jueves, 21 de julio de 2011

Sueños de carne y hueso 1ª parte




Shanna era una chica alta, esbelta y rubia de ojos claros. Era dulce y valiente, a la par que lista y sagaz. Estaba en el instituto, aunque se sentía aún una niña. Dibujaba en clase de lengua garabatos en el papel, cuando de pronto se quedó dormida. Llevaba un tiempo durmiendo mal, no sabía porque, pero desde que se mudaron, algo le quitaba el sueño. Hacía 3 meses que se habían terminado de instalar, ya tenía muchos amigos y las clases no se le daban tan mal. Era feliz, pese a sus continuos desvelos nocturnos. De pronto algo la despertó, era su compañera Amanda, que le daba codazos para que se despertase, antes que la profesora se diese cuenta y la dejase castigada toda la tarde.
Intentó mantener los ojos abiertos hasta que terminaran las clases y lo consiguió, con esfuerzo, pero lo hizo. Recogió su mochila y se despidió de su amiga al inicio del camino que daba al bosque, el que tomaba para llegar antes a su casa, sus padres se lo habían prohibido, pero estaba tan cansada que no hubiera podido esperar al autobús sin quedarse dormida en la parada.
Caminaba despacio, todo lo atenta que podía para no tropezarse. Cuando se aproximaba a su casa, algo cayó de un árbol y le golpeó la cabeza. Shanna se llevó las manos a la zona dolorida y se frotó con ganas. Miró hacia arriba, pero no vio nada. Siguió caminando y al poco, algo la volvió a golpear. Estaba asustada, raro en ella. Tenía claro que no podía ser una coincidencia. Dejó su mochila en el suelo y trepó hasta la copa de uno de los árboles, manchándose de musgo los vaqueros. Al llegar, vio algo extraño. En lo alto del árbol, había un cofre dorado con una cerradura muy peculiar. Decidió cogerlo y volvió a bajar, con cuidado para no caerse, pero cuando estaba muy cerca del suelo, las fuerzas le fallaron, resbaló y cayó. Se hizo daño, pero nada grave que una noche de sueño y reposo no pudiesen curar. Recogió su mochila, introdujo el cofre en ella y se marchó. 
Cuando llegó a casa, recordó que sus padres llegarían tarde, tenían la fiesta de cumpleaños del jefe de su padre, en el instituto arqueológico. La niñera la esperaba, odiaba a esa niñera, pero se ocupaba de su hermano pequeño cuando sus padres salían, según ellos, Shanna seguía siendo una niña, aunque faltaba poco para que cumpliese los dieciséis. La niñera era la típica adolescente despreocupada, la echaba pronto a la cama para ponerse a ver la tele y apoderarse del teléfono, no era más que un par de años mayor que Shanna, pero le encantaba regodearse con eso. La chica la estaba esperando con la cena en el microondas. En cuanto cenó, la echó a su habitación, aunque esta vez a Shanna no le importó, quería ver lo que contenía aquella caja.
Subió los escalones de dos en dos, estaba eufórica. Cuando llegó, dejó la cartera sobre la cama, sacó el cofre y lo dejó encima de su escritorio. ¿Cómo lo abriría? No tenía la llave. Decidió buscar algo para forzar la cerradura, pero todo lo que usaba se rompía, no era lógico. Usó hasta unas tijeras, que se rompieron en cuanto tocaron la cerradura. De pronto, algo en su interior se sobrecogió. Fue a su joyero, recordaba que su padre había encontrado un pequeño broche en una de sus expediciones y se lo había regalado. Tenía una forma muy parecida a la de la cerradura. Colocó el broche y la tapa se abrió. Del cofre salió una luz muy intensa y una sombra que se deslizó por el suelo hasta el borde de la ventana abierta, por donde se escabulló. Shanna se quedó sin aliento, pero en su interior, cuando la luz se disipó, vio un pequeño colgante de oro que pendía de una cadena de seda negra. El colgante tenía la forma de un cazador de sueños con un zafiro azul en el centro. ¿Pero qué hacía eso en lo alto de un árbol? Shanna lo cogió y se lo colgó del cuello. De pronto la luz de su habitación se apagó y de repente, toda la estancia se llenó de una resplandeciente luz azul durante escasos segundos, para después, regresar a la normalidad. Intentó quitarse el colgante, pero fue en vano, el cierre no se abría, por lo que decidió guardárselo bajo la ropa e intentarlo de nuevo a la mañana siguiente.
Estaba agotada, se duchó, se puso el pijama y se acostó. Pasaron las horas y comenzó a soñar. Estaba en la jungla, era muy frondosa y húmeda, a lo lejos, escuchaba el ruido del agua al caer. Se adentró entre la maleza y tras ella, divisó un pequeño lago en el cual desembocaba una cascada. El agua era cristalina, se veían los peces nadando de un lado para otro. Shanna se fijó en la cascada, había algo tras el agua. Se zambulló, iba en pijama y notó el frío del agua recorriendo su cuerpo. Notaba los peces que le rozaban los pies al pasar junto a ella. Nadó y atravesó la cascada, en un saliente encontró algo extraño, otro cofre que abrió. En su interior, había un pergamino escrito en una lengua antigua. Shanna creyó recordar que era Maya o Azteca, aunque no estaba muy segura, sus padres intentaron enseñarle las viejas lenguas, pero a ella lo que le gustaba en realidad era la decoración de interiores, cada poco tiempo hacía remodelar su habitación, una cosa por allí, otra por allá. No se cansaba de cambiar las cosas de sitio. Eso no tenía mucho que ver con la arqueología, por lo que no le prestaba mucha atención a las lecciones de idiomas de sus padres.
Cogió la caja con el pergamino y volvió a cruzar la cascada, salió del agua y volvió a adentrarse en la maleza. De pronto, el despertador sonó. Shanna se despertó y notó que estaba empapada, no de sudor, sino empapada de verdad, como si el sueño hubiese sido real. Se sorprendió más al ver en sus brazos el cofre, cuando lo abrió, el pergamino de su sueño seguía allí. ¿Había sido un sueño, o había estado allí en realidad? ¿Pero cómo? No había salido de casa. Miró el calendario y no había nada raro, era la mañana siguiente, algo extraño sucedía y al parecer tenía que ver con ese colgante.


Continuará...

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