martes, 22 de abril de 2014

Abrazando lo sobrenatural. 5ª Parte. “¿Sueño o realidad?”




Samantha andaba de un lado para otro sin parar. Si seguía así, no tardaría en hacer un surco en el suelo de su habitación. Miraba la cama con miedo, no quería dormir, le atemorizaba. Últimamente, sucedían cosas demasiado extrañas, sus sueños se volvían cada vez más reales. Los colores se volvían más nítidos, despertaba con el pelo oliendo a margaritas, cuando esa noche había soñado que se tumbaba en un campo lleno de ellas y en ocasiones, terminaba empapada de pies a cabeza tras soñar que se zambullía en un inmenso lago. Tenía miedo de dormirse y no despertar jamás.
No podía aguantar más, llevaba varias noches en vela y sus ojos le pesaban más que nunca. Suspiró y lentamente se introdujo en la cama, tras apagar la luz. El sueño pronto la invadió y se dejó llevar a otro mundo.

¿Dónde estaba? Se vio a sí misma sentada en un taburete de una cafetería, como aquellas de los años 50, con la máquina de discos, solo que esta servía de decoración, nada más. Había gente sentada en las mesas desayunando y otros cuantos en la barra, tranquílamente con su café y el periódico. De pronto algo le llamó la atención, un pequeño televisor antiguo, de esos con tubo de imagen que estaba puesto sobre un soporte colgado de la pared, en la esquina superior izquierda del bar. Por el pequeño y pesado aparato, se podían ver imágenes de un accidente a las afueras de …¿dónde dijo? No consiguió escucharlo bien. De pronto un hombre de pelo canoso y gafas de pasta que estaba junto a Sam, le pidió a la camarera que subiera el volúmen. La camarera intrigada, lo hizo sin rechistar. Al parecer, un pequeño meteorito se había extrellado en las inmediaciones de un pantano cercano a la cafetería.

Samantha: ¿Un pantano?

Shhhhhhh. Le recriminó una señora, que había en una mesa cercana.

Profesor: ¡Vamos chicas! ¡Démonos prisa!
Samantha: ¿Perdone?
Meg: Vamos Sam, ayúdame a coger el equipo.
Samantha: ¿Qué equipo? ¿Quién eres?
Meg: Déjate de tonterías, que no pienso cargar con los trastos del profe yo sola. Coge esa bolsa.
Sam no sabía qué hacer, por lo que cogió la bolsa, que aquella chica le dijo y salió tras ellos.
Al salir de la cafetería, Sam se dio cuenta que ya no estaba en su casa, ni en su ciudad, ni si quiera en su país. Hacía calor, mucho calor. La humedad y los mosquitos la estaban matando.

Profesor: Meg, pásale el spray a Sam, no quiero que se la coman los mosquitos. Vinimos a recoger muestras de especímenes, no a ser uno de ellos.
Samantha: ¡Ja, que gracioso!

Meg se rió y le pasó el spray a Sam. No anduvieron mucho, justo a unos 100 metros de la cafetería, había un pequeño embarcadero, con un par de botes atados. El profesor echó su bolsa en uno de remos, Meg hizo lo mismo y Sam lo imitó. 

Samantha: ¿Vamos a ir en eso?
Profesor: En eso vinimos. ¿Qué te pasa hoy? Estás muy rara.
Samantha: Será el calor, no lo aguanto.

Los tres se subieron al bote y el profesor comenzó a remar, se le daba bien, por lo que Meg comenzó a hacer anotaciones y a revisar el equipo mientras Sam hacía memoria de cómo había llegado hasta ese lugar. La humedad se le pegaba a su blusa blanca de lino y a los pantalones cortos de color caqui que llevaba. Los pies le ardían dentro de las botas “Campers” que llevaba. Se ahuecaba la ropa y se abanicaba con unas tarjetas con fotos de insectos y animales raros que llevaba en la mano.
Tras varias horas remando, el profesor se puso tenso, estaban llegando al lugar del accidente.

Samantha: Una pregunta, sin mala intención. Pero…¿Porqué demonios vamos al lugar del accidente, si a lo que hemos venido es a recoger y catalogar especies?
Profesor: Somos el equipo científico más próximo. No hay nadie que pueda llegar aquí en menos de 24 horas. Nuestra obligación es…
Meg: Ya lo sabemos profesor. Investigar todo hecho científico importante y catalogarlo. Sabemos cuanto quiere recibir ese premio y lo cerca que está de ello, pero a lo que Sam creo que se refiere, es que no sabemos que nos vamos a encontrar y si llevamos el equipo adecuado.
Samantha: Si… mmmmmmmm. Exactamente eso quería decir. Gracias Meg.

El profesor hizo girar las órbitas de sus ojos y resopló. Cuando llegaron al embarcadero, Sam pudo ver que había una tienda de alimentación. ¿En serio? Esto está en el culo del mundo, no sé para qué querrán un supermercado tan lejos.

Profesor: Id por víveres, yo voy a investigar un poco por aquí. Preguntadle al dependiente si sabe algo.

Las chicas recogieron el equipo del bote y entraron en la tienda con la cabeza baja.

Meg: Parece que no hay nadie.
Samantha: Habrá salido a ver lo que pasó. Dudo que haga falta poner el cartel de vuelvo en cinco minutos cuando no hay ni dios por los alrededores.

Dejaron los macutos en la puerta y recorrieron las estanterías. Sam se detuvo en una de bebidas isotónicas, necesitaba reponer los minerales que desprendía por el sudor.

Samantha: ¡Qué calor! Un día más aquí y me pego un tiro. ¿Meg?

Vio a Meg que retrocedía de espaldas por el pasillo principal y se detenía a la altura del pasillo en el que Sam se encontraba. Cuando Sam fue a preguntarle que hacía, Meg levantó un dedo de su mano derecha en dirección a Sam, para hacer que se callara. En un instante se agachó y se escondió detrás del estante. Le dijo a Sam que se agachara con la mano y fuese hasta ella. En ese instante Sam escuchó un ruido, un sonido procedente de un animal, que le heló la sangre. Se agachó y fue sigilosamente hasta donde Meg se encontraba. Ese ruido volvió a escucharse, pero esta vez otro le contestó. Meg le susurró con lágrimas en los ojos que estaban perdidas. Había dos lagartos gigantes tres estantes más allá. Tenían unas garras curvadas que desgarrarían cualquier presa. 


Meg: Tengo mucho miedo Sam. ¿Qué hacemos?
  
Samantha miró en todas las direcciones y no vio escapatoria posible, si salían por la puerta de cristal, esos lagartos que decía su compañera, no tendrían problemas para atravesar dicho cristal y seguirlas. No había nadie para ayudarlas, el profesor no daba señales de vida y el bote estaba demasiado lejos para que llegaran hasta él.
Sam se incorporó un poco, para poder ver por encima del estante sin ser vista. Para su sorpresa, vio una señal luminosa que indicaba que el cuarto de baño se encontraba justo al otro lado de la tienda. Pensó que podrían encerrarse allí hasta que alguien las rescatara. De repente, una cabeza de reptil alargada se asomó justo detrás del estante en el que se encontraban las chicas. Su cara y la del VELOCIRAPTOR, se quedaron a unos centímetros. El velociraptor elevó la cabeza y emitió un sonido ahogado, otro velociraptor que estaba unos estantes más allá, levantó su cabeza y emitió otro sonido a modo de contestación. A Sam por poco le da un ataque, se quedó paralizada, los ojos se le iban a salir de las órbitas y su respiración se aceleró preocupantemente. Solo alcanzó a gritar.

Samantha: ¡Corre! 


Sam salió corriendo hasta el baño, seguida de Meg. El velociraptor había saltado hasta donde se encontraban, pero justo unos segundos tarde, tiempo suficiente para que las chicas pudieran escapar. Sam entró empujando la puerta con el codo y Meg entró justo después, a tiempo de que Sam cerrara la puerta y un velociraptor se estrellara en ella.
Meg lloraba desconsolada, estaba sentada en la taza del váter cubriéndose la cara con las manos. Sam miraba el picaporte de la puerta, veía como se movía.


Samantha: No me lo puedo creer. Meg, sal de aquí y corre cuanto puedas. (Mientras se apoyaba con las dos manos en la puerta para evitar que aquellas criaturas entraran y se las comieran).
Meg: ¿Qué? ¡No! No te dejaré aquí.
Samantha: Yo iré detrás de ti. Pero…¡CORRE!


Meg salió por la estrecha ventana alta que había sobre la taza del retrete. Sam intentó aguantar las embestidas, no conseguía oír nada que no fuesen los gruñidos de aquellas bestias. Cogió aire y soltó la puerta, subió corriendo a la taza del váter y salió a tiempo por la ventana, antes de que uno de los velociraptores le atrapase el pie. Cayó al suelo, estaba húmedo, se levantó y estaba llena de sangre. ¿Meg?

Samantha: Meg…. ¡No!


Los ojos se le empañaron al ver una de las botas ensangrentadas de Meg. Los ruidos se hacían más próximos, por lo que echó a correr, no dejó de correr en ningún momento y no miró atrás. No conseguía ver por dónde iba y tampoco sabía hacia donde, tenía los ojos empañados por las lágrimas y no dejaba de tropezarse con todo lo que había a su paso.
De pronto sintió que su cuerpo caía al suelo y notó un fuerte dolor en las pantorrillas. Cayó de boca, pero tuvo tiempo de poner las manos para evitar romperse los dientes. ¿Con qué había tropezado? Giró a un lado la cabeza y junto a su cara, había unas gafas rotas de pasta. No, otro no. Se incorporó, se giró y vio el cuerpo del profesor, o lo que quedaba de él, tirado tras el tronco caído con el que había tropezado. Le escocía el corte que se había hecho en la pierna con la dura corteza del árbol. Le sangraba y estaba cansada de correr. No sabía qué hacer. 

Se intentó poner de pie, pero las piernas apenas le obedecían y volvió a caerse, de pronto, mientras conseguía ponerse de rodillas, unos ojos amarillos aparecieron frente a su cara. No se movió ni un ápice, pero sabía que no sería suficiente. El velociraptor emitió un gruñido y Sam pensó que era su fin. Ante sus ojos, aparecieron momentos de su niñez y adolescencia, que pronto quedarían en el olvido. Se imaginó los titulares que aparecerían en la prensa, si algún día los encontraban. 

“Un profesor, dos alumnas y el empleado de un ultramarinos, devorados por unos dinosaurios procedentes del espacio.”


Cerró los ojos con fuerza y agachó la cabeza. Cuando pensaba que todo había terminado para ella, notó como alguien la agarraba de la cintura y la elevaba por los aires. Abrió los ojos y notó unos brazos fuertes que la sujetaban en el aire. ¿En serio?
Debería estar demasiado mal por la pérdida de sangre, porque había pasado del cretácico a volar por la selva, de liana en liana, en brazos de Tarzán. 

Pasados unos minutos, el chico bajó al suelo y la dejó apoyada contra un árbol. Se agachó para estar a la altura de los ojos de Sam y le arrancó una manga de la camisa para atársela alrededor de la herida.

Samantha: Gracias por salvarme la vida.

El chico le sonrió, se levantó y se marchó. Sam volvía a estar sola en aquél lugar, con aquellas fieras intentando devorarla. Se incorporó como pudo y se giró.
Eso no podía ser real, había una puerta de emergencia con un cartel luminoso que decía “salida”.  
Tanto si era real, como no, no se iba a quedar en aquél lugar más tiempo esperando a ser devorada por algún velociraptor. Se encaminó a la puerta y la abrió, el fogonazo de luz que recibió al abrir la puerta, hizo que se tapara los ojos con el antebrazo.

Abrió los ojos, estaba en casa, en su cama. Estaba sudando y muy sucia. Notó un dolor fuerte en su pierna derecha y retiró las sábanas. Allí estaba, el vendaje improvisado que aquél chico de ojos claros le había realizado.
Se levantó, se duchó y desinfectó la herida, se puso un vendaje limpio y se sirvió el desayuno. Todo eso era superior a sus fuerzas.

Pasados unos meses, Sam se encontraba con una amiga paseando por el centro. Susana se adelantó y le hizo señales a Sam.

Susana: Ven corre. Mira, la película de Spielberg que te dije que quería ver. ¿Entramos?

Sam elevó la mirada hasta el cartel de la película.

Samantha: Jurasic Park. Claro. ¿Porqué no?

Esta noche dormiré con un cuchillo bajo la almohada y las zapatillas de correr puestas, por si acaso, pensó mientras su amiga y ella entraban en la sala del cine.


 FIN

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