martes, 23 de febrero de 2016

The traveling worlds. Capítulo 2



Allí estaba el profesor, en medio de una gran ciudad futurista, donde los coches volaban y algunos de los edificios eran tan grandes, que tenían forma de pirámides aztecas llenas de luces de neón. 

Al pasar junto a un puesto ambulante de comida china, uno de los cocineros comenzó a llamar a gritos a un tal señor Deckard y cuando el profesor se giró en aquella dirección, vio que se dirigía directamente a él.


Chino: Señol Deckard, cuánto tiempo. ¿Quiele tallalines?

Profesor: ¿Cómo me ha llamado?

Chino: Señol Deckard. Hace mucho usted no venir aquí. ¿Todo bien?


El profesor se grabó a fuego ese nombre en la memoria y tras disculparse con el anciano, siguió andando por las calles hasta dar con una cabina telefónica.


Profesor: ¡Vaya! Las modas siempre vuelven. Nunca imaginé que regresaran las cabinas de teléfono, pero sí lo hicieron las camisas de los 80, me espero cualquier cosa.


El profesor buscó en la guía de teléfonos el nombre que el asiático le había dado y arrancó la hoja con la dirección. Cuando llegó a aquél edificio, el portero le reconoció nuevamente como Deckard. Al parecer, ese tal Deckard vivía allí y había estado algunos meses sin aparecer por la zona.

Subió al piso que supuestamente era su hogar y antes de entrar, alguien le detuvo en las puertas del ascensor, introduciéndole nuevamente en él.


Gaff: ¿Quoi hacer you aquí, Deckard? Ho giocato the neck por ti al dejarte ir avec la Replicante and after si torna. – Hablando un argot llamado interlingua, una mezcolanza de francés, inglés, español e italiano, hablado por los policías y en especial por los Blade Runners.- 


Profesor: ¿Por qué me hablas en cuatro idiomas? ¿Y por qué dices que te jugaste el cuello por mí si regresaba? No entiendo lo que es un Replicante.

Gaff: Márchate de la ville, Deckard. Never hemos tenido questa conversazione. – Marchándose y dejando al profesor más contrariado de lo que ya estaba.


Cuando entró por fin al que parecía ser su apartamento, rebuscó por los cajones en busca de alguna pista, algo que le ayudase a volver a su tiempo. En su anterior aventura, tuvo que salvar a una mujer y a un niño para encontrar el medallón. ¿Tendría que pasar otra prueba de fuego para que el medallón volviese a funcionar? Era un estudioso, debería ser pan comido averiguarlo, o eso esperaba. Mientras revisaba unos papeles, sujetó el medallón con la mano derecha y comenzó a girar el pequeño reloj de arena, sin obtener ningún resultado, seguía estando en el mismo tiempo y espacio.


De repente, el teléfono sonó. 
 

Profesor: ¿Mi móvil? ¿Tiene cobertura aquí? Espera un momento, este no es mi móvil. – Mirando el pequeño aparato que había sacado del interior de la gabardina. - ¿Aquí… Deckard?

Rachel: ¡Deckard! ¿Dónde estás? Saliste a comprar y no has regresado, empiezo a preocuparme. ¿Estás bien?

Profesor: ¿Quién eres?

Rachel: ¿Rick, estás bien? ¿Qué sucede cariño, dónde estás?

Profesor: Estoy en la ciudad. Vine a recoger unas cosas de mi apartamento.

Rachel: ¿En la ciudad? No podemos aparecer por la ciudad, si te cogen…

Profesor: Tranquila, no lo harán. Ya voy para allá, pero hace tanto tiempo que no pisaba la ciudad que ahora no me acuerdo como volver. ¿Me ayudas?

Rachel: ¿Cómo puedo estar segura que eres tú? ¡Estás muy raro, Rick!

Profesor: Hazme una pregunta que solo yo sepa contestar.- Pensando que eso había sido una mala idea.-

Rachel: ¿Qué me contestaste aquella vez en tu piso, cuando te dije que no podía fiarme de mi memoria?


El profesor comenzó a tener un fuerte dolor de cabeza y tuvo que cerrar los ojos. Pequeños fogonazos en forma de imágenes le asaltaron de repente. Estaba recordando  de golpe toda una vida y no era la suya.


Rachel: ¡Rick! ¿Me oyes?

Profesor: ¡Dime que te bese! – Dijo medio gritando, aún con los ojos cerrados y su mano izquierda sobre la frente.


No sabía cómo, pero había acertado con la respuesta. La mujer del teléfono al fin tenía una cara y un nombre, ya no era una desconocida para él, sino el amor de su vida o al menos, de esa vida. 


Cuando Rachel le indicó el camino, salió a toda prisa del apartamento, pero cuando iba a coger el ascensor, descubrió que el vestíbulo estaba lleno de policías que querían darle caza. En lugar de bajar, subió a la azotea y atrancó la puerta. Miró por los alrededores de la cornisa, por si había alguna escalera de incendios, pero nada, estaba atrapado. 

Comenzaron a golpear la puerta y no se lo pensó dos veces, no tenía otra opción que saltar a la siguiente azotea y eso hizo. Antes que la puerta se abriese de golpe, saltó al edificio contiguo y descendió por la escalera de emergencia hasta la calle, por suerte, esos edificios no eran de los más altos de la ciudad y no tardó mucho en perderse entre la gente.


Siguió caminando varios minutos, hasta que un repartidor de pizzas dejó el coche abierto y se lo tomó prestado. Tenía las coordenadas que Rachel le había dado y las introdujo en el GPS, pronto resolvería el enigma que le permitiría regresar a casa. Sería todo un reto conducir ese tipo de vehículo, ya que tenía carnet de coche, pero no de avión.


Profesor: Vale, esto no puede ser muy difícil, no más que los dos doctorados que tienes, Tom. ¡Maldita sea! ¿Por qué no estudiaría más física en lugar de historia?- Se dijo a sí mismo, apresuradamente.-

Repartidor: ¡EH, AL LADRÓN!


Justo a tiempo, el profesor tiró de los mandos indicados y el coche comenzó a elevarse. Con muchas dificultades, se puso en camino hacia el lugar donde la replicante se encontraba. Una replicante, ahora todo tenía sentido. Él era un cazador y los replicantes sus presas, pero con lo que no había contado era enamorarse de uno de ellos. ¿Qué le diría al llegar? Tendría que deshacerse del coche y borrar los datos del gps para que no diesen con ella. Al fin y al cabo, él no tardaría en marcharse de ese mundo paralelo, pero ella debería continuar existiendo en él y no se perdonaría que la atrapasen por su culpa.


Pasadas más de dos horas, llegó a su destino. Consiguió deshacerse del coche volándolo en mil pedazos, pero no sin antes borrar todo registro que le atase a aquél lugar. 


Cuando llegó a la dirección indicada, una mujer hermosa de cabello castaño le dio la bienvenida con un recién nacido en los brazos, era ella. Al ver al pequeño, supo enseguida que se trataba de su hijo y una lágrima furtiva se deslizó por su mejilla, mientras desaparecía la escena difuminada ante sus ojos. ¿Qué había sucedido? 


Instintivamente, al ver al recién nacido, había llevado su mano al medallón y éste le había llevado nuevamente a través del tiempo y el espacio. ¿Por qué lo había hecho? No estaba seguro, pero puede que verse de repente a sí mismo con un hijo y una mujer, hubiese sido demasiado para él, ya que no era su vida la que tenía ante sus ojos, sino la de un extraño.


Profesor: ¿Y ahora dónde estoy? Me da a mí que esto tampoco es Oxford.

De pronto sintió una sacudida y tuvo que sujetarse a la mesa que tenía enfrente.

Profesor: ¿Estoy en un avión?- Al reconocer las turbulencias.-


Miró por la ventanilla y vio el escudo de los Estados Unidos en uno de los costados del aparato.


Asistente: Señor presidente, le traigo los papeles de la reunión de Bruselas para que los firme.


Profesor: ¿Quién, yo?



Continuará…

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