lunes, 21 de abril de 2014

Abrazando lo sobrenatural. 4ª Parte. “Angeles y demonios”.

Hacía frío y estaba lloviendo. No había ganas de salir de casa. Samantha estaba terminando de leer uno de sus libros favoritos, la saga de “Oscuros”. Se encontraba sentada en el alféizar de la ventana, con la calefacción puesta y su pijama de perritos favorito. No quería reconocerlo, pero estaba totalmente hechizada por uno de los personajes del libro, un demonio, que aunque la sacaba de quicio en muchas cosas, los detalles que tenía con la protagonista, la volvían loca. No podía dejar de leer. Ya era la segunda vez que se leía todos los libros. Terminó por fin de leer y cayó rendida.

Cuando se levantó, se arregló, desayunó y sacó a su perro. Iba pensando en ese demonio de ojos verdes, se imaginaba que actor haría de su personaje si llevasen el libro a la gran pantalla y pensó que Brant Daugherty sería perfecto para el papel. 

Sin querer, hizo algo de lo que más tarde se arrepentiría, deseó que el demonio del libro fuese real y llegase volando a buscarla con sus alas de color bronce, esas que a Sam tanto le gustaban.
De pronto el aire comenzó a agitarse con más fuerza y se convirtió en algo aterrador. Decidió que ya era tarde y tenía que ir a clase, tenía prácticas a primera hora.

Se fue a clase, estuvo como de costumbre, gastando bromas y hablando con sus compañeros a la hora de comer, nada había cambiado, o eso creía ella.
Cuando llegó por la tarde a su casa, volvió a sacar a su perro que estaba ansioso de tanto esperar. Siempre seguía la misma ruta y siempre se detenían en los mismos sitios, pero esta vez era diferente. En uno de los árboles desnudos, debido a que el otoño hacía pocos días que había dado paso al invierno, creyó ver algo, una silueta. Cuando agudizó la vista, no había nada, absolutamente nada, pero se sobresaltó al ver  que una bandada de mirlos, habían echado a volar de repente. Entonces se fijó en un tejado lejano, ¿sería cosa suya o allí en lo alto había una figura oscura observándola? Parecía moverse y agacharse para ponerse en cuclillas. Los pelos se le pusieron como escarpias. Seguro que era una sombra ¿pero de qué?

Se volvió y se marchó a casa. Estaba teniendo uno de esos presentimientos que no le gustaban nada. Algo malo iba a suceder, podía sentirlo.
Durante toda la noche se sintió observada, no conseguía pegar ojo. Solía dejar una rendija abierta de la persiana para que entrase algo de luz, pero la farola la estaba molestando demasiado, no hacía más que parpadear.

-¡No lo aguanto más!-

Se giró en la cama e intentó alcanzar la cuerda del estor alargando el brazo, por instinto miró por la rendija de la ventana a la farola, para dedicarle una mirada feroz y pudo ver unos ojos verdes que la acechaban tras el cristal. 

Ahogó un grito al taparse la boca con las dos manos y se incorporó en la cama. No podía creer lo que había visto. Se asomó a toda prisa por la ventana, pero afuera no había nadie. Era imposible que hubiese desaparecido tan rápido, vivía en un piso alto, tendría que haber necesitado una escalera para subir. Cerró por completo la persiana y se metió en la cama, tapada hasta la cabeza, como si eso pudiese resguardarla de cualquier mal que la atormentase. 

A la mañana siguiente se levantó fatal, no había conseguido dormir a penas nada, tenía ojeras y comenzó a invadirla una sensación de odio y asco, que no podía entender.
Ese día fue horrible, tenía un humor de perros, provocaba situaciones para pelearse con la gente, les lanzaba piropos a los chicos guapos con los que se cruzaba y tenía calor, mucho calor, en todos los sentidos. Yendo de vuelta a casa le dieron ganas de tirar a una chica a las vías del tren para arrebatarla sus botas nuevas y por poco le da un puñetazo a un chico que le guiñó un ojo para robarle el sándwich que llevaba.
Eso no podía estar pasando.

-¿Qué te sucede Sam?- Debes relajarte.- Se dijo a si misma en voz alta mientras se golpeaba la frente con la mano.

Cuando llegó a casa, discutió con sus padres, lo estaba pagando con todo aquél que se le acercaba, por lo que se encerró en su cuarto y se puso a llorar. Estaba desesperada. Cuando se calmó, volvió a sacar a su perro, pero tenía miedo de volver a pasar por la misma ruta de siempre, aunque, cualquiera le llevaba la contraria a Skype.

Iba con miedo, notaba como la observaban, pero hacía frio y no había nadie por la calle. Volvió a mirar al árbol aquél, el mismo del día anterior, pero no había nada, en el tejado, tampoco. Que bien, pensó. Se relajó un poco y continuó su paseo.
De pronto, justo encima de ella, los pájaros negros salieron espantados como si algo los hubiese asustado y no pudo hacer otra cosa que mirar hacia arriba, aunque no debió hacerlo.
Allí estaba él, un chico joven de ojos verdes y vestido todo de negro estaba en lo alto del árbol. ¿Cómo había llegado hasta allí? Sam se quedó paralizada, blanca como la nieve y fría como el hielo. El chico le guiñó un ojo y le lanzó su mejor sonrisa, pero de repente, desapareció. 

-¿Dónde?-

No estaba, había parpadeado un segundo y ya no estaba. Ahora si que tenía miedo y eso era decir poco. Se fue directamente a casa y sin decir palabra se encerró en su habitación. ¿Qué haría?
Después de darle muchas vueltas, decidió llamar a su amigo Eric, el brujo negro. Mientras marcaba su número, recordó la forma en que se conocieron.

Flashback. Hace algún tiempo:

Sam recibió una llamada que le hizo mucha ilusión, una amiga a la que no veía hace años. Hablaron durante una hora larga, tenían mucho que contarse,pero apenas se les hizo un instante. Decidieron quedar para verse, pero Becky le pidió algo a  Sam, si podía llevar a un amigo suyo, porque la quería conocer. Sam se extrañó un poco y le preguntó que era lo que tenía tan especial para que uno de sus amigos la quisiera conocer y más cuando hacía tanto que no se veían. Becky le dijo que su amigo era un brujo negro y quería conocer a una bruja blanca que no tuviera miedo de estar con el en la misma habitación. Y como Sam no era de las que esconden la cabeza bajo tierra, aceptó.
Los días previos al encuentro, fueron extraños. Sam se sentía como si volara. Estaba feliz y las mariposas blancas la seguían a todas partes. No era cosa suya, al principio pensó que sí, pero cada vez que salía de casa, un grupo de mariposas la seguía, la rodeaban y hasta le rozaban al pasar volando junto a ella. Se sentía como en un cuento de hadas. A veces las veía revolotear en su ventana, era precioso y a la vez preocupante. Nunca había visto nada igual.

Al fin llegó el día de conocerse, habían quedado en el centro, pues cada uno vivían en una punta de la ciudad.
Cuando le vio llegar con el abrigo negro y largo, creyó que justo detrás aparecerían Neo, Triniti y Morfeo. Se notaba a la legua que era un brujo negro y por lo que le dijo a Sam, a ella se le notaba que era una bruja blanca, tanto o más que a él.
Se dirigieron a una cafetería, que por suerte, estaba abarrotada en la planta baja, pero la parte de arriba estaba totalmente vacía, nadie les molestaría.
Nada más sentarse los tres a la mesa, una bandada de pájaros entró por la puerta, subió hasta su mesa y revoloteó por encima de sus cabezas a una distancia prudencial. Cuando terminaron, se marcharon y a los tres les entró la risa.
Desde aquél entonces eran amigos y siempre que recordaban aquello, les hacía gracia, no lo podían evitar. Momento pájaros de Hitchcock, como lo apodó Sam.

Ahora:

-No lo coge.  ¡Mierda!-

Tras varios intentos fallidos Sam se sentó en el suelo, se sujetó las rodillas con los brazos y se dejó llevar. Notaba como los siete pecados capitales vanidad, gula, avaricia, pereza, envidia, ira y lujuria, se instalaban en su interior y le hacían volverse algo peligroso. Necesitaba ayuda y rápido.

-Dios ayúdame, por favor. Necesito ayuda.-

Las lágrimas no cesaban, se sentía prisionera de si misma, pero de pronto todo cambió. Una ráfaga de aire caliente entró en la habitación, pero ¿por dónde? La ventana estaba cerrada al igual que la puerta, no podía haber corriente. Sintió como la tristeza y la ira que la habían invadido momentos antes, desaparecían.

¿Tan eficaz había sido? Era imposible, ¿no?… Pero ahora se sentía fuerte, valiente, decidida. No podía ser cosa suya, hace tan solo unos segundos estaba desesperada, a punto de dejarlo todo para hundirse en la miseria y ahora…. Ahora podría comerse el mundo con solo chasquear los dedos.

Necesitaba saber a qué se debía ese cambio, por lo que, como era de esperar, recurrió al tarot.
No se lo pensó más e hizo varias preguntas sencillas, para descubrir lo que había sucedido. Tras varios minutos indagando, las cartas le confirmaron lo que temía. Había sido acosada por un demonio al que ella misma había invocado sin darse cuenta. ¿Pero si eso era cierto, qué la rescató? No tenía ni idea, siguió preguntando hasta dar con una respuesta, un ángel. ¿De verdad? Aunque si existían los demonios, también existirían los ángeles. No tenía ni idea de cómo averiguar el nombre, con el tarot no es nada fácil. Pensó un momento y lo supo, su amiga Isa tenía una baraja de ángeles, la llamaría. Pero era demasiado tarde, por lo que le escribió un mensaje esperando que lo leyese y pudiese prestársela al día siguiente, en clase.
Se sentía mejor que nunca. Todo le salía a pedir de boca, estaba tan feliz que podría haberse puesto a dar vueltas al igual que una peonza.
Su amiga no había visto el mensaje, por lo que debería esperar un día más y Sam nunca había sido famosa por su paciencia, por lo que al llegar a casa lo intentó de nuevo con las cartas. Tras mucho rebuscar, descubrió un nombre, Uriel.

Indagó por internet y mientras leía lo que decían de aquél espléndido arcángel…. ¿Arcángel? Ni más ni menos, uno de los 7 arcángeles había ido a su rescate, no se lo podía creer. Entonces notó como algo o alguien la abrazaba por detrás, no había nadie, pero sentía como algo suave y cálido le rozaba los brazos, le recordaba al edredón de plumas que tenía en su cama y por fin en varios días, se sintió a salvo. Ese sentimiento la invadió y se dejó llevar hasta que se durmió.
A la mañana siguiente se despertó eufórica, cuando llegó a clase y su amiga le confirmó lo del arcángel Uriel, le dijo que no era nada fácil encontrarse con uno de los arcángeles y mucho menos, que uno de ellos bajase a proteger a alguien, solo lo hacían  en los casos especiales.
Sam pasó el día imaginándose como sería, como la envolvía con las alas y la llevaba a surcar los cielos.
Cuando llegó a casa, dejó las cosas y se tumbó en la cama, cerró los ojos y se dejó llevar por su imaginación. De pronto sintió algo cálido y dulce en sus labios y abrió de golpe los ojos. No había nadie, estaba ella sola en su habitación, pero …

-¿Qué es esto?-

Una pluma blanca estaba junto a su almohada. La cogió entre sus manos y tuvo una premonición, le vio, estaba allí, sentado en lo alto de una nube, con su pelo rubio y sus ojos azules y un traje de lino blanco. La miró a los ojos y la sonrió. A Sam solo de pensarlo le entró un frío… estaban por lo menos a tres grados bajo cero y el allí, tan perfecto e inmutable en su nube. Regresó de su ensoñación y volvió a mirar la pluma,  seguía en su mano, no había sido un sueño. Se volvió a tumbar en la cama y se hizo un ovillito mientras sujetaba con fuerza su pluma entre las manos, por miedo a perderla.

Estaba enamorada de un ángel. ¿Eso era posible? Sus ojos se cerraron poco a poco y fue cayendo en un profundo sueño, sueño que sería el más maravilloso de su vida.

Continuará...

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