El avión volvió a dar un vuelco y Tom se dio cuenta que algo
iba mal.
Tom: No soy
de viajar mucho en avión, pero juraría que esto no es lo habitual.
Asistente:
Estaremos atravesando una zona de turbulencias, señor presidente.
Tom: Quiero
ver a los pilotos. ¡Llévame a la cabina!
Asistente: Por
aquí, señor presidente.
Tom cada vez estaba más contrariado. Había pasado de ser un
humilde profesor de la Universidad de Oxford a viajar entre mundos paralelos convertido
en un famoso arqueólogo o en un policía futurista, pero ahora, era el
presidente de los Estados Unidos de América, eso sí que no podía ser nada bueno.
Siguió a la asistente, que comenzaba a extrañarse de no cruzarse
con nadie más por el avión. ¿Dónde se habrían metido los guardaespaldas? ¿Y las
azafatas? Algo iba mal y se notaba en el ambiente.
De pronto, el profesor escuchó algo que le hizo detenerse y
frenar a su ayudante.
Tom:
¡Quieta!
Se escuchaban gritos y varios hombres hablando en una lengua
extranjera, al otro lado de la puerta de una de las salas de reuniones del Air
Force One.
Asistente: Señor
presidente, creo que han tomado secuestrado el avión, otra vez.
Tom: ¿Cómo
que otra vez, esto pasa muy a menudo o qué?
Asistente: ¿No
recuerda el incidente de hace unos meses?
Tom:
Créeme, ahora mismo no recuerdo ni quién soy. Debemos hacer algo, pero no sé el
qué.
Retrocedió, llevando de la mano a la asistente que parecía
un flan de lo nerviosa que estaba. Llegaron hasta la parte trasera del avión y allí
abrieron una trampilla en el suelo que descendía hasta el compartimento de
carga.
Tom: Muy
bien, quiero que te quedes escondida y no hagas ruido. – Colocando a la joven
asistente tras un compartimento repleto de maletas.
Asistente: Pero
señor presidente...
Tom: Yo me
encargaré de esto, aún no se cómo, pero lo haré.
Tom sabía que tenía que resolver la situación para poder
utilizar el amuleto y salir de ese mundo, puede que así regresara por fin al
suyo o puede que no, pero si no resolvía el problema en el que se encontraba,
el amuleto no funcionaría. Quedaría atrapado allí para siempre, aunque en esas
circunstancias, el “para
siempre” no iba
a ser un problema que durase demasiado tiempo, sobre todo si los terroristas daban
con él.
Dejó a la atemorizada asistente, una joven becaria que
no superaba los 25 años de edad y se dispuso a subir de nuevo por la
escalinata, pero esas voces que había escuchado antes se aproximaban, por lo
que se ocultó tras un panel eléctrico.
Dos hombres con un acento extranjero que
no pudo reconocer, abrieron la trampilla para cerciorarse que el “presidente” no se
encontraba escondido en aquella zona. Tom era un gran catedrático, pero nunca
había salido de Oxford, excepto en ese preciso momento, claro está. ¿Qué haría?
¿Cómo saldría de esa situación? Por la cabeza le pasó una curiosa idea, que le
hizo evadirse unos instantes. ¿Y si en verdad nunca había dejado Oxford? ¿Y si
todo aquello era un sueño a lo Resines? Entonces notó como le sujetaban de las
solapas y lo lanzaban al suelo. Uno de los hombres había dado con él y el otro
lo apuntaba con un arma de asalto.
Le gritaban que no se moviese o le pegarían un tiro, pero la
asistente que lo vio todo, no pudo reprimir un grito ahogado y aprovechando el
despiste de los dos terroristas, Tom giró en el suelo, derribando con una de
sus piernas a los dos terroristas al mismo tiempo. Golpeó en la nariz al que portaba
el arma, rompiéndosela y haciendo que sangrase abundantemente. El otro
terrorista se lanzó sobre él y comenzó a propinarle golpes en el rostro y en el
costado, él se defendió del ataque lanzándole una patada a la entrepierna y de
pronto, se escuchó un ruido y el terrorista cayó inconsciente sobre él.
Cuando
consiguió deshacerse de su “abrazo”, pudo
comprobar que la asistente se encontraba golpeando al otro terrorista con un
maletín metálico en la cabeza, mientras el hombre se defendía con los brazos
cruzados delante de la cara. Tom le quitó el maletín de las manos a la
asustadiza asistente, la cual había demostrado más coraje del que se esperaba
en ella y le dio las gracias. Ataron a los dos terroristas y mientras la mujer
apuntaba al hombre de la nariz rota con el arma, Tom se encargaba de
interrogarle.
Tom:
¿Cuántos sois? ¿Dónde están los rehenes? ¿Qué queréis?
Asistente: Señor
presidente. ¿Me permite?
Tom se quedó algo sorprendido. Si a él, que supuestamente
era el presidente de los Estados Unidos, el terrorista no le contaba nada.
¿Cómo pretendía esa joven sacarle información?
La chica se acercó al hombre de la nariz rota cuando Tom se
apartó.
Asistente: Me vas
a decir lo que quiero saber o tendré que hacerte mucho daño. – Con un tono de
voz bastante amenazador y apuntándole con una pistola.
De repente, la joven comenzó a propinarle un golpe certero
tras otro. El terrorista comenzó a escupir sangre y a retorcerse. Tom estaba
cada vez más impresionado.
Tom: ¿En
verdad eres una asistente?
Asistente: Sí,
además de trabajar para el servicio secreto y ser la agente más joven de los
NAVY SEALS en su historia.
Tom: Ahora
empiezo a comprender. ¿Pero por qué no me lo dijiste?
Asistente: Tenía
que cerciorarme que no estaba implicado.
Tras obtener lo que querían, amordazaron al hombre de la
nariz rota y subieron rumbo a la cabina de pilotos. Al parecer solo había cuatro
secuestradores, eran los únicos que habían
logrado infiltrarse, ya que las medidas de seguridad desde lo del secuestro
anterior, se habían incrementado considerablemente. El primer paso fue liberar
a los rehenes, se encontraban encerrados en una de las salas de reuniones con uno
de los secuestradores. La joven agente se hizo pasar por una incauta damisela
que huía de sus captores y cuando el terrorista la amenazó con dispararla, Tom
saltó sobre él y le arrebató el arma. La joven comenzó a luchar con el
secuestrador y con un par de llaves de full contact, le dejó tirado en el suelo
inconsciente. Los rehenes agradecieron al presidente y a la joven agente el
rescate y se dispusieron a hacerse con el control del aparato. Fueron todos los
agentes a la cabina de mandos mientras el presidente y el resto de asistentes
se quedaban en la sala esperando su regreso.
Pasados un par de minutos, algo
debió de salir mal, ya que el avión dio un vuelco y todos cayeron al suelo.
Poco después uno de los agentes llegó a informarles que los pilotos estaban
muertos y el cuadro de mandos inutilizado, debían saltar.
Tom:
¿Saltar desde un avión de pasajeros? ¿Estás loco?
Habían conseguido reducir la altitud para poder lanzarse en
paracaídas y por suerte se encontraban sobrevolando el océano, lo que evitaría
que el avión cayese en una zona poblada.
Se dirigieron entonces a la cola del avión y descendieron a
la zona de carga por una de las trampillas del suelo. Uno de los agentes les
explicó el funcionamiento del paracaídas, para que al saltar no tuviesen
problemas.
Tom: Esto
no puede estar pasando, tengo miedo a las alturas.
Intentó girar el amuleto en
sus manos, pero nada sucedía, seguía estando al filo de la zona de carga del
avión, sujeto a uno de las cargas del avión, viendo como el resto de la
tripulación se lanzaba y atravesaba las nubes como si fueran cortinas de humo.
Se estaba colocando el paracaídas cuando alguien disparó,
uno de los secuestradores se había soltado y le había quitado el arma a uno de
los agentes. Con el revuelo, la gente corría a esconderse, pero Tom seguía
intentando atarse correctamente el paracaídas cuando alguien fue empujado al
vacío arrastrándole a él también.
Mientras caía sin control, intentó sujetarse el paracaídas
para poder tirar de la anilla de seguridad, pero al hacerlo, el paracaídas se enredó
y no se abrió como debería.
Iba a morir, estaba seguro que ese sería su final, por lo
que cerró los ojos y se dejó llevar, sujetando entre sus manos el amuleto que tantos quebraderos de cabeza le había causado. De repente, sintió que ya no caía al vacío
y que se encontraba atado a una especie de camilla, abrió los ojos y una luz
blanca le hizo desviar la mirada. Cuando consiguió ajustar su visión a la
intensa luz, lo que vio ante él, le pareció como si su peor pesadilla acabase
de tomar forma.
Continuará...
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