Sarah
estaba recolectando manzanas una mañana de finales de octubre. Pronto llegaría
la noche más mágica del año, en la que el velo que separa los dos mundos, es
apenas visible. Esa noche, Sarah celebraría Samhain acompañada de su aquelarre,
danzarían, realizarían hechizos para favorecer la fertilidad y las cosechas,
jugarían a pescar manzanas dentro de un barril de agua y usarían calabazas a
modo de faroles, como era la tradición para venerar a los dioses.
Beth: Querida
¿recogiste suficientes manzanas para la fiesta?
Sarah: Sí, madre.
Beth: De acuerdo,
necesito que me acompañes al pueblo, hemos de asistir un parto.
La
madre de Sarah era una gran comadrona, había ayudado a traer al mundo a la
mayoría de jóvenes del pueblo y Sarah pronto seguiría sus pasos.
Pasaron
las horas y la multitud se agolpaba a las puertas de una gran casa. De repente,
el llanto de un bebé se escuchó y los allí presentes entraron en júbilo, había
nacido un niño, el primogénito del gobernador.
Días
más tarde, en la noche de todos los santos, Sarah estaba colocando las manzanas
alrededor del altar. En él había frutos secos, calabazas decoradas y frutas de
temporada. Todo estaba muy colorido y la joven realmente disfrutaba con los
preparativos. Se acercó a las velas y posó su mano encima de una de ellas, miró
a todas partes para comprobar que se encontraba sola y al no ver a nadie, cerró
los ojos y el calor que emanaba de su cuerpo encendió una pequeña llama. Al ver
su hazaña, Sarah sonrió orgullosa y triunfal. Pero no estaba sola, alguien la
observaba oculto tras unos matorrales y la joven ajena a todo, celebró la
festividad con sus hermanas como era de esperar.
Al
terminar los rituales, mientras todas las demás brujas se marchaban a recorrer
el bosque y bañarse desnudas en el lago, Sarah se quedó rezagada,
recogiendo las sobras y todo cuanto habían usado, no quería que tuviesen
problemas con los vecinos y las acusaran de brujería.
Por aquellos tiempos, la
caza de brujas estaba al alza, debían tener cuidado con hacer manifestaciones
delante de los demás o tendrían muchos problemas. Entonces, el hombre que se
encontraba oculto salió de su escondite y sorprendió a Sarah, a la que se le
cayeron las manzanas al suelo de la impresión.
Abraham: ¿Qué haces
aquí a estas horas, Sarah?
Sarah: Buenas
noches, gobernador. Verá, mis amigas y yo nos hemos reunido esta noche para
cenar juntas y estaba recogiendo la mesa. Hace una noche muy buena y queríamos
cenar al aire libre. ¿Qué le trae por mi humilde morada?
Abraham: He visto lo
que has hecho. ¡Eres una bruja! ¿Cierto? No me lo puedes negar, lo que no sé a
ciencia cierta es si eres la única oveja negra de tu familia o hay alguien más en el rebaño.
Sarah: No, yo… Ninguna
lo es.
Abraham: No temas,
no diré nada.
Sarah: Gracias,
señor.
El
gobernador se acercó a Sarah y le apartó un mechón de pelo de la cara. Ésta por
instinto se apartó de él, pero apenas logró zafarse y por desgracia, aquella
noche no solo marcaría de por vida a la joven, sino también el curso de la
historia.
Con
las ropas rasgadas llegó a su casa, su madre y sus hermanas aun no habían
regresado de la celebración, por lo que se fue directamente a la tina a darse
un baño. Se sentía sucia y quería limpiarse lo mejor posible el rastro de aquél
desgraciado, que había acabado con ella en aquél altar, bajo la luna llena de
sangre.
Nunca pasa nada bueno cuando hay sangre en la luna y Sarah lo había aprendido de la peor forma posible. Bajo el agua, se dejó llevar en un mar de lágrimas, nadie sabría jamás lo sucedido, la vida de su madre y sus hermanas dependía de ello y Sarah lo sabía, el gobernador se había encargado de hacérselo entender.
Nunca pasa nada bueno cuando hay sangre en la luna y Sarah lo había aprendido de la peor forma posible. Bajo el agua, se dejó llevar en un mar de lágrimas, nadie sabría jamás lo sucedido, la vida de su madre y sus hermanas dependía de ello y Sarah lo sabía, el gobernador se había encargado de hacérselo entender.
Pasaron
las semanas y Sarah no pronunciaba palabra, temía que al hacerlo, una lágrima furtiva
se le escapase y no fuera lo suficientemente fuerte, como para evitar, que su lengua
volase libre y fuera de control.
Una
noche, su hermana pequeña se encontraba en el granero, dando de comer a las
gallinas, cuando escuchó un ruido y se escondió. El gobernador entraba por la
puerta, casi arrastrando a su hermana Sarah que iba llorando desconsolada. Cada
noche ocurría lo mismo, cuando todas se iban a dormir, el gobernador entraba
por la ventana de la habitación de Sarah y la arrastraba hasta el granero
donde le arrancaba un pedazo de su alma cada vez mayor. Apenas quedaba nada de la joven que
había sido antaño. Cuando el gobernador se marchó, la hermana pequeña de Sarah, que tan solo tenía un par de años
menos que ella, salió y se arrodilló junto a su hermana para abrazarla.
Meg: ¡Sarah!
¿Estás embarazada?
Sarah: No se lo
digas a nadie, por favor Meg.
Meg: Pero pronto
empezará a notarse. ¿Cómo nos lo has ocultado todo este tiempo? Sobre todo a
madre, sabes que ella lo huele a distancia.
Sarah: No puedes
decir nada a nadie, hice un hechizo de ocultación, pero no resistirá
eternamente. Yo sé que mi vida está sentenciada, pero las vuestras están a
salvo mientras yo no diga nada. Debes prometérmelo, hermana.
Meg
vio la súplica en los ojos de su hermana y no pudo negarle nada.
Meg: Te lo
prometo, Sarah.
MESES
DESPUÉS
Sarah
era una joven muy bella y dulce, las mujeres del pueblo siempre estuvieron celosas de ella y ahora que sabían que estaba
embarazada, tan joven y sin marido, no tardaron en especular acerca de su
condición de bruja. Todas temían que alguno de sus esposos hubiese sido
hechizado y la hubiese dejado en cinta, por lo que los rumores no tardaron en
llegar hasta la inquisición.
Una
mañana, mientras Sarah y su familia desayunaba tranquilamente, escucharon unos caballos que se
aproximaban a la casa. Cuando la madre de Sarah salió, ya sabía lo que les esperaba. Unos
hombres entraron a la fuerza y sacaron a Sarah a empujones, la
metieron en un carro con rejas de hierro y la llevaron a los calabozos, donde sería ajusticiada. La
joven conocía su destino y sabía muy bien que lo único que podía hacer, era
poner a salvo a la criatura que portaba en su interior, ella sería la encargada
de transmitir su legado, el legado de las brujas.
Sarah: ¡No soy
bruja!
Inquisidor: ¡Una vez
más!
Sarah: ¡No, por
favor! ¡No lo soy!
A
Sarah le ardían los pies, le habían hecho cruzar un camino de brasas candentes
y las ampollas no le dejaban a penas caminar, además, le habían hecho meter las
manos en una hoguera, clavado agujas por todo el cuerpo y ahora estaba atada
con una cuerda alrededor de sus axilas y era introducida en un pozo lleno de agua, una y otra
vez hasta que perdía el conocimiento.
Sarah
tenía contracciones y el bebé estaba a punto de nacer, no había tiempo que
perder. La mujer se hizo con una palancana de agua caliente y muchos trapos. El guarda se marchó de la celda, al pensar que sería muy macabro ver a una bruja dando a luz a un ser tan demoniaco y
temeroso de la acción de Dios, dejó solas a las dos
mujeres.
Tras
varias horas de agonía, Helena llegó al mundo, sana y salva. Era una preciosa
niña con el pelo negro y las mejillas sonrosadas. La mujer cargó a la niña en sus
brazos y se la cedió a Sarah envuelta en unos trapos. Sarah cogió a su hija y
la emoción le desbordó. Cerró los ojos, recitó unas palabras en voz alta y le besó la
frente, marcándola con su energía y cediéndole todo su poder. Además, había
silenciado a su hija durante unos momentos, hechizándola el tiempo suficiente
para que pasase por un cadáver a los ojos de los guardas, que al darla por
muerta se lo dirían al inquisidor y la niña dejaría de estar en el punto de mira. Entregó
la niña a la mujer que le había ayudado a dar a luz y le rogó que cuidase de
ella.
Sarah: Por favor,
se lo ruego. No deje que se la lleven, la matarán.
Morgana: No puedo,
nunca he querido tener niños, soy una mujer solitaria.
Sarah: Por favor,
usted es una bruja como yo y como lo es ahora mi hija, no les deje que la
maten, se lo ruego. Mi vida ya esta sentenciada y sé que ella está predestinada
a hacer grandes cosas y en el fondo de su corazón, usted también lo sabe.
La
mujer miró a los ojos de la niña, tan azules y profundos como un mar
embravecido y pudo ver lo que Sarah le decía, esa criatura era especial.
Morgana: Tiene la
chispa en sus ojos, no hay duda. No te preocupes querida, yo cuidaré de ella
como si fuese mi propia hija.
Sarah
le cogió la mano y la apretó en señal de gratitud, sabía que sería la única
forma de mantener viva a su hija. Si entregaba la niña a su familia, siempre y
cuando el inquisidor no la matase o la hiciese su sierva, podría poner en
peligro a su madre y sus hermanas. Qué diferente hubiera sido todo si su padre
hubiese vuelto con vida de la guerra. Miró por última vez a su tesoro, antes que
las lágrimas lo inundasen todo y se preparó para lo que en unas horas acontecería, su
final.
La
mujer salió de la celda con la niña envuelta en andrajos, cuando pasó junto al
guarda, le mostró a la criatura que no respiraba y estaba casi azul, el guarda le
dijo que serviría de comida para los cerdos, por lo que la mujer asintió con la
cabeza y se marchó con la niña en los brazos. Al salir de las mazmorras, la pequeña volvió
a respirar y a recuperar su color rosado natural. Morgana le dedicó una dulce sonrisa y se marchó.
Al atardecer, allí
estaba Morgana, oculta bajo una capucha marrón, con la niña entre sus ropas, pegada
a su cuerpo y escondida entre la multitud. Los clarines sonaron y las puertas de las mazmorras se abrieron para
dejar paso a una hilera de presos encadenados, entre los que se encontraba Sarah.
La
joven había terminado confesando por brujería, tras recibir la visita del
gobernador en su celda y asegurarle que si ella
confesaba, acatando el castigo que el inquisidor le impusiera, su familia
estaría a salvo. Por suerte o por desgracia, el gobernador era un hombre oscuro,
pero de palabra y cumplió su promesa. Pero el precio que tuvo que pagar Sarah
fue muy alto, quemarse en la hoguera hasta morir.
Sí,
así era. Allí estaban las pilas de heno a los pies de los cinco grandes postes de
madera, a los que ataron a los presos. La familia de Sarah lloraba desconsolada,
pero Sarah no derramó ni una sola lágrima más, se mantuvo firme con la mirada
perdida en el horizonte.
Muchedumbre: ¡Destrúyanlos a todos, el señor lo
sabrá todo! ¡A la hoguera con ellos! ¡Muerte a la bruja!
Verdugo: ¿Algo que alegar?
Sarah: Los dioses de una antigua religión,
son los demonios de una nueva. Nunca le deseé el mal a nadie, pero solo espero
que algún día se haga justicia, por el bien de la humanidad.
Morgana
no quería ver como terminaban las cosas, no podría explicarle a Helena el día
de mañana, que no pudo hacer nada para salvar a su madre mientras veía como la
quemaban en la hoguera. No sería capaz de mirarla a la cara y además, tampoco podía estar presente en las ejecuciones, su empatía
la destrozaba por dentro al sentir lo mismo que sentían las personas de su alrededor.
Antes
de tomar el camino que salía del pueblo, para no regresar jamás, echó un último
vistazo a Sarah, que ya comenzaba a notar como el calor abrasador subía por debajo
de su falda y pudo entrever en sus labios, un último "gracias" salir de su boca, antes de
estremecerse de dolor y perder el conocimiento.
Morgana
se alejó con lágrimas en los ojos y con una pequeña niña durmiendo en su regazo,
bajo la gruesa túnica que llevaba. Esa pequeña lo cambiaría todo, estaba segura,
ella marcaría el inicio de una nueva era. El resurgir de las brujas.
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario