Cloe estaba
sentada en el pequeño balancín del porche de su casa, leyendo un libro. Estaba
absorta en la novela, devoraba cada hoja como si fuese la última. De pronto
escuchó un ruido, levantó la vista de su libro y vio que todo a su alrededor se
había detenido. Los coches, el repartidor de periódicos, una mosca que pasaba
cerca de Cloe se quedó suspendida junto a su cara, la lluvia que caía, todo se
había detenido. Era como si alguien le hubiese dado a la pausa.
Cloe dejó el
libro, se quitó el fular que llevaba encima y se levantó. Ni si quiera el
balancín se movió. Bajó las escaleras del porche y según avanzaba, veía las
gotas de agua suspendidas en el aire, cuando las atravesaba, le empapaban la
cara, pero las gotas no resbalaban por sus mejillas. De pronto, todo recuperó
su movilidad y en un instante se caló hasta los huesos. Regresó al porche,
recogió sus cosas y se metió en casa. ¿Qué había pasado? A lo mejor tanta
lectura la estaba volviendo loca, ya no sabía diferenciar entre la realidad y
la ficción. Decidió cambiarse y llamar a su amiga Callie para dar una vuelta,
así se despejaría y consultaría a su vez con toda una experta en la materia de
lo paranormal. Fueron al centro comercial que estaba a un par de manzanas del
complejo residencial donde vivían.
En su
cafetería habitual, las dos chicas hablaban sobre el suceso extraño que Cloe
acababa de vivir. Callie era una friki de la ciencia ficción y Cloe supo al
instante que la conversación se alargaría horas, por lo que fue a echarse más
azúcar al zumo de naranja, que estaba demasiado ácido. Cuando llegó al carrito
de las especias, sintió un escalofrío y se giró. Todo estaba paralizado de
nuevo, excepto un chico que se escondía tras una columna. Era extraño, moreno
de ojos verdes, alto y atlético. Tenía un tatuaje en el cuello, cercano a
la oreja, no podía verse bien, pero a Cloe le pareció reconocer la forma de
un reloj de arena.
Dejó el zumo
en el carro y salió tras él. Si eran las dos únicas personas que no se habían
congelado, debía ser por algo. El chico al verla, también echó a correr. Se
abrían paso entre los cuerpos de la gente que aún permanecía congelada. De
pronto, al llegar a la escalera, Cloe vio como el chico subía hasta la azotea
del centro comercial, tuvo un mal presentimiento, pero lo siguió. Al llegar
arriba, la estaba esperando al borde de la cornisa.
Cloe: ¿Quién eres tú? ¿Qué está pasando?
Cronos: Me llamo Cronos y lo que no entiendo es como todo el
mundo me obedece menos tú. Esta mañana estaba haciendo un trabajo rutinario,
congelé una calle y cuando me quise dar cuenta estabas bajo la lluvia dando
vueltas. Por ello te seguí hasta aquí, quise comprobar si fue un error mío,
pero no, sigues sin congelarte.
Cloe: ¿Y eso qué es, bueno o malo?
Cronos: Pues si te soy sincero, no tengo ni idea. En los siglos
que llevo haciendo esto, no me había pasado nunca nada parecido.
Cloe: ¿Y a parte de congelar a la gente, qué haces? ¿A qué te
dedicas?
Cronos: Menudo interrogatorio. Pues en primer lugar, me dedico a
limpiar los rastros mágicos que dejan otros brujos, demonios y ese tipo de
seres, para que la gente de a pie, no sepa que la magia de verdad existe. Llego
a un lugar donde se ha llevado a cabo alguna batalla o accidente mágico y
paralizo la escena, dependiendo de lo grande que sea, paralizo más o menos
área. Una vez paralicé una ciudad entera, ¡qué recuerdos! Bueno a lo que iba,
cuando lo detengo todo, limpio cada resto mágico que encuentro y devuelvo todo
a la normalidad.
Cloe: Vamos, que eres un basurero mágico.
Cronos: No. Yo en realidad no limpio, a menos que sea
estrictamente necesario, sólo lo hago cuando hay mucho trabajo, para ayudar a
los limpiadores a terminar antes y evitar que todo se descubra. Me encargo de
controlar el tiempo para que nadie se entere que hemos pasado por allí.
Cloe: Si estuviste en mi urbanización, eso quiere decir, que
algo malo pasó, aunque nadie se enterase. ¿Qué fue?
Cronos: Pues sí, un par de brujos se pelearon frente a tu casa,
ahora entiendo porqué. Como no salieron muy bien parados, no les pude
interrogar para saber que hacían allí. Pero ahora lo sé. Tienes algo que pone
en alerta todos los radares mágicos. Aún no sé que es, pero si me acompañas lo
averiguaremos juntos, antes que otros vengan por ti.
Cloe: Claro y como te conozco tanto, crees que me voy a ir
contigo, así como así. ¿Tú que te crees, que me chupo el dedo?
Cronos: Lo que hagas en tu vida privada no me interesa. Pero
debes venir conmigo, tenemos que descubrir porque eres inmune a mis poderes y
porqué te buscaban esos dos.
Cloe: Lo siento, pero yo contigo no me voy a ninguna parte. No
me suelo juntar con los hombres de negro.
Cronos: No soy un hombre de negro, soy un Dios y no trato con
alienígenas, sino con seres mágicos. ¡Qué poca cultura tienen los jóvenes de
hoy en día! Si Sócrates levantara la cabeza.
Cloe: Lo más probable es que algún friki se la volase.
Cronos: Por favor, no seas cría. Tenemos cosas más importantes
que hacer.
Cloe: Yo por lo menos sí. Tengo que volver a mi zumo de naranja
super amargo y a mi amiga, a la que no le gusta que la deje hablando sola.
Cronos: Tienes que venir conmigo.
Cloe: No, gracias.
De pronto,
dos manchas de humo negro aparecieron detrás de Cloe e instintivamente se giró.
Dos hombres de ojos negros como el carbón y vestidos como gladiadores romanos,
se abalanzaron sobre ella, pero una luz cegadora salió de su cuerpo, formando
un escudo protector, que hizo que los hombres rebotaran y cayeran al suelo un
par de metros más allá. Cloe se quedó inmóvil, no daba crédito a lo que estaba viendo. Cronos se acercó, la sujetó por los hombros, la giró hacia él,
después la cogió por la cintura y se evaporaron juntos.
Mientras, la
amiga de Cloe y el resto de los mortales que estaban en el centro comercial,
volvieron en sí, pero Callie no se explicaba como su amiga había desaparecido,
le preocupaba después de haber escuchado lo que le contó.
Continuará...
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