sábado, 7 de noviembre de 2015

El legado de las brujas. Capítulo 2



Cuando Morgana llegó a su casa, dejó a la pequeña Helena sobre la cama y puso el caldero en el fuego. La niña balbuceaba y al notar que estaba sola, comenzó a llorar. Morgana se acercó a Helena y la cogió entre sus brazos.

Morgana: No se qué voy a hacer contigo, pequeña. Tendrás que tener paciencia conmigo, soy nueva en esto.

La mujer colocó a la niña en una manta sobre una mesa de madera, apenas sabía cómo sostenerla. Comenzó a pelar unas zanahorias para hacer un guiso mientras cantaba una dulce nana. Helena sonrió y poco a poco el sueño se apoderó de ella.

Comenzaba un periodo de cambios para Morgana, en el cual, no solo aprendería a ser una gran madre, sino que además, aprendería a ser una gran maestra en las artes de la brujería. 

Para que quede claro, en la magia, no existen diplomas que otorguen un título por tus conocimientos o poderes, es algo trivial, como una fotografía que recuerda aquél momento pasado que ya no volverá. Además, la magia no es buena ni mala, es la bruja la que decide como utilizarla, ya que forma parte de ella y de todo lo que le rodea. Y eso Morgana lo sabía bien. 

Se quedó mirando a la pequeña que dormía plácidamente, intentando predecir los poderes que tendría en un futuro no muy lejano, pero eso no era tan sencillo de averiguar. Hay brujas más poderosas que otras y no todas desarrollan poderes. Además, el hecho de que dichos poderes se desarrollen, continuamente, a lo largo de la vida de una bruja, hace casi imposible pronosticar el tipo de bruja que será.


Morgana: Muchas brujas y pocos dones, querida. Sé que tú serás una de las grandes, lo presiento, pero tengo miedo de no estar a la altura. Morgana… en qué lio te has metido.

La mujer se dio cuenta de algo, no estaba preparada para tener un bebé. No tenía leche, ni ropa para la pequeña, ni si quiera tenía una pequeña cuna donde dejarla reposar. La niña seguía recostada sobre una manta dispuesta encima de una fría mesa de roble, llena de cuencos, hierbas y especias.

Echó un breve vistazo a la habitación.

Frente a la puerta se encontraba la mesa de madera y a su izquierda una alacena y un par de butacas junto a la chimenea. El fuego estaba encendido y calentaba un pequeño caldero de hierro negro. Al otro lado de la habitación, había un viejo camastro y un pequeño armario también de roble y tallado a mano con dibujos celtas. El baño, como era normal en aquella época, se encontraba fuera de la casa. No sería gran cosa, pero para una ermitaña como Morgana, era todo un lujo. 

Entonces la bruja recordó que tenía en el sótano, un viejo caldero que hacía años no usaba y algunas prendas gastadas que podría utilizar como telas y confeccionarle ropa a la niña. Retiró la mesa de madera y abrió una trampilla oculta que había en el suelo, descendió por unos peldaños de madera viejos que crujieron a su paso y rebuscó por los baúles a la luz de las velas. Poco a poco fue subiendo lo que necesitaba y cuando terminó, dejó todo en su lugar. Limpió el caldero a conciencia y puso un montón de telas en su interior, le haría una cuna a Helena, no sería muy bonita, pero al menos la mantendría caliente y protegida. Al final todo comenzaba a tomar forma.

AÑOS DESPUÉS

Helena ya tenía 7 años y empezaba a ser consciente de algunas cosas, como por ejemplo, qué era ser una bruja y qué beneficios y responsabilidades conllevaba eso. Morgana le enseñaba las propiedades curativas de las plantas de la zona y la mejor forma de hacer hechizos básicos, que por supuesto, Helena realizaba a modo de juego. Además, Morgana le había hecho un colgante con dos minerales protectores que la pequeña siempre llevaba colgado del cuello, una turmalina negra y una aventurina verde, por haber nacido bajo la influencia del cangrejo.
Una tarde, mientras Morgana quitaba las malas hierbas del huerto, Helena salió a jugar en las proximidades de la cabaña. Era costumbre en ella estar rodeada de mariposas blancas que revoloteaban a su alrededor. Se tumbó en un claro del bosque mientras observaba las formas de las nubes y las mariposas le hacían cosquillas en los pies, le gustaba sentir el tacto de la hierba entre sus dedos. 

De pronto, sintió como algo se clavaba en su hombro izquierdo. Instintivamente se llevó la mano a la zona afectada y allí no había nada. De repente, se encontraba de pie frente a un espejo, pero aquél reflejo no era el suyo, se trataba de un caballero bien vestido y unos años mayor que ella. El hombre del reflejo tenía una flecha clavada en su hombro y le suplicaba que le ayudase. Helena alargó la mano para tocar el espejo y al hacerlo se despertó.


Se incorporó rápidamente, se puso los zapatos y salió corriendo en busca de Morgana. Cuando la mujer escuchó los gritos de Helena, dejó lo que estaba haciendo y salió a su encuentro.

Morgana: ¿Qué ha sucedido?

La pequeña le contó con todo detalle lo acontecido y Morgana le dedicó una dulce sonrisa que no hizo más que confundir a la niña.

Helena: No lo entiendo. ¿Qué es una premonición?
Morgana: Verás, algunas brujas tenéis un don, la capacidad de conocer lo que va a ocurrir antes que suceda. Es algo difícil de controlar, la mayoría de las veces ocurre sin previo aviso.
Helena: ¿Y para qué sirve? No me gusta, me hizo mucho daño.
Morgana: A cada bruja se le manifiesta de una forma distinta. Sirve para prepararte para lo que va a suceder y en ocasiones, para evitar algún hecho desagradable.
Helena: ¿Tú también lo tienes?
Morgana: No, mis dones son de otro tipo. La empatía, del que ya te hablé cuando se desarrolló en ti hace unos años, sirve para sentir lo mismo que siente la otra persona. Es como asomarnos en su interior. Y mi otro don es ver el aura, con él puedo saber las intenciones de la gente y puedo reconocer el mal a distancia.
Helena: ¿Y yo?
Morgana: Por ahora ya tienes dos dones, querida. El don de la empatía y el de las premoniciones. Con lo joven que eres, tener dos dones a estas alturas es todo un logro. Se paciente, pequeña y céntrate en practicar para dominarlos, cuanto antes lo hagas, mejor.


Esa misma noche, Helena estaba acostada en su camastro junto a una de las ventanas de la casa, cuando Niebla llegó a posarse junto a ella. Niebla era un joven búho manchado del norte que había aparecido hace unos años en la vida de Helena. Debía su nombre al día en que la niña se cruzó con él en el bosque, ese día comenzó una espesa niebla que duró varias semanas. Desde entonces, se había convertido en su amigo fiel y cada noche volaba hasta la casa para proteger a la pequeña mientras dormía.

Helena: Hola, amigo. ¿Cómo estás? ¿Sabes? Mamá me explicó que tenemos una conexión muy especial, eres mi animal protector. Dice que los búhos sois portadores de una gran sabiduría, videncia y mensajes del inframundo. Aunque eso del inframundo… aún no entiendo muy bien lo que es, pero suena interesante. Eres muy listo, Niebla, estoy orgullosa de ti.- Le dijo, acariciándole el plumaje.-
 
Poco después de haberse dormido, Helena se despertó gritando, llorando y empapada en sudor. El grito hizo que Niebla volase desde su cama a la repisa de la chimenea, donde permaneció impasible. Morgana se despertó y acudió junto a Helena para consolarla.

  

Morgana: ¿Qué sucede? ¿Una pesadilla? No pasa nada, estoy aquí contigo.
Helena: Era muy real, estaba ardiendo, tenía mucho calor y podía ver las llamas que subían por mi falda. Me duele, me duele mucho. –Echándose a llorar.-

Morgana retiró la sábana y vio las señales en las piernas de Helena, tenía las piernas rojas y calientes, como si se hubiese acercado demasiado a la chimenea. Corrió hasta la alacena y sacó un frasquito verde con olor a menta que le untó en las piernas, calmando el llanto de la niña al instante.

Morgana:
Cuéntamelo todo.

Tras el relato de Helena, Morgana se dio cuenta que la niña no había tenido una pesadilla, sino un recuerdo de otra persona, el de su verdadera madre. Por lo que Morgana se sentó a los pies de la cama, con cuidado de no darle en las piernas a la niña, para contarle la verdad acerca de su sueño.

Helena: ¿No eres mi madre? ¿Por qué me mentiste?



Helena saltó de la cama y salió por la puerta. Iba descalza, pero no era la primera vez que correteaba por el bosque sin sus zapatos. La niña corrió durante varios minutos, hasta que tropezó con un tronco y se cayó al suelo. Estuvo unos instantes allí tirada, clavando las uñas en la tierra hasta que reunió fuerzas suficientes y se incorporó. Se acercó a un viejo roble, se sentó en las raíces para resguardarse de la lluvia que comenzaba a caer y se abrazó las rodillas, mientras las lágrimas que rodaban por sus mejillas le recordaban las imágenes que albergaba en su mente.


De repente, se escuchó un carro tirado por caballos…

Dama: ¡Alto, cochero!

Cochero: Soooo

Frente a Helena se había detenido un carruaje, el cochero se bajó y abrió una puerta de la que descendió un joven que tendría aproximadamente la edad de Helena y éste a su vez, ayudó a bajar a una distinguida dama.

Dama: Pequeña ¿qué haces sola en el bosque a estas horas?
Helena: Me perdí y comenzó a llover.
Dama: Ismael, ven, acércate. Mira, este es mi hijo. Te llevaremos a casa.
Helena: Es que… mi madre… bueno, no me deja hablar con extraños.
Dama: Y hace muy bien, pero no soy una extraña, soy la mujer del gobernador.

Al escuchar eso, Helena sintió una punzada en el corazón, aunque no sabía por qué. Morgana le había contado lo que sabía de su historia y eso solo consistía en el encuentro con la madre de Helena en las mazmorras y su muerte, ella no sabía nada más.

Entonces Helena miró al joven Ismael, que permanecía con la mirada fija en el suelo y le resultó familiar. ¿Tendría esa sensación algo que ver con sus poderes? Intentó ponerse en pie, pero las fuerzas le fallaron y notó que tenía el tobillo hinchado, por lo que Ismael le tendió el brazo y le ayudó a subir al carruaje. Al entrar en contacto con aquél chico, sintió una electricidad que comenzó en su mano y le recorrió todo el cuerpo, sabía que estaban conectados, pero no sabía hasta qué punto.
El carruaje paró frente a la cabaña y Morgana salió apresuradamente a su encuentro. Cuando los ocupantes del carruaje descendieron y se presentaron, Helena se acercó a Morgana y le pidió disculpas tras darle un fuerte abrazo.

Dama: Un té delicioso, no había probado nada igual.
Morgana: Gracias y… gracias por acompañar a mi hija a casa. Tuvo una pesadilla, se asustó y salió espantada.

La dama tosió varias veces y Morgana notó que estaba enferma.

Morgana: ¿Se encuentra bien?
Dama: Cansada, pero sí. Debemos partir, es tarde. Gracias por el té.
Morgana: Gracias a usted de nuevo y espero que se mejore.


El carruaje desapareció tras los árboles mientras Helena los despedía con la mano.

Morgana: Vamos, pequeña, pongamos un poco de salvia en ese tobillo para bajar la inflamación. Pobre mujer, no se encuentra nada bien.
Helena: ¿Por qué no la curaste?
Morgana: Ya te lo he explicado muchas veces, somos brujas, debemos mantenerlo en secreto o podemos correr la misma suerte que tu madre. Siento ser tan dura, pero debemos ocultarnos.
Helena: Pero no lo entiendo. ¿De qué sirve poder ayudar a la gente si no lo hacemos?

Unos minutos después, el carruaje regresó.

Ismael: ¡AYUDA!

Morgana salió a toda prisa mientras Helena se asomaba por la ventana.

Ismael: Es mi madre, no se encuentra bien, está temblando y creo que tiene fiebre.
Helena: Pásala a la casa y que se tumbe en la cama.
Morgana: ¡Helena!
Morgana: Podemos curarla y lo haremos, ella me ayudó sin conocerme.

Ismael pasó a su madre a la casa y la tumbó en la cama de Helena con ayuda del cochero. La pequeña andaba de un lado para otro recogiendo botes de especias, cuencos y trapos limpios que entregaba a Morgana, mientras ella colocaba el caldero en el fuego y mezclaba las hierbas necesarias para la poción.

Pasados unos minutos, el remedio estaba listo.


Morgana: Beba esto, se encontrará mejor.
Ismael: ¿Qué es eso?
Helena: Solo son hierbas, confía en nosotras. Estáis aquí por alguna razón.

La dama se tomó el cuenco con el brebaje que le dio Morgana y poco a poco empezó a recuperar las fuerzas.

Dama: Muchas gracias. ¿Qué medicina milagrosa es esa? – Quitándose un trapo mojado de la frente.-
Morgana: Lo que contiene el trapo solo es agua fría, para bajar la temperatura y lo que se ha tomado es una medicina que me enseñó un doctor, cuando yo misma enfermé hace un tiempo. Solo son hierbas, entre ellas pie de león y salvia, que ayudan a reducir la fiebre y las convulsiones.
Dama: No se cómo agradecérselo.
Morgana: No es necesario, usted me devolvió a mi hija, estamos en paz.

Cuando a la mañana siguiente el carruaje partió, Helena se acercó a Morgana.

Helena: ¿Un médico te enseñó esa poción? Me dijiste que fue la abuela.
Morgana: Si dices que es una medicina, no te toman por una bruja y te evitas complicaciones. ¿Sabes? Creo que tenías razón. Me sentí muy bien al ayudar a esa pobre mujer, creo que los dones son un regalo de los dioses para ayudar a los demás y no sirve de nada tener algo tan útil y desaprovecharlo por miedo o avaricia. Te prometo que a partir de ahora todo cambiará. 



Continuará...


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