Hacía frío y
estaba lloviendo. No había ganas de salir de casa. Samantha estaba terminando
de leer uno de sus libros favoritos, la saga de “Oscuros”. Se encontraba sentada
en el alféizar de la ventana, con la calefacción puesta y su pijama de perritos
favorito. No quería reconocerlo, pero estaba totalmente hechizada por uno de
los personajes del libro, un demonio, que aunque la sacaba de quicio en muchas
cosas, los detalles que tenía con la protagonista, la volvían loca. No podía
dejar de leer. Ya era la segunda vez que se leía todos los libros. Terminó por
fin de leer y cayó rendida.
Cuando se
levantó, se arregló, desayunó y sacó a su perro. Iba pensando en ese demonio de
ojos verdes, se imaginaba que actor haría de su personaje si llevasen el libro
a la gran pantalla y pensó que Brant Daugherty sería perfecto para el papel.
Sin querer,
hizo algo de lo que más tarde se arrepentiría, deseó que el demonio del libro
fuese real y llegase volando a buscarla con sus alas de color bronce, esas que
a Sam tanto le gustaban.
De pronto el
aire comenzó a agitarse con más fuerza y se convirtió en algo aterrador.
Decidió que ya era tarde y tenía que ir a clase, tenía prácticas a primera
hora.
Se fue a
clase, estuvo como de costumbre, gastando bromas y hablando con sus compañeros
a la hora de comer, nada había cambiado, o eso creía ella.
Cuando llegó
por la tarde a su casa, volvió a sacar a su perro que estaba ansioso de tanto
esperar. Siempre seguía la misma ruta y siempre se detenían en los mismos sitios,
pero esta vez era diferente. En uno de los árboles desnudos, debido a que el
otoño hacía pocos días que había dado paso al invierno, creyó ver algo, una
silueta. Cuando agudizó la vista, no había nada, absolutamente nada, pero se
sobresaltó al ver que una bandada de
mirlos, habían echado a volar de repente. Entonces se fijó en un tejado lejano,
¿sería cosa suya o allí en lo alto había una figura oscura observándola? Parecía
moverse y agacharse para ponerse en cuclillas. Los pelos se le pusieron como
escarpias. Seguro que era una sombra ¿pero de qué?
Se volvió y
se marchó a casa. Estaba teniendo uno de esos presentimientos que no le
gustaban nada. Algo malo iba a suceder, podía sentirlo.
Durante toda
la noche se sintió observada, no conseguía pegar ojo. Solía dejar una rendija
abierta de la persiana para que entrase algo de luz, pero la farola la estaba
molestando demasiado, no hacía más que parpadear.
-¡No lo
aguanto más!-
Se giró en
la cama e intentó alcanzar la cuerda del estor alargando el brazo, por instinto
miró por la rendija de la ventana a la farola, para dedicarle una mirada feroz
y pudo ver unos ojos verdes que la acechaban tras el cristal.
Ahogó un grito al
taparse la boca con las dos manos y se incorporó en la cama. No podía creer lo
que había visto. Se asomó a toda prisa por la ventana, pero afuera no había
nadie. Era imposible que hubiese desaparecido tan rápido, vivía en un piso alto,
tendría que haber necesitado una escalera para subir. Cerró por completo la
persiana y se metió en la cama, tapada hasta la cabeza, como si eso pudiese
resguardarla de cualquier mal que la atormentase.
A la mañana
siguiente se levantó fatal, no había conseguido dormir a penas nada, tenía
ojeras y comenzó a invadirla una sensación de odio y asco, que no podía
entender.
Ese día fue
horrible, tenía un humor de perros, provocaba situaciones para pelearse con la
gente, les lanzaba piropos a los chicos guapos con los que se cruzaba y tenía
calor, mucho calor, en todos los sentidos. Yendo de vuelta a casa le dieron
ganas de tirar a una chica a las vías del tren para arrebatarla sus botas
nuevas y por poco le da un puñetazo a un chico que le guiñó un ojo para robarle
el sándwich que llevaba.
Eso no podía
estar pasando.
-¿Qué te
sucede Sam?- Debes relajarte.- Se dijo a si misma en voz alta mientras se
golpeaba la frente con la mano.
Cuando llegó
a casa, discutió con sus padres, lo estaba pagando con todo aquél que se le
acercaba, por lo que se encerró en su cuarto y se puso a llorar. Estaba
desesperada. Cuando se calmó, volvió a sacar a su perro, pero tenía miedo de
volver a pasar por la misma ruta de siempre, aunque, cualquiera le llevaba la
contraria a Skype.
Iba con
miedo, notaba como la observaban, pero hacía frio y no había nadie por la calle.
Volvió a mirar al árbol aquél, el mismo del día anterior, pero no había nada,
en el tejado, tampoco. Que bien, pensó. Se relajó un poco y continuó su paseo.
De pronto,
justo encima de ella, los pájaros negros salieron espantados como si algo los
hubiese asustado y no pudo hacer otra cosa que mirar hacia arriba, aunque no
debió hacerlo.
Allí estaba
él, un chico joven de ojos verdes y vestido todo de negro estaba en lo alto del
árbol. ¿Cómo había llegado hasta allí? Sam se quedó paralizada, blanca como la
nieve y fría como el hielo. El chico le guiñó un ojo y le lanzó su mejor
sonrisa, pero de repente, desapareció.
-¿Dónde?-
No estaba,
había parpadeado un segundo y ya no estaba. Ahora si que tenía miedo y eso era
decir poco. Se fue directamente a casa y sin decir palabra se encerró en su
habitación. ¿Qué haría?
Después de
darle muchas vueltas, decidió llamar a su amigo Eric, el brujo negro. Mientras
marcaba su número, recordó la forma en que se conocieron.
Flashback. Hace algún tiempo:
Sam recibió una llamada que le hizo
mucha ilusión, una amiga a la que no veía hace años. Hablaron durante una hora
larga, tenían mucho que contarse,pero apenas se les hizo un instante.
Decidieron quedar para verse, pero Becky le pidió algo a Sam, si podía llevar a un amigo suyo, porque
la quería conocer. Sam se extrañó un poco y le preguntó que era lo que tenía
tan especial para que uno de sus amigos la quisiera conocer y más cuando hacía
tanto que no se veían. Becky le dijo que su amigo era un brujo negro y quería
conocer a una bruja blanca que no tuviera miedo de estar con el en la misma
habitación. Y como Sam no era de las que esconden la cabeza bajo tierra,
aceptó.
Los días previos al encuentro, fueron
extraños. Sam se sentía como si volara. Estaba feliz y las mariposas blancas la
seguían a todas partes. No era cosa suya, al principio pensó que sí, pero cada
vez que salía de casa, un grupo de mariposas la seguía, la rodeaban y hasta le
rozaban al pasar volando junto a ella. Se sentía como en un cuento de hadas. A
veces las veía revolotear en su ventana, era precioso y a la vez preocupante.
Nunca había visto nada igual.
Al fin llegó el día de conocerse,
habían quedado en el centro, pues cada uno vivían en una punta de la ciudad.
Cuando le vio llegar con el abrigo
negro y largo, creyó que justo detrás aparecerían Neo, Triniti y Morfeo. Se
notaba a la legua que era un brujo negro y por lo que le dijo a Sam, a ella se
le notaba que era una bruja blanca, tanto o más que a él.
Se dirigieron a una cafetería, que
por suerte, estaba abarrotada en la planta baja, pero la parte de arriba estaba
totalmente vacía, nadie les molestaría.
Nada más sentarse los tres a la mesa,
una bandada de pájaros entró por la puerta, subió hasta su mesa y revoloteó por
encima de sus cabezas a una distancia prudencial. Cuando terminaron, se
marcharon y a los tres les entró la risa.
Desde aquél entonces eran amigos y
siempre que recordaban aquello, les hacía gracia, no lo podían evitar. Momento
pájaros de Hitchcock, como lo apodó Sam.
Ahora:
-No lo
coge. ¡Mierda!-
Tras varios
intentos fallidos Sam se sentó en el suelo, se sujetó las rodillas con los
brazos y se dejó llevar. Notaba como los siete pecados capitales vanidad, gula,
avaricia, pereza, envidia, ira y lujuria, se instalaban en su interior y le
hacían volverse algo peligroso. Necesitaba ayuda y rápido.
-Dios ayúdame, por favor. Necesito ayuda.-
Las lágrimas
no cesaban, se sentía prisionera de si misma, pero de pronto todo cambió. Una
ráfaga de aire caliente entró en la habitación, pero ¿por dónde? La ventana
estaba cerrada al igual que la puerta, no podía haber corriente. Sintió como la
tristeza y la ira que la habían invadido momentos antes, desaparecían.
¿Tan eficaz
había sido? Era imposible, ¿no?… Pero ahora se sentía fuerte, valiente, decidida.
No podía ser cosa suya, hace tan solo unos segundos estaba desesperada, a punto
de dejarlo todo para hundirse en la miseria y ahora…. Ahora podría comerse el
mundo con solo chasquear los dedos.
Necesitaba
saber a qué se debía ese cambio, por lo que, como era de esperar, recurrió al
tarot.
No se lo
pensó más e hizo varias preguntas sencillas, para descubrir lo que había
sucedido. Tras varios minutos indagando, las cartas le confirmaron lo que
temía. Había sido acosada por un demonio al que ella misma había invocado sin
darse cuenta. ¿Pero si eso era cierto, qué la rescató? No tenía ni idea, siguió
preguntando hasta dar con una respuesta, un ángel. ¿De verdad? Aunque si
existían los demonios, también existirían los ángeles. No tenía ni idea de cómo
averiguar el nombre, con el tarot no es nada fácil. Pensó un momento y lo supo,
su amiga Isa tenía una baraja de ángeles, la llamaría. Pero era demasiado
tarde, por lo que le escribió un mensaje esperando que lo leyese y pudiese
prestársela al día siguiente, en clase.
Se sentía
mejor que nunca. Todo le salía a pedir de boca, estaba tan feliz que podría
haberse puesto a dar vueltas al igual que una peonza.
Su amiga no
había visto el mensaje, por lo que debería esperar un día más y Sam nunca había
sido famosa por su paciencia, por lo que al llegar a casa lo intentó de nuevo
con las cartas. Tras mucho rebuscar, descubrió un nombre, Uriel.
Indagó por
internet y mientras leía lo que decían de aquél espléndido arcángel….
¿Arcángel? Ni más ni menos, uno de los 7 arcángeles había ido a su rescate, no
se lo podía creer. Entonces notó como algo o alguien la abrazaba por detrás, no
había nadie, pero sentía como algo suave y cálido le rozaba los brazos, le
recordaba al edredón de plumas que tenía en su cama y por fin en varios días,
se sintió a salvo. Ese sentimiento la invadió y se dejó llevar hasta que se
durmió.
A la mañana
siguiente se despertó eufórica, cuando llegó a clase y su amiga le confirmó lo
del arcángel Uriel, le dijo que no era nada fácil encontrarse con uno de los
arcángeles y mucho menos, que uno de ellos bajase a proteger a alguien, solo lo
hacían en los casos especiales.
Sam pasó el
día imaginándose como sería, como la envolvía con las alas
y la llevaba a surcar los cielos.
Cuando llegó
a casa, dejó las cosas y se tumbó en la cama, cerró los ojos y se dejó llevar
por su imaginación. De pronto sintió algo cálido y dulce en sus labios y abrió
de golpe los ojos. No había nadie, estaba ella sola en su habitación, pero …
-¿Qué es esto?-
Una pluma
blanca estaba junto a su almohada. La cogió entre sus manos y tuvo una
premonición, le vio, estaba allí, sentado en lo alto de una nube, con su pelo
rubio y sus ojos azules y un traje de lino blanco. La miró a los ojos y la
sonrió. A Sam solo de pensarlo le entró un frío… estaban por lo menos a tres
grados bajo cero y el allí, tan perfecto e inmutable en su nube. Regresó de su
ensoñación y volvió a mirar la pluma, seguía
en su mano, no había sido un sueño. Se volvió a tumbar en la cama y se hizo un
ovillito mientras sujetaba con fuerza su pluma entre las manos, por miedo a
perderla.
Continuará...
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