hecho más que empezar y la trama se complicaba por momentos.



Sarah intentó sacar el coche de la carretera, pero David le dio un empujón e hizo que su cabeza chocase contra el cristal de la ventanilla tan fuerte, que la dejó medio atontada.



David: No me hagas esto Sarah, deja que lleguemos a casa y entonces hablaremos. Está claro que no puedo dejarte ir, pero podemos llegar a un acuerdo. Podemos ser muy felices juntos y en el fondo creo que lo sabes. Mi hermano es mayorcito y puede cuidarse solo, es hora de montármelo por mi cuenta.



Tras varios minutos ya se encontraban a las afueras de la ciudad, el coche iba demasiado deprisa y Sarah tenía miedo de hacer algo y que David perdiese el control.



Sarah: Ve más despacio. No he sobrevivido a un infierno para morir ahora en un accidente de tráfico.

David: Está todo controlado.

Sarah: Una pregunta. ¿Por qué leyendas urbanas?

David: ¿Cómo?

Sarah: Me he fijado en que toda la gente que ha muerto allí abajo, lo hizo al estilo leyenda urbana. ¿Por qué?

David: Es sencillo. Si alguien como tú escapase y fuese a la policía. ¿Cuánto tiempo crees que pasaría hasta que archivasen el caso? Nada, en un par de días no habría siquiera un expediente del caso. Este tipo de casos son los que terminan en el fondo de un cajón. No creí que te dieras cuenta, pero eres más lista de lo que me imaginaba.



Sarah revoleó los ojos y tuvo ganas de saltar encima de David y estamparle la cara contra el volante, pero iban tan rápido que terminarían saliendo disparados por el cristal. ¿Por qué demonios esos malditos coches antiguos no llevaban cinturón de seguridad?


De pronto, vieron un coche que iba directamente hacia ellos sin luces, por lo que David le dio las largas y en el instante en que se cruzaron, el coche dio media vuelta y comenzó a perseguirlos haciendo ráfagas.



Sarah: ¿Qué demonios hace?

David: Es él, es Ben.

Sarah: ¿Qué?



Sarah estaba hecha un lio. No sabía si su situación era mala o peor que mala, lo que estaba claro es que tenía que salir de allí en seguida. Pensaba hacer que los dos hermanos se peleasen para poder escapar mientras estaban ocupados, pero entonces David perdió el control del coche y terminaron chocando contra un árbol.



PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII 

El claxon no dejaba de sonar, mientras Sarah caía en un profundo sueño.


Continuará...

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